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sábado, 14 de diciembre de 2013

178.-Los grandes oradores y estadistas británicos. a.-

Oradores políticos. 


 Oratoria política. -Su concepto. -Sus caracteres y condiciones. -Su influencia. -Clases en que puede dividirse. -Desarrollo histórico de este género.

Exponer y dilucidar las grandes cuestiones jurídicas, morales, sociales, religiosas, etc., que se suscitan al discutir en los centros políticos las reformas legislativas y al dirigir la gobernación del Estado; defender y propagar los principios de los diversos partidos que se disputan el poder; dirigir, en suma, por medio de la palabra, la marcha de los negocios públicos, tales son los grandes fines que se propone la Oratoria política.

Caracteres muy especiales ofrece este género oratorio, que le colocan a gran distancia de todos los demás. Con efecto, ni en él se hallan la severidad y el carácter didáctico de la Oratoria forense y académica, ni la poesía, unción y sentimiento de la religiosa. Siendo eco de violentas pasiones y exaltados intereses, tanto o más que de principios científicos; representando el interés del momento, más que el permanente; produciéndose casi siempre ante auditorios divididos y apasionados, o agitados y tumultuosos, difíciles de dominar, y que con frecuencia se imponen al orador; tendiendo a un efecto inmediato y a un resultado práctico, no siempre conseguido, aunque con vehemente afán solicitado, y que se trata de alcanzar a toda costa y por todos los medios; -la Oratoria política se distingue por el predominio de la pasión, por el arrebato y vehemencia de sus acentos, por su carácter batallador, y por la importancia que en ella tiene la polémica. Rara vez es didáctica, y caso de serlo, la exposición de los principios no es en ella otra cosa que la bandera que se despliega antes del combate; si apela a la belleza y al Arte, no es tanto por miras estéticas, como por utilizar un arma poderosa y excitar, a la vez que la pasión, la fantasía de los oyentes; difícilmente es templada, mesurada y serena, y mucho menos dulce ni apacible; la pasión en todas sus formas es lo que en ella domina y le da carácter.

La tribuna es un campo de batalla, y el orador político es al modo de caudillo militar, obligado a poner en juego todos los recursos de la estrategia y de la táctica para vencer en una empeñada lid, en que el arma que se emplea es la palabra, que en ocasiones puede ser la más eficaz y mortífera de todas.
De aquí la inmensa variedad de recursos y de elementos que puede emplear el orador político. De aquí también la dificultad de precisar los preceptos a que ha de someterse esta oratoria. Con efecto, el lenguaje severo de la razón, el ímpetu arrebatador de las pasiones, los vuelos atrevidos de la fantasía, las agudezas del entendimiento, las armas penetrantes de la sátira, todos los recursos, todas las maneras de ser de la elocuencia tienen cabida en este género, a cuyo carácter sintético todo está permitido menos el sofisma, la mentira y la falta de pudor. Para este género no existen, por tanto, otras reglas que las que resulten lógicamente del asunto que se ventila o del público a quien el orador se dirige. La primera regla de este género es la libertad.
Como es natural, las condiciones de la Oratoria política varían según los asuntos de que se trata, las circunstancias en que se produce, el carácter de cada país, etc. Así los discursos pronunciados en las Cámaras legislativas se diferencian por razón del asunto sobre que versan; no pudiendo compararse, por ejemplo, los discursos en que se exponen tranquilamente los principios de un partido, o en que se discuten leyes y reformas administrativas, económicas o jurídicas, que no tocan de cerca a la política, con los que versan sobre la conducta de los gobiernos, medidas eminentemente políticas, cuestiones personales, etc.; ni tampoco un discurso expositivo con una réplica o una rectificación. Así, una discusión sobre el Mensaje de la Corona, sobre leyes de imprenta, suspensión de garantías, votos de censura a un ministerio, etc., se distingue notablemente de un debate sobre una ley de aguas, un código mercantil, o ciertos capítulos del presupuesto. Por la misma razón hay gran diferencia entre los debates de las Cámaras constituyentes y de las ordinarias, por ser más vitales los asuntos que en aquéllas se discuten y más definitivas las soluciones que se buscan.

En todos estos casos, la Oratoria política puede recorrer una vasta escala, desde el tono severo y razonador de una exposición verdaderamente didáctica, hasta la violencia de un debate personal.
Mucho influyen también en este género las circunstancias en que se produce. No se habla lo mismo ante las muchedumbres reunidas en el club o en el meeting, que ante las Cámaras legislativas. Diferénciase el tono de un discurso según que se pronuncia ante un severo y reflexivo Senado, compuesto de personas de edad madura y tendencias conservadoras, o ante una vehemente, movible e impresionable Cámara popular. Y no es igual tampoco el lenguaje del orador político en una situación normal y tranquila, o en medio de las agitaciones de una época revolucionaria. A esto debe agregarse que el carácter de cada pueblo influye también en el de la Oratoria política, pues ésta no es igual en los pueblos del Mediodía, siempre apasionados y entusiastas, y en los fríos y razonadores pueblos del Norte. También influye en esto el sistema de gobierno, pues no cabe comparar la elocuencia mesurada de los pueblos sometidos a un régimen templado, con los arrebatos que son propios de las democracias, donde la intervención activa de las clases populares en la gobernación del Estado, imprime a la Oratoria un carácter especial, y hace que en ella preponderen los entusiasmos y violencia de la pasión y las desordenadas inspiraciones de la acalorada fantasía popular, sobre la razón serena y el espíritu mesurado y circunspecto de los hombres de Estado que no se dejan dominar por las impresiones del momento, que tanto influyen en la conducta política de las muchedumbres.

La influencia de la Oratoria política es extraordinaria y lleva ventaja a la de la elocuencia religiosa, con ser ésta tan grande y eficaz. La razón de esto es el predominio que en ella alcanzan las pasiones, la intervención activa que el público tiene en ella, y su carácter eminentemente práctico. El orador político se encamina siempre a una acción inmediata, y aunque no siempre la consigue (sobre todo en las Cámaras, donde la resolución está determinada de antemano y la disciplina de los partidos se sobrepone al efecto de la palabra del adversario), cuando menos logra agitar la opinión y preparar para plazo no lejano la realización de sus aspiraciones. De aquí la importancia que el orador político da a la pasión. Su principal objeto, no tanto es convencer como persuadir, interesar y conmover, y el objetivo a que tiende es la voluntad. Por eso emplea con frecuencia los recursos que obran sobre ésta, es decir, los que afectan al sentimiento, a la fantasía y al interés personal o de partido del auditorio; por eso no repara en medios para lograr sus fines, y su única preocupación es imponerse al público a toda costa, arrancándole la adhesión a lo que en su discurso defiende, y desacreditando y pulverizando con la fuerza de sus razonamientos y la energía y elocuencia de su palabra a los que sostienen lo contrario.
Si el orador consigue sus propósitos, el efecto de su discurso es tan inmenso que puede hasta cambiar la faz de un país; de lo cual no faltan señalados ejemplos en la historia parlamentaria. En la mayoría de los casos este resultado no es inmediato; pero ocasiones ha habido en que lo ha sido, en que la palabra de un hombre ha bastado para derribar o salvar un gobierno, para provocar una revolución, para dar al traste con instituciones que parecían muy sólidas. Verdad es que en casos tales el triunfo del orador se debe a estar trabajada la opinión de tal manera, que la palabra de aquél no ha sido más que la chispa que hace estallar un incendio, cuyos combustibles estaban preparados desde mucho tiempo atrás. Es, pues, la Oratoria política un arma temible y peligrosa, de portentoso y seguro efecto, y es, por tanto, gravísima la responsabilidad del orador cuando, manejándola con imprudencia o de mala fe y poniéndola al servicio del error o de la injusticia, la trueca en instrumento de la ruina de la patria.

El público tiene en este género una intervención más activa que en ningún otro. Siempre prevenido en pro o en contra del orador, más dispuesto a escuchar la voz de la pasión o del interés que el acento severo de la razón y de la justicia, libre de las trabas que coartan la acción del auditorio a quien se dirige el orador religioso, viendo en el orador un ídolo, un fiel servidor y a veces cortesano, o un implacable y aborrecido enemigo, -manifiesta ruidosamente su aprobación o su censura, trata de imponerse al orador, ora exigiéndole que se doble humilde a sus deseos y se haga eco de sus intereses y pasiones, ora tratando de amedrentarlo, cohibirlo y ahogar su voz a toda costa. Obsérvase esto sobre todo en las grandes reuniones populares y en los días de agitación revolucionaria, y es frecuente que entre el orador y su auditorio se trabe un verdadero combate, en que no pocas veces triunfa el primero, si a la elocuencia arrebatadora de la palabra sabe unir el valor personal y la inquebrantable firmeza de su varonil y enérgico carácter.
Por estas mismas razones los triunfos y las derrotas en la Oratoria son más ruidosas que en ningún otro género y la gloria, el prestigio, la popularidad, la autoridad y la influencia del orador son extraordinarias; tanto como pueden serlo su descrédito y oprobio, que a menudo suelen seguir a las primeras, pues el orador político popular fácilmente encuentra al lado del Capitolio la roca Tarpeya y pasa en pocos días de la apoteosis al Calvario.

La Oratoria política puede dividirse en parlamentaria, popular y militar217. Compréndense en la primera los discursos pronunciados en las Cámaras legislativas, Diputaciones provinciales y Ayuntamientos; en la segunda los que se pronuncian en los clubs, meetings y manifestaciones populares; y en la tercera las arengas, proclamas, órdenes del día, etc., dirigidas a los soldados por los caudillos militares. Fácilmente se deduce de cuanto dejamos dicho que la pasión domina más en la Oratoria popular que en la parlamentaria, que su acción es más eficaz o inmediata, y mayor la intervención del público en ella; que en la Oratoria parlamentaria, es donde pueden hallarse elementos didácticos y mayor serenidad y templanza; y que la militar, destinada a excitar el valor y el entusiasmo de los soldados, ha de ser enérgica, clara y concisa, y dirigirse principalmente al sentimiento del honor.
El origen de la Oratoria política debe buscarse en las deliberaciones de las tribus primitivas y en las arengas de los guerreros; pero salvo la Oratoria militar, que es compatible con todos los gobiernos, este género sólo se desarrolla en los pueblos regidos por instituciones democráticas o parlamentarias, porque sólo en ellos existen Asambleas legislativas y centros políticos populares. Por esta razón no encontramos modelos de elocuencia política en el Oriente ni en la Edad Media. Grecia, Roma y los modernos pueblos europeos, especialmente Francia, Inglaterra y España, han sido los pueblos más fecundos en grandes oradores.

En Grecia floreció la Oratoria política, merced a su gobierno democrático. Son oradores griegos de primer orden Temístocles (533-490 a. d. C.), Arístides (m. 469), Pericles (494-429) Licurgo de Atenas (408-326), Démades (m. 318), Foción (400-317), Esquines (393-314) y Demóstenes (385-322) rival de Esquines, enemigo encarnizado de Filipo de Macedonia, el más grande de los oradores griegos, y uno de los renombrados de todos los tiempos. Además merecen citarse, como oradores distinguidos Alcibiades (456-404, a. C.), Critias, Antifón (4,80-411), Andócides (m. 468 a. C.), Hypérides (m. 322), Dinarco (m. 360), Alcidamas y Hegesipo.
Aunque antes de Catón hubo oradores en Roma, puede decirse que la Oratoria latina (tanto la política como la forense), comienza con él y termina en Cicerón, con el cual no compite ninguno de sus sucesores, que la convierten en un ejercicio retórico.
A Catón (123-149 a. d. C.) llamado el Censor y también el Mayor, sucedieron Servio Sulpicio Galba, Lelio, Escipión Emiliano (186-130), Lépido Porcina, Carbón (m. 119), Tiberio Graco (162-133) y su hermano Cayo (152-121), Emilio Escauro, Rutilio, Cátulo, Metelo, Memmio, Craso (140-91), Marco Antonio (144-88), Lucio Marcio Filipo, Cota, Sulpicio Rufo, Hortensio (115-51), César (101-44), y Marco Tulio Cicerón (107-43), el más grande de todos.
En los tiempos modernos la Oratoria política ha llegado a grande altura, sobre todo en Inglaterra, donde apareció primeramente por ser allí más antigua la libertad, en Francia y en España.

La Oratoria inglesa es fría, razonadora, diserta y de un carácter eminentemente práctico; la francesa se distingue por la brillantez, la energía y la pasión; la española por el predominio que en ella tiene la fantasía, por su carácter pintoresco, su arrebatada elocuencia y la pompa y sonoridad de su lenguaje. Pudiera decirse que la oratoria inglesa habla a la razón; la francesa a las pasiones; y la española al sentimiento, y sobre todo a la fantasía.
En Francia apareció la elocuencia política con la Revolución de 1789. Brillaron entonces el gran Mirabeau (1749-1791), Vergniaud (1759-1793), Barnave (1761-1792), Danton (1759-1794), Robespierre (1759-1794), Isnard (1751-1830), Maury (1746-1817), Cazales (1752-1805), Guadet (1758-1704) y Gensonné (1758-1793). En el presente siglo se han distinguido Foy (1775-1825), De-Serre (1777-1822), Decazes (1780-1860), Manuel (1775-1827), De Villéle (1773-1854), Martignac (1776-1832), Casimiro Périer (1777-1832), Benjamin Constant (1767-1830), Royer-Collard (1763-1845), Villemain (1790-1870), Lamartine, Bérryer (1790-1868), Guizot, Thiers, Julio Favre y Gambetta.

En España brillaron en este siglo Muñoz Torrero, el conde de Toreno (1786-1843), Martínez de la Rosa, Argüelles (1776-1844), Calatrava, Alcalá Galiano (1789-1865), López, Donoso Cortés (1809-1853), González Brabo, Ríos Rosas (1812-1873), Aparisi y Guijarro, Olózaga y otros muchos muy importantes.

En Gran Bretaña se han distinguido el célebre Cromwell (1599-1658), Bolingbroke (1678-1750), Walpole (1676-1745), Lord Chatham (1708-1778), Pitt (1759-1806) Burke (1730-1797), Fox (1749-1806), Sheridan, Oconnell (1775-1847), Gladstone y otros no menos importantes.

Oradores mas famosos británicos: 

  

1.-William Pitt (apodado el Joven)


William Pitt (apodado el Joven) (28 de mayo de 1759- 23 de enero de 1806), fue un político y estadista británico, Primer Ministro del Reino Unido en dos períodos por un total de dos décadas, además de la persona más joven en ocupar dicho cargo y premier británico. Además fue Ministro de Hacienda del Reino Unido en tres ocasiones y permaneció desde 1781 hasta 1800 como Miembro de la Cámara de los Comunes del Reino Unido.
Primer ministro de Gran Bretaña, desde 1801 Reino Unido, (entre 1783-1801 y 1804-1806), que sentó las bases de una nueva etapa de prosperidad después de la guerra de independencia estadounidense; fue el principal dirigente del Estado durante la lucha contra la Francia revolucionaria, y se le atribuye la organización de la Tercera Coalición tras la ruptura por el Reino Unido de la Paz de Amiens. Se le conocía como el joven para distinguirle de su padre William Pitt (el Viejo).
William Pitt pasó a ser el primer ministro más joven de Inglaterra cuando Jorge III le nombró para este cargo a la edad de 24 años en 1783.

Su formación, orientada al mundo de la política, se completó en la Universidad de Cambridge y en el Lincoln's Inn. Fue elegido miembro del Parlamento en 1781 y se unió a lord Shelburne, dirigente del grupo político al que anteriormente había estado vinculado su padre. Shelburne entró en el gobierno en 1782 de la mano de lord Rockingham y pasó a ser primer ministro cuando éste falleció tres meses después.
 Pitt fue nombrado canciller del Exchequer (ministro de Hacienda) en el gabinete de Shelburne y propuso diversas reformas del sistema administrativo y parlamentario. Abandonó el gobierno junto con Shelburne en abril de 1783, pero en diciembre de ese mismo año el rey Jorge III le nombró primer ministro, cargo que ocuparía durante dieciocho años.
Reino de Gran Bretaña

  

2.-William Ewart Gladstone.


William Ewart Gladstone (Liverpool, 29 de diciembre de 1809 – Hawarden, 19 de mayo de 1898) fue un político liberal británico, primero como diputado en el Parlamento y luego ocupando varios cargos del gobierno de Su Majestad; líder del Partido Liberal (1866–1875 y 1880–1894), fue Primer Ministro del Reino Unido en cuatro ocasiones: de 1868 a 1874, de 1880 a 1885, en 1886, y de 1892 a 1894.
Fue uno de los estadistas más célebres de la época victoriana, rival de Disraeli, y aún se lo considera uno de los más importantes primeros ministros que ha tenido el Reino Unido; Winston Churchill lo citaba como inspirador suyo.
Gladstone procedía de una familia adinerada, lo que le permitió educarse en el Eton College y en universidad de Oxford. Sus primeros pasos en la política los dio en 1832 como diputado del partido conservador, entonces llamado Partido Tory, en el gobierno bipartidista durante la época victoriana, pero años más tarde dejó de ser conservador para unirse al liberalismo (Whig), situándose a favor de libre cambio y acercándose más a la Iglesia.
De 1843 a 1845 fue ministro de comercio, y de 1845 a 1846 ministro de las Colonias durante el mandato de Robert Peel, el líder del ala liberal de los conservadores. Tras la muerte de éste, llegó a ser ministro de hacienda y aprovechó para impulsar la liberación del comercio exterior durante los gobiernos de Aberdeen, de 1852 a 1855, y Palmerston, de 1859 a 1865. Este año fue determinante para la historia política británica, ya que tras la muerte de Palmerston se produjo un realineamiento de partidos, fusionándose el Tory y el Whig al Partido Liberal, y sobre todo, por el definitivo paso de Gladstone como izquierdista, al convertirse en el líder de dicho partido. 
En 1868 se convirtió en primer ministro, cargo que ocupó hasta 1874. Desde 1880 a 1885 volvería a encabezar el gabinete, repitiendo en 1886 y desde 1892 a 1894. Entre sus labores más importantes se destaca la reapertura del ejército y de las universidades, suprimiendo prejuicios religiosos y privilegios económicos. También extendió el sistema de oposiciones para el acceso a la función pública, formó el sistema educativo, y en 1872 introdujo el voto secreto.
La crisis agrícola de finales del siglo XIX lo llevó a aceptar la adquisición forzosa de nuevos mercados, teniendo que ir en contra de sus ideas contrarias al imperialismo. Esto fue lo que provocó la ocupación de Egipto en 1882 y la entrada en Sudán en 1885.
Dictó las leyes de la Tierra (1870 y 1881) y la Ley de prevención de crímenes de 1882 para reprimir la violencia nacionalista que colapsaba a Irlanda, pero como esto no fue suficiente, impulsó el proyecto de ley Home Rule en 1886 que implicaba para este país un Parlamento autónomo. Este proyecto no fue aprobado por los liberales unionistas, quienes se pasaron al partido conservador liderados por Joseph Chamberlain. 
El autogobierno de Irlanda y la oposición al imperialismo en la política exterior provocaron que fuera postergado en las siguientes elecciones. Dimitió en 1894, retirándose de la política después de que la Cámara de los Lores vetara su último proyecto de Home Rule para Irlanda, aprobado en los Comunes. Fue sucedido por Lord Salisbury, que había sido su rival desde la muerte de Benjamin Disraeli.
Escudo de Gran Bretaña


  

3.-Benjamín Disraeli. 


Benjamín Disraeli  (Londres, 21 de diciembre de 1804 - 19 de abril de 1881, Curzon Street, Londres), conocido también como Conde de Beaconsfield o Lord Beaconsfield, fue un político, escritor y aristócrata británico, que ejerció dos veces como Primer Ministro del Reino Unido, fue Líder de la Muy Leal Oposición de Su Majestad y tres veces Ministro de Hacienda del Reino Unido.
Fue uno de los más destacados políticos del Reino Unido, perteneciente a la corriente conservadora de los Tories, de la cual se convirtió en uno de los más notorios líderes, siendo una de las figuras claves en la conversión de estos en el Partido Conservador del Reino Unido, pasando a liderar esta organización política, extendiendo su carrera dentro de la Cámara de los Comunes por casi cuatro décadas.
A lo largo de su carrera política se consagró por su magnífica oratoria, en la cual incluía un extraordinario dramatismo, llevándolo a ser considerado como el Mejor Orador de la Cámara de los Comunes. Igualmente, otros dos rasgos destacaron en su trayectoria pública, el primero, su notoria rivalidad con el líder del Partido Liberal , el también prominente político William Ewart Gladstone, y el segundo su extraordinaria amistad con la reina del Reino Unido, Victoria I, la cual lo benefició en su tormentosa relación con Gladstone, pues la monarca demostraría detestar al mismo tanto como Disraeli.
Como primer ministro del Reino Unido, sus políticas siempre estuvieron orientadas hacia la consolidación del Imperio Británico y conllevaron una nueva visión del conservadurismo en su país, materializando numerosas acciones en política exterior, tal como la anexión de las Islas Fidji, la adquisición de las acciones sobre el Canal de Suez, la coronación de la Reina Victoria I, como la primera Emperatriz de la India, así como las Guerras Coloniales en Afganistán y Sudáfrica, todas maniobras que lo consagraron como el representante de una de las políticas internacionales más agresivas jamás vistas en el Reino Unido, al punto de frenar el Imperialismo Ruso y doblegar al Imperio otomano.
Escudo de Gran Bretaña


 

 4.-Winston Leonard Spencer Churchill.


(Woodstock, Oxfordshire, Inglaterra; 30 de noviembre de 1874-Londres, 24 de enero de 1965), conocido como Winston Churchill, fue un político, militar, escritor y estadista británico que se desempeñó como primer ministro del Reino Unido de 1940 a 1945, durante la Segunda Guerra Mundial, y nuevamente de 1951 a 1955 por parte del Partido Conservador. Aunque más conocido por su liderazgo en tiempos de guerra como primer ministro, Churchill también sirvió como soldado tras haber estudiado en Sandhurst, fue un escritor e historiador ganador del Premio Nobel de Literatura, un pintor prolífico y uno de los políticos con más años de servicio en la historia británica. Aparte de dos años, entre 1922 y 1924, fue Miembro del Parlamento (MP) de 1900 a 1964 y representó un total de cinco distritos electorales. Ideológicamente liberal y capitalista desde el punto de vista económico, durante la mayor parte de su carrera militó en el Partido Conservador, que dirigió de 1940 a 1955, aunque también estuvo en el Partido Liberal de 1904 a 1924.

De ascendencia mixta inglesa y estadounidense, Churchill nació en Oxfordshire en una familia rica y aristocrática. Se unió al ejército británico en 1895 y vio acción en la India británica, la guerra anglo-sudanesa y la segunda guerra de los bóeres, ganando fama como corresponsal de guerra y escribiendo libros sobre sus campañas. Elegido diputado conservador en 1900, desertó a los liberales en 1904. En el gobierno liberal de H. H. Asquith, Churchill se desempeñó como presidente de la Junta de Comercio y Secretario del Interior, defendiendo la reforma penitenciaria y la seguridad social de los trabajadores. Como Primer Lord del Almirantazgo durante la Primera Guerra Mundial, supervisó la Campaña de Galípoli, pero, después de que resultara ser un desastre, se le degradó a Canciller del Ducado de Lancaster. Renunció en noviembre de 1915 y se unió a los Royal Scots Fusiliers en el frente occidental durante seis meses.
 En 1917, regresó al gobierno bajo David Lloyd George y se desempeñó sucesivamente como Ministro de Municiones, Secretario de Estado para Guerra, Secretario de Estado de Aire y Secretario de Estado para las Colonias, al supervisar el Tratado anglo-irlandés y la política exterior británica en el medio Oriente. Después de dos años fuera del Parlamento, se desempeñó como Canciller de la Hacienda en el gobierno conservador de Stanley Baldwin, devolviendo la libra esterlina en 1925 al patrón oro en su paridad de antes de la guerra, una medida que se considera que crea presión deflacionaria y deprime la economía del Reino Unido.
Fuera del gobierno durante sus llamados «años salvajes» en la década de 1930, Churchill tomó la iniciativa al pedir el rearme británico para contrarrestar la creciente amenaza del militarismo en la Alemania nazi. Al estallar la Segunda Guerra Mundial se le reeligió Primer Lord del Almirantazgo. En mayo de 1940, se convirtió en primer ministro, al reemplazar a Neville Chamberlain. Churchill supervisó la participación británica en el esfuerzo de guerra aliado contra las potencias del Eje, lo que resultó en la victoria en 1945. Después de la derrota de los conservadores en las elecciones generales de 1945, se convirtió en líder de la oposición. 
En medio del desarrollo de la Guerra Fría con la Unión Soviética, advirtió públicamente sobre una «cortina de hierro» de la influencia soviética en Europa y promovió la unidad europea. Reelegido primer ministro en 1951, su segundo mandato estuvo preocupado por los asuntos exteriores, especialmente las relaciones angloestadounidenses y, a pesar de la descolonización en curso, la preservación del Imperio Británico. A nivel nacional, su gobierno hizo hincapié en la construcción de viviendas y desarrolló un arma nuclear. Debido a un deterioro en su salud, Churchill dimitió como primer ministro en 1955, aunque siguió siendo diputado hasta 1964. Tras su muerte en 1965, recibió un funeral de Estado.
Ampliamente considerado una de las figuras más importantes del siglo XX, Churchill sigue siendo popular en el Reino Unido y el mundo occidental, donde es visto como un líder victorioso en tiempos de guerra que jugó un papel importante en la defensa de la democracia liberal europea contra la expansión del fascismo. También recibió elogios como un reformador social, pero ha sido criticado por algunos eventos de guerra, en particular el bombardeo de Dresde en 1945, y por sus puntos de vista imperialistas, incluidos los comentarios sobre la raza.

La oratoria de Winston Churchill.
   
El manejo de la oratoria es necesario para desempeñarse en cualquier campo desde el político hasta en el campo empresarial. El presente artículo es una breve reseña de las cualidades oratorias de ese gigante en el arte de la oratoria llamado Winston Churchill, considerado uno de los líderes más grandes del siglo 20.  Llegó a decir que su ambición de toda la vida fue la de llegar a ser un “maestro de la palabra hablada”. Se dice que su oratoria ha llegado a convertirse en un clásico, y que fue fruto de un esfuerzo metódico, persistente, y colosal. 
Sin embargo tuvo que trabajar mucho para alcanzar el dominio que le era elusivo. Pero a pesar de sus carencias y limitaciones, contaba con el talento, la materia prima necesaria, además de su memoria, su inteligencia y una tenaz fuerza de voluntad.  Tenía dificultades, balbuceaba, y hasta tartamudeaba para hablar, había letras que arrastraba con la lengua y no las pronunciaba bien. Su presencia física, no era su principal atractivo, no era alto ni apuesto, su andar no era airoso ni elegante, ni tenía una voz poderosa.

Un gigante.

Se dice que a ese gigante al que nunca le faltaban palabras no tenía facilidad natural para hablar, lo que parece una afirmación increíble de alguien cuyos discursos completos alcanzan más de cuatro millones de palabras, impresos en ocho gruesos tomos. Llegó a decir que su ambición de toda la vida fue la de llegar a ser un “maestro de la palabra hablada”. Se dice que su oratoria ha llegado a convertirse en un clásico, fruto de un esfuerzo metódico, persistente, y colosal. Sin embargo tuvo que trabajar mucho para alcanzar el dominio que le era elusivo.
Las inquietudes oratorias las llevaba desde muy joven, porque tenía la vista puesta en el objetivo de desarrollar una carrera política, que en la Gran Bretaña empezaba por desarrollar una carrera parlamentaria en la cámara de los comunes del parlamento.

Sus carencias y limitaciones.

Sin embargo a pesar de sus carencias y limitaciones, contaba con el talento, la materia prima necesaria, además de su memoria, su inteligencia y una tenaz fuerza de voluntad.  
Tenía dificultades, balbuceaba, y hasta tartamudeaba para hablar, había letras que arrastraba con la lengua y no las pronunciaba bien. Su presencia física, no era su principal atractivo, no era alto ni apuesto, su andar no era airoso ni elegante, ni tenía una voz poderosa.
Además no provenía de las universidades donde se formaba la élite inglesa; Oxford, Cambridge, uno de cuyo signo distintivo es la formación para el debate. Sin embargo desde muy joven Churchill, se trazó una disciplina para llegar a convertirse en un orador exitoso: estudia, lee mucho, consulta con especialistas en el manejo de la voz y dicción; práctica más allá del cansancio, ensaya ante el espejo cada gesto y movimiento de manera que las manos y las cara lleven el compás de las frases.
Escribe los discursos, se los aprende. Si se considera el contraste asombroso entre sus limitaciones y su monumental legado oral, considerando su impacto en los acontecimientos de su tiempo, se podría decir que su empeño en la oratoria llegó hasta el heroísmo. No era en absoluto un improvisador, sus discursos fueron fruto de una laboriosa, prolongada y detallada preparación.
Su discurso “doncella” el primero ante la cámara, le requirió seis semanas de elaboración. Como sus alocuciones eran por escrito, le resultaba  difícil salirse del texto. En abril de 1909, se quedó trancado en medio de un discurso, teniendo que sentarse abrumado por la imposibilidad de continuar. En otra oportunidad un rival político, aprovechándose de su dependencia del texto escrito y memorizado, reconoció la calidad de su artillería verbal que era pesada, pero le dijo que le haría bien cierta movilidad.

Movilizó el idioma ingles

Decía Churchill que “las palabras son las únicas cosas que perduran para siempre”. El dominio del lenguaje no solo es cuestión de riqueza de vocabulario, también implicaba a los sonidos, la musicalidad, el conocimiento de las combinaciones que generan imágenes que se conectan con los sentidos: con los oídos, con la vista y con la piel. Como cultor de la palabra rehúye la palabra vacía y condena las falsas palabras “no hay peor error en el liderazgo público que levantar falsas esperanzas que pronto serán barridas”
Se afirmaba que Winston Spencer Churchill, movilizó el idioma inglés  y lo envió al campo de batalla. En su tiempo se convirtió el más grande en el campo de la oratoria, al cual dedicó sus más denodados esfuerzos, algo admirable, en este hombre, que para poder hablar en público tuvo que comenzar por vencer sus propias limitaciones.
Escudo de Gran Bretaña


  

Desarrollo Personal.


La guía de Winston Churchill para hablar en público que todo Hombre debe conocer.
Por Alfonso Peña



“De todos los talentos conferidos a los hombres, ninguno es más precioso que el don de la oratoria. Aquel que disfruta de este, ejerce un poder más duradero que el de un gran rey. Él es una fuerza undependiente en el mundo.”

– Winston Churchill

Investiga los nombres de los más grandes oradores de todos los tiempos, y sin duda encontrarás a Winston Churchill en la lista.
Pocos, si no es que ninguno de nosotros, podrá volverse algún día un orador como Churchill. Hay quienes tienen el don, el carisma y la cualidad para enseñar y hablar, algo que no puede ser aprendido. Pero cada uno de nosotros podemos mejorar lo que somos, y amplificar el nivel de nuestros talentos naturales. Aunque tal vez nuestra intención no sea ser diputados, todos estaremos en la situación de que se nos presentará la hora de hablar en público en algún momento de nuestras vidas.
Ya sea que nos lancemos a una candidatura estudiantil, hacer una exposición frente a los compañeros, tener que decir tu opinión en una asamblea de vecinos, o hacer un elogio, saber un poco de oratoria y como hablar en público te hará un hombre más persuasivo y capaz.
Siempre pensamos en Churchill incitando a sus compatriotas ingleses durante los oscuros días de la Segunda Guerra Mundial, incitándolos con llamados a “pelear en las playas” y a ofrecer su “sangre, su esfuerzo, sudor y lágrimas” para vencer al enemigo. Pensamos en él parado frente a la Cámara de los Comunes, con su rostro feroz encendido, alabando los embates de la RAF (Real Fuerza Aérea) y declarando que “nunca en la historia de los conflictos humanos, se ha quedado a deber tanto a tan pocos”.

El talento de Churchill para hablar en público parece sobrenatural, una cualidad imposible en el hombre común.
Y aun así su lugar en el Pantheon, el Asgard de la oratoria, es incuestionable.  De niño era tartamudo, y ceceaba al hablar, tenía un temperamento tímido que si a duras penas le merecía el respeto de sus compañeros, mucho menos el de una nación.
No hay duda de que tenía un genio innato para el lenguaje. Pero tuvo que sacar ese talento con muchos esfuerzos. Cuando joven, convirtió en su única ambición “ser maestro de la palabra hablada” y cultivó su talento, como se hace con cualquier otro, mediante práctica y estudio.
Cuando comenzó en la política en los años 20´s, esta preparación le valió que sus discursos tuvieran buenas críticas. Aún así, le faltaba por aprender, alguien catalogó su retórica como “escolar y floja”, mientras que otro consideró que Churchill todavía estaba lejos de la oratoria. Churchill siguió afilando su arte durante toda su vida, y se convirtió en un orador cuya presentación solamente, acallaría a cualquier audiencia y lo haría enderezarse y subir el volumen de su radio para esperar sus palabras.
Así que, la próxima vez que te debas parar en un podio, ten en mente los siguientes consejos del Bulldog Inglés. Algunos de sus métodos se ajustaban sólo a su  temperamento propio y su época, pero todos son fuentes ricas de guía e inspiración:

1. Escribe lo que quieres decir.

Temprano, en su carrera política, cuando tenía 29 años de edad, Churchill estaba escribiendo un discurso para dar en la Cámara de los Comunes, como  lo hacía normalmente. Hasta esse punto, había memorizado todas y cada una de las palabras de sus discursos, y los daba sin una sola nota. Todo había salido bien hasta entonces.
“Y esto descansa en aquellos quienes…” empezó, pero se desvió un poco y perdió el hilo de sus pensamientos.

“Descansa en aquellos que…” repitió. Falló otra vez en terminar la frase y empezar otra.
Por tres agonizantes minutos, Churchill zozobró buscando su siguiente línea y por nada del mundo pudo recordarla. La Cámara lo empezó a interrumpir, se puso rojo como un tomate, se sentó, poniendo su cabeza entre sus manos, abatido.
No volvería a cometer ese error de nuevo. Desde entonces, escribía sus discursos palabra por palabra y siempre tenía el texto frente a él cuando hablaba.
Improvisar es ciertamente un arte, pero también el admitir tus debilidades. Churchill tenía la humildad para reconocer que no tenía el talento para hablar fuera de lo planeado, así que trabajó en eso, tanto que los escuchas no sabían cuando estaba hablando fuera del guión que tenía preparado en papel.

Churchill creó una apariencia de espontaneidad, infundiendo en sus escritos toda la energía, dinamismo y calidad natural de una improvisación. Ensayaba sus observaciones previamente, para solamente tener que revisar el texto ocasionalmente. Su biógrafo, William Manchester describe una técnica empleada por él para que incluso las ojeadas al texto fueran apenas notorias:
“Un ejecutante consumado, tenía dos pares de lentes en su chaleco. Se subía los lentes de largo alcance que tenía en la punta de su nariz de manera que podía leer sus notas dando la impresión de que estaba mirando directamente a la Cámara de los Comunes, de que hablaba improvisando. Si la ocasión ameritaba una cita, se ponía el segundo par de lentes y alteraba la voz de manera tan efectiva, que incluso aquellos que lo conocían, nunca hubieran creído que todo lo que decía aparte de las citas, fuera espontáneo.”
Como ayuda, para que fuera más fluido, escribía sus discursos en lo que sus colaboradores llamaban “forma de salmos”, una práctica que podría estar inspirada en su gusto por el Antiguo Testamento. En estos bloques tipo haikú, agregaba notas: ponía donde pausar y donde esperar una ovación; cuáles palabras había que enfatizar; incluso donde parecer un poco humilde, tratar de recordar una palabra, o hasta “corregirse” a sí mismo. Churchill sabía que un recital robótico, impecable, pondría a la gente a dormir, y que un discurso que pareciera más natural, estaría más cercano a su audiencia.
A través de la práctica y la preparación, Churchil nunca más actuó como el tipo de orador que él mismo detestaba, aquel que hasta antes de levantarse “no sabe qué va a decir; cuando están hablando no saben qué están diciendo; y cuando están sentados otra vez, no saben lo que han dicho.”

2. Talla tu discurso con cuidado.

Churchill no se dedicaba a garabatear sus discursos y creía que sus borradores eran buenos a la primera. Un sólo discurso de unos 40 minutos, le tomaba entre 6 y 8 horas para terminarlo, y lo revisaba inumerables veces.
La mente afilada de Churchill siempre estaba pensando en frases precisas para usar en sus discursos, y se le ocurrían nuevas líneas en los momentos más extraños en su rutina diaria. Incluso sus famosas ocurrencias muy rara vez eran improvisadas en el momento.
Una vez que las ideas de Churchill se marinaban en su cráneo por suficiente tiempo, se las dictaba a sus secretarias, a menudo mientras caminaba en el cuarto o se remojaba en uno de sus dos baños diarios.
Entonces vaciaría su primer borrador , estudiando cada uno de los enunciados y sopesándolos para ver si las frases tenían que cambiar  para tener más impacto, o si debia cambiar algún adjetivo para dar un mejor efecto. Escribía múltiples borradores, cada uno más preciso que el anterior.
De hecho, las revisiones de Churchill continuaban hasta que literalmente estaba por irse a último momento, antes de su siguiente aparición en el Parlamento.

3. Escoge las palabras correctas.

“El conocimiento del lenguaje está medido por la apreciación exacta de las palabras. No hay elemento más importante en la retórica que el uso continuo de las mejores palabras posibles.” 
– W.Ch.
El vocabulario de una persona media contiene alrededor de 25 mil palabras. Se estima que el de Churchill era de 65 mil.
Churchill absorbía montones de palabras de su voraz apetito por los libros, que había elegido desde joven. Aunque batalló en muchas materias de la escuela, encontró ahí un interés, un don, y un profundo amor por la lectura y la escritura del lenguaje inglés.
Durante toda su vida, leyó más de 5 mil libros, desde literatura y poesía, hasta historia y ciencia ficción. Su memoria prodigiosa le permitía recordar pasajes completos de estos textos, y recitarlos sin errores, décadas después. Su cerebro era como una versión humana de una biblioteca, contenía notas interminables de temas innumerables. Cuando necesitaba la anécdota correcta, y la palabra precisa para ilustrar su punto, sólo habría el cajón y sacaba lo que necesitaba.
Churchill tenía gusto por el lenguaje en sí mismo, y creía que la palabra correcta para un caso particular siempre era la más simple que pudieras encontrar:
“El irreflexivo se imagina por lo general que los efectos de la oratoria son dados por palabras muy largas o pretenciosas. El error de esta idea se ve escrito. Las palabras más cortas de un lenguaje son usualmente las más antiguas. Su significado está más enraizado en la identidad nacional y atraen con más fuerza.”
En lugar de decir “aceptan cooperar”, él decía “darse la mano”. En lugar de decir avión o aeropuerto, decía, aeronaves y campo de aviación. Otros decían “prefabricado”, él decía “ya listo”. Cuando tomó posesión de su oficina como Primer Ministro, cambió el nombre de los “Voluntarios Locales de Defensa” a “Guardia de Casa”.
A Churchill no sólo le disgustaban las palabras innecesariamente largas o floridas, sino también la jerga burocrática y los eufemismos chimuelos. Cuando otros políticos se referían a “gente de bajos recursos”, él decía “los pobres”; cuando decían “unidades habitacionales”, el decía “hogares”.
Pero aunque prefería palabras cortas y contundentes, si esta no podía expresar los “pensamientos y sentimientos”, no dudaba en usar una palabra más carnosa y larga.
Y si no existía una palabra tal en el vocabulario, no tenía problemas en inventar una: “cortina de hierro”, “Medio Oriente” entre otras, por ejemplo, se deben a las etimologías churchilianas.

4. Infunde en tu discurso un ritmo musical.
“Los enunciados del orador cuando apela a su arte se vuelven largos, continuos y sonoros. El balance peculiar de las frases producen una cadencia que se asemeja más al verso blanco que a la prosa.” 
– W.Ch.
Churchill no solamente escogía sus palabras cuidadosamente, sino que también tejía intencionalmente el efecto y el ritmo que tenían esas palabras y los enunciados. Como resultado, sus discursos tenían una cadencia y ritmo atrayentes, casi con una calidad musical.
Además de los trucos usuales de los oradores, como una pausa bien planeada o cambios de tiempo, Churchill usaba distintas cosas para completar este efecto.
Su intención siempre era unir las palabras de manera que el discurso fuera agradable al oído. Cuando calificó la conducta de Mussolini de “obsoleta y censurable a la vez”, el primer ministro Lloyd George dijo que esa frase no tenía sentido. Churchill respondió, “miren las b en esas palabras: obsoleta, cesurable, ¡deben prestar atención a la eufonía!”
Manchester también llama la atención sobre el acopio de adjetivos, que elige en grupos de cuatro. Montgomery era “austero, severo, incansable, experto”; Joe Chamberlain era “vivo, chispenate, insurgente, compulsivo.”
Le gustaba la repetición también, y la manera en que podía crear un impacto de crescendo emocional:
“¿Preguntas cuál es tu intención? Puedo responder en una palabra: Es la victoria, la victoria a toda costa, la victoria a pesar del terror, la victoria aunque el camino sea muy largo y pesado; porque sin la victoria, no hay sobrevivencia.”
O también:
“Deberíamos llegar al fin, deberíamos pelear en Francia, deberíamos pelear en los mares y océanos, deberíamos pelear con confianza cada vez mayor y volvernos más fuertes en el aire, deberíamos defender nuestra isla, sea cual sea el costo, deberíamos pelear en las costas, deberíamos pelear en los campos de aterrizaje, deberíamos pelear en los campos de batalla y en las calles, no deberíamos rendirnos nunca.”
Churchill se valía del quiasmo (la figura retórica de construcción que consiste en una repetición e inversión del orden de palabras), de manera memorable también.  En 1942, luego de que los Aliados ganaran su primer batalla mayor en la guerra en El Alamein, dijo:
 “Ahora, este no es el fin. No es siquiera el principio del fin. Pero es tal vez, el fin del principio.”
O estos:
“Estoy listo para conocer al creador; si el creador está listo para la difícil tarea de conocerme a mí, esa es otra cuestión.”
“Nosotros modelamos nuestros edificios y después ellos nos modelan a nosotros.”
“He tomado más del alcohol de lo que el alcohol ha tomado de mí.”
A nivel mayor, el diplomático Harold Nicholson dijo que de todas las cosas que hacía Churchill, la “fórmula ganadora”, la que nunca falla, era “la combinación de los grandes vuelos de la oratoria de Winston con repentinas incursiones en lo íntimo y conversacional.”

En el Factor Churchill, el autor London Boris Johnson, dice que el punto crítico del discurso de Churchill “finest hour” (la mejor hora), ofrece el mejor ejemplo de esta combinación. Churchill comienza con “Nunca en el campo del conflicto humano…”, que Johnson llama “una clásica y pomposa circunlocución de guerra de Churchill”. Y luego sigue con “nunca se ha debido tanto a tan pocos”, una frase de corte anglosajón.
La intención era llegar a los aristócretas educados de Gran Bretaña y a la sal de la tierra: los obreros. Sus discursos podían incendiar la imaginación emocional y retar el intelecto en turnos.

5. Construye tu argumento de manera que llegues a una conclusión incuestionable

“El clímax de la oratoria se alcanza por una sucesión rápida de olas sonoras e imágenes vívidas. La audiencia se deleita por las escenas cambiantes que se presentan a su imaginación. Su oído es acariciado por el ritmo del lenguaje. El entusiasmo aparece. Una serie de hechos son traídos apuntando en la misma dirección. El final aparece a la vista antes de alcanzarlo. La multitud anticipa la conclusión y las últimas palabras caen junto a un trueno de consentimiento.” 
-W.Ch.

Churchill llamó al flujo ideal de la oratoria, citado arriba, el “argumento acumulativo.”
Empieza estableciendo el punto más importante. La audiencia entonces se va convenciendo conforme presentas distintas evidencias, una tras otra, tejiendo unas con otras. A veces la compilación de la evidencia consiste solamente en decir lo mismo muchas veces, de maneras distintas.
 “Si tienes algo importante que decir”, decía Churchill, “no trates de ser sutil o agudo. Di tu punto una vez, luego regresa y vuelve a exponerlo, y después una tercera vez, debe ser una tormenta.”
Finalmente, alcanzarás un sonoro y electrizante clímax que deja a la audiencia con una sola conclusión ineludible.
Un caso en cuestión: las tensas reuniones del cabinete de guerra del 26 al 28 de mayo de 1940. Francia había caído. La posición de Inglaterra  era muy frágil. Churchill acaba de asumir como Primer Ministro pero el apoyo que tenía era poco. Italia empezó a abrirse, ofreciéndose a ayudar a Inglaterra a negociar la paz con Hitler. El Secretario de Relaciones Exteriores, Viscount Halifax, pensaba que dada su situación tan precaria, sería prudente discutirlo.
Churchill, estaba por su puesto, diametralmente opuesto a esa postura, argumentando que las “naciones que caían peleando se levantaban de nuevo, mientras que las que mansamente se rendían, eran aniquiladas.”
El debate en Halifaz y Churchill siguió durante horas en muchas reuniones. Finalmente, Churchill pidió hablar con su Gabinete, esperando que ganando más simpatizantes le ayudara a decidir el asunto. Presentó su caso a los 25 miembros y concluyó:
“He pensado cuidadosamente estos días si es parte de mi deber considerar el negociar con Ese Hombre (Hitler). Pero es ocioso pensar que , si intentamos hacer las paces ahora, deberíamos obtener mejores términos que si seguimos peleando. Los alemanes querrán nuestra flota, eso es igual que ser desarmados, nuestras bases navales, y mucho más. Nos convertiríamos en un Estado esclavizado, el gobierno británico sería un títere de Hitler, y ¿a qué llegaríamos? Por otro lado, tenemos inmensas reservas y ventajas.
Y estoy convencido de que cada uno de ustedes se levantaría y me quitaría de aquí si contemplara por un sólo momento la rendición. Si la larga historia de esta isla va concluir al fin, dejemos que concluya cuando cada uno de nosotros se encuentre tirado ahogándose en su propia sangre en el suelo.”
Como puedes ver, eso es un clímax.
25 políticos se levantaron gritando y vitoreando, saltando de sus asientos y palmeando a Churchill en la espalda. Winston ganó ese día. Y el futuro del mundo cambió para siempre.

6. Usa imágenes ricas y analogías.
“La ambición de los seres humanos para ampliar su conocimiento, favorece la creencia de que lo desconocido es solamente una extensión de lo conocido: que lo abstracto y lo concreto son gobernados por principios similares: que lo finito y lo infinito son homogéneos. Una analogía apropiada conecta, o aparentemente conecta, estas esferas distantes. Apela al conocimiento cotidiano del auditorio y lo invita a decidir los problemas que han retado su raciocinio, mediante el corazón… la influencia ejercida sobre la mente humana apelando a las analogías ha sido y siempre será inmensa. Traducen una verdad establecida a lenguaje simple o aventuradamente aspiran a revelar lo desconocido, por lo que están entre las armas más formidables de la retórica. El efecto sobre la audiencia más cultivada es eléctrico.” 
-W.Ch.
Un discurso con puros hechos, seco, no es memorable ni atrayente. La mente humana prefiere que su imaginación vuele, con imágenes y comparaciones.
Una analogía puede pasar por la oferta caótica y confusa para ofrecer una cuerda al entendimiento. Una metáfora rica puede por lo general, producir un verdadero momento de reconocimiento que le quita la venda de los ojos al  que escucha y le permite ver las cosas de modo distinto.
Churchill tenía la habilidad de un pintor para crear esa galería de metáforas en sus discursos. “Sus palabras”, argumenta Manchester, “se volvieron más reales que las escenas que detallaba, y más evocativas que la suma de sus arreglos gramáticos y habilidades retóricas.”
Churchill hablaba de las “fauces del invierno” y el deseo de ir a las “amplias y soleadas tierras” de un pacífico tiempo futuro. Llamaba a los alemanes “ovejas carnívoras”, y a Hitler un “canalla sediento de sangre.”
Sus analogías a veces podían ser ingeniosas; en contra de la creciente amenaza Nazi:
 “Un mandril en el bosque es materia de especulación legítima; un mandril en el zoológico es objeto de curiosidad pública; pero un mandril en la cama con tu esposa es causa de la mayor preocupación.
En 1930 ofreció esta analogía refiriéndose a Hitler, que empezaba a ganar poder y anexarse territorios, ante la complacencia de los Estados europeos, (Churchill quería despertarlos de su sueño):
“Cuando de dejas llevar corriente abajo en las aguas del Niagara, bien podría pasar de vez en cuando que llegues a aguas tranquilas, o que un recodo en el río o un cambio en el viento parezcan más lejanas. Pero el peligro y preocupación no se alteran por eso.”
7. Da voz a los sentimientos e ideales latentes en la gente.
“El orador es la encarnación de las pasiones de la multitud.”
-W.Ch.
Muchos han argumentado que Hitler y Churchill eran dos lados de la misma moneda: ambos efectivos, carismáticos, hambrientos de gloria y poder, líderes visionarios. Ambos fueron también, oradores talentosos y convincentes.
Hitler catalizaba los prejuicios y deseos de estatus de la gente a expensas de otros.
Churchill activó en hombres y mujeres sus inclinaciones más nobles, presentándoles una visión de sí mismos como héroes valientes, como el último baluarte de la democracia.

8. Sé sincero.
Si examinamos este ser tan extraño (el orador) a la luz de la historia, descubriremos que es comprensivo, sentimental y fervoroso… Antes puede inspirarlos con emociones que buscó en su interior. Cuando busca su indignación, su corazón está lleno de furia. Antes de que pueda llevarlos a las  lágrimas, las suyas deben fluir. Para convencerlos, debe él mismo creer.” 
-W. Ch.
En la primer parte de la carrera de Churchill, sus discursos eran efectivos aunque mecánicos, les faltaba algo. En el momento tenían el impacto deseado, pero su efecto no era duradero. Edwin Morgan, un polítco liberal, escribió en 1909: 
“Churchill todavía no puede ser primer ministro porque le falta chispa. Deleita y entretiene, incluso entusiasma a su audiencia, pero cuando se va  también se van los recuerdos de lo que dijo.”
La política le interesaba, pero esencialmente, Churchill era un hombre marcial, más inspirado por las batallas de vida o muerte. Por eso la épica de la Segunda Guerra Mundial fue el escenario perfecto para sus discursos.
Si de algo podía hablar sinceramente, era del heroísmo que se necesitaba en tiempos de guerra. En alguna ocasión, después de visitar el cuartal de la RAF, el Genral Hastings le hizo un comentario, y le respondió, “no me sermonee, nunca he estado más motivado”. Entonces fue cuando se le ocurrió su famosa línea “nunca se ha debido tanto a tan pocos”. Suena tan genuina, incluso muchos años después, porque nació de una emoción genuina.


ANEXO


Siete frases que utilizan las personas con “mala etiqueta verbal”, según un experto en oratoria.

Alexis Paiva Mack 30 NOV 2023

El autor del libro I Have Something to Say, John Bowe, también compartió una serie de frases para decir en su lugar y así evitar caer en situaciones incómodas.

Para la mayoría de las personas, la comunicación verbal es un aspecto inevitable a lo largo de la rutina.
Ya sea para mantener largas conversaciones con cercanos o para tener breves diálogos con los compañeros de trabajo, los métodos que se utilizan para la expresión oral son cruciales para que los otros entiendan lo que se quiere manifestar.
Si bien, es ineludible que en ciertas ocasiones se generen malos entendidos y se despierte molestia en una contraparte, también es clave considerar previamente qué palabras se van a utilizar para que fluyan las interacciones de la forma en que se espera.
na persona que lo sabe con claridad es el experto en oratoria y autor del libro I Have Something to Say: Mastering the Art of Public Speaking in an Age of Disconnection (Random House, 2020), John Bowe, quien recientemente escribió un artículo para CNBC en el que profundizó en esta temática. Según el especialista, es fundamental “pensar detenidamente en los oyentes antes de hablar”, ya que aunque “es imposible evaluar cada palabra de antemano”, es sumamente útil “ser consciente de las frases o actitudes que nos impiden comunicarnos con eficacia”. Bajo esa premisa, Bowe enumeró 7 oraciones que las personas con “mala etiqueta verbal” utilizan frecuentemente. Y junto con ello, compartió alternativas para decir en su lugar.

1. “¿Quieres…?”

Pese a que es adecuada cuando se le ofrece una opción a alguien —como por ejemplo: “¿quieres que salgamos a comer?”— , cuando se utiliza como una forma de dar órdenes adquiere un carácter despectivo.
Esto último se puede ver reflejado en frases como:
“¿quieres lavar los platos?”.
Es decir, cuando hay una clara intención de presionar a la otra persona a que realice una determinada acción.
Para no caer en ese escenario —incómodo, además de hostil— , Bowie sugirió abordar la petición de forma más amable y transparente. Por ejemplo:
“¿te puedo pedir un favor?”.
En palabras del experto, “al fin y al cabo, a la gente le gusta ayudar, pero no les gusta sentirse manipuladas”.

2. “Esto es lo que pasa…”

Cuando se utiliza para advertir que lo que dirás a continuación será una suerte de “opinión final” en torno a un tema, aquello puede ser interpretado no solo como una señal de soberbia, sino que también como una muestra de falta de liderazgo.

Si quieres compartir tu visión sobre un punto, en vez de empezar con tales palabras puedes hacerlo con otras como:
“creo que…” o “en mi opinión…”.
3. “¿Verdad?”
Bowe planteó que terminar una afirmación con esta pregunta es derechamente “un relleno inútil”, que además refleja insistencia para que otra persona valide un punto que planteaste. Por ejemplo, se ve en frases como:
“este debe ser el evento más importante del año, ¿verdad?”.

 A simple vista, dicha oración podría parecer normal. Sin embargo, el problema radica en que se está pidiendo una opinión sin hacerlo de forma neutral, por lo que se está instando indirectamente a la otra persona para que confirme lo que tú ya dijiste.

Por ese motivo, sugirió que para solicitar la visión de otra persona no se debe “exigir confirmación”.

A modo de ejemplo:
“este evento es el que más me ha entusiasmado en todo el año, ¿qué opinas tú?”.
4. “Ya, bueno, busca la manera de hacerlo”
Si un cercano o compañero de trabajo se acerca a ti para solicitarte ayuda o contarte un problema que está enfrentando, expresar dicha oración podría interpretarse incluso como un insulto. Para evitar esta última situación, el autor del libro recomendó usar frases como:
“bueno, hablemos de ello y encontraremos la manera”.
Como es de esperar, es imposible tener las respuestas o soluciones para todas las problemáticas. No obstante, mostrar disposición no solo ayudará a resolver la complicación, sino que también es un buen punto de partida para mejorar la convivencia que llevas con tu entorno.

5. “Es lo que hay”
El especialista en oratoria manifestó en su artículo para el citado medio que esta frase suele utilizarse como un reemplazo para:
“deja de quejarte”. “Si alguien te está pidiendo compasión o ayuda, puede que desees o no (o que no tengas tiempo) de ayudarle, pero al menos sé amable y pon fin a la conversación”, sugirió Bowe.

 Así que, para no caer en una situación incómoda —y por lo demás, perfectamente evitable— , recomendó decir frases como:

“qué duro. Lamento que estés pasando por eso”.

Desde su visión, “puede marcar la diferencia al permitir que la otra persona se sienta escuchada”.

6. “Obviamente…”
Según Bowe, partir una oración con esa palabra para responder a un punto con el que se está en desacuerdo refleja arrogancia, a pesar de que no te des cuenta. Si estás en una situación en la que percibes que es imposible que ambas partes lleguen a un acuerdo después de una intensa conversación, el especialista recomendó guardar silencio y no caer en discusiones que no aportarán en nada. “Los oradores más eficaces saben que demostrar superioridad o corrección es una pérdida de tiempo y no te hace ganar amigos”, dijo refiriéndose a los casos de esas características. 7. “Si quieres mi opinión sincera…”
En los contextos en los que alguien te cuenta una problemática que está sufriendo y no pide directamente tu opinión, Bowe planteó que lo mejor es no manifestarla, ya que puede interpretarse como un signo de imprudencia. ¿Por qué? Porque si la otra persona quiere tu opinión sobre lo que le pasa, probablemente te la pediría explícitamente. Con dicha premisa, el especialista afirmó que decir “tal vez…” en lugar de ofrecer una “opinión sincera” es mucho más eficiente si deseas compartir tu opinión al respecto. De la misma manera, aseguró que ofrecer “disculpas” cuando se dice sin querer un comentario desafortunado es “mucho más productivo que una justificación falsamente diplomática”.




La oratoria jurídica o forense.

-Oratoria forense. -Su concepto. -Sus caracteres y condiciones. -Su influencia. -Su desarrollo histórico

Dilucidar las cuestiones a que puede dar lugar la colisión de derechos de los ciudadanos y acusar o defender a los reos de delitos comunes y políticos, tal es el objeto de la Oratoria forense. En ella siempre se defiende o se acusa, siempre se discute una cuestión de derecho civil o penal que importa esclarecer para conseguir de los jueces el fallo anhelado por el orador.
Este género tiene un carácter más práctico que ningún otro, pues del debate forense siempre resulta una resolución (un fallo). Pero este resultado no es el producto de la pasión o del interés, sino de la razón puesta al servicio de la justicia, y por consiguiente el orador no puede influir directamente sobre el sentimiento, sino sobre la inteligencia de los jueces. Además, el público se reduce en realidad a éstos, que son los que han de dictar la sentencia y a los que debe dirigirse el orador, no siendo el auditorio que a los tribunales concurre otra cosa que un mero espectador, que ninguna intervención directa tiene en el asunto y está reducido a un papel pasivo.
Por otra parte, el discurso forense versa sobre un hecho o caso concreto, que da lugar a la aplicación de un principio legal. Lo que importa, por tanto, es esclarecer el primero y determinar precisamente el criterio con que ha de realizarse la segunda; todo lo cual ha de ser el resultado de un proceso puramente intelectual, de una argumentación vigorosa, en que del encadenamiento de los principios y las consecuencias, y de la agrupación de las pruebas, resulte claramente demostrada la tesis que sustenta el orador. Y como toda cuestión forense es de hecho, de nombre y de derecho, lo que importa es: primero, esclarecer aquél, probando o negando su realidad; segundo, precisar su calidad y circunstancias; tercero, determinar la aplicación que al hecho debe tener la ley, interpretando ésta en su relación con el caso particular de que se trata. Probar hechos, defender derechos, interpretar leyes; he aquí lo que ha de hacer siempre el orador forense: y como toda cuestión de hecho es delicada de suyo, toda cuestión de derecho requiere extraordinaria claridad, y toda interpretación de leyes exige notable precisión y sumo tacto, -fácilmente se infiere que la solidez, la precisión y la claridad, tanto en las pruebas y argumentos que constituyen el fondo del discurso forense, como en el lenguaje en que se desenvuelven, son las condiciones fundamentales de este género, en el cual predomina necesariamente el elemento didáctico.
Ha de ser, por tanto, la Oratoria forense templada, severa, razonadora, y las condiciones principales de su lenguaje han de ser la precisión, la claridad y la concisión. No ha de entenderse por esto que el elemento poético esté excluido de ella; lejos de eso, juega importante papel en muchas de sus composiciones.

En efecto, si la severidad, la rigidez metódica, la dignidad del estilo, la naturalidad y claridad del lenguaje son condiciones generales de esta oratoria, varían y se modifican tales condiciones según el asunto de que se trata en el discurso, el auditorio a que éste se dirige y la función que desempeña el orador.
Un pleito en que se discute acerca del mejor derecho que asiste a cada litigante, ora pertenezca la cuestión al derecho personal, ora al derecho real, no puede dar lugar ciertamente a discursos apasionados y sentimentales, sino a disertaciones razonadas y tranquilas en que se expongan detenidamente los hechos, se interprete la ley, y con arreglo a estos datos se esclarezca la cuestión y se determine el mejor o peor derecho que cada parte asiste. Los rasgos de sentimiento y las figuras poéticas rara vez son oportunos en este linaje de cuestiones, antes bien inconvenientes y ridículos.
Pero cuando se trata de una causa criminal; cuando a nombre de la sociedad se pide el castigo de un culpable, o por el contrario se intenta arrancarle al rigor de la justicia, o al menos aminorar su pena; cuando para conseguir tal objeto se invocan altísimas consideraciones y se manifiestan patéticos afectos; cuando siendo dudosa y oscura la culpabilidad del reo, acaso se lucha por salvar a un inocente; y sobre todo, cuando el delito es político y el tribunal se convierte en teatro de lucha política, caben al lado de la fría razón y del método riguroso, el afecto entrañable, el ímpetu vehemente, el acalorado lenguaje del sentimiento y de la fantasía, siendo tales recursos no sólo aceptables, sino altamente oportunos y necesarios.
Varía también en este caso el aspecto del discurso según el carácter del tribunal. No es lo mismo perorar ante jueces encanecidos en el ejercicio de su magisterio y poco dispuestos a prestar oídos a otra cosa que a la ley, o ante jurados populares cuyo criterio no es tanto el texto legal, como la voz de su sensibilidad y de su conciencia. Recursos inútiles ante los primeros pueden ser eficacísimos ante los segundos, y claramente lo prueba así la experiencia en los países donde se halla establecido el Jurado.

Igualmente se modifica el carácter del discurso según el cargo que desempeña el orador, porque la vehemencia disculpable en quien demanda el perdón, parecería impropia en quien exige el castigo; el acusador fiscal debe por esto ser menos apasionado y más severo que el abogado defensor. Pero en el uno y el otro deben condenarse ciertos recursos, como el sarcasmo, la ironía, el ridículo y las agresiones personales, que se avienen mal con la austeridad de la justicia y con el respeto debido al tribunal.
Síguese de lo expuesto que los discursos que versan sobre materia criminal, son los que mayores condiciones artísticas ofrecen, los que abren campo más ancho a la elocuencia, los que mejor pueden contribuir a la reputación del orador. La alteza y trascendencia del fin a que se encaminan; las graves dificultades que suelen entrañar; el esfuerzo de ingenio y la suma de penetración y perspicacia que a veces requieren; la elevada función de que al orador invisten, ora erigiéndole en austero representante de la sociedad y de la justicia, que demandan el castigo del acusado, ora en defensor de la inocencia o en solicitante de misericordia, son circunstancias que prestan a estos discursos un carácter simpático y bello que influye notablemente en su cualidad estética. Por eso estos discursos (que cuando se trata de delitos políticos con la Oratoria política se confunden), son los que causan más hondo efecto en el ánimo del auditorio y los que más justo y universal renombre dan a los oradores forenses.
Con ser la influencia de este género oratorio tan eficaz e inmediata que no pocas veces la palabra tiene en él poder suficiente para hacer que prevalezcan la sinrazón y la injusticia, fascinando el ánimo y cegando la inteligencia de los jueces, no es, sin embargo, tan grande como en los géneros anteriormente expuestos, pues no se extiende más allá del recinto de los tribunales y rara vez determina movimientos generales de la opinión. Débese esto al carácter concreto de las cuestiones sobre que versa, a la constitución especial del auditorio, y sobre todo, al hecho de que las resoluciones prácticas que trata de alcanzar el orador no son más que la aplicación de una ley permanente y no llevan consigo (como acontece en las que intenta conseguir el orador político) una modificación general del orden establecido, que afecte a los intereses de la colectividad. La palabra del orador forense no puede producir un cambio profundo en el orden social; lo que de ella resulte importa sólo a un número reducido de personas, si el asunto es civil; y aunque interese a la sociedad entera, si se trata de una causa criminal, nunca resultará de su discurso otra cosa, que la resolución de un caso concreto. De aquí que (salvo en los procesos políticos), ningún interés de escuela o de partido se halle comprometido en el asunto; de aquí, por consiguiente, que la influencia de este género oratorio no pueda compararse con la del religioso y el político, por más que a ninguno de ellos ceda en importancia.

La Oratoria forense se desarrolla donde quiera que existe una buena administración de justicia que garantice el derecho de los litigantes y de los acusados y la libertad de los oradores. Por eso donde más ha prosperado ha sido en Grecia y Roma y en los pueblos civilizados de la época moderna.
La Oratoria forense de la antigüedad clásica se aproximaba mucho a la política y tenía más influencia que la moderna, así como mayor vehemencia, animación y carácter estético. Contribuían a esto la organización especial de los tribunales, la falta de rigor y precisión de la ley escrita, que dejaba mucho campo a la equidad y a los principios generales de jurisprudencia, la publicidad de los debates y lo numeroso de los auditorios. No es lo mismo perorar desde la tribuna de las arengas, en medio del Foro, y ante el pueblo entero, que en el estrecho recinto de los tribunales modernos.
En nuestros tiempos, el carácter de la Oratoria forense depende también en alto grado de la organización de los tribunales. Por eso es más brillante, eficaz e influyente donde el Jurado existe, que donde sólo funcionan los tribunales ordinarios.
Creemos inútil citar todos los grandes oradores que se han distinguido en este género. Por regla general, casi todos han sido a la vez oradores políticos, y para enumerarlos sería necesario, por tanto, reproducir los nombres ilustres que mencionamos en la lección anterior. Baste decir que los oradores de este género que más fama han obtenido en la antigüedad son: en Grecia, Antifón, Lysias (459-379 a. d. C.) e Iseo; en Roma, Catón, Craso, Marco Antonio, Hortensio, Cicerón, Quintiliano (42-118 d. C.) y Plinio el joven (61-115). En los tiempos modernos pueden citarse Dupin (1783-1865), Bérryer y Lachaud, en Francia; Jovellanos (1744-1811) y Meléndez Valdés, en España; y otros muchos que sería prolijo enumerar, o que hemos mencionado ya al ocuparnos de los oradores políticos.
Trials at the Law Courts -- two barristers in action.
Date: 1892

En esta impresión titulada "Juicios en los tribunales: dos abogados en acción", nos transportamos a la época victoriana tardía, específicamente a 1892. La imagen captura un momento crucial dentro de los sagrados salones de la justicia cuando dos distinguidos abogados se involucran en una feroz Batalla legal. 
Vestidos impecablemente con su traje tradicional de la corte, completo con pelucas y túnicas, estos eruditos personifican la esencia del profesionalismo y la experiencia. Sus intensas expresiones revelan su inquebrantable dedicación a buscar la verdad y la justicia para sus clientes. La escena tiene como telón de fondo una ornamentada sala de audiencias, adornada con intrincados trabajos en madera y una grandeza acorde a su propósito.
 Cada detalle irradia una sensación de seriedad que subraya el peso de estas pruebas. Esta fotografía no sólo nos ofrece un vistazo a los procedimientos legales históricos, sino que también sirve como testimonio de la naturaleza perdurable de la ley misma. Nos recuerda que a lo largo del tiempo, a los abogados se les ha confiado la tarea de defender la justicia y garantizar resultados justos para todos los involucrados.
Mientras observamos esta instantánea congelada en el tiempo, no podemos evitar maravillarnos de cuánto ha cambiado desde entonces, al tiempo que reconocemos que algunos elementos permanecen constantes. La búsqueda de la verdad, la integridad dentro de nuestros sistemas legales y los esfuerzos incansables realizados por quienes se dedican a ejercer el derecho continúan dando forma a nuestra sociedad hoy.

  

Introducción


Antes de nada conviene no confundir oratoria jurídica con persuasión, elocuencia o retórica. Examinemos estos 4 conceptos:

La persuasión puede definirse como un proceso destinado a cambiar de una persona o grupo la actitud hacia algún evento, idea, objeto o personas, mediante el uso de palabras escritas o habladas para transmitir información, sentimientos, razonamientos, o una combinación de los mismos. Así, a través de la persuasión tratamos que el entendimiento de otras personas se incline hacia la idea que proponemos para, de esta forma, conseguir que la idea penetre en la voluntad de aquellas. Persuadir y convencer son elementos esenciales de la argumentación.

La elocuencia  consiste en el talento o facultad de expresarse de modo eficaz a fin de delieitar, conmover y persuadir, empleando para ello la palabra hablada o escrita, o sirviéndose de gestos, ademanes o cualquier otra acción o recurso expresivo.
La retórica puede definirse como la disciplina que se ocupa de estudiar y de sistematizar procedimientos y técnicas de utilización del lenguaje puestos al servicio de una finalidad persuasiva. Se trata del arte del bien decir, de embellecer la expresión de los conceptos, dando al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover.

La oratoria jurídica consiste en el conjunto de técnicas y principios que nos ofrecen la posibilidad de expresar un mensaje, de forma oral principalmente, con facilidad, sencillez y claridad frente a un tribunal de justicia. Trata de la capacidad para hablar y exponer un punto de vista de modo claro, atractivo y comprensible. Es la ciencia de la persuasión oral del tribunal.

¿Qué conocimientos debe tener un buen orador jurídico?

Existen una serie de conocimientos imprescindibles para ser buen orador, conocimientos que deberán ser adquiridos, bien mediante el propio autoaprendizaje, como a través de la lectura de publicaciones especializadas o la asistencia a cursos y seminarios:

Conocimiento del asunto que debe tratar el orador.

Para todo orador jurídico hay una consigna esencial: sin el conocimiento adecuado de todos los antecedentes del asunto que vayamos a defender, no hay oratoria jurídica. La oratoria jurídica no puede, bajo ningún concepto, suplir la carencia de conocimiento de los hechos que constituyen la materia que tenemos que tratar. Si pretendemos persuadir y convencer al tribunal usando la oratoria sobre la elección de nuestra argumentación, ¿Cómo vamos a hacerlo si no conocemos convenientemente los elementos que conforman nuestra argumentación? Por ello, la preparación del caso con el análisis contrastado de los hechos, la forma de acreditarlo mediante las pruebas y estudios necesarios y el conocimiento de la legislación aplicable son elementos esenciales que deben estar siempre presentes en la formación del orador jurídico.

Cuestión distinta es que una buena instrucción en los principios oratorios pueda ayudar a improvisar adecuadamente en circunstancias excepcionales, pero será la excepción que confirme la regla: la falta de dominio del tema a tratar será fácilmente perceptible por el juzgador.

El orador jurídico debe poseer conocimientos jurídicos.

Íntimamente relacionado con lo anterior, la formación del orador jurídico requiere un permanente estudio del derecho aplicable al caso concreto que tiene que tratar: doctrina existente, jurisprudencia y sentencias de tribunales superiores, normas procesales aplicadas a la prueba digital y a la actuación de los peritos, etc. Este conocimiento se potenciará a través de la oportuna preparación de los casos, permitiéndonos actualizar permanentemente estos conocimientos, y aplicándolos al caso concreto. El buen orador jurídico debe ilustrarse en las novedades que se vayan produciendo en aquellas materias de su interés o especialidad y, como no, en las modificaciones en el estado de la técnica y de la normativa aplicable. Un buen conocimiento del derecho procesal será también esencial para el orador.
Aún así, podemos afirmar que por muy bueno que pueda ser el profesional en habilidad oratoria, si no dispone de un sólido y profundo conocimiento técnico y jurídico, de poco le valdrá para convencer y persuadir a su auditorio, caracterizado, por tener una elevada competencia jurídica.

Argumentación como base de la oratoria jurídica.

La argumentación es un tipo de discurso expositivo que tiene como finalidad defender con razones o argumentos una tesis, es decir, una idea que se quiere probar o sustentar a partir de una serie de hipótesis. La argumentación es el tipo de razonamiento que prueba o refuta las proposiciones relativas al caso y que todo orador jurídico deberá desplegar ante los jueces con el fin de obtener el resultado pretendido a través de su alegato oratorio. Su profesionalidad se medirá por la habilidad con la que analizan y presentan los casos ante el juez, valorando y contrastando los hechos, y defendiéndolos ante las valoraciones de contrario, así como haciéndolos comprensibles para un auditorio poco versado en la técnica informática.
 En este contexto, la argumentación transita por una estructura (la comunicación), tiene un contenido (argumentaciones) y toma una forma (el lenguaje, oral y escrito), de manera que si el orador jurídico quiere argumentar correctamente debe contar con el buen uso de las reglas de comunicación y de la estrategia comunicativa. Por ello, sin una adecuada técnica argumentativa será imposible que el profesional sea eficaz en su trabajo.

Comunicación verbal y no verbal del orador.

La comunicación verbal puede realizarse de forma oral, a través de signos o palabras habladas, o escrita. La comunicación no verbal es la que se lleva a cabo mediante el lenguaje no verbal, es decir, gestos, apariencia, postura, mirada y expresión, y a través de multitud de signos como imágenes sensoriales, sonidos, gestos, movimientos corporales, etc.
La gran regla que rige el proceso total de la comunicación humana, aplicable a cualquier relación entre seres humanos, es que el lenguaje no verbal no se da de forma aislada del lenguaje verbal. Si bien una persona comunica verbalmente el 35% de lo que expresa, el otro 65% lo hace mediante el lenguaje del rostro y los gestos. Esta materia, de gran importancia para el orador jurídico, puede cultivarse a través de la lectura de publicaciones en las que se expongan con detalle las correspondientes técnicas, si bien puede ser lo más recomendable acudir a academias que impartan cursos de comunicación, verbal y no verbal.

Asistencia a los tribunales del orador jurídico.

Especialmente para los profesionales noveles, es muy recomendable asistir a los Juzgados con el fin de presenciar juicios orales y, de esta forma, aprender cómo otros profesionales con más experiencia despliegan sus habilidades oratorias, así como aprender la mecánica de una vista oral en los distintos órdenes jurisdiccionales.
 De esta forma, al presenciar intervenciones de variada calidad, podrá aprender lo que es auténticamente necesario, así como lo que se debe evitar. Esta práctica deberá realizarse poniendo máxima atención en todos los aspectos relacionados con la intervención oral de peritos, abogados y fiscales intervinientes.

  Diez ideas básicas sobre Oratoria Jurídica.


El fin de la Oratoria es hablar bien en público, y el abogado/graduado social, en cualquiera de sus funciones, ya sea en reuniones de trabajo, exponiendo sus conclusiones a un cliente, realizando un dictamen, un asesoramiento laboral o defendiendo sus intereses ante los Tribunales, tiene que informar, convencer y persuadir. Aquí os explicamos cómo conseguirlo.

1. Imagen personal.

La imagen que vamos a dar a nuestros oyentes es básica. Debemos ir vestidos correctamente, con un aspecto agradable y cuidado.

2. Expresividad.

Debemos ser expresivos, a veces incluso vehementes; gesticulemos, generemos sensaciones positivas en nuestro público.

3. Seguridad.

Mostremos seguridad con nuestra voz (y también con nuestros gestos no verbales).

4. Improvisación con una buena preparación.

El Orador Jurídico es aquel que maneja un Discurso Improvisado previamente esquematizado y sustentado en una profunda preparación y conocimiento del caso, en lo fáctico y en lo jurídico.

5. Planificación.

Para planificar nuestra disertación, debemos tener en cuenta los siguientes aspectos:Búsqueda de información: Ley- Doctrina y JurisprudenciaOrdenar ideas e información.

6. Estructuración de la información.

Estructurar y planificar esa información. Esquematizarla y desarrollarla mentalmente para fomentar la improvisación controlada que hemos de transmitir en estrados.
Ayuda, una vez esbozadas las ideas básicas que vamos a transmitir, leer en voz alta nuestro escrito, ampliándolo con los puntos que conocemos y controlamos, pero no vamos a memorizar; de este modo, modularemos la voz y seremos conscientes del énfasis y de las pausas que tendremos que realizar durante nuestra exposición.
No memorizar preguntas ni conclusiones. Conocimiento exhaustivo no es igual a memorizar, de ahí el desarrollo de un Discurso Improvisado.
Estructuremos coherentemente nuestras alegaciones: exposición, argumentación y conclusión.
Cuando valoremos documentos, remitámonos al número del mismo. Ayudaremos al Juzgador y a nosotros mismos.

7.  Modulación de la voz.

Modulemos la voz para generar sensaciones en el auditorio.

8. No se puede leer.

Genera una impresión nefasta e impide que generemos emociones en el interlocutor y modulemos el tono.

9. Evitemos la monotonía en la voz.

Si queremos enfatizar algo concreto, elevemos ligeramente el tono, de este modo lograremos que el Juez preste atención a nuestro discurso.

10. Enfaticemos palabras clave para nuestra defensa.

No olvidemos vocalizar correctamente.

Itsukushima Shrine.

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