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martes, 6 de agosto de 2013

159.-Don Quijote de La Mancha y Miguel de Cervantes (II).-a


Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; 

  

Don Quijote en Rusia.

Unamuno afirmó que los países que mejor habían comprendido Don Quijote fueron Inglaterra y Rusia. Es cierto que en el país eslavo gozó de un gran prestigio, difusión e influencia literaria, pero también lo es que en sus autores más eminentes, como Fiódor Dostoyevski o Lev Tolstói, el verdadero don Quijote es el del último capítulo, Alonso Quijano, el Bueno.
Como cuenta Vsévolod Bagno en El Quijote vivido por los rusos (Madrid: CSIC — Diputación de Ciudad Real, 1995), ya Pedro I había leído la obra, como se deduce por una anécdota incluida en Relatos de Nartov sobre Pedro el Grande:
El zar, partiendo hacia Dunkerque, al ver un montón de molinos se rió y dijo a Pavel Yaguzinski: 
«Si estuviera aquí Don Quijote, tendría mucho trabajo.
A mediados de siglo la apertura del país a Occidente permitió un conocimiento mayor y menos selectivo de la obra de Cervantes. El científico y escritor Miguel o Mijaíl Lomonósov poseía un ejemplar del Quijote de la traducción alemana de 1734. Vasili Trediakovski en su Diálogo entre un extranjero y un ruso sobre la ortografía vieja y nueva recomienda que los diálogos sean tan naturales como los que sostenían el caballero andante Don Quijote y su escudero Sancho Panza, «a pesar de sus extraordinarias aventuras», y no encuentra en la literatura rusa nada semejante. Sumarókov distinguió en su artículo «Sobre la lectura de novelas» (1759) el Don Quijote de toda la avalancha de novelas de aventuras que cayó sobre Rusia, valorándola como una excelente sátira. Aleksandr Radíshchev, en una de las obras maestras de la literatura rusa del dieciocho, Viaje de San Petersburgo a Moscú (1790), compara uno de los acontecimientos del camino con la batalla entre el héroe y el rebaño de ovejas. En otras obras suyas aparece más patente esta huella. Vasili Liovshín hizo caminar a un caballero con un sanchopancesco amigo en Las horas vespertinas, o los cuentos antiguos de los eslavos drevlianos (1787). A fines del xviii hay un quijote que pasa de una tontería (así se dice) a otra también en una novela anónima, Anísimich. 

Un nuevo Don Quijote; el fin habitual de estas obras era «poner en claro las mezquinas pasiones de la hidalguía rural».

El fabulista Iván Krylov compara en una carta de su Correo de los espíritus al protagonista de la tragedia Rozlav de Kniazhnin con el Caballero de la Triste Figura; en otros pasajes queda claro que lo tenía por una antihéroe, aunque con grandes ideales. I. I. Dmítriev compuso la primera obra inspirada en el personaje, su apólogo Don Quijote, donde el quijotismo es interpretado como una extravagancia. Nada menos que la zarina Catalina II encargó una selección de los refranes de Sancho y compuso un Cuento sobre el tristemente famoso paladín Kosometovich para ridiculizar el quijotismo de su enemigo Gustavo III de Suecia; es más, se representó una ópera cómica inspirada en este cuento, Tristemente famoso paladín Kosometovich (1789), con música del compositor español Vicente Martín y Soler, que vivió en San Petersburgo durante los años de su mayor fama. En ella la huella de la iconografía cervantina es patente.
En el xviii y xix los intelectuales rusos leían Don Quijote preferiblemente en francés, o incluso en español, y anteponían las traducciones extranjeras a las versiones en ruso, hechas sobre esas mismas traducciones y no de forma directa desde el original; el libro era tan común que se podía encontrar al menos uno en cada pueblo, según el citado Dmítriev. En ello no tenía poco que ver el desdén general por la lengua rusa, hasta que Pushkin le dio un verdadero rango literario.
En la segunda mitad del siglo xviii aparecieron en ruso dos versiones incompletas y traducidas del francés; la primera es de 1769, desde la traducción francesa de Fillot de San Martin, y fue realizada por Ignati Antonovich Teils, profesor de alemán en una escuela militar para cadetes de la nobleza; aunque se le considera mujeriego en la aventura de la venta con Maritornes, del un ojo tuerta y del otro no muy sana, y habla de sus «fecundas tonterías», alcanza a veces a ser adecuada.

 La siguiente fue a partir de la adaptación francesa de 1746 y fue realizada por Nicolai Osipov en 1791; es una versión además enriquecida con escenas que Cervantes no escribió jamás y se trata en general de una adaptación muy chabacana. En cada biblioteca rusa era uno de esos libros imprescindibles, ya en francés, ya en la traducción desde el francés hecha por el prerromántico Zhukovski. Por entonces se entendía al protagonista como un personaje caricaturesco, pero pronto asomó la interpretación germánica romántica.
M. N. Muriátov se identifica a sí mismo con Don Quijote como consecuencia de sus desilusiones y sus razonamientos sobre la separación de la realidad y los ideales, y lo muestra en sus cartas a su hermana F. N. Lunina; la interpretación dieciochesca no es, pues, la única. También existe un interpretación sentimental en La respuesta a Turgéniev (1812) de Konstantín Bátiushkov, uno de los más importantes poetas rusos y precursor de Aleksandr Pushkin, donde Don Quijote «pasa el tiempo soñando / vive con las quimeras, / charla con los fantasmas / y con la luna meditabunda». 

En esta interpretación sentimental Nikolái Karamzín es quien sufre una impresión más profunda, que aparece ya en una carta de 1793 dirigida a Ivan Dmitriev, en el poema A un pobre poeta (1796) y, sobre todo, en El caballero de nuestro tiempo (1803); el protagonista se compara a Don Quijote porque su inclinación a la lectura e impresionabilidad natural le ejercitaron el «quijotismo de la imaginación» y los peligros y la amistad heroica se convierten en sus ensueños predilectos:
Vosotros, indolentes flemáticos, que no vivís, sino que dormís y lloráis de ganas de bostezar, sin duda nunca soñasteis así en vuestra infancia. Y vosotros tampoco, egoístas juiciosos, que no os encariñáis con los hombres, sino que os agarráis a ellos por prudencia mientras esta relación sea útil para vosotros, y, sin duda, apartáis la mano si los hombres se convierten en un obstáculo.
Ivan Turgéniev afirmó en 1860 que en ruso no existía buena traducción del Quijote, y es de lamentar que no cumpliera su reiterada promesa de traducirlo completamente, que se impuso ya en 1853 y que todavía en 1877 seguía empeñado en cumplir; el dramaturgo Aleksandr Ostrovski había traducido ya los Entremeses y quería traducir algunos capítulos de la obra; el caso es que Turgenev ignoró deliberadamente la traducción de Vasili Zhukovski, el maestro de Pushkin, que empezó en 1803 y que publicó en seis volúmenes entre 1804 y 1806. Se debía a que no respondía a la noción de traducción que sostenía Turgenev; pero la obra de Zhukovski fue capital para el desarrollo de la prosa rusa en el xix, puesto que fue realizada por un gran escritor, de nivel comparable al de Ludwig von Tieck, Jean-Pierre Claris de Florian o Tobías Smollet.

 Ofrece una interpretación psicológico-filosófica de la obra, en la que el protagonista es sin duda el Caballero de la Triste Figura. Como no sabía español, utilizó la versión francesa de Florian, que es bastante buena, pues el sobrino de Voltaire conocía bien la lengua y había estado en España y tratado con los ilustrados españoles, pero conoció también, aunque no la utilizó, la versión alemana de Tieck (1799), que ofrecía ya la interpretación romántica del personaje. Sin embargo se valió del documentado prólogo de Florian para encauzar su traducción, pues era hombre más prestigioso que el entonces advenedizo Tieck. Para empezar, omite capítulos enteros y abrevia los pasajes largos, los episodios naturalistas que no respondían al gusto de la época y las historias intercaladas que desviaban la atención; de su cosecha aporta un acento folclórico del que carecía la versión francesa y reemplaza la paremiología sachopancesca, que vierte literalmente Florian, por proverbios rusos equivalentes, y para comprender el mérito de su traducción en estos detalles basta con compararla con la de Osipov. En general, la traducción de Zhukovski evita los episodios en que se minimiza al héroe y acentúa los elementos poéticos.
 La re-traducción de Zhukovski tuvo una segunda edición en 1815, sin cambios significativos fuera de la puntuación, que es mejor que en la primera, la ortografía y la limpieza de erratas. Esta versión entusiasmó a Pushkin y fue imitada descaradamente por la de S. Chaplette, también sobre la de Florian (San Petersburgo, 1831); por entonces ya se dejaba sentir cierta preferencia por la traducción alemana de Tieck, más precisa, y se empezaba a sentir como inevitable una versión directa desde el español, que llegó en la época del Realismo, cuando se editaron las traducciones de K. P. Masalski (1838) y la de V. A. Karelin (1866); pero la vulgarización del mito en el Romanticismo vino principalmente a través de la versión de Zhukovski.

Cervantes está presente en Aleksandr Pushkin, Gógol, Turgénev, Dostoyevski, Leskov, Bulgákov y Nabókov, por citar solamente a algunos de los grandes.

Aleksandr Pushkin tenía en su biblioteca un Quijote en español editado en París, 1835, y aprendió la lengua en 1831 y 1832 para leerlo en el original; se conservan además traducciones inversas de La Gitanilla desde su versión francesa al castellano para comparar el resultado con el original cervantino; animó además a Gógol a emprender una obra narrativa de gran aliento a la manera de Cervantes, y éste compuso Almas muertas. Turgenev en su conferencia Hamlet y Don Quijote compara al reflexivo e irresoluto Hamlet con el irreflexivo y arrojado Don Quijote, y encuentra la nobleza en ambos personajes. Pero el influjo en Fiódor Dostoyevski fue más hondo; comenta la obra muchas veces en su epistolario y en su Diario de un escritor (1876), donde se refiere a ella como una pieza esencial en la literatura universal y como perteneciente «al conjunto de los libros que gratifican a la humanidad una vez cada cien años»; finalmente escribe:
En todo el mundo no hay obra de ficción más profunda y fuerte que ésa. Hasta ahora representa la suprema y máxima expresión del pensamiento humano, la más amarga ironía que pueda formular el hombre y, si se acabase el mundo y alguien preguntase a los hombres: 
«Veamos, ¿qué habéis sacado en limpio de vuestra vida y qué conclusión definitiva habéis deducido de ella?», podrían los hombres mostrar en silencio el Quijote y decir luego: «Ésta es mi conclusión sobre la vida y... ¿podríais condenarme por ella?»

Desde el punto de vista del escritor ruso, la novela es una conclusión sobre la vida. Su primera mención de la obra aparece en una carta de 1847, pero es en 1860 cuando llega a obsesionar verdaderamente al escritor; la imitó en El idiota, cuyo protagonista, el príncipe Mishkin, es tan idealista como el héroe manchego, pero, despojado de ridículo heroísmo, es en realidad el personaje final de la obra, Alonso Quijano, el bueno, y un imitador de Jesucristo; su monólogo «A la salud del sol» está claramente inspirado en el discurso sobre la Edad de Oro.
Dostoyevski escribió en su Diario de un escritor que «ya no se escriben libros como aquél. Veréis en Don Quijote, en cada página, revelados los más arcanos secretos del alma humana». 
Por otra parte, en 1877, el capítulo del Diario de un escritor «La mentira se salva con la mentira» imita deliberadamente el estilo cervantino, hasta el punto de que un episodio imaginado por Dostoyevski pasó como genuino de Cervantes durante mucho tiempo.
La novela de Nikolái Leskov, Tres hombres de Dios, es una curiosa precursora del Monseñor Quijote de Graham Greene; su protagonista, el prior Saweli Tuberosov, es un idealista que alcanzada ya la cincuentena se plantea decir la verdad, y lucha con las crudas y puras circunstancias contrarias de su entorno en compañía de un Sancho, el diácono Ajila, y de un Sansón Carrasco, Tuganov; en su inflexibilidad se hace incomprensible y a menudo ridículo ante los demás, y al fin es desprovisto de la palabra, le prohíben pronunciar más sermones e, imposibilitado para cumplir su destino al igual que el héroe cervantino, muere de pena. Pero el influjo de Cervantes se extiende incluso al tipo de hérore que presenta Leskóv en casi todas sus novelas, y particularmente en Una familia en decadencia, protagonizada por un reconocible, delgado y pobre terrateniente llamado Dormidont Rogozin, al que acompaña su inseparable escudero Zinka, en compañía del cual recorre los contornos «barruntando agravios». También acusan claramente la influencia del Don Quijote sus novelas El pensador solitario y Los ingenieros desinteresados.

Aunque para Lev o Lev Tolstói la novela cervantina no tuvo tanta importancia como para Turgénev, Dostoyevski o Leskóv, lo cierto es que es perceptible y visible su huella; en ¿Qué es el arte? declara como su novela predilecta el Don Quijote por su «contenido interior», por su «buen arte vital del mundo»; en los borradores de esta obra queda clara su intención: es una obra que expresa los más nobles sentimientos para todas las épocas, comprensibles a todos; en algunas de sus obras asume la herencia cervantina; principalmente en su novela Resurrección, donde se plantea quién está loco, el mundo o el héroe, y donde Katerina Máslova es una Aldonza que, al ser pretendida por el príncipe que la deshonró empezando su carrera de prostituta, no quiere ser la Dulcinea del héroe, en lo que hay ecos del poeta simbolista Sogolub, del que hablaremos en breve; también hay ecos de los encantamientos y del episodio de los galeotes.

Los poetas del Simbolismo ruso, sobre todo Fiódor Sologub, experimentan la seducción por el mito de Dulcinea. Éste escribió al respecto un ensayo, El ensueño de Don Quijote, en el que afirma que al rechazar a Aldonza y aceptarla como Dulcinea, Don Quijote está realizando la pretensión final de toda poesía lírica, una hazaña más lírica que caballeresca, convertir la realidad en arte, en algo que se pueda soportar. La actitud quijotesca es un sinónimo de «noción lírica de la realidad». Esta idea de hazaña lírica se reitera en otras obras suyas, como Los demonios y los poetas y el prólogo a la pieza La victoria de la muerte, o en la obra Los rehenes de la vida. Tras aparecer la figura del loco alucinado en su novela El trasgo, el tema de Dulcinea reaparece en sus versos entre 1922 y 1924, dedicados a su mujer, Anastasiya Nikolaevna Chebotarévskaya, que se suicidó en 1921. Desde Sogolub el mito de Dulcinea pasa a otros poetas simbolistas, como Igor Severianin o Aleksandr Blok; este último lo profundiza y transforma de una manera muy original en Versos a una hermosa dama.
Tras la Revolución, Mijaíl Bulgákov, uno de los escritores no tanto perseguidos como soportados por Stalin, como el mismo Boris Pasternak, y por ello con bastante suerte, ya que no era un escritor soviético, pudo subsistir al permitírsele ser ayudante de director de escena teatral y poder alimentarse mediante el alumbramiento de continuas traducciones, como Anna Ajmátova y Borís Pasternak; insufló la filosofía quijotesca de la lucha a pesar de la conciencia plena de la derrota, emparentable con el quijotismo de Unamuno, en su obra maestra, la novela El maestro y Margarita; en los años de apogeo de la represión estalinista, en 1937, escribe en una carta que sigue componiendo teatro a pesar de que no será nunca escenificado ni publicado por mero quijotismo y hace voto de no volverlo a hacer, pero... vuelve a hacerlo, estudiando con tanta pasión la obra del «rey de los escritores españoles» que algunas de sus cartas a su tercera mujer, Elena, están escritas parcialmente en español y que, según él mismo reconoce, «asaltaba el Quijote». Su modesto quijote no desentona del entorno, es una persona normal que batalla como todas; solamente al final se contempla ser héroe al morir, cuando el propio autor ya también estaba moribundo:
¡Ah, Sancho!, el daño causado por su acero es insignificante. Tampoco me desfiguró el alma con sus golpes. Pero me da miedo pensar que me curó el alma y, al curarla, le retiró sin cambiarme por otro. ¡Me quitó la dádiva más preciosa de cuantas está dotado el hombre, me quitó la libertad! Sancho, el mundo está lleno de mal, pero lo peor de todo es el cautiverio! ¡Él me encadenó, Sancho! Mira: el sol está cortado por la mitad, la tierra sube y sube y lo devora. ¡La tierra se aproxima al cautivo!. ¡Me absorberá, Sancho!

Anatol Lunacharski (1875 - 1933), hombre de letras y político ruso, primer comisario de educación y cultura tras la Revolución de Octubre (1917), protector de Meyerhold y Stanislavski, escribió algunos dramas históricos, y entre ellos un Don Quijote liberado (1923); en fin, entre todos estos cervantistas, parece la excepción Vladímir Nabókov, que en su Curso sobre El Quijote demuestra una gran incomprensión de la obra, cuya grandeza reduce solamente a la del personaje principal.


  

Don Quijote en el este de Europa

La primera traducción al búlgaro se hizo desde una traducción rusa y en fecha tan tardía como 1882, a los cuatro años escasos de reaparecer Bulgaria en el mapa de Europa. Su principal estudioso fue Efrem Karamfilov. Pero es en la poesía búlgara del siglo xx donde aparece más la figura del caballero como símbolo del luchador infatigable, paladín de la bondad, el valor, la fe y la justicia: Konstantin Velíchkov, Jristo Fótev, Asén Ratzsvétnikov, Damián Damiánov, Nicolai Ráinov, Parván Stéfanov, Blaga Dimitrova y Pétar Vélchev.
La primera traducción completa al checo fue obra de J. B. Pichl (1866, primera parte) y de K. Stefan (1868, segunda parte), aunque ya en 1620 el cardenal Dietrichstein la había leído en español, pues se había educado en la Península ibérica. Se leyó mucho en Bohemia y fue muy popular en el siglo xviii, pero más en versiones italianas y francesas que en otras lenguas. Ya en el siglo xx, Milan Kundera afirma, como Octavio Paz, que el humor no es algo innato en el hombre, sino una conquista de los tiempos modernos gracias a Cervantes y su invento, la novela moderna.
La primera traducción de Don Quijote al polaco es de los años 1781-1786 y se debe al conde Franciszek Podoski, a partir de una versión francesa. Para los ilustrados polacos era una obra fundamentalmente cómica y de lectura no sólo agradable, sino también útil por su crítica a las perniciosas para la sensatez novelas de caballerías. Esa es la interpretación del obispo Ignacy Krasicki y del duque Czartoryski, quien sin embargo percibe ya la complejidad de la obra en sus Reflexiones sobre la literatura polaca, 1801. En los años cuarenta del siglo xix, el polígrafo Edward Dembowski ahonda en la trágica interpretación alemana de Don Quijote como símbolo de la lucha del ideal contra la dura realidad del mundo circundante.

La figura del caballero se encuentra en la obra de los grandes poetas románticos polacos, Adam Mickiewicz, Juliusz Słowacki y Cyprian Kamil Norwid, así como en la obra maestra del novelista del Realismo Bolesław Prus, La muñeca. Ya en el siglo xx, hay que destacar el Don Quijote de Bolesław Leśmian, que representa la tragedia de la pérdida de la fe, Juicio sobre Don Quijote de Antoni Słonimski, donde se adapta el episodio del gobierno de Sancho en la ínsula Barataria para satirizar los totalitarismos, Don Quijote y las niñeras, de Maria Kuncewiczowa, crónica de un viaje a España en busca de Don Quijote, y En la belleza ajena, de Adam Zagajewski, con don Quijote en la biblioteca.
Entre 1881 y 1890 se publicaron 61 capítulos en rumano del Quijote, a cargo de Stefan Vîrgolici. La primera traducción completa al rumano la realizaron en 1965 Ion Frunzetti y Edgar Papu. En 2005 el Instituto Cervantes de Bucarest promovió una nueva traducción que corrió a cargo del hispanista rumano Sorin Marculescu


  

Don Quijote en Francia

Aldo Ahumada Chu han

En Francia no se hicieron análisis de Don Quijote tan profundos como los alemanes ni éste ejerció un influjo tan extenso como en Inglaterra o Rusia, aunque su impronta fue también generosa en grandes obras y autores del siglo xix y muchas naciones conocieron la obra a través de traducciones francesas o retraducciones a partir del texto en esta lengua. La primera traducción es apenas posterior en un año a la inglesa de Shelton, en 1614, por César Oudin. En 1618 se traduce la segunda parte por François de Rosset y a partir de 1639 ambas partes marcharán juntas. Es la primera traducción al francés, a la que seguirán varias decenas más, entre las que destacan las de Filleau de Saint-Martin (1677-1678) y la del caballero Jean-Pierre Claris de Florian (1777), un hispanista formado en su infancia en España y sobrino de Voltaire, que será muy divulgada por Europa.
La traducción de Filleau de Saint-Martin se publicó con el título de Historia del admirable don Quijote de la Mancha y con el añadido de una continuación escrita por el propio traductor, para lo cual alteró el final de la obra original y mantuvo a don Quijote con vida y con capacidad de lanzarse a nuevas aventuras. A su vez, esta continuación fue prolongada por otro escritor francés de cierto renombre, Robert Challe. No termina ahí la serie de continuaciones: un autor desconocido alargó la obra de Cervantes con otra parte suplementaria titulada Continuación nueva y verdadera de la historia y las aventuras del incomparable don Quijote de la Mancha.
Simonde de Sismondi pone la primera piedra de la interpretación romántica del héroe. Louis Viardot traduce la obra muy fielmente entre 1836 y 1837. Chateaubriand se ve a sí mismo como un Cervantes y un Quijote, y en su Itinerario de París hasta Jerusalén (1811) ensalza al Caballero de la Triste Figura, que ocupa también su lugar en El genio del Cristianismo como el más noble, el más valiente, el más amable y el menos loco de los mortales. Hay bastante de Cervantes en ese militar frustrado romántico que fue Alfred de Vigny. Los viajeros Prosper Merimée y Théophile Gautier llenan sus diarios de viaje de alusiones cervantinas.
Para el crítico Sainte-Beuve, Don Quijote es un libro que empieza por constituirse en una sátira de los libros de caballerías y termina por hacerse espejo de la vida humana. Victor Hugo, que pasó algunos de sus años infantiles en España como hijo del general Hugo, considera a Cervantes el poeta del contraste entre lo sublime y lo cómico, lo ideal y lo grotesco, y apercibe el influjo de La gitanilla en su novela Nuestra Señora de París. Henri Beyle, más conocido como Stendhal, que tenía diez años cuando leyó Don Quijote por primera vez, escribió que «el descubrimiento de ese libro fue quizá la más grande época de mi vida».
Honoré de Balzac representó casi más a Don Quijote en su vida que en sus escritos y Gustave Flaubert asumió este espíritu en sus dos novelas Bouvard y Pecuchet, póstuma e inacabada, cuyos dos personajes principales enloquecen leyendo libros que no pueden asimilar, y su Madame Bovary, cuya protagonista es en realidad una quijotesca dama que pierde la sensatez leyendo noveluchas sentimentales, como José Ortega y Gasset ya apreció («es un Quijote con faldas y un mínimo de tragedia sobre su alma»).
 Gustave Doré ilustró con grabados una edición de Don Quijote en 1863. Personajes quijotescos son, por otra parte, el Tartarín de Tarascón de Alphonse Daudet y el Cyrano de Bergerac de Edmond Rostand. En 1932, Maurice Ravel y Jacques Ibert compusieron canciones según los poemas de Paul Morand titulados Don Quijote á Dulcinea. 

  

Don Quijote en el mundo árabe.

La presencia de referencias al personaje de Cervantes —llamado Dūn Kījūtī o Dūn Kīshūt— en el imaginario árabe contemporáneo, y sobre todo en su literatura, es muy habitual. Esto suele señalarse como paradójico, dado que las primeras traducciones del Quijote al árabe se publicaron en fecha tan tardía como los años cincuenta y sesenta del siglo xx.
La primera obra extensa en lengua árabe sobre Cervantes la publicaron en 1947, con ocasión del cuarto centenario de su nacimiento, los hispanistas libaneses Nayib Abu Malham y Musa Abbud en Tetuán, la capital del entonces Marruecos español: Cervantes, príncipe de las letras españolas. Se trata de un ensayo de más de cuatrocientas páginas que suscitó tanto interés, en círculos literarios e intelectuales, que la sección árabe de la Unesco encargó a los dos hispanistas la traducción del Quijote. Dicha traducción se inició, pero por razones desconocidas no llegó a publicarse. Entre 1951 y 1966 se hizo otra traducción en Marruecos que también permaneció inédita (se conserva el manuscrito), realizada por el ulema Tuhami Wazzani, quien publicó algunos capítulos en el periódico que dirigía, Rif.
La obra de Abu Malham y Abbud sirvió para acrecentar el interés de los intelectuales árabes por la obra cervantina, a la que accedieron a través de sus ediciones en otras lenguas, hasta que en 1956 se publicó en El Cairo la traducción de la Primera parte del Quijote. Hubo que esperar, sin embargo, hasta 1965 para ver publicada la obra completa, en una nueva traducción, esta vez del hispanista Abd al-Rahman Badawi, quien contextualizaba la novela en un intenso estudio preliminar.
Cinco años antes se había publicado en la capital egipcia una versión infantil del Quijote que siguió reimprimiéndose durante décadas, lo que da una idea de la difusión que alcanzaron rápidamente las aventuras del hidalgo. La traducción de Badawi ha sido la traducción clásica, la más leída, al menos hasta la aparición en 2002 de dos nuevas traducciones, una nuevamente egipcia, a cargo del hispanista Sulayman al-Attar, y otra del sirio Rifaat Atfe.
Antes de las traducciones, sin embargo, la novela había sido objeto de diversos estudios críticos, aparte del ya citado de Abu Malham y Abbud, lo que contribuyó a despertar el interés literario por la figura de don Quijote. Ésta está plenamente integrada en el imaginario árabe: muchos ven en el quijotismo un símbolo del devenir contemporáneo de los pueblos árabes, cargado de idealismo y retórica pero impotente ante la fuerza aplastante de la realidad. Referencias a Don Quijote aparecen con frecuencia en la obra de escritores como Nizar Qabbani, Naguib Surur, Yusuf al-Jal, Mahmud Darwish, Assia Djebbar, Badr Shakir al-Sayyab, Gamal al-Guitani y otros muchos.
Por otro lado, el Quijote, así como el resto de la obra cervantina, es también objeto de especial interés y estudio debido a sus múltiples referencias al islam y a lo morisco, que son más visibles para lectores arabo-musulmanes. Un estudio sobre la presencia del pensamiento coránico en el Quijote aparece en el estudio de la escritora francesa Dominique Aubier Don Quichotte, la Réaffirmation messianique du Coran.

Don Quijote en otros idiomas.

  

Don Quijote en alemán

La primera traducción al alemán, Don Kichote de la Mantzscha, fue realizada en 1621 por Pahsch Basteln von der Sohle; sin embargo, más conocida actualmente es la traducción de Ludwig Tieck de 1799-1801. La traducción de Ludwig Braunfels se ha considerado la más fiel al original y la más erudita. En 2008 apareció la obra en una nueva traducción de Susanne Lange, la cual fue muy elogiada por la crítica literaria.

Don Quijote en asturiano

Aunque no existe una versión completa del Quijote en lengua asturiana, la escritora asturiana Esther García López publicó en 2005 una selección de textos del Quijote, titulada Aventures del Quixote. Fue editada por Madú e ilustrada por el dibujante Neto. Además, Pedro Lanza Alfonso publicó en 2004 y con VTR, El Caballeru de la Murnia Figura, una obra de teatro basada en los textos del clásico castellano.

Don Quijote en catalán

El mallorquín Jaume Pujol llevó a cabo su traducción inédita entre 1835 y 1850. Eduart Tàmaro tradujo la primera parte de Don Quijote a la lengua de Verdaguer (Barcelona: Estampa de Cristófol Miró, 1882). La primera traducción impresa prácticamente íntegra del xix fue realizada en 1891 por el académico Antoni Bulbena i Tussell con el título L'enginyós cavallier Don Quixot de La Mancha; fue reimpresa en 1930 y en 2005. El sacerdote mallorquín Ildefonso Rullán lo tradujo por primera vez al dialecto mallorquín (L'enginyós hidalgo Don Quixote de la Mancha, Felanitx, Imprempta d'en Bartoméu Rèus, 1905-1906). Octavi Viader, en 1936, realizó también una traducción y Joaquim Civera i Sormaní hizo otra en Barcelona: Editorial Tarraco, S. A, 1969. 
Sin embargo, la única traducción total, que incluye incluso algunos poemas dejados en castellano por los anteriores traductores, es la del abogado mallorquín y gran cervantista José María Casasayas, que dedicó cuarenta y cuatro años a la misma, reescribiéndola veinte veces; imprimió sólo ocho ejemplares de la misma que regaló a cada uno de sus nietos, ya que ninguna editorial quiso imprimirla para el gran público. Combina los diferentes dialectos catalanes y posee una amplia anotación.

Don Quijote en chino

Las primeras versiones del Quijote al chino fueron retraducciones y adaptaciones no siempre fieles. Versiones teatrales se estrenaron por vez primera en la década de 1920, luego en la de 1930, y dos veces más durante el maoísmo (en 1950 y tras la reforma económica iniciada en 1978). Dai Wangshu trató de traducir el Quijote completo desde la lengua original, que conocía bien, pero su manuscrito se perdió en la guerra.
En el año 1979, poco después de acabar la Revolución Cultural, la editorial de la Literatura del Pueblo publicó una traducción directa del original realizada por Yang Jiang, que ha sido la más leída hasta la actualidad, y ya se dispone de las traducciones íntegras y directas de Dong Yansheng (1995, por la editorial de Literatura y Arte de Zhejiang, revisada en 2006; fruto de tres años de trabajo, fue galardonada en el año 2001 con el premio Lu Xün «Arco Iris» a la Traducción Literaria), de Tu Mengchao (1995, por la editorial Yilin), de Liu Jingsheng (1995, por la editorial de Lijiang), de Tang Minquan (2000, por la editorial del Pueblo de Shanxi), de Sun Jiameng (2001, por la editorial Literatura y Arte de Octubre de Beijing; recibió el premio al Mejor Libro de Literatura Extranjera) y de Zhang Guangsen (2001, por la editorial de Yiwen de Shanghái).
 El Cervantismo ha sido una corriente del hispanismo muy fructífera en este país, con eruditos como Zhou Zuoren, Chen Yuan, Lu Xün y Qu Qiubai, que polemizaron entre sí, y otros como Tan Tao y Qian Liqun. Por otra parte, Cervantes influyó en escritores como Zhang Tianyi y Fei Ming. En 1996 la editorial de Literatura del Pueblo publicó las Obras completas de Cervantes en ocho volúmenes. La traductora china Yang Jiang tradujo por primera vez el Quijote entero al chino desde la lengua original en 1978.
En 2009 se representó con gran éxito una adaptación en el Teatro Nacional de Pekín y otra versión en septiembre dirigida por Meng Jinghui en el Centro Nacional de Artes Escénicas de Tiananmen que combina partes musicales con una puesta en escena experimental y clásica al mismo tiempo, interpretada por los actores Guo Tao y Liu Xiaoye. El libreto fue escrito por Meng junto con el también dramaturgo chino Kang He, quien ya había escrito un guion cinematográfico de la historia hace 10 años.

Don Quijote en croata

Se destaca la traducción de Iso Velikanović al idioma croata, y de Alexey Reshevnikov en idioma Russo.

Don Quijote en esperanto

Existe una traducción completa publicada en 1977, y varios intentos parciales anteriores, algunos de cierto interés por sí mismos.
La primera versión parcial se debe a Vicente Inglada Ors, un científico políglota, destacado geólogo y miembro de la Academia de Ciencias, que lo intentó ya en 1904. Otros esperantistas que publicaron versiones de algunos capítulos fueron el escritor catalán Frederic Pujulà i Vallès (1909), el conocido militar republicano Julio Mangada (1927) y el activista Luis Hernández Lahuerta (1955).
La traducción completa debió esperar, sin embargo, a 1977, cuando la Fundación Esperanto editó la versión debida al más importante traductor de obras españolas al idioma internacional, Fernando de Diego. La obra, con las clásicas ilustraciones de Doré, ha tenido una amplia difusión mundial, y un importante prestigio entre los conocedores de la cultura esperantista.

Don Quijote en guaraní

El poeta paraguayo Félix de Guarania asumió el desafío de llevar al Caballero de la Triste Figura a la lengua guaraní, y así nació la obra Kuimba’e katupyry ño Quijote yvyunga, colección de fragmentos.

Don Quijote en hebreo

La primera vez fue hace varias décadas de la mano de Natan Bistrinsky y Nahman Bialik, y en 1994 llegó a los estantes de las librerías la considerada mejor de las dos traducciones, por Beatriz y Luis Landau.

Don Quijote en japonés

Entre 1907 y 1917, el japonólogo español Gonzalo Jiménez de la Espada dirigió un grupo de hispanistas en Tokio; el mismo estaba integrado por eruditos como Hirosada Nagata, quien en 1948 traduciría el Quijote a la lengua japonesa.

Don Quijote en quechua

En noviembre de 2005, se publicó la traducción del clásico hispano al quechua sureño con el nombre Yachay sapa wiraqucha dun Qvixote Manchamantan. La traducción fue posible gracias al trabajo de Demetrio Túpac Yupanqui y la edición fue presentada en la feria del libro de Guadalajara, engalanada con bellas ilustraciones de Sarwa, trabajos típicos y costumbristas en tablillas. Por fin, después de 400 años de su publicación, la obra cumbre del idioma castellano ha sido llevada al idioma andino.

Don Quijote en ruso

Si bien la influencia de Don Quijote en la literatura y cultura rusas fue notable, demoró bastante tiempo en aparecer una buena traducción. De hecho, circulaban las versiones inglesa, alemana y francesa en los círculos más cultos. La primera edición rusa del Quijote apareció en 1769: Istoria o slavnom La-Manjskom rytsare Don Kishote y cubría tan sólo los primeros veintisiete capítulos; el traductor fue Ignati Teils (1744-1815), un profesor de alemán relacionado con los círculos ilustrados del conocido progresista y masón Nikolái Novikov; se basó en la traducción francesa de Filleau de Saint-Martin. Veintidós años después aparece en San Petersburgo una nueva traducción, que fue reeditada en 1812 en Moscú con el título de Don Kishot La-Manjsky; su autor fue el intérprete jurato Nikolai Osipov (1751-1799).
 En 1804 se publicó otra traducción obra del poeta Vasili Zhukovski (1783-1852), quien tradujo desde la versión francesa de Jean Pierre de Florian; con su destreza poética logró embellecer lo que hubiera sido una versión mediocre y seca, logrando gran éxito entre el público.
 Pero hubo que esperar a 1838, en que el escritor Konstantin Masalsky (1802-1861) edita la primera traducción rusa del Quijote hecha directamente del texto original de Cervantes; este trabajo fue completado en 1866 por V. Karelin. En 1907, bajo el título de Ostroumno-izobretatelny idalgo Don-Kijot Lamanchesky, salió la nueva traducción directa del español, hecha por la escritora María Watson (1853-1932).
En la época soviética tuvieron lugar importantísimas traducciones, la primera en 1929-1932, versión completa a manos de los filólogos Grigori Lozinsky (1889-1942) y Konstantin Mochulsky (1892-1948). Pero la mejor y la más conocida traducción del Quijote al ruso fue hecha en 1951 por Nikolái Lubímov (1912-1992), por la cual fue galardonado con el Premio Estatal de la URSS en 1978; se la considera la traducción más clásica e inmejorable a la lengua rusa.

Don Quijote en euskera

José Palacio Sáenz de Vitery, escritor alavés del siglo xix natural de Villarreal de Álava, abogado y doctor en Filosofía y Letras, fue gran cervantista y redactor de Crónica de los Cervantistas. Logró poseer la mejor colección de Quijotes de su tiempo y emprendió la traducción al vasco, pero murió dejando incompleta su tarea. La Guerra Civil hizo desaparecer los manuscritos de la versión incompleta en Madrid en el palacio familiar del Paseo del Cisne.
 Con el título de Don Kijote Mantxa'ko se publicó en Zarauz (Guipúzcoa) por la Editorial Itxaropena los dos volúmenes de la primera versión íntegra al euskera de la obra de Cervantes (1976, primera parte, 1985, segunda), siendo el autor de la traducción Pedro Berrondo y el promotor de la edición José Estornés Lasa.

Ediciones de Don Quijote.

  

Hasta el Siglo de las Luces las ediciones de la obra maestra del Siglo de Oro español degradaron en general el texto, salvo la cuidadísima edición de Bruselas por Roger Velpius de la primera parte en 1607. Se consideran habitualmente ediciones clásicas de Don Quijote, en el siglo xviii, Vida y hechos del ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha, Londres: J. y R. Tonson, 1738, 4 vols., edición que publicó Lord Carteret ilustrada con 68 primorosas calcografías dedicada a la condesa de Montijo, esposa del embajador español durante el reinado de Jorge II de Gran Bretaña; el texto se encomendó a un cervantista entusiasta, el judío sefardí residente en Londres Pedro Pineda.
Fue un trabajo crítico y erudito digno del Siglo de las Luces y Gregorio Mayans y Siscar incluyó en ella una Vida de Cervantes que se considera la primera biografía rigurosa del autor.

Picada en su orgullo, la Real Academia Española hizo otra en cuatro volúmenes (1780) que se reeditó varias veces con numerosas modificaciones y rectificaciones y donde los editores incluyeron una introducción crítica con una biografía del autor, un ensayo sobre la novela, Análisis del Quijote, que establece la interpretación clásica de la obra como la feliz conjunción de dos perspectivas, dos tradiciones literarias y dos cosmovisiones, un estudio cronológico-histórico de las aventuras de don Quijote, una serie de grabados y un mapa de España para seguir el itinerario de don Quijote.
Vicente de los Ríos, responsable principal de esta edición de la Real Academia Española, corrigió los errores textuales de las previas ediciones. De nuevo otro cervantista inglés, el reverendo anglicano John Bowle, examinó escrupulosamente el texto y depuró los errores, incluyendo listas de variantes, en su edición de 1781, que es también un monumento de erudición y supera a todas las anteriores; Bowle fue el primero en notar que había dos ediciones en 1605.
 Todos los editores posteriores se aprovecharon de su erudición y generoso esfuerzo. Siguió después la en cinco volúmenes de don Juan Antonio Pellicer (1797-1798), con abundantes notas y atenta a las variantes textuales. Por otra parte, Agustín García Arrieta publicó en Francia unas Obras escogidas de Cervantes en diez volúmenes (París, Librería Hispano Francesa de Bossange padre, 1826, reimpresa por Firmin Didot, 1827). Esta magna obra comprendía el Quijote (I-VI), las Novelas ejemplares (VII-IX) y el Teatro (X). La edición del Quijote es quizá la mejor hasta entonces.
En el siglo xix salió la prolija y muy eruditamente anotada (triplica el número de notas de Pellicer) de Diego Clemencín (6 vols., 1833-1839); posee sin embargo no pocos defectos en el terreno filológico que intentaron corregir las notas de Juan Calderón y Luis de Usoz, en el Cervantes vindicado en 115 pasajes (1854) escrito principalmente por el primero; también son importantes las ediciones de Juan Eugenio Hartzenbusch, una en Argamasilla de Alba, 1863, IV vols., y otra en Obras completas de Miguel de Cervantes; Madrid, Imprenta de Manuel Rivadeneyra, 1863; a esta última cabe agregar un grupo de notas que Hartzenbusch preparó para una segunda edición que no llegó a realizarse y que se imprimieron con el título Las 1633 notas puestas por... D. J. E. Hartzenbusch a la primera edición de «El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha», Barcelona: Narciso Ramírez, 1874.

Ya a finales del xix Clemente Cortejón preparó ambiciosamente una edición que quiso fuera la primera realmente crítica de la obra cotejando nada menos que 26 ediciones distintas, pero el autor murió en 1911 sin ver terminada su obra, cuyo último tomo fue realizado por Juan Givanel y Juan Suñé Benages y salió al fin en Barcelona (1905-1913) en seis volúmenes, sin el prometido diccionario cervantino y con muy sensibles defectos, derivados de los prejuicios del autor contra cervantistas anteriores como Clemencín y la escasa aclaración de sus criterios ecdóticos y filológicos; fue, pues, muy discutida por los cervantistas, que echaron de ver el fárrago extemporáneo de muchas de sus notas, las lecturas injustificadas que forzó, los errores al atribuirse méritos que pertenecían a otros y la general falta de explicaciones y justificaciones a sus cambios, conjeturas y lecturas modernizadas, entre otras razones que hacen muy incómodo el uso de su edición.
 Después de él fueron muy famosas (en parte por la actitud excluyente de su autor respecto a otros cervantistas) las ediciones preparadas por Francisco Rodríguez Marín, quien al menos usaba una metodología, la del positivismo, cada cual más y mejor anotada que la anterior: la de Clásicos La Lectura en ocho tomos (1911-1913); la supuesta «edición crítica» en seis tomos (1916-1917) y la «nueva edición crítica» en siete tomos (1927-1928). La última fue reeditada póstumamente, con correcciones y nuevas notas, en diez tomos (1947-1949) con el título Nueva edición crítica con el comento refundido y mejorado y más de mil notas nuevas); sin embargo, posee los lastres metodológicos del positivismo en cuanto a su abusivo acarreo de información documental y, como el autor carecía de formación filológica, no son verdaderas ediciones críticas, pues no depuró el texto comparando todas las ediciones autorizadas ni señaló siquiera sus cambios en el texto; la de Rudolph Schevill y Adolfo Bonilla y San Martín (1914-1941), posee, sin embargo, un adecuado rigor filológico y ecdótico y se extiende a toda la obra conocida de Miguel de Cervantes; la de Martín de Riquer (la última corresponde a 1996) es la obra maestra de un humanista experto en la vida caballeresca medieval y la del Instituto Cervantes, realizada por un equipo dirigido por Francisco Rico (1998 y 2004), es la última y por lo tanto la más autorizada a causa del gran número de fuentes consultadas para depurar el texto y comentarlo. Son también importantes, por distintos aspectos, entre un número muy crecido de ediciones estimables, las de Emilio Pascual (1975), Juan Bautista Avalle-Arce (1979), John Jay Allen (1984), Vicente Gaos (1987), la de Luis Andrés Murillo (1988), y las distintas, algunas de ellas digitales, de Florencio Sevilla Arroyo (2001).
En 1987 se publica una edición ilustrada por Antonio Saura (Don Quijote de la Mancha, Círculo de Lectores, Barcelona, 1987, 2 vols.) con 195 dibujos del artista aragonés a pluma y tinta china (125 de ellos) y otros 70 utilizando técnicas mixtas.
En 2005 se celebró IV Centenario de El Quijote, motivo por el que la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española promovieron una edición popular basada en la de Francisco Rico y el Instituto Cervantes publicada por Editorial Alfaguara de 500.000 ejemplares.

  

Cervantista.


1. m. y f. Especialista en la vida y la obra de Miguel de Cervantes. U. t. c. adj.


Cervantistas célebres:

  

Pedro Pineda.

 (* 1700; † 1762) cervantista, gramático y lexicógrafo inglés de la primera mitad del siglo XVIII.

Biografía.

De origen judío sefardí, vivió en Londres entregado a la enseñanza de la lengua española y declaró en el prólogo a su edición de Los diez libros de Fortuna de Amor de Antonio de Lofraso haber sido el responsable de depurar el texto para la famosa edición de Don Quijote en español de Londres, 1738. Editó además las Novelas ejemplares, varias novelas pastoriles y la República literaria de Diego Saavedra Fajardo. Al parecer, mantuvo alguna relación, acaso epistolar, con el ilustrado español Gregorio Mayáns y Siscar.
En su Nuevo diccionario español e inglés e inglés y español / A new dictionary, Spanish and English and English and Spanish, Londres, 1740, utilizó por primera vez un diccionario monolingüe como base de la parte inglés-español (en los diccionarios precedentes apenas superaba la condición de apéndice), introdujo el registro hablado y un mayor orden en las definiciones.


Famosa edición de Don Quijote en español de Londres, 1738. 

Encuadernación real inglesa, Jorge IV



Vida y hechos del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha compuesta por Miguel de Cervantes Saavedra. En cuatro tomos.

Londres, J. y R. Tonson, 1738. En folio. 4 volúmenes. -I: Frontis, retrato, vi-iv-viii-103 pp., (1) h., xx-(4)-296 pp., 17 láminas. -II: (6), 333 pp., 10 láminas. -III: vii-(5), 311 pp., 16 láminas. -IV: (8), 368 pp., 25 láminas 

Encuadernación inglesa en maroquín oliva con cortes,cantos y contra cantos dorados.Filetes, ruedecilla dentada que enmarca hierros que alternan mazorcas de maíz abiertas(emblema heráldico del Principe de Gales) pináculos y motivo floral trenzado.
En planos centrales gran motivo romboidal alternando circulos coronados con mazorcas en su interior dispuestas en forma de cruz alternando con pináculos,motivo floral y cornonas en puntas.
Lomos con calles y nervios cuajados mostrando diseño con coronas y pináculos rematados con rameados en las esquinas. Un estudio de Los hierros nos ha permitido conocer a través de la base de datos de la British Library en donde se ha podido constatar que se trata de una encuadernación de "tipo Harleiano" por las decoraciones de los planos. 

Estas encuadernaciones aparecen durante el reinado del Rey Jorge IV, fundador de la British Libray, que donó su biblioteca a la nación inglesa en 1823. El origen de una encuadernación tan rica pudo tener que ver con un regalo diplomático, o bien a un amigo o conocido del entorno real. 
Se las llama Harleianas, porque el Rey adquirió la biblioteca y archivo de Lord Harley, conde de Oxford, aristócrata de un gusto exquisito y gran coleccionista cuya biblioteca y archivo sirvieron a su muerte de núcleo fundacional de la British Library. 

El texto corregido por Pedro Pineda resulta muy esmerado, pues aparte de tener a la vista las mejores ediciones corrientes, parece que también compulsó las primitivas de Cuesta. El retrato de Cervantes, obra de Kent, es conforme al auto-retrato escrito por el propio Cervantes en el prólogo de sus Novelas.
Las 68 láminas fueron dibujadas por Vanderbank y G. Keny, y grabadas en cobre por Vander Gucht, Verthe, Baron y Claude de Bosc. La obra está además enriquecida con la primera vida que tenemos de Cervantes."Las más (veces) copia a las (ediciones) de Bruselas de 1607, 1611, y 1662.

Londres, J. y R. Tonson, 1738

Nota

Poco se ha dicho de Pedro Pineda, y poco se puede decir, aunque a su cargo estuviera editar el texto del primer Quijote cuya forma editorial trató de expresar el creciente prestigio que la obra de Cervantes iba adquiriendo en las letras europeas. Es sabido que ese proyecto se gesta en Inglaterra, que ve la luz en 1738 en la casa editorial de Jacob y Richard Tonson, y que es una evidencia más de la presencia de Cervantes en la literatura inglesa del siglo XVIII, tan obvia en Fielding, Sterne o Smollett.
Todavía en aquel tiempo las mejores ediciones en español seguían siendo las flamencas en octavo, y el Quijote de la Academia impreso por Ibarra, -que es de hecho  el equivalente hispánico de esa edición-, llegaría varias décadas después.
Consecuencia curiosa del prestigio creciente de la obra de Cervantes es la lectura atenta que empezó a merecer el escrutinio de la biblioteca de don Quijote. A ella se debe a veces una cierta confusión entre los juicios estéticos del autor y los libros que Pero Pérez, el cura del lugar, salvaba de la hoguera. En ocasiones esa lectura derivó en una cierta fortuna editorial.
Que en 1778 Antonio de Sancha reeditase la Diana enamorada de Gil Polo, o que en 1804 la Real Academia dedicase uno de los primeros experimentos de la estereotipia en España al Aminta de Jaúregui no son probablemente hechos ajenos a ella, pero quien sin duda la tuvo en cuenta fue Pedro Pineda cuando se decidió a editar en 1740 Los diez libros de Fortuna de Amor, de Antonio de Lo Frasso.

Londres, J. y R. Tonson, 1738

 Hasta entonces, además de su intervención en el Quijote de Tonson, se debían a la iniciativa de Pineda una edición de las Novelas ejemplares (La Haya, 1739) y otra de la Diana de Gil Polo (Londres, 1739). Más tarde revisará también para su publicación la República Literaria de Saavedra Fajardo (Londres, 1744). Muchas de las ediciones de Pineda están dedicadas a damas de buena posición (la duquesa de Richmond, Isabela Sutton, María Fane, condesa de Westmorland, Emilia Mason), casi siempre acompañadas de comentarios en alabanza a su conocimiento de la lengua castellana.
De esas y otras dedicatorias y de la propia intitulación que emplea ocasionalmente se ha deducido que Pineda se ganaba la vida como profesor de español razonablemente situado en la corte inglesa, y a esta actividad se deben casi todas sus publicaciones restantes: una Corta y compendiosa arte para aprender a hablar, leer y escrivir la lengua española (Londres, 1726), un Nuevo Diccionario, español e ingles, e ingles y español, que contiene la etimologia de la propria y metaphorica significacion de las palabras, términos de artes y sciencias (Londres, 1740), y un Fácil y corto methodo, o introducción para aprehender los rudimentos de la lengua castellana (Londres, 1750).
Es autor también de una lisonjera Synopsis de la genealogia de la antiquissima y nobilissima familia Brigantina o Douglas (Londres, 1754), que vuelve a sugerir su vinculación profesional con la nobleza británica. Lo que se sabe de él hasta ahora procede de la misma fuente: los datos que se extraen de sus publicaciones, muchas veces de forma indirecta.

Londres, J. y R. Tonson, 1738

Se le ha supuesto judío o protestante, quizás andaluz, emigrado en 1717 a  Londres probablemente por razones religiosas, opuesto a la recién instaurada dinastía borbónica española, muy crítico con la jerarquía católica.
 Se sabe que su Diccionario y su Método fueron incluidos por la Inquisición en el Índice de libros prohibidos mediante un edicto de 1755. Se sabe también que hacia el final de su vida obtuvo un subsidio de la monarquía inglesa. Sus trabajos lingüísticos no han merecido atención de la crítica sino hasta fecha reciente.
 Dos de ellos han sido interpretados como refundiciones ampliadas de otros ajenos: la Corta y compendiosa arte a partir de la gramática de Jean de Vayrac, el Diccionario a partir del de John Stevens. Su trabajo como editor del Quijote fue ya criticado por Bowle en su propia edición de 1781, pero en la actualidad se aprecian tanto sus defectos como sus aciertos en el contexto cronológico del que surge.

  

John Bowle.


Londres-Salisbury, B. White, P. Elmsley, T. y T. Payne, J. Robson y Edward Easton, 1781.― 3 vols.―Edición de John Bowle (1725-1788).


 (* 1725 - † 1788), humanista y cervantista inglés, el mejor editor del Don Quijote en el siglo XVIII y el primer editor "moderno" o "científico". Fue el primero a designar Don Quijote "una obra clásica", y el primero a quien el término hispanista fue aplicado.
Poseedor de vastos conocimientos casi enciclopédicos, procedía de una familia de eruditos y profesores y fue ministro de la Iglesia de Inglaterra. Pasó varios años de estudiante en Oxford, donde obtuvo el grado de maestro en Artes. Toda su vida posterior transcurrió en la aldea de Idmiston, a diez kilómetros de Salisbury. Allí se dedicaba a sus pasatiempos favoritos, la lectura y la caza. Su padre y abuelo murieron cuando contaba apenas veinte años, y su mujer falleció a los cuatro años de casados dejándole dos hijas. La mayor murió a los catorce años y la menor se casó con su primo, hijo del único hermano que tuvo Bowle, y vivió en el mismo pueblo.
 Bowle vivió sólo de las rentas de las tierras que había heredado, por lo que pudo consagrarse a sus aficiones eruditas y cinegéticas. Hizo frecuentes viajes a Salisbury y Londres para completar su nutridísima biblioteca y sostuvo una caudalosa correspondencia, que por buena suerte ha sobrevivido; parte de ella ha sido editada por el cervantista Daniel Eisenberg. Sobre todo se intercambió con dos amigos suyos, el medievalista Thomas Percy y John Dillon.

Conocía las literaturas italiana, francesa y española al dedillo y se distinguió como medievalista, con estudios sobre la pronunciación del francés medieval y sobre el Roman de la Rose.
 En 1777 publicó, como anuncio de su futura edición, su Letter to the Rev. Dr. Percy concerning a new and classical edition of the History del valeroso Cavallero Don Quixote... to be illustrated by annotations...; en 1781 aparece en el Gentleman's Magazine su biografía de Cervantes, y en el mismo año salen los seis tomos de su monumental edición de Don Quijote: texto, cuatro tomos; notas (en español), uno; índice, uno.
Esta edición, a la que consagró su autor parte de su vida, y que incluyó el primer mapa de la ruta de Don Quijote, fue fuente inagotable de notas e informaciones para los posteriores anotadores (Juan Antonio Pellicer, Diego Clemencín, Francisco Rodríguez Marín, etc.) y sin duda es la mejor edición de la obra cervantina que se hizo en el siglo XVIII, además de ser la primera con notas, índices y líneas numeradas. Se documentó con esmero, leyendo toda suerte de libros de caballerías y fuentes italianas y españolas de las que se nutrió Cervantes. Como muestra de su penetración crítica, baste decir que fue el primero en percibir que hubo dos ediciones en 1605 de la primera parte de la obra, y eso que sólo pudo ver la segunda de ellas. También fue el primero en valorar la edición de 1608 de la primera parte.

ex libris John Bowle

Bowle decidió usar el español para sus contribuciones (Prólogo, Notas, Índices), una decisión más que lógica, que ha contribuido mucho al uso posterior de su edición por otros editores. Sin embargo, Bowle, por buen lingüista que fuera, no podía escribir correctamente el castellano, ni buscó a quién se lo corrigiera; hay abundantes faltas de ortografía, apócope ("Primero tomo", etc.) y uso de arcaísmos sin saberlo (Ingalaterra). Sufrió los ataques del viajero e hispanista Giuseppe Baretti, quien dedicó todo un libro a ponerle en ridículo (Tolondron. Speeches to John Bowle about his Edition of Don Quixote). El impacto de la obra fue sin embargo considerable entre los cervantistas contemporáneos, que no pudieron ignorar tan colosal esfuerzo de erudición y crítica.
 Sin embargo, no ha llegado a haber una reimpresión facsímil de esta monumental edición sino hasta 2006, por la casa hispanística norteamericana Juan de la Cuesta, al cuidado del eminente cervantista Daniel Eisenberg, quien ha editado también mucha de la correspondencia de Bowle y su Letter to... Percy.

  


Otros ilustres cervantistas.

Otros ilustres cervantistas, pasados y presentes, cuyas obras forman parte de nuestro acervo bibliográfico son:

Amalia Billi Di Sandorno (1895-1958). Historiadora, investigadora, profesora de Lengua, escritora y columnista, Amalia Billi di Sandorno es una de las Cervantistas más reconocidas. Estuvo tanto en España como en Italia investigando en los archivos para documentarse y poder así recabar información de las propias fuentes primarias para elaborar sus obras, entre las que destacan aquellas sus obras cervantinas.

Diego Clemencín (1765-1834). Desempeñó importantes cargos públicos durante el Trienio Liberal y fue un ferviente cervantista aunque sus comentarios se centraron en El Quijote. Como historiador manejó abundantísima documentación de Simancas para elaborar el Elogio de Isabel la Católica.

Martín Fernández de Navarrete (1765-1844). Perteneció a las principales academias y sociedades culturales de su época, llegando a ser director de la Real Academia de la Historia (1824). En 1819 publicó su Vida de CervantesVida de Cervantes. Enlace externo, se abre en ventana nueva., una de las obras cumbres para entender al escritor universal, y que supuso la recuperación de "El Quijote" en el siglo XIX.

Jean Canavaggio (1936-2023). Catedrático de Literatura Española y antiguo director de la Casa de Velázquez. Encargado de direigir la edición de las Obras Completas de Cervantes para la famosa editorial Gallimard de París, él mismo editó algunas de sus obras, como Los baños de Argel y sus Entremeses; gran especialista en su teatro.

Alfredo Alvar Ezquerra (1960-). Director de un Grupo de Investigación en el CSIC, “Humanismo y Siglo de Oro: una historia social” y vocal del Patronato y Miembro de la Comisión permanente del Archivo General de Simancas, (desde noviembre de 2015). Es el coordinador científico de varios proyectos del Google Cultural Institute sobre Cervantes, y en este contexto ha publicado en 2016 el libro “Una ingeniosa locura. Libros y erudición en Cervantes”.

ANEXO

  

Esculturas de Dulcinea y Don Quijote en El Toboso.

Dulcinea del Toboso es un personaje ficticio de la novela El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha,​ escrita por Miguel de Cervantes. Mujer imaginaria y perfecta corporeizada en otros personajes e inspirada en la campesina Aldonza Lorenzo, hija de Lorenzo Corchuelo y Aldonza Nogales, Dulcinea es la encarnación de «la Belleza y la Virtud».​ Nunca tenemos su punto de vista, ya que no habla ni aparece "en persona" en la novela, sin embargo, su presencia se menciona tantas veces en la obra y se le cita tanto, que puede ser considerada como un personaje más.

Primera Parte

Don Quijote, protagonista de la novela, es un hidalgo caballero que decide salir en busca de aventuras. La tradición impone, según las lecturas que le sirven de inspiración, que todo noble caballero tenga una dama en su corazón a quien dedicarle sus victorias. Cervantes lo cuenta así:

«Se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo ni le [en algunas ediciones, "se"] dio cuenta de ello.»

«Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla 'Dulcinea del Toboso' porque era natural del Toboso: nombre, a su parecer, músico, peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.»
Es decir, mientras Aldonza Lorenzo es un personaje real dentro del mundo ficticio de la novela, Dulcinea del Toboso es una mujer imaginaria nacida de las lecturas y obsesiones del protagonista, solo vagamente basada en la mujer «histórica».
El retrato que Cervantes hace de Aldonza es el de una labradora, fuerte, ni muy modesta ni muy limpia, víctima ocasional de la lascivia y, para colmo de lo que se podía esperar en esa época, morisca. 
El escritor la presenta siempre en un entorno humorístico, irónico, casi cruel, con frases como «dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda La Mancha».
​ Nada más contrapuesto a la Dulcinea idealizada, que don Quijote imagina como una joven «virtuosa, emperatriz de La Mancha, de sin par y sin igual belleza». Sin embargo, cuando habla de ella con Sancho Panza, su escudero la identificará con la hija de Lorenzo Corchuelo y Aldonza Nogales,​ que en la acción de la obra cervantina nunca llega a aparecer.

Don Quijote, Segunda Parte

En la Segunda Parte de la obra, Dulcinea continúa centrando parte de la acción, y don Quijote, prototipo ya del héroe desafortunado (antihéroe), sigue empeñado en encontrarla.​ Llegados al Toboso, Sancho, que intenta dulcificar la locura de su amo y dejar de sufrir palizas a causa de ella, le presenta a una supuesta Dulcinea. Don Quijote, que sólo ve allí una labradora maloliente y hombruna, lo atribuye a un supuesto "encantamiento"; pasará el resto del libro buscando cómo desencantar a su amada, sin llegar a conseguirlo.

El Toboso es un municipio y localidad española de la provincia de Toledo, en la comunidad autónoma de Castilla-La Mancha.

  

10 curiosidades sobre Don Quijote de la Mancha.


1. El famoso "lugar de La Mancha".

Aunque en el arranque de su gran obra Cervantes no quisiera acordarse de aquel lugar, todo apunta a que existió realmente. Múltiples estudios se han realizado sobre la materia y la mayoría apuntan a la localidad de Ciudad Real, de Villanueva de los Infantes, en el centro de la península Ibérica.

2. La obra original tiene dos partes.

Un dato importante pero no conocido por todo el mundo es que El Quijote tiene dos partes. La primera titulada El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha fue escrita en 1605 e impresa en Madrid. Tenía numerosas erratas por culpa de las prisas que imponían desde la editorial. Consiguió un éxito formidable pero el autor no obtuvo casi beneficio por culpa de las ediciones piratas que se hicieron de la obra.
La segunda parte se publicó años después, en 1615, bajo el título El ingenioso caballero Don Quijote . Su publicación también fue precipitada a causa de las injurias que estaba recibiendo y los robos literarios que se estaban haciendo. Cervantes dejó patente su enfado y desde el capítulo 59 de la obra se pueden leer ridiculizaciones al falso Quijote.

Solo hasta 1617 se publicaron las dos partes en Barcelona. A partir de ese momento se convirtió en uno de los libros más editados del mundo, traducido a casi todas las lenguas del mundo.

3. Polémica sobre si fue escrita en la cárcel.

Dos son los momentos de la vida de Cervantes que se antojan ideales para sostener la teoría de haber sido escrito en la cárcel: el otoño de 1592, fecha de su estancia forzosa en Castro del Río (Córdoba), y los últimos meses de 1597, cuando fue encarcelado en la prisión de Sevilla. En todo caso, puede que en su Prólogo Cervantes utilice el término "engendrar" más como sinónimo de "imaginar" que de "escribir" o "redactar".
En el prólogo de la obra habla sobre su paso por la cárcel y cómo en ese lugar nació Don Quijote. No se determina si lo que nació allí fue la idea del libro o la propia redacción del mismo.

4. Es el segundo libro más traducido en el mundo.

Únicamente superado por la Biblia, ha sido traducido a más de 50 idiomas y es considerado como la primera novela moderna. Además, se puede considerar cómo el libro más vendido de la historia, sin considerar la Biblia y otros textos religiosos, ha conseguido vender más de 500 millones de copias en diferentes idiomas.


5. Tiene casi 400.000 palabras.

El Quijote contiene unas 381.000 palabras, un número que varía si hablamos de castellano antiguo o de su versión actualizada. De todas ellas casi 23.000 son términos diferentes, el decir, no repetidos.

6. La primera traducción de Don Quijote de la Mancha.

Fue en 1608 cuando se tradujo por primera vez esta obra. Fue al inglés, traducido por el irlandés Thomas Shelton. Este hizo una traducción casi literal del libro por lo que el resultado no se entendía correctamente. Años después aparecieron otras traducciones, no literales y con más calidad.

7. Nunca dice eso que dicen.

Entre todas las frases hay una que ha pasado a la posteridad como una de las citas más célebres del Quijote... pero que en realidad no aparece en el libro. Se trata del manido "Ladran, Sancho, señal que cabalgamos". Cervantes no escribió esa frase y, es más, ni siquiera hay alguna parecida en el Quijote. Se trata de la versión popularizada de un fragmento del poema Labrador (1808) de Goethe: "Pero sus estridentes ladridos; solo son señal de que cabalgamos".

8. La copia más cara del mundo.

En 1989, una copia de Don Quijote de la Mancha se vendió por 1.5 millones de dólares. Se trataba de la primera edición que se encontraba en excelente estado y de los cuáles solo existen un par de ejemplares. Con este dato este libro entra dentro de la lista de los más caros de la historia del mundo.

9. Significado propio en el diccionario de la Real Academia.

La trascendencia del personaje de Cervantes es tal que tiene su propia entrada en la RAE... y con dos acepciones. La primera hace referencia a su carácter y filosofía "Hombre que, como el héroe cervantino, antepone sus ideales a su provecho o conveniencia y obra de forma desinteresada y comprometida en defensa de causas que considera justas", mientras que la segunda se refiere a su aspecto físico: "Hombre alto, flaco y grave, cuyo aspecto y carácter hacen recordar al héroe cervantino".

10. Cervantes no obtuvo beneficio de su obra.

Aunque El Quijote se convirtió en lo que hoy se llamaría un éxito de ventas al poco de su lanzamiento, Cervantes solo obtuvo un 10 por ciento de los beneficios. Por aquel entonces los escritores vendían la licencia de impresión de su obra a la editorial, por lo que perdía la impresión del texto y sus ganancias. 
También es importante recordar que Cervantes falleció en 1616 un año antes de la publicación, por una editorial de Barcelona, de la obra de Cervantes uniendo las dos partes. Por estos motivos, no pudo disfrutar de ningún beneficio adyacente a la venta de su libro.

  

Entrevista:Martín de Riquer | 400 AÑOS DE UNA NOVELA MODERNA

Winston Manrique Sabogal
06 nov 2004

Aunque nunca ha estado en la Mancha literaria conoce mejor que nadie esas tierras de viñedos y olivares cubiertas por azules intensos pero también con soles que bien podrían derretir el cerebro de algún caballero andariego. La ha recorrido desde pequeño siguiendo los pasos de Alonso Quijano y Sancho Panza al adentrarse en la lectura de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. "Es el que más sabe", "conoce el Quijote línea a línea", "es el maestro de todos", "es un erudito cervantino", "gracias a él sabemos más del Quijote", y así una retahíla de frases elogiosas para un mismo destinatario: Martín de Riquer Morera (Barcelona, 1914), cuya edición de la novela de Cervantes ha leído la mitad de los españoles del siglo XX. 
Son casi ochenta años con el caballero y su escudero a los que se refiere aún con admiración y familiaridad, y de quienes ha heredado el espíritu jocundo del mundo al cual pertenecen.

PREGUNTA. ¿Qué le diría a alguien que no ha leído el  Quijote?

RESPUESTA. ¡Felicitarlo! Lo felicitaría porque le diría que aún le queda en esta vida el placer de leer el Quijote. Y añadiría que luego, cada determinado tiempo, se lee una o dos veces. Después se hojea, se va en busca de aquellos pasajes que más nos gustaron. Hasta que se llega a sentir muy familiar. Con el tiempo me he dado cuenta de que muchos cuando llegan a la parte de El curioso impertinente se la saltan, y esto dice mucho a favor del Quijote, demuestra que la gente está interesada en las aventuras, y de repente aquella historia tan larga, que no tiene nada que ver con el argumento central uno quiere pasarla de largo, para volver a la esencia del libro.

P. ¿Lo ha leído recientemente?

R. Siempre hay momentos en que lo leo porque he dirigido varias ediciones. Pero lo que suelo hacer es abrirlo al azar y siempre se sale ganando, da buen resultado.

P. ¿Recuerda a qué edad leyó por primera vez la novela?

R. Era pequeño... Recuerdo que la leí en una edición muy grande que había en casa. La tuve que leer echado en el suelo para poder pasar las páginas.

P. ¿Era una edición resumida o completa?

R. ¡No, no, era completa! Lo que pasa es que era de folios grandes. La leía poco a poco, y me surgían cosas que no entendía. Además, un día caí en la cuenta de que estaba leyendo un libro que se burla de otros libros, los de caballería, y pensé:
 "O sea que me estoy leyendo la burla y no conozco la verdad". 
Pero seguí con la lectura hasta que me pregunté: 
"¿Cuáles son los libros de los que se burla Cervantes?". 
Así es que después me puse a averiguar por los libros de caballería y di con títulos como el Tirant lo Blanc, que es muy bueno, aunque es uno de los que precisamente no se burla Cervantes.

P. ¿Cuáles son los mejores recuerdos de esa primera lectura del Quijote?

R. Me divertía mucho cuando no pasaba nada y hablaban y hablaban. Esos pasajes en los que don Quijote y Sancho Panza van por los campos hablando. Es que tienen mucha gracia cuando comentan una aventura, o cualquier cosa. Me gustaban mucho esos diálogos. La manera en que Cervantes usaba el lenguaje popular en Sancho sin llegar nunca a rústico, sin llegar a ser nunca una paparruchada. Es un campesino que habla bien, pero como campesino. Don Quijote, en cambio, habla como un hombre con muchas lecturas, así que el contraste es muy bonito.

P. ¿A parte del diálogo y el lenguaje que menciona, cuáles son los principales aciertos de la novela?

R. Tengamos en cuenta que es una novela sin argumento o que por lo menos su argumento se puede resumir en dos palabras: un caballero se vuelve loco por los libros de caballerías, quiere imitarlos y queda desengañado. No hay trama; no hay misterio. Además es una de esas novelas que nunca vuelven hacia atrás. Es una novela itinerante, de camino, como la picaresca, donde lo que se mueve es el paisaje.

P. ¿Y en qué radica el gran hallazgo del libro y el éxito de entonces y de ahora?

R. ¡La invención! El ocurrírsele hacer una novela de un chiflado por la literatura. No se puede pedir novela más literaria. Todo el Quijote está empedrado de alusiones literarias, la mayor parte malévolas. Es un libro para gente que conoce la literatura. Por esto sorprende mucho su éxito popular y de manera tan inmediata. Pensar que en un año se hicieron tres ediciones, y dos clandestinas. El éxito, de entrada, es la novedad. 
En aquel momento es el hecho de encontrarse con una parodia exagerando las cosas. Imaginemos que hoy día un escritor hiciera una novela en la cual se burlara de las obras de ciencia-ficción, pero contada con tanta tanta gracia que desde entonces la gente dejara de leer novelas de ciencia-ficción.

P. ¿Con qué personaje se quedaría?

R. Es muy difícil... Aunque hay personajes que pasan inadvertidos pero que son geniales. Como el Primo, que aparece en la segunda parte, pero que nunca se sabe de quién es primo; aunque todos le dicen "primo, primo". Es aquel chiflado por las humanidades, quiere hacer obras humanísticas, comentar a Ovidio y demás; está chiflado, chiflado, chiflado. Así que aquellos diálogos entre el Primo y don Quijote son una delicia. Pasan cosas, del mismo modo que cuando uno lee una novela y entiende a un personaje cuando aparece su padre o alguien allegado. En el Quijote pasa igual, que entiendes a Sancho cuando aparece su mujer con sus refranes, y es cuando dices:
 "Tal para cual. Ahora los entiendo, son el complemento".
P. ¿Y qué se puede decir de don Quijote, resultado de lecturas de libros de caballería?

R. Es muy difícil, porque todos estos personajes literarios como él o Hamlet admiten toda clase de interpretaciones y todas son verdaderas y todas son falsas.

P. Pero Cervantes aclara en el prólogo que sólo busca entretener y burlarse de los libros de caballería. ¿Por qué entonces tantas interpretaciones?

R. Él deja claro que su pretensión es entretener, y es un libro que entró en España como libro divertido. Tanto que se habla de aquella famosa anécdota en la que un estudiante estaba en los jardines de palacio riéndose solo y el rey dijo:
 "O está loco o leyendo el Quijote".
 Esto quiere decir que la gente entendió el mensaje de Cervantes y lo interpretó como una novela para reír. Él busca el entretenimiento, sin duda. Y la verdad es que no podía imaginarse que iban a surgir múltiples interpretaciones, como la del romanticismo, por ejemplo, que vería el libro como la lucha del idealismo ante el fracaso. Nunca se le ocurrió presentar esa interpretación romántica, pero por otra parte siempre admisible como todas las interpretaciones. 
Lo curioso es que en ninguna época se ha tenido que reivindicar la novela. No ha pasado ningún momento en que no se haya editado. Por eso, cuando hay gente que dice que se lee poco, yo contesto:
 "En la actualidad, cada año se publican cuatro o cinco ediciones y no hay ningún editor que tenga un Quijote pudriéndose en bodegas. ¡No se ha agotado el comprador del Quijote!" .

P. ¿Son necesarias tantas interpretaciones cuando años después de aparecida la novela pasaron de moda los libros de caballería y con ello el objeto y motivos de burla de Cervantes?

R. Lo que es interesante es la interpretación académica universitaria. Fíjese usted que el gran prestigio de Shakespeare es que todos los ingleses constantemente están explicándose a Shakespeare, y los italianos, a Dante. Ha pasado siempre. En toda la cultura griega Homero era básico y la gente lo comentaba en las conversaciones y mezclaba versos; como pueden hacer los italianos con Dante o los ingleses con Shakespeare, recitando frases y acogiendo pensamientos.

P. ¿Por aquello de que la obra de arte la completa el lector o el espectador?

R. Y porque la asimila la cultura... En España no pasa tanto. El Quijote no hace interpretaciones, ni siquiera la más famosa y popular, que señala "con la iglesia hemos topado", cuando lo que él dice es "hemos dado"; pero quien quiera dar interpretaciones anticlericales, que las haga, aunque Cervantes no las da. Él no tiene dobles intenciones. En la segunda parte sí está más comprometido con España, pero sin dobleces, es directo y sencillo en lo que piensa.

P. Entre las diferentes versiones sobre la inspiración de Cervantes del lugar y el personaje, ¿con cuál se queda?

R. Parece que es evidente que es Argamasilla de Alba el "lugar de la Mancha" del cual no quiere acordarse. Allí, en la iglesia, hay un cuadro de Rodrigo Pacheco, un personaje del pueblo en quien estaría inspirado el Quijote. Lo que Cervantes deja claro es que es en una cárcel donde tuvo la idea.

P. ¿Ha estado usted en Argamasilla?

R. No, no, la ruta del Quijote no la he hecho...

[Y Martín de Riquer guarda silencio para encender su pipa mientras sigue sentado en un sofá del gran salón de su casa de paredes cubiertas de libros. Está de espaldas al ventanal del jardín por donde se cuela el sol que se abre paso entre las nubes otoñales de Barcelona. Se recuesta y, tras un soplo de humo, su voz retorna suave y pausada].

...Además creo que ya no voy a hacer la ruta. La he visitado en las páginas.

P. ¿Algún consejo para los próximos primeros lectores del Quijote?

R. Para la gente de lengua española es el patrimonio. Es inimaginable un inglés culto que no conozca a Shakespeare o un italiano a Dante. Ésa es la más espectacular expresión de una lengua. Es un libro al que toda mi vida le he dedicado muchas clases. Lo he leído en múltiples ediciones que he dirigido o asesorado. Así es que les diría que sólo empiecen, porque estoy seguro de que luego les va a encantar. Es que el Quijote es un veneno porque cuando lo cogen ya no lo sueltan. Lo que no se debe hacer es imponerlo.

P. ¿Está de acuerdo con las ediciones breves o resumidas para los niños?

R. Están bien. Es un primer acercamiento. Hay que reconocer que para un niño es un libro grueso. Por eso está bien hacer esas ediciones, pero manteniendo el lenguaje siempre. Conservar, por ejemplo, el hablar espontáneo de Sancho, sin ser palurdo, ese lenguaje de pueblo que no dice tonterías.

P. ¿Se puede hablar de valores del Quijote hoy?

R. Es muy difícil de enunciar. Cervantes mezcló ahí todos los géneros, incluso tiene apartados autobiográficos.

P. Realidad y ficción en un solo mundo.

R. Pero yo creo que él ni se lo planteaba. Simplemente recordaba unas cosas y se inventaba otras. La primera parte es más vaga y atemporal. En cambio en la segunda ya hay un itinerario, una pequeñísima intriga con el Bachiller Carrasco.Cervantes lo basa todo en un estudio de una anormalidad mental. Por eso, cuando uno lee aquello de ingenioso hidalgo, piensa:
 "El Quijote de ingenioso no tiene nada. ¿Acaso el ingenio es la locura? Es ingenioso en el sentido de desequilibrado".
 ¡Está chiflado! No olvidemos que es un loco. Esto lo olvida mucha gente, por eso la novela se acababa cuando él recurre a la razón.

P. Un chiflado culto que hoy nos recuerda la belleza de un castellano antiguo.

R. Porque él se cree un caballero. Con los arcaísmos lo que busca es una imitación del estilo de esos libros de los cuales se burla. Esto hacía gracia en su época porque se daban cuenta de que era una burla, una parodia. En cambio hoy ha dejado de hacer gracia, la gente no entiende que se está burlando de un castellano antiguo. Es un libro curioso, la parodia es de una literatura que no hemos leído. Hay que leer primero la parodia y luego lo parodiado para entenderlo en su idea genuina. Leer alguna novela de caballería disparatada, y hacerlo como quien lee prehistoria.

P. ¿Con qué literatura de hoy podría uno enloquecer?

R. Con la de detectives. Y es natural que la gente se apasione porque el buen libro de detectives es un reto. Lo importante es que el autor no haga trampa. Además, estoy seguro de que más de uno se habrá hecho detective por leer esos libros, o se creerá detective en determinadas circunstancias de la vida real y cotidiana. Un pequeño chiflado.

Martín de Riquer, en su casa de Barcelona, publicó su primera edición anotada del 'Quijote' hace 60 años, en la editorial Juventud.Martín de Riquer, en su casa de Barcelona, publicó su primera edición anotada del 'Quijote' hace 60 años, en la editorial Juventud.CARLES RIBAS

Biblioteca personal.

Tengo varias ediciones de Don Quijote en mi biblioteca.


Itsukushima Shrine.

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