Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti;
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"Ten el valor de la astucia que frena la cólera y espera el momento propio para desencadenarla”.
"Soy el castigo de Dios, si no hubieses cometido grandes pecados, Dios no habría enviado un castigo como yo sobre ti"
Gengis Kan
La horda y la Khaleesi
Partamos de un hecho: los Lannister son despreciables. Han armado la de Dios es Cristo con un incesto, para después cargarse a un rey borracho al que dominaban sin demasiado esfuerzo. Sí, los Lannister son los malos de la película, pero Benioff y Weiss, showrunners de Juego de Tronos, se están pasando de la raya (o del Muro, según prefieran). En Poniente nadie es un santo y la coalición que se husmea de todos (Stark, Targaryen, Tyrell, Martell y Arryn, Meñique mediante) contra Cersei es una simplificación que –si no hay giro en el guión- se carga el rollo multipolar que era la gracia última del mundo de GRRM.
Así, a las puertas de una guerra –a grandes rasgos- de los Lannister contra todos, el bando de los leones aparece como la causa perdida. En un ejercicio de abstracción, un campesino del centro de Poniente preferiría en la situación actual seguir aguantando el sistema señorial áspero de los Lannister que tragar con una nueva guerra por culpa de una chiflada hija de un chiflado. Una niña que viene acompañada de miles de orangutanes a caballo y de tres dragones.
Al lío, ¿qué opciones tiene Daenerys Targaryen de vencer a las tropas de Poniente? Muchas, claro. Muchas aún si su principal activo, los dragones, los cede a Jon Snow para luchar contra la amenaza zombie. Es una teoría que han barajado muchos fans, que no es en absoluto descabellada. Además, vistos los apuros que vendrán contra los Caminantes Blancos ¿Quién no le dejaría a su sobrino unos simpáticos lagartitos que escupen fuego?
Si el Norte concentra todas sus fuerzas en contener a los Otros, Daenerys cuenta aún con aliados, de facto, como los Tyrell o los Martell. Tiene a Tyrion de su parte, lo que asegura el conocimiento del terreno, con la posterior gestión de los ejércitos.
Numéricamente, por tanto, la Madre de los Dragones tiene todas las de ganar. Pero ¿si Euron Greyjoy, triunfaría la invasión? ¿Qué referencia nos deja la historia?
Para nada la ventaja numérica significa algo bueno para los Targaryen. Traer un ejército dothraki a Poniente y mantenerlo es ya un milagro logístico. Como base tenemos referencias del coste diario que suponía mantener el contingente de caballería de Napoleón en Rusia: 6 kilos diarios de heno para cada montura. Extrapolando esto a Poniente, los 100.000 dothrakis precisarían de unas 600 toneladas diarias de heno. En el improbable caso que durante la travesía desde Essos hayan sido bien alimentados, en Poniente ¿cómo se va a proceder a alimentar tamaño ejército sin una logística bien preparada? Como vemos no somos los primeros en plantearnos esta cuestión... (ver enlace).
Otro factor que distorsiona el plan es la propia orografía. Una ojeada a un mapa físico de Poniente revela que los puertos más apropiados para desembarcar los ejércitos están en el este, ya que King’s Landing está ocupado por los Lannister. El pacto de Cersei con Euron no ha supuesto el cortocircuito de las comunicaciones por mar, pero las complica sobremanera.
Muchas dudas plantea también la infantería pesada de los Inmaculados como tropas de asedio de la capital Lannister, Roca Casterly, rodeada de una zona montañosa. Tanto los dothraki como los Inmaculados se pueden desplegar con efectividad en la llanura, pero la historia es meridianamente clara sobre el desempeño de las unidades de caballería en la conquista de zonas altas. Los contingentes que ha traído Daenerys a Poniente no pueden hacer mucho si no actúan en el llano, y solo la zona del Dominio (de los Tyrell, aliados de Daenerys ahora) parece adecuada.
La inspiración de los dothraki, un pueblo del continente de Essos, surge de las tribus de la estepa asiática y en concreto de los jinetes mongoles y otras hordas de origen túrquico. El vocabulario presenta concomitancias claras (los jefes, khal, relacionado con los khan) y otras algo menos (khalassar se parece fonéticamente a los caravasares turcos).
Nadie quiere a un dothraki en su jardín y bien se le aconseja a Daenerys que no los pasee mucho, pues son bárbaros y su presencia puede fomentar un alzamiento patriótico de los ponentinos cuando vean sus tierras dominadas por unos salvajes. Los dothrakis tienen varias connotaciones. Si recordamos a uno de los grandes filósofos de la historia (en el sentido de estudioso de la historia), el tunecino Ibn Jaldún, exponía el ciclo entre nómadas y sedentarios. Apuntaba el valor regenerador de los nómadas y la dicotomía histórica ciudad-desierto.
En fin, Ibn Jaldún nos recordaba que la relajación de costumbres de las civilizaciones urbanas, la existencia de la corrupción en el estado, la degradación de las costumbres, tiene su contrapunto en las colectividades nómadas donde el espíritu grupal y la solidaridad aún es fuerte. Ésta es la fuerza que posee Daenerys: ante la doblez de la gente de Poniente, sus dothrakis solo obedecen a un poder único, pero su lealtad es probada.
Los dothraki de GRRM están lejos de ser una caballería tan efectiva como los mongoles de Genghis Khan, el pariente histórico de Khal Drogo. Los también llamados tártaros combinaban a la perfección la caballería pesada con la ligera y su principal as en la manga eran los jinetes arqueros. Por muy temibles que sean los dothraki, la implacable fuerza de choque de 100.000 tíos con las cimitarras arakh, su gran activo es la brutalidad numérica en el llano, pero no son un ejército versátil preparado para los distintos escenarios de Poniente, con un relieve mucho más abrupto que el desierto de Essos.
La invasión dothraki parece tener concomitancias claras con la invasión mongola de Europa y este es el meollo donde queríamos llegar. Dos ejércitos de jinetes del este contra unos contingentes de caballeros de una sociedad señorial. El relativismo que aplicamos en Juego de Tronos, sin buenos o malos definidos, tiene también el eco de la herencia del imperio de Genghis Khan: un torrente de devastación que en generaciones posteriores permitió una pax mongólica y la reapertura de líneas comerciales frenadas con el debilitamiento del califato abasí el siglo X.
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| Ibn Jaldún (1332-1506) |
La historia ficción es un ejercicio apasionante y nos permite hacer conjeturas de qué hubiera pasado si los mongoles hubieran conquistado Europa entera. Conquistaron Rusia de hecho y dejaron una impronta hondísima. Una destrucción sin precedentes y dos siglos de dominación, una factura que explicaría en parte la tardía modernización, por un lado, pero otros destacan el legado y el influjo en la arquitectura y la potenciación de ciudades como Moscú, que creció a partir de entonces.
Las hordas de Mongolia.
La entrada de los mongoles en Europa fue en 1240. Los ejércitos cristianos se enfrentaban por primera vez a ellos sin ninguna referencia (como parece que lo harán los señoríos de Poniente con los dothraki). Los polacos y los húngaros hicieron frente en sendas batallas –Legnica y Mohi– a los tártaros de Batu, nieto de Genghis Khan. En apenas cuatro días, en dos puntos lejanos entre sí, los mongoles aplastaron a los europeos sin piedad. Según las crónicas, ni polacos ni magiares –pueblo con antepasados de la estepa, pero que había abandonado las tácticas asiáticas por el modo de guerra feudal– supieron frenar a los rápidos jinetes mongoles y su furia.
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| poniente |
¿Qué frenó a los mongoles?
Y, si esa es la concomitancia que tiene en mente GRRM ¿qué puede frenar a los dothraki? Pues aunque la explicación tradicional de porque no siguieron avanzando se ha atribuido a la muerte del gran khan Ogodei en Mongolia (¿peligra Daenerys?), y que los contingentes dieron media vuelta para acudir a disputar la sucesión, los científicos han encontrado otra más plausible. Y es la del tiempo.
En efecto, el invierno de 1242 fue inusualmente frío (como el que pronto se vivirá en Poniente) y húmedo (ver enlace). Ocasionó una drástica disminución del pasto para los caballos e hizo impracticables las vías de comunicación. La propia brutalidad mongol despobló el campo y provocó una hambruna que de rebote dejó a los invasores sin disponibilidad de víveres. La pequeña edad de hielo de la Edad Media estudiada por Bryan Cogman.
Sin duda, ésta es la principal causa. Lo de Ogodei es una suposición de un monje cristiano que estuvo en la corte mongola muchos años después (Batu Khan no fue más allá de Rusia, es decir, no viajó a Mongolia para luchar por la sucesión). Hay otros factores que se suman al de las severas condiciones climáticas, y es otro factor que emparenta a Europa con Poniente y la resistencia que pueden encontrar los dothraki.
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| hordas |
Los húngaros pusieron en serios aprietos a los mongoles. Estos ganaron las batallas contra los europeos en las llanuras y estaban a finales de 1241 a una semana de tierras francesas. No obstante, habían sufrido muchas bajas en las luchas en Hungría y cuando metieron la nariz en Austria, su destacamento fue diezmado. En Croacia y los Balcanes, aunque arrasaban las aldeas, se topaban con una orografía áspera y fracasaban en los asedios a los castillos. Los balcánicos emboscaban a los jinetes tártaros y les causaban cuantiosas bajas.
Como Poniente, Europa estaba plagada de castillos y el clima y el terreno no eran para nada propicios. Las montañosas Bohemia y Moravia vieron a las fuerzas de los khanes pasar de largo. Es difícil saber qué hubiera pasado en luchas de los mongoles en Alemania o en las encastilladas Francia e Italia. El balance de la primera invasión mongola fue que las tácticas europeas eran ineficientes, pero según las fuentes, la caballería pesada feudal era quién más daño les hacía. Un nuevo ‘round’, muy interesante, se disputará en Poniente, y ardemos de ganas de ver a Jaime Lannister o Sandor Clegane contra los dothraki.
Cabe decir que las posteriores entradas de los tártaros en Europa acabaron mal. Los reinos se habían preparado y al final de siglo XIII pudieron vengarse de la salvaje invasión de 1240-41. A fin de cuentas, los europeos supieron contrarrestar los temibles jinetes.
El milagro de 1241 fue a costa de muchísima sangre. Primero los rusos y después los demás europeos del este plantaron batalla a los mongoles. Aunque fracasaron en las batallas abiertas, entorpecieron su avance. Sin su valentía y sacrificio, la historia de Europa bien podría haber sido otra.
Introducción a la historia de Ibn Jaldún
Ibn Jaldún ha sido uno de los escasos pensadores árabes islámicos conocido, estudiado y hasta admirado en la cultura europea contemporánea.
Pedro Martínez Montávez 1 de enero de 1999
Hace justamente setenta años que José Ortega y Gasset “descubrió” a Ibn Jaldún y éste le “reveló un secreto”: el significado de lo histórico. Valga este recordatorio, ahora, como repetida comprobación de un hecho indiscutible: Ibn Jaldún (Túnez, 1332, El Cairo, 1406), ha sido uno de los escasos pensadores árabes islámicos conocido, estudiado y hasta admirado en la cultura europea contemporánea. Resulta harto infrecuente que ésta encuentre y reconozca dimensiones intelectuales y valores humanistas en la inmensa producción escrita árabe clásica. Una de las pocas excepciones es, precisamente, Ibn Jaldún.
Introducción a la historia
Ibn Jaldún
Córdoba: Almuzara, 1376 págs.
Como todo pensador y escritor enciclopédico, Ibn Jaldún ha planteado numerosas y profundas interrogantes. Ahí es nada: ser historiador, filósofo de la historia, político, sociólogo, autobiógrafo y hasta, quizá, pre-antropólogo y pre-politólogo. Todo ello, en la misma pieza y en un solo formato, aparentemente. Su pensamiento y su obra se verán inevitablemente sometidos, por su propia naturaleza y condición, a constantes y periódicas reconsideraciones y relecturas. No es nada raro que pueda ser tenido como una especie de “contemporáneo”. El caso adquiere seguramente especial importancia y significado cuando se trata de un escritor y pensador enciclopédico, revisado y releído en época de primacía de las especializaciones, analizado y valorado nuevamente por expertos profesionales.
En estas pocas páginas me interesa poner de relieve un aspecto muy concreto de esa renovada e interpretación de la figura y la obra de Ibn Jaldún: como se viene produciendo también, desde hace unas cuantas décadas, con la participación en tal tarea de intelectuales y escritores árabes actuales. Se trata, por consiguiente, de una experiencia de revisión desde dentro, y que brinda por ello un doble interés: no ya sólo el general que siempre tienen las nuevas interpretaciones, sino el particular también que caracteriza a las indagaciones interiores.
Existe seguramente un punto de partida, un acicate, claro e influyente: la figura de Ibn Jaldún puede parecer a los árabes ejemplarmente representativa e identificadora sin necesidad de recurrir a distorsiones, forzamientos ni artificios. Quiero decir que pueden percibirlo, natural y llanamente, como una especie de modelo o referencia patrimonial colectiva en numerosas facetas y situaciones, por lo que su atractivo resulta, en principio, lógico y explicable.
Bastan en principio –insisto en ello– el alto rango y la sólida entidad de la personalidad y la obra de Ibn Jaldún para explicarse el gran atractivo y la admiración, hasta el deslumbramiento en algunos casos, que ha ejercido en la cultura árabe. Incluso ha habido quien, inquieto ante lo que consideraba desmesurada obsesión por el personaje, temeroso de que pudiera llegar a producirse una especie de trauma o de síndrome jalduní, ha pedido que se detuviera la desenfrenada carrera de análisis, estudios y relecturas que provocaba. Está fuera de duda, en todo caso, que Ibn Jaldún ha quedado instalado con toda su autoridad y la alcurnia que un gran clásico reclama y merece.
Porque está claro, ante todo, que Ibn Jaldún no fue solamente un excepcional pensador árabe musulmán, sino también un no menos excepcional testimonio interárabe musulmán. Quiero decir que, dentro de tan vasto y diversificado contexto, es un hecho total y no local; pertenece al todo más que a cualesquiera de sus partes. Dentro del específico conjunto árabe musulmán, como en cualquier otro de similar complejidad y magnitud, actúan tanto elementos y factores estrictamente locales, particulares, cuanto “universales”, generales, englobadores. Esta coincidencia no tiene por qué plantearse ni expresarse, inevitablemente, en términos de oposición ni de mutua exclusión o rechazo… Lo que sí resulta evidente es que los segundos cuentan con mayores posibilidades de alzarse en realidad simbólica a partir de su realidad material. Ibn Jaldún puede ser percibido de esa manera porque pertenece a ese segundo grupo.
La peripecia biográfica puede tomarse como simple anécdota o buscarle y encontrarle, por el contrario, otras señales más significativas. Yo opino, sinceramente, que las hay. Este individuo, tunecino por nacimiento, cuenta también con una remota ascendencia familiar de la más vieja solera árabe (de la propia península arábiga, la “cuna”), trasplantada a Al-Ándalus y arraigada durante siglos en esta nueva morada incorporada al llamado “Occidente islámico”; desde allí emigraría al Magreb. Su vida personal se desarrolló también en los diversos escenarios de ese particular universo, aunque fuera con residencias temporales variables y diferentes: Magreb, Mashreq (Oriente), Al-Ándalus. Permítaseme la observación, que tiene también una intención actualizadora: es tanto un mediterráneo occidental cuanto un mediterráneo oriental; nació en el primer subterritorio mediterráneo, murió en el segundo. En todo caso, un mediterráneo entero, aunque lo sea en versión sureña.
Los estudiosos e investigadores occidentales suelen presentar casi unánimemente a Ibn Jaldún como la gran excepción al agotado, definitivamente exhausto y arruinado, panorama intelectual árabe islámico “bajo-medieval”. Tal afirmación cuenta con importantes pruebas y argumentos, aunque se le dé también, posiblemente, un alcance excesivo y demasiado generalizador. Me interesa observar aquí, simplemente, que sus colegas árabes, aun admitiendo buena parte de esa afirmación, no la toman de manera tan tajante y absoluta. Interviene en ello, posiblemente, y al menos en parte, el hecho indudable de que la investigación occidental es más proclive a la puesta en práctica de lo que podría denominarse “comparatismo superpuesto”, o le concede al menos mayor importancia y participación como exigencia metodológica y referencia analizadora y valorativa.
La ambición intelectual y la lucidez de Ibn Jaldún están fuera de toda duda. Su singular valor testimonial, reflejado no siempre directamente en sus escritos, pero sí subyacente a ellos. De este modo, se tiene interés en situarlo en su época, y entender, en buena parte, su obra como reflejo, consecuencia y respuesta a las inquietudes y desafíos que le plantearía. El ejemplo de Ibn Jaldún puede resultar excepcionalmente valioso porque no fue un pensador teórico, un filósofo de la historia alejado de la realidad social, sino también un hombre de acción, habitual practicante de la administración y la gestión política, de la actividad de gobierno revestido alternativamente de la miseria y de la gloria, del harapo y de la púrpura. Vivió en una época convulsa, de muy dura conflictividad interna y enorme amenaza exterior. Y los árabes vuelven a él, ahora, también en un tiempo no menos convulso, conflictivo y amenazador. El lector atento, informado y sensible encuentra reveladores indicios y reflejos de este dramático paralelismo.
Existe, asimismo, el propósito de resituarlo, de ubicarlo en el lugar que ante todo le corresponde; es decir: en el contexto del pensamiento árabo-islámico. Las interpretaciones que se derivan podrán ir encaminándose, por consiguiente, por vías más coherentes, integradas y entramadas. No pocos de los estudiosos anteriores de Ibn Jaldún, demasiado impresionados seguramente por lo excepcional y ambicioso de su obra, contribuyeron para que llegara a considerársele como un caso aislado, único, carente casi por completo de referencias, vínculos, correspondencias y elementos de engarce y de contraste dentro de la propia y genuina tradición intelectual a la que pertenece. No se va en contra de la “universalidad” de su pensamiento, pero sí se pretende que esa dimensión universalizable no se explique sólo a partir del genio individual, sino también de la tradición a la que pertenece.
No se saque de todo lo escrito hasta ahora la conclusión de que la relectura árabe de Ibn Jaldún es igual y uniforme, carente de diferencias, divergencias o matices. Sería una conclusión errónea. Aquí he tratado de señalar solamente las grandes líneas maestras básicas de interpretación y objetivamente coincidentes en parte. Hay que tener en cuenta, asimismo, que los nuevos estudios jalduníes tuvieron un desarrollo especialmente notable y brillante durante las décadas de los setenta y ochenta, para bajar algo en la siguiente, aunque sean todavía abundantes y destacados. Desisto de poner aquí una cargante e interminable retahíla de nombres, de autores magrebíes y mashrequíes.
Dos últimas y breves indicaciones. No faltan tampoco los estudios que denuncian lo que sus autores consideran actitud plagiaria de Ibn Jaldún, aunque tal denuncia tenga que ver en especial con algunos aspectos de su obra menores o complementarios. Interesa mencionar también que, en diversos textos de creación literaria, Ibn Jaldún es tomado como ejemplo de intelectual ya cansado, acomodaticio y claudicante, sometido al dictamen de la dura realidad política, que impone la miseria del pragmatismo sobre la grandeza de la teoría. Textos ensayísticos del poeta, Saadi Yúsuf o teatrales del dramaturgo, Saadallah Wannús son muy representativos de esta otra faceta de la personalidad y de la obra del egregio pensador, reactualizado. Visto también desde lo acuciantemente vital, y no ya desde lo maduradamente reflexivo.
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Ibn Jaldun
Ibn Jaldūn: Kurayb b. ‘Uṯmān b. Jaldūn. ?, s. IX – Sevilla, 29 de ḏū-l-ḥiŷŷa 286 H./6.I.900 C. Miembro de la aristocracia árabe sevillana y protagonista de la época de la fitna.
Biografía.
Kurayb b. ‘Uṯmān b. Jaldūn era el miembro más importante de la familia árabe de los Banū Jaldūn, de origen yemení, cuyo protagonismo social, político y económico en la zona sevillana se extiende desde el siglo IX hasta la conquista de la ciudad por los cristianos en 1248. Descendiente de este linaje sevillano, cuyos últimos representantes huyeron de la ciudad antes de su conquista por Fernando III, fue el célebre cronista tunecino Ibn Jaldūn, uno de los autores árabes más importantes del período clásico, quien en su autobiografía, reseña el origen de su linaje, que remonta a Wā’il b. Ḥuŷr, compañero del Profeta.
A finales del siglo IX, los Banū Jaldūn eran, junto a los Banū Ḥaŷŷāŷ, el linaje árabe más prominente de la zona sevillana, protagonizando ambos las revueltas acaecidas durante el agitado período de la fitna contra la autoridad de los emires omeya de Córdoba. El poder de estos linajes se basaba en la posesión de importantes extensiones de tierra, que, en el caso de los Banū Jaldūn, se concentraban en la rica zona del Aljarafe, próxima a la capital hispalense, en torno a la conocida como Torre de Ibn Jaldūn, cercana a la aldea de al-Balāṭ.
La agitación en la zona sevillana se inicia en el año 276/889, cuando, siendo gobernador de la capital Muḥammad, hijo del emir ‘Abd Allāh, se produce la expulsión de varios importantes miembros de la aristocracia árabe. Desde sus bases en el Aljarafe, Kurayb b. Jaldūn inició las primeras acciones, refugiándose luego en Carmona, cuyo gobernador omeya fue expulsado, concitando la alianza de los árabes y los beréberes Barānis, así como de los rebeldes de zonas adyacentes, como Niebla (Huelva) y Sidonia (Cádiz). De esta forma, Kurayb se erigió en cabeza de un movimiento de insurrección antiomeya en toda la región que aglutinaba a árabes y beréberes y cuyo objetivo principal era apoderarse de Sevilla y enfrentarse a la autoridad de los soberanos cordobeses. Al igual que en el caso otros grandes señores enfrentados a la soberanía de los emires omeya, la actuación de Kurayb se basó en el saqueo y la depredación, para lo cual llegó a convocar a los beréberes de Mérida y Medellín, con el fin de que lanzaran sus ataques sobre la cora de Sevilla.
Las tensiones con los linajes locales muladíes propiciaron la toma de control de la ciudad por Kurayb b. Jaldūn. El gobernador Umayya b. ‘Abd al-Gāfir, sucesor de Muḥammad, hijo del emir, culpó a los muladíes de la muerte de su hermano, Ŷaŷd b. ‘Abd al-Gāfir, lo que le llevó a apoyarse en los linajes árabes, a quienes lanzó contra los muladíes, que fueron duramente atacados. Pero el poder que otorgó a los árabes se volvió en contra suya y Umayya murió víctima de su propia venganza. La ciudad estaba en manos de los linajes árabes y el nuevo gobernador enviado por el emir fue un mero instrumento en manos de Kurayb b. Jaldūn e Ibrāhīm b. Ḥaŷŷāŷ, quienes durante casi diez años gobernaron conjuntamente sobre Sevilla y su territorio, hasta que, al final, el poder quedó en manos de los Banū Ḥaŷŷāŷ.
Junto a la depredación y el saqueo, la imposición de tributos era el segundo objetivo de los rebeldes, si bien solo lo lograron algunos de los más significados. Tal fue el caso de los aristócratas sevillanos, cuya autonomía les capacitaba para omitir del envío de la recaudación fiscal a Córdoba. El emir ‘Abd Allāh reaccionó enviando una expedición en el año 282/895 que le permitió retomar el control de la ciudad y capturar como rehén a ‘Abd al-Raḥmān, hijo de Ibrāhīm b. Ḥaŷŷāŷ. Ambos personajes juraron fidelidad al emir y aparentaron regresar a la obediencia de la autoridad cordobesa, pero de inmediato volvieron a repartirse el gobierno de Sevilla y a acaparar la recaudación fiscal. Ante su incapacidad para acabar con ambos, el emir de Córdoba optó por atizar la discordia interna entre los dos linajes mediante una carta escrita por Jālid b. Jaldūn, hermano de Kurayb, que contenía injurias hacia Ibrāhīm b. Ḥaŷŷāŷ. En el transcurso de una cena en casa de Ibrāhīm se desencadenó una disputa por este motivo que finalizó con la muerte de los dos hermanos Banū Jaldūn, cuyas cabezas fueron cortadas y arrojadas al patio de la casa. Según el cronista almeriense al-‘Uḏrī, este episodio acaeció el viernes 29 de ḏū-l-ḥiŷŷa de 286/6 de enero de 900.
Bibliografía
R. P. Dozy, Historia de los musulmanes de España, vol. II, Madrid, Turner, 1983, págs. 187-205 y 236-240
J. Bosch Vilà, La Sevilla islámica, 712-1248, Sevilla, Servicio de Publicaciones de la Universidad, 1988 (2.ª ed.), págs. 54-60 y 64-65
R. Valencia Rodríguez, Sevilla musulmana hasta la caída del califato: contribución a su estudio, Madrid, Universidad Complutense, 1988, págs. 716-718
M. Acién, Entre el feudalismo y el islam. ‘Umar b. Ḥafṣūn en los historiadores, en las fuentes y en la historia, Jaén, Universidad-Servicio de Publicaciones e Intercambio, 1997 (2.ª ed.)