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Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

viernes, 19 de agosto de 2016

325.-QUINTI CURTII RUFI: De rebus gestis Alexandri Magni (1724); "Lúculo cena hoy con Lúculo" a.-

Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma; 

QUINTI CURTII RUFI: De rebus gestis Alexandri Magni (1724)


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Autor: CURCIO RUFO, Quinto

Título: De rebus gestis Alexandri Magni, regis macedonum cum omnibus Supplementis, Variantibus Lectionibus, Commentariis ac Notis Perpetuis, FR. Modii, V. Acidalii, T. Popmae, Joh. Freinshemii…
Publicación: Delphis & Lugdunum Batavorum : Apud Adrianum Beman, Samuelem Luchtmans, 1724.
Descripción física: [64] , 824 p. ; grab., mapa. ; infolio. Lomo con cinco nervios y tejuelo con letras doradas. Decoración de entrenervios con motivos geométricos.

Idioma: Latín.

Nota: Indice y reclamos. Nota manuscrita en hoja de guarda y ex libris pegado en el reverso de la primera cubierta.

Nota: Frontispicio grabado por François van Bleyswyk a partir  del dibujo realizado por Hieronymus van der Mij.

La única obra atribuida a Quinto Curcio Rufo es la “Historia de Alejandro Magno”, diez libros de los que se conservan ocho. La consideración de esta obra como fiel a la realidad es dudosa, si bien no miente, no respeta la cronología, teniendo en ocasiones un carácter novelesco. No obstante dado que no se conserva ninguna obra original de la época de Alejandro Magno, es considerada importante a nivel histórico y literario.

Frontispicio grabado por François van Bleyswyk (1706-1744).
Dibujo de Hieronymus van der Mij (1687-1761) .

La presente obra es un estudio crítico con notas y explicaciones sobre la obra de Quinto Curcio Rufo. Probablemente el objetivo fue la edición de un libro con fines educativos.

Con un total de 19 grabados, Joh. Freinshemii  (1608- 1660) ilustró sus suplementos incluidos en la obra de Quinto Curcio Rufo.

Versión parcial traducida a español: Interclassica (Universidad de Murcia)

Alejandro Magno, hombre y político

Se casó en varias ocasiones, con Roxana de la Bactria, Barsine hija mayor de Dario III y Parisátide hija de Artajerjes Oco,  fruto de estos matrimonios fueron varios hijos, algo que no excluye  su posible homosexualidad,  por su,  aunque no probada relación con Hefestión, algo por otra parte posible dado que en el mundo griego la homosexualidad era cosa habitual.

ANLLELA CAMILA HORMAZABAL MOYA

ANLLELA CAMILA HORMAZABAL MOYA

ANLLELA CAMILA HORMAZABAL MOYA

ANLLELA CAMILA HORMAZABAL MOYA

ANLLELA CAMILA HORMAZABAL MOYA

La educación recibida por su padre Filipo y su madre Olimpia posiblemente marcarían  su carácter y la creencia en su origen divino, considerándose descendiente de Zeus. Importante fue al respecto su viaje a Egipto y su consideración  por parte de los egipcios como faraón y libertador del pueblo egipcio ante la dominación persa. Fundó Alejandría, visitó el Templo del Oráculo de Amón en el Oasis de Siwa y se construyó un templo en su honor.
Filipo encomendó la educación de Alejandro a Aristóteles, convirtiéndose así en su discípulo y alumno. Por una parte fue instruido como macedonio en el arte de la batalla y por otra, aprendió retórica, gramática, poesía y matemáticas de la mano de Aristóteles.
Como político continuó la empresa comenzada por su padre, un panhelenismo que intentaría eliminar las diferencias y enfrentamientos entre las polis griegas y unirlas ante un objetivo común,  la derrota del imperio Persa, pese a la distinta concepción de Estado que tenían los Macedonios, siendo esta una concepción monárquica frente a la democrática y representativa de las polis griegas.
Importante sería la apertura a nuevas formas culturales y políticas diferentes a las griegas, incorporando a los persas a puestos de responsabilidad política.



Comentario.

Este libro, a medio camino entre la novela épica y el estudio histórico, narra la vida del extraordinario Alejandro Magno (363-323 a.C.), intrépido y belicoso rey de los macedonios, que tuvo como preceptor a Aristóteles, y extendió los límites de su reino hasta llegar a la India.
Tan increíble campaña duró doce años, llenos de aventuras, anécdotas y dificultades, fundó más de 70 ciudades, entre ellas Alejandría y Kandahar, y recorrió más de 20.000 kms, acompañado de unos 35.000 soldados de infantería y 5.000 jinetes. Probablemente, nunca tantos fueron tan lejos andando.
¿De qué pasta estaba hecho aquel hombre? ¿Qué personalidad tenía para que, hoy en día, sepamos que tenía un indomable remolino en la frente, un caballo llamado Bucéfalo, y que era bisexual y epiléptico?
El caso es que expandió la cultura helénica por todo el mundo conocido, incluso las estatuas de los buda recibieron la influencia del arte griego, absorbió buena parte de la cultura y costumbres de los países que iba conquistando y creó, prácticamente de la nada, la grandiosa Alejandría, con su biblioteca, el imponente faro, un puente levadizo para barcos y enormes cisternas subterráneas.
El autor, Quinto Curcio Rufo es un historiador romano misterioso, del que poco se sabe, del siglo I a.C., que nos ha legado esta maravillosa historia, utilizada como libro escolar hasta el siglo XVIII.
En fin, que está muy bien escrito y contiene varios discursos vibrantes, verdaderos ejemplos de alta oratoria. Ahora que tenemos una exposición sobre Alejandro en Madrid, puede ser un buen plan visitarla y leer el libro.



Quinto Curcio Rufo a​ fue un escritor e historiador romano que vivió presumiblemente bajo el reinado del emperador Claudio, en el siglo I según unos, o en el de Vespasiano, según Ernst Bickel.

La única obra que se le conoce es Historiae Alexandri Magni Macedonis (Historias de Alejandro Magno de Macedonia), una biografía de Alejandro Magno en diez libros. Los dos primeros están perdidos, y los ocho restantes incompletos.

La narración comienza en la primavera de 333 a. C., transcurrido ya un año de campaña militar. Alejandro se encuentra en Asia Menor, donde toma la ciudad de Celenas y entra en Gordión, lugar del famoso nudo gordiano.
En los primeros libros conservados de esta obra se narran los hechos relativos a las campañas de Alejandro Magno en contra del rey persa Darío III, mientras que en los restantes se cuenta el viaje del rey macedonio y sus tropas hasta los confines de la India, el deseo de vuelta a casa de su ejército, la muerte de Alejandro en Babilonia y las disputas entre sus generales, por el reparto de los territorios anexionados al Imperio, después de la muerte de Alejandro.
Los diez libros se dividen en dos pentadas: el libro quinto termina con la muerte de Darío y el libro décimo cuenta la muerte de Alejandro. Además, los momentos de máxima tensión culminan en el final de cada uno de los libros.
Se ha estudiado la forma en la que Homero es el modelo para algunos episodios: Alejandro es comparado con Aquiles y Roxana con Briseida, por ejemplo. También se ha visto cómo esta obra representa bien el modelo de la historiografía helenística en el que se presenta un gusto por la retórica (intensificación del pathos en algunas escenas) y un tono moralizante (en tanto Alejandro se presenta como un héroe destrozado por su propia buena fortuna).
La obra de Curcio empezó a ser famosa en la Alta Edad Media, en los siglos X y XI, con los primeros manuscritos de la obra. A finales del siglo XII, influyó en el poema Alexandreis de Gualterio de Chatillon y de ahí en el Libro de Alexandre del mester de clerecía español del siglo XIII. En el Renacimiento volvió a ser objeto de estudio. Su presencia como libro escolar fue notable hasta el siglo XVIII.


Curcio Rufo, Quinto (s. I d.C.)


Historiador latino de época imperial, autor de una célebre Historia de Alejandro Magno.

Vida
Se ha discutido ampliamente sobre la época en que vivió. A falta de testimonios antiguos sobre este autor, los críticos se han visto forzados a inferir los datos de algunos indicios presentes en su obra. Es seguro que Curcio vivió en la época del Principado, pues en su obra alude a un emperador ('un príncipe') con estas palabras: “el pueblo romano reconoce que debe la salvación a un príncipe que iluminó como un nuevo astro la noche que parecía ser la última” (X 9, 5). Ha sido datado, no obstante, en un horquilla cronológica muy amplia, que abarca desde la época de Augusto (31 a.C.-14 d.C.) hasta la de Teodosio (siglo IV d.C.), si bien lo más plausible y comúnmente aceptado es que escribiera en el siglo I d.C., en tiempos del emperador Claudio (41-54 d.C.) o de Vespasiano (69-79 d.C.). De aceptar la datación en época de Claudio, se le podría identificar con un Curcio Rufo mencionado por Tácito (en Anales XI 20-21) y por Plinio (VII 27, 1-3): de este Curcio Rufo se sabe que, a pesar de su humilde origen (se dice que era hijo de un gladiador), logró desarrollar una importante carrera pública y llegó a ser cónsul sufecto en el año 43 d.C., legado del ejército romano en el Rin superior y, finalmente, procónsul en África. Si, por el contrario, se prefiere la datación en época de Vespasiano, entonces quizá se podría identificar al historiador con un Curcio Rufo citado como rétor por Suetonio (en De grammaticis et rhetoricis XXXIII).

Contenido de la obra
La única obra atribuida a este autor, la Historia de Alejandro Magno (Historiae Alexandri Magni Macedonis), constaba de diez libros. No se han conservado los dos primeros; los libros 3, 5, 6 y 10 presentan algunas lagunas en el texto. Los libros conservados comprenden el relato de las hazañas de Alejandro Magno, desde el año 333 a.C. hasta el 323 (fecha esta última de la muerte del rey y de la consiguiente división de su imperio entre sus generales: los llamados Diádocos). La distribución de la materia es como sigue:

En el libro III los episodios principales son el recuento de las tropas persas de Darío, la historia de Filipo (médico del rey) y la batalla de Iso (333 a.C.), en que Alejandro vence al rey persa Darío III.
El libro IV se dedica al asedio de Tiro, la consulta del oráculo de Amón y la batalla de Gaugamelas (330).
El libro V narra el período final de la vida de Darío III, muerto el año 330.
El libro VI se refiere a acontecimientos del mismo año 330, como el motín de Hecatómpilos, el encuentro con las amazonas en Hicarnia y la conspiración de Filotas.
El libro VII continúa con el juicio de Amintas y el asesinato de Parmenión (ambos implicados en la conspiración de Filotas). A continuación se describe la marcha por el desierto de la Sogdiana (328).
Los episodios dominantes del libro VIII son el asesinato de Clito, general de Alejandro, como consecuencia de una riña habida con el rey en el transcurso de un banquete; la conspiración de los pajes; y la batalla del río Hidaspes (326).
En el libro IX se narra el motín de la tropa en el río Hipasis, el heroísmo de Alejandro en el asalto de la fortaleza de los sudracas (donde es herido gravemente) y la marcha por el desierto de Gedrosia (325).
Finalmente, el libro X contiene la muerte de Alejandro (junio 323) y los acontecimientos derivados de la misma: especialmente la disputa entre sus generales y la división del imperio entre ellos.

Género literario: la historia novelada
La obra es más un relato novelado que una historia. Así, muchos críticos han sostenido que la intención del autor era meramente divertir y entretener a sus lectores, más en la línea de un novelista que de un auténtico historiador. En efecto, Curcio selecciona relativamente pocos episodios de la vida de Alejandro para lograr un efecto dramático. El resultado es una narración amena, novelesca, moralizante y retórica. Inserta numerosos discursos, y el relato está salpicado de comentarios morales y de arbitrarias dilucidaciones de motivos. En realidad, Curcio escribe su obra, más que en la tradición historiográfica, en una doble tradición: retórica y novelesca. Por un lado, Alejandro era un tema manido en las academias de retórica como paradigma (a efectos de declamaciones) de virtudes y de vicios; se le solía presentar como ejemplo de amistad, sufrimiento, iracundia, clemencia, soberbia y, sobre todo, de ansia de poder. Se ha postulado que Curcio pretendía realizar en esa línea retórica un tratamiento a gran escala del personaje de Alejandro. Por otro lado, Curcio está siguiendo una tradición literaria de la cultura helenística, que había hecho del rey macedónico una especie de héroe novelesco y que gustaba del relato de sus aventuras y conquistas por las exóticas tierras de Oriente, en medio de un ambiente fabuloso. Historiadores griegos de época helenística ya novelaron la vida de Alejandro Magno en esas coordenadas: para éstos, la vida de Alejandro era un pretexto para narrar episodios novelescos, describir paisajes exóticos y presentar escenas cargadas de dramatismo. En conclusión, Curcio se hace eco de esa doble tradición, retórica y novelesca.

Valor histórico y literario.

Como obra historiográfica, la Historia de Alejandro Magno presenta numerosas insuficiencias. Ya el propio autor admite que ha copiado de sus fuentes más de lo que él mismo creía verdadero (IX 1, 34). Por otro lado, Curcio no narra todos los hechos, sino que prefiere seleccionar el material que le interesa, con vistas a su narración novelada. Los datos geográficos adolecen de numerosos errores factuales. Abundan las inexactitudes históricas. La obra carece de plan organizativo: las escenas y episodios se suceden y yuxtaponen azarosamente, sin designio compositivo alguno. La descripción de las batallas suele resultar confusa, cuando no incomprensible. Desde un punto de vista histórico, Curcio parece ignorar el sentido global de la carrera de Alejandro, su importancia histórica como artífice de la expansión del helenismo; por el contrario, se hace una presentación mítica de Alejandro, más como héroe de leyenda que como protagonista histórico. Además, se revela una flagrante contradicción entre los juicios negativos que sobre Alejandro abundan en el cuerpo de la obra (por ejemplo, en VI 2, 1-4 o en VI 6, 1-11) y el hiperbólico encomio final (X 5, 26-36).

Junto a estos defectos, no se puede negar que la obra tiene interés, tanto histórico como literario. Dada la pérdida casi total de la historiografía griega de época helenística sobre Alejandro, Curcio a veces preserva información preciosa y explica algunas cuestiones que no se tratan en ninguna otra fuente conservada (sobre todo, a propósito de las acciones y motivos persas). Ocasionalmente ofrece pintorescas descripciones de curiosidades de la naturaleza, o de costumbres extranjeras. Literariamente, es la primera obra latina en prosa que versa sobre acontecimientos ajenos a Roma, y sobre un héroe foráneo. El relato resulta ameno, pues el autor se recrea en lo sensacional y espectacular, y muestra especial habilidad para desarrollar escenas de marcado carácter emotivo. 
El estilo literario es vivo y colorido, con numerosas frases sentenciosas y una estructura sintáctica variada (con preferencia por las frases cortas y lacónicas). Llaman la atención los discursos, que a veces se presentan en un par, para caracterizar las actitudes contrastadas de dos personajes. De acuerdo con el propósito de Curcio Rufo, que es principalmente interesar al lector y excitar su imaginación, el carácter de Alejandro Magno es pintado como una mezcla de crueldad y generosidad, de virtud y corrupción. Desde el punto de vista moral y filosófico, se presenta a Alejandro como paradigma de una moraleja que podría resumirse así: el éxito y el poder conllevan corrupción moral, y ésta, a su vez, es fuente de desgracias. Así, el rey comienza como un joven cabal, pero posteriormente se corrompe, mimado por una Fortuna propicia, hasta que incurre en la degradación moral de copiar las costumbres de los pueblos orientales que ha conquistado. Así se lee en VI 2, 1-4:

“Pero tan pronto como el espíritu de Alejandro se vio libre de la amenaza de las preocupaciones (su espíritu soportaba mejor las penalidades de la milicia que el descanso y el ocio), cayó víctima de los placeres, y al que no habían podido abatir las armas de los persas, lo derrotaron sus propios vicios: banquetes iniciados antes de la hora habitual, placer inmoderado tanto de beber como de trasnochar, juegos y tropas de concubinas. Todo en él se deslizó hacia las costumbres extranjeras; emulándolas como si fueran mejores que las suyas propias, de tal manera ofendió los ánimos y, al mismo tiempo, la vista de sus compatriotas, que muchos de sus amigos lo juzgaron traidor a su patria. [...] Esto dio origen a frecuentes complots contra su vida.” (traducción de F. Pejenaute).

Fuentes
Las fuentes que Curcio usó para documentar su relato son básicamente historiadores griegos sobre Alejandro de época helenística, y especialmente Clitarco, Timágenes y Ptolomeo I. Clitarco (cuya obra se ha perdido) es la referencia principal que sigue Curcio, aunque posiblemente a través de una fuente latina intermedia. En su historia, Curcio usa muy libremente estas fuentes: a veces las mezcla, o pasa indiscriminadamente de una a otra; otras veces las une en confuso batiburrillo.

Pervivencia
A su vez, la obra de Curcio habría de gozar de gran favor como lectura popular durante la Edad Media. De ahí que se hayan conservado más de 100 manuscritos medievales, que se pueden datar desde el siglo IX hasta el XV. La principal importancia cultural de la Historia de Curcio Rufo ha sido ser fuente, junto a la novela de Alejandro escrita en latín por Julio Valerio en el siglo IV d.C. (adaptación por su parte de una obra griega de Pseudo-Calístenes), de la Alejandreida de Gautier de Châtillon, epopeya medieval en 10 libros compuesta hacia el 1180 en hexámetros dactílicos (ésta a su vez es fuente del francés Roman d’Alexandre y del español Libro de Alexandre). La primera edición impresa del texto latino de la obra apareció en Venecia, en 1470. Se publicaron tempranamente traducciones a lenguas europeas, lo que testimonia el éxito de la obra: al italiano (1478), español (1481), alemán (1491) y francés (1540). Desde entonces, y hasta nuestros días, las ediciones y traducciones han proliferado.

 

  

Títulos de Alejandro magno.

Rey de Macedonia: Sucedió a su padre, Filipo II, en el trono de Macedonia en el año 336 a. C., cuando tenía solo 20 años. Como rey, se encargó de consolidar la hegemonía macedonia sobre las ciudades-estado griegas y de iniciar la invasión del Imperio persa.

Hegemón de Grecia: Como líder de la Liga de Corinto, una alianza de ciudades griegas creada por su padre, Alejandro Magno se convirtió en el jefe supremo de toda Grecia. Su objetivo era vengar las invasiones persas del siglo V a. C. y liberar a las colonias griegas de Asia Menor.

El término hegemonía deriva del griego ἡγεμονία hēgemonía ('dirección, primer puesto, preferencia, mando, jefatura') del verbo ἡγεμονεύειν hēgemoneúein que significa 'guiar, preceder, conducir' y de la cual derivan los significados «estar al frente», «comandar» y «Gobernar».

Por ἡγεμονία se entendía en griego antiguo la dirección suprema del ejército. Se trata, pues, de un término militar. El hēgemṓn era el conductor, el guía y también el comandante del ejército. En el tiempo de la guerra del Peloponeso, se habló de la ciudad hegemónica a propósito de cada una de las ciudades que dirigían la alianzas de las facciones contendientes: Atenas y Esparta.

 La Liga de Corinto (originalmente la Liga Helénica) era una federación de los estados griegos creada por el rey de Macedonia, Filipo II, después de la batalla de Queronea en 338 a. C. y durante el invierno de 338 a. C.-337 a. C.

La Liga de Corinto se trataba en un principio de un simple tratado de paz, aunque luego resultó una alianza con el propósito de invadir Persia y de vengar la profanación de los santuarios griegos durante las Guerras Médicas. La liga se creó a fin de facilitar el uso de fuerzas militares en la guerra contra el Imperio Aqueménida de Darío III.1​ La Liga de Corinto era, además, una organización que tenía el propósito de preservar y garantizar la paz general (koine eirene).2​


Faraón de Egipto: Tras derrotar al sátrapa persa de Egipto, Alejandro Magno fue recibido como un libertador por los egipcios, que le otorgaron el título de faraón. Alejandro fundó la ciudad de Alejandría en el delta del Nilo y visitó el oráculo de Amón en el oasis de Siwa, donde se le reconoció como hijo del dios.

Gran rey de Media y Persia: Después de vencer al rey Darío III en varias batallas, Alejandro Magno se apoderó del trono del Imperio persa, el más extenso y rico de su época. Adoptó algunos elementos de la cultura y la administración persas, como el ceremonial real, la vestimenta y la tolerancia religiosa. También se casó con una princesa persa, Roxana.

El título de "Rey de Reyes" también expresa la misma idea de "gran rey" - fue utilizado en diversas ocasiones por el emperador de Persia (shahanshah) y el emperador de Etiopía.
Šâhanšâh (persa: شاهنشاه; Rey de Reyes) es un título monárquico persa utilizado por primera vez por los gobernantes del Imperio aqueménida. Su primer titular fue Ciro el Grande (r. 559-530 a. C.) y es una derivación del título Sah, traducido literalmente como rey. Ambos títulos fueron utilizados por las diversas dinastías iraníes, aunque también fueron adoptados por algunos gobernantes extranjeros. La mayoría de los historiadores creen que Alejandro Magno adoptó el título real persa de Sahansah.
El Imperio medo o Media (en persa antiguo: Mâda; en kurdo: Mâd) fue un imperio asiático de la Antigüedad que correspondía a la región poblada por los medos entre el mar Caspio y los ríos de Mesopotamia. Luego fue conquistado y anexado a Persia. Su capital fue Ecbatana.

 El Imperio persa (en persa: شاهنشاهی ایران‎, romanizado: Šâhanšâhiye Irân, lit. 'Irán imperial') se refiere a cualquiera de una serie de dinastías imperiales que se centraron en la región de Persia (Irán) desde el siglo vi a. C., durante el reinado de Ciro el Grande del Imperio aqueménida.


Rey de Asia: Este título lo usó Alejandro Magno para referirse a su dominio sobre todos los territorios asiáticos que había conquistado, desde Anatolia hasta la India. Su ambición era llegar hasta los confines del mundo conocido y unificar a todos los pueblos bajo su mando. Sin embargo, su prematura muerte en Babilonia en el año 323 a. C., a los 32 años, impidió que completara su sueño.

Rey de Asia (en griego antiguo: Κύριος τῆς Ἀσίας, romanizado: Kýrios tēs Asías, lit. 'Señor de Asia') es un título creado para Alejandro Magno después de su victoria en la batalla de Gaugamela en el año 331 a. C.

Historia
Tras su victoria sobre Darío III en la batalla de Gaugamela en 331 a. C., Alejandro fue coronado rey de Asia durante una suntuosa ceremonia celebrada en Arbela. 
Después de la muerte de Alejandro en Babilonia en 323 a. C., este título pasó a sus legítimos sucesores, su medio hermano Filipo III y su hijo póstumo Alejandro IV. Dos miembros de la dinastía antigónida, Antígono I y su hijo Demetrio I, que tenían como objetivo restaurar el imperio de Alejandro en Asia y controlaban vastos territorios en Anatolia y Siria, obtuvieron este título en 306 a. C. Después de su derrota en la batalla de Ipsos en 301 a. C., y ante el aumento resultante en el poder de los Ptolomeos y los Seleucos (diádocos), el título de «Señor de Asia» cayó en desuso.






"Lúculo cena hoy con Lúculo"



“Lúculo cena hoy con Lúculo” pertenece a ese tipo de dichos con importante trasfondo y significado que se está perdiendo. El hecho de aludir a un personaje histórico, de la época de la República Romana, puede que suponga que, en castellano, no era una frase especialmente usada por el pueblo, sino más bien por las clases algo más cultivadas, pero no deja de hermanarse en su desuso actual in crescendo con “a cada cerdo le llega su San Martín” o “a la moza y a la parra alzallas la falda”…

Lucio Licinio Lúculo (118-56 AC) fue un destacado militar romano (convertido a político y prohombre de Roma) cuyo mayor logro fue la victoria en la Tercera Guerra Mitridática (desde el 74 AC). De hecho, si no hubiese sido por la rebelión en las montañas de Armenia de sus propias tropas, hubiese perseguido a Mitrídates hasta el fin del mundo. Seis años después de empezar las hostilidades con Mitrídates del Ponto, Pompeyo lo relevó en el Busto de Lucio Cornelio Silamando y, disfrutando de la gloria bélica –que sus contemporáneos y las circunstancias le otorgarían 3 años después de tener lugar la guerra- se construyó un suntuoso complejo en las inmediaciones del monte Pincio, ya en Roma. Algunos historiadores compararían la opulencia de su villa con la posterior Domus Aurea de Nerón. Parte de las ocasiones que se le ofrecieron para el éxito se las debió a destacarse y darse a conocer siendo el único oficial que apoyó a Lucio Cornelio Sila en su marcha sobre Roma (87 AC). Éste le devolvería sus servicios varias veces, en forma de nombramientos y favores.


El caso fue que, en su vejez, entre debates en el Senado van y vienen, intrigas aquí y allá, termas y juergas, los últimos diez años de la vida de Lúculo fueron dedicados al placer, la cultura y a gastar los botines conseguidos en Asia. Eran especialmente famosos los banquetes que daba a sus amigos. La anécdota que hoy nos interesa ocurrió en su palacio, una noche que, sin invitados, sus criados le sirvieron una cena “normal”, suponemos que como la del común de los romanos de su posición. Inquiriendo Lúculo el porqué de tanta “escasez” en su mesa, uno de sus sirvientes se explicó, aduciendo que como no tenía invitados, no habían considerado necesario preparar nada más. Es ahí cuando Lúculo protestaría, con su conocida frase:

“¿No sabías que hoy Lúculo tenía a cenar a Lúculo?”

El cuidado por uno mismo y la crítica contra la ruindad es lo que, a lo largo de los siglos, con ironía y desenfado, nos ha enseñado esta frase a sus descendientes latinos. Hoy en día no está de más aplicarse por norma el cuidar de lo nuestro al menos igual de bien que cuidamos lo que damos a los demás (siempre que nuestro altruismo, compromiso con los otros y buena educación estén fuera de toda duda). En España siempre se ha llevado mucho eso de diferenciar radicalmente las formas cuando estamos en presencia de compromisos y cuando estamos en intimidad (solos o con los más cercanos). Y claro, luego eso se nota cuando no queremos que se note… Pensando en Lúculo recordé esas partes de “El castellano viejo” de Larra:

Don Mariano José de Larra“Los días en que mi amigo no tiene convidados se contenta con una mesa baja, poco más que banqueta de zapatero, porque él y su mujer, como dice, ¿para qué quieren más? Desde la tal mesita, y como se sube el agua del pozo, hace subir la comida hasta la boca, adonde llega goteando después de una larga travesía; porque pensar que estas gentes han de tener una mesa regular, y estar cómodos todos los días del año, es pensar en lo escusado. Ya se concibe, pues, que la instalación de una gran mesa de convite era un acontecimiento en aquella casa; así que, se había creído capaz de contener catorce personas que éramos una mesa donde apenas podrían comer ocho cómodamente. Hubimos de sentarnos de medio lado como quien va a arrimar el hombro a la comida, y entablaron los codos de los convidados íntimas relaciones entre sí con la más fraternal inteligencia del mundo”
(…)
“¿Hay nada más ridículo que estas gentes que quieren pasar por finas en medio de la más crasa ignorancia de los usos sociales; que para obsequiarle le obligan a usted a comer y beber por fuerza, y no le dejan medio de hacer su gusto? ¿Por que habrá gentes que sólo quieren comer con alguna más limpieza los días de días?”
(…)
“¡Santo Dios, yo te doy gracias!, exclamo respirando, como el ciervo que acaba de escaparse de una docena de perros y que oye ya apenas sus ladridos; para de aquí en adelante no te pido riquezas, no te pido empleos, no honores; líbrame de los convites caseros y de días de días; líbrame de estas casas en que es un convite un acontecimiento, en que sólo se pone la mesa decente para los convidados…”

Si es usted un egoísta que piensa sólo en sí mismo y que es precisamente conocido por ello, ¡deje Fray Antonio de Guevarade leer y olvide lo de antes!. ¡Ególatra!,¡avaro!, el tema de este escrito sólo se defiende si uno se descuida, si uno no ha aprendido a –como se suele decir- “quererse”… Lúculo acabó su feliz última década por, según cuenta la leyenda, una “sobredosis” de un filtro amoroso que le dio un criado, por nombre Calístenes. En España fue conocido gracias a fray Antonio de Guevara (1480-1545) natural de Treceño, actual Cantabria, franciscano y uno de los escritores renacentistas de mayor éxito europeo –ya saben que su falta de fama sólo se debe a un mal: su cuna-. Fray Antonio incluyó en el capítulo XVII de su “Menosprecio de corte y alabanza de aldea” (1539 y ¡ojo! traducido en los años siguientes al inglés, francés, italiano y alemán) estas palabras sobre Lúculo:

“Era la casa de Lúculo muy freqüentada de todos los capitanes que iban a Asia y de todos los embaxadores que venían a Roma; y como una noche no tuviese huéspedes y su despensero se excusase averle dado corta pobre cena porque no avía quien con él cenase, respondióle con muy buena gracia: “Aunque no avía huéspedes que cenassen con Lúculo, avías de pensar que Lúculo avía de cenar con Lúculo”.”

Ilustración sobre PlutarcoQuiero acabar con una cita del máximo valedor de Lucio Licinio Lúculo, el romano que, a través del túnel de la Historia nos mira para que nos cuidemos de la ruindad y la falta de mimo propio: Plutarco de Beocia y sus “Vidas paralelas”. Allí, la fuente original de la biografía primitiva de nuestro protagonista, al margen de explicar la vida completa de Lúculo –comparándola con la de Cimón de Atenas-, Plutarco justo al terminar de contar la anécdota-tema de nuestro escrito, (atención a los amigos que se gastaba Lucio Licinio) añade esto…

“Hablábase mucho de esto en Roma, como era regular, y viéndole un día desocupado en la plaza se le llegaron Cicerón y Pompeyo; aquel era uno de sus mayores y más íntimos amigos, y aunque con Pompeyo había tenido alguna desazón con motivo del mando del ejército, solían, sin embargo, hablarse y tratarse con afabilidad. Saludándole, pues, Cicerón, le preguntó si podrían tener un rato de conversación; y contestándole que sí, con instancia para ello, “Pues nosotros- le dijo- queremos cenar hoy en tu compañía, nada más que con lo que tengas dispuesto”. Procuró Lúculo excusarse, rogándoles que fuese en otro día; pero le dijeron que no venían en ello, ni le permitirían hablar a ninguno de sus criados, para que no diera la orden de que se hiciera mayor prevención, y sólo, a su ruego, condescendieron con que dijese en su presencia a uno de aquellos: “Hoy se ha de cenar en Apolo”, que era el nombre de uno de los más ricos salones de la casa, en lo que no echaron de ver que los chasqueaba, porque, según parece, cada cenador tenía arreglado su particular gasto en manjares, en música y en todas las demás prevenciones, y así, con sólo oír los criados dónde quería cenar, sabían ya qué era lo que habían de prevenir y con qué orden y aparato se había de disponer la cena, y en Apolo la tasa del gasto eran cincuenta mil dracmas. Concluida la cena, se quedó pasmado Pompeyo de que en tan breve tiempo se hubiera podido disponer un banquete tan costoso…”
Biografía.

Esta frase de «Lúculo cena hoy con Lúculo» ha pasado a la historia como una anécdota que cuenta Plutarco en sus 'Vidas Paralelas' y que es la única reseña escrita que conocemos de su existencia; y le describe como «de gallarda estatura, de buena presencia y elegante en el decir». Lúculo fue un militar exitoso, pero ha pasado a la Historia por sus lujosas extravagancias, aunque fue un personaje con una inteligencia, talento y honestidad fuera de lo corriente. Había recibido una exquisita educación, hablaba y escribía correctamente el griego y latín, ya fuera en prosa o en verso, y poseyó una vasta cultura, protegiendo a las artes y las letras, siendo el constructor de la primera biblioteca pública.

Lucio Licinio Lúculo (en latín, Lucius Licinius Lucullus), nació hacia el año 118 a. de C., aunque sobre la fecha de su venida al mundo hay múltiples conjeturas; pero sí se sabe que procedía de una familia noble, ya que su padre había sido pretor, su abuelo materno había sido cónsul y el paterno también cónsul y gobernador de la Hispania Citerior.

Él se granjeó una gran carrera militar y estuvo a las órdenes, primero de Catón y después de Lucio Cornelio Sila, ya como tribuno militar, en la guerra civil de los años 90-88 a. de C., apoyándole contra Mario, en aquella marcha sobre Roma del año 88 a. de C. También combatió en la primera guerra mitridática como comandante de una flota contra Mitríades, rey de Ponto Euxino, y, ya como cónsul, venció a Mitríades VI de Ponto, en la tercera guerra mitridática. También fue procuestor, edil, pretor y cónsul (año 74 a. de C.) y tras las muchas luchas victoriosas en Oriente, llegó a Roma privado del mando y del triunfo, que celebró en el año 63 a. de C., por el apoyo de Cicerón que neutralizó las maquinaciones de sus enemigos romanos; no obstante, había conseguido un buen botín y se dedicó a lo que de verdad le gustaba, las artes, la satisfacción del ocio y la buena vida.


Lucio Licinio Luculo.
Construyó una espectacular mansión en el monte Pincio, al lado de lo que hoy es Villa Borghese, de la que queda el llamado 'Horti Lucullani' o Jardín de Lúculo, comparable según algunos a la Domus Aurea de Nerón; también poseyó otras villas (Campania, Túsculo), siendo especial la de la costa próxima a Nápoles, con jardines suspendidos en el aire por arcos, cascadas que se precipitaban en el mar, canales y estanques, con lujos indescriptibles.

Cenas espléndidas

Y en este ambiente de ostentación de la riqueza, las cenas de Lúculo fueron espléndidas: vajilla, pedrería, entretenimiento, manjares exquisitos y exóticos. Y el primero que dio a conocer a Lúculo en España fue el fraile franciscano, obispo y escritor renacentista de gran éxito europeo, natural de Treceño, fray Antonio de Guevara (1480-1545), quien fue consejero de Carlos V y prolífico escritor, con obras de gran proyección, como 'Menosprecio de corte y alabanza de aldea' (1539), obra que fue traducida a varios idiomas (inglés, francés, italiano y alemán) y con múltiples publicaciones posteriores.

En el capítulo XVII habla de Lúculo en estos términos:

«Era la casa de Lúculo muy fregüentada de todos los capitanes que iban a Asia y de todos los embaxadores que venían a Roma; y como una noche no tuviese huéspedes y su despensero se excusase averle dado corta pobre cena porque no avía quien con él cenase, respondióle, con muy buena gracia: Aunque no avía huéspedes que cenassen con Lúculo avías de pensar que Lúculo avía de cenar con Lúculo».
¡Pues cómo! 
¿No sabías que hoy Lúculo cena con Lúculo?

 Y a continuación se hizo servir un gran banquete que disfrutó él solo y de ahí viene esta expresión que da título a este reportaje y que dio lugar a las llamadas 'cenas luculianas', rodeadas de opulencia y lujo y ejemplo de exquisitez y elegancia y a la que asistía lo más granado de la élite política, aristocrática e intelectual romana. Pero también se preocupó de la cultura, creando una excepcional biblioteca pública, que se convirtió en lugar de reunión de personalidades de la cultura romana, especialmente los filósofos.
Y el propio Plutarco, quien biografió a Lúculo, nos cuenta otra anécdota de nuestro personaje. Como se hablaba mucho en Roma de las cenas de Lúculo, en cierta ocasión se encontró con Cicerón y Pompeyo y, mientras conversaban, le propusieron cenar en su compañía, pero sin que preparase nada y solamente con lo que tuviera dispuesto; Lúculo quiso exculparse y dejarlo para otro día, pero no se lo aceptaron y le prohibieron que hablase con sus criados. Tan solo le permitieron que les dijera que «hoy se ha de cenar en Apolo», uno de los doce comedores que tenía su mansión y el que se utilizaba para las grandes ocasiones, como así sucedió en una cena espléndida, con música, manjares exquisitos y un costo elevado, que dejó estupefactos y pasmados a sus invitados.

Lúculo introdujo en Roma la cereza, el albaricoque y el melocotón, al que llamaban entonces manzana persa. También se le atribuye la introducción del faisán y la innovación de la piscicultura.
Lúculo se casó en dos ocasiones: primero con Clodia, hija de Apio Claudio Pulcro, divorciándose de ella cuando regresó de la guerra contra Mitrídates, por su conducta despilfarradora y licenciosa; después se casó con Servilia, hija de Quinto Servilio Cepión, que era medio hermana de Marco Porcio Catón y con la que tuvo un hijo, Lucio.
En sus últimos años de vida, perdió el juicio y esta situación parece que se debió al brebaje o filtro amoroso que le ofreció uno de sus libertos, Calístines, según cuenta Cornelio Nepote; y fue su hermano quien se encargó de su cuidado y de su aún cuantiosa hacienda hasta su fallecimiento por apoplejía en el año 56 a. de C.
Otro aspecto interesante de Lúculo, bastante desconocido, es su actividad literaria, pues parece que escribió en su juventud una historia de guerras en Asia Menor que él mismo protagonizó.




  

Lucio Licinio Lúculo (118-56 AC) fue un destacado militar, político y prohombre de Roma cuyo mayor logro fue la victoria en la Tercera Guerra contra el rey Mitrídates del Ponto Euxino (desde el 74 AC). Algunos historiadores compararían la opulencia de su villa con la posterior Domus Aurea de Nerón.

 Los últimos diez años de la vida de Lúculo fueron dedicados al placer, la cultura y a gastar las riquezas arrebatadas en Asia. Eran especialmente famosos los banquetes que daba a sus amigos. Una noche que, sin invitados, sus criados le sirvieron una cena normal y corriente para un romano de su posición, al preguntar Lúculo el porqué de tanta “escasez” en su mesa, uno de sus sirvientes adujo que como no tenía invitados, no habían considerado  necesario preparar nada más. Fue ahí cuando Lúculo protestó, con su conocida frase: Hodie Lucullus cum Lucullo edit,  traducida hace ya tiempo por fray Antonio de Guevara así:   “Aunque no avía huéspedes que cenassen con Lúculo, avías de pensar que Lúculo avía de cenar con Lúculo”.
 [Verbo prolífico en significados este cuyo infinitivo se decía edere  o  esse, y que se aplicaba a la acción de “dar salida” – editar – o bien a la de “comer”, “devorar”.  Quizá de ahí derive el essen de los alemanes,  ¿y por qué no el  fressen?].

Era Lucullus un atlético y sano amante de la buena cocina. Sus mesas dejaban atónito al pueblo romano por el refinamiento de los manjares, las copas adornadas con piedras preciosas, los platos cincelados en oro, los paños y manteles de púrpura, los coros y representaciones de teatro que acompañaban las largas ceremonias de las comidas.
Dícese que llevó el árbol del cerezo, originario del Ponto, a territorio romano y que innovó en la piscicultura con la crianza de apreciadas especies como la langosta, la morena y el langostino; se le atribuye haber introducido en Roma el exótico faisán y el sabroso melocotón.

Los adinerados y enriquecidos de aquel tiempo (siglo 1 a.C.) tenían aprecio por las carnes de cacería y de crianza, los entremeses de erizos de mar, ostras frescas, almejas, tordos con espárragos, gallinas cebadas, pasteles de ostras y mariscos, bellotas de mar blancas y negras. 

A continuación,  platos de mariscos,  pajarillos de las arboledas, riñones de ciervo y jabalí, aves empanadas, pasteles de pecho de cerdo o jabalí, pescados preparados con variadas  sazones, liebres y aves asadas. Los jardines y  salones donde solían celebrarse esas comilonas se destacaban en la preferencia de la sociedad romana encumbrada. Ya podía Séneca esforzarse en vano en regañarla con parrafadas como:  

“De todos los lugares aportan a la gula todo lo conocido; se trae de lo más alejado del océano lo que a duras penas admite un estómago desequilibrado por las exquisiteces; vomitan para seguir comiendo, siguen comiendo para vomitar y no se avienen a  digerir dignamente los manjares que van buscando por todo el orbe”.



Las dos cosas que Lúculo se llevó de Armenia.

11 de octubre de 2021

El apellido del político y militar romano nos llamaba la atención en las clases de historia armenia. “Lugulós” decíamos en armenio con la segunda ele más llena y nos reíamos. Las risas iban acompañadas pronunciando siempre a continuación el de “Bombeós”, el famoso Pompeyo. Ahora que lo pienso ¿no habrán sido ellos los que tuvieron motivos para reírse...?

Lucio Licinio Lúculo, destacado y hábil militar romano del siglo I a.C. era un epicúreo, amante de la buena vida. Hombre de comer y beber, fue durante los últimos diez años de su vida un gustoso anfitrión de fastuosas comilonas en su mansión cerca de Nápoles. De allí la frase “Lúculo cena hoy con Lúculo”, que cita Alejandro Dumas en “El conde de Montecristo” y que se aplica a los que se regalan con banquetes suculentos.

Fray Antonio de Guevara –franciscano escritor renacentista- nos cuenta la historia: “Era la casa de Lúculo muy frecuentada de todos los capitanes que iban a Asia y de todos los embajadores que venían a Roma; y como una noche no tuviese huéspedes y su despensero se excusase haberle dado corta y pobre cena porque no había quien con él cenase, respondióle con muy buena gracia: 

“Aunque no había huéspedes que cenasen con Lúculo, habías de pensar que Lúculo había de cenar con Lúculo” (1).

Si el lector se pregunta a qué viene todo esto, pues digamos que Lúculo es uno de los protagonistas más notorios en los libros de historia armenia. Aunque esa parte de nuestra historia se base exclusivamente... en textos romanos.

Estamos hablando del hombre que en el año 69 a.C. llevó a cabo la primera campaña militar de Roma contra la Armenia de Tigrán el Grande (Medzn Dikrán), “Rey de reyes” y personaje histórico venerado por alumnos de colegios armenios de todas las épocas.




Estamos hablando también, del romano que se llevó e introdujo en Europa la “marca” prunus armeniaca: el célebre albaricoque o damasco –símbolo nacional armenio- que tanto habrá degustado durante su estancia en Armenia la primavera de aquel año. Y como no sólo de pan vive el hombre, Lúculo habría de llevarse también algo que le permitiría un goce de espíritu a lo grande durante los últimos años de su vida... Pero vayamos por partes.

Mitrídates y Tigrán, un dúo dinámico con parentesco

Mitrídates Eupator, rey del Ponto, es uno de esos personajes “de película” más increíbles que la historia universal haya conocido. No por nada Mozart le dedica su primera ópera en 1770. Dueño de una vasta cultura griega, políglota, experto en venenos, antídotos y tratados de medicina, entrenado desde pequeño a las más duras dificultades para sobrevivir, mantiene en jaque durante décadas a la República romana. Debido a sus aptitudes militares y diplomáticas es considerado por los romanos como el hombre más temido de Asia Menor y su máximo rival después de Aníbal.

¿Cuál es su objetivo político? 

Convertirse en el sucesor de Alejandro Magno uniendo a diversos pueblos de Anatolia en un gran imperio helenísitco fuera de la órbita romana. Y por ese motivo expande su poder hasta Grecia, la que lo recibe de buen grado. Pero hay un inconveniente: Roma no está dispuesta a permitir que le ocupen su quintita y mucho menos que le pongan una barrera en su avance hacia Oriente. El conflicto armado está a las puertas y para eso el rey del Ponto necesita de un poderoso aliado vecino.

¿Y qué pito toca Tigrán el Grande en esta cuestión? Pues el hombre también tiene sus planes en el este, el sur y el suroeste de Armenia, en territorios que incorporará uno tras otro durante un cuarto de siglo, creando a la postre un imperio que se extenderá desde el Mediterráneo hasta el Mar Caspio. Claro que por el momento tiene un problema: está enfrentado a los Partos (*) y necesita de una alianza política y militar que le cubra las espaldas en caso de que Roma pretenda avanzar y aliarse con el imperio Parto en su contra.

Mitrídates y Tigrán tienen pues todos los motivos –cada uno por su lado- para crear una alianza y la llevan a la práctica repartiéndose zonas de influencia. El rey del Ponto está interesado en expulsar a los romanos del Asia Menor helenizada, de Grecia y de Macedonia. Y acepta por su parte que Tigrán se expanda hacia el Transcáucaso, Siria y la Mesopotamia. Se trata de una suerte de “dúo dinámico” del siglo I a.C. que se enfrenta con las dos grandes potencias de la época: Roma en Occidente y Partia en Oriente.

Mitrídates (Mihrtad en armenio, de Mihr, dios del sol) y Tigrán se convierten además, en suegro y yerno respectivamente. Como es de costumbre, las bodas consolidan las alianzas políticas. Así, el rey póntico ofrece a su hija Cleopatra (no confundir con la de Egipto) al rey de Armenia, quien a sus 46 años desposa a una mujer 30 años menor que él...

A partir del 88 a.C. Mitrídates inicia su “cruzada” helenística contra Roma (sueño dorado que dicho sea de paso, se hará realidad... 400 años más tarde con la creación del imperio romano de Oriente). Además de ocupar Grecia y un par de reinos vecinos del Ponto, perpetra una matanza contra miles de comerciantes romanos asentados en Asia Menor. Es el motivo (o la excusa) por el cual Roma toma la decisión de atacar al díscolo rey del Ponto. Es el comienzo de las llamadas guerras mitridáticas, que ponen a prueba a los generales más destacados de la República: Sila, Lúculo y Pompeyo.

El primero en intentarlo es Sila, un dictador brutal y sanguinario. Caratulado hoy como uno de los grandes villanos de la historia, Sila recupera Grecia en el año 86 (el saqueo de Atenas no deja templo ni estatua en pie...) expulsando a Mitrídates de allí y luego del Asia Menor. El rey del Ponto se ve obligado a firmar la paz: renuncia a sus conquistas y debe resarcir a Roma. Pero esta historia no ha terminado.

Si se tiene en cuenta que los romanos continuaban las guerras hasta la aniquilación o subyugación  total de sus adversarios, la paz firmada equivale a una victoria para Mitrídates. Además, Sila tiene motivos internos para interrumpir su campaña: Cayo Mario intenta usurparle el mando de sus legiones y por ende, urge su regreso a Roma. Allí lo esperan críticas e incluso acusaciones de traición por la tregua pactada con Mitrídates.

Los consejos de Sila

Centrémonos ahora en la figura de Tigrán el Grande, el rey que le da a Armenia su máxima extensión territorial a lo largo de la historia.

Es preciso señalar que la vida de Tigrán nos es conocida gracias a los escritos de los romanos. Testimonios que -como en los casos de Aníbal, Mitrídates o demás rivales de Roma- están repletos de exageraciones. Lúculo, el mayor rival de Tigrán, no olvida los consejos de su astuto maestro Sila: “En vuestros informes, multiplicad el número de vuestros enemigos y reducid el número de vuestros soldados”. Pero la historiografía moderna ha conseguido separar la realidad de la leyenda (o de la fanfarronería). Así, también en lo referente a Tigrán, se ha logrado restaurar la verdadera imagen del gran rey armenio (2).

Aunque excede los límites de esta nota, intentemos una breve reseña de su vida y obra. Al fin y al cabo, dedicar unos párrafos a Tigrán el Grande es lo menos que podemos hacer...

Inicios y conquistas: Su padre, el rey Ardavazt II, es vencido por los Partos luego de cruentos enfrentamientos. Por tal motivo y para garantizar la paz, debe dejarles a su hijo Tigrán como rehén. El heredero del trono de Armenia permanece durante años en el palacio real de Partia. Así se explican algunos futuros rasgos de su carácter. A sus cuarenta y tantos, con la muerte de su padre en el año 95 a.C. se le permite regresar a Armenia para asumir el poder, no sin antes obligarle a ceder ciertos territorios del sur del país (actual Kurdistán) como fianza.

Al poco tiempo, Tigrán comienza su maratón de  conquistas militares y diplomáticas: anexa las vecinas regiones de Sophene (Dzopk) y el sur de la Armenia Menor (Pokr Hayk); crea la mencionada alianza con el vecino reino del Ponto pero mantiene una actitud de neutralidad en el conflicto de Mitrídates con Roma. El único “favor” indirecto que le hace a su suegro es invadir Capadocia –reino vasallo de Roma y limítrofe con el Ponto y con Armenia- en el año 93 a.C., de donde se retira un año más tarde ante el avance de las tropas de Sila.

Tigrán se extiende ahora hacia el sur. El objetivo es sojuzgar el reino de los Partos, tradicionales enemigos de Armenia. Así, recupera los territorios que había cedido en fianza y luego de varias victorias obliga a los soberanos de Media Atropatene (actual región de Tabriz, al norte de Irán) y de Gordiena (actual Kurdistán) a someterse a su autoridad mediante el pago de un tributo anual y la entrega de ejércitos. El mismo destino le espera a Osroena, con capital en Edesa (Urfa) y a Adiabene (actual región de Mosul en Irak). Los Partos son despojados así de sus provincias –o Estados vasallos- más importantes. Desde la fundación de su imperio, nunca antes la monarquía de ese país había sido humillada de tal manera.  

Acto seguido, el rey armenio se adueña de toda la región septentrional de la rica Mesopotamia. Al norte, le llega el turno a Iberia (actual Georgia) y a la Albania del Cáucaso (Aghvank en armenio, actual Azerbaiyán, poblada en ese entonces por un pueblo no-turanio. No confundirla además con la actual Albania, con la cual no tiene relación alguna). Como es habitual, Tigrán deja a los reyes de ambos países en sus tronos con la condición de que acepten su supremacía.

Finalmente, Tigrán avanza sobre Kukark (región de Lorí en Armenia), ocupa la actual Ajalkalak (Georgia) y la región en la unión de los ríos Kura y Arax, adyacente al Mar Caspio. Hacia el  año 83 a.C. se vuelca sobre Siria y Cilicia. Se adueña de Antioquía, la rica capital del imperio seléucida (herederos de Alejandro Magno) que permanece en su poder durante 14 años y acuña monedas con su imagen.

Rey de reyes: Tigrán se convierte así en el soberano de uno de los Estados más grandes que haya conocido Oriente después de los imperios Aqueménida (persas) y Seléucida en Siria. Abarca, además de la Armenia propiamente dicha (Medz Hayk), los actuales Kurdistán, Azerbaiyán, noroeste de Irán,  Cilicia, Siria, el norte de la Mesopotamia (Irak) y el Transcáucaso. Es un imperio que, contando Estados vasallos y pueblos bajo su influencia, llega a una superficie de casi un millón de kilómetros cuadrados... en el que se hablan numerosos idiomas. Los Partos le conceden el título de “Rey de reyes” (Shahanshah), hasta ese momento privilegio de ellos.

Este inmenso territorio está dividido en 120 provincias (estrategias) para las necesidades administrativas. Heredero de las tradiciones de Ciro y de Darío, acepta que ciertas regiones conquistadas se gobiernen por sus propios reyes, tributo mediante. Las fuentes de riqueza del imperio son inconmensurables, especialmente las provenientes de Siria y Mesopotamia. Pero también las de Armenia, con su espléndida cría de caballos y sus vastos recursos minerales (minas de cobre y de oro).

La vasta extensión del imperio hace necesaria la construcción de una nueva capital ya que Artashat –en la llanura del Ararat, a orillas del Arax- se encuentra alejada del centro geográfico del nuevo país. Es el momento de la espléndida Tigranakert (en persa, “ciudad hecha por Tigrán”) al suroeste del lago Van, una ciudad con más de 100 mil habitantes, rodeada de muros de 22 metros de altura, cuyos vestigios no han sido localizados a pesar de que se la relacione erróneamente con la actual Diyarbekir.

La nueva capital es un gran centro comercial, artesanal y cultural de la época según testimonios de historiadores griegos. Pero Tigrán no se conforma con darle su nombre sólo a aquélla: crea otras Tigranakert a lo largo y lo ancho del imperio, una de ellas hoy en Artsaj, sitio arqueológico armenio que ha quedado en manos de las fuerzas azeríes después de la guerra de 2020.

Es de destacar que Tigrán puebla la capital con traslados forzosos, tal como lo hace siglos más tarde Pedro el Grande en Petersburgo. Trae gran número de habitantes armenios de Medz Hayk pero también gran cantidad de griegos -escultores, arquitectos, artesanos de todo tipo y comerciantes- de Capadocia y de Cilicia y habitantes de Siria.


Tigrán el Grande no elige al azar el sitio de su nueva capital. Sabe que desde allí se controla toda la región, rodeada de tierras fértiles y ricas en agua. Además, como señala M. Charlesworth, “el rey armenio se da cuenta que en esa ubicación geográfica Tigranakert se transformaría en un importante centro comercial entre Occidente y Oriente, al dominar la nueva ruta que unía directamente el noroeste de Irán con Cilicia” (3). Tampoco es casualidad, que una de sus obras más importantes sea la construcción de un camino que une las dos capitales –Artashat y Tigranakert- y que llega hasta Antioquía.

La vida en el palacio: Tigrán es un monarca absoluto de la más pura tradición oriental persa pero imbuido de cultura helénica. En la corte y en la alta sociedad armenia se habla griego. El rey se rodea de letrados griegos, uno de los cuales hasta escribe una “Historia de Tigrán”. Su hijo Ardavazt, quien lo sucederá en el trono, escribe tragedias, poemas y discursos en griego que le valdrán los elogios de Plutarco.

Actores atenienses llegan a Tigranakert para representar en su teatro las obras maestras de la tragedia griega; escultores helenos contribuyen a embellecer la ciudad; las monedas de Tigrán constituyen verdaderas perlas numismáticas griegas de Asia. Cleopatra -su esposa- es la patrocinadora de la cultura griega dentro del palacio real y gran defensora de la Hélade.

A pesar de todo esto, la influencia griega sobre Tigrán no deja de ser superficial. El rey armenio tiene múltiples rasgos característicos de los monarcas absolutos orientales. Los años de rehén en la corte de los Partos han dejado su huella en él...

Es interesante transcribir las palabras del historiador R. H. Barrow sobre el Oriente y el Asia Menor en tiempos de Tigrán:

“Por todo este mundo se extendió una cultura que se conoce con el nombre de helenismo. No se trataba de una expresión moribunda, puesto que echó nuevos brotes y en muchas de sus formas perduró otros mil años. Pero carecía de espontaneidad y vigor; era una cultura refinada y engreída, apática y escéptica, aunque no se le pueden negar ciertos elementos de originalidad. Políticamente, sin embargo, estaba podrida, porque comprendía tanto monarquías del tipo oriental, con un gobernante absoluto venerado como divino, una corte de nobles ambiciosos y una moral relajada, como ciudades-estado pendencieras, que vivían de su pasado y que eran incapaces de gobernarse a sí mismas y a sus dependencias, o confederaciones flojas que se hacían y deshacían sin cesar”. (4)

Hacia el 70 a.C. Tigrán ha llegado al apogeo de su gloria: Armenia domina todo el Medio Oriente. Hasta ese entonces se ha medido sólo con pueblos orientales, entre ellos los Partos. Pero en los años posteriores se ha de enfrentar a la fuerza más perfecta y más equilibrada que el mundo de todos los tiempos haya conocido: Roma.

Una petición de asilo que traerá problemas...

Pero volvamos primero a Mitrídates. Hemos dejado la narración en el punto en que Sila regresa a toda prisa a Roma, luego de la tregua establecida en la primera guerra mitridática.

Al retirarse, Sila deja el mando del Asia Menor en manos de Lúculo, líder de su cuerpo de oficiales y ahora comandante en jefe de las fuerzas armadas en Oriente. De familia patricia venida a menos, está casado con una mujer también perteneciente a la nobleza pero que no ha recibido dote. A pesar de su relativa pobreza, Lúculo no ha participado del saqueo a los partidarios de Mario, vencidos en Roma. Es un hombre capaz, ambicioso y arrogante; violento en sus actos pero exento de ocultas intenciones.

En el año 74 Mitrídates vuelve a la carga contra Roma. Seis años atrás, luego de imponer el orden en Asia Menor, Lúculo había vuelto a la capital del imperio pero ahora es momento de regresar a Oriente y enfrentar al rey del Ponto: es el inicio de una nueva guerra mitridática.  Meses más tarde Mitrídates es derrotado. En el 72 y 71 las fortalezas pónticas de Sinope, Heraclia y Amasia caen finalmente en manos de Lúculo. Perdidas todas sus posesiones, Mitrídates se da a la fuga, no sin antes enviar a que asesinen a sus hermanas y esposas, para no caer prisioneras de los romanos...

¿Y dónde podría buscar refugio? 

Pues en lo de su yerno Tigrán, quien le concede el asilo solicitado. Hasta ese momento el rey armenio se ha mantenido al margen de los conflictos de su suegro con Roma. En su persecución a Mitrídates, Lúculo no ataca Armenia. Prefiere la vía diplomática: envía emisarios a Tigrán y le pide la entrega del monarca póntico.

El rey armenio recibe a los representantes de Roma en Antioquía, una de sus tantas sedes luego de la conquista de Siria. Tigrán no siente un afecto especial hacia su suegro. Tal vez, celos. De todos modos, se niega a violar las leyes de caballerosidad y rechaza entregar a Mitrídates. Al mismo tiempo, deja en claro que tiene intenciones de vivir en paz con Roma y que los intereses políticos de ambos Estados no se contraponen ya que Armenia no tiene ambiciones sobre el Ponto ni sobre el Asia Menor.

A partir de ese rechazo, la guerra con Roma tal vez hubiera podido evitarse si no fuera por el carácter de Lúculo. De hecho, el conflicto armado contra una potencia como Armenia tenía que ser decisión del Senado, el cual dudaba en iniciar una nueva campaña militar contra un probable “nuevo Mitrídates”. Además, la política romana consideraba hasta ese entonces a Armenia como un Estado amigo el cual había sido un aliado indirecto en el pasado, durante la campaña de Roma contra el imperio Seléucida. Y un posible futuro aliado contra el peligro que representaban los Partos.

Mientras el Senado duda sobre qué decisión tomar, Lúculo decide in situ y por motu propio iniciar la guerra contra Tigrán. Lo que equivale a decir que viola una de las leyes fundamentales de la República, por la cual es el Senado quien tiene la facultad de decidir sobre cuestiones de peso en política exterior. Al moverse por voluntad propia y sin el consentimiento del Senado, Lúculo sienta el primer precedente que cambiará el curso de la historia política de Roma: Pompeyo, luego César y finalmente Augusto lo imitarán, dando paso al Imperio y a la caída de la República.

6 de octubre de 69 a.C.: La batalla de Tigranakert

¿Quién se acuerda de esta fecha y de esta batalla? Vale la pena remontarnos en el tiempo ya que días atrás se acaban de cumplir precisamente los 2090 años. Y como en general somos muy dados a conmemorar aniversarios, viene al caso.

Cuando Tigrán rechaza la entrega de Mitrídates a los romanos, Lúculo empieza los preparativos para su campaña contra Armenia. Es el invierno de los años 70 y 69. Todo indica que en ese período los armenios se duermen en los laureles (algo nos recuerda...) y que incluso se sorprenden cuando un año después de las truncas negociaciones, los romanos se lanzan al ataque. “No se atreverán” (esto también algo nos recuerda...) seguramente piensa Tigrán, típico rasgo de soberano oriental dueño de toda la región. Quizás esté al tanto de las dudas del Senado en Roma y conociéndola, no cree que un general romano se atreva a desobedecerle.

Lúculo tiene cinco legiones en el Asia Menor (teóricamente cada una de 6 mil hombres pero reducidas por la guerra contra el Ponto) y cerca de 3 mil efectivos de caballería. Deja una de las legiones en el Ponto para terminar de pacificarlo y la primavera del 69 se dirige a Melitine (Malatia). Al este de esta ciudad, el río Éufrates -que corre de norte a sur- marca la frontera con Armenia. En una especie de campaña relámpago, Lúculo atraviesa las montañas del Tauro y ya en la región del río Tigris logra cercar la capital Tigranakert. Para conseguirlo, Lúculo se ha movido a gran velocidad, avanzando aproximadamente 25 kilómetros por día...

Tigrán se ve sorprendido ante esta situación inesperada porque Lúculo no le ha declarado la guerra oficialmente. Envía a una fuerza de 3 mil jinetes armenios contra el ejército romano que no tarda en someterlos. Tigrán abandona la capital y se dirige ahora a Mush, en la Armenia propiamente dicha, para movilizar a todas sus fuerzas y liberar Tigranakert, donde ha dejado esposas y riquezas.

En una operación de rescate con 6 mil jinetes y muchas bajas, Tigrán logra sacar a sus esposas y llevarlas, junto con una parte de sus riquezas, a Mush. Mientras tanto, los romanos continúan con el asedio a la capital. Luego de reunir a su ejército, Tigrán cruza la cordillera del Tauro y llega a Tigranakert –a una distancia de 200 kilómetros de Mush- en un lapso de 10 días. El ejército armenio cuenta con 40 mil efectivos frente a los 15 a 20 mil de los romanos.

Es el 6 de octubre. A pesar de las objeciones supersticiosas de los militares romanos por la fecha (día de la derrota del ejército romano en el año 105 a.C. frente a los teutones y los cimbrios en la batalla de Arausio, al sur de Francia) Lúculo es tajante: “Este día desafortunado lo transformaremos en un día feliz”.

Tigrán, por su parte, no escucha los consejos de uno de los mejores generales de Mitrídates, en el sentido de no presentar batalla frontal sino utilizar la formidable caballería liviana armenia para acosar a los romanos, cortarles los suministros y dejarlos morir de hambre. “Si vienen a pelear como ejército, son pocos. Si vienen como emisarios a pedir la paz, son muchos” le dice, en un exceso de confianza, Tigrán a su colaborador.

El hecho es que Lúculo sabe por dónde enfrentar al grueso del ejército armenio y la batalla termina con una derrota sin precedentes para Tigrán. Asediada durante meses, Tigranakert y sus tesoros caen finalmente en manos de los romanos. Saqueada en parte pero no destruida, la capital de Tigrán seguirá aún en pie 130 años más tarde, apenas inferior a Artashat entre las metrópolis armenias.

¿Qué más se lleva Lúculo de Armenia además de los damascos y las cerezas? Al apoderarse de la capital del reino, Lúculo encuentra en Tigranakert 10 millones de hectolitros de granos de trigo –esenciales para el abastecimiento de sus tropas- y una suma de 8.000 talentos (equivalente hoy a poco más de 50 millones de dólares...) que se convierten en el capital de su fortuna. No es difícil pensar lo que habrá gozado durante el resto de su vida...

Si el lector ha tenido la paciencia de llegar hasta aquí con la lectura, le proponemos un último esfuerzo...

Armenia, “protectorado” romano

La caída de Tigranakert tiene consecuencias territoriales: Tigrán pierde todos sus Estados vasallos, salvo la Media Atropatene, donde reina su yerno. Pierde también Siria –y Antioquía- a manos de Lúculo.

Pero el rey armenio aún no ha dicho su última palabra. Tigrán tiene tiempo para reorganizar sus fuerzas (al estilo romano, bajo los útiles consejos de Mitrídates) y la primavera del 67 mientras Lúculo avanza hacia Artashat, las hostilidades se reanudan. Los catafractarios armenios (caballería pesada cuyos jinetes y caballos portan armadura) atacan a las fuerzas romanas cerca del Éufrates, ocasionándoles duras pérdidas.


Lúculo se da cuenta de que continuar el avance hacia el corazón de Armenia está ya fuera de sus posibilidades. La historia oficial romana cuenta que los soldados de Lúculo, agotados por la travesía entre las altas montañas del país, se amotinan y éste se ve obligado a replegarse hacia el sur. En su camino, el militar romano conquista la Alta Mesopotamia, gobernada por el hermano de Tigrán. La caída de esta plaza estratégica le da un prodigioso botín que se suma al de Tigranakert y que al ser transportados ambos a Roma, ejercen una verdadera fascinación sobre algunos espíritus...

Sin embargo, Lúculo no logra vencer a Tigrán ni capturar a Mitrídates. Es más, Roma sufre en Armenia su primera derrota grave en Oriente, luego de que Tigrán pasa a la contraofensiva victoriosa contra Lúculo en la primavera del 67. Envalentonado por estos sucesos, Mitrídates se lanza por su parte a recuperar su reino y lo consigue. Ante este resultado adverso, el militar romano es convocado de regreso a Roma y destituido de sus funciones en Oriente.

Aquí entra en escena Pompeyo quien asume el mando de las tropas romanas en el año 66. Este célebre militar, con brillante carrera en África y en España, será el que ponga punto final al conflicto de Roma con el Ponto y con Armenia.

Pompeyo avanza contra las fuerzas pónticas que Mitrídates ha reorganizado al recuperar su reino. Luego de una aplastante victoria romana, el rey del Ponto se da una vez más a la fuga (de película, como es habitual) y termina pidiendo asilo... nuevamente en lo de su yerno. Pero Tigrán esta vez se niega. (Podía haberlo recibido y luego entregárselo a Pompeyo, pero no lo hace, acción que denota los valores del monarca armenio...).  

Tigrán se ve amenazado ahora por los romanos y para colmo de males, traicionado por su segundo hijo –Tigrán el Joven- quien se ha convertido en yerno y aliado del enemigo rey Parto y quien se pondrá también a disposición de Pompeyo en su avance hacia Artashat...

El monarca armenio está en serios problemas: Pompeyo ha concertado además una alianza –temporaria- con sus enemigos Partos y Armenia corre grave riesgo de ser invadida por dos frentes y repartida entre los dos imperios. Al monarca armenio de edad avanzada no le queda más opción que negociar con Pompeyo. Renuncia a todas sus conquistas occidentales pero mantiene la Gran Armenia (Medz Hayk). Además, debe pagar una indemnización de 6.000 talentos (cerca de 40 millones de dólares) a Pompeyo...

Finalmente, Armenia no es anexada al imperio romano sino reconocida como “Estado aliado y amigo de Roma”. En otras palabras, un “protectorado” en su zona de influencia. En adelante, una guarnición romana estará de forma permanente en Artashat  y Armenia será para Roma un baluarte de defensa contra los bárbaros del norte y en especial, contra los Partos. Dos pájaros de un tiro. Hábil diplomático este Pompeyo.

Epílogo

Tigrán reinará diez años más –aliado de Roma- hasta su muerte en el año 55, a la edad de 85 años, luego de un prolongado reinado de 40 años que constituye el apogeo del poderío armenio...

Su obra no será en vano: la unión de Medz Hayk con la Armenia Menor en un Estado unificado permitirá que Armenia perdure como tal cerca de cinco siglos más, si no como potencia, al menos como Estado entre Roma y Persia. Tigrán conseguirá también sacar a Armenia de su tradicional aislamiento en Oriente y crear nuevos lazos con Occidente.

Su hijo traidor no recibirá el favor de Pompeyo. Más aún, será llevado como trofeo de guerra y exhibido en Roma...

El rey de los Partos no recibirá ningún territorio a cambio de la alianza con Roma en contra de Tigrán, lo que dará paso a un interminable conflicto entre ambos imperios...

El personaje máximo, Mitrídates, se refugiará en una de sus posesiones en Crimea desde donde intentará, nuevamente y como Aníbal, caminar sobre Roma... Pero al igual que Tigrán, será traicionado por su propio hijo quien mandará asesinarlo y enviará su cadáver a Pompeyo, quien lo hará enterrar en el panteón de los reyes del Ponto. Sin poseer el título de “Grande”, Mitrídates se lo ganará gracias a sus enemigos...

Y Roma terminará demostrando al mundo que su capacidad de victoria sobre el resto de los pueblos no se debe a su inteligencia ni a la valentía de sus soldados, sino a la formación y a la disciplina... 

Ricardo Yerganian

Exdirector de Diario ARMENIA

Notas

(*) Recordemos que los Partos (una rama de los Escitas, pueblo de origen iranio) se establecen en los confines orientales de Persia y hacia el 250 a.C. crean un poderoso Estado cuyo primer rey es Arsaces (Arshak), fundador de la dinastía Arsácida (Arshakuní).

(1) Fray Antonio de Guevara, “Menosprecio de corte y alabanza de aldea”,1539, capítulo XVII

(2) El historiador H. Pastermadjian cita en este sentido a Kurt Eckhardt, en su obra “Die Armenischen Feldzuege des Lucullus”, Journal Klio, 1909-1910, Leipzig

(3) M. Charlesworth, “Trade Routes and Commerce of the Roman Empire”, Cambridge, 1924, pág. 101

(4) R. H. Barrow, “Los Romanos”, Fondo de Cultura Económica, México, 1973, pág. 39


Itsukushima Shrine.