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jueves, 4 de agosto de 2016

317.-Los Anales de Úlster; 'La tierra baldía' de T. S. Eliot.-a

Irlanda.



 

T. S. Eliot





Biografía.




(Thomas Stearns Eliot, conocido como T. S. Eliot; Saint Louis, 1888 - Londres, 1965) Poeta, dramaturgo y crítico inglés. Cuando pasó a estudiar a la Universidad de Harvard, Eliot realizó numerosas lecturas típicas, más de lo que vulgarmente se cree, de la Boston culta de los años anteriores a la Primera Guerra Mundial: Henry James, John Donne y los metafísicos, Robert Browning, Dante y el teatro isabelino. A ellas se añadió en 1908 el libro de Arthur Symons, The symbolist Movement in Literature, que le llevó al conocimiento de los "poètes maudits", en particular de Jules Laforgue y Tristan Corbière.

Tales lecturas ejercieron una influencia formativa en la técnica de Eliot. Aprendió de Henry James la precisión en el léxico, así como la seguridad de que la poesía debe escribirse con idéntico cuidado que la mejor prosa; de Robert Browning recibió la forma del monólogo dramático, y de Jules Laforgue los rápidos tránsitos de una a otra idea mediante las asociaciones y la mezcla de vocablos insólitos con una ordenación simple del discurso; el estudio de la poesía metafísica le proporcionó una versión moderna del "concepto" metafísico, el vínculo entre pensamientos y objetos dispares, y la costumbre del estilo directo y del lenguaje hablado; en los isabelinos del último período se inspiró para la forma del verso, flexible y con frecuentes encabalgamientos. Dante le enseñó la naturaleza exacta, escueta y evidente de las imágenes.

La familiaridad de Eliot con los simbolistas franceses aumentó a raíz de su viaje de 1911 a Europa, donde estudió primeramente en la Sorbona y luego en Oxford. En Inglaterra trabajó durante algún tiempo como empleado de banca; sin embargo, pronto se dedicó exclusivamente a la literatura. En su primera obra poética, El canto de amor de J. Alfred Prufrock (The Love Song of J. Alfred Prufrock, 1917), resulta evidente la influencia francesa, en particular la de Laforgue. A pesar de ello y de la afinidad de su monólogo dramático con el de algunos pequeños poemas de Robert Browning, como por ejemplo My Last Duchess, en la citada composición Eliot rompe con la tradición de la poesía propia del siglo XIX, por lo menos en cuanto a la supresión de los elementos "poéticos".
Orden al Merito.


Por aquel entonces residía en Londres Ezra Pound, gran animador de movimientos literarios y de poetas jóvenes. Con él estableció contacto Eliot, quien, después de Poems (1919), en los que resuenan todavía algunos ecos de la poesía francesa, publicó aquel mismo año Ara vos prec, donde la influencia de la lírica provenzal y del "stil novo" italiano constituye precisamente el resultado de las relaciones con Pound. A éste debe también nuestro autor su vínculo con el filósofo inglés T. E. Hulme, quien influyó en la formación crítica de Eliot.

Su afán de encontrar un medio técnico adecuado le llevó a componer otro pequeño poema, Gerontion (1920); en él, el movimiento de los versos retrocede y logra superar, como no consiguiera ni el propio Swinburne, la barrera Milton-Tennyson del "blank verse", además de inspirarse en el Shakespeare de la última época, en Thomas Middleton y en John Webster. Si hasta entonces la obra de Eliot había representado el anhelo de encontrarse a sí mismo, el espectáculo del desorden espiritual ocasionado por la Primera Guerra Mundial ayudó a nuestro poeta a reconocer sus exigencias más genuinas, a lograr la realización del citado afán y a considerar implícitamente en esta realidad el caos interno y literario en el que se hallaban sumidas, entre la disgregación de todos los valores del espíritu, las manifestaciones extremas del Romanticismo.

Tal estado de ánimo aparece expresado en el pequeño poema Tierra yerma (The Waste Land), que en 1922 señaló la consecución de la madurez artística de su autor. Ya en el poema Gerontion, cuyos personajes y acontecimientos quedan reunidos en el espíritu del Anciano, había hecho presentir esta otra obrita, en la cual el movimiento del mundo en el espacio y el tiempo se concreta y unifica en Tiresias. La reacción de Eliot contra el desorden romántico se expresa en su renuncia a considerar la poesía como una efusión individual. Y así, trasladado el valor desde los sentimientos a la idea que de ellos se forja el poeta, enunció su teoría del objetivo correlativo: serie de objetos, situación o sucesión de hechos, fórmula de aquella emoción "particular", que debe ser evocada inmediatamente una vez los acontecimientos externos han sido orientados hacia una experiencia sensoria.

Este principio, en el que queda evidentemente manifestada una exigencia de imparcialidad y orden, es el origen del complejo de alusiones y símbolos característico de Tierra yerma, cuyos temas dominantes son el vacío y la futilidad de una existencia sin fe, o privada, por lo menos, de un punto fijo de referencia, y la concepción de la muerte como camino hacia la verdadera vida. Al espectáculo revelado por el poema y al desconsolador estado de ánimo a que daba lugar, opuso Eliot al cabo de poco tiempo la certidumbre de las creencias religiosas; y así, en 1927, o sea el mismo año en que adquirió la nacionalidad británica, se adhirió a la rama anglocatólica de la Iglesia anglicana.


Con esta orientación, el poeta se interesó cada vez más en el problema de las relaciones entre las apariencias materiales y la realidad espiritual. Fruto de ello fue en 1930 el pequeño poema Miércoles de ceniza (Ash-Wednesday), en el que predominan motivos de purificación y redención en la duda entre un estado de ánimo sereno y resignado alcanzado sólo a veces y las reapariciones de una angustia de incertidumbre y debate; se trata, en esencia, de la lamentación por una fe todavía imperfecta, pero también, al mismo tiempo, de la tendencia a "elaborar algo de que alegrarse".

A lo largo de una línea más propiamente poética aparecieron luego los Cuatro cuartetos (Four Quartets), compuestos entre 1935 y 1942 y en los que la continuidad de la experiencia en el tiempo y fuera de él y la redención a través de éste integran algunos de los temas dominantes. El motivo de la salvación en el tiempo se da asimismo en la segunda de sus obras dramáticas, Reunión de familia, escrita por aquellos mismos años.

Desde Las lides de Sweeney (Sweeney Agonists, 1932), Eliot había llevado a cabo ensayos de verso y lenguaje dramáticos mediante el ritmo rápido y sincopado del diálogo; en 1934 realizó un nuevo experimento con los coros escritos para la representación sacra La roca (The Rock), en la que la brevedad y las síncopas se ven reemplazadas por una amplia cadencia de versículos bíblicos. En 1935, finalmente, se representó Asesinato en la catedral. En síntesis, cabe afirmar que Ash-Wednesday expresa la búsqueda del destino propio, y la última obra citada, la aceptación activa y lúcidamente consciente del mismo. La indagación aparece reanudada en The Family Reunion.

Al doble tema volvió Eliot con The Cocktail Party (1950) y El secretario de confianza (1954), donde trata de unir los dos momentos del anhelo y la resignación para obtener, con el tránsito de uno a otro, la acción necesaria a la obra dramática. Existe, pues, en este autor una continuidad de evolución entre los textos poéticos y los de carácter teatral, lo mismo que en el afán por hallar un verso libre y el de un nuevo lenguaje propio de la poesía. Sin embargo, precisamente este vínculo, que hace íntimamente dramáticas algunas de sus obras poéticas, da, en cambio, a los dramas de Eliot un aspecto poco teatral.

T. S. Eliot se halla situado en la línea principal de los poetas-críticos ingleses, que, a través de John Dryden, Alexander Pope y el doctor Johnsan, va desde Ben Jonson hasta Matthew Arnold, otro de los escritores que han influido en él. No sería posible analizar sus métodos poéticos sin tener en cuenta sus normas. A pesar de los estudios filosóficos de los años de juventud, Eliot no es, sustancialmente, un crítico teórico, sino el artista que escribe acerca de la poesía propia y ajena; sus observaciones más importantes nacen precisamente del análisis detallado de la obra de otros poetas. 

El premio Nobel que se le concedió en 1948 lo confirmó como el mejor de los autores poéticos ingleses contemporáneos. Supo, en efecto, dar nueva expresión a la inquietud espiritual de su tiempo, el nuestro, y reaccionar, al menos en cuanto a su persona, gracias al hallazgo de un camino orgánico hacia "algo de que alegrarse".

Diploma nobel de Literatura.


Entre sus últimas obras cabe citar On Poetry and Poets (De la poesía y de los poetas), de 1957; el drama El viejo estadista (The Elder Statesman, 1958); la publicación, en 1963, de una selección personal de su obra poética bajo el título Poesías (Collected Poems 1909-1962) que ha conocido un gran número de reediciones y traducciones; y Ensayos, publicada en 1965, que comprende toda su labor crítica.



5 poemas de T.S. Eliot.


Burnt Norton.

Tiempo presente y tiempo pasado
se hallan quizá presentes en el tiempo futuro
y el tiempo futuro dentro del tiempo pasado.
Si todo tiempo es eternamente presente
todo tiempo es irredimible.
Lo que pudo haber sido es mera abstracción
quedando como eterna posibilidad
solamente en el mundo de la especulación.
Lo que pudo haber sido y lo que fue
apuntan a un solo fin, que está siempre presente.

Los hombres huecos. 

Un penique para el viejo guy

Somos los hombres huecos

Somos los hombres rellenos

Inclinándonos juntos

Casco lleno de paja. ¡Alas!

Nuestras voces secas, cuando

Susurramos juntos

Son quietas y sin sentido

Como viento en hierba seca

O patas de rata sobre cristal roto

En nuestra seca celda.

Figura sin forma, matiz sin color,

Fuerza paralizada, gesto sin movimiento;

Aquellos que han cruzado

Con ojos directos al otro Reino de la Muerte

Nos recuerdan -si acaso- no como perdidas

Almas violentas, sino sólo

Como los hombres huecos

Los hombres rellenos.

II

Ojos que no me atrevo a encontrar

En el otro reino del sueño de la muerte

Estos no aparecen

Allí, los ojos son

Luz de sol sobre una columna rota

Allí, está un árbol balanceándose.

Y voces están

En el viento cantando

Más distantes y más solemnes

Que una estrella desfalleciente.

No me deje que esté más cerca

En el reino del sueño de la muerte

Déjenme usar

Tan deliberado disfraz

Abrigo de rata, piel de cuervo, tablas cruzadas

En un campo

Comportándose como el viento se comporta

No más cerca-

No ese encuentro final

En el reino del crepúsculo

III

Esta es la tierra muerta

Esta es la tierra de cactus

Aquí las imágenes de piedra

Se levantan, aquí ellas reciben

La suplicación de la mano del muerto

Bajo el parpadeo de una estrella desfalleciente.

Y así es

En el otro reino de la muerte

Levantándonos solos

A la hora en que estamos

Temblando con ternura

Labios que besarían

De Oraciones a piedra rota

IV

Los ojos no están aquí

Andamos a tientas

y evitamos la palabra

Reunidos sobre esta playa del río hinchado

Sin mirada, a menos que

Los ojos reaparezcan

Como la estrella perpetua

Rosa de muchos pétalos

De reino crepuscular de la muerte

Rosa de muchos pétalos

De reino crepuscular dela muerte

La esperanza solo

De hombres vacíos.

V

Aquí vamos alrededor del cactus

Cactus cactus

Aquí vamos alrededor del cactus

A las cinco de la mañana

Entre la idea

Y la realidad

Entre el movimiento

Y el acto

Cae la sombra

Porque tuyo es el reino

Entre la concepción

Y la creación

Entre la emoción

Y la respuesta

Cae la sombra

La vida es muy larga

Entre el deseo

Y el espasmo

Entre la potencia

Y la existencia

Entre la esencia

Y el descenso

Cae la sombra

Porque tuyo es el reino

Esta es la forma en que acaba el Mundo

Esta es la forma en que acaba el Mundo

Esta es la forma en que acaba el Mundo

No con un estallido, sino con un murmullo.


El cultivo de los árboles de navidad 


Hay varias actitudes hacia la Navidad,

Alguna de las cuales podemos pasar por alto:

La social, la adormecida, la patentemente comercial,

La alborotada (los bares abiertos hasta la medianoche)

Y la infantil -que no es la del niño

Para quien la vela es una estrella y el ángel dorado

Extendiendo sus alas en la cima del Árbol de Navidad

No es sólo una decoración, sino un ángel

El nido se maravilla en el Árbol de Navidad:

Dejen que continúe en el espíritu de maravilla

En la fiesta como un acontecimiento no aceptada como un pretexto;

De tal forma que el arrebatamiento brillante, la sorpresa

Del primer Árbol de Navidad recordado,

De tal manera que las sorpresas, deleite en nuevas posesiones

(Cada una con su peculiar y excitante olor),

La espera del ganso o el pavo

y el esperado miedo en su aparecer,

De tal forma que la reverencia y la alegría

No sean olvidadas en experiencias posteriores,

En el hábito aburrido, la fatiga, el tedio,

La conciencia de la muerte, la conciencia del fracaso,

O en la piedad del converso

La cual puede ser corrompida por vanidad

Displicente a Dios e irrespetuosa con los niños

(Y aquí recuerdo también con gratitud a

Santa Lucía, su cancioncilla y su corona de fuego):

De tal forma que antes del fin, la ochentava Navidad

(Por ochentava quiero decir cualquiera que sea la última)

Los recuerdos acumulados de la emoción anual

Sean concentrados en una gran alegría

La cual será también un gran miedo, como en la ocasión

En que el miedo vino a cada alma:

Porque el comienzo nos recordará del fin

Y la primera venida la segunda venida.

El Director 

Desdicha al desdichado Támesis

Que fluye tan cerca del Espectador

El director

Conservador

Del Espectador

Corrompe la brisa

Los accionistas

Reaccionarios

Del Espectador

Conservador

Con los brazos enlazados

Dan vueltas

A paso de lobo.

En un desagüe

Una niña

En harapos

De nariz achatada

Mira

Al director

Del Espectador

Conservador

y muere de amor.

 

La Canción de Amor de J. Alfred Prufrock

Vamos pues tú y yo,

cuando la tarde se estira contra el cielo

como un paciente anestesiado sobre una mesa;

vamos pues, a través de ciertas calles semidesiertas,

los susurrantes asilos

de noches inquietas en baratos hoteles de una noche

y restaurantes de aserrín con conchas de ostras:

Calles que siguen como un argumento tedioso

de intención engañosa

para conducirte a una pregunta agobiante…

Oh, no preguntes, “¿Qué es?”

Vamos pues y hagamos nuestra visita.

En el cuarto las mujeres van y vienen

hablando de Miguel Ángel.

La neblina amarilla que frota su espalda contra el cristal de la ventana,

el humo amarillo que frota su hocico contra el cristal de la ventana,

lamió su lengua en los rincones de la tarde,

se demoró sobre los pozos que permanecen en los desagües,

dejó caer sobre su espalda el hollín que cae de las chimeneas,

se deslizó por la terraza, dio un salto repentino,

y viendo que era una suave tarde de octubre,

se enredó alrededor de la casa y se quedó dormida.

Y en verdad habrá tiempo

para el humo amarillo que se desliza a lo largo de la calle

frotando su espalda sobre los cristales de la ventana;

habrá tiempo, habrá tiempo

de preparar un rostro para encontrar los rostros que encuentres;

habrá tiempo para asesinar y crear,

y tiempo para todas las obras y los días de manos

que levantan y dejan caer una pregunta en tu plato;

tiempo para ti y tiempo para mí,

y un tiempo aun para un ciento de indecisiones,

y para un ciento de visiones y revisiones,

antes de tornar la tostada y el té.

En el cuarto las mujeres van y vienen

hablando de Miguel Ángel.

Y en verdad habrá tiempo

para preguntarse, “¿Me atrevo?”, y, “¿Me atrevo?”

Tiempo para voltearse y descender la escalera,

con una mancha en el medio de mi pelo

(Ellos dirán: “i Cuán delgados están sus piernas y sus brazos!”)

Mi abrigo mañanero, mi cuello que sube firmemente al mentón,

mi rica y modesta corbata, pero sostenida por un simple alfiler

(Ellos dirán: “i Pero que delgados están sus piernas y sus brazos!”)

¿Me atrevo

a perturbar el universo?

En un minuto hay tiempo

para decisiones y revisiones que un minuto anulará.

Porque las he conocido todas, todas las he conocido

He conocido las noches las mañanas, y las tardes,

he medido mi vida con cucharitas de café;

conozco las voces muriendo con una caída mortal

bajo la música de un cuarto más lejano.

¿Entonces cómo podría yo presumir?

Y he conocido los ojos ya, todos los he conocido

los ojos que te fijan en una frase formulada,

y cuando estoy formulado, tendido sobre un alfiler,

cuando estoy clavado y estrujado sobre un muro,

¿entonces cómo debería empezar

a escupir todas las colillas de mis maneras y mis días?

¿Y cómo podría entonces presumir?

y he conocido todos los brazos, todos los he conocido

brazos con brazaletes y blancos y desnudos

(Pero a la luz de la lámpara, derribados con claro pelo marrón!)

Es el perfume de un vestido

que me hace tanto divagar?’

Brazos que yacen a lo largo de una mesa, o envueltos alrededor de un chal.

¿Y debería entonces presumir?

¿Y cómo debería empezar?

¿Diré, que he ido en el crepúsculo a través de estrechas calles

y observado el humo que se alza de las pipas

de hombres solitarios en mangas de camisa, asomándose por las ventanas?…

Yo debí haber sido un par de garras rotas

barrenando el suelo de mares silenciosos.

Y la tarde, la noche, duerme tan apacible!

Suavizada por largos dedos,

dormida… cansada… o finge,

estirada en el suelo, aquí entre tú y yo.

Debería, después del té, los bizcochos y los helados,

tener la fuerza de forzar el momento hasta su crisis?

Pero aunque he llorado y apresurado, llorado y orado,

aunque he visto mi cabeza (haciéndose ligeramente calva)

traída en una bandeja,

no soy profeta, y aquí no hay gran asunto;

he visto el momento de mi grandeza vacilar,

y he visto el eterno Lacayo agarrar mi abrigo, y reír disimuladamente,

y en pocas palabras, tuve miedo.

Y hubiese valido la pena, después de todo,

después de las tasas~ la mermelada, el té,

entre porcelana, entre alguna conversación entre tú y yo,

hubiese valido la pena,

haber penetrado el asunto con una sonrisa,

haber comprimido el universo en una bola

y hacerla rodar hacia alguna pregunta abrumadora,

Decir: “Soy Lázaro, vengo de los muertos,

vengo a decírtelo todo, todo te lo diré”.

Si uno poniéndose una almohada en su cabeza,

Dijese: “Eso no es lo que quise decir del todo.

No es esto de ninguna manera.”

Y hubiese valido la pena, después de todo,

hubiese valido la pena mientras tanto.

después de las puestas de sol y de entrada los patios de y las calles lloviznadas,

después de las novelas, después de las tazas de té, después de las faldas que se arrastran a lo largo

del suelo

y esto y tanto más?

Es imposible decir lo que quiero decir!

Pero como si una linterna mágica lanzara los nervios en figura sobre la pantalla:

Hubiese valido la pena

si uno, colocando una almohada o quitándose una manta,

y volteándose hacia la ventana, dijera:

“No es esto de ningún modo,

No es esto lo que quería decir, de ningún modo.”

No! No soy el príncipe Hamlet ni he pretendido serlo;

soy un señor asistente, alguien a quien bastará

avanzar, comenzar una escena o dos,

aconsejar al príncipe; sin duda, una herramienta fácil,

deferente, alegre de ser usada,

política, cuidadosa y meticulosa;

lleno de alta sentencia, pero un poco obtuso,

a veces, en verdad, algo ridículo

casi, a veces, el Tonto.

Envejezco… Envejezco…

Llevaré arremangados los ruedos de mis pantalones.

¿Me partiré el pelo delante? Me atreveré a comer un durazno?

Me pondré pantalones blancos de franela y caminaré sobre la playa.

He oído las sirenas cantándose recíprocamente.

No pienso que me canten a mí.

Las he visto cabalgando hacia el mar sobre las olas

peinando el pelo blanco de las olas sopladas hacia atrás

cuando el viento sopla el agua blanca y negra.

Nos hemos detenido en las cámaras del mar

por niñas marinas adornadas con algas marinas rojas y marrones

hasta que voces humanas nos despiertan, y nos ahogamos.




'La tierra baldía' 

 

 Según José María Valverde, en efecto, «la publicación de La tierra baldía convierte a T. S. Eliot en la figura central de la vida poética en lengua inglesa. [...] La crítica saludó el complejo y oscuro poema [...] como símbolo de una época de desintegración, que trataba desesperadamente de poner algún orden en el creciente caos aplicando mitologías y formas heredadas del pasado».

Eliot nació en los Estados Unidos y se trasladó al Reino Unido en 1914, con veinticinco años. Se hizo ciudadano británico en 1927, con treinta y nueve años de edad. Acerca de su nacionalidad y del papel de esta en su trabajo, afirmó: 

«[Mi poesía] no habría sido la misma si hubiese nacido en Inglaterra, y tampoco si hubiese permanecido en Estados Unidos. Es una combinación de cosas. Pero en sus fuentes, en sus corrientes emocionales, viene de Estados Unidos».

​ El crítico Edmund Wilson afirmó de Eliot: 

«Es uno de nuestros auténticos poetas únicos».
En 1948 le fue concedido el Premio Nobel de Literatura «por su contribución sobresaliente y pionera a la poesía moderna».

La tierra baldía (1922; en inglés, The Waste Land), obra cumbre de T. S. Eliot, es uno de los poemas más importantes de la literatura inglesa del siglo XX. Consta de 434 versos, el primero de los cuales es citado en numerosas ocasiones: 
"Abril es el mes más cruel" (April is the cruellest month).

El poema, sin las notas del autor, apareció por primera vez en el Reino Unido en el primer número (octubre 1922) de The Criterion, revista de literatura que Eliot publicara hasta enero de 1939. Luego, el poema fue publicado por primera vez en los Estados Unidos en la revista The Dial (Vol. 73, noviembre 1922), después de una álgida negociación.
En libro, la edición príncipe de The Waste Land fue editada en la ciudad de Nueva York, en el mes de diciembre de 1922, por el editor Horace Liveright, a través de la editorial Boni and Liveright, edición que contenía sus conocidas notas al final del volumen. En septiembre de 1923, la Hogarth Press, casa de ediciones bibliófilas, a cargo de Leonard y Virginia Woolf, publicó la primera edición británica del poema, con un tiraje aproximado de 450 ejemplares.

La tierra baldía se divide en cinco secciones:

The Burial of the Dead (El entierro de los muertos)
A Game of Chess (Una partida de ajedrez)
The Fire Sermon (El sermón del fuego)
Death by Water (Muerte por agua)
What the Thunder Said (Lo que dijo el trueno)




 

POESÍA
Renovada versión de una obra mítica
'La tierra baldía'

T. S. Eliot reventó con este poema las costuras de la poesía inglesa del siglo XX
Una nueva traducción publicada por Lumen reactiva la vigencia de esta obra


Thomas Stearns Eliot armó a solas la mejor guerrilla de vanguardia de la poesía anglosajona. En 1922, con 34 años, el autor de origen estadounidense (1888-1965) afincado en Londres desde 1914, publicó 'La tierra baldía' y alumbró una nueva galaxia en la lírica occidental. Todo en aquel largo poema es extraordinario, febril, mutante, insólito, casi un bosque irreal, casi otro mundo habitable, como anunciando algo que está por venir y de lo que sólo él tiene la clave. Aquel largo texto, 'La tierra baldía', se convirtió en uno de los estandartes de la poesía del siglo XX. Y ese poema dura todavía.

Las sucesivas traducciones al español de esta obra principal de su aventura (desde la propuesta de José María Valverde a la de Juan Malpartida y Jordi Doce) han intentado fijar mejor aquel universo de referencias, arrebatos, reflexiones, devastaciones, crítica y tradición recuperada que encierran estos versos. Un viaje extraordinario al que dio dirección y sentido Ezra Pound. Eliot le pasó el manuscrito para que diese su bendición y aquel le devolvió el poema cribado hasta dejarlo en la esencial expedición que hoy conocemos.

'La tierra baldía' es algo más que un poema: es la llegada inminente de una escritura nueva que generó en su día tanta incomodidad como asombro. Y no ha dejado desde entonces de permanecer en el centro mismo de la mejor literatura, de la más alta cumbre del misterio y de lo por decir. El crítico y editor Andreu Jaume se ha adentrado en el laberinto de 'La tierra baldía' para traer una nueva traducción al español (publicada por Lumen), donde apuntala la trascendencia de uno de los poemas principales de la tradición contemporánea, estableciendo un nuevo parámetro de lectura que sitúa a Eliot como un poeta también (y con fuerza) de ahora, reinterpretando a través de su óptica sublime y feroz un mundo (el que quedó liquidado tras la I Guerra Mundial) que hoy vuelve a repicar en algunos de sus peores modales.

Todo este poema es febril y mutante, casi otro mundo habitable.

"No hay, en el siglo XX, una obra que concentre con tanta intensidad todas las ideas preconcebidas acerca de lo que se entiende por poesía moderna como 'La tierra baldía'. Un poema que ha llegado a encarnar no sólo una imagen devastada de su tiempo, sino también una teoría de la tradición exhausta, a la vez que ha propuesto un paradigma de complejidad, oracular e intimidante, donde genera una especie de ansiedad interpretativa por donde han transitado todas las escuelas críticas, desde el formalismo y el estructuralismo hasta el psicoanálisis y el feminismo",
explica en el prólogo a esta edición que en unos días inaugura temporada.

El texto es un atlas poderoso donde colisiona la mejor escudería de la cultura clásica con el rechazo a las gastadas formalizaciones de la poesía y las supersticiones de su tiempo. Un mapa del mundo contemporáneo donde el poeta no es sólo un asistente más, sino un agente provocador que desmiente cualquier idea de destino o de azar para hacer del idioma un acontecimiento, una revancha que impugna las convenciones literarias, políticas, sociales y culturales de un tiempo en derrumbe.

"Este poema sigue conservando una enorme juventud y vigor", sostiene Andreu Jaume.
 "Más allá de su aparente complejidad es un artefacto memorable. Supone un golpe seco. Conviene, como lectores, que olvidemos cuanto se ha dicho de él y que ya es casi un tópico de lectura para entender su verdadera potencia". Casi un siglo después de su publicación, 'La tierra baldía' nos muestra cómo en Europa todo vuelve a estar, de algún modo, en línea con el espíritu cansado de los días en que Eliot escribió estos versos, enfrentándose a su tiempo. "Ahora puede ser una buena herramienta para entender algunos de los problemas que de algún modo se repiten".

El poeta es aquí un agente provocador que rompe la idea de destino.

Y todo esto lo armó el poeta sin compañeros de viaje. Tan sólo con Dante como brújula. El maestro italiano fue el centro de su canon para tan cuidada vocación esteparia. Y con un claro ímpetu de hacer de la literatura algo más que un brocado verbal o un tisú de palabras. Exactamente con la certeza de una rebeldía de señor bien peinado. De pensador extravagante. De tipo dispuesto a viajar en sentido opuesto al cauce general. De ahí esta declaración que afianza su rechazo al molde de época: 

"Uno debe asumir el hecho de que los imbéciles a cada lado del agua están muy contentos y saben apreciar, por esa suerte de hostil compasión que existe sólo entre miembros de la misma familia, las imbecilidades de la gran fraternidad al otro lado y que esa percepción sólo les confirma en su propia variedad de estupidez. [...] Una literatura sin sentido crítico, una poesía que no tiene ni la más mínima idea del desarrollo del verso francés desde Baudelaire hasta el presente y que ha peritado la literatura inglesa sólo con una pasión de anticuario excursionista, un gusto para el que todo es demasiado caliente o demasiado frío, no puede conformar una cultura".

La recepción de 'La tierra baldía' fue hostil. Eliot, junto a Pound, se propuso contestar a la poesía de su tiempo. Y eso no gustó. Pero tanto desafecto inflamaba más su pasión. Había abandonado la carrera académica, se había casado con Vivienne Haigh-Wood (que acabaría sus días en una clínica mental), ya vivía de la literatura (como era su propósito) y en paralelo a su obra poética desarrollaba una intensa labor crítica desde su propia revista, 'Criterion'. Por entonces, también destaca como editor en Faber & Faber (tras abandonar el banco Lloyd's de Londres, donde comenzó a trabajar en 1917). "Esa voluntad de desplegar su actividad literaria en tres frentes de influencia da cuenta de la clara intención de voltearlo todo él solo", explica el traductor.

En sus primeros poemas ya propone un cambio de reglas de la poesía inglesa injertando en su escritura los hallazgos de su fascinación por los simbolistas franceses, con Jules Laforgue al frente. Y desde sus valientes ensayos apostó por darle la vuelta a todo.

 "Así hasta su trabajo editorial en Faber & Faber, donde pone en práctica todo lo que exigía en su obra de creación y en sus textos críticos", sostiene Andreu Jaume. "Es el autor que con mayor ambición y mejor planteamiento se propuso asentar un nuevo camino en la tradición anglosajona. Y lo logra. Su herencia ha superado el paso de los años, no como en Pound, que resulta hoy un creador más brillante que hondo. Esa actividad, atestiguada por su voluminosa correspondencia de la época, supuso la puesta en marcha de una estrategia política para derribar los enquistados supuestos estéticos vigentes e importar maneras y pensamiento procedentes de Europa. Es emocionante ver cómo Eliot, en sus cartas, reseñas y ensayos, va construyendo una nueva lectura de la tradición en que se ha formado, con una persistencia que nunca cede ni se desborda, persuadido de que la mejor manera de imponerse era mediante una sobria contundencia".

Fue un rebelde a tiempo completo cuya intimidad estaba dañada.

Pulido, perfecto, mundano, T. S. Eliot se mostraba en la vida civil como un conservador (con ramalazos antisemitas), pero en el bosque de la literatura se instaló como el más vanguardista, moderno, y atrevido, de su generación. 

"Contra él se han rebelado Harold Bloom y numerosas escuelas críticas, por su reaccionarismo (dicen). Sin embargo, fue un rebelde a tiempo completo. Rompe sin timidez con el decoro de la época en que le tocó vivir. En la literatura y en la filosofía fue uno de los creadores más atrevidos", apunta el autor de la traducción.

 Y aún más: 
"Es de los últimos de un linaje que cree en la poesía como el lugar primero de la complejidad literaria. Y, a la vez, era un poeta aclamado que daba recitales en estadios ante 15.000 personas. Es el último fenómeno poético de la Europa del siglo XX".

Pero más allá de la autoridad conquistada, de la estela de figurón, de la sastrería de caballero exquisito y distante, altivo y dignísimo, la verdadera intimidad de Eliot estaba dañada por depresiones, neurosis y obsesiones constantes. Las dudas religiosas le rodeaban el ánimo. Las debilidades lo llenaban de terror. Es ahí, en ese territorio de quebrantos y grietas, donde nace su modernidad. Las dudas lo impulsan hasta lo sufriente. Y en esa lucha íntima por no perder el equilibrio en un mundo convulso, con una mente convulsa, donde toma cuerpo su impar característica agónica de hombre moderno.

Pocos poetas emocionan tanto al hablar del dolor desde la contención.
"¿Cuáles son las raíces que agarran, qué ramas crecen/ en esta basura pétrea?/ Hijo del hombre,/ no puedes saberlo ni imaginarlo, pues conoces solo/ un montón de imágenes rotas", escribió.

El pulso dramático, la confusión entre personaje y autor y la ironía son parte de los fastuosos enseres de la poética eliotiana.
"Su huida de la personalidad romántica le sirve para reivindicar la antigua potestad del poeta como custodio de las metamorfosis, de demiurgo y reflector de distintas personas en las que se diluye diseminado el sujeto", apunta Jaume Andreu. 
Y es que Eliot busca en la poesía el derecho de personaje que poco a poco se fue exiliando en la novela. El juego de voces, de perspectivas, de ideas con las que generar un nudo espiritual y formal que trasciende incluso la lógica para dejarse llevar por lo imprevisto, por lo inexacto, por lo secreto.

La poesía de Eliot es una cadena de heridas abiertas.

Casi 100 años después de aquel calambrazo que supuso la publicación de 'La tierra baldía', el texto mantiene el pulso. Incluso permite hoy una lectura cómplice. Esta traducción suena a poema, sin perder la meditación entre lo meditativo y lo lírico. La biografía de Eliot es una cadena de momentos oscuros, de heridas abiertas, de estupefacciones. Otro cosa es su obra, una de las aventuras más hondas, ricas y aéreas de la literatura de los últimos 100 años. En ella está cifrada (incluso encriptada) una de las formas de la poesía.

Fuimos y somos la tierra baldía. Todo lo que él dijo se quedó entre nosotros en forma de verso, en canción de arrebato, en revelación que no se detiene y hoy tiene su pleno sentido, como tiene la mejor tradición su absoluto presente dentro.

Aquel tipo adusto, aparentemente ajeno a todo este tinglado de existir, dejó su mejor lección un un puñado de poemas que son, exactamente, la huella del oficio de vivir. De pensar y vivir. 

"Porque ya lo conozco todo, todo lo conozco.../ He conocido los crepúsculos, las tardes y las mañanas,/ mi vida la he medido con cucharillas de café;/ y conozco las voces agónicas en su agónica caída".




 

lunes 21, Nov 2022
Un siglo de ‘La tierra baldía’, de T. S. Eliot, el poema que revolucionó la poesía y miró al futuro.


Por WINSTON MANRIQUE SABOGAL

En otoño de 1922 se publicó uno de los grandes poemarios del siglo XX convertido en clásico de la literatura. Una obra donde late el vivir con un aura hermética que hipnotiza por su belleza formal y por su profundidad que abrió caminos.


El vivir con sus enigmas habita en La tierra baldía (The Waste Land), de T. S. Eliot, que cumple un siglo este otoño de 2022. En sus versos está el vivir hecho sentimiento y razón, individualidad y colectivo y búsquedas, desencanto y preguntas que palpitan como una sola en este poemario que revolucionó la literatura en 1922. Es hijo de la sombra de sus problemas personales con su esposa y de la Primera Guerra Mundial por cuyo boquete abierto al futuro de la humanidad Eliot se asomó, y lo que vio lo contó aliado con la tradición para crear versos sin tiempo; a la vez que empujaba la literatura más allá de la modernidad. Unos poemas que cubrió de un aura hermética que hipnotizan por su belleza formal y por su profundidad que llevan implícito el ánimo de querer descifrarlos.

Con 34 años, Thomas Stern Eliot (Estados Unidos, 1888 – Inglaterra, 1965) publicó esta obra de gran influencia en poetas y narradores, y lectores. Su presencia en este mundo tiene tres etapas: en octubre apareció en Inglaterra en la revista The Criterion, de la que era director, en noviembre en Estados Unidos en la revista The Dial y en diciembre se publicó la edición príncipe en Horace Liveright, de Nueva York, ya con sus notas finales que redondean la obra.

La tierra baldía son 434 versos que en su versión original tenían más de 800, hasta que Ezra Pound editó el poemario, luego de que su autor se lo enviara a París. Eliot confió tanto en el criterio del gran poeta italiano que le dedicó el libro:
 «Il miglior fabbro», (el mejor maestro).
La tierra baldía es un collage con ecos de su anterior poemario, Prufrock en cuanto a la prolijidad de referencias literarias, eruditas y demás. «La tierra baldía constituye una serie de escenas e imágenes donde no interviene la voz del autor, pero cuyas implicaciones y resoluciones se desarrollan mediante numerosos contrastes y analogías, sumados a incógnitas citas literarias. Eliot reflejó mediante un montaje absolutamente novedoso la decadencia de su época y la exhausta situación moral de Europa, abriendo el camino al futuro existencialismo», según M. H. Abrams, cuya idea recupera José Luis Rey, poeta y traductor de la edición más completa de este poemario editada en España por Visor en 2017.

La pluralidad del sentir y del pensar están allí en una vorágine de visiones de una dimensión hecha de pasado y futuro, desencanto e ilusión, sí, por más oscuro que parezcan sus versos en un corro de voces que recorren la humanidad. Con sus preguntas y más preguntas, sus zozobras y gozos, sus angustias y búsquedas de felicidad, sus silencios y gritos, sus ansias, sus cambios, el origen y el fin, lo sagrado y lo profano. T. S. Eliot obtuvo el Nobel de Literatura en 1948 “por su destacada y pionera contribución a la poesía actual”.

El poeta se fue a vivir a Londres en 1915 donde se casó con la escritora británica Vivienne Haigh-Wood que padeció problemas nerviosos y de quien se separó en 1933. Se volvió a casar, en 1957, con Valerie Fletcher, secretaria en Faber. T. S.

El recorrido de Eliot lo resume Rey, así:

  «La producción pública de Eliot se inicia con reseñas literarias y filosóficas que publicaba en revistas como Athenaeum o el suplemento literario del Times. También fue editor de la prestigiosa revista Egoist entre 1917 y 1919. En 1922 fundó la influyente Criterion. Sus primeras obras poéticas aparecen en 1915, cuando la revista de Chicago publica La canción de amor de J. Alfred Prufrock». En 1922 aparece La tierra baldía, libro que iba a revolucionar la poesía inglesa de su época. En 1925 entra a trabajar en la editorial Faber, de la cual llegaría a ser director. En 1927 se nacionaliza británico y se une a la Iglesia de Inglaterra».

«Volver a Eliot y traducirlo todo ha supuesto una revisión de la influencia del gran poeta angloamericano en mí mismo (y en otros poetas de mi generación, como Joaquín Pérez Azaústre o José Daniel García). Desde la posguerra, Eliot ha estado presente en varias generaciones: en los novísimos, en la experiencia, en la mía propia. Fue un vanguardista y conservador y que nos dio una lección de resistencia moral frente a lo convulso de todo tiempo», señala Jose Luis Rey sobre lo que significó aquella traducción de 2017.


 

Los Anales de Úlster.





Francia Carolina Vera Valdes

Los Anales de Úlster son una crónica de la Irlanda medieval.

Las entradas abarcan desde el año 431 hasta el 1540. Las que van hasta 1489 fueron compiladas a finales del siglo XV en la isla de Belle Isle en Úlster por el amanuense Ruaidhri Ó Luinín, bajo supervisión de Cathal Óg Mac Maghnusa. Las entradas más tardías fueron redactadas por otros autores.
Para los periodos más remotos, se usaron como fuente algunos anales más antiguos que remontan a veces hasta el siglo VII, y los acontecimientos más cercanos se reconstruyeron de memoria o por transmisión oral. La lengua utilizada es el gaélico irlandés, y a veces el latín. Dado que los Anales de Úlster reproducen palabra por palabra los anales más antiguos, son útiles tanto para los historiadores como para los lingüistas, que pueden estudiar la evolución de la lengua irlandesa.
La biblioteca del Trinity College de Dublín posee el manuscrito original, y la Bodleian Library de Oxford dispone de una copia contemporánea que cubre ciertas lagunas del original.

Cathal Óg Mac Maghnusa (febrero de 1439 - marzo de 1498) fue un historiador irlandés . Fue el principal compilador de los Anales del Ulster , junto con el escriba Ruaidhrí Ó Luinín. También fue jefe del clan McManus desde 1488 hasta 1498.

Contexto histórico 
 
Los Anales del Ulster contienen una gran cantidad de información histórica sobre las invasiones de los vikingos a Irlanda y se mencionan varios eventos específicos que tienen paralelo en otras obras irlandesas como Cogad Gáedel re Gallaib . Los Anales del Ulster documentan las invasiones vikingas un año después del evento común de inicio del Período vikingo, el asalto de Lindisfarne en 793, como lo menciona la Crónica anglosajona . La primera mención de los vikingos es muy breve. "794. Devastación de todas las islas de Gran Bretaña por los paganos", sin embargo, a lo largo de los anales, sus ataques se vuelven más específicos "807. Los paganos quemaron Inis Muiredaig e invadieron Ros Comáin". 

Los vikingos reciben varios nombres diferentes a lo largo de los anales: extranjeros, extranjeros oscuros o rubios, paganos, escandinavos, nórdicos-irlandeses y daneses. A menudo no está claro si estos títulos atribuyen nacionalidades o ciertas alianzas, ya que se utilizan entremezclados en todas partes.

Los anales mencionan los inicios de los extranjeros en Irlanda como uno de saqueo y toma de esclavos. Según los anales, los escandinavos se llevaron muchos esclavos en sus incursiones. "821. Étar fue saqueada por los paganos y se llevaron a un gran número de mujeres al cautiverio". Sin embargo, finalmente establecieron una base permanente en Áth Cliath o Dublín en 841. En "841. Había un campamento naval en Linn Duachaill del cual fueron saqueados los pueblos y las iglesias de Tethba. Había un campamento naval en Duiblinn de donde fueron saqueados el Laigin y el Uí Néill, tanto estados como iglesias, hasta Sliab Bladma ". 

Aunque los vikingos son retratados como paganos, los Anales describen la lucha entre los irlandeses entre sí y, a menudo, los extranjeros se representan como aliados de varias facciones irlandesas. La descripción de la guerra que involucra a los "paganos" no es unilateral; en los anales a menudo se alían con los irlandeses contra otros irlandeses. Algunos irlandeses incluso son acusados ​​de realizar el mismo tipo de incursión que los invasores vikingos. En "847. Mael Sechnaill destruyó la isla de Loch Muinremor, venciendo allí a una gran banda de hombres malvados de Luigni y Gailenga, que habían estado saqueando los territorios a la manera de los paganos". 

Varias batallas y personajes famosos que involucran a los vikingos se pueden encontrar en los Anales de Ulster . La Batalla de Brunanburh 937., la Batalla de Tara 980.,y la Batalla de Clontarf 1014. se describen todas en breve detalle. Algunos individuos vikingos mencionados en los anales con paralelos en otras fuentes históricas son el cacique extranjero Turgeis , que comenzó en 845,  Ímar y Amlaíb, los progenitores posteriores de Uí Ímair ,  gobernantes de Áth Cliath o Dublín.. Las figuras históricas irlandesas incluidas en el texto son Máel Sechnaill , Muirchertach  hijo de Niall y Brian Boru . 

Los mil de Muirchertach. Una epopeya irlandesa bajo el yugo vikingo.

La Irlanda medieval, tradicionalmente, se ha mantenido al margen de la atención de muchos historiadores. De hecho, para este periodo, la mayoría del gran público solo conoce algunas tradiciones más o menos pintorescas sobre santos y héroes cristianos, como san Patricio, y alguna que otra historia relacionada con las invasiones vikingas y normandas, aunque casi siempre dentro del contexto de la historia de Inglaterra.
Centrándonos más concretamente en la llegada de los vikingos a Irlanda y sus relaciones con los pueblos gaélicos locales, parecen estas también de poca importancia si las comparamos con sus grandes aventuras en Islandia y el Atlántico norte, en Inglaterra y occidente, y por supuesto en el este, de la mano de los varegos.
Queda de esta manera Irlanda aislada, como un microcosmos que desarrolla una historia alternativa apenas conectada con el mundo feudal que se estaba formando más allá de sus costas.
Hoy sabemos, sin embargo, que la isla de Irlanda experimentó una evolución muy similar a la del resto de un mundo occidental que, durante las décadas que rodean al año 1000, dejaba ya atrás los ecos de esa llamada Edad Oscura y afrontaba la conformación de un orbe cristiano feudal unitario, que se abría, como un arco, desde el Duero hasta el Elba.
Es el propósito de este breve ensayo, revertir esa imagen de aislamiento de la isla de Irlanda respecto al resto de occidente, y demostrar, mediante el análisis de un episodio concreto de su historia, su vinculación con el resto del mundo feudal cristiano.

La Irlanda medieval.

En el siglo X, que es cuando acontece el episodio que vamos a narrar, Irlanda no era una unidad política. Ya desde tiempos inmemoriales, la isla estaba dividida en un sinfín de reinos y clanes diferentes conectados entre sí por toda suerte de pactos y lazos gentilicios y familiares. Un mundo heterogéneo que se había mantenido con pocos cambios desde la Edad del Hierro, y que ahora, poco a poco, afrontaba su lenta desaparición.
Cambios en la vieja Irlanda que venían dados por tres elementos fundamentales, como son: la llegada del cristianismo (siglo V), la consolidación de la figura del rey supremo (ard ri) que de institución simbólica con tintes legendarios pasa ahora a conformarse como una realidad política, y por último la llegada de los primeros escandinavos a Irlanda con intención de establecerse.

De estos tres elementos decisivos fue el último de ellos, la llegada de los vikingos, el que produjo cambios más drásticos, ya que en apenas un par de generaciones desde su llegada, los nórdicos fundan las primeras ciudades estables en Irlanda. Importantes centros mercantiles, siempre costeros, en donde destacaba especialmente la poderosa Dublín, ciudad clave en el emporio comercial escandinavo en Europa, y que los irlandeses llamaban la “ciudad de los extranjeros”.
Tenemos, por tanto, hacia el siglo X, dos grandes poderes enfrentados en la isla: uno vikingo (danés en el caso de Dublín) que drenaba los recursos de Irlanda y a la vez suponía un escaparate comercial (casi cosmopolita) sin parangón para los gaélicos. Y por otro lado un poder gaélico cristiano heterogéneo cuyos líderes más inteligentes (y también más ambiciosos) intentaban unificar la isla a fin de plantar cara a los paganos invasores más eficazmente.
Uno estos líderes fue Muirchertach mac Neill, rey de Ailech, que emerge ahora como una figura clave en este contexto bipolar de luchas entre irlandeses y vikingos.
Muirchertach mac Neill, conocido también como Muirchertach el de las capas de cuero, era hijo de Niall Glubdub, rey supremo de Irlanda, muerto en batalla frente al rey danés de Dublín, Sitric el Ciego, en el 919.
Muirchertach aspiraba a ser rey supremo como lo fuera su padre, aunque quería serlo de manera que ostentara el poder de facto –más que de manera simbólica–. Un líder capaz de tener a todos los reinos, provincias y clanes de Irlanda bajo su mando, a fin de poder enfrentarse de manera eficiente a los invasores.
Esta aspiración no era fácil de conseguir ya que Muirchertach contaba con dos inconvenientes: por un lado, el poder escandinavo en la isla, con Dublín al frente, estaba en su apogeo. Mientras que, por otro lado, el nuevo rey supremo desde el 919 era un hombre intrigante y cruel llamado Donnchad Don (suegro de Muirchertach por cierto). Un rey que fue incapaz de defender el territorio frente a la amenaza vikinga, como atestiguan los saqueos sobre buena parte del norte de la isla a partir del 921.
Muirchertach en cambio, fue un personaje de vida casi novelesca, capaz de vencer a los vikingos en al menos cinco ocasiones entre el 921 y el 933, que vio su palacio y su reino saqueados en el 939 siendo hecho prisionero por una flotilla danesa y logrando escapar, para lanzarse después al asalto de las islas Hébridas, adentrándose por tanto en los hostiles mares del norte, dominados por los vikingos, para regresar a Irlanda con un inmenso botín.
Pero Muirchertach sabía que, a pesar de sus hazañas, estas nunca serían suficientes para vencer a los nórdicos. Había que unir a los clanes y reinos, por la fuerza si fuera necesario.

Los mil de Muirchertach

Y para lograr su objetivo, nuestro hombre, emprende lo que diversas fuentes han venido a llamar “circuito de Irlanda”. Una ruta que comienza en Ailech, al norte, y que, siguiendo la dirección solar (en sentido de las agujas del reloj), da la vuelta a la isla a lo largo de 33 días. Un circuito que tiene mucho de campaña propagandística a fin de reivindicar el puesto de rey supremo frente a su suegro, y a fin también de mostrarse fuerte ante sus enemigos (reyes irlandeses díscolos y por supuesto nórdicos de Dublín y otras ciudades).
Para que este ejercicio propagandístico tuviera eco en toda la isla, quiso acompañarse de mil de sus guerreros, a los que vistió con unas llamativas capas de cuero. “La casa y refugio de los héroes de Muirchertach”, a decir del bardo Cormacán,5 que formó parte de la comitiva, y que escribió después un largo poema describiendo las diferentes etapas que recorrieron los mil de Muirchertach desde que salen de sus casas en Ailech hasta que regresan al punto de partida.
Curioso periplo este “circuito de Irlanda” que levantaba la admiración de las gentes y a buen seguro el temor de muchos otros, reyes menores y jefes de distintos clanes, que rindieron pleitesía y fidelidad a Muirchertach de grado o por fuerza.
Su popularidad creció aún más cuando al día séptimo de su ruta, llegó a Dublín, plantando allí su campamento, y exigiendo a los daneses la devolución de los botines de los saqueos a los que habían sometido a Irlanda durante años, así como la liberación de los esclavos gaélicos. Después toman al rey de Dublín, Gotfrith el Cruel, como rehén y Muirchertach se lo entrega a su suegro.

Toda la isla debía de hablar de Muirchertach en estos momentos: el rey de Ailech, el hijo de Niall Glubdub, yerno del rey supremo, recorriendo Irlanda en círculo, realizando hazañas acompañado de sus bardos, de sus sacerdotes y de mil de sus guerreros.
Una epopeya digna de Fionn mac Cumhaill y sus valientes fenianos, y en cualquier caso un inteligente ejercicio propagandístico que allanaba a nuestro héroe el camino al trono supremo de Irlanda frente a su suegro Donnchad, un anciano por aquel entonces.
Pero el destino quiso que no gozara de la fama que había adquirido, ya que un año después de terminar su epopeya guerrera y propagandística, Muirchertach muere en batalla frente a los vengativos hijos del rey de Dublín.
Era marzo del 943.
No habrá en todas las crónicas de Irlanda una despedida más emotiva a ninguno de sus héroes como la que la que nos dejan los Anales del Ulster.
Afrontamos así la segunda mitad del siglo X en una isla que experimentaba el mismo proceso de concentración del poder que se estaba viviendo en otras partes de Europa (ya en manos de reyes o de grandes señores feudales), y en donde los nórdicos tuvieron un papel vital, paralelo al que desempeñaron en Inglaterra con la formación de grandes reinos como el de York, o incluso similar al de los varegos en oriente, con la creación de los principados rusos.
Un proceso que se consolidará ya, definitivamente, con la cristianización de los vikingos, y que llevará a la creación de una cultura mixta nórdico-gaélica que tendrá su punto culminante cuando el rey de Dublín, Olaf Cuarán, tome como esposa a una princesa irlandesa de nombre Dunlaith, hija de nuestro héroe Muirchertach.
Irlanda entra de esta manera en un nuevo periodo histórico, y –al igual que Muirchertach y sus guerreros– cierra también su particular periplo: el ciclo que comenzó con la introducción del cristianismo y que termina ahora con la conformación de una cultura mixta con proyección de futuro.
Irlanda abre ya sus puertas al mundo feudal europeo y a la cristiandad occidental.

Notas

1 Para la división política de Irlanda véase Michael Richter, New Gill History Of Ireland, vol I Medieval Ireland, (Dublín, Gill & Macmillan, 1988) pp 31 y 32.

2 Numerosas crónicas irlandesas mencionan Dublín (Áth Cliath en lengua céltica) como ciudad de los extranjeros. Por ejemplo los Anales del Ulster, para el año 938 dicen textualmente: “…desplegó un ejército para sitiar a los extranjeros de Áth Cliath”.

3 Ailech fue un reino situado en la provincia del Ulster, patria del poderoso clan de los Ui Neill del norte.

4 Atestiguados por los Anales del Ulster y los Anales de Inisfallen, entre otras crónicas.

5 Cormacán, muerto en el año 948, fue jefe de los bardos del Ulster. Se puede leer su poema en inglés gracias a la traducción de la Real Sociedad de Anticuarios de Irlanda y a los estudios de Henry Morris, uno de sus miembros, en 1936.

7 Los fenianos, o fianna, fueron grupos de guerreros autónomos, mercenarios y bandidos que vivían al margen de la sociedad. En el llamado Ciclo Fenniano eran liderados por el héroe mitológico Fionn mac Cumhaill

8 Los Anales del Ulster, para el año 943 nos dejan dos emotivos epitafios:

 “Muirchertach hijo de Niall, Muirchertach el de las Capas de Cuero, rey de Ailech y Héctor del mundo occidental, ha sido muerto por Blacair hijo de Gothfrith, rey de los extranjeros”.

 «Es doloroso que Muirchertach ha dejado de existir,

la tierra de los irlandeses célebres ha quedado huérfana”.




Úlster
 

es una de las «provincias históricas» de la isla de Irlanda. Hay nueve condados en la provincia. Seis de sus condados, con una población (2011) de 1 810 863 habitantes, constituyen Irlanda del Norte, un país constitutivo del Reino Unido. 

Los otros tres condados, con 295 400 habitantes (2011), forman parte de la República de Irlanda. Es la segunda provincia más grande (después de Munster) y la segunda más poblada (después de Leinster) de las cuatro provincias de Irlanda, con Belfast como la ciudad más poblada. El área total de Úlster es de 21,882 km², de los cuales 14,130 km² pertenecen al Reino Unido y los restantes 7,750 km² a Irlanda.

A diferencia de las otras provincias, Úlster tiene un alto porcentaje de protestantes. Los de origen católico representan aproximadamente el 51 % de su población, mientras que los de origen protestante del Úlster representan alrededor del 43 %. El inglés es el idioma principal y el inglés de Úlster el dialecto principal. Una minoría también habla irlandés, y hay un Gaeltacht (región de habla irlandesa) en el oeste de Úlster. El lago Neagh, en el este, es el lago más grande de las Islas Británicas, mientras que el lago Erne, en el oeste, es una de las redes de lagos más grandes. Las principales cadenas montañosas son las montañas Mournes, Sperrins, Croaghgorms y Derryveagh.

Históricamente, Úlster estaba en el corazón del mundo gaélico formado por la Irlanda gaélica, Escocia y la Isla de Man. Según la tradición, en la antigua Irlanda era uno de los quintos (irlandés: cúige) gobernados por un rí ruirech, o "rey de reyes superiores". Lleva el nombre del reino superior de Ulaid, en el este de la provincia, que a su vez fue llamado así por la gente Ulaid. Los otros reinos superiores en Úlster fueron Airgíalla y Ailech. Después de la invasión normanda de Irlanda en el siglo XII, el este del Úlster fue conquistado por los anglo-normandos y se convirtió en el condado del Úlster. 
A fines del siglo XIV, el condado se había derrumbado y la dinastía O'Neill había llegado a dominar la mayor parte del Úlster, reclamando el título de rey del Úlster. Úlster se convirtió en la más gaélica e independiente de las provincias de Irlanda. Sus gobernantes resistieron la intrusión inglesa pero fueron derrotados en la Guerra de los Nueve Años (1594-1603).

 El Rey Jacobo I luego colonizó Úlster con colonos protestantes de habla inglesa de Gran Bretaña, en la Colonización del Úlster. Esto llevó a la fundación de muchas de las ciudades del Úlster. La afluencia de colonos protestantes y migrantes también provocó episodios de violencia sectaria con los católicos, especialmente durante la rebelión de 1641 y los disturbios de Armagh. Junto con el resto de Irlanda, el Úlster se convirtió en parte del Reino Unido en 1801.

 A principios del siglo XX, muchos protestantes del Úlster se opusieron a los movimientos hacia el gobierno autónomo irlandés, lo que provocó la Crisis de la Autonomía. Esto, y la posterior Guerra de Independencia irlandesa, condujo a la partición de Irlanda. Seis condados de Úlster se convirtieron en Irlanda del Norte, un territorio autónomo dentro del Reino Unido, mientras que el resto de Irlanda se convirtió en el Estado Libre Irlandés, ahora la República de Irlanda.

La mano roja del Úlster.

(en irlandés, Lámh Dhearg Uladh), también conocida como la mano roja de Irlanda, es un símbolo irlandés utilizado en heráldica​ para denotar a menudo la provincia irlandesa de Úlster, aunque históricamente la mano ha sido utilizada por muchos clanes irlandeses en toda la isla. Es una mano abierta de color rojo, con los dedos apuntando hacia arriba, el pulgar paralelo a los dedos y la palma hacia adelante. Por lo general, se muestra como una mano derecha pero a veces es una mano izquierda, como en los escudos de armas de los baronets.

Historia

La mano roja tiene sus raíces en la cultura gaélica y, aunque se desconoce su origen y significado, se cree que se remonta a la época pagana.
La mano roja se documenta por primera vez en registros que sobrevivieron del siglo XIII, donde fue utilizada por los condes hiberno-normandos de Burgh de Úlster. Walter de Burgh se convirtió en el primer conde de Úlster en 1243 y combinó la cruz de Burgh con la mano roja para crear una bandera que representaba al condado de Úlster; más tarde se convirtió en la bandera moderna del Úlster.
Posteriormente fue adoptada por los O’Neill (Uí Néill) cuando asumieron el antiguo reino de Úlster (Ulaid), inventando el título Rex Ultonie (‘rey de Úlster’) para ellos mismos en 1317 y luego reclamándolo sin oposición a partir de 1345 en adelante. Un uso temprano de la mano derecha en la heráldica irlandesa puede verse en el sello de Aodh Reamhar O’Neill, rey de los irlandeses de Úlster de 1344 a 1364.
Un poema de principios del siglo XV de Mael Ó hÚigínn lleva el nombre de Lámh dhearg Éireann í Eachach,​ y su primera línea es una variación del título: Lamh dhearg Éiriond Ibh Eathoch,​ traducido como ‘Los Úí Eachach son la «mano roja» de Irlanda’.​ Los Uí Eachach eran una de las tribus Cruthin —conocidas como Dál nAraidi después de 773— que componían el antiguo reino de Ulaid.
Se cree que el símbolo de la mano roja fue utilizado por los O’Neill durante su guerra de los Nueve Años (1594-1603) contra el dominio inglés en Irlanda, y el grito de guerra lámh dearg Éireann abú! (‘la mano roja de Irlanda a la victoria’) también se asoció con ellos.
Un escritor inglés de la época señaló «La antigua mano roja del Úlster, la maldita mano roja, ¡un conocimiento terrible! ¡Y en alusión a ese terrible conocimiento, el grito de batalla de Lamh dearg abu!».
La Orden de Baronets fue instituida por patentes reales fechadas el 10 de mayo de 1612 que establecían que «los Baronets y sus descendientes deben y pueden llevar, ya sea en un cantón en su escudo de armas, o en un escudo, a su elección, las armas de Úlster, es decir, en un campo de plata, una mano de gules o una mano ensangrentada». Los baronets más antiguos usaban una mano dexter (derecha) al igual que los O’Neill, sin embargo, más tarde se convirtió en una mano siniestra (izquierda).



Itsukushima Shrine.

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