Iosif o Jossif Vissariónovich Dzhugashvili.
Dictador soviético (Gori, Georgia, 1879 - Moscú, 1953). Era hijo de un zapatero pobre y alcohólico de la región caucásica de Georgia, sometida a la Rusia de los zares. Quedó huérfano muy temprano y estudió en un seminario eclesiástico, de donde fue expulsado por sus ideas revolucionarias (1899). Entonces se unió a la lucha clandestina de los socialistas rusos contra el régimen zarista. Cuando en 1903 se escindió el Partido Socialdemócrata, siguió a la facción bolchevique que encabezaba Lenin. Fue un militante activo y perseguido hasta el triunfo de la Revolución bolchevique de 1917, época de la que procede su sobrenombre de Stalin («hombre de acero»). La lealtad a Lenin y la falta de ideas propias le permitieron ascender en la burocracia del partido (rebautizado como Partido Comunista), hasta llegar a secretario general en 1922. Stalin cmprendió entonces una pugna con Trotski por la sucesión de Lenin que, ya muy enfermo, moriría en 1924. Aunque el líder de la Revolución había indicado su preferencia por Trotski (pues consideraba a Stalin «demasiado cruel»), Stalin maniobró aprovechando su control sobre la información y sobre el aparato del Partido, aliándose con Zinoviev y Kamenev hasta imponerse a Trotski. La lucha por el poder se disfrazó de argumentos ideológicos, defendiendo cada bando una estrategia para consolidar el régimen comunista: la construcción del socialismo en un solo país (Stalin) contra la revolución permanente a escala mundial (Trotski). Para Stalin lo esencial era la ambición de poder, pues una vez que eliminó a Trotski (al que mandó al exilio en 1929 y luego hizo asesinar en 1940), se desembarazó también del ala «izquierda» del partido (Zinoviev y Kamenev, ejecutados en 1936) y del ala «derecha» (Bujarin y Rikov, ejecutados en 1938) e instauró una sangrienta dictadura personal, apropiándose de las ideas políticas que habían sostenido sus rivales. Stalin gobernó la Unión Soviética de forma tiránica desde los años treinta hasta su muerte, implantando el régimen más totalitario que haya existido jamás; pero también hay que atribuirle a él la realización del proyecto socioeconómico comunista en Rusia, la extensión de su modelo a otros países vecinos y la conversión de la URSS en una gran potencia. Radicalizando las tendencias autoritarias presentes entre los bolcheviques desde la Revolución, acabó de eliminar del proyecto marxista-leninista todo rastro de ideas democráticas o emancipadoras: anuló todas las libertades, negó el más mínimo pluralismo y aterrorizó a la población instaurando un régimen policial. Dispuesto a eliminar no sólo a los discrepantes o sospechosos, sino a todo aquel que pudiera poseer algún prestigio o influencia propia, lanzó sucesivas purgas contra sus compañeros comunistas, que diezmaron el partido, eliminando a la plana mayor de la Revolución. Con la misma violencia impuso la colectivización forzosa de la agricultura, hizo exterminar o trasladar a pueblos enteros como castigo o para solucionar problemas de minorías nacionales, y sometió todo el sistema productivo a la estricta disciplina de una planificación central obligatoria. Con inmensas pérdidas humanas consiguió, sin embargo, un crecimiento económico espectacular, mediante los planes quinquenales: en ellos se daba prioridad a una industrialización acelerada, basada en el desarrollo de los sectores energéticos y la industria pesada, a costa de sacrificar el bienestar de la población (sometida a durísimas condiciones de trabajo y a grandes privaciones en materia de consumo). La represión impedía que se expresara el malestar de la población, apenas compensada con la mejora de los servicios estatales de transporte, sanidad y educación. A este precio consiguió Stalin convertir a la Unión Soviética en una gran potencia, capaz de ganar la Segunda Guerra Mundial (1939-45) y de compartir la hegemonía con los Estados Unidos en el orden bipolar posterior. Stalin fue un político ambicioso y realista, movido por consideraciones de poder y no por ideales revolucionarios. Este maquiavelismo fue más palpable en su política exterior, donde la causa del socialismo quedó sistemáticamente postergada a los intereses nacionales de Rusia (convirtiendo a los partidos comunistas extranjeros en meros instrumentos de la política exterior soviética). No tuvo reparos en firmar un pacto de no agresión con la Alemania nazi para asegurarse la tranquilidad en sus fronteras, el reparto de Polonia y la anexión de Estonia, Letonia y Lituania (Pacto Germano-Soviético de 1939). A pesar de todo, Hitler invadió la URSS, arrastrando a Stalin a la guerra en 1941. Stalin movilizó eficazmente las energías del país apelando a sus sentimientos nacionalistas (proclamó la Gran Guerra Patriótica): organizó la evacuación de la industria de las regiones occidentales hacia los Urales, adoptando una estrategia de «tierra quemada». Con ayuda del clima, de las grandes distancias y de la lucha guerrillera de los partisanos, debilitó a los alemanes hasta recuperarse y pasar a la contraofensiva a partir de la batalla de Stalingrado (1942-43). Después el avance ruso fue arrollador hasta llegar más allá de Berlín. Reforzado por la victoria, Stalin negoció con los aliados (Estados Unidos y Gran Bretaña) el orden internacional de la posguerra (Conferencias de Yalta y Postdam, 1945), obteniendo el reconocimiento de la URSS como gran potencia (con derecho de veto en la ONU, por ejemplo). Los aliados tuvieron que aceptar la influencia soviética en Europa central y occidental, donde Stalin estableció un cordón de «Repúblicas populares» satélites de la URSS. Stalin mantuvo la inercia de la guerra, retrasando la desmovilización de su ejército hasta el momento en que pudo disponer de armas atómicas (1953) y fomentando la extensión del comunismo a países en los que existieran movimientos revolucionarios autóctonos (como Grecia, Turquía, China, Corea…). La resistencia norteamericana a sus planes dio lugar a la «guerra fría», clima de tensión bipolar a escala mundial entre un bloque comunista y un bloque occidental capitalista, que perduraría hasta la desaparición de la URSS. Obras Stalin tuvo una producción escrita desde sus inicios revolucionarios, aquí se consignan solo los más importantes:
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Historia de la Colección de Libros de Stalin. En 1918 se le entrega su primer apartamento en el Kremlin, donde pudo empezar a acumular su propia colección de libros, que al final de su vida alcanzó los treinta mil volúmenes. Sabemos que en 1925, en plena lucha de facciones, Stalin encarga a su secretario personal, Iván Tovstuja, que clasifique y complete su biblioteca personal, y con este propósito diseña un esquema de clasificación por temas. Así define treinta y dos secciones, a la cabeza de las cuales figuran la filosofía, la psicología, la sociología y la economía política; no es tonto: “Lenin y el Leninismo” ocupan una paupérrima vigésimo tercera posición. Manda colocar aparte la literatura de los exiliados y autores ligados a la Guardia Blanca, a Marx, Engels, Kautsky, Plejanov, Trotsky, Bujarin, Zinoviev, Kamenev, Lafargue, Luxemburg y Radek. Varios de estos ejemplares profusamente anotados por el lacónico Stalin. Por ejemplo en el libro de Karl Kautsky “Terrorismo y Comunismo” (1919), crítico tanto de la dictadura del partido único como del estado de sitio y la pena de muerte, en el párrafo donde dice que “los líderes del proletariado han comenzado a recurrir a las medidas extremas, a medidas sangrientas, al Terror”. Stalin remarca con un círculo éste párrafo y escribe “¡Ja, Ja, Ja!”. En la respuesta bolchevique a Kautsky, el libro de Trotsky “Terrorismo y Comunismo. Anti-Kautsky” (1920), cuando se exalta la necesidad y la justicia de la violencia proletaria soviética “la revolución exige que la clase revolucionaria haga uso de todos los medios posibles para alcanzar sus fines… el terrorismo si es preciso” Stalin agrega una entusiasta nota. “¡Correcto! Bien dicho, así es”. También sabemos que por esa época inicia cursos de filosofía y lógica con un discípulo de Bujarin. Cuando se mudó después del suicidio de su segunda esposa una gran parte de esta Biblioteca se fue con él, se ubicó los libros en estanterías corrientes y se hizo cargo de su funcionamiento un bibliotecario diplomado. Según la bibliotecaria Zolotujina “la única habitación agradable era la Biblioteca, donde la sensación era acogedora… los libros estaban almacenados en un edifico contiguo y se le entregaban a Stalin de acuerdo con sus instrucciones”. Todos los líderes bolcheviques de la vieja generación se hicieron, por las expropiaciones y confiscaciones, con bibliotecas considerables (los mejores provistos habían sido Trotsky, Bujarin, Zinoviev, Kamenev, Molotov, Kirov y Zhdanov). Los emigrados, fusilados y encarcelados entregaban al estado su Biblioteca que se almacenaban en locales donde los bibliotecarios estatales podían escoger los ejemplares que necesitaran. Durante los años ’20 con la creciente dictadura del partido único y la creciente censura (el único período en el que no hubo censura fue entre febrero y octubre de 1917) se estableció una nueva práctica llamada eufemísticamente “la entrega” (raznoska). Consistía en entregar ejemplares por adelantado de todos los libros para que se distribuyeran entre los altos cargos del Partido, miembros del Comité Central y funcionarios destacados. Cada editor poseía una lista de cargos públicos claves a quienes tenía la obligación de enviar ejemplares antes de que se vendieran al lector. Se trataba de un tipo de censura especial añadida. El destinatario podía guardar el libro o devolverlo al editor con notas, sugerencias y comentarios críticos. En caso de no devolverse el editor podía suponer que la Nomenclatura no se oponía a su publicación o que le resultaba indiferente. Naturalmente Stalin también recibía ejemplares por adelantado de la mayoría de las editoriales, especialmente en su área de interés: política, economía, historia y arte. Pero lo que más impresiona es que Stalin, como en su juventud, estaba obsesionado por la literatura rusa, en especial por Alexandr Pushkin. En su Biblioteca había gran variedad de libros sobre él, todos publicados durante el período soviético, viejas ediciones sueltas además de unos cuantos ejemplares tenían sobrecubiertas de librerías de segunda mano. También le interesaban las obras sobre Pedro El Grande e Iván El Terrible. Poseía libros en alemán, idioma que estudió de joven pero que nunca dominó y leía toda la literatura en ruso de los exiliados, incluyendo las célebres biografías de Voroshilov y otros mariscales militares escritas por Roman Gul. Ya en la posguerra empezó a interesarse por los libros y revistas de arquitectura, lo que debía estar relacionado con la construcción de grandes edificios utópicos en Moscú. Por supuesto, Stalin poseía todas las ediciones de Marx y Engels, tanto la Werke como la primera edición completa inconclusa, la MEGA, emprendida por el ejecutado David Riazanov; todas las ediciones de Lenin que se habían publicado desde 1917. Gracias a sus adendas continuas y subrayados sabemos que leía a Lenin con total dedicación. Tenía la colección completa de las ediciones del renegado Karl Kautsky y del águila Rosa Luxemburg, así como de la mayoría de los escritores de izquierda alemanes. Por supuesto su Biblioteca contaba con todas las obras de sus rivales políticos de mayor envergadura: Trotsky, Bujarin, Kamenev, Radek… De los clásicos de la filosofía política poseía un ejemplar anotado de “El Príncipe” de Maquiavelo. Stalin poseía un talento excepcional para la lectura rápida, amén de una memoria, reconocida hasta por sus enemigos, prodigiosa. Durante los conflictivos años 20, del siglo pasado escogía, a través del servicio de la biblioteca del Kremlin, una media anual de quinientos libros que leía u ojeaba. Incluso durante la guerra, en 1940, se las ingenió para leer el primer tomo de la edición rusa de las obras escogidas de Bismarck, haciendo una serie de correcciones y comentarios en los márgenes del prólogo. Se tuvo que postergar la publicación para que se pudiera reescribir el prólogo y añadir la revisión de Stalin. |
Biblioteca de Stalin. La mayoría de los libros llevaba un ex libris que decía lacónicamente “Biblioteca de Stalin”, y se estamparon alrededor de cinco mil quinientos volúmenes de este modo. Pero muchas ediciones de clásicos rusos y extranjeros, al igual que libros de economía, ciencia y arte, nunca se sellaban y normalmente no tenían nada anotado de su mano. Actualmente de su biblioteca original sólo quedan en el archivo del RTsKhIDNI (Rossiiskii tsentr khraneniya i izucheniya dokumentov noveishei istorii, Centro Ruso para la Conservación y Estudio de Documentos de la Historia Reciente), ahora llamado Archivo Estatal Ruso de Historia Sociopolítica (RGASPI), exactamente 391 libros que contienen apuntes, comentarios, subrayados y correcciones de Stalin. La única prueba de la erudición que nos queda de Yósif Vissariónovich Dzhugashvili. Una última anécdota literaria. Una noche de 1948 un vehículo de la Seguridad recoge en su domicilio al poeta Arseni Tarkovski, padre del director de Andrei Rublov. Se lo lleva a la sede del Comité central. Allí Alexander Nikolayevich Shelepin, secretario de las Juventudes Comunistas (futuro jefe de la KGB bajo Brezhnev) le explica que con motivo de la celebración del setenta cumpleaños de Stalin se ha tomado la decisión de estado de publicar en ruso los poemas románticos de su juventud. Como estaban escritos originalmente en georgiano se le concede el enorme honor de traducirlos. En el acto le entrega una cartera de cuero que contienen los precisos escritos de puño y letra de Stalin. Ya Lavrentiy Pavlovich Beria había consultado para la traducción a Boris Leonidovich Pasternak. de pacal llegar a la fecha prevista Tarkovski no ha podido traducir más que los cuatro primeros versos del primer poema. Cuando vuelven a buscarlo está desesperado. Shelepin le introduce en su despacho, cambia su ánimo cuando le informa “con la modestia que le caracteriza, el camarada Stalin ha vetado nuestra decisión”. Le pagan una suma astronómica para la época por su pizca de traducción quién luego recordó: “Eran unos versos absolutamente aceptables, muy correctos, inocentes. Nada de lucha de clases, nada de desigualdades sociales. Hablaba de flores y de pajaritos”. Un año después Stalin realizaba una confesión a un amigo sobre su vocación de poeta perdida: “Perdí interés en la escritura poética porque requiere una atención completa,un infierno colmado iencia…en esa época era un tiro al aire." |
El comentario de Stalin tiñe de un barniz maquiavélico un credo propio de un antihéroe satánico de Dostoievski y constituye un epígrafe a toda la carrera de Stalin: 1) Debilidad, 2) Pereza, 3) Estupidez. Éstas son las únicas cosas a las que se puede llamar vicios. Todo lo demás, en ausencia de lo dicho, es indudablemente una virtud. Si un hombre es (1) Fuerte (espiritualmente) (2) Activo (3) Listo (o capaz) entonces es bueno, ¡aunque tenga otras “vicios”! En año 1915, cuando ambos compartían exilio en Siberia, Lev Kámenev – al que el dictador eliminaría veinte años después, pero que en aquel tiempo era su mentor – le entregó a Stalin un ejemplar de la obra de Maquiavelo. Los elogios que Kámenev hizo del italiano son propios del entusiasmo de un teórico de la política ante un precursor precoz; la lectura de Stalin demuestra el aprecio de un pragmático por un escritor que autoriza lo que él lleva tiempo pensando y haciendo. El marxismo proporcionó a Stalin – y Lenin – una meta y la terminología y la justificación para la acción; Maquiavelo, los medios, las tácticas políticas y la amoralidad. Stalin era un marxista en el mismo sentido en que Maquiavelo era un cristiano: ambos consideraban que la única tarea del gobernante consistía en conservar el poder y estudiaron todos los medios para mantener ese poder una vez adquirido. Para ellos, la ideología en cuyo nombre los dirigentes gobiernan no es más que una bandera o una pancarta. Algunas veces, los garabatos de Stalin en los márgenes de los de los libros resultan desconcertantes. Por norma general, esos garabatos consisten en elaboradas figuras hechas a base de círculos y triángulos. Junto a algunos pasajes, el dictador escribía dos iniciales: una “T” y una “U”. Cabe suponer que la “T” significa “Tiflis” o “Tbilisi”, y su seminario, y los conocimientos psicológicos que Stalin adquirió gracias a su educación cristiana. La “U” puede significar “uchitel”, es decir, “maestro”. Ese maestro podría ser Lenin, o quizá el propio Stalin, es decir, según la concepción que de sí mismo tenía , derivada quizá de sus primeros días de lucha, cuando, proveniente de Bakú, predicó las fórmulas revolucionarias y la rebelión entre los trabajadores de los muelles de Batumi. |
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La misteriosa biblioteca de Stalin. Javier Larraín 20 julio, 2020 Fue en 1933, cuando trasladó su residencia a una campiña en Kuntsevo –en las afueras de Moscú–, que Iósif Stalin pudo por fin cumplir uno de sus más preciados sueños de juventud: tener una biblioteca privada. La leyenda de voraz lector nos remonta a sus años de seminarista en Tiflis, donde descubrió a los franceses Víctor Hugo y Honoré de Balzac, a los poetas alemanes Friedrich Schiller y Heinrich Heine, a los rusos Nikolái Gógol, Fiódor Dostoyevski, León Tolstói y Antón Chéjov, además de la novela El parricida, de su coterráneo Alexander Qazbeghi, de cuyas páginas extrajo su primer seudónimo, “Koba”. Pero el futuro “hombre de acero” consagró parte de su juventud a escribir y publicar algunas de sus poesías románticas –bonachonas e ingenuas–, labor que prontamente dejó a un lado para dedicarse a la actividad política; misma que le llevó, en los albores de la Revolución rusa de febrero de 1917, a editar el periódico bolchevique Pravda. Según testimonios de colaboradores cercanos, a meses del triunfo de las huestes de Lenin, en un departamento situado en el Kremlin Stalin se instaló con quien sería su segunda esposa, Nadezhda Alilúyeva, comenzando así su propia recolección de cuanto documento, folleto, periódico y libro se publicara en el país de los soviets, materiales que fueron clasificados a partir de 1925 por su secretario personal, Iván Tovstuja, y en parte trasladados a Kuntsevo. La mítica biblioteca del dirigente comunista constaba de alrededor de 20 mil títulos, catalogados –por orden suya– en 32 secciones, donde ocuparon un sitial preferencial: política, economía, psicología, historia y arte. Igualmente, casi un cuarto de los ejemplares fueron estampados con el distintivo: “Biblioteca de Stalin”, mientras que cerca de medio millar fueron meticulosamente sometidos a decenas de anotaciones –con tinta negra y roja– por parte de su dueño; de estos últimos solo se conservan 391. Se cuenta que Stalin consultaba aproximadamente 500 libros al año –un orden de quinientas páginas al día–, todos traducidos al ruso y georgiano ya que leía con dificultad el alemán y el francés. También que ocupaban sus principales estantes las Obras Completas de Marx y Engels, editadas por el erudito marxista ucraniano David Riazánov –relegado, torturado y fusilado en 1938 por disposiciones del propio Stalin–, además de todo lo publicado por y sobre Lenin y una selección de estudiosos del marxismo como Karl Kaustky, Paul Lafargue, Karl Radek, Antonio Labriola y, fundamentalmente, sus opositores políticos en las filas del comunismo soviético como Nikolái Bujarin, Grigori Zinoviev, Lev Kámenev y León Trotsky, cuya Historia de la Revolución Rusa tiene glosas que dictan: “mentiroso”, “esto no es verdad”, entre otras. El lugar de las mujeres lo monopolizaron las creaciones de las también izquierdistas Rosa Luxemburg, Clara Zetkin, Nadezhda Krúpskaya –viuda de Lenin con la que tenía públicas diferencias de todo tipo– y su leal amiga Aleksandra Kolontái. Las lecturas de Aleksandr Pushkin –quizás su poeta preferido– las combinó con trabajos de Nicolás Maquiavelo y Adolf Hitler, las crónicas de John Reed y las novelas del estadounidense Upton Sinclair, las correspondencias de los anarquistas Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti y las obras historiográficas referidas a los zares Iván “el Terrible” y Pedro “el Grande”, dando atención especial a los temas de guerra y la estrategia naval, junto con examinar, en plena Segunda Guerra Mundial, una selección de textos de Otto von Bismarck. Aunque en las postrimerías de su vida se dedicó con pasión al estudio de la lingüística y la arquitectura. Poco se sabe del destino de los millares de libros que abarrotaron la biblioteca de Stalin, los que ciertamente nos permitirían adentrarnos en los recovecos de su mente. Hay quienes dicen que, obedeciendo a su voluntad, la policía política soviética, con Lavrenti Beria en persona, extrajo e hizo desaparecer la casi totalidad de sus cartas, manuscritos y libros. Por el momento, solo podemos acceder a los centenares de títulos resguardados en el Archivo Estatal Ruso de Historia Política y Social, cuya sección “Archivo de Stalin” puede ser consultado en la web. |
Investigación El último secreto de Stalin La biblioteca personal del líder soviético tenía unos veinte mil libros. Entre anaqueles, el investigador Geoffrey Roberts se ocupa de echar luz sobre lecturas, caprichos y obsesiones de un hombre que marcó su tiempo. Por Facundo García 7 de agosto de 2019 A Stalin se lo ubica bajo rótulos dignos de un demonio bíblico: el dictador sangriento, el ideólogo insensible, el burócrata de provincias catapultado a la gran política. Pero cientos de libros anotados y subrayados por él muestran que era más que eso. “Fue la figura central de la historia soviética, y lo sigue siendo setenta años después de su muerte. No se puede entender el fallido experimento en la construcción de una utopía comunista en Rusia sin referirse a Stalin”, marca el profesor Geoffrey Roberts. Hace años que el británico se ocupa de rastrear lo que queda de la enigmática Biblioteka, con la esperanza de revelar al ser que se ocultaba tras el mito. ¿Quién fue en realidad Stalin? ¿Obedecía siempre a supuestas razones de Estado, o conservó entre los ríos de sangre una orilla donde regar los brotes secos de su sensibilidad? Roberts sugiere que la lectura puede haber funcionado como un refugio para el “Hombre de Acero”. De hecho, cree que su biblioteca “nos permite espiar en sus pensamientos más íntimos”, porque “abre una ventana hacia su verdadera personalidad”. ¡A los libros! Stalin aseguraba leer unas quinientas páginas por día. Muchos le creyeron. Otros, como su archienemigo León Trotsky, lo ninguneaban y afirmaban que su existencia era “una broma de la historia”. En el medio están los volúmenes que llevan el sello Biblioteka I.V. Stalina: los libros del jerarca. Anotados con crayones azules, verdes y rojos; llenos de subrayados y comentarios. “Hay un elemento de performance en la manera en que Stalin marca y escribe sus libros —señala Roberts—. Pero en general es un proceso espontáneo; la expresión de un intelectual que vivía inmerso en un mundo de ideas”. Iba de los conceptos a la realidad, a veces con un dejo de sentimentalismo pero — ¡ay!— corto de empatía. En ese aspecto, el “vicio” de Stalin no está tan alejado de algunos economistas que diseñan políticas en base a planillas excel. El “padrecito de las rusias” no hallaba matices entre la teoría y la acción. Si una parte de la sociedad representaba un inconveniente, la consecuencia lógica era meterle plomo u organizar deportaciones masivas. Y las ideas le llegaban, en parte, a través de libros. “Stalin estaba convencido del poder de las palabras para delinear la conciencia y acción de las personas. Los libros, después de todo, lo habían librado a él de su experiencia como seminarista en la Iglesia Ortodoxa de Georgia —donde comenzó a formarse— y lo habían convertido en un revolucionario que no solo quería cambiar el mundo sino la misma naturaleza humana”, resume Roberts. El enemigo exacto. Tal vez porque su origen pobre y pueblerino contrastaba con el de otros dirigentes, la lectura de Stalin era, además de sistemática y esquematizante, un intento furioso por educarse. Roberts: “aun cuando lee trabajos de sus oponentes, Stalin se esfuerza por aprender de ellos, y a la vez desea armarse contra sus argumentos”. Hay garabatos y tachones. Signos de exclamación, preguntas. Sobre todo cuando “el líder” estudia a sus enemigos. “Las páginas están salpicadas de garabatos, pero también hay respuestas razonadas. De ninguna manera se trata de un lector que solo lee a sus adversarios desde un punto de vista negativo. Por lejos, la más frecuente de las anotaciones de Stalin es NB (que significa Nota Bene en latín, algo así como “atención con esto”). Entre sus libros “escritos por rivales” hay varios de Trotsky. “Sí, en el archivo personal de Stalin se conservan textos de Trotsky —revela el investigador—.Incluso se supone que había más. Las obras de Trotsky que Stalin anotó datan de principios de los años veinte, antes de que estallara el antagonismo entre los dos. Stalin las leyó con gran interés y en muchos pasajes anotó que estaba de acuerdo. El comentario más frecuente que encontramos en los márgenes de Terrorismo y Comunismo —que era una refutación por parte de Trotsky de la crítica que había hecho Karl Kautsky sobre las prácticas soviéticas durante la Guerra Civil Rusa— es “метко”, que significa ‘exacto’”. (Igual la relación no prosperó. Trotsky tuvo que exiliarse y en 1940 un estalinista le agujereó la cabeza con un pico de escalar. Desde ese incidente no escribió más, ya que murió). Me gustas cuando callas Se sabe que a Stalin le gustaba la poesía. En su juventud había escrito poemas con toques románticos, aunque el interés por publicar versos fue cediendo a medida que crecía su rol en el Estado. En ese trayecto, el niño Iósif se convirtió en el joven “Koba”, sobrenombre inspirado en el bandolero de una novela georgiana; y al final emergió Stalin, que significa “acero”. “Se podría decir —aventura Roberts— que Stalin mantuvo cierta conciencia poética toda su vida. Como orador y escritor utilizaba un lenguaje simple e inmediatamente comprensible, y lo usaba intensamente. Su prosa tiene una calidad poética. No estoy diciendo que era gran poesía, pero atrajo a muchos intelectuales y artistas”. Por supuesto que “el padrecito de todas las rusias” conocía a Pablo Neruda, que ganó el premio Stalin de la Paz en 1953. Muy probablemente leyó su Canto a Stalingrado (1942) y su Nuevo canto de amor a Stalingrado (1943).
Lo irónico es que tras la caída del bloque comunista en 1991, la reputación del tovarich más temible no ha hecho más que crecer. “En la Rusia contemporánea, son menos sus detractores que los que tienen una imagen positiva”, confirma el entrevistado. América Latina roja Stalin repetía que “los escritores son los ingenieros del alma” y que la “producción de almas es más importante que la producción de tanques”. Como Lenin y Trotsky, pensaba que una buena educación política requería leer no solo los clásicos marxistas sino también los clásicos de la literatura mundial. Ahora bien: en la perspectiva estalinista, era lícito que los censores recortaran el canon cual si fuera un salamín. Y el filo de la burocracia jamás alcanzó los estantes del Jefe, que contenían miles de novelas, obras teatrales y poesía. Roberts dice que entre los anaqueles encontró un solo libro sobre América Latina: una Historia de la Revolución Mexicana escrita en ruso. El catálogo no está completo, así que a lo mejor había otros. “Hay que recordar que Stalin era dependiente de las traducciones al ruso o al georgiano, y creo que no había mucha bibliografía sobre América Latina en esas lenguas”. En lo que queda de la biblioteka, Argentina no aparece. Se sabe, sí, que durante la época estalinista la Unión Soviética criticó la neutralidad que el país mantuvo durante casi toda la Segunda Guerra Mundial, lo que explica que luego se opusiera al ingreso argentino en Naciones Unidas: los rusos temían que se formara un gran bloque latinoamericano al servicio de Estados Unidos. El resto es historia conocida. Más que una caricatura La serie de Netflix Trotsky invitó a revisar una larga lista de simplificaciones derivadas, quizá, de las exigencias de un guion comercial. En la tira, Stalin se pasea por el fondo del decorado como un villano de película muda, trazando una estampa digna de los más berretas manuales lombrosianos. No es que el bigotudo no haya cometido atrocidades; pero mostrarlo fuera de contexto, como un simple mediocre, juega contra la comprensión de un fenómeno complejo. En su libro Stalin’s Wars: From World War to Cold War, 1939-1953, Geoffrey Roberts arremetió contra estas reducciones: “la lección que nos deja el gobierno de Stalin no es una simple fábula moralista sobre un dictador paranoide, vengativo y sangriento. Es la historia de una política y una ideología que buscaba fines a la vez utópicos y totalitarios”. Y si bien es inexacto identificar al estalinismo con el marxismo en su conjunto, hay algo en la actitud de Stalin que se deja leer como una tácita advertencia. En ese sentido, Roberts sostiene que Stalin fue “un idealista preparado para utilizar la violencia que fuera ‘necesaria’ para imponer sus ideas y sus metas”. De cura a revolucionario Las biografías de Stalin —su nombre real era Iósif Vissariónovich Dzhugashvili— coinciden en destacar la formación que obtuvo tras su ingreso como seminarista en la Iglesia Ortodoxa Georgiana. A su padre, un zapatero de pueblo, no le entusiasmaba tener un hijo cura. En cambio su madre vio en el seminario la oportunidad de darle a Iósif una buena educación. Las calificaciones muestran que el muchacho era aplicado hasta que tomó contacto con el marxismo y se dedicó a luchar por la revolución. A partir de ahí los relatos se bifurcan. Para algunos, Stalin participó en varios robos a mano armada con los que aportaba dinero al Partido. Para otros, esa saga tipo far west es una leyenda construida para barnizar de heroísmo a un tipo cuyo mayor talento era la rosca burocrática. Lo cierto es que Stalin pasó de la vida religiosa a la lucha revolucionaria a fuerza de tiros y lecturas, y osciló durante el resto de su vida entre el limbo de las ideas y la administración del Estado. Hay una anécdota que, aunque probablemente apócrifa, muestra con nitidez esta mezcla de idealismo y espíritu pragmático. Cuando durante la Segunda Guerra Mundial los nazis le comunicaron a Stalin que tenían prisionero a su hijo —el teniente Yakov Dzhugashvili—, le ofrecieron canjearlo por un mariscal alemán. La respuesta fue tajante. “¡Cómo les voy a entregar un mariscal a cambio de un teniente!”, cuentan que dijo Stalin. Yakov, el hijo, murió poco después en el Campo de Concentración de Sachsenhausen. Al fondo del estante. * El libro más extraño Un libro soviético de 1945 sobre las constituciones de los países occidentales. Stalin estaba fascinado por la separación de poderes en los Estados Unidos y los roles del Congreso, el presidente y la Suprema Corte. “Extraño interés para un dictador que presidía un sistema de partido único en el que se controlaba la sociedad civil, así como el Estado y la esfera pública”, reflexiona Roberts. * El comentario más llamativo A pesar de haber sido el autor de la célebre “Orden 227” —que obligaba a los soldados a no dar “Ni un paso atrás”—, a Stalin le gustaba volver sobre sus huellas. “Leía y marcaba párrafos de sus propios escritos, casi como si le gustara refrescar la memoria sobre sus anteriores pensamientos y formulaciones”, dice Roberts. En efecto, justo después de la Segunda Guerra se publicaron los primeros volúmenes de sus Obras Completas, que abarcaban los años iniciales de Koba en el Partido Bolchevique. “Y es evidente por sus anotaciones que él todavía estaba muy afectado —emocional e intelectualmente— por viejos debates de facciones dentro del Partido”. * El libro más marcado Sorpresa. El libro más marcado de la colección es una historia del Imperio Romano escrita por Robert Vipper. Stalin estaba interesado en asuntos como la expansión territorial, la administración de grandes organizaciones y las internas de los grupos de poder. “Le fascinaban las posibles lecciones de la historia, y pasó gran parte de su vida viviendo en el pasado o proyectando el futuro —interpreta Roberts—. Hoy podríamos decir, para usar un término de moda, que a Stalin le faltaba mindfullness, carencia que lo escudaba de las realidades y brutalidades de su régimen”. Sobre Geoffrey Roberts. La investigación de Geoffrey Roberts se centra en unos cuatrocientos libros, panfletos y periódicos que Stalin marcó y anotó. Los textos se conservan en el Archivo Estatal Ruso de Historia Sociopolítica de Moscú. “Desgraciadamente, no contamos con más material porque muchas obras se dispersaron tras su muerte en 1953”. Para el especialista, haber sido marxista en la juventud fue una brújula: “cuando me acerqué a la colección sentí una gran familiaridad. Tenía ante mí una biblioteca muy parecida a la mía en los años setenta y ochenta. Ahí estaban los temas que también me habían interesado —la economía política, el materialismo dialéctico, la historia de la izquierda y los movimientos revolucionarios, etc. —. Eso hizo que la investigación fuera más fácil”. Roberts es miembro de la Royal Historical Society británica y también integra la Royal Irish Academy. Es profesor emérito de historia en la Universidad de Cork (Irlanda) y Senior Fellow del Colegio de Estudios Avanzados de Helsinki (Finlandia). En inglés ha publicado, entre otros, El general de Stalin: la vida de Georgy Zhukov (Random House); Las guerras de Stalin 1939-1953 (Yale University) y La Unión Soviética y los orígenes de la Segunda Guerra Mundial (Macmillan). En breve, su investigación sobre la biblioteca personal de Stalin se editará en forma de libro. Este artículo fue publicado originalmente el día 4 de agosto de 2019 |
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fascinante, gracias.
ResponderEliminaryo siempre he pensado que son excepcionales (osea, fuera de lo común y mediocre) todos esas personas que han cambiaron el paisaje social, militar, político y económico; aunque sean buenos o malos según el juicio de la historia. yo me pregunto que hubieran sido de ellos viviendo en otras circunstancias y épocas. se imagina un Stalin naciendo en Estados Unidos, en el seno de una rancia familia republicana; seguro que hubiese llagado a ser presidente; aunque estoy especulando.