Emblema de Academia |
La RAE se creó en Madrid en 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. Tras algunas reuniones previas, en julio de ese mismo año, se celebraron, en la propia casa del fundador, las primeras sesiones de la nueva corporación. El 3 de octubre de 1714 quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V de España. En 1715 la Academia, que en sus orígenes contaba con veinticuatro miembros, aprobó sus primeros estatutos, a los que siguieron los publicados en 1848, 1859, 1977 y 1993. Después de considerar una serie de propuestas para decidir su lema, la institución, en «una votación secreta, eligió el actual: un crisol en el fuego con la leyenda Limpia, fija y da esplendor». Diccionario de lengua. La RAE, cuyo principal precedente y modelo fue la Academia Francesa, fundada por el cardenal Richelieu en 1635, se marcó como objetivo esencial desde su creación la elaboración de un diccionario de la lengua castellana, «el más copioso que pudiera hacerse», así como de una gramática y una poética. Ese propósito se hizo realidad con la publicación del Diccionario de autoridades, editado en seis volúmenes, entre 1726 y 1739. La primera edición en un solo tomo, a la que siguieron otras veintidós hasta la fecha, se publicó en 1780. Ortografía. La Orthographia española de la Academia apareció en 1741 y, en 1771, se publicó la primera edición de la Gramática de la lengua castellana. Estatutos. Los estatutos vigentes, aprobados en 1993, establecen como objetivo fundamental de la Academia «velar por que la lengua española, en su continua adaptación a las necesidades de los hablantes, no quiebre su esencial unidad». Este compromiso se ha plasmado en la denominada política lingüística panhispánica, compartida con las otras veintidós corporaciones que forman parte de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), creada en México en 1951. Actualmente, la institución está constituida por cuarenta y seis académicos de número vitalicios, entre ellos el director y los demás cargos de la Junta de Gobierno, elegidos para mandatos temporales, de acuerdo con lo establecido en los estatutos. Sede La Real Academia Española está situada en el número 4 de la calle Felipe IV de Madrid, en el distrito de Retiro, junto al Museo del Prado y la iglesia de los Jerónimos. Su edificio, de estilo clasicista y construido de acuerdo con el proyecto del arquitecto Miguel Aguado de la Sierra (1842-1896), fue edificado entre 1891 y 1894. En 2007, el Gobierno de España cedió a la Academia un nuevo edificio en los números 187 y 189 de la madrileña calle de Serrano, como sede del Centro de Estudios de la RAE y de la ASALE, con el fin de organizar mejor los trabajos académicos y los distintos proyectos panhispánicos. |
Fundador de la RAE.
Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga, por nacimiento Juan Manuel María de la Aurora Fernández Pacheco Acuña Girón y Portocarrero (Marcilla, Navarra, 7 de septiembre de 1650 - Madrid, 29 de junio de 1725), Grande de España, VIII marqués de Villena, VIII duque de Escalona, VIII conde de Xiquena, XII conde de San Esteban de Gormaz, X marqués de Moya. Fue Virrey y capitán general de los reinos de Navarra, Aragón, Cataluña, Sicilia y Nápoles. Caballero de la Orden del Toisón de Oro. Biografía Nació en Marcilla (Navarra) cuando su padre, Diego López Pacheco y Portugal, VII de sus títulos, iba camino de Pamplona para tomar posesión como virrey de Navarra, y fue bautizado allí mismo al día siguiente. Perdió a su madre con tan solo dos años, y a su padre un año después. Su tío Juan Francisco Pacheco, obispo de Cuenca, le recogió en su orfandad y le educó hasta que cumplió 14 años. En estos años tuvo muy buenos maestros, que hicieron despertar en él un ansia de saber, aplicación al estudio y gusto en adquirir libros. Siguió cultivando su entendimiento de tal suerte que a los 26 años ya era saludado por todos como uno de los hombres más instruidos de España. Tras participar en varias batallas acabó retirado en Castilla, aplicado al estudio y a la educación de sus hijos. El rey de España le nombró en 1713 su Mayordomo mayor, siendo el jefe de su Casa, y también de la de su hijo Luis I durante su breve reinado, si bien ambos monarcas le dieron entera libertad para que se dedicase a sus estudios, siendo dicha responsabilidad ejercida de facto por el Sumiller de Corps, su pariente el conde de Altamira. En palabras de A. Zamora Vicente, "la biografía del que había de ser primer director de la Real Academia Española fue movida y representativa. Intervino en expediciones militares de diverso signo (Hungría, Italia). Fue designado virrey de Navarra, de Aragón y de Cataluña. Con la venida de Felipe V se declaró decidido partidario de la nueva dinastía. Esta adhesión le valió el nombramiento de virrey de Nápoles, donde, por un azar mitad guerrero mitad político, fue hecho prisionero por las tropas imperiales y sufrió encarcelamiento en Gaeta. Fue restituido a España tras la victoria de Brihuega, en 1711. El rey le nombró Mayordomo mayor, eximiéndole a la vez de la continuada asistencia a su cargo, a fin de que pudiera entregarse a sus estudios con toda intensidad". En virtud de esta concesión, fue fundador en 1713 de la Real Academia Española (RAE), a imitación de la Academia Francesa y la de Florencia, junto con varios ilustrados (nobles, clérigos y algunos altos funcionarios) que se reunían en su casa, tras una propuesta que le formuló al rey Felipe V. Es elegido su director provisional el 3 de agosto de 1713, siendo su primer director en propiedad a partir del 3 de octubre de 1714 (fecha de la Real Cédula), y perpetuo según los antiguos estatutos de la institución. Cumple dicha función hasta su fallecimiento el 29 de junio de 1725. Encargado de la organización inicial de la RAE, promovió la publicación del primer Diccionario, así como la elaboración del plan de trabajo del Diccionario de Autoridades, cuyo primer tomo no llegó a ver publicado. Matrimonio y descendencia El 29 de septiembre de 1674, contrajo matrimonio con María Josefa de Benavides Silva y Manrique de Lara, hija de Diego IV de Benavides y de la Cueva, VIII conde de Santisteban del Puerto y I marqués de Solera. Sus hijos fueron: Mercurio Antonio López Pacheco, IX duque de Escalona, XII marqués de Aguilar de Campoo, IX marqués de Villena, VII marqués de la Eliseda, IX conde de Xiquena, XVI conde de Castañeda y XIII conde de San Esteban de Gormaz y Marciano Fernández Pacheco, XII marqués de Moya. Su hijo Mercurio Antonio López Pacheco y sus dos nietos por éste, Juan Pablo y Andrés López Pacheco, fueron directores perpetuos de la RAE entre 1726 y 1751, con lo que los primeros 40 años de la RAE estuvieron dirigidos por la misma casa nobiliaria de Villena-Escalona. Escudo de Armas
Nota heráldica Los Acuña de Valencia descendientes de don Martín Vázquez de Acuña (condado de Valencia de Don Juan ) y de su mujer la Infanta doña María de Portugal, traen las siguientes armas: En campo de sable, una banda, de oro, cargada en el centro de un escudete de gules, sobrecargada de una cruz flordelisada, de plata, y acompañando dicho escudete, de nueve cuñas de azur; cinco a su lado derecho y cuatro a su izquierdo. Bordura de plata, con cinco escudetes de azur, cargados de cinco bezantes de plata, puestos en sotuer, que son las armas Reales de Portugal. Pacheco : Hay varias teorías sobre el origen de este apellido aunque ese origen del que hablamos es incierto, sí podemos sacar alguna conclusión : que es un apellido de origen portugués y que luego pasó a Castilla y se asentó en Belmonte (Cuenca). Escudo: En plata, dos calderas jaqueladas de sable y oro; |
Ancestros. Diego López Pacheco y Portugal, también conocido como Diego López Pacheco y Braganza, (Belmonte, Cuenca, 16 de agosto 1599- Pamplona, Navarra, 27 de febrero 1653), VII duque de Escalona, VII marqués de Villena, VII conde de Xiquena, X conde de San Esteban de Gormaz,3 IX marqués de Moya como sucesor de su hijo, Grande de España de 1.ª clase y caballero de la Orden del Toisón de Oro. Fue padre de Juan Manuel Fernández Pacheco, creador y primer director de la Real Academia Española, y descendientes, ambos, de Juan Pacheco, I marqués de Villena. Juan Gaspar Fernández Pacheco y Álvarez de Toledo (b. Escalona, 20 de diciembre de 1563-Escalona, 5 de mayo de 1615), noble español que ostentó los títulos de V marqués de Villena, V duque de Escalona, V marqués de Moya, VIII conde de San Esteban de Gormaz y VIII conde de Xiquena. Francisco López Pacheco de Cabrera y Bobadilla. (1532-1574), IV marqués de Villena, IV duque de Escalona y IV marqués de Moya. Diego López Pacheco y Enríquez (Escalona, 1503 - Íbidem, 7 de febrero de 1556), III marqués de Villena, III duque de Escalona, III conde de Xiquena, VI conde de San Esteban de Gormaz, señor de Belmonte y marqués consorte de Moya. Fue escribano mayor de los reinos de Castilla y León, caballero del Toisón de Oro y, además, participó en las guerras que Carlos I de España sostuvo con Francia. Diego López Pacheco y Portocarrero (c.1447a-Escalona, 26 de noviembre de 1529), también llamado Diego Pacheco y Diego Fernández Pacheco, fue un noble castellano, segundo marqués de Villena y segundo duque de Escalona. Cuarto conde de San Esteban de Gormaz y señor de Osma por su primer matrimonio. Mayordomo mayor del rey entre 1472 y 1480. IV señor de Belmonte y señor de Serón, Tíjola, Tolox y Monda. Martín Vázquez de Acuña (1357-1417), Martim Vasques da Cunha en portugués, I conde de Valencia de Don Juan y señor de Castrojeriz en Castilla, VI señor de Tábua, de Sul, Gulfar y Besterios en Portugal, alcalde mayor de Lisboa, fue un ricohombre portugués que vivió a finales del siglo xiv y comienzos del xv. Alfonso Tellez Girón y Vázquez de Acuña (c. 1380-1449), fue un noble castellano, señor de Frechilla y miembro de la casa de los Girones, fue hijo de Martín Vázquez de Acuña, I conde de Valencia de don Juan, y de Teresa Téllez Girón. El marquesado de Villena es un título nobiliario español concedido por Juan II, el 12 de noviembre de 1445 a Juan Pacheco, maestre de la Orden de Santiago, adelantado mayor de Murcia y posteriormente primer duque de Escalona. (Juan Fernández Pacheco y Téllez Girón (Belmonte, 14191-Santa Cruz de la Sierra, cerca de Trujillo, 4 de octubre de 1474) fue un aristócrata castellano.) |
Biografía de la Real Academia Española de la Historia. Fernández Pacheco y Zúñiga, Juan Manuel. Marqués de Villena (VIII). Marcilla (Navarra), 7.IX.1650 – Madrid, 29.VI.1725. Fundador y primer director de la Real Academia Española, virrey, militar, hombre de letras y ciencias. Miembro de nobilísima familia, Grande de España de primera clase, fue octavo marqués de Villena y duque de Escalona, duodécimo conde de San Esteban de Gormaz, etc. Hijo de Diego Roque López Pacheco y de Juana de Zúñiga, su nacimiento se produjo cuando iban sus padres camino de Pamplona a hacerse cargo del virreinato de Navarra. Muy pronto, en febrero de 1652, falleció su madre, y un año después su padre. A partir de ese momento, el niño, heredero de la casa de Villena-Escalona, se crió y se educó bajo la tutela de su tío Juan Francisco Pacheco, obispo de Cuenca. Pasó luego a residir en sus estados de Escalona y Cadalso, saneó sus finanzas y casó, en 29 de noviembre de 1674, con Josefa de Benavides Silva y Manrique, con quien, antes de enviudar en 1692, tuvo tres hijos varones, el segundo de los cuales murió con pocos años. Participó, apoyando a las fuerzas del emperador Leopoldo I, en el asedio de Buda (1686), en el que resultó herido. Regresado a España, el rey Carlos II le concedió el Toisón de Oro (1687), y le nombró general de la Caballería de Cataluña (1689) y su embajador extraordinario en Roma. Luego, sucesivamente, virrey de Navarra (1691-1692), de Aragón (sólo durante unos meses) y de Cataluña (1693-1694). Sufrió entonces la derrota de las tropas francesas a orillas del río Ter, tras de la cual fue relevado del cargo y se retiró a Castilla. Firme partidario del duque de Anjou, a quien Carlos II nombró su heredero, el 29 de noviembre de 1700 dirigió a Luis XIV de Francia una muy interesante carta en que, tras exponer la situación de la Monarquía, brinda cuatro consejos para la conducta del nieto, el nuevo Rey: que su juramento e investidura se produjeran en presencia de las Cortes de Castilla; que al establecer su casa lo hiciera de acuerdo con la antigua usanza castellana; que favoreciera la milicia con las palabras y los hechos, devolviendo a la nobleza el atuendo militar y dejando la “golilla” para las gentes de toga y de pluma; y, finalmente, que bajo ningún concepto nombrara como confesor a un fraile regular, sino a un sacerdote u obispo. Bajo Felipe V fue el marqués de Villena sucesivamente virrey de Sicilia (por breve plazo) y de Nápoles, donde permaneció seis años. En 1707 hubo de hacer frente al ataque de los imperiales, en cuyo poder cayó, finalmente, prisionero, en el sitio de Gaeta; en esa situación permaneció durante más de tres años (en la fortaleza de Pizzighettone), hasta que en 1711 fue canjeado por el general aliado Lord Stanhope y otros jefes que habían sido apresados en la batalla de Brihuega. Vuelto a España, Felipe V insistió en honrarlo con la mitra de Toledo, dignidad que, juiciosamente, rechazó el viudo marqués; quien, en cambio, aceptó con gusto el nombramiento para el más alto cargo palaciego, el de mayordomo mayor (20 de enero de 1713). En el verano de ese mismo año se produjo el hecho que, sin duda, mayor recordación merece de la vida del marqués de Villena: comienza a reunirse en su casa de la madrileña plaza de las Descalzas, y a iniciativa suya, una tertulia de eruditos, formada, además de por él, por el padre Juan de Ferreras, Gabriel Álvarez de Toledo, Andrés González de Barcia, fray Juan Interián de Ayala, los padres jesuitas Bartolomé Alcázar y José Casani y Antonio Dongo Barnuevo. Estas ocho personas, reunidas por vez primera el 6 de julio de 1713, fueron los fundadores de la que empezó autodenominándose Academia Española y un año más tarde pasó a ser además “Real” por acogerla Felipe V bajo su protección (la cédula de aprobación oficial es del 3 de octubre de 1714). En una consideración más amplia, pueden entrar también bajo la categoría de fundadores tres individuos más: Francisco Pizarro, marqués de San Juan, José de Solís Gante y Sarmiento, marqués de Castelnovo y después duque de Montellano, y Vincencio Squarzafigo, que asistieron ya a la primera sesión de la que se levantó acta, la del 3 de agosto de 1713. Elegido el marqués de Villena primer director, los académicos acometieron de inmediato la redacción del Diccionario de la lengua castellana, hoy conocido como Diccionario de autoridades, cuyo primer tomo vio la luz en 1726. Fallecido en 1725, no alcanzó el marqués a verlo completo y encuadernado, pues la impresión iba en el momento del óbito —informan puntualmente los desconsolados académicos— por el pliego 128. El sexto y último volumen de esa obra capital, verdadera proeza lexicográfica, apareció en 1739. Durante los doce años que el marqués gobernó la Academia asistió puntualmente a sus juntas, salvo en dos breves etapas en que acompañó al Rey a Aranjuez (mayo-julio de 1715) y a la frontera francesa (fines de 1721); y colaboró, naturalmente, en los trabajos del Diccionario. Tras el entierro del marqués de Villena en el monasterio segoviano del Parral, se celebraron unas solemnes exequias en su memoria (13 de agosto de 1725), en las que predicó el sermón fúnebre fray Juan Interián de Ayala; y en la sesión académica del 29 de agosto hizo el padre Casani el elogio póstumo del primer director de la Corporación. Los textos de uno y otro se incluyen en la correspondiente Relación, publicada por la Academia. Todas las semblanzas de Juan Manuel Fernández Pacheco coinciden en señalar su extraordinaria afición y dedicación a letras y ciencias. El doctor Diego Mateo Zapata aseguraba en 1716 que conocía perfectamente la “filosofía moderna”, vinculando la recién instituida Academia al movimiento de los novatores. Según el testimonio de Sempere y Guarinos, el marqués era muy conocido fuera de España por su relación con la Academia de Ciencias de París, de la que era individuo, y por su comunicación con diversos sabios de Europa. Se sabe también que durante su virreinato en Nápoles había sido elegido miembro de la Arcadia romana (13 de noviembre de 1704). Su instrucción, dice Sempere, no se limitaba a “los conocimientos de que debiera estar adornado todo noble”, sino que comprendía también la lengua griega “y demás ramos de las buenas y bellas letras”, las Matemáticas, la Medicina, la Botánica, la Química (que practicaba en el laboratorio instalado al efecto en una torre de sus posesiones en Escalona) y la Anatomía. En fin, según el mismo autor, a Villena podría haber debido España, además de la fundación de la Academia Española, “la entera restauración de la Literatura, si hubiera llegado a efectuarse el gran proyecto que tenía formado de una Academia general de Ciencias y Artes”. El marqués de San Felipe llegó a decir de él, a propósito de su etapa napolitana, que “se entretenía más con los libros que en los negocios”. Lo cierto es que a lo largo de su vida reunió una importante biblioteca, formada, según el inventario realizado tras su muerte, por 6.997 volúmenes impresos y 172 manuscritos. Pasó a sus herederos, pero se dispersó en el siglo xix. Por proceder de autor extranjero y además no muy dado al panegírico son especialmente interesantes los testimonios que acerca del marqués de Villena dejó en sus célebres Memorias el duque de Saint-Simon, quien llegó a tratarle como amigo. “Escalona, mais qui plus ordinairement —escribe— portait le nom de Villena, étoit la vertu, l’honneur, la probité, la foi, la loyauté, la valeur, la piété, l’ancienne chevalerie même; [...] avec cela beaucoup de lecture, de savoir, de justesse et de discernement dans l’esprit, sans opiniâtreté, mais avec fermeté, fort désintéressé, toujours occupé, avec une belle bibliotèque et commerce avec force savants dans toutes les pays de l’Europe”. Más adelante revela que nunca vistió a la española, sino a la francesa, porque la golilla le resultaba insoportable; que firmaba sencillamente “el Marqués”, considerando que lo era por antonomasia; etc. Y relata una sorprendente anécdota que oyó contar por todo Madrid y cuya veracidad, dice Saint-Simon, le confirmó su protagonista mismo: el grave altercado que se produjo cuando, en ocasión de hallarse enfermo el Rey, al querer impedir Alberoni a Villena, mayordomo mayor, que accediera a la Cámara del Monarca, la emprendió el ofendido a bastonazos con el poderoso cardenal. Obras de ~: Dos cartas (1700) a Luis XIV, en C. Hippeau, Avénement des Bourbons au trone d’Espagne. Correspondance inédite du marquis d’Harcourt, Ambassadeur de France auprès des rois Charles II et Phlippe V, Paris, 1875, págs. 316 y 318- 320; Memorias para la Historia de España, sacadas de los apuntamientos originales escritos de letra del Exmo. Sr. Don Juan Fernández Pacheco, Marqués de Villena, y existentes en la Biblioteca de la casa (ms. en la Real Academia de la Historia, Colección Sempere, t. XVI, fols. 94-108v., sign. 9/5218, Olim B-134). Bibl.: F. Pinel y Monroy, Retrato del buen vassallo copiado de la vida y hechos de D. Andrés de Cabrera, primer Marqués de Moya. Ofrécele al Excelentíssimo Señor D. Juan Manuel Fernández Pacheco Cabrera y Bobadilla, Marqués de Villena y Moya, Duque de Escalona, etc., Madrid, en la Imprenta Imperial por José Fernández de Buendía, 1677, dedicatoria y págs. 422-423; Relación de las exequias que la Real Academia Española celebró por el Excelentíssimo señor Don Juan Manuel Fernández Pacheco, Marqués de Villena, su primer Fundador y Director, Madrid, Imprenta de Francisco del Hierro, 1725; V. Bacallar y Sanna, marqués de San Felipe, Comentarios de la Guerra de España e historia de su rey Felipe V el Animoso, Génova, 1725; “Historia de la Real Academia Española”, en Dicc ionario de la lengua castellana [Diccionario de autoridades], t. I, Madrid, Imprenta de Francisco del Hierro, 1726, págs. IX-XLI; J. Sempere y Guarinos, Ensayo de una Biblioteca española de los mejores escritores del reynado de Carlos III, t. I, Madrid, Imprenta Real, 1785, dedicatoria y págs. 10- 13; Duque de Saint-Simon, Mémoires complets et authentiques sur le siècle de Louis XIV et la Régence, Paris, Ch. Lahure, 1856-1858, t. I, págs. 195-197; t. III, págs. 4, 7-11, 119-120, 333; t. VI, págs. 102-103; t. X, págs. 217-218, 315; t. XV, págs. 176-180, y t. XVIII, págs. 439-443; F. Fernández de Béthencourt, Historia genealógica y heráldica de la Monarquía Española, Casa Real y Grandes de España, t. II, Madrid, Est. Tipográfico de Enrique Teodoro, 1900, págs. 263-274; E. Cotarelo y Mori, “La fundación de la Academia Española y su primer director D. Juan Manuel F. Pacheco, Marqués de Villena”, en Boletín de la Real Academia Española, I (1914), págs. 1-127; F. Gil Ayuso, “Nuevos documentos sobre la fundación de la Real Academia Española”, en Boletín de la Real Academia Española, XIV (1927), págs. 593-599; G. Maura Gamazo, Duque de Maura, Vida y reinado de Carlos II, Madrid, Espasa Calpe, 1942; A. Cotarelo Valledor, Bosquejo histórico de la Real Academia Española, Madrid, Instituto de España, 1946; P. Ventriglia, “Los españoles en la ‘Arcadia’”, en Revista de Literatura, III (1953), págs. 233-246; F. Lázaro Carreter, Crónica del Diccionario de Autoridades (1713- 1740), Madrid, Real Academia Española, 1972; G. Galasso, Napoli spagnolo dopo Masaniello, vol. II, Florencia, Sansoni Editore, 1982, págs. 633-746; D. del Río y S. Esposito, Vigliena, Nápoles, Istituto Italiano per gli Studi Filosofici, 1986, págs. 11-19; G. de Andrés, “La biblioteca del marqués de Villena, don Juan Manuel Fernández Pacheco, fundador de la Real Academia Española”, en Hispania, XLVIII, 168 (1988), págs. 169-200; P. Á lvarez de Miranda, “Las academias de los novatores”, en E. Rodríguez Cuadros, De las Academias a la Enciclopedia: el discurso del saber en la modernidad, Valencia, Edicions Alfons el Magnànim, 1993, págs. 263-300; A. Zamora Vicente, Historia de la Real Academia Española, Madrid, Espasa Calpe, 1999, págs. 23-33. |
Directores de la RAE El cargo de director de la Real Academia Española conlleva el cargo de presidente de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE). Juan Manuel Fernández Pacheco (1713) Mercurio Antonio López Pacheco (1725) Andrés Fernández Pacheco (1738) Juan Pablo López Pacheco (1746) José de Carvajal y Lancáster (1751) Fernando de Silva Álvarez de Toledo (1754) José Bazán de Silva y Sarmiento (1776) Pedro de Silva y Sarmiento de Alagón (1802) Ramón Cabrera y Rubio (1814) José Miguel de Carvajal (1814) José Gabriel de Silva Bazán (1828) Francisco Martínez de la Rosa (1839) Ángel Saavedra, duque de Rivas (1862) Mariano Roca de Togores (1865) Juan de la Pezuela y Ceballos (1875) Alejandro Pidal y Mon (1906) Antonio Maura y Montaner (1913) Ramón Menéndez Pidal (1926), primer mandato José María Pemán y Pemartín (1939), primer mandato. Francisco Rodríguez Marín (1940) Miguel Asín Palacios (1943) José María Pemán y Pemartín (1944), segundo mando. Ramón Menéndez Pidal (1947), segundo mandato Dámaso Alonso (1968) Pedro Laín Entralgo (1982) Rafael Lapesa (1987) Manuel Alvar López (1988) Fernando Lázaro Carreter (1991) Víctor García de la Concha (1998) José Manuel Blecua Perdices (2010) Darío Villanueva (2014) Santiago Muñoz Machado (2018) |
Notables.
Juan Nepomuceno Manuel Pezuela y Ceballos.
Pezuela y Ceballos, Juan Nepomuceno Manuel. Marqués de la Pezuela (I), conde de Cheste (I). Lima (Perú), 15.V.1809 – Madrid, 1.XI.1906. Militar y literato.
Hijo de Joaquín de la Pezuela, de origen cántabro, y de María Ángela Ceballos, de ascendencia vasca, fue bautizado en la iglesia del Santísimo Corazón de Jesús de la Ciudad de los Reyes de Perú, pasando allí su infancia y cursando los primeros estudios en el Colegio de San Felipe Neri. En 1818 fue enviado a España con parte de su familia y, tras un complicado viaje, llegó a Cádiz el 13 de septiembre de 1819, ciudad en la que permaneció hasta el 7 de abril de 1820.
Establecido en Madrid, continuó su educación en el Colegio de San Mateo, dirigido por Alberto Lista y José Hermosilla, compartiendo el aprendizaje con Diego de León, José Gutiérrez de la Concha, Roca de Togores, Espronceda, Ventura de la Vega y otros condiscípulos llamados a desempeñar un importante papel en el mundo de la literatura, la política o la milicia española, en el segundo tercio del ochocientos.
Cuando apenas contaba nueve años había comenzado la carrera militar de Juan de la Pezuela, al ingresar en la Guardia de Honor de Arqueros del virrey del Perú, de menor edad, por decisión de su padre.
Situación incierta profesionalmente que mantuvo en su primera juventud. En tales circunstancias estudió Filosofía en el Colegio de San Isidro de Madrid, desde 1825 hasta 1829. Adquirió de este modo una sólida cultura clásica a la par que escribía sus primeras obras: la tragedia Temístocles, en 1827, que no llegó a concluir y, poco después, Augusto o el modelo de los Reyes, drama en cinco actos; El Abecenrraje, otro drama que estrenaría en Zaragoza; La extranjera o la mujer misteriosa; La dicha viene durmiendo; Las dos hermanas y varias más. Por entonces mostraba mayor inclinación hacia la gloria literaria que a la militar. Así, ingresó en la Academia de los Arcades de Roma, donde figuraba con el pseudónimo de Olmisto Isaurense, mientras formaba parte, con los ya mencionados Espronceda, Ortiz y Zárate, Escosura, Ventura de la Vega y otros, de la llamada “partida del trueno” que, más que un cónclave literario, venía a ser una forma de vida conforme al romanticismo que iba dominando el ambiente cultural español.
Sin embargo, daría un paso decisivo para su carrera militar cuando en diciembre de 1829 recibió el despacho de capitán de Caballería, quedando incorporado al Regimiento de Caballería del Príncipe, 3.º de Línea, de cuartel en Almagro, en el cual permaneció hasta febrero de 1831, en que fue destinado al Regimiento de Caballería de Borbón, 5.º de Línea, donde ingresó en abril del mismo año. Con esta unidad estuvo desplazado en Elche y Zaragoza hasta comienzos de 1834. Casi de inmediato fue ascendido a comandante de Caballería.
La guerra contra los carlistas le llevó a combatir en diversos puntos de Aragón, Navarra, el Maestrazgo, Valencia y las provincias Vascongadas, desplazándose de unos a otros escenarios varias veces a lo largo de toda la contienda, sirviendo en el Regimiento de Húsares de la Princesa, hasta noviembre de 1835; en el de Castilla, 1.º de ligeros, hasta finales de 1836; en el de León, 2.º de ligeros, hasta enero de 1838 y con el de Vitoria, 4.º de ligeros, hasta el 24 de enero de 1840. Sus méritos le valieron el ascenso a teniente coronel, el 26 de mayo de 1836; logrando el grado de coronel, unos meses después, en noviembre, y el correspondiente empleo el 17 de agosto de 1837. Apenas tardaría un año más en conseguir los entorchados de brigadier, el 19 de agosto de 1838.
Mientras, aprovechando sus descansos en el guerrear, además de casarse, en 1837, con Javiera de Ayala y Ortiz de Urbina, continuó ligado al mundo de las letras y a sus amigos de la infancia; aunque, a tono con los usos románticos, se viera forzado a batirse en duelo con Espronceda, resultando éste herido sin que la amistad entre ambos se resintiera.
El nombre de Juan de la Pezuela aparece unido a multitud de hechos de armas de aquel período, como los de Estella y Montejurra, en noviembre de 1835, por los cuales le fue otorgada la Cruz de San Fernando de 1.ª Clase. Pero, por encima de todo, destacaron sus actuaciones en Lidón, en 1834, y Más del Rey y Cheste, en 1838. Precisamente en Más del Rey batió a Cabrera, arrebatando la capa y el caballo al propio caudillo carlista, y por la última de las acciones referidas mereció un voto de gracias de las Cortes.
Años más tarde, en 1864, le fue concedida, por aquel mismo hecho, con el título de conde de Cheste, la Grandeza de España.
Próximo el fin de la Guerra Carlista, solicitó permiso para reponer su salud y se desplazó a los baños de Bigorre, en el Bearn francés, donde estuvo entre septiembre y diciembre de 1839. A su regreso fue nombrado, el 24 de enero de 1840, comandante general y jefe superior político de la provincia de Santander, hasta que le fue aceptada la dimisión, en mayo del mismo año, pasando de guarnición a Madrid.
Las circunstancias políticas, con el desplazamiento de María de Cristina de la Regencia a favor de Espartero, le llevaron a la conspiración organizada por un grupo de militares moderados contra el conde de Luchana. El 7 de octubre de 1841 dirigió en Madrid, junto a Diego de León, Manuel Gutiérrez de la Concha y otros generales y jefes, el intento para derrocar a Espartero que acabó fracasando. Pezuela pudo escapar, aunque herido, hacia El Escorial y, de allí, a Salamanca, cruzando la frontera portuguesa por Barca de Alva. Condenado a muerte, en rebeldía, hubo de permanecer exiliado en Francia, donde llegó a finales de 1841, después de un periplo breve por Portugal e Inglaterra y un corto viaje a Italia en 1842.
En 1843 volvió a España, por Valencia, para sumarse al movimiento antiesparterista que culminaría con la expulsión del Regente y la entrada de quienes le habían combatido en la capital, tras la refriega de Torrejón de Ardoz. Como recompensa fue ascendido a mariscal de campo, el 17 de julio de 1843, y propuesto para la Gran Cruz de San Fernando.
Pronto trató de iniciar su vida parlamentaria presentándose a los comicios celebrados el 15 de septiembre de 1843 para el Congreso de los Diputados, por las circunscripciones de Barcelona, Santander y Valencia. Fue elegido por la primera y como suplente por las otras dos, pero no llegó a aprobarse su acta y se disolvieron las Cortes sin haber sido admitido.
Mejor suerte iba a correr tras las siguientes elecciones, convocadas para el 3 de septiembre de 1844, en las cuales había logrado Narváez el acta como candidato por Valencia y Pezuela acabó sustituyendo al de Loja, en diciembre de 1845, tomando asiento en la Cámara Baja el 3 de enero de 1846. Paralelamente su carrera militar avanzaba con rapidez, siendo nombrado segundo cabo de Castilla la Nueva y gobernador de la plaza de Madrid. Casi de inmediato, el 26 de enero de 1844 se le encargó, por primera vez, la Inspección General de Caballería, que mantuvo hasta el 16 de marzo de 1846.
Hombre de plena confianza de María Cristina e Isabel II, consejero real extraordinario, prohombre de las huestes moderadas, Juan de la Pezuela formó parte del fugaz Gobierno Narváez, que discurriría del 16 de marzo al 5 de abril de 1846, como ministro de Marina, Comercio y Gobernación de Ultramar. Al cesar en el Ministerio fue nombrado capitán general de Castilla la Nueva, recobrando el cargo de inspector general de Caballería, y, unos meses más tarde, ascendió a teniente general, por disposición de 7 de noviembre.
Si bien, no cesaron aquí sus éxitos en aquel año de 1846, extraordinariamente favorable para él, pues, el 16 de diciembre, se le nombró senador del Reino, con carácter vitalicio.
A principios de 1847 cesó en su destino al frente de la Capitanía General de Castilla la Nueva y en abril fue enviado de capitán general a Andalucía, aunque a las pocas semanas quedó en situación de cuartel primero en Málaga y luego en Cádiz. La sombra de la revolución hizo que el Gobierno le confiara de nuevo la Capitanía General de Castilla la Nueva para afrontar los sucesos que se desarrollaron en Madrid, el 7 y el 8 de mayo de 1848. Controlada la situación, sería nombrado gobernador y capitán general de Puerto Rico.
Durante su mandato dejó el conde de Cheste profunda huella en aquella Antilla. Mostró una especial sensibilidad ética, e incluso estética, ante el fenómeno de la esclavitud, que procuró atenuar. Así, entre otras medidas, derogó el Código Negro, conjunto de normas extremadamente duras que su antecesor Prim había impuesto. No por ello dejó de buscar la mayor eficacia de la Administración española y asegurar la existencia de mano de obra autóctona. A tal fin publicó un interesante Bando de Policía y buen gobierno de la Isla de Puerto Rico, que entró en vigor el 1 de enero de 1850. Tras serle aceptada la dimisión de este cargo, el 4 de marzo de 1851, regresó a la Península para desempeñar, una vez más, la Capitanía General de Castilla la Nueva, de la cual dimitió en enero de 1852. Ese mismo año se le hizo merced del título de marqués de la Pezuela.
Su carrera política y militar continuó brillando en los últimos compases de la década moderada. En febrero de 1853 ocupó la vicepresidencia del Senado y en septiembre sería nombrado gobernador y capitán general de la isla de Cuba. Durante su estancia en La Habana dio muestras, de nuevo, de su preocupación por los esclavos, aunque esta actitud le acarreó bastantes enemistades y disgustos.
La Revolución de 1854 le apartó del mando de la Gran Antilla y durante el llamado bienio progresista permaneció de cuartel en Madrid. Desde 1856 hasta el final del reinado isabelino su trayectoria discurrió entre acusados contrastes de luces y sombras. La larga etapa de O’Donnell al frente del poder le mantuvo apartado de los altos puestos de la política y la milicia.
Pero, a la vuelta de los moderados al gobierno no sólo se le concedió, en 1864, el título de conde de Cheste, como se ha dicho, sino que fue nombrado gentilhombre de cámara de Su Majestad y director general de Caballería, cargo que ejerció de modo intermitente, al hilo de los sucesivos cambios ministeriales.
Tras un nuevo paréntesis de oscuridad, entre junio de 1865 y julio de 1866, en el curso del último gabinete presidido por conde de Lucena, recuperó un notable protagonismo hasta 1868. Otra vez al frente de la Capitanía General de Castilla la Nueva, entre julio de 1866 y febrero de 1867; comandante general del Real Cuerpo de Guardias Alabarderos, entre abril y junio de este año, fue promovido al grado de capitán general, el 10 de octubre, y se le destinó a la Capitanía General de Cataluña que alternó con la de Castilla la Nueva y fugazmente, en vísperas de la Revolución de 1868, se le nombró también para los cargos de ingeniero general y jefe del Ejército de Aragón y Cataluña.
El derrocamiento de Isabel II representó un punto de inflexión decisivo en la vida del marqués de la Pezuela.
Triunfante el movimiento revolucionario, se dispuso su salida al extranjero por orden de 31 de octubre de 1868. A principios de noviembre se trasladó a París para regresar al mes siguiente a Madrid. El Gobierno le ordenó entonces que fijara su residencia en Canarias, a lo cual se negó, por lo que fue apresado y conducido al castillo de Santa Catalina, en Cádiz; aunque un Consejo de Guerra celebrado en Sevilla, en agosto de 1869, le absolvió. Insistieron desde el Ministerio de la Guerra en mantenerle alejado de Madrid, y Pezuela volvió a desobedecer saliendo de España sin permiso. Un nuevo Consejo de Guerra, reunido también en la ciudad del Betis, le condenó en esta ocasión a ser dado de baja en el Ejército. Sin embargo, al aplicársele un decreto de amnistía, de agosto de aquel año, volvió a nuestro país y fue repuesto en su empleo de capitán general, al cual quiso renunciar aunque no le fue tenido en cuenta su deseo.
No pasaría mucho tiempo, sin verse envuelto en más complicaciones. Fiel al lema de su casa, “Prius mori quam foedari” (primero morir que traicionar), se negó a prestar juramento a Amadeo de Saboya, “por deberes de conciencia”. Arrestado con tal motivo hubo de comparecer ante el correspondiente Consejo de Guerra, que tuvo lugar en Palma de Mallorca el 12 de abril de 1871. La sentencia le condenaba a perder su empleo, sueldo y honores. Con la natural amargura, embarcó para Barcelona y fijó su residencia en Segovia.
Los avatares de la política le devolverían al seno del Ejército, con el rango que le correspondía, y sería curiosamente la Primera República quien lo haría al relevar del juramento a todas las clases del Estado, por decreto de 16 de febrero de 1873. Pero ya no volvería a ejercer ningún cargo dentro de la vida militar a la que acabaría dedicando un total de más de ochenta y cuatro años.
En otro orden de cosas, la restauración alfonsina le procuró nuevos honores, como la concesión del Toisón de Oro, por Real Orden de 12 de enero de 1875, y desde luego, le repuso en su condición de senador vitalicio por derecho propio, en abril de 1877, pero sus intervenciones parlamentarias, siempre escasas, fueron desde entonces verdaderamente raras. Apegado a Segovia, donde pasaba largas temporadas en un bello palacio que había adquirido en la plazuela de San Pablo, hoy plaza del Conde de Cheste, dedicó la mayor parte de su tiempo durante más de los treinta últimos años de su vida a dirigir la Real Academia Española.
Ejerció la presidencia de esta institución con un tacto exquisito, que incluso algunos oponentes suyos en política, como Julio Burrel, reconocieron públicamente. Su asistencia asidua y el cumplimiento escrupuloso de sus deberes le hicieron acreedor al respeto de la mayoría de los académicos. Seguramente por este motivo fue reelegido en sucesivas ocasiones, hasta 1905 por última vez, al frente de aquella “docta casa”, a la cual accedieron por esos años, gentes tan distintas y tan distantes, en muchos aspectos, como Cautelar (que le profesaría sincera amistad), Núñez de Arce, Echegaray, Balaguer, del Palacio, Galdós, Balart, Sellés, etc.
La dirección de la Academia Española fue para él motivo de satisfacción y orgullo, aunque no le faltaran las críticas de las entonces nuevas generaciones literarias que le motejaban de “Cheste el danticida”, por la traducción que realizó de la obra magna de Dante. A cambio contó con el afecto de Tamayo y Menéndez Pelayo, entre otros muchos. Cuando vino a buscarle la muerte, bien entrado ya el siglo xx, Juan de la Pezuela y Ceballos, caballero de la Orden de Calatrava, Gran Cruz de la Orden Americana de Isabel la Católica, Gran Oficial de la Legión de Honor, etc., poseedor de innumerables títulos y condecoraciones, guerrero y poeta, imbuido de espíritu caballeresco, era un hombre que había sobrevivido ampliamente a su tiempo.
Obras de ~: Dalmiro a Fileno. Carta sobre religión, Madrid, 1826; Programa de la justa y torneo que la Escma. ciudad de Barcelona dispone en celebridad de la real jura de la escelsa Princesa Doña María Isabel Luisa, primogénita de los muy poderosos reyes NN.SS. de Fernando VII y D.ª Cristina de Borbón por don ~, Barcelona, 1833; Las gracias de la vejez: comedia en un acto acomodada a nuestra escena, Barcelona, c. 1833; Discurso que el día 2 de enero de 1849, en la solemne Apertura de la Real Audiencia de Puerto Rico dijo don ~, Puerto Rico, 1849; Breve contestación de don ~, Capitán general que ha sido de la isla de Cuba, sobre algunas aserciones ofensivas al mismo, enunciadas por el capitán general Marqués del Duero, […] en sus discursos de 26 y 27 de junio último, al discutirse en el Congreso el negocio de la inmigración en la isla de Cuba de trabajadores gallegos, Madrid, 1855; Apuntes para la historia sobre la administración del Marqués de Pezuela en la isla de Cuba desde 3 de diciembre de 1853 hasta 21 de setiembre de 1854, Madrid, 1856; Reglamento que establece y manda observar en los presidios de la isla de Cuba el capitán general […], Habana, 1858; Bando de Policía y buen Gobierno de la Isla de Puerto-Rico redactado por […], Puerto-Rico, 1868; Discurso en la Real Academia Española para solemnizar el segundo centenario de la muerte de D. Pedro Calderón de la Barca, Madrid, 1881; Discursos leídos ante sus Majestades y Altezas Reales el día 1.º de abril de 1894 en la solemne inauguración del nuevo edificio de la Real Academia Española por los señores […] y D. Alejandro Pidal y Mon, Madrid, 1894. Además tradujo La Divina Comedia, La Jerusalén conquistada y El Orlando furioso.
Bibl.: Carta de don José de la Pezuela al público en desagravio del teniente general Marqués de la Pezuela, Habana, 1854; G. Bono Serrano, Epístola al Excmo. Sr. D. Juan de la Pezuela, Conde de Cheste, sobre la protección a la poesía en España, Madrid, 1869; M. Seco y Shelly, La pluma y la espada. Apuntes para un diccionario de militares escritores, Madrid, 1877; A. M.ª Segovia, Figuras y figurones: biografías de los hombres que más figuran actualmente así en la política como en las armas, ciencias, artes, magistratura, alta banca […[, Madrid, 1881- 1882; J. Ugarte-Barrientos, condesa de Parcent, Poesías selectas con un soneto prólogo del Excmo. Sr. Conde de Cheste y un proemio de D. Pedro de Répide, Málaga, 1904; A. de Urbina y Melgarejo, marqués de Rozalejo, Cheste o todo un siglo (1809-1906): el isabelino tradicionalista, Madrid, Espasa Calpe, 1935; J. de Contreras y López de Ayala, marqués de Lozoya, Recuerdos del Conde de Cheste: IX exposición de arte antiguo, Segovia, 1958; A. Cibes Viadé, El gobernador Pezuela y el abolicionismo puertorriqueño (1848-1873) (etapas históricas y grandes sucesores), Río Piedras, Editorial Edil, 1978; J. Torres de la Arencibia, Diccionario biográfico de literatos, científicos y artistas militares españoles, Madrid, E y P Libros Antiguos, 2001.
El vizcondado de Ayala es un título nobiliario español, creado por carta patente de 28 de septiembre de 1852 confirmada el 31 de julio de 1865 por la reina Isabel II, a favor de Juan Manuel González de la Pezuela y Ceballos, I marqués de la Pezuela en 1852, I conde de Cheste grande de España en 1864, gobernador de Puerto Rico, capitán general de los Ejércitos, político, escritor y poeta español, hijo del teniente general Joaquín González de la Pezuela Griñán y Sánchez de Aragón Muñoz de Velasco, trigésimo noveno virrey del Perú y hermano menor de Manuel de la Pezuela y Ceballos, II marqués de Viluma.
El condado de Cheste con Grandeza de España originaria es un título nobiliario español creado en 1864 por la reina Isabel II para Juan Manuel González de la Pezuela y Ceballos, I marqués de la Pezuela el 28 de septiembre de 1852, I vizconde de Ayala el 28 de septiembre de 1852, gobernador de Puerto Rico, capitán general de los Ejércitos, político, escritor y poeta español, hijo del teniente general Joaquín González de la Pezuela Griñán y Sánchez de Aragón Muñoz de Velasco, trigésimo noveno virrey del Perú y hermano menor de Manuel de la Pezuela y Ceballos, II marqués de Viluma.
El marquesado de la Pezuela es un título nobiliario español creado el 28 de septiembre de 1852 por la reina Isabel II para Juan Manuel González de la Pezuela y Ceballos, I conde de Cheste grande de España en 1864, I vizconde de Ayala el 28 de septiembre de 1852, gobernador de Puerto Rico, capitán general de los Ejércitos, político, escritor y poeta español, hijo del teniente general Joaquín González de la Pezuela Griñán y Sánchez de Aragón Muñoz de Velasco, trigésimo noveno virrey del Perú y hermano menor de Manuel de la Pezuela y Ceballos, II marqués de Viluma.
Origen familiar.
Desciende del linaje Pezuela que tiene casa-palacio blasonada en Entrambasaguas (Cantabria)
Armas de Pezuela, de gules, una banda de plata acompañada en lo bajo de una espuela de oro. Lema: "Potius mori quam foedari" (antes morir que deshonrar-se)Nota: Entrambasaguas es un municipio y localidad española de la comunidad autónoma de Cantabria, situado en la comarca de Trasmiera. Limita al norte con los municipios de Marina de Cudeyo y Ribamontán al Monte, al oeste con Medio Cudeyo y Riotuerto, al sur con Ruesga y al este con Solórzano. |
Dámaso Alonso y Fernández de las Redondas. (Madrid, 22 de octubre de 1898-Madrid 25 de enero de 1990) fue un escritor y filólogo español, director de la Real Academia Española, la Revista de Filología Española y miembro de la Real Academia de la Historia. Premio Nacional de Poesía de España en 1927 y Premio Miguel de Cervantes en 1978. Tomó posesión el 25 de enero de 1948 con el discurso titulado Vida de don Francisco de Medrano. Le respondió, en nombre de la corporación, Emilio García Gómez. Vigesimocuarto director de la RAE, fue también vocal adjunto a la Junta de Gobierno, nombrado el 1 de diciembre de 1966, y permaneció en el cargo hasta el 5 de diciembre de 1968, en que fue elegido director. Fue reelegido en cuatro ocasiones más; la última, el 4 de diciembre de 1980. Ocupó el cargo hasta el 26 de noviembre 1982, fecha en que renunció. Nacido en Madrid el 22 de octubre de 1898, Dámaso Alonso se doctoró en Filosofía y Letras. Licenciado en Derecho, poeta, lingüista y crítico literario, fue discípulo de Ramón Menéndez Pidal en el Centro de Estudios Históricos y compañero en la Residencia de Estudiantes de los artistas que formaron parte de la generación del 27. Profesor de Lengua y Literatura Españolas en diversas universidades, tanto españolas como extranjeras, catedrático de Filología e Historia de la Literatura en la Universidad Central de Madrid, miembro de la Modern Language Association, miembro de la Real Academia de la Historia y miembro de honor de la Academia Mexicana de la Lengua. Colaborador de la Revista de Occidente y Los Cuatro Vientos, director de la Revista de Filología Española, fundador de la colección Biblioteca Románica Hispánica de la editorial Gredos, director del Instituto Antonio de Nebrija del CSIC y presidente de honor de la Asociación Internacional de Hispanistas. Dedicó varios estudios a la obra de Góngora, como La lengua poética de Góngora (1935), Góngora y el Polifemo (1960) y la edición crítica de Soledades. Asimismo, estudió el español medieval en Estilo y creación en el Poema del Cid (1941) y la obra de san Juan de la Cruz en La poesía de san Juan de la Cruz (1942). También incursionó en la dialectología con Vocales andaluzas (con Alonso Zamora Vicente y María Josefa Canellada, 1950), Del occidente a la península ibérica (1953) y Unidad y defensa del idioma (1956), además de publicar una obra sobre gramática histórica: La fragmentación fonética peninsular (1962). En el campo de la estilística destaca su obra Poesía española: ensayo de métodos y límites estilísticos (1950). Entre sus obras poéticas pueden citarse Poemas puros. Poemillas de ciudad (1921), Hijos de la ira (1944), Hombre y Dios (1955) y Oscura noticia (1959). Tradujo, con el seudónimo de Alfonso Donado, la obra Retrato del artista adolescente, de James Joyce. El conjunto de sus estudios quedó recopilado en las Obras completas, publicadas por la editorial Gredos. Recibió diversas distinciones, entre ellas el Premio Nacional de Literatura (1927), el Premio Fastenrath (1943), el Premio Cervantes (1978), la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio, la Orden Militar de Santiago de la Espada (Portugal), la Orden del Sol (Perú), la Orden de Andrés Bello, la Medalla de Oro de Madrid y la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo. Fue nombrado, asimismo, hijo adoptivo de la ciudad de León. Dámaso Alonso murió en Madrid el 25 de enero de 1990. Donó a la Academia su biblioteca, un legado de gran valor histórico, filológico y literario instalado en la sede de la corporación desde 1998. En abril de 2015, con motivo del vigesimoquinto aniversario de su muerte, la editorial Vitruvio publicó sus Poesías completas. El 7 de junio de ese mismo año, la Feria del Libro de Madrid organizó un acto de homenaje en su memoria, en el que participó el vicediretor de la RAE, José Antonio Pascual. |
Biografía de la Real Academia de Historia. Alonso y Fernández de las Redondas, Dámaso. Madrid, 22.X.1898 – 25.I.1990. Poeta, filólogo, académico y crítico. Nació en el barrio madrileño de Chamartín de la Rosa, hijo de Dámaso Alonso y de Petra Fernández de las Redondas. Desde 1908, cursó estudios en la escuela jesuita de Chamartín, donde se inició en la lectura de autores clásicos de la literatura española de los siglos XVI al XIX y, sobre todo, de Gustavo Adolfo Bécquer, cuya obra habría de impresionarle especialmente en los primeros años de formación. Finalizado el bachillerato, en 1914, comenzó a preparar su ingreso en la Escuela de Ingeniería. No obstante, en 1916, una grave afección ocular le impidió acceder a los estudios de Ingeniería de Caminos. Optó entonces por la carrera de Derecho, de contenido más teórico, lo que le permitía memorizar el temario con ayuda de su madre, que le leía en voz alta las lecciones. De esta época datan sus primeras composiciones, entre ellas su soneto a Medinaceli (Soria), lugar donde su familia solía pasar el verano. En esa misma localidad, tuvo noticia por primera vez de la obra de Rubén Darío, a través de una revista que informaba de la muerte del insigne escritor nicaragüense y en la que se destacaba la significación de su labor literaria. De vuelta a Madrid, Dámaso encargó un tomo de Poesía, de una edición de las Obras escogidas de Darío, y quedó fascinado por el hallazgo. En 1917, conoció en las Navas del Marqués (Ávila) a Vicente Aleixandre, a quien no tardó en transmitir su estima por la obra de Darío. En aquellos años, Dámaso seguía, aunque sin entusiasmo, sus estudios de Derecho. Durante el curso 1917-1918, vivió en la Universidad de los Agustinos, en El Escorial. A través de la revista Nueva Etapa que allí se publicaba y que, en parte, él mismo dirigía, dio a conocer algunos de sus primeros poemas, en los que se advertía la influencia de Darío. En el verano de 1918 descubrió a Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado, cuya lectura habría de despertar en él verdadera admiración. Ese mismo año decidió matricularse en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid. A lo largo de la licenciatura, continuó escribiendo poesía: sus composiciones, que mostraban ya cierta evolución hacia formas próximas al estilo de Machado y Juan Ramón Jiménez, fueron ganadoras de un certamen poético organizado en El Escorial. En 1919 finalizó los estudios de Derecho y, dos años más tarde, también los de Filosofía y Letras. Se convirtió entonces en discípulo de Ramón Menéndez Pidal, con quien colaboró estrechamente para la consolidación de la sección de Filología del Centro de Estudios Históricos. En la primavera de 1921 vio la luz su primer poemario, Poemas puros. Poemillas de la ciudad, que dedicó a Vicente Aleixandre. Se trataba de una poesía de tono emocionado y cándido, con rimas tendentes a la asonancia, en la que se hacía patente el influjo temprano de Bécquer y Darío, aunque también el más reciente de Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado. Entre 1921 y 1923 vivió en Berlín, en cuya universidad dio clases como lector de español. Durante una visita a España, en 1922, conoció a Rafael Alberti, con quien habría de unirle una gran amistad y, poco después, también a Pedro Salinas, que había dado clases en la Universidad de Cambridge (Inglaterra), a la que Dámaso fue invitado como lector en 1923. En 1924 terminó de componer la serie de poemas de “El viento y el verso”, que aparecieron publicados en 1925 en la revista Sí, dirigida por Juan Ramón Jiménez. Los doce poemas que integraban el conjunto conservaban el deseo de pureza formal presente ya en su primer poemario, y revelaban un sentimiento de profunda exaltación ante el nuevo mundo descubierto durante sus frecuentes viajes por Europa, sentimiento no exento, sin embargo, de cierta inquietud por el sentido último de la existencia humana. En 1925 coincidió por primera vez con Gerardo Diego y, poco después, con Jorge Guillén, Federico García Lorca, Manuel Altolaguirre y Emilio Prados. Con ellos, como con Aleixandre, Alberti y Salinas, habría de surgir pronto una amistad basada en la afición compartida por la literatura. Durante su estancia en Cambridge, Dámaso descubrió la poesía de Luis de Góngora, que hasta entonces no había sido apreciada en su justo valor dentro de los estudios del Siglo de Oro español, por considerarse su estilo excesivamente críptico y complejo. Dámaso quedó fascinado por Góngora, y no tardó en transmitir su admiración a los jóvenes escritores de su círculo de amistad, quienes habrían de integrar la llamada Generación del 27. La pretendida oscuridad de Góngora no planteaba para él sino un reto interpretativo cuya elucidación revelaba una poesía de singular coherencia y perfección formal. Sus sucesivos trabajos sobre la materia, aparecidos en publicaciones periódicas como Revista de Occidente o Cruz y Raya, o bien editados como obras críticas de mayor alcance, constituyeron una aportación inestimable al estudio de la figura y la obra de Góngora, y contribuyeron decisivamente a que su legado y el de la literatura del Barroco prevaleciera dentro de la tradición poética contemporánea. En 1926, Dámaso vio publicada por primera vez en España su traducción de la novela de James Joyce Retrato del artista adolescente, que firmó con el seudónimo de Alfonso Donado. El de 1927 fue para él un año de intensa actividad literaria: los poemas de la serie “Tormenta”, escritos a lo largo de 1926, se dieron a conocer a través de la revista Litoral, y su ensayo Góngora y la literatura contemporánea fue merecedor del Premio Nacional de Literatura. Para conmemorar el tricentenario de la muerte de Góngora, el grupo de amigos del 27 organizó un funeral en la iglesia de Santa Bárbara, en Madrid. En diciembre de ese mismo año, fueron todos invitados al Ateneo de Sevilla, donde dieron diversas conferencias y lecturas poéticas. Allí conocieron a Luis Cernuda, que se incorporó de inmediato al grupo. En 1928, Dámaso Alonso obtuvo el título de doctor en Letras por la Universidad de Madrid, con una tesis sobre la lengua poética de Góngora, que tituló Evolución de la sintaxis de Góngora. Durante el año académico 1928-1929, volvió a ser invitado como profesor en la Universidad de Cambridge. En marzo de 1929, contrajo matrimonio con Eulalia Galvarriato, novelista y estudiosa, como él, de la Edad de Oro de la literatura española. Al finalizar el curso, embarcó con ella rumbo a Estados Unidos de América, donde pasó el verano impartiendo clases en la Universidad de Stanford (California) y, más tarde, también en Columbia (Nueva York). Entre 1929 y 1930 enseñó en el Hunter College de Nueva York, ciudad donde se encontraba también Federico García Lorca, quien por entonces componía los poemas que habrían de integrar Poeta en Nueva York. En América, Dámaso desarrolló un sistema crítico personal que se nutría del positivismo decimonónico y, a la vez, del procedimiento de análisis de críticos como Leo Spitzer, Helmut Hatzfeld o Amado Alonso. El enfoque de Dámaso, ampliamente ilustrado en sus numerosos trabajos sobre la poesía del Siglo de Oro, destacaba ante todo por la asombrosa erudición del autor, así como por su gran rigor, su claridad, su sensibilidad y su aptitud personal para la investigación. Durante el curso 1931-1932, fue profesor en la Universidad de Oxford. Su ensayo El crepúsculo de Erasmo apareció publicado en 1932. Meses más tarde, viajó a Madrid para opositar a una cátedra de Literatura en la Universidad de Valencia. Una vez ganada, quiso partir de inmediato hacia Valencia para comenzar a desempeñar las funciones propias de su nuevo cargo. No obstante, Américo Castro y Ramón Menéndez Pidal lo convencieron para que fuera a Barcelona, donde habría de pasar una larga temporada, y no fue hasta 1934 cuando finalmente ocupó su puesto en la Universidad de Valencia. En 1935, fue nombrado Corresponding Member de la Hispanic Society of America y se le invitó a ejercer la docencia en la Universidad de Leipzig (Alemania), donde permaneció en calidad de profesor invitado durante el curso 1935-1936. Allí asistió a las clases del profesor Von Wartburg, con la idea de preparar su acceso a la cátedra de Filología Románica que dejaba vacante Menéndez Pidal en la Universidad de Madrid, a la que acabó siendo trasladado sin oposición en 1940. La Guerra Civil, que habría de marcar profundamente su creación literaria, la pasó en Valencia y allí, desde la Casa del Pueblo, apoyó decididamente la causa Republicana. Colaboró en Hora de España. En 1942 publicó el estudio La poesía de San Juan de la Cruz, que fue galardonado con el premio Fastenrath de la Real Academia Española. En 1944 aparecieron sus Ensayos sobre poesía española y sus dos poemarios Oscura Noticia e Hijos de la ira. Oscura noticia, cuyo título se inspiraba en un comentario de San Juan de la Cruz (“Esta noticia que te infunde Dios es oscura”), incluía composiciones redactadas principalmente entre 1920 y 1940, y comprendía las series “Estampas de primavera”, “El viento y el verso”, “Tormenta” y “Sueño de las dos ciervas”. Con poemas como “A un poeta muerto” o “Entre Alfácar o Víznar”, imbuidos del dolor por la muerte de Lorca, Oscura noticia dejaba intuir ya algo del desasosiego y la angustia vital que habrían de ser característicos de Hijos de la ira; en sus versos asomaba una intensa preocupación religiosa y existencial. Hijos de la ira marcó un hito en la poesía española de su tiempo. La amargura y el desencanto de Oscura noticia se vieron aumentados en este nuevo poemario por los horrores de la Segunda Guerra Mundial, y la voz lírica se subleva, enérgica, contra el horror del mundo, del hombre y aun de la propia divinidad. Un sujeto poético singular se alzaba desde sus versos para rebelarse contra la injusticia del mundo y el sufrimiento de la vida. Hijos de la ira suponía, por todo ello, una ruptura brusca con cierta poesía evasiva y artificiosa de la posguerra española. El poemario despertó en jóvenes escritores del momento, como Blas de Otero, José Hierro, Gabriel Celaya o Carlos Bousoño, el deseo de escribir sobre la existencia humana, mostrando una preocupación social y política que se alejaba considerablemente de los ideales de la poesía pura y del juego estético y verbal propios de la poesía garcilasista. En 1945, a pesar de las reticencias del régimen, Dámaso fue elegido miembro de la Real Academia Española, y comenzó a preparar su discurso de ingreso, sobre Francisco de Medrano. Ese mismo año, fue nombrado miembro de número de la Hispanic Society of America. A partir de 1946, su trabajo en distintas universidades europeas y americanas le restó tiempo para la creación literaria. Aumentaron sus visitas a Estados Unidos de América y, durante varios años, se reservó al menos un semestre para impartir clases de literatura y lingüística españolas en diversas universidades estadounidenses, como la de Yale, en New Haven, o la de John Hopkins, en Baltimore. En 1948 tomó posesión de su sillón en la Academia, con la lectura del discurso Vida y obra de Medrano. De ese mismo año, datan sus traducciones de los poemas de John Hopkins y T. S. Eliot. Sus viajes por Estados Unidos de América y Latinoamérica continuaron invariablemente, y la Universidad de Lima le distinguió con el título de doctor honoris causa. En 1949 fue elegido miembro honorario de la American Association of Teachers of Spanish and Portuguese, así como de la Modern Language Association of America. Un año más tarde aparecieron publicadas sus obras críticas Poesía española y Ensayo de métodos y límites estilísticos. Esta última recogía algunas de las conferencias que había ofrecido anteriormente en diversas universidades americanas. También en el año 1950 recibió el título de doctor honoris causa por la Universidad de Burdeos y fue nombrado director de la Biblioteca Románica Hispánica de la editorial Gredos. En 1951 publicó, en colaboración con Carlos Bousoño, la obra Seis calas en la expresión literaria, que aparecería en su versión definitiva en 1963, y escribió el estudio Tirant lo Blanch, novela moderna. En 1952, se dio a conocer su obra Poetas españoles contemporáneos y se publicó la segunda edición de su obra crítica Poesía española. La Universidad de Hamburgo (Alemania) le otorgó el título de doctor honoris causa, la Bayerische Akademie der Wissenscharten, de Múnich (Alemania), lo nombró socio extranjero y la Biblioteca del Congreso de Washington le ofreció la posibilidad de grabar sus poemas para el archivo de la voz de la literatura hispánica. En 1954, zarpó rumbo a Estados Unidos de América para ejercer de profesor en la Universidad de Harvard. La larga y agitada travesía despertó en él nuevamente la necesidad de la creación poética. Los poemas compuestos durante el viaje y los inmediatamente posteriores parecían susceptibles de agrupación en torno a dos ejes temáticos bien diferenciados: por un lado, la exaltación de las maravillas de la vista; por otro, la íntima asociación entre el hombre y Dios, reunidos en una unidad inquebrantable. Finalizado el curso académico en Harvard, descansó unas semanas en México antes de regresar a España. En 1955, se editaron sus Estudios y ensayos gongorinos y su libro de poemas Hombre y Dios, que incluía todas las composiciones pertenecientes al núcleo temático dedicado al sólido vínculo entre el hombre y la divinidad. La obra mostraba cierta continuidad con Hijos de la ira, si bien la voz lírica del nuevo poemario presentaba un tono menos amargo que la del anterior. Los poemas correspondientes al eje temático de la vista como fuente de asombro y placer fueron publicándose en distintas revistas, y no fue hasta 1981 cuando aparecieron editados en forma de libro, con el título de Gozos de la vista. El sentido principal se ensalzaba en estas composiciones como un regalo divino que permitía admirar la grandeza de la creación. En 1956, publicó el estudio Menéndez Pelayo, crítico literario, al que sigueron, dos años más tarde, sus obras Poesías ocasionales y De los siglos oscuros al de Oro. En 1959, ingresó en la Real Academia de la Historia. Su ensayo Góngora y el “Polifemo” resultó ganador, en 1960, del premio Fundación March. Su obra Primavera temprana de la literatura europea apareció publicada en 1961, año en que se le distinguió con los títulos de miembro de la American Philosophical Society, doctor honoris causa de la Universidad de Roma y socio extranjero de L’Arcadia italiana. Poco después, se editaron sus estudios Del Siglo de Oro a este siglo de siglas y Cuatro poetas españoles, así como la obra Para la biografía de Góngora: documentos desconocidos, elaborada en colaboración con su esposa Eulalia Galvarriato. En 1962 se le nombró miembro extranjero de la Accademia de Lincei de Roma, la Universidad de Oxford le concedió el título de doctor honoris causa y, en 1965, también la Universidad Nacional de Costa Rica. En 1966, fue nombrado Corresponding Fellow de la British Academy. Ejerció como vocal de la Comisión Administrativa de la Real Academia Española en 1967, fecha en que se dio a conocer su obra Primavera y flor de la literatura hispánica elaborada junto a Eulalia Galvarriato y Luis Rosales. A la muerte de Ramón Menéndez Pidal, en 1968, fue elegido por unanimidad director de la Real Academia Española. Decidió entonces jubilarse de las aulas. En 1969 publicó sus Poemas escogidos, en los que se incluía la serie de composiciones de tono humorístico “Canciones a pito solo”. Fue nombrado doctor honoris causa de las universidades de Massachusetts y Leeds, y socio de la Accademia della Crusca de Florencia. En 1972, publicó En torno a Lope y Estudios lingüísticos peninsulares. En 1973, varias universidades norteamericanas le rindieron homenaje, y poco antes la editorial Gredos comenzó a publicar sus Obras completas. En 1978, recibió el Premio Cervantes de Literatura. En 1982, renunció a la dirección de la Real Academia Española, que había ejercido durante catorce años consecutivos, tras sucesivas reelecciones. En 1984 se editaron Vida y obra, Hombre y Dios y su primer poemario, Poemas puros, poemillas de la ciudad, que no había vuelto a publicarse desde 1921. Tras varios años de descanso, volvía a escribir poesía. Dio conferencias y recitales poéticos en distintos puntos de la geografía española y participó en los cursos de la Universidad Menéndez Pelayo de Santander, cuya medalla recibió en 1984. En 1985 apareció el que habría de ser su último poemario, Duda y amor sobre el Ser Supremo, en el que el autor, debilitado ya por su avanzada edad y su salud delicada, se debatía entre el escepticismo y la necesidad de conservar la fe. Para la fecha de su noventa aniversario, su estado de salud había empeorado considerablemente. En los últimos años fue nombrado doctor honoris causa en las universidades de Lisboa, Oviedo y Granada. Falleció en la madrugada del 25 de enero de 1990, fecha en que se cumplía el cuarenta y dos aniversario de su ingreso en la Real Academia Española. Obras de ~: Poemas puros. Poemillas de la ciudad (poesía), Madrid, Galatea, 1921; J. Joyce, Retrato del artista adolescente, trad. de Alfonso Donado [seud. de Dámaso Alonso], pról. de A. Marichalar, Madrid, El Adelantado de Segovia, 1926; Soledades, de Góngora, Madrid, Revista de Occidente, 1927; La lengua poética de Góngora, Madrid, Revista de Filología Española, 1935; La poesía de San Juan de la Cruz (Desde esta ladera), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1942; Oscura noticia (poesía), Madrid, Adonais, 1944 (reed. Madrid, Espasa-Calpe, 1991); Hijos de la ira (poesía), Madrid, Revista de Occidente, 1944 (ed. de F. Rubio, Madrid, Espasa Calpe, 1991); Ensayos sobre poesía española, Madrid, Revista de Occidente, 1944; con S. Reckert, Vida y obra de Medrano, Madrid, CSIC, 1948; Poesía española (Ensayo de métodos y límites estilísticos), Madrid, Gredos, 1950; Estudios y ensayos gongorinos, Madrid, Gredos, 1950; con C. Bousoño, Seis calas en la expresión literaria española, Madrid, Gredos, 1951; Poetas españoles contemporáneos, Madrid, Gredos, 1952; Hombre y Dios (poesía), Málaga, El Arroyo de los Ángeles, 1955; Menéndez y Pelayo, crítico literario, Madrid, Gredos, 1956; De los siglos oscuros al de Oro, Madrid, Gredos, 1958; Góngora y el “Polifemo”, Madrid, Gredos, 1960; Primavera temprana de la literatura europea, Madrid, Guadarrama, 1961; con E. Galvarriato, Para la biografía de Góngora, documentos desconocidos, Madrid, Editorial Reus, 1962; Cuatro poetas españoles (Garcilaso, Góngora, Maragall, Antonio Machado), Madrid, Gredos, 1962; Del siglo de Oro a este siglo de siglas, Madrid, Gredos, 1962; con E. Galvarriato y L. Rosales, Primavera y flor de la literatura hispánica, Madrid, Selección del Reader’s Digest, 1967; La novela cervantina, Santander, Universidad Menéndez y Pelayo, 1969; En torno a Lope, Madrid, Gredos, 1972; La “Epístola moral a Fabio”, de Andrés Fernández de Andrada, Madrid, Gredos, 1978; Gozos de la vista (poesía), Madrid, Espasa Calpe, 1981; Vida y obra; Poemas puros; Poemillas de la ciudad (reed., est. prev. de A. Amorós, Madrid, Ayuntamiento, 1996); Hombre y Dios, Madrid, Caballo Griego para la Poesía, 1984 (ed. facs. de M. Smerdou Altolaguirre, M.ª L. Morales Zaragoza, Madrid, Caballo Griego para la Poesía-Consejería de Educación y Cultura, 1997); Duda y amor sobre el Ser supremo (poesía), Madrid, Cátedra, 1985; Obras Completas, Madrid, Gredos, 1972-1993 (10 vols.); Dos estudios lingüísticos peninsulares, Madrid, Gredos, 1997; Poesía y otros textos literarios, Madrid, Gredos, 1998; Hijos de la ira: diario íntimo, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 1998; Antología personal, Madrid, Visor Libros, 2001; A un río le llamaban Dámaso: antología poética, Madrid, Vitruvio, 2002; Poesías completas, Madrid, Vitrubio, 2015. Bibl.: L. F. Vivanco, “La poesía existencial de Dámaso Alonso”, en Introducción a la poesía española contemporánea, Madrid, Guadarrama, 1957, págs. 259-291; J. O. Jiménez, “Diez años en la poesía de Dámaso Alonso. De Hijos de la ira a Hombre y Dios”, en Boletín de la Academia Cubana de la Lengua, VII (1958), págs. 78-100; C. Bousoño, “La poesía de Dámaso Alonso”, en Papeles de Son Armadans, XXXII-XXXIII (1958), págs. 256-300; C. Zardoya, “Dámaso Alonso y sus Hijos de la ira”, en Poesía española contemporánea, vol. III, Madrid, Gredos, 1961, págs. 205-221; J. García Morejón, Límites de la Estilística. El ideario crítico de Dámaso Alonso, Assís, Facultad de Filosofía, 1961; R. Gullón, “El otro Dámaso Alonso”, en Papeles de Son Armadans, XXXVI (1965), págs. 167-196; M. J. Flys, La poesía existencial de Dámaso Alonso, Madrid, Gredos, 1968; E. Alvarado de Ricord, La obra poética de Dámaso Alonso, Madrid, Gredos, 1968; A. Debicki, Dámaso Alonso, New York, Twayne Publishers, 1970; J. L. Cano, “Ira y poesía de Dámaso Alonso”, “En torno a Hombre y Dios”, “Fervor de Dámaso” y “Los Poemas escogidos, de Dámaso Alonso”, en La poesía de la generación del 27, Madrid, Guadarrama, 1970, págs. 102-125; VV. AA., Homenaje universitario a Dámaso Alonso, Madrid, Gredos, 1970; V. Báez de San José, La estilística de Dámaso Alonso, Sevilla, Universidad, 1971; H. R. Romero, “El método estilístico de Dámaso Alonso y su interpretación de Góngora”, en Kentucky Romance Quarterly, XIX (1972), págs. 211-221; VV. AA., Triple número monográfico de Cuadernos Hispanoamericanos, 280-282 (1973) (especialmente, R. Lapesa, “El sustantivo sin actualizador en Las Soledades gongorinas”, págs. 433-448; M. Muñoz Cortés, “Problemas y métodos de la filología en la obra de Dámaso Alonso”, págs. 291- 322; V. Aleixandre, “Dámaso: su nombre”, págs. 7-10 y J. L. Pensado, “Recuerdos lingüísticos de Dámaso Alonso”, págs. 349-355); M. J. Flys, Tres poemas de Dámaso Alonso, Madrid, Gredos, 1974; R. Ferreres, Aproximación a la poesía de Dámaso Alonso, Valencia, Editorial Bello, 1976; A. Zorita, Dámaso Alonso, Madrid, EPESA, 1976; M. Alvar, La Estilística de Dámaso Alonso. Herencias e intuiciones, Salamanca, Universidad, 1976; J. M. Blecua, “Un río llamado Dámaso”, en El País, 12 de diciembre de 1985; C. Seco Serrano, “La ‘sed’ de Dámaso Alonso”, en El País, 23 de diciembre de 1985; VV. AA., Dámaso Alonso. Premio “Miguel de Cervantes”, Barcelona, Anthropos, 1988; F. J. Díez de Revenga, “Dámaso Alonso: Una poética de la duda”, en Poesía de senectud, Barcelona, Anthropos, 1988, págs. 199-220; VV. AA., [N.º monogr.], en Revista Anthropos, 106-107 (1990); VV. AA., Dámaso Alonso: in memoriam, J. Sánchez Lobato (coord.), Madrid, Universidad Complutense, Facultad de Filología, 1991; VV. AA., Boletín de la Real Academia Española, LXXIII (1993). |
Biblioteca Dámaso Alonso. La biblioteca particular del profesor y poeta Dámaso Alonso (1898-1990), cedida a la Academia en 1998 por disposición testamentaria, contiene importantes fondos de filología y literaturas románicas, con el interés añadido de que muchas de las obras incluyen anotaciones del propio escritor, quien dirigió la corporación entre 1968 y 1982. Hay, además, objetos personales (condecoraciones, fotos), manuscritos autógrafos, abundante documentación y una considerable correspondencia con 2913 escritores e hispanistas. Todos estos materiales quedaron instalados, en octubre de 1998, en una sala especialmente dispuesta para ello por la Academia, inaugurada por los reyes de España el 10 de noviembre de aquel mismo año. La biblioteca de Dámaso Alonso reúne un total aproximado de cuarenta mil volúmenes. Es muy rica en lingüística y literatura españolas, con valiosas ediciones de autores clásicos. De los fondos de literatura española del siglo xx sobresale todo lo relacionado con la generación del 27, con manuscritos autógrafos del propio Dámaso Alonso y primeras ediciones de Vicente Aleixandre, Jorge Guillén y otros miembros del citado grupo poético, la mayor parte de ellas con dedicatorias personales. También contiene numerosas obras de escritores hispanoamericanos. Están bien representadas las lenguas y literaturas catalana, gallega, portuguesa, francesa e italiana, con algunas ediciones valiosas de los siglos xvi a xviii. Destaca una buena selección de clásicos griegos y latinos, así como de los alemanes e ingleses. Cuenta en sus fondos con una importante colección de separatas. Asimismo, incluye un fondo documental con manuscritos autógrafos suyos, abundante documentación personal y profesional, y una rica correspondencia con escritores e hispanistas de reconocido prestigio, en particular con los hombres del 27, con los poetas de posguerra, con los escritores exiliados o con personalidades destacadas del mundo de la cultura. |
una gran institución cultural en el mundo hispano, controla el idioma español
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