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Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

viernes, 11 de agosto de 2017

467.-Biografía de Cristián Warnken Lihn.-a



Cristián Warnken

Biografía de Cristián Warnken Lihn

(Santiago, 1961) es un profesor de literatura, comunicador, entrevistador, conductor de televisión y poeta chileno.

En televisión es conocido por haber sido por más de diez años el conductor del programa La belleza de pensar, del que fue el creador, transformado más tarde en Una belleza nueva. Además es el creador y conductor de diversos programas radiales, fue editor y director de algunos periódicos de índole cultural, y es también columnista del diario El Mercurio.​

Carrera profesional

Warnken ha sido profesor de literatura en colegios y universidades, y ha dirigido talleres literarios desde hace más de una década, principalmente en Santiago, pero también en Viña del Mar, donde en el verano de 2002-2003 realizó el primero de ellos, bajo el nombre de La belleza de pensar. Sus talleres son apodados por él mismo El barco ebrio, como el poema de Arthur Rimbaud. Actualmente dicta un seminario y un taller con el nombre de «Viaje a la palabra».
Fue decano de la Facultad de Educación y Humanidades de la Universidad del Desarrollo.​
Como escritor, es autor de varios monólogos poéticos; algunos han sido reunidos en Las palabras del chamán en el fin de mundo.​
Warnken posee una extensa carrera en radiodifusión: ha creado y conducido los programas El desembarco de los ángeles, Tan lejos, tan cerca y Club Farenheit, de Radio Concierto.​
Como periodista, ha sido el editor y posteriormente director del Noreste (1985-2002),​ desaparecido periódico poético con influencias surrealistas; también dirigió El Corazón, periódico de noticias cuyos protagonistas eran anónimos.
Sus columnas escritas para El Mercurio fueron reunidas 2008 en su libro Aún no ha sido todo dicho.
Warnken creó y participó también de la primera empresa de servicios poéticos del mundo La Dicha Verdadera, que hacía actos poéticos a pedido.
Desde fines de 2012 es director editorial de la Editorial UV ―de la Universidad de Valparaíso―, en cuyas colecciones de poesía y pensamiento se han publicado libros de Eduardo Anguita, Cecilia Casanova, Jaime Rayo, Rafael Rubio y César Vallejo, entre otros.

Educación 

Pontificia Universidad Católica de Chile
Lycée Antoine de Saint-Exupéry de Santiago Ver y modificar los datos en Wikidata



473.-Mi manifiesto: Cristian Warnken (1)

Mi manifiesto.

Cristián Warnken: “El problema de la política es el inmediatismo y la falta de pensamiento. Se toman decisiones apresuradas y malas”

Carta abierta de Cristián Warnken al ministro de Salud.

"oh!, amigos enloquecidos, adiós!, hasta lo hora soberbia de los esqueletos"

MasterClass, Cristián Warnken, “Recomendación de libros y pandemias en la literatura”

 468.-Comentarios de Cristián Warnken (2)

Libros, libres. 

Cristian Warnken 23 Enero, 2018 Tags: Adios, antipoeta, Cristian Warnken, Nicanor Parra. 

Carta a mi bella ciudad envenenada. 

Carta a un votante misterioso.

Carta a los profesores de Chile.

Carta a mis amigos inútiles

Carta a un amigo constituyente.

Carta a Roser Bru. 

Carta a un amigo socialista.

Carta amarilla a mis hijos.

467.-Biografía de Cristián Warnken Lihn.

Entrevista del diario La Hora. Chile según Warnken: "La elite dejó de creer en el valor de la palabra". 

No te olvides de vivir.

¡Yo no sé! (11 septiembre de 1973)

Cristián Warnken: Feminismo… ¿Dónde está la Diosa Blanca?

Carta a los puros, a las almas bellas de Chile.

        Carta a mi bella ciudad envenenada.

        Carta a soledad en La Araucanía.

        Carta a un chileno con miedo.

        Carta a todos los que tienen que descender.

         Estimado misterioso  pueblo de Chile.

         Señor ministros de Cultura.

        Carta al Presidente de la República


Entrevista del diario La Hora. Chile según Warnken: "La elite dejó de creer en el valor de la palabra". 

 Ignacio Tobar
 Jueves 15 de marzo de 2018

Cristián Warnken y su biblioteca


A punto de partir sus talleres literarios, Cristián Warnken entrega su diagnóstico de Chile, le recomienda al Presidente Piñera leer a Marco Aurelio y declara: “En la poesía está el ser profundo de Chile”.


Bielsa. Marcelo Bielsa. En unos minutos más Cristián Warnken, insigne hombre de la palabra en televisión con programas como La belleza de pensar y Una belleza nueva, hablará del ex DT de la Roja, del día que lo equiparó con el poeta francés Mallarmé y de la inesperada conversación telefónica que tuvo con el argentino. Antes, en la entrada de su casa, detiene su 1,94 metros de altura y contempla la plaza frente a su casa en Vitacura.
 “Este barrio es una isla, los niños andan libres, frecuentan las casas, la reja siempre está abierta, tenemos cero seguridad”, dice. 
La plaza es la portada de su libro Aún no ha sido todo dicho, que reúne sus columnas publicadas en El Mercurio. Luego presenta a sus hijos que agitan la vida en la casa Ley Pereira donde pasa sus horas de lectura y escritura. Suban, dice y parece un gigante cuando pisa los escalones que conducen al segundo piso donde está su biblioteca de 6 mil libros.

La palabra, la poesía y las letras, cuenta, le llegaron por osmosis. Su padre fue hijo de una poetisa amiga de la Gabriela Mistral, se llamaba Patricia Morgan, que además fue cercana a la poeta uruguaya Juana de Ibarbourou. Por su mamá, otro ilustre, su hermano fue Enrique Lihn, a quien no hace falta presentar. Basta decir que es autor de un versos decisivo en la vida de su sobrino:
 “Porque escribí estoy vivo”.

El 4 de abril, el hombre que ha entrevistado a escritores, biólogos, filósofos, arquitectos, poetas, y un sinfín de personajes a nivel planetario, arranca con una nueva versión de sus talleres literarios Viaje a la palabra (viajealapalabra.cl). Abiertos, aclara, para todos, para eruditos y para los que no saben nada de letras. “El único requisito es el entusiasmo. No es barato, pero damos algunas becas”, advierte.

Pese al ADN, tiene claro cuál fue el libro que lo marcó: Los hermanos Karamazov. 
“Me acuerdo que paraba de emoción al leerlo. Lo he vuelto a leer por lo menos 10 veces para entender qué fue lo que me pasó, qué me marcó tanto. Creo que ahí entré al mundo de los rusos y Dostoievski fue un faro, un referente, no encontré a un escritor del siglo 20 que alcance las dimensiones humanas que toca”.
Cristián Warnken


-¿Lo leemos en Chile?

-Tiene lectores inesperados. Mi hijo Alonso me contó que un compañero de colegio suyo lo lee, de 15 años, lo lee un millenial. Yo recomiendo el que quiera ir al Mundial de Rusia, que lea a Tolstoi, desde luego, y a Dostoievski. Que se admiraron mutuamente, aunque son como el ying y el yang. Yo sé que Dostoievski llevaba un libro del Tolstoi al momento de morir y Tolstoi uno de Dostoievski en el mismo momento. Increíble.

-¿Así son tus clases, bajar de lo denso y lo inalcanzable a la cultura?

-No son clases tradicionales. Lo que yo conquisté en estos talleres es un espacio de libertad que no tenía en la universidad y el colegio, que están cada vez más estandarizadas. Me cree mi propia universidad, digamos. Estos talleres son un viaje, le quito ese peso académico. Más que una clase es una experiencia de la poesía, sobre todo en Chile que somos un país poético, con mala cultura poética. Un alumno me dijo que las clases son una ópera. Yo me transformó en juglar y salgo de esa imagen mía de serio con el fondo negro. Soy el capitán de un barco ebrio, para emular a Rimbaud, soy una especie de DJ que está haciendo mezclas, cruzo de lo escrito a lo oral. Más que crear escritores es muy importante crear lectores, u oidores de poesía.

-¿Por qué ese juego no está en la universidad?

-No está pero va a estar. Creo que esta era del post humanismo o era digital lo cambiará. El libro marcó toda la cultura por ser un objeto con comienzo, desarrollo y final. Hoy todo es fragmentado, como un collage. Mis clases tienen algo de eso, están hechas en un formato que tiene que ver más con este tiempo que con la clásica clase. No puedes hacer una clase del filósofo Nietzsche aburrida, tediosa y escolar, destruye el espíritu mismo de Nietzsche. La poesía tiene un origen oral que se ha ido olvidando. La poesía hay que oírla primero.

-Las lecturas que hizo Neruda de sus poemas las convertimos en gags de TV.

-Sí. Y esa voz es como un mantra, son voces especiales como la Mistral. Una de las grandes pérdidas ha sido la oralidad, la Mistral y Neruda y Violeta Parra se nutren de un contexto de oralidad muy viva, una chilenidad rica en refranes y dichos, un lenguaje propio.

-¿Cuándo nos alejamos de la poesía, fue la dictadura?

-La poesía misma se ha ido cerrando en sí misma. Se vuelve más intelectual y se aleja de ese público que lo escuchaba antes. Gabriela Mistral escribía rondas y canciones de cuna para que las mamás les cantaran esas canciones a los niños. Y son poemas extraordinarios. Nuestra sociedad puso toda la energía en el crecimiento económico. Toda la épica del país ha estado en crecer, en dejar de ser pobres.

Cristián Warnken

-Y nos volvimos pobres de espíritu.

-Lo más probable es que lo estético, lo poético, lo inútil comience a ser visto como algo irrelevante. Es el divorcio de la alta cultura y lo popular. Puede sonar pretencioso pero diría que en la poesía está el ser profundo de Chile.

-¿Por qué es tan importante la poesía?

-Te contestaría con una frase del místico alemán Angelus Silesius que decía “la rosa es sin por qué, florece porque florece, no le importa si es mirada”. La poesía es sin por qué, pertenece a la dimensión de la gratuidad, del don completo. Eso no significa que no pueda transformar la vida de las personas. Es la dimensión del canto en el sentido profundo. Breton decía que en la poesía las palabras hacen el amor. Donde no hay palabras hay un terreno propicio para la violencia, la angustia y el sin sentido.

-¿Cómo está Chile en esa línea?

-No quiero ser pesimista pero evidentemente que en términos de la elite que dirige el país, salvo contadas excepciones, no pareciera que ni la cultura ni la poesía ni el espíritu ocupen un lugar central, salvo como un adorno. En el Chile antiguo tenías a Andrés Bello haciendo un discurso en la Universidad de Chile, un poeta, estudioso de los clásicos. La elite dejó de creer en el valor de la palabra. Pero hay movimientos subterráneos que están cambiando. Las editoriales independientes están lanzando libros de poetas y se agotan.

-¿Qué libro podría cambiar o ayudar a reflexionar al Presidente Piñera?

-Las meditaciones de Marco Aurelio, emperador romano. Le recomendaría este libro porque era un filosofo estoico al que se le murió la mujer, varios hijos, cuando era muy joven y le tocaron guerras brutales, vio morir a su hermano, enfrentó pestes, epidemias, catástrofes, como tsunamis y terremotos, como lo que le pasó a Bachelet, pero le tocó todo junto. Y mantuvo la templanza y mantuvo al imperio porque había estudiado filosofía y tenía dos maestros. Una filosofía para la vida, no abstracta. Es interesante su doble faz. Pero siendo oposición no hay que esperar que el otro pierda, eso es fatal, es un cálculo tonto, no porque al otro le vaya mal a ti te va a ir bien.

-El sabio profesor Gastón Soublette podría ser consejero de Piñera?

-Que sea presidente, jajajá. Que lidere un consejo de sabios de la tribu y que Piñera lo escuche, jajaja, ahí hay que hacer couching. Como la política está en crisis, la figura que viene será la del político filósofo. La figura perfecta del futuro es la del político taoísta.

Cristián Warnken


-¿Por qué te dolió tanto la partida de Marcelo Bielsa?

-Era la figura del maestro. Aunque lo acusaban de autista y loco, me gusta su austeridad, su lejanía de la farándula, su sencillez, su inteligencia, yo decía que en la política chilena nos faltó un Bielsa.

-Quedamos huérfanos con su partida

-Hubo un quiebre, algo se fracturó. Chile había encontrado un maestro que era capaz de dirigir a gente joven, pero representaba lo mejor del pasado. El profe, le decían, y nosotros durante mucho tiempo veneramos a los profesores. Yo lo comparé con el poeta francés Mallarmé que se concentra en el poema y no está perdiendo tiempo en entrevistas. Bielsa se concentra en el partido, ese es un poema, no lo jodan porque no da entrevistas. Y me llamó por teléfono esa vez. Y es impresionante cómo habla, así redactado como los argentinos. Un tipo superior, su profundidad y su inteligencia. Su salida adelantó simbólicamente una crisis.

-¿Qué visión tienes del feminismo?

-Me parece extraordinario que la mujer haya ganado libertades, el voto, y todo lo que ha ido ganando. Pero me parece peligroso que la causa de la mujer sea monopolizado por grupos radicalizados y fanáticos que finalmente que son una nueva beatería. Los grupos iluminados, dueños de la verdad, son peligrosos. Hay que tener ojo de pasar de un machismo brutal a un feminismo radical.

-La dictadura de las minorías.

-Sí. Pequeños fascismos de minorías. Debilitar la figura del hombre y del padre al extremo creo que es complicado, contra natura.

-¿Sientes que tus programas en TV educaron y le salvaron la vida a muchos jóvenes que se educaron inesperadamente?

-Cuando lo hice nunca tuve mucha conciencia del impacto que tuvo en tanta gente. Hace un tiempo llamé a Sebastián Lelio y le dije “soy Cristián Warnken, no sé si te acuerdas de mí”. Y me contestó: “cómo no, si La belleza de pensar fue una escuela, una fuente”
Yo mismo me sorprendo. Ahora quiero revitalizarlo de manera digital, estoy buscando auspiciadores y darle una vitalidad a otrocanal.cl, donde están las entrevistas. Queremos hacer nuevas entrevistas.




No te olvides de vivir.

 Cristián Warnken En una escena de la novela "Los años de aprendizaje", de Goethe, el personaje principal, Wilhelm Meister, visitando la Sala del Pasado, ve en un sarcófago a un personaje leyendo un rollo en el que están escritas estas palabras: " Gedenkezuleben " ("no te olvides de vivir"). 
La misma frase con que el helenista y filósofo francés Pierre Hadot dará título a un memorable ensayo sobre Goethe y la tradición de los ejercicios espirituales, un libro para mí de cabecera que vuelvo a releer cada cierto tiempo, cuando me doy cuenta (en general, gracias a la llamada de atención de otros) de que me estoy olvidando de vivir. 

Mañana es primero de marzo y la ciudad despertará probablemente colapsada: ¡colapsada antes de empezar el año! Y cada uno de nosotros entrará en el curso de un activismo no siempre eficaz, pero sí vertiginoso. Cada vez más vertiginoso. ¿El tiempo se acelera o nosotros nos aceleramos en la "sociedad del cansancio", donde la contemplación, la experiencia de la "presencia" se vuelve cada vez más escasa o definitivamente lunática? Los antiguos (entre ellos los griegos) sabían vivir en el presente, en lo que Goethe llamaba "la salud del momento", en lugar de perderse en la nostalgia del pasado o del futuro. Nostalgia por las vacaciones que ya pasaron... nostalgia de las vacaciones que vendrán. 

Nostalgia por la jubilación... vivir pensando que cuando jubilemos, viviremos por fin el verdadero júbilo. ¿Y mientras tanto? Sobrevivir, "echarle pa'delante", como dice una expresión popular.

Estamos permanentemente "echándole para atrás" o "para adelante", pero pocas veces meditamos sobre el presente (la actualidad temporal) y tampoco sobre la proximidad espacial, lo que está al lado o al frente nuestro, en nuestras narices, pero no vemos. La "presencia" es lo que esos dos olvidos o distracciones (el temporal y el espacial) pueden hacernos perder. El nihilista Fausto, que le había prometido a Mefistófeles, en la obra cumbre de Goethe, que nunca le diría "¡detente, bello instante!", termina traicionando su promesa al contemplar a la antigua y noble Helena. Ante ella afirma: "entonces el espíritu no mira hacia delante ni hacia atrás. Tan solo el presente es nuestra felicidad"

En tiempos nihilistas y fáusticos como los nuestros (y desde luego mefistofélicos), decir "detente, bello instante" es un acto revolucionario, transgresor. Hemos pactado con Mefistófeles para sobrevivir o para ser "ganadores" en esta época sobregirada (y sobreendeudada), y eso muchas veces a costa de sacrificarnos a nosotros mismos. 
Pero llega un momento en que una "presencia" puede interpelarnos y hacernos sentir un éxtasis ante el cual toda nuestra desmesura y afán especulativo con la vida aparezcan absurdos, nimios, vanos. Como lo dice tan enfáticamente el maestro Qohelet en el "Eclesiastés""todo es vanidad y atrapar vientos". 
Esa experiencia de la presencia puede provocarla la mirada de un niño que nos detiene en plena calle. El poeta peruano César Vallejo lo dice mejor que yo en "Hallazgo de la vida": "nunca sino ahora, se me acercó un niño y me miró hondamente con su boca". O la lentitud de una anciana cruzando la calle, cruzándola morosa y amorosamente. Ahora mismo, el silencio de esta noche llena de grillos en la que escribo. Presencia: ¡cómo te escapas cuando te busco, cómo apareces cuando te había olvidado! Contigo al lado, no le temo a este Dios Marzo amenazador y prepotente que quiere devorarnos, convertirnos en cifra, estadística, puntaje. 
Presencia: no eres una palabra, un sustantivo, una abstracción. Eres simplemente, sin pretensión, ni vanidad ni cálculo. Un poco de aire en tiempos de asfixia, un poco de luz al caer la tarde o al empezar el día. Desde el pasado (irremediable, ya sido), un ausente nos susurra al oído: "¡no te olvides de vivir!"




¡Yo no sé! (11 septiembre de 1973)


 Ayer, hace 40 años, yo tenía 12 años. Mi familia estaba dividida. Mi padre, un empleado que había perdido el trabajo en una empresa tomada, se había vuelto antiallendista. Mi madre, ese día, estaba pegada a la Radio Magallanes escuchando la despedida de Salvador Allende y lloraba. Maravillosas personas ambas: mi padre "momio" y mi madre "upelienta". Gracias a esa división interna, en mi casa se leían todos los días "El Mercurio" y "El Siglo". Siento todavía el sonido atronador de los Hawker-Hunter cruzando el cielo de la zona oriente en dirección a Tomás Moro, y veo a nuestros vecinos descorchar botellas de champagne . En mi casa hay un silencio sepulcral, todavía escucho dentro mío ese silencio.

Cuando la macrohistoria entra en nuestras vidas, entra de golpe, sin aviso. A la intrahistoria (concepto acuñado por Unamuno para designar las vidas de los ciudadanos comunes y corrientes, los que no están en la primera línea) solo le queda entonces acatar el absurdo y muchas veces el horror, resignarse a ser la platea o la carne de cañón del gran relato escrito por otros en representación nuestra. Recuerdo la primera vez que escuché el nombre "Pinochet", la primera vez que oí su voz tan característica. "Pinochet, ¿quién es Pinochet?", le pregunté a mi madre, que seguía en silencio -como si todo fuera un sueño- los vertiginosos acontecimientos de afuera. 
"Un traidor, se pasó a último minuto al otro bando". "El salvador del país"-sentenció mi padre-. ¿Pero de dónde venía Pinochet, de qué rincón del inconsciente chileno, de qué profundidades de un Chile que hasta entonces desconocíamos? ¿No viene Pinochet de adentro de nosotros mismos? Mi madre quiere ir al centro, a defender al Presidente constitucional, cree que el pueblo saldrá a las calles a resistir. 
Mi padre la detiene, le muestra que no hay tal resistencia, que están sacando el cadáver del Presidente envuelto en una manta, que todo se acabó. La soledad total de Allende en La Moneda envuelta en llamas es tal vez la imagen más impresionante que retengo de ese día. Mi padre dice que hay que quemar o hacer desaparecer todos los diarios y revistas de izquierda de nuestra casa. Afuera, un vecino democratacristiano me explica que no hay nada que temer, que los militares van a devolver pronto el poder, que es mejor que todos los líderes de la UP se entreguen, que sus derechos van a ser respetados.

Se apodera de mí una extraña sensación, una mezcla de pena y perplejidad. Tengo apenas 12 años. En el living de mi casa están las obras de grandes escritores de la literatura universal (en cuidadas ediciones Aguilar, en papel biblia), entre ellos Shakespeare y Dostoievsky. Más tarde descubriré que ahí -y no en los manuales de historia- están las claves profundas para entender algo de lo que ahora nos supera. Me parece que esa tarde un manto gris se deja caer sobre Santiago. Es ya septiembre, pero la primavera se demorará más de la cuenta en llegar. Se acaba de terminar mi infancia, abruptamente, y la de mi país. Vendrán los años de la adolescencia, en la que aprenderemos que el dolor es el precio inevitable que hay que pagar para llegar a la verdad.

¡Cuarenta años desde ese día extraño de septiembre! 

En 40 años uno se enamora y desenamora, conoce y pierde amigos, abraza y pierde sueños, se enfrenta al dolor, la alegría y la muerte. Ojeo mis gastados ejemplares de colección de "El Mercurio" y "Mampato" y los de "El Siglo" que se salvaron de la quema, y siento una extraña mezcla de nostalgia y compasión por lo que fuimos. Intento comprender ese pasado que se me aparece como el pasado de otros, cuando es también el mío. Pienso en todos los que murieron y también en los que sobrevivieron. Pienso en nuestras vidas -como todas las vidas- hechas de lealtades, abdicaciones, traiciones, verdades y mentiras.

Pienso en ese día 11 de septiembre y los 40 años que lo siguieron, y solo me nace decir con el gran poeta Vallejo: "Hay golpes en la vida tan fuertes, ¡yo no sé!




Cristián Warnken: Feminismo… ¿Dónde está la Diosa Blanca?

Una cosa es combatir el machismo cavernario, otra es debilitar lo masculino, al punto de invitar casi a una autocastración, debilitamiento o humillación del sujeto masculino.


A raíz de las denuncias por abusos y maltratos que todos los días aparecen en los medios de comunicación, se ha popularizado la idea de instaurar protocolos y normas para asegurar una buena convivencia. No cabe duda que se hacía necesario reaccionar de manera clara contra conductas impropias, y algunas muy violentas y agraviantes, contra las mujeres, por parte de un machismo a veces cavernario o simplemente trasnochado. A lo que apunta este movimiento feminista es a un cambio cultural, un cambio que podría ser muy necesario y positivo, pero, como toda “revolución”, entraña peligros que es importante ver desde un comienzo. 
Uno de esos peligros: la protocolización excesiva de todo. No es sensato pasar de la ausencia de normas y reglamentos que protejan a los abusados, a una maraña que pretenda regular cada acción, movimiento o expresión donde pudiera sospecharse una pulsión “sexista” o machista. En algunas universidades norteamericanas se ha llegado al delirio de calcular cuántos segundos se puede sostener una mirada sobre el “otro” u “otra” para que no sea interpretado como acoso.

La demonización del piropo es otro absurdo. No todo puede ni debe ser protocolizado: la vida es mucho más compleja, cambiante, libre, que lo que un conjunto de reglamentos puede dictar. En las universidades eso es particularmente sensible: el exceso de formalización, de metodologías, de objetivos, ha asfixiado la necesaria libertad de cátedra, que debe siempre nutrirse del entusiasmo, la creatividad y lo inesperado. La tecnificación pedagogista desanima cada vez más a buenos profesores a seguir enseñando. Agregarle ahora más protocolos a la vida universitaria puede terminar por convertirla en un espacio “higienizado” pero muerto.

Leo que en algunas facultades se están haciendo “talleres de deconstrucción machista”. Se ayuda a los alumnos hombres a reflexionar sobre su posible calidad de “cómplices” o “gestores” de violencia sexista. Me parece bien generar espacios de reflexión en que hombres y mujeres podamos darnos cuenta de los vicios en la manera de relacionarnos y comunicarnos, arraigados atávicamente.

Pero el lenguaje usado para convocar a estos “talleres” me recuerda mucho el concepto de reeducación aplicado en dictaduras totalitarias (en la China de la revolución cultural de Mao, o en Cuba) que buscaban “extirpar” cualquier atisbo contrarrevolucionario en las personas. Una cosa es combatir el machismo cavernario, otra es debilitar lo masculino, al punto de invitar casi a una autocastración, debilitamiento o humillación del sujeto masculino. El lenguaje usado viene de las teorías de la deconstrucción que algunos filósofos franceses convirtieron en “jerga” sectaria y casi en religión en los 70. Preferiría un lenguaje más invitante y positivo.

Cuando las mujeres han ocupado un lugar central en la sociedad, la cultura y la creatividad han florecido. Pienso en los siglos XI y XII en Provenza. Los hombres estaban ocupados en la guerra, las damas se apoderaron de las cortes y organizaron tertulias, torneos de poesía. Allí surgieron los trovadores y la reinvención del Amor, que cambió completamente la manera de entender la relación hombre-mujer.

Eso esperaría de esta “revolución”: menos protocolos, más poesía. Poesía: la “Diosa Blanca” -según Graves-, resistencia desde lo intuitivo matriarcal contra lo racionalista patriarcal. ¡Y tenemos a nuestras grandes Sibilas, Gabriela Mistral y Violeta Parra, para hacerlo!

La invitación debe ser a pensar y a repensar lo masculino y lo femenino, y eso requiere más profundidad, más pensamiento que meros eslóganes y clisés. Sería una lástima que esta “primavera” feminista terminara en inquisición y resentimiento, sin espacio para la crítica ni el humor. Porque -como dijera Nietzsche- “sospecho de toda verdad que no venga acompañada de una carcajada”.

Por Cristián Warnken Lihn para Chile Merece

14 Junio 2018




Carta a los puros, a las almas bellas de Chile.

"El proceso de canonización de Karina Oliva, de Rojas Vade y de todos los 'santos' de nuestra izquierda jacobina ha terminado y el veredicto es definitivo: ellos no son santos", escribe Cristián Warnken.

POR CRISTIÁN WARNKEN

JUEVES 18 DE NOVIEMBRE DE 2021

Ustedes llegaron a la política chilena como lo hiciera Carlos Ibáñez del Campo en los años 50, con una escoba para barrer con los políticos corruptos, con la élite, con la casta abusadora. "Toda escoba nueva barre bien", dice un viejo refrán que me enseñó mi abuela. Nunca había visto una escoba tan nueva estropearse en tan poco tiempo. Ahí está La Lista del Pueblo, ahí está la mentira de Rojas Vade, ahí el candidato Ancalao y sus firmas truchas con un notario muerto, ahí está ahora Karina Oliva con sus millonarios sueldos a asesores de su campaña.

Mentiras, firmas falseadas, platas desmedidas: los puros, los cátaros de la política chilena develan ahora su propia "sombra" (el concepto es de Jung), sombra que siempre proyectaron en los otros, porque siempre el mal está afuera, nunca adentro.

Nuestras "almas bellas" por fin dejaron de serlo.

Nada más intolerable que tener una legión de puros, impolutos, irguiéndose como jueces morales, predicadores de la "buena nueva", dando lecciones a todos nosotros pecadores, miembros de la "casta", "amarillos", "fachos pobres", etcétera. Las almas bellas por fin se sentaron con el diablo, y el olor a azufre y a fuego de condenados (o chamuscados) se siente en el aire. Bienvenidos a la política real, al fango de la vida, a la rugosa realidad, bienvenidos hermanos y hermanas puras, sus manos manchadas por el "lucro" y el demonizado dinero y el amor al poder nos hacen por fin verlos como lo que son, como lo que somos todos, "un embutido de ángel y de bestia" (Nicanor Parra dixit).

Aquí no hay ángeles, aquí no hay seres superiores a otros, el bien y el mal están repartidos en partes iguales en la derecha y la izquierda, ya nadie tiene superioridad moral, todos hemos sido manchados por el "pecado original", por lo tanto ya nadie puede ofrecer el Paraíso original a nadie. Todo lo que construyamos en la ciudad de los hombres es más parecido al Purgatorio. Ya no hay santa Karina Oliva, ni san Rojas Vade: la hagiografía de la nueva izquierda se cae a pedazos.

¿Quién podrá ahora salvarnos? Nadie.

Nada más peligroso que los salvadores, nada más sospechoso que los predicadores del Bien en estado puro: ahí está la Iglesia Católica intentando salir de su propio Infierno. El espíritu religioso y redentor de nuestra izquierda millennial tiene que morir para dar paso a una izquierda más humilde, menos predicadora, con los pies bien puestos en la tierra, una izquierda conectada con la realidad y consciente de su propia precariedad e insuficiencia, porque nadie es dueño ni de la Verdad ni del Bien. Eso es la esencia de la democracia liberal, a veces tan denostada por ustedes los puros: la concepción filosófica liberal es escéptica sobre la condición humana, sabe que es imperfecta y por lo tanto la democracia es imperfecta. Es dolorosa tal vez esa verdad, pero nada peor que construir proyectos políticos y sociales sobre purezas que no existen. Hay que desvirgarse de una vez por todas, aceptar que la "cocina" es inevitable, que los acuerdos con otros que piensan distinto es mejor que la verdades  impuestas a sangre y fuego, justamente porque el bien y el mal están repartidos por igual entre todos, y no existe un pueblo "elegido" y puro, ni una Tierra Santa adonde llegar, ni una Constitución revelada (como proponen nuestros Savonarolas locales).

La aspirante a senadora Karina Oliva (una de las predicadoras más furiosas y puristas que hemos escuchado en el último tiempo) tiene la desfachatez de decir que no "ha violado la ley" y que al menos ella no ha recibido dineros de las pesqueras, etcétera. Invoca la ley del empate, primero, como lo hacían los autores de los abusos que ella ha criticado con tanta virulencia. Y, sobre todo, repite esta actitud tan nefasta que nos llevó a la decadencia en el mundo empresarial y político: la de conformarse con "lo legal". Ella, que ha colocado la vara muy alto para la "casta" (así ha llamado despectivamente a sus adversarios), quiere ahora que le bajen la vara y zafar de esta bochornosa revelación de Ciper sobre las platas de su campaña. "No mires la paja en el ojo ajeno, sino la viga en el propio", reza esta formidable frase evangélica.

Chile entero ha visto la viga de Karina Oliva. Pero no solo de ella, sino de todos nuestros "puros". Estamos perdiendo la inocencia a la velocidad de la luz; es bueno que sea así. Todo discurso resentido con el poder, la élite, el dinero, esconde muchas veces una avidez de poder, un amor al dinero desmesurado (casi peor que los de la tan castigada "casta"), en el fondo una envidia que se justifica a sí misma o se enmascara debajo de todo tipo de discursos ideológicos. Siempre es bueno ver a los puros cruzando la orilla, tomando poder: ahí se revela su verdadero ser. Es bueno recordar la advertencia que Federico Nietzsche hace sobre los puros, en el siglo XIX. Sigue siendo muy vigente para nuestros días:

"¡Oh, hermanos míos! ¿En quiénes reside el mayor peligro para todo futuro en los hombres? ¿No es en los buenos y los justos? –que dicen y piensan en su corazón: 'Nosotros sabemos ya lo que es bueno y justo, y hasta lo tenemos' […]¡El daño de los buenos es el más dañino de todos! […] '¿Y a quién es al que más odian?' Al creador es al que más odian […] Los buenos, en efecto, no pueden crear: son siempre el comienzo del final".

¡Qué palabras y cómo resuenan en estos lares! El proceso de canonización de Karina Oliva, de Rojas Vade y de todos los "santos" de nuestra izquierda jacobina ha terminado y el veredicto es definitivo: ellos no son santos. Y tampoco son demonios. Son "humanos, demasiado humanos" (otra vez el profeta Nietzsche). No es una mala noticia, porque en política la historia demuestra lo que los santos hacen apenas llegado al poder: encienden hogueras o afilan guillotinas, para tirar ahí a los "impuros"; es decir, a todos los que no participan de su fe revelada.

Espero que este bochornoso episodio los obligue a bajarse de ese pedestal en el que se han parado para dar lecciones morales a la sociedad chilena. Los necesitamos como actores de la nueva democracia que tenemos que construir: nos necesitamos los unos a los otros, la izquierda a la derecha y viceversa, hoy más que nunca, cuando hemos descubierto que la verdad y el bien no son monopolio de nadie y que, por lo tanto, deberemos ayudarnos unos a otros a soportar nuestras flaquezas, a ponerles límites a nuestros apetitos, a aceptar que la democracia es imperfecta porque somos imperfectos y esa imperfección nos salva (del delirio buenista).

¡Bienvenidos al país de las penumbras, los claroscuros, la luz y la sombra!

Cristián Warnken, desde el Jardín.



Carta a mi bella ciudad envenenada.


"A veces violenta, a veces dulce. La ciudad que estalló en octubre, y que ahora la peste asedia", dice Cristián Warnken sobre Santiago en esta nueva carta en PAUTA.


POR CRISTIÁN WARNKEN


SÁBADO 16 DE ENERO DE 2021



"Esta bella ciudad envenenada…"


Pedro Prado


Reincido en esta práctica olvidada de escribir cartas desde mi jardín. Esta vez voy a escribirle a mi ciudad, Santiago de Chile, y lo voy a hacer en este enero asfixiante, confinado, en que la ciudad clama por una brisa o viento de esperanza.


Julien Green, escritor francés que hoy ya nadie lee (pero gran narrador), decía que uno conoce de verdad una ciudad cuando ha amado y sufrido en ella, cuando cada esquina trae el recuerdo de una pérdida, una pena o un júbilo. Entonces conozco Santiago, porque todas sus esquinas me recuerdan amores, desamores, duelos y una que otra epifanía. Así debe sucederle a cada habitante de esta ciudad que cambió tan rápido en las últimas décadas. "La ciudad cambia más rápidamente que el corazón de un mortal", decía el poeta Charles Baudelaire de París, ese París que conoció en su deambular por ella, hasta el punto de inventar un verbo específico para designar su forma de pasearse por ella: 

"flanear".

¿Qué verbo podría nombrar la forma específica de caminar por Santiago?


Cuando lo inventemos, podremos tal vez decir que la ciudad es de verdad nuestra. He sido un peatón impenitente desde adolescente, nunca la he recorrido en auto. Soy un caminante y peregrino irredimible de mi ciudad y no hay placer más grande que atravesar las fronteras de los barrios desde oriente a poniente, desde norte a sur. Hay barrios bellos, que han resistido a las torres babélicas, a la invasión de los Polifemos de cemento, devoradores verticales del horizonte humano. Barrios sencillos y dignos, donde todavía quedan islas de armonía para algunos bienaventurados. Pero ese placer a veces se troca en dolor ante la pobreza o la fealdad o la violencia que como una tiña de quiltros apaleados y famélicos desgarra inmisericorde la piel sensible de la ciudad.


A veces he decidido caminar en línea recta sin detenerse ante ningún obstáculo, como lo hicieron unos jóvenes Jodorowsky y Lihn en la década del 50. Entonces Santiago tenía límites; hoy se extiende más allá de cualquier mapa posible. Santiago: creciste sin lógica ni medida, te expandiste con voracidad y desmesura y a ti te escribo para volver a recuperarte, a verte.


A veces, cuando paso más allá de los barrios antes visitados, me siento que estoy en Caracas o Lima, y eso es excitante. Ya no pareces ser la capital del Reyno de Chile, sino la capital de miles de desesperados de América Latina, que se fugaron aquí buscando libertad y comida y dibujan todos los días los contornos de una ciudad nueva, más híbrida y plural que todavía no nace, pero que a veces pareciera querer estallar. Y las lluvias que mi memoria guarda de tus inviernos tenaces ya son solo una rememoración de una infancia perdida, también tu infancia perdida.


Siento, Santiago, que eres una ciudad adolescente, que quiere carretear pero también buscarse a sí misma, que está como todos los adolescentes: en crisis de identidad. A veces violenta, a veces dulce. La ciudad que estalló en octubre, y que ahora la peste asedia. Y estás con las defensas bajas… sin inmunidad para las nuevas plagas globales.


Quieres ser, pero te cuesta ser.


A veces te siento asfixiada, cansada, seca, como si ya no fueras la capital del centro sino la capital del desierto centro de Chile. Pero tienes todavía la luz más bella del mundo, la luz del atardecer que va morosamente acariciando las montañas y cerros que te rodean, como dioses tutelares. La ciudad que tuvo alguna vez el cielo más grande del mundo –según Neruda, que escribió en tus calles del poniente los versos de amor más universales del idioma. Y una canción desesperada.


A veces me parece oír tu propia canción desesperada, Santiago. Ciudad agotada por las distancias inhumanas y contra natura, ciudad asediada por la avidez y por la "hybris", la desmesura que nombraron los griegos como el peor de los pecados. Esa desmesura tal vez es lo que hoy se te castiga. Pero tú no tienes voz, y a veces te vas pareciendo a un imbunche que alguien ocultó detrás de una gran mentira o más bien de un gran olvido, de una irresponsable negligencia. Tal vez, huérfana como estás de alguien que te piense, nombre, contenga, sueñe, te acuerdes de ese intendente delirante y lúcido que pensó que sería el París de América del Sur y que te dejó un cerro, el Santa Lucía y otras obras de adelanto que buscaban darte una fisionomía.


¿Qué te hemos dejado nosotros? No hay un Vicuña Mackenna que hoy venga para mover montañas, porque refundarte, Santiago, es mover montañas. Las montañas que te rodean te interpelan, ellas exigen una respuesta: su soberbio orden natural pide un orden urbano. ¿Qué ha fallado en ti, Santiago, por qué eres la gran Falla de Chile por donde la frustración, la violencia y la indignación estallan?


Eres el volcán más peligroso de Chile si no te encontramos una forma, un proyecto, una utopía, un horizonte donde todos –hasta los inmigrantes– quepan. Pero no como ganado que se transporta, ni como allegados de conventillos a punto de quemarse. No como ciudadanos, habitantes de una ciudad en la que se reconozcan y tú te reconozcas en ellos. Esa es la gran tarea pendiente, la más urgente, tarea política, poética, urbanística.


No sacaremos nada con crear una nueva Constitución si no fundamos una nueva ciudad, que recoja la historia, los mitos, que reúna los fragmentos para que seas un crisol vivo y no un laberinto donde extraviarse. Donde sus habitantes no sean extranjeros expulsados de su centro a periferias secuestradas por el bandidaje nihilista. Una Constitución es el traje que nos ponemos, pero la ciudad es el cuerpo donde habitamos. Sin cuerpo, sin Ciudad Nueva, toda Constitución nueva es solo una declaración de principios sobre la tierra baldía ("¡Ciudad irreal", decía T.S. Elliot).


Santiago: hay que refundarte. Para que te llamemos Itaca, para que regresemos a ti, para que ninguna peste se atreva a devorar tus murallas, para que ninguno de tus hijos huachos quiera incendiarte o destruirte con alevosía. Para que seamos los Ulises de un nuevo comienzo, para que te recorramos, guiados por ese libro que debiera ser uno de los fundamentos de tu nuevo comienzo: "Hacia una arqueología de lo cotidiano" del filósofo Humberto Giannini, porteño que caminó y vivió tus calles. Para Giannini, el trayecto del domicilio a la calle es un trayecto ontológico, donde se juega todo. El bar, los cafés, las librerías son los lugares sagrados de la Gran Conversación que debe ser toda ciudad.


Santiago: tienes que atreverte a ser de nuevo, a ir a la búsqueda de tu ser. En estos días de confinamiento duros que vendrán en los próximos meses o semanas, quiero, Santiago, que todos te escribamos una carta, que nos confesemos contigo, que nos digamos la verdad, que dejemos de huir de ti como siempre lo hacemos. Te escribo, Ciudad mía, para encontrar contigo tu nuevo centro. Y tal vez tu nuevo nombre. Dicen que los gobernadores de las ciudades de la América colonial les entregaban a sus sucesores, junto con las llaves de la ciudad, su nombre secreto, el nombre iniciático o sagrado. ¿Cuál es tu verdadero nombre, ciudad perdida y recobrada, "bella ciudad envenenada"?


Desde el Jardín, enero 2021



CARTAS DE CRISTIÁN WARNKEN

Carta abierta al año 2020




Carta a Soledad en La Araucanía.



"El Gobierno parece un gobierno de adolescentes llenos de discursos buenistas, sin sentido de la realidad, dispuestos a conversar con los mismos que ahora te están expulsando de tu campo por medio del terror", escribe Cristián Warnken.

Estimada Soledad:

Te escribo esta carta desde mi jardín, muy preocupado por lo que está pasando en La Araucanía, ahí donde vives desde hace años y donde ahora estás padeciendo –como muchos de tus vecinos– dramáticos momentos de angustia, pena y terror. Perquenco, entre Lautaro y Victoria, era hasta ahora un lugar pacífico en que los agricultores como tú trabajaban la tierra de sol a sol y de lluvia a lluvia, un lugar donde todavía no había llegado la violencia terrorista en su versión más radical y pura. Pero el fuego destructor llegó aquí hace unos días, muy cerca de ti, cuando quemaron la casa de don Ulises Venturelli, natural de Capitán Pastene. Don Ulises había fallecido, y no pasaron cinco días y quemaron su casa.

Los mapuches que yo conozco son muy respetuosos de los ritos, de los ciclos de la vida y la muerte. Para ellos los nacimientos y las muertes son ocasiones de encuentro, fraternidad, vida comunitaria, y todo lo que se celebra se lo hace con tiempo, no como nosotros que cada día convertimos más el nacimiento y la muerte en meros trámites; somos parte de la vida y la muerte exprés. Los mapuches no: ellos se demoran, se toman su tiempo, el silencio en ellos es elocuente y también la palabra. ¿Qué tiene que ver, entonces, esa delicadeza espiritual mapuche con, este acto de barbarie, que no respeta ni siquiera el proceso de duelo de una familia descendientes de italianos inmigrantes que arraigaron en La Araucanía, que profana el lugar donde todavía, tal vez, mora el espíritu del fallecido? Nada.

El terrorismo –de cualquier signo– solo usa las causas que dice representar para desatar esa pulsión destructiva y nihilista, que se cubre de ideología o argumentos teóricos, pero que es finalmente puro odio, pura muerte disfrazada de ideales nobles y loables. Siempre habrá quienes le den piso teórico a esa violencia, incluso intelectuales que pongan su labia o jerga abstracta para justificar lo injustificable; nada más nauseabundo que los que se esmeran en buscar causas que justifiquen o hagan entendible la violencia política, invisibilizando a las víctimas. Los creadores de lógicas dementes.

Albert Camus, quien nació en Argelia, en el momento en que los grupos independentistas argelinos colocaban bombas para alentar la causa de la independencia, levantó la voz y dijo:
 "En este momento mi madre está yendo a comprar al mercado; alguien colocó un bomba en el tacho de basura por donde mi madre puede pasar. Entre mi madre y la causa de independencia me quedo con mi madre". 
Una sola víctima invalida cualquier causa, por loable que sea. Nada puede invisibilizar a los que son hoy víctimas de la violencia terrorista en La Araucanía. Ellos tienen rostro, memoria, nombre propio, derecho a una vida y una muerte digna.

El duelo, la muerte de alguien también necesita dignidad: eso es lo que se ha violado impunemente en el caso de Ulises Venturelli, cuya casa fue hecha cenizas, apenas unos días después de su muerte. Qué significativo que él se llamara Ulises. Perquenco, en La Araucanía, era su Ítaca. La tierra natal y su casa, la extensión de su memoria, de su habitar, de su alma. Eso acaba de ser arrasado, y ese agravio a lo más sagrado del hombre (su morada y su memoria) nos muestra que el terrorismo que hoy se dice representar la causa del pueblo mapuche, en realidad no representa a nadie: ha usurpado el nombre de un pueblo para cubrir un nihilismo puro y duro. Camus lo tenía claro cuando distinguía entre rebeliones legítimas e ilegítimas. No puede ser legítima una rebelión que quema a una pareja de ancianos, les dispara a conductores indefensos, destruye escuelas y ahora agravia la memoria de Ulises. Un descendiente de italianos cuyo nombre guarda la historia de sacrificios, de amor a la tierra, de trabajo, de todo eso que los inmigrantes atesoran y saben que se puede perder en cualquier momento, porque la historia del ser humano sobre la tierra a veces nos muestra la irracionalidad, el impulso tanático está siempre latente y presto a romper la delgada capa de civilización que generaciones han intentado proteger.

La Araucanía hoy debe llorar por el agravio infringido a la memoria de Ulises, de su Ulises, de un hijo de su tierra. ¿Cuándo iban a pensar esos italianos que llegaron "con una mano por delante y otra por detrás" a sembrar La Araucanía, que esa tierra que se les ofrecía como tierra de promisión, tierra hermosa y dulce, iba a terminar pareciéndose al infierno de las que ellos venían huyendo?

Soledad: todos te dicen que dejes tu casa y tu campo, ese campo que tanto amas y donde con los tuyos has entregado tu cuerpo y tu alma para que broten de él los frutos. A veces han sido años para esperar la cosecha de los avellanos europeos: en la tierra las cosas demoran, tienen su tiempo, hay que saber esperar. Ahí te veo con las botas puestas, con las manos en la tierra, con tu ser entero volcada sobre la promesa de la siembra, mujer que persiste y no se rinde, levantándote antes del alba o junto a ella (tú también, como todas las mujeres que trabajan esos campos, eres Alba). Ahora quieren que te rindas, quieren que tú y todos los agricultores de tu Perquenco abandonen esa tierra bendita para convertirla en erial de la arbitrariedad fuera de toda ley, en tierra de nadie, en yermo. ¿Puede alguien que quema casas de ancianos y está dispuesto a herir o matar a seres humanos pretender trabajar esa misma tierra, hacerla fértil? ¿Puede el instinto de muerte y destrucción propiciar la cosecha? Esa violencia solo cosecha más odio, solo destruye, porque no sabe lo que es sembrar con amor.

Querida Soledad: siento tu soledad infinita de este momento, tu sensación de desamparo, de miedo. Estás ahora en tu casa, sin dormir, en vela, esperando que los vándalos, los demonios vengan con sus semillas de odio arrasar tus semillas de amor. Me resuenan tus palabras en la carta que me acabas de enviar: 
"Amamos infinitamente lo que hacemos, porque cada palada en la tierra, cada planta, cada surco que lleva el agua es Hogar. Siento que ella, la tierra, es femenina, es sensibilidad, acogida, espera y parición. Hoy es ella, mi tierra, la que clama y pide respuesta".

¿Pero qué respuesta tenemos como país a ese clamor de la tierra de la Araucanía? 
El Estado ya no responde desde hace mucho tiempo. La Araucanía es como un lejano Oeste (en este caso sur) sin Dios ni ley. El Gobierno parece un gobierno de adolescentes llenos de discursos buenistas, y buenas intenciones, pero sin sentido de la realidad, incluso dispuestos a conversar con los que mismos que ahora te están expulsando de tu campo por medio del terror. Ellos no te conocen, no saben quién fue Ulises, ellos nunca han trabajado la tierra ni metido las manos en ella, ellos se mueven en el terreno infértil de las abstracciones, están hechizados con un indigenismo inventado desde la academia y propician una plurinacionalidad irresponsable que solo traerá más dolor y más miseria.

Son parte de lo mismo que deploraba Camus.

Tú me escribes: 
"Me queman, me abandonan. Tú, sol, ¿también me vas a abandonar? ¡Tierra amada: no quiero por miedo abandonarte ni dejar de sembrar!".
 La historia de la Araucanía y de muchos lugares de Chile es hoy una historia de abandonados: pobladores abandonados por el Estado y secuestrados por el narcotráfico, agricultores abandonados por el Estado y expulsados por los terroristas. Es una clase política oportunista e inepta –hablo de los que miran a distancia desde Santiago el Chile profundo en llamas– que ha abandonado a los chilenos a su propia suerte.

Pero también hay signos de esperanza: ese acuerdo de alcaldes de La Araucanía de todo el espectro político para enfrentar la violencia y degradación. ¿Serán suficientes esa débiles llamitas de esperanza? Desde el Palacio Pereira –mientras– se inventa un Estado regional con comunidades autónomas y uno se pregunta: ¿cómo se defenderán los Ulises y las Soledades cuando el Estado sea más débil y los narcotraficantes y los terroristas se apoderen de esas autonomías mentirosas?

Querida Soledad: espero que esta carta llegue a tus manos antes de que hayas abandonado por miedo tu tierra. No tengo autoridad moral para decirte que resistas, que te quedes. Sé que, si tú y los vecinos de tu Perquenco finalmente arrancan por miedo, será el comienzo del final de Chile tal como lo conocemos, nuestra "dulce patria". El lema de nuestro escudo nacional será, entonces, un lema vacío e irrisorio:
 "Por la razón o la fuerza". 
La razón retrocede desde hace tiempo en nuestra patria y la fuerza legítima (la del Estado de Derecho) la tiene cada vez menos el Estado y cada vez más los que chantajean con el miedo y la violencia. Los Antisembradores. Los que no pueden saludar al sol y a las semillas. Los que no saben dar gracias a la tierra, a la historia, a nuestros muertos. Los nihilistas en versión chilena. Tú, Soledad y tantos Ulises como tu vecino, están solos y solas ante ellos. ¿Puede flamear tranquila nuestra bandera mientras los nihilistas tengan el poder para expulsarlos a ustedes de Ítaca?

No estás sola, Soledad. La Tierra te conoce y tú a ella. Dos mujeres solas en la noche, ustedes, esperan (como saben esperar las mujeres) que amanezca. En las cenizas todavía vive lo que no puede ser quemado, tu soledad y desamparo son también míos. Todos los chilenos –para derrotar la inercia y la indiferencia– debieran decir:
"Yo también vivo en La Araucanía". 
Y lloramos con Soledad y honramos la memoria de Ulises Venturelli.

Te abrazo desde mi jardín.

Otoño del 2022



Carta a un chileno con miedo.

"A veces a ti te dan ganas de llover, de llorar, pero no puedes", escribe Cristián Warnken: "Te dan ganas de dejar esta ciudad de mierda, este barrio que ya no es tu barrio y que cada vez más se parece a una cárcel o campo de concentración. Qué ganas de escuchar, en vez de las balas, los cantos de los pájaros".




Carta a un chileno que tiene miedo:

Eres un chileno más de los millones que todos los días se levantan a trabajar, a "ponerle el hombro", como dice uno de nuestros sabios dichos populares, o ponerle "el pecho a las balas": no te es fácil conciliar tu vida privada familiar y privada con el trabajo, vives en una ciudad donde las distancias se han vuelto inhumanas y agotadoras, y la seguridad es incierta. Si antes sentías cansancio por los largos viajes para llegar de tu casa a tu trabajo, y la inseguridad de enfermarte y de tener una jubilación de porquería, ahora lo que más sientes es miedo.

Te levantas con miedo y te acuestas con miedo.

Dije que tú le "pones el pecho a las balas". Eso ya no solamente es un dicho ingenioso. Hoy escuchas en la noche las balas, que han empezado a volverse normales y cotidianas, o ves en el cielo el resplandor de fuegos artificiales que no conmemoran un año nuevo sino la llegada de una "mercancía" nueva. Tienes miedo de que tu mujer no sea asaltada en el largo recorrido desde el paradero de buses a tu casa o que tu hijo sea tentado por aquellos que han ido tomando mucho poder y presencia en tu barrio. Tu barrio, dije. ¿Pero sigue siendo de verdad "tu" barrio un territorio disputado por bandas o barras bravas, un lugar que ya no reconoces, donde creciste de niño cuando se podía jugar tranquilo a la pelota en la calle, un barrio donde el cura hace tiempo que no aparece ni dice nada y los árboles se secan, porque no llueve desde hace tanto tiempo?

Sequía y miedo: esas dos sensaciones respiras en el aire. Estás pegado a tu celular, sigues recibiendo y enviando memes que te hacen reír por un rato y aliviar esa angustia que sientes a la altura del pecho, pero cuando lo apagas vuelves a sentir esa extraña y dura sensación de vacío que tienes adentro, y que nada llena, salvo el cansancio y el miedo. El miedo es ahora tu sombra que te acompaña a todas partes. Cierras los ojos y recuerdas a tu madre peinándote a la gomina cuando niño y preocupándose de que fueras ordenado, limpio al colegio: tu vieja no dejaba de machacarte los valores con la que te educó a ti y tus hermanos: esfuerzo, responsabilidad, no mentir, no robar, respetar al profesor y a los mayores, salir adelante a pesar de las carencias y las tormentas. Piensas en lo que sentiría tu madre si estuviera todavía viva y mirara el mundo en que ahora vivimos. Nadie respeta a nadie. Ayer alguien amenazó a un profesor con un cuchillo, y asaltaron a Julita, la vieja vecina de siempre: unos patos malos se metieron en su casa, le pegaron y le robaron todo, lo poco que tenía… imaginas la cara de estupor y dolor de tu vieja al ver que todo lo por ella había luchado, ya no vale nada.

No hay respeto.

El que vive a mi lado no es un vecino sino un sospechoso, un extraño, y que el que se esfuerza es un pájaro raro, y el que respeta y saluda cordialmente al de al lado y le habla, es un extraterrestre en un mundo de zombies que vagan por una ciudad que es muy ancha y ajena. Míralos en el bus: todos van pegados a tu celular, tú también; se ven pantallas, no rostros; nos estamos volviendo extraños unos de otros, cada vez menos se "tira la talla" o se conversa con el que va al lado. La gente era más amable y amorosa cuando eras niño. Recuerdas la voz de tu madre hablándote con dulzura, pero también con firmeza, y la escuchas ahora, a veces en sueños, decirte:

 "No te rindas, hijito, ponle pino, sé trabajador como ninguno, sal adelante, tú puedes… no tengas miedo".

Pero tienes miedo: ahora se escucha la sirena de una ambulancia o de un furgón de carabineros. Viste en la televisión cómo una turba de cabros alienados le daban duro a un carabinero de tránsito que tuvo que disparar el arma de servicio para defenderse, y después todos, incluso tú mismo, "lincharon" en las redes a ese "paco". Todos decían "pobres cabros, víctimas de la represión". Después la ministra salió a decir que en realidad él había sido la víctima. Te dio un poco de vergüenza de haberte sumado al coro de los linchadores… Te acordaste de Juan, tu vecino carabinero, de su mujer y sus hijos. Has visto sus caras de miedo y vergüenza, viven escondidos, no se dejan ver, los funan todos los días. Tú estás dividido: a veces te despiertas con rabia y te dan ganas de pegarle un combo a alguien al que se te cruce, al que te lanza un bocinazo o te empuja al entrar al metro, después te acuerdas de tu vieja que te decía: 
"La rabia es mala consejera, hijo".
 Tenía tantos dichos la vieja, los aprendió cuando niña en el campo, y sabía de hierbas medicinales y su jardincito estaba tan cuidado. Ahora las plantas se secaron, no tienes tiempo para regarlas, y es un jardín rodeado de rejas y alambres de púas.

Quieres colocar unas cámaras de seguridad que alguien te recomendó, estás esperando el quinto retiro para hacerlo. Eso es lo único que te importa de lo que aparece en las noticias: el quinto retiro.  Para lo único para que sirven los políticos ineptos, que desprecias y odias, es para aprobar el quinto retiro. ¿Pero te queda algo en tu cuenta? ¿O crees que te queda? Parece que la cosa se está poniendo difícil, ya no hay bonos, todos los precios se están disparando por las nubes. Tu vieja te habría recomendado ahorrar, guardar para tiempos difíciles. Y no llueve. Recuerdas esas lluvias fuertes en los inviernos de tu infancia, en que el río Mapocho se desbordaba y tu pasaje siempre se inundaba, ahora miras el cielo y parece que las nubes estuvieran tristes y deshilachadas, que no tuvieran fuerza para llover. A veces a ti te dan ganas de llover, de llorar, pero no puedes.

¿Y si te vas a vivir al campo de tu primo que vive en Linares? 

Te dan ganas de dejar esta ciudad de mierda, este barrio que ya no es tu barrio y que cada vez más se parece a una cárcel o campo de concentración. Qué ganas de escuchar, en vez de las balas, los cantos de los pájaros. Prendes la televisión para anestesiarte un poco, estás tomando un copete; te prometiste a ti mismo tomar una sola copa: ya van cuatro. Ahí está tu vieja mirándote con cara de reprimenda. ¿Es que cómo se tapa este miedo y este cansancio que te persigue día y noche? La tele ayuda: ahí están hablando de la Convención. No entiendes nada de ese enredo: dicen que van a hacer una Constitución que nos dará derecho a la salud, la vivienda, que nos mejorará la vida a todos, ¿pero será cierto? Quieres creer que sí. Necesitas, como todos lo necesitamos, un poco de esperanza. Después del escándalo de Pelao Vade, les crees cada vez menos a los convencionales. Uno de ellos salió el otro día proponiendo un nuevo himno para Chile:
  "Pluri-Chile es tu cielo azulado". ¿Qué es eso de "Pluri-Chile"? "Ese compadre se fue al chancho", dijiste riéndote. Y te pusiste a cantar solo "Pluri-Chile", y no pudiste parar de reír, eso sí que estaba bueno para un "meme".
No entiendes muy bien lo que quieren hacer con Chile, no has leído nada que se esté discutiendo en la Convención y es probable que no leas nada antes de votar, si es que vas a votar. Tú colocas siempre la bandera chilena cada vez que se puede y te emocionaste cuando viste las miles de banderitas chilenas en el estadio despidiendo a Gary Medel, a Alexis Sánchez, la Generación Dorada. Te dieron ganas de llorar, pero tampoco pudiste. ¡Cómo nos hicieron felices esos cabros, qué lindo cuando todos cantábamos el himno nacional con la mano en el pecho! ¿Se acabaron para siempre esos tiempos en que nos sentíamos orgullosos de ser chilenos?

Ahora te estás, por fin, relajando… la televisión sigue prendida, y tú estás roncando.  Estás, por fin, quedándote dormido, y el sueño que estás teniendo es bonito. Estás jugando a la pelota en la calle con tus amigos vecinitos. Ahí no tienes miedo, y no hay rejas en los patios de las casas, y tu vieja está conversando con una vecina, y están sonriendo. Ella te anima para que metas un gol. Estás a punto de meterlo. Se va a poner a llover, pero igual van a seguir jugando, es rico jugar a la pelota bajo la lluvia. Cierras los ojos para sentir las primeras gotas en tu cara. Quieres oír el sonido dulce, la música de la lluvia cayendo en el pavimento, pero sientes un ruido fuerte. No son gotas de agua las que caen del cielo: son balas, ¡están disparando! Todos corren a esconderse. Tú corres a buscar a tu vieja. Te despiertas: escuchas allá afuera, en la calle, en la noche, otra vez los balazos que no te dejan dormir, ni soñar, ni vivir, otra vez el miedo, el maldito miedo.

Te abrazo desde mi jardín.



Carta a todos los que tienen que descender.

"Llenamos los gimnasios y hacemos culto de nuestros propios cuerpos, no nos gusta ya hacernos las grandes preguntas que tienen que ver con el sentido; no queremos descender", dice Cristián Warnken en esta Pascua.



Carta a todos los que tienen que descender:

La Pascua es una fiesta que conmemora –antes de su final feliz, la resurrección– un "descenso", lo que los griegos llamaban "katábasis". El descenso de un hombre que tuvo que descender al fondo de sí mismo y de la realidad más amarga y ruda, encontrarse con su sombra y con su propio abismo, abismo que todos llevamos dentro muchas veces sin saberlo. Ahí descendió ese judío llamado Jesús, ahí se lanzó, ahí se sintió solo y gritó, a pesar de que se sabía hijo de Dios, un Dios al que él en arameo llamaba "abbá", "papito", un Dios del que se sintió en un momento abandonado.

Dejado de la mano de Dios. Como se sienten todos los que tienen que descender. Extraviados, desamparados, perdidos.

No hay que olvidarlo, o tratar de tapar con un "happy end" facilista, toda esa dimensión del descenso que está antes de la Pascua. Nuestra época tiende a esconderlo, porque vivimos en tiempos de "positividad", de los "likes", de los "yes, we can", en que la angustia es metida debajo de la alfombra y nadie quiere verle la cara ni al dolor, ni la finitud ni al abismo. Nadie quiere descender, nadie quiere hacer el inevitable camino que han realizado todos los héroes y protagonistas de los más grandes viaje iniciáticos de la historia. Dante, para llegar al Paraíso, primero tiene que descender al Infierno, y por eso llora, tiembla, se resiste, hasta que su guía Virgilio lo empuja, insinuándole que es un cobarde; y, como sabemos, la virtud más importante del poeta es el coraje.

Los poetas han sido y son expertos en descensos. Eso es el poema "Altazor" de Huidobro, un descenso en paracaídas. El poema comienza con la interpelación del hablante del poema a Altazor:
 "Estás perdido Altazor / solo en medio del universo", para luego invitarlo a caer, a caer lo que más pueda, a caer sin fin: "Cae eternamente / cae al fondo del infinito /cae al fondo del tiempo / cae al fondo de ti mismo / cae lo más bajo que se pueda caer".
 ¿Invitación sádica? ¿No esperamos, acaso, que si alguien nos ve caídos o cayendo nos diga "levántate y anda"? No es sadismo. Huidobro sabe que cualquiera que quiera llegar al fondo de algo, de la vida, del amor, del dolor, tiene que descender. Orfeo fue a buscar a Eurídice, su amada, al fondo de la muerte. Odiseo, que como todo griego amaba la luz y deploraba las tinieblas, tuvo que descender con toda su tripulación más allá del país de los cimerios (pueblo que nunca ha visto la luz) y llegar a los límites del país de los muertos. No hay regreso a Ítaca, al hogar, sin descenso. No habrá Paraíso ni reencuentro con Beatriz para Dante, sin descenso. El mensaje que llega desde los grandes poemas de todos los tiempos es claro: si no descendemos, nos quedaremos en la superficie de las cosas, en la espuma de la vida, en la periferia de nuestra propia verdad que debemos conquistar con largos viajes que sí o sí son descensos.

Mensaje difícil de digerir para el sujeto de una modernidad que ha sido criado en la comodidad, al abundancia, la comodidad, el "confort" material y espiritual. Un sujeto que cree que siempre querer es poder. Por eso escribo esta carta a esos sujetos modernos, nosotros, a los que Nietzsche llamó los "últimos hombres". ¿Quiénes son los últimos hombres? Veamos lo que nos dice Zaratustra:
 "Voy a hablarles de los más despreciable: el último hombre [...] ¡Ay, llegará el tiempo en que el hombre dejará de lanzar la flecha de su anhelo más allá del hombre, y que en la cuerda de su arcoíris no sabrá ya vibrar! [...] ‘Nosotros hemos inventado la felicidad’, dicen los últimos hombres y parpadean. Han abandonado las comarcas donde era duro vivir: pues la gente necesita calor [...] la gente tiene su pequeño placer cada día y su pequeño placer para la noche; pero honra su salud". 

¿No es acaso ese un fiel retrato de lo que somos?

Buscamos el entretenimiento, vivimos en la sociedad del entretenimiento, llenamos los gimnasios y hacemos culto de nuestros propios cuerpos, no nos gusta ya hacernos las grandes preguntas que tienen que ver con el sentido, no queremos que nadie ni nada nos incomode, ni nos cuestione; no queremos descender. Creemos que con esa actitud nos protegeremos de cualquier peligro o desafío. Pensamos que podemos vivir una Pascua sin descenso. Pensamos que se puede vivir sin descender. Pero eso no es vivir, eso es estar muertos en vida. Eso les dijo el poeta peruano César Vallejo a sus amigos "achanchados", instalados en sus pequeñas seguridades y negocios, los mismos amigos con los que alguna vez había conversado, soñado, entrado en las profundidades de la vida, en largas caminatas nocturnas, leyendo poemas en voz alta. Esos mismos hoy eran cadáveres de sí mismos. Se habían convertido en los "últimos hombres". Y Vallejo les dice en su propia cara: 
"Qué extraña manera de estarse muertos / quienquiera /diría que no lo estáis / Pero, en verdad, estáis muertos / Flotáis nadamente [...] / vibrando ante la sonora caja de una herida / que a vosotros no os duele". 
Y termina, rematando con estos versos tremendos: 
"Estáis muertos / no habiendo vivido antes jamás".
La herida de la que habla Vallejo es la vida, y cuando esa herida no nos duele es que hemos dejado de sentir. Entonces, somos zombis, los "presentes/ausentes" de los que hablaba Heráclito. Vallejo descendió y ¡cómo! Tocó el dolor, la carestía, tocó al ser humano en su finitud y nimiedad como ningún poeta lo ha hecho. Fue un Cristo de la poesía latinoamericana que vivió en sus propio cuerpo y su voz el dolor de todos los seres humanos, y por eso dijo: 
"Hay golpes en la vida tan fuertes / yo no sé / golpes como del odio de Dios".
Es el "Eli/Eli/Lama/Sabactani" ("Dios mío/ Dios mío/ por qué me has abandonado") en versión chola, andina, dolientemente andina. Entonces, al negarnos a descender, creemos ahorrarnos el dolor y la angustia, pero el costo es que "estamos todos muertos".

La Pascua –como todas las fiestas y ritos del cristianismo– ha sido domesticada y convertida en una celebración insípida. Nadie habla del descenso, nadie se asoma al abismo que está a nuestros pies. Pero a todos nos tocará, tarde o temprano, descender. Es mejor que nos preparemos, que no nos "hagamos los lesos", que tengamos nuestro propio paracaídas (como lo tenía Altazor) para descender.

Nosotros tenemos que descender como individuos, pero también nuestra civilización tendrá que descender. Los países también descienden. Hay que llegar hasta el fondo. Sin atajos, sin autoengaños. O no habrá Pascua, ni resurrección, ni vida. Habrá la peor de todas las muertes: la muerte en vida. Eso es el Infierno. A ese Infierno le temía con razón el Dante. Ese Infierno en cuyo umbral está escrita esa terrible frase:
 "Dejad aquí toda esperanza".
La única posibilidad de que todavía exista esperanza es que vivamos la vida de verdad, sin anestesias, sin drogas espirituales, sin facilismos. "Déjate caer", como en la canción de Los Tres (se ve que leyeron "Altazor" de Huidobro). Regálate esa oportunidad de ser valiente y de caer. Si no desciendes, no habrá Pascua, ni verdadera felicidad, solo la medianía y conformismo y comodidad de los "últimos hombres". Tú tienes la posibilidad de elegir, si la muerte en vida o la vida que derrotó a la muerte. Y la derrotó entrando en ella, porque se atrevió a mirar cara a cara el Misterio. Decide, entonces, qué Pascua vas a celebrar: la Pascua insípida, vaciada de su sentido original, o la Pascua verdadera, la Pascua interior, la de los hombres y mujeres que descienden. Porque quieren vivir, porque quieren volar. La Pascua de los Altazores de ayer, hoy y mañana. Cae, cae, ¡cae al fondo de ti mismo!

Feliz Pascua.

Un abrazo desde mi jardín.



Estimado misterioso pueblo de Chile:

Así te nombró Hugo Herrera en un lúcido ensayo sobre octubre del 2019: “misterioso pueblo”. Herrera afirma: 
“El pueblo no es objetivable, es un poder dinámico y se contrae, se oculta en las profundidades, se intensifica con rapidez. Estaba en la marcha histórica, masiva, contundente de un día de octubre y al otro se esfuma. Y quizás retorne. Nadie sabe. Nadie puede saberlo”.
Tiene razón Herrera, eres insondable a veces y nadie ha sabido interpretarte bien, sondearte de verdad. Ni la izquierda ni la derecha. Insondable, misterioso, huérfano pueblo, huérfano de un proyecto político que dé respuestas a tus anhelos, tus miedos, tus esperanzas (si todavía las hay).

Cuando saliste multitudinario en octubre, una parte de la izquierda lo interpretó como la necesidad de revolución, en clave refundacional. Pero tú no querías revolución.

Y en septiembre pasado, nuevamente estallaste, pero ahora en silencio, cívicamente y dejaste a la izquierda en silencio, en shock, como antes habías dejado a la derecha en shock. Ellos, aferrados a sus ideas hechas, a sus respectivas ideologías, enamorados de ellas, no han tenido el coraje ni la imaginación para proponerte un relato, un proyecto político.

Se han mirado en el espejo de sus ideas y se han ahogado en ellas, como Narcisos. Uno, el Narciso de la derecha, un narciso, a veces un poco ramplón y desconectado, repite: “crecimiento, crecimiento”, como si ese puro mantra bastara. Y el otro Narciso, el de izquierda, frente a su espejo roto (no ha asumido que está roto), repite: “igualdad, igualdad”, como palabras mágicas que lo solucionan todo.

Uno ha creído que se puede hacer crecimiento sin dignidad, y el otro, igualdad sin crecimiento. Y seguimos dando vueltas en el laberinto de las confrontaciones predecibles de dos élites, tan desconectada la una como la otra, aferradas a sus ideas bellas, condenándonos a un laberinto sin salida.

¿Podrán esta vez ponerse de acuerdo, al menos, en las reglas constitucionales o estamos condenados a seguir a estos dos Sísifos de la política, la política del absurdo, sin resolver los grandes problemas y sin tener una carta de navegación para el futuro?

Tienes que ir a votar este domingo, otra vez, misterioso pueblo. Y la izquierda y la derecha esperan el resultado que depositarás en la urna para volver a mirarse otra vez al espejo. ¿O tendrán el coraje de salir de sus cómodos lugares de poder para ir a escucharte de verdad, habrá algún buzo táctico de la política que se atreva a sumergirse en las profundidades de tu ser insondable?

La palabra “pueblo” se ha gastado, la palabra “gente” también. ¿Existe el pueblo todavía, ese pueblo al que un Allende dirigía vibrantes discursos? ¿O ese pueblo ya cambió y ya eres otro? ¿Quién eres? El que llenó las calles de las ciudades en octubre del 2019 o el que votó masivamente en septiembre del 2022? ¿O eres el mismo pueblo como un monstruo con dos caras, pueblo cambiante, líquido, impredecible, inaprehensible? ¿Quién eres, pueblo de Chile, dónde estás, adónde vas?

“Vox populi, vox dei”, la voz del pueblo es la voz de Dios-reza el antiguo dicho. ¿Pero cuál es el dios que adoras, pueblo? ¿Acaso el becerro de oro del consumismo que se democratizó en estas décadas? ¿Acaso la dignidad, palabra tan hermosa y convertida en consigna vacía? ¿O acaso tu dios ahora es el orden, la seguridad?

Sociólogos, antropólogos, cientistas políticos siguen llenando páginas y páginas para entenderte. A ellos también (como a los políticos sus ideas hechas) les cuesta abandonar sus tesis. Cada uno se siente intérprete u oráculo del pueblo. Pero este pueblo no tiene intérpretes, ni oráculos, ni profetas. Afortunadamente, tampoco un líder claro y carismático (de esos que nacen todos los días en nuestra estropeada Latinoamérica).

Pueblo de Chile: estás solo, estás cansado y tienes miedo. Este domingo se oirá otra voz. ¿Será un clamor, un grito o sólo un susurro democrático? Quién sabe, nadie sabe. Esperemos. Recuerdo esa frase memorable de Heráclito el oscuro:
 “Espera y hallarás lo inesperado”. 
¿Qué es lo inesperado que nos traes este domingo de elecciones, misterioso pueblo de Chile? Lo esperamos con temor y temblor. 

Un abrazo.



Sr. Ministro de Cultura:

Acabo de leer sus explicaciones de porqué Chile ha decidido rechazar la invitación de participar como invitado de honor en la Feria de Frankfurt: es porque (lo cito) requiere “una gran cantidad de responsabilidades, recursos monetarios, profesionales, de gran magnitud; preferimos enfocarnos en la política del libro, la lectura y la biblioteca que tenemos pendientes…”. 

Efectivamente una Feria del nivel internacional de la Feria del libro de Frankfurt exige muchas responsabilidades y profesionales comprometidos seriamente en esa tarea, además de recursos monetarios. No podría ser de otra manera. No se pueden hacer las cosas a medias en un encuentro de este nivel de excelencia. ¿No cuenta Chile con personas disponibles para asumir esas responsabilidades ni con profesionales comprometidos seriamente en esa tarea, y tampoco con recursos para un compromiso adquirido con anterioridad? Si es así, significa que la cultura y la promoción del libro y la lectura no están entre las prioridades de este Gobierno.

Cuando uno tiene la convicción que la industria del libro es una industria por la que vale la pena jugársela desde el Estado, sabe que eso significa un compromiso serio, una dedicación profesional y recursos. Sin esas tres componentes, todo el resto es lírica, declaraciones retóricas, palabras vacías.

¿De qué sirve que el Presidente de la República cite a poetas en sus discursos si su ministro de cultura decide menguar, “achicar” la participación de Chile en esta Feria, limitando así el horizonte de nuestro posible desarrollo editorial y del fomento lector?

Uno preferiría que la política de austeridad estuviera concentrada en sacarle grasa a un Estado ineficiente, en reducir la cantidad de funcionarios públicos contratados por compromisos partidistas que en reducir nuestra participación inesperadamente en el evento mundial más importante del libro en el mundo.

Si uno tuviera la convicción de que esos recursos ahorrados irán de verdad a solucionar problemas sociales urgentes y no a esa zona gris u oscura de la dilapidación de los recursos del Estado (una verdadera “materia oscura” que ningún gobierno ha querido iluminar), tal vez uno podría intentar entender esta desafortunada e incomprensible decisión.

Frankfurt es una cancha grande para países que demuestran que la cultura no es una adorno, ni un lujo, ni una bolsa de trabajo para militantes del gobierno de turno: ahí no se habla ni se hacen gárgaras con la palabra “cultura” y “fomento lector”, ahí se hace cultura, ahí se intercambian libros, se leen libros, se promueven autores, con la misma seriedad que en una Feria tecnológica se promueve la tecnología y en una Feria del vino, se catan, venden, compran, y se abren nuevos mercados para el vino. Achicarse es la peor de las estrategias cuando hay que dar saltos y apostar por un verdadero desarrollo.

El libro (uno de los objetos tecnológicos más geniales que ha creado el hombre) necesita en Chile mucho más que unas Ferias paupérrimas y artesanales, mucho más que lo que hemos y no hemos hecho hasta ahora y esta feria en Alemania es la oportunidad de ir a medirnos, a competir con grandes, a probarnos en lides de primera división, es no resignarse a seguir jugando en el potrero o en el gran pantano de la mediocridad cultural y la indiferencia.

Usted debe ser, señor Ministro, nuestro Bielsa de la cultura, usted debe ponernos grandes desafíos y metas como país en el tema del libro, usted debe invitarnos a pensar en grande. De lo contrario, seguiremos siendo el país cuyas élites ya no leen, el país donde la mayoría de la población no sabe leer ni instrucciones para armar una mesa, el país sin programas culturales significativos en la televisión, el país donde se cierran más que nacen nuevos suplementos culturales en los diarios (los que nos quedan), el país donde no hay bibliotecas en la inmensa mayoría de los hogares, el país donde el libro sirve más para adornar que para instruir y enriquecer el espíritu.

Qué tristeza el ver bibliotecas públicas vacías, sin usuarios, que tristeza ver librerías que quiebran todos los días, escritores que no encuentran editoriales que los publiquen, y heroicos editores independientes que se juegan la vida por su pasión por hacer bellos y buenos libros y que sienten que los burócratas de la cultura no se la juegan en serio como ellos, qué tristeza ver un Gobierno que se dice “progresista” tomando esta decisión que sólo nos traerá más retroceso y decadencia.

¡Cuántos millones no se gastarán en programas inútiles, en proyectos diseñados para darle pega a operadores en vez de invertir en una Feria del nivel internacional como esta, que asegura más “retornos” (esa palabra amada por los economistas) que tanta ramplonería y feísmo cultural hoy en boga! Estamos mal. Un Ministro, el de Educación, coloca como una de sus prioridades la “alfabetización sexual” en los colegios, en medio de una debacle educacional de proporciones y otro, usted, el de Cultura decide restarnos como país protagonista de las grandes ligas donde se articulan las conversaciones, los contactos, los negocios, la compra y venta de derechos de autor, ahí donde el libro vive y se multiplica.

El Presidente dice estar en desacuerdo con esta medida. En buenahora. Y, una vez más, el Gobierno hará o intentará hacer una verónica o marcha atrás en una medida ya tomada. ¿Pero hay ahí verdadera convicción de lo que significa la industria del libro o sólo control de daños? ¿Quién y dónde, en el Gobierno, se están pensando estas medidas antes de tomarlas? ¿Hay gente pensando de verdad o puro activismo, tuiteos y retuiteos, y poca reflexión pausada y profunda en temas tan cruciales para el país como Educación y Cultura?

Por eso necesitamos más libros, más lectores, más Ferias, no menos. Le regalo una cita de Vicente Huidobro:
 “Hay que saltar del corazón al mundo hay que construir un poco de infinito para el hombre”.
 Parafraseo, señor ministro:
 “Hay que saltar de Chile al mundo, hay que construir un poco de infinito para el libro”.
 Preocupado por la decadencia de la elocuencia y del saber en Roma, el Pseudo-Longino en su “Tratado sobre lo sublime” decía:
 “ese afán insaciable de lucro que a todos nos infesta(…) es lo que nos esclaviza. La avaricia es ciertamente un mal que envilece”.
Esa cita la encontré en el libro “La utilidad de lo inútil” de Nuccio Ordine, que acaba de fallecer. Son verdades que se encuentran en los libros y que deben circular, multiplicarse, verdades de una inteligencia no artificial que debemos poner en el centro para que la Cultura no sea la “loca de la casa”, la cenicienta, la “pichiruchi”.

Lo saluda, Cristián Warnken.



Carta al Presidente de la República:



Señor Presidente de la República:

“Es hora de cerrar el duelo”. La frase no es mía, sino de José “Pepe” Mujica, expresidente de Uruguay, en el contexto de la conmemoración de los cincuenta años del golpe militar en su país. Cerrar el duelo no es consagrar el olvido. Todos los ritos de memoria, de recordar a los que partieron en horas aciagas y dolorosas, de no cejar -aunque parezca imposible- en esclarecer lo más posible lo que ocurrió, todo eso no solo es legítimo sino necesario.

Si esos ritos y actos de reparación no se hacen, toda comunidad está condenada a mantener hondas heridas abiertas, que tarde o temprano se infectan. En Uruguay se hace una marcha del silencio. Hermosa y significativa iniciativa. No los gritos, las vociferaciones, las consignas repetitivas, no, el silencio. El silencio para que nunca más. El silencio de una multitud puede decir más que miles de gritos.

Pero es hora de cerrar el duelo: el país debe hacerlo, y sobre todo la izquierda. Sí. La que sufrió en carne propia los horrores del fanatismo, el exilio, la desaparición, la tortura. Más grande y poderosa será esa izquierda si puede hacer esa resiliencia. Si no lo hace, quedará reducida a la administración de la victimización, que no es, sino, una forma de seguir dándole una victoria al victimario. Una parte de esa izquierda ya lo ha hecho, otra aún no lo hace.

Nadie tiene derecho, desde luego, de pedirle a quien sufre lo inconmensurable nada. Hay que respetar cada proceso de duelo personal, único e irrepetible. Pero tarde o temprano una comunidad tiene que cerrar el proceso de sanación y reencuentro y ello requiere de todas las partes grandeza, generosidad y humildad. Sobre todo generosidad de quienes fueron las víctimas de la violencia, en este caso de la violencia del estado.

Cuando Mandela salió de la cárcel y cruzó a tomarse un té con el líder de la minoría blanca, la minoría que había maltratado a su pueblo desde lejanos tiempos y lo había condenado a él a pasar largos años de encierro en una cárcel estrecha, en ese momento hizo un gesto político y ético de envergadura, invitó a sus seguidores (que clamaban en ese momento por venganza, por hacer arder por los cuatro costados las calles de Sudáfrica) a dar un salto de conciencia.

Son fundamentales los líderes adecuados para esos momentos en que una comunidad, después de largos años de división, decide cerrar el duelo. Mujica y Mandela son de esa estirpe de líderes que, desde su propio sufrimiento personal, dejan de mirar atrás: no cometen el error de Orfeo que miró atrás a Eurídice a punto de salir de la muerte a la vida, y la perdió para siempre. ¿Qué representa Eurídice en el caso de las comunidades fracturadas?

Tal vez la patria muerta que renace después de un largo viaje por las sombras. Pero solo si miramos hacia adelante, hacia la salida del largo túnel oscuro, adonde nos condenan las pasiones (muchas veces pasajeras) de la historia. Mujica y Mandela han sido los Orfeos de sus países. Hay mucho que aprender de ellos, Presidente, sobre todo en estas horas en que algunos -los que levantan su voz contra el negacionismo-practican un negacionismo tan brutal como el que dicen combatir.

Quieren negarnos a que estudiemos la historia, quieren negarnos a que escuchemos todas las versiones de lo ocurrido antes de la tragedia de 1973, quieren negarnos a que nos sentemos a conversar con nuestros ayer enemigos y hoy adversarios, quieren condenarnos a un relato oficial, a una verdad única. Es decir, quieren condenarnos a una dictadura tan feroz -pero de signo opuesto- a la que ellos mismos padecieron.

Eso es inaceptable, Presidente, es desvirtuar completamente el verdadero sentido de una conmemoración de estos cincuenta años. Si queremos que de esa conmemoración participen todos los chilenos y chilenas, poner a una mordaza a quienes osen plantear matices, interpretaciones distintas de una supuesta “verdad oficial”, es practicar el viejo y nefasto sectarismo de la que la izquierda y la derecha hicieron gala en los 70, sectarismo devastador, que dividió a las familias, que inoculó el odio y que terminó abriendo el espacio para que los peores demonios se desataran atacando allí donde las virtudes cívicas se habían debilitado irremisiblemente.

Nos quieren condenar a seguir encadenados en el pozo infesto de la historia, como esclavos de un resentimiento primario desde el cual no se puede forjar ningún proyecto colectivo ni tejer juntos ningún futuro. El encargado de coordinar y dirigir las actividades de conmemoración por usted designado, acaba de ser la primera víctima de la hoguera inquisitorial que los dueños de la verdad han encendido, solo por una frase sacada de contexto dicha en una entrevista radial.

Presidente: es urgente apagar esa hoguera, cualquier hoguera donde no haya espacio para la duda. Usted ha repetido varias veces esa memorable frase de Albert Camus, de que la “duda debe acompañarnos como nuestra propia sombra”. Solo dudar nos permite abrir una rendija para mirar por primera vez al otro, que piensa distinto a mí.

No debemos dudar de ciertos mínimos éticos fundamentales (como el respecto irrestricto a los derechos humanos), pero sí tenemos el derecho y el deber como comunidad de dudar de los relatos políticos, de las supuestas verdades históricas. Dudar no es olvidar. Cerrar el duelo y dudar, pensar juntos en la duda (que nos une más que la verdad) es tal vez el mejor homenaje que podemos hacer a las víctimas del odio y de una verdad (donde no hubo espacio para ninguna duda)impuesta en 1973 a sangre y fuego.

Lo saluda fraternalmente, Cristián Warnken.


Continuación

Itsukushima Shrine.

2 comentarios:

  1. uno de los grandes intelectuales vivos de actualidad

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    1. hola, podrias decirme datos del curriculum academico de este señor por favor? es para una tarea de hoy.

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