Bibliotecas y mi colección de libros

Lema

Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

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jueves, 11 de junio de 2015

260.-Umberto Eco entrevista; Hermann Hesse. .-a



                                    Entrevista Umberto Eco.


  



Clac, clac. El paso de Umberto Eco por las calles de Milán es acompasado por los golpes de su bastón contra el pavimento, mojado por una lluvia suave de otoño. Con ese bastón de sauce, su sombrero modelo Fedora, su gabardina y unos andares nerviosos, Umberto Eco tiene el aspecto de ser un detective clásico que nos guiara por una ciudad de otro tiempo, repleta de conspiraciones, anécdotas y aventuras.
El hombre que, siendo uno de los semiólogos más importantes del mundo, se reinventó en 1980 como novelista con El nombre de la rosa, libro que lleva ya vendidos 50 millones de ejemplares, se dirige a su casa, situada en una de las dos mejores plazas de Milán, frente al imponente Castello Sforzesco, punto de atracción de los turistas y que Eco desmitifica con una simple frase:

“Bueno, es una copia del siglo XIX, como todo el gótico francés”.


Una vez en casa, cuelga sus cosas en el perchero –donde reposan media docena de sombreros y, al lado, muchos más bastones– y, mientras los visitantes se sorprenden del moderno interiorismo, con paredes de color blanco, grandes ventanas diáfanas, muebles de diseño, butacas ergonómicas –“¿qué pasa?, ¿esperaban un monasterio medieval?”–, nos pasea por “el pasillo de la literatura”, una parte de su impresionante biblioteca de 35.000 volúmenes, que se distribuye de modo aleatorio por las dos plantas del domicilio. “Este es el estudio de los ensayos, allá junto al lavabo tengo a los lógicos ingleses”, dice señalando un lugar en el que no reina ningún orden aparente. Pero ¿puede orientarse en este caos bibliográfico?

“¡¿Caos?!”, clama fingiendo indignación. “¡A ver, dígame el nombre de un filósofo!”.

“Mmm... Hume”. Y Eco aparta una butaca giratoria que le había salido al paso y avanza enérgicamente hacia uno de los tres tabiques de estanterías de su despacho, para agarrar un grueso volumen que contiene la Investigación sobre el entendimiento humano del ensayista escocés. “¡Dígame otro!”. Y, así, van apareciendo Aristóteles, Aquino, Wittgenstein... Como si respondieran al llamado de este acelerado personaje al que nadie le echaría sus 83 años.

“Un dicho alemán dice: ‘Aprendo una palabra al día’, y yo las tengo todas aquí”, ríe.

Cansados de que nunca falle localizando sus volúmenes –a veces en los lugares más inverosímiles– le preguntamos:

 ¿nunca ha perdido un libro? “Por lo general, no, tengo muy buena memoria posicional, el drama es cuando yo recuerdo uno de hace treinta años con la portada verde y se ha descolorido y vuelto ya amarilla, en ese caso no lo encuentro”.

Tiene etiquetas temáticas sobre los estantes, “pero todas están equivocadas”, superadas por la constante acumulación. En una cajita guarda su colección de pipas, sobre la mesa de trabajo reposa una lupa, tras unas vitrinas adivinamos manuscritos medievales, y en el salón hay una escultura de Hermes de mármol, unos facsímiles de los evangelios sobre un atril… También pasamos ante un muro que él llama “mi cementerio” porque en él cuelga fotos de sus amigos muertos, como la actriz Franca Rame, esposa de su vecino, el nobel Dario Fo.

 Pero lo que a él le hace más gracia es una viñeta de The New Yorker que ha enmarcado, “la mejor de su historia”: en ella se ve a un niño a quien su madre le dice:

 “No, tú has sido parido, no descargado”.

El escritor conserva también la caricatura que le hizo el dibujante Georges Wolinski, del semanario Charlie Hebdo, asesinado el pasado enero en París, en la que se lee:

 “¡Viva Umberto!”. “Tenía mi misma edad…”, sacude la cabeza. Hay dos ordenadores al lado, uno para su secretaria y otro para él, en el lugar donde escribe sus novelas, aunque confiesa que “no tengo reglas. Puedo pasarme horas escribiendo sentado en el baño, de hecho bastantes veces. Y en mi casa del campo soy aún más productivo, la tengo en Montefeltro, no lejos de Urbino y San Marino, en las colinas, con valles y bosques alrededor, una zona salvaje, huyendo de la Toscana, que es un país de pijos extranjeros.
En realidad, mis mejores ideas me vienen cuando nado, ya sea en el mar o en la piscina. Hay escritores profesionales, como mi amigo Vargas Llosa, que se marcan un horario estricto, escriben hasta las cuatro y luego ven a los amigos, pero yo sería incapaz de hacer una cosa así, tan metódica, soy italiano”.

Muerde tabaco constantemente y su interlocutor llega a temer que, en algún momento, vaya a escupir todo ese material, pero no, por lo que se deduce que acaba tragándoselo.

 “No se asusten, fumé en pipa de los 20 a los 60 años, pero la tenía siempre en la boca y la tuve que dejar. Sé que da una imagen rara esto de mascar un cigarrillo, el otro día una señora me dijo: ‘¿Por qué no lo enciende? Va todo el día con eso en la boca’ y yo le respondí: ‘Señora, ¿no ha tenido nunca usted cosas en la boca sin encenderlas?’”.

En el recorrido por la vivienda, solamente hay una zona vedada:

 “¡No, ahí no se les ocurra entrar! ¡Es el territorio privado de mi mujer. ¡Zona sagrada!”. “Umberto, por favor…”, sonríe, al otro lado, la alemana Renate Ramge, su esposa desde 1962.

Él insiste en que nunca ordenará todo lo que vemos: 


"No quiero que nadie ponga sus manos aquí. En el sótano guardo las cajas con los manuscritos.

Tengo ofertas de las universidades norteamericanas. Un conocido autor italiano, que no quiero nombrar, recibió una oferta de una universidad por el manuscrito de su novela… y él lo había tirado a la basura. ¿Saben qué hizo? Tomó un libro impreso y se lo dio a una secretaria para que lo volviera a pasar a máquina, luego borró muchas líneas, simuló unos tachones y volvió a escribir lo que estaba escrito pero a mano, como si fueran correcciones… y lo vendió por varios miles de dólares, ¿qué les parece? Yo lo dejo todo así, porque ¿qué harían, si no, mis estudiantes cuando me muera? Hay que pensar en dejar trabajo a las generaciones futuras…”.

Umberto Eco lleva más de 40 años viviendo en Milán, la capital editorial de Italia, donde tienen su sede los grandes grupos como Mondadori, Rizzoli o Mauro Spagnol, mientras que Turín y Roma albergan editoriales más pequeñas.
Nació en Alessandria (no la egipcia, sino la italiana) en 1932, y empezó a publicar en 1956, en concreto su tesis doctoral, titulada El problema estético en Tomás de Aquino.

Le seguirían, años después, ensayos míticos como Apocalípticos e integrados (1964) y el Tratado de semiótica general (1975). El éxito que obtuvo en su estreno como novelista, con El nombre de la rosa en 1980 –adaptada al cine en 1986 por Jean-Jacques Annaud, con Sean Connery– le hizo publicar después otras ficciones como El péndulo de Foucault (1988), La isla del día antes (1994), Baudolino (2000), La misteriosa llama de la Reina Loana (2004) o El cementerio de Praga (2010).

Este año ha sacado a la calle Número cero, una sátira ambientada en la Italia de 1992, donde un empresario parecido a Berlusconi pone en marcha un periódico que no se publica, solo cierra números cero, con la intención de traficar con la información y conquistar espacios de poder.

  

¿Cómo era su padre, professore?

Era el director de una empresa que vendía hierro y bañeras. Combatió en todas las guerras: la del 14-18, luego lo enviaron al frente de Libia, y en la Segunda Guerra Mundial. No tuvo una vida fácil.

¿Qué influencia tuvo en su vocación de escritor?

Era hijo de un tipógrafo, y yo he puesto en mi última novela nombres de familias tipográficas a los personajes. Mi padre tuvo 12 hermanos, no podían comprarse libros, y se iba a los quioscos a leer los fascículos de las novelas por entregas, hasta que el quiosquero lo echaba, se iba a otro quiosco y allí leía otro trozo. Colecciono aún libros impresos por mi abuelo. Yo leía en su casa, recuerdo Los tres mosqueteros de Dumas, ilustrado por Maurice Leloir.
Cuando murió, se le quedaron muchos manuscritos por editar en una caja, novelas populares a las que nadie hizo caso. Esa caja terminó en el almacén de mi familia y yo a los 8 o 10 años devoré esos manuscritos, eran aventuras fantásticas.
La otra influencia fue mi abuela materna, una mujer que no tenía educación, tal vez la primaria, pero sí una pasión increíble por la lectura, se iba a las bibliotecas y siempre tenía un montón de novelas en casa. Leía Balzac o Stendhal como si fueran una novela rosa, sin sentido crítico, pero me prestaba esos libros y yo me sumergía en la gran novela francesa a los 12 años.

¿Y su madre?

Mi madre leía revistas, cuentos de las revistas femeninas… Leyó Madame Bovary, de vez en cuando aceptaba esos libros. Pero la verdad es que yo no crecí en una casa rodeada de libros. Ahora, esta tarde, viene mi nieta, que tiene 14 meses, y ella ya podrá decir otra cosa, porque se pone a jugar con mis incunables.

De niño, fue feliz ¿a pesar de la guerra?

Siempre tienes la nostalgia de la infancia. La mía es la de aquellas noches en los refugios antibombardeos, en un sótano muy oscuro y húmedo, fuera se escuchaban las bombas.
Nos despertaban en casa a las tres de la madrugdaa y nos llevaban abajo rápidamente, los padres estaban asustados mientras los niños jugábamos. Para mí es un recuerdo agradable, y hubiera podido morir…

¿Qué quería ser de mayor?

Antes de los cinco años, conductor de tranvía, porque siempre que subía a uno me fascinaba la maleta tan bonita que tenía, con todos los billetes dentro. Mi editora, hace veinte años, encontró una maleta de esas y me la regaló. Luego quise ser oficial del ejército, crecí en la época fascista. Andaba como un soldado por la calle, digamos que hasta los ocho o nueve años.
 Luego ya quise ser periodista. Pero me inscribí en la Facultad de Filosofía, aunque no me veía haciendo carrera universitaria, me parecía algo muy complejo, buscaba trabajo en editoriales con la idea de, a los 40-45 años, hacerse profesor sin mucho compromiso, sin dar muchas clases, como externo, la libre docencia. Pero, en realidad, hice eso a los 29 años.

francia vera valdes

Nadie se cree que un libro de Umberto Eco se lea en dos tardes. Este último, Número cero, no parece escrito por usted…

Mis novelas anteriores eran sinfonías, este es un solo de Charlie Parker. Lo mejor fue la llamada de mi editor francés, que me hizo mucha ilusión: “Umberto, ¡esta novela parece escrita por un jovencito!”. Mis novelas anteriores me tomaron al menos seis años de trabajo cada una, pero esta se basa en experiencias personales, en noticias políticas fáciles de encontrar y solo me ha ocupado durante un año.

¿Tan mala imagen tiene de los periodistas?

Describo un periódico asqueroso, que juega con la información no para publicarla, sino para especular. Por lo general, los periódicos no son así. Pero ilustres periodistas italianos como Scalfari me han dicho: “Umberto, señalas algunos de nuestros problemas más graves, las taras del periodismo de hoy”. Roberto Saviano, tal vez exagerando, ha dicho que es un manual de periodismo. ¿Qué denuncio yo? Si un periódico entrevista al presidente, el poder de influencia de esa entrevista debería ser sobre el público, no sobre las altas esferas, que es lo que está sucediendo. Se hace periodismo para las élites.

El chantaje de hoy no es que yo le digo a mucha gente que usted ha robado, sino que se lo cuento solamente a dos. Voy a la mesa de una persona importante, le cuento la noticia y sugiero que podría contar más. Ahí es donde los periódicos tienen su verdadero poder, no sobre el hombre de la calle que lee el mismo texto de una forma distraída y no se da cuenta de los mensajes en clave.
¿Por qué hay tantos pequeños periódicos que venden muy poco pero reciben subvenciones?
 Porque su función es la de enviar un mensaje privado. Dicen: “Yo sé algunas cosas y podría decir más”, y con eso consiguen favores.

Usted dice que se puede engañar diciendo la verdad. ¿Cómo?

¡Claro! Es lo que hacen los periodistas que activan la máquina del fango, no es necesario lanzar acusaciones muy graves: de asesinato, robo… Si no tienes eso, y quieres desacreditar a alguien, basta una sombra de sospecha sobre el comportamiento cotidiano.

Hay un juez italiano al que destruyeron con una chorrada: lo describieron sentado en un banco, en un parque público, no hay nada malo en eso, pero no se corresponde a la imagen clásica que tenemos del juez. Se dijo que quizás fumaba marihuana como otra gente que iba al parque, que era extraño que estuviera allí con tantos casos pendientes en su juzgado, se puso énfasis en sus calcetines ridículos de colores… Y, hace un tiempo, un periódico que me tenía manía publicó unas insinuaciones sobre mí, dijo que me habían visto comiendo en un restaurante chino, con palillos, y con un desconocido.
Un desconocido para ellos, claro, porque era un amigo mío. Pero lo explicaban de una manera que daba pie a sospechas, porque decir que alguien está con un desconocido te hace pensar en una novela de espionaje, y si hay palillos y chinos de por medio casi puedes ver al Doctor Fu Manchú. Así actúa el ventilador del fango…
En Internet hay páginas que aseguran que usted está a punto de ser padre, que tiene inversiones en restaurantes y en empresas de vodka… Parece que haya creado usted estas webs de noticias falsas como promoción…

¡Ni lo sabía! Una vez se escribió en Wikipedia que éramos 13 hermanos y que me había casado con la hija de mi editor. También se publicó mi muerte, una noticia que considero algo prematura.

Sus novelas anteriores daban pie a teorías de la conspiración, pero ahora parece usted reírse de ellas…

Uno de los periodistas se pregunta: “¿Y si en vez de ejecutar a Mussolini hubieran matado a su doble?”. Todo se basa en detalles de la verdad histórica. La historia de Mussolini me atrae, cuando huía de Italia y le salió al paso su esposa, no quiso ni saludarla, eso es un hecho real, del que el periodista fantasioso extrae la conclusión de que no era el auténtico Mussolini. Mussolini forma parte de mi vida, fui muy amigo de Pedro, el militar que lo arrestó.
Y conocí al coronel Valerio, que lo mató, del cual se descubrió años después quién era, Walter Audisio, que vivía a dos manzanas de mi casa. Mi padre siempre lo saludaba por la calle en Alessandría, aunque no llegaron a ser íntimos.

Se ocupa también últimamente de lo que llama el stay-behind, las operaciones secretas de los Estados…

Es escalofriante ver todos los crímenes que cometen a diario los Estados, pero no solo las dictaduras, sino también los Estados democráticos. No se salva un solo país. Mis personajes de Número cero acaban diciendo que se irán a América Latina.

Pero no será porque no hay allí crímenes…

Sí, pero ellos dicen que al menos allí no son secretos, porque ya se sabe que el narcotráfico forma parte de las estructuras de ciertos Estados. Italia, a principios de los noventa, todavía parecía que podía salvarse, porque empezaban los grandes procesos judiciales contra la corrupción, pero hoy ya está igual que esos países que han asumido como una fatalidad que el crimen se introduzca en las estructuras estatales. Italia asume que el crimen forma parte del Estado, que está ahí infiltrado.

¿En qué año se jodió Italia?, parafraseando a Vargas Llosa…

Hacia 1994, cuando llegó Berlusconi.

¿Aún da clases?

Bueno, voy una vez al mes a Bolonia. Doy alguna, sobre todo conferencias, dirijo la escuela superior que organiza los doctorados. Tengo la necesidad de hablar en público y explicarme, debo calmar esa necesidad.
Dar clases permite darte cuenta de que haber escrito un libro sobre un tema no quiere decir que conozcas bien ese tema, en un libro te quedas tan ancho, dices: “la influencia de Baudelaire en Joyce”, y ya está, pero en clase los alumnos te exigen que se lo aclares bien y así descubres nuevas cosas y planteamientos falsos. Yo ya nunca escribo un libro sobre un tema sin haber dado antes clases sobre eso.

De hecho, su libro más influyente es Cómo se hace una tesis, ¿verdad?

Yo diría que hasta el más leído. Millones de estudiantes lo han usado en todo el mundo como guía para redactar sus tesis. Ahora lo han publicado en Estados Unidos y tiene unas críticas entusiastas, sigue siendo útil en la era de Internet aunque yo la haya escrito a mano. Después de mi muerte, ese será el único libro que me sobrevivirá.

Usted solo ha escrito siete novelas, pero 40 ensayos…

Bueno, 42.

Pero para la gente es un novelista. ¿Le disgusta?

No, porque la mayoría de mis obras se dirige a un público más restringido. Yo escribí mi primera novela tardíamente, cuando salió El nombre de la rosa ya tenía 48 años. Quería editar unos 2.000 ejemplares de ese libro en una pequeña editorial muy selecta, pero me llamaron enseguida el gran Giulio Enaudi y el director de Mondadori para ofrecerme un gran contrato y una tirada de 30.000 ejemplares, sin haberlo leído. Me emocioné y con el dinero de ese adelanto me compré una maleta de cuero, muy bonita, que todavía conservo.

Hay varios editores que cuentan que usted salvó sus editoriales con El nombre de la rosa…

Ah, sí, como Esther Tusquets, que la publicó en español. Cuando empecé con ella, trabajaba allí, en Lumen, Beatriz de Moura, la fundadora luego de Tusquets y su marido; estaban reconvirtiendo una editorial de libros religiosos en otra más literaria, y no fue sino conmigo, y con Mafalda de Quino, cuando empezaron a tener éxito. ¡Ah, Beatriz de Moura era la mujer más guapa de la feria del libro de Fráncfort! Eso es mucho…

¿Qué son los eruditos hoy?

Es una paradoja, pero la verdad es que suelen ser perdedores. Vivimos en un mundo en que el físico que gana el Premio Nobel no sabe nada de la historia de la literatura. Puede haber un corrector de libros que sea un sabio, pero ese conocimiento excelso no le sirve para nada en la vida. Hoy se da un fenómeno de hiperespecialización, que es muy estadounidense.
Así que los grandes sabios son muchas veces empleados de correos a media jornada u oficinistas grises. El otro día le dije a un prestigioso profesor de literatura francesa de una universidad de Estados Unidos que estábamos llegando a un “taylorismo” de la cultura, es decir, que cada uno es capaz de hacer solo una sola cosa. Y me preguntó:
 “¿Qué es el taylorismo, Umberto?”

Pues eso mismo que le pasa a él, que no sabe casi nada de ninguna otra cosa que no sea lo suyo.

Lleva más de 40 años viviendo aquí en Milán. ¿Cómo ve la política en el norte de Italia?

La Liga Norte quería dividir Italia proclamando la independencia, pero ahora se ha unido a los fascistas, nacionalistas italianos, porque el nuevo líder de la Liga es un oportunista, y lo de la independencia ya no resulta prioritario.
Es un hombre sin ideología que se sube al caballo ganador y se está mezclando con la extrema derecha. Cada vez es más difícil saber qué es este partido.

Se ha publicado que prepara usted una secuela de El nombre de la rosa.

No. Sí me lo pidieron, pero dije que no. Fue mi editor en inglés. No le diré la cantidad que me ofreció. Pero ese libro ya está escrito y no hay más que añadir.

¿Perdió la fe estudiando a Tomás de Aquino?

Coincidió, sí, percibí unos problemas político-religiosos que me alejaron de la Iglesia. Mi tesis doctoral la empecé habitando el mundo de santo Tomás y la entregué ya desengañado, cuando ya vivía en otro mundo.
 Eso le da al texto un carácter más rico, porque tiene ambas visiones, desde dentro y desde fuera.

Fue también guionista de televisión…

A finales de 1954, en los inicios de la televisión, la RAI tuvo un nuevo presidente que quiso abrir puertas. Convocaron un concurso para reporteros televisivos, con el fin de renovar las caras. Nos fueron a cooptar a unos cuantos. El filósofo Gianni Vattimo y yo sacamos la máxima puntuación y nos contrataron, sin haber hecho ni siquiera un curso de TV ni nada previamente. Me fui a los tres o cuatro años, pero los que se quedaron llegaron a ser grandes jefes.
Yo me fui al departamento artístico, que hacía la parrilla de programación, era un trabajo muy aburrido, pero que me permitió conocer toda la organización y estructura de la RAI. Entonces había un solo canal, en blanco y negro, pero a las nueve de la noche ponían Shakespeare, Guerra y paz, o Pirandello, y a la gente le iba bien, lo veía.
Ahora veo programas en que gritan y se insultan. La televisión antigua era mejor en eso, casi no había programación basura. Los jóvenes ahora miran más YouTube, no sé si serían capaces de ver una película de Wim Wenders que dura cuatro horas.

¿En qué trabaja?

En cosas filosóficas y semióticas, preparo la edición de todos mis escritos de semiótica, serán unas 3.000 páginas. La semiótica es muy útil, yo la llamé la teoría de la mentira porque hay unos signos que se ocupan de algo que me permite decir lo que hay, pero, aún más, hay otros que me permiten decir lo que no hay y nunca ha estado.
La semiótica es todo aquello que se utiliza para decir mentiras. Otro trabajo enorme que tengo es revisar todas las traducciones de mi nueva novela, y debatir con los traductores de cada lengua.

¿Aún lee cómics?

Solo los antiguos, que compro en los mercadillos, cosas de mis tiempos, porque las novelas gráficas de ahora me parecen demasiado difíciles.

¿Más que esos textos medievales que tiene por ahí?

¡Sin duda! El cómic hoy se ha convertido en un género extremadamente difícil de descifrar.

Este año se celebra la Exposición Universal de Milán, ¿qué va a hacer?

Huir a mi casa de campo. Me corresponde presentar un acto sobre el primer libro publicado en Italia de Cicerón… y luego me iré corriendo

  

Biblioteca personal.

En los últimos años de su vida Umberto Eco gustaba de brindar entrevistas al interior de su departamento de Milán que había adquirido a principios de los años noventa, más precisamente en su biblioteca que a menudo aparece en fotos y videos que circulan profusamente en Internet. Es muy popular un fragmento del video de una entrevista en el que se ve a Eco caminando por los pasadizos y cuartos donde se ubicaban los estantes blancos atiborrados de libros en su biblioteca milanesa.
Durante estas entrevistas y principalmente en el libro Nadie acabará con los libros (Barcelona, Lumen, 2010), Eco brindó varias pistas sobre su colección de libros, su contenido, organización y cuidados. En las siguientes líneas todas las páginas consignadas entre paréntesis remiten a esta obra, en tanto que las citas a otras fuentes se ubican al final de este recuento, elaborado como un pequeño homenaje a poco más de haberse cumplido dos años del fallecimiento de este sabio italiano.

“Bibliotheca semiológica curiosa lunática mágica et neumática”

Eco la llamaba Bibliotheca semiológica, curiosa, lunática, mágica et neumática[ii], porque versaba sobre el saber culto y el saber falso. En otras palabras, coleccionaba “todo lo que tiene que ver con la ciencia falsa, estrafalaria, oculta, y con las lenguas imaginarias”. A Eco le fascinaba “el error, la mala fe y la estupidez” . Además sentía atracción por los libros “con anotaciones de desconocidos”.


Una copiosa biblioteca en dos locales separados

En 2002 Eco afirmaba que había realizado un conteo que había arrojado un total de 30,000 volúmenes en su biblioteca de Milán, cantidad que por exigencia propia no debía ser sobrepasada realizando por ello una selección cada seis meses a fin de determinar los libros que podían ser trasladados a su casa de campo de Monte Cerignone[iii] cerca de Rímini, situada a más de 300 km de distancia de Milán y que en otro tiempo había sido un establecimiento jesuita. En mayo de 2015 Eco calculaba tener 35,000 libros en su casa de Milán[iv] y 20,000 en Monte Cerignone. Eco bromeaba sobre su biblioteca en Milán: “si la robaran necesitarán dos noches para guardar todos los libros y un camión para transportarlos”.

Las adquisiciones

Eco establecía diferencias entre su biblioteca personal y su colección de libros antiguos. Los más de 50,000 libros (la biblioteca personal) eran en su mayoría modernos, comprados a lo largo de los años y también obsequiados. Su colección de libros antiguos sumaban unos 1200 títulos, todos seleccionados y adquiridos por Eco (p. 257) presumiblemente  “después de los cincuenta años” (p. 261) cuando la mejora ostensible de sus ingresos por el éxito literario alcanzado le permite convertirse en un “verdadero bibliófilo” según sus propias palabras. Aunque no lo precisa, es de suponerse que en el grupo de libros antiguos se incluye a la veintena o treintena de incunables de su propiedad.

La distribución de los espacios

En Milán su biblioteca se encontraba repartida a la manera de un pequeño laberinto de estantería de diversas dimensiones que en varios sectores llegaba hasta el techo, y escaleras corredizas adosadas a ella. En Monte Cerignone por lo que se puede apreciar en algunos videos la estantería era de ángulos ranurados en el depósito principal, habiendo también libros distribuidos en otros ambientes colocados en estantes de diversa manufactura.

Organización

Además de los libros propios de su especialidad y sobre la Edad Media, la biblioteca constaba principalmente de las siguientes grandes áreas:

Narrativa
Libros raros o antiguos (exhibidos en grandes vitrinas)
Libros escritos por él y sus traducciones a varios idiomas
Libros escritos sobre él
Libros para regalar y cajas por todas partes
Una sección de “idiotas”
También separó “las obras de ficción, la literatura, los ensayos teóricos, las obras de filosofía, de lingüística, de historia, de sociología, estableció en el sentido de cada sección, un orden cronológico y, para un mismo periodo, se fijó una clasificación alfabética”[v]. En Milán, el lado derecho de cada balda ostentaba un pequeño rótulo que identificaba la materia de los libros que contenía.

Incunables.

Eco declaraba tener “unos 30 incunables” , algunos de los cuales son:

Peregrinatio in terram sanctam, de Bernhard von Breydenbach. Speier, Peter Drach, 29 julio 1490.
Hypnerotomachia Poliphili (1499). Probablemente impreso por Aldo Manuzio
Crónica de Nuremberg
Arbor vitae crucifixae de Ubertino da Casale
Malleus maleficarum de Jacobus Sprenger y Henricus Institoris (1492). Encuadernado por Moisés Cornudo, un judío que trabajaba para los cistercienses y que firma con un Moisés con cuernos.
De civitate dei cum commento de San Agustín (1490)
Cinco incunables encuadernados juntos en un volumen


Otros libros.

Primera edición del Ulises de Joyce en inglés
Otra no especificada autografiada por el mismo Joyce
Un Marinetti
La filosofia nel Medioevo. Dalle origini patristiche alla fine del XIV secolo de Étienne Gilson (de los 50 del siglo XX, cuyas páginas se encuentran friables, aunque con un valor especial por tener anotaciones propias de la época de licenciatura de Eco)
Un Paracelso
De Laudibus sanctae Crucis de Raban Maur (1503)
Monstrorum Historia por Ulisse Aldrovandi (1672)
Corpus hermeticum por Marsilio Ficino (Eco no precisa el año de edición)
Monumenta germania historicae
Un Ptolomeo
Todas las obras de Atanasius Kircher excepto Ars Magnesia. Se menciona especialmente a Turris Babel, sive Archontologia (1679) y Musurgia universalis (1650)
Robert Fludd
Obras de Gaspar Schott, jesuita alemán discípulo de Kircher
De harmonia mundi de Francesco Giorgi (1525)
Offenbarung göttlicher mayestat de Aloysius Gutman
Dos Aristóteles del siglo XVI 
Dos mnemotecnias en español del siglo XVIII
Una colección de obras donde se confirma o niega la autenticidad de Shakespeare
El Mahabharata, tres ediciones en tres lenguas diferentes
Commentarii in libros sex Pedacii Discoridis de Pietro Andrea Mattioli (probablemente una edición de 1560 o 1565)
Cyrano de Bergerac de Edmond Rostand (1897)
Un diccionario de italianos contemporáneos
Grabados sueltos, entre ellos uno a color de Coronelli.
Le avventure di Pinocchio de Collodi, con las ilustraciones de Mussino (1911)
Los novios (I promessi sposi) de Alessandro Manzoni (1827)
La catedral de Joris-Karl Huysmans (1898), con dedicatoria del autor
Sylvie de Gérard de Nerval publicada en la Revue de deux Mondes (1853)
Crusader Castles de Lawrence de Arabia

También conservaba varios catálogos de libreros anticuarios.

Especial estima tenía Eco por las novelas de folletín e historietas: Fantomas, Rocambole, etc. También se menciona a La muerte de Venecia de Mauricio Barres, La Atlántida de Pierre Benoit, Tartarín de Tarascón de Alfonso Daudet;  Rôtisserie de la reine Pédauque, Jocaste et le chat maigre  de Anatole France; La novela de un espahí de Pierre Loti, Afrodita, Las canciones de Bilitis, La mujer y el payaso de Pierre Louÿs, Pel di Carota de Jules Renard. Hasta pornografía: Eco confesaba tener en su casa de campo “tres o cuatro cajas de Penthouse y de Playboy”

La antibiblioteca

La biblioteca de Umberto Eco inspiró al escritor Nassim Nicholas Taleb la idea de la antibiblioteca en su obra The black swan: the impact of the highly improbable, que puede definirse como el conjunto de libros que no hemos podido leer, muchos más numerosos que los ya leídos, pero que se encuentran físicamente allí listos para ampliar nuestros conocimientos. Los libros no leídos, por el potencial que encierran para la investigación, deberían ser más valorados que los leídos, lo que no ocurre en las bibliotecas particulares donde generalmente se valora la cantidad de libros leídos por su propietario como medida de sus propios conocimientos.

De allí la sempiterna pregunta: ¿Ha leído todos sus libros? A lo que Eco contestaba: “No, estos son los que tengo reservados para leerlos al final del mes. Los otros los tengo en mi despacho”.

Verdaderamente su experiencia como lector y profesor universitario le ayudaba a tener una idea cabal del contenido de un libro con sólo ojear sus primeras páginas, entendida como una suerte de “lectura superficial” que no debía ser confundida con la “lectura rápida” a la que aludía humorísticamente Woody Allen en una célebre frase suya: 

““He hecho un curso de lectura veloz y he leído La guerra y la paz en veinte minutos. Habla de Rusia”.

Sin catálogo

Carecía de catálogo, aunque trataba de agruparlos por materias:

 
“un día a mi secretaria se le ocurrió hacer un catálogo de mis libros para registrar su ubicación. Le dije que lo dejara. Si estoy escribiendo un libro sobre La lengua perfecta, consideraré mi biblioteca en función de ello, la colocaré en consecuencia. ¿Qué libros pueden ayudarme mejor sobre este argumento? Cuando termine, algunos volverán al estante de lingüística, otros al de libros de estética, mientras que otros estarán implicados ya en una nueva investigación”
Para localizar sus libros Eco tenía que recordar dónde se encontraban éstos, la «navegación de memoria» de la biblioteca que le permitía “ir a buen puerto, pero también perderse y dejarse llevar».

Miedo al incendio

Según sus propias declaraciones pagaba una crecida suma por seguro contra incendio, en parte impresionado por el incesante trajín de un bombero vecino suyo que atendía emergencias a todas horas.
Si tenía algo que salvar en caso se produjera un siniestro, Eco había manifestado que salvaría su disco duro externo de 250 Gb “que contiene todos mis escritos de los últimos 30 años”, “algunos de los libros antiguos más queridos y el incunable Peregrinatio in terram sancta por sus ilustraciones plegadas.


Los “libros de su vida”

Eco declaró que no existía un libro especial que hubiera marcado su vida. “Yo tengo cientos de ‘libros de mi vida’: los de mis diez años, los de los veinte, los de los cuarenta…y sí podría seguir indefinidamente. Todos esos libros son para mí fundamentales”

“Descarte” de libros

En vista del crecimiento incesante de su colección, Eco solía regalar libros a sus visitantes o a sus estudiantes. En una ocasión regaló las traducciones de sus obras literarias en albanés y en croata a las cárceles italianas.

Qué faltaba en su biblioteca

Además del Ars magnesia de Kircher (1631), a Eco le hubiera gustado tener un ejemplar de la Biblia de Gutenberg y las veinte tragedias perdidas de las que Aristóteles habla en su Poética (p. 133).

La persistencia de la biblioteca frente a lo virtual

Eco manifestó en varias ocasiones que los nuevos medios digitales coexistirían con el libro. El mismo disfrutaba de los beneficios de la tecnología. Pero también mantenía inquebrantable su fe en el impreso. En una entrevista contó cómo había perdido una memoria USB o pendrive que felizmente pudo volver a encontrar. “Es facilísimo perder este pendrive, pero es muy difícil perder toda una biblioteca. El libro da una garantía de supervivencia. Puede bastar un gran apagón para destruir toda mi biblioteca electrónica. Pero yo colecciono libros antiguos. Aquí hay libros de quinientos años, que parecen impresos ayer, de una frescura. Esa es la ventaja del libro, da una mayor garantía de supervivencia. Naturalmente es menos transportable”. No obstante, Eco había experimentado en carne propia el problema de la acidificación de libros:
 “Desde 1870 en que se empezó a elaborar el papel elaborado con pulpa de madera en lugar del papel de trapo, se dice que los libros tienen una vida media de 70 años. Pero los Gallimard de los años 50 han tenido una vida media de treinta años. Tengo ejemplares de éstos que no puedo tomarlos en la mano porque caen en migajas”. 
Las alternativas que por entonces (años 90) brindaba la tecnología en su opinión no eran satisfactorias, pero confiaba que en un futuro se hubiera alcanzado una solución óptima. “Yo no puedo imaginar la manera por la que se puedan escanear ocho o diez millones de volúmenes de una biblioteca, pero, si se han construido las pirámides, seremos capaces de ello”

Su biblioteca post mortem

Consciente del paso de los años, Eco reflexionaba sobre el destino ulterior de su biblioteca:

 “No quisiera que se dispersara. Mi familia podría donarla a una biblioteca pública o venderla en una subasta. En este caso debería venderse, completa, a una universidad. Esto es lo único que me interesa” .
 Haciendo gala de su humor, Eco incluso especulaba que su colección terminaría en China por la abundancia de citas que hacían de sus trabajos en las investigaciones producidas en ese país. De este modo, los investigadores chinos que “quisieran entender toda la locura de occidente” tendrían un recurso a la mano a través de la consulta de su biblioteca.


 (01/02/2021): Según ha publicado en la fecha la Agencia Italiana de Noticias (ANSA), se ha determinado el destino de los libros de la colección particular de Umberto Eco. Así, la parte antigua será destinada a la Biblioteca Nazionale Braidense, y la moderna restante junto a su archivo será cedida en comodato a la Universidad de Bolonia por 90 años.


Itsukushima Shrine.




                                 Hermann Hesse.



  

El lobo estepario y el problema de la identidad


Autor de una obra literaria enorme, Hermann Hesse (1877-1962) fue un autor de doble nacionalidad, alemán y suizo, reconocido con el Premio Nobel de Literatura en 1946.

Por Papel Literario 
-marzo 16, 2024



Por JUAN CARLOS RUBIO VIZCARRONDO

Harry Heller ha sido para mí un compañero en aquellos momentos donde uno solo puede hallar sosiego en aquel cuya alma conoce tormentos similares. La travesía de Harry, protagonista de la novela El lobo estepario de Herman Hesse (1877-1962), por liberarse de una profunda crisis sigue siendo tan impactante como lo fue desde su primera edición en 1927. Ya casi un siglo después resulta fascinante cómo las vicisitudes de Harry ilustran, tanto para generaciones pasadas como contemporáneas, el problema de la identidad.
La trama en El lobo estepario es, de fondo, bastante sencilla: Harry, un hombre maduro e intelectual, se encuentra al borde del suicidio debido, por una parte, a un mundo que simplemente no da la talla con sus ideales y, por otra, a la incapacidad de integrar sus propias contradicciones. En tal estado de cosas, Harry tiene un encuentro fortuito con Armanda, una mujer igual de intelectual, pero excéntrica, que lo lleva a iniciar el camino hacia la liberación. El tono de la historia se caracteriza por sus trazos oníricos, por lo que siempre nos deja pensando qué tanto es real y qué tanto es delirio.

El peso de la novela en comentario realmente está en la inspección que su protagonista se ve forzado a hacer sobre sí mismo a partir de su crisis. Tal examinación revela el conjunto de aspectos psicológicos que lo llevan a sufrir. Estos aspectos podemos denotarlos en dos capas o momentos:
La primera capa, que a su vez es el objeto de la mayoría de la novela, trata de que Harry se ve cercenado entre dos polos de su ser que él entiende como reales. El hombre de espíritu elevado, Harry Heller, y la bestia inmisericorde y egoísta, el titular lobo estepario. A través de tales constructos, Harry no hace más que segmentar sus impulsos vitales y procesos cognitivos en dos categorías antagónicas. Esto podemos describirlo de manera variopinta, pero a un nivel primordial, estos arquetipos, siguiendo El nacimiento de la tragedia de Friedrich Nietzsche, representan, por un lado, a lo apolíneo, razonable y ordenado (llamado así por el dios griego del sol, Apolo) y, por otro, a lo dionisíaco, emocional y caótico (llamado así por el dios griego del vino, Dionisio). Si trasladamos estos arquetipos a otros ámbitos pueden adquirir otros nombres, desde la moral tenemos a lo virtuoso y a lo vicioso, desde el cristianismo tenemos a la santidad y a lo pecaminoso, desde el psicoanálisis tenemos al superyó y al ello, y así sucesivamente.
Harry inicia, gracias a Armanda, su trayecto hacia la libertad a través de la aceptación paulatina de los elementos dentro de sí que él más rechaza. Para Harry, lo apolíneo siempre fue su principal aspiración, un ejemplar de lo deseable. Razón por la cual, para poder empezar en su transformación, como si de un estado intermedio se tratase, este se ve obligado a abrazar al constructo que él denominó lobo estepario. Ese lobo negro en lo más profundo de su corazón que representa lo que Carl Jung denominó la «sombra».
La segunda capa no está explícita propiamente tal en el desarrollo de la novela, pero sí en su final, pues este último es agridulce, dado a que Harry logra integrar al lobo estepario, pero este se percata que su sufrimiento no ha terminado. Por el contrario, él se ve atrapado en la danza circular de una mascarada, por cuanto, al fin y al cabo, sin importar qué tanto se les abrace, los constructos, constructos son. Igual de artificiales. Igual de medias verdades.

Ciertamente El lobo estepario termina dejándonos expectantes de si Harry, después de todo, conseguirá ser completamente liberado. No obstante, en el transcurso del texto, hay indicios para pensar que él sí podrá lograrlo, ya que hay apartados que demuestran, incluso si Harry no lo ve de inmediato, que el problema de la identidad puede ser resuelto a través de dos verdades que son complementarias.
La primera verdad, como lo representa el taijitu, el famoso símbolo del yin (oscuridad) y yang (claridad) en el taoísmo, es que los seres humanos requerimos del contraste para entender el continuo de la realidad en una primera instancia. No hay frío sin calor, no hay humedad sin sequedad, no hay femenino sin masculino, no hay adentro sin afuera, etcétera.
La segunda verdad, también representada en otro nivel en el taijitu, es la superación de los contrarios ya que al final estos no son más que perspectivas sobre una misma y única realidad. Si seguimos al taoísmo, el Tao (el camino) lo abarca todo sin necesidad de hacerlo. Si seguimos al budismo, esto mismo se argumenta al afirmar que la forma es vacío y el vacío es forma.
La conjunción de estas verdades nos lleva a ver que Harry logró entender la primera verdad, pero quedó por verse si entenderá la segunda en complementariedad con lo ya aprendido. Sin negar una cosa por la otra. La lección al final es que debemos aceptar que las definiciones y el lenguaje que las componen, tal cual como Armanda en la novela, solo pueden llevarnos hasta cierto punto. Esto no puede ser de ninguna otra manera si nos percatamos que nuestra identidad, al corresponder con lo contingente y eterno, solo admite descripciones parciales. Debemos imaginarnos que el mismo Harry, tras todas sus vicisitudes, se percató de lo que Oscar Wilde dejó asentado en El retrato de Dorian Gray: 
«Definir es limitar».

  

Las 7 mejores frases de Hermann Hesse.


Las frases de Hermann Hesse son una invitación a la reflexión sobre la vida y la búsqueda de la identidad. Un regalo para todo aquel que quiera profundizar en sí mismo, cuestionarse y descubrirse. Un legado de una gran profundidad psicológica y espiritual que merece la pena leer.

El camino hacia uno mismo.

“La vida de cada hombre es un camino hacia sí mismo, el intento de un camino, el esbozo de un sendero”.

El destino es un camino hacia nosotros mismos. Un sendero que día a día transitamos para conocernos un poco mejor. Algunos no tardan en darse cuenta de ello, otros gastan su tiempo sin apenas percibirlo. Sin duda, una de las frases de Hermann Hesse para recordar cuando nos encontremos perdidos.

El fenómeno de la proyección psicológica

“Cuando odiamos a alguien, odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros”.

Esta es una de las frases de Hermann Hesse que quizá más extrañe al leerla e incluso puede que en algunos de sus lectores provoque rechazo. No obstante, este fenómeno en el ámbito de la psicología se conoce como proyección psicológica. Y se corresponde con la atribución a los demás de las emociones y las carencias propias.
Desde un punto de vista positivo, un ejemplo sería la etapa de enamoramiento en una relación de pareja. En ella, ambos miembros proyectan en el otro rasgos y virtudes que no se corresponden con la realidad. Ensalzan su generosidad, su simpatía o su buen humor. Mientras que desde una visión negativa, la proyección psicológica sucede cuando echamos la culpa a otro para evitar asumir lo sucedido. Por ejemplo, una persona insegura puede castigar a su pareja diciéndole que no le pone las cosas fáciles porque siempre le da muestras de desconfianza, cuando en realidad esto no es así.
La proyección psicológica es un tema complejo. No es nada fácil aceptar que proyectamos en los demás aquello que no nos gusta de nosotros. Conocernos, y sobre todo aceptar nuestras sombras, evitará que seamos actores y víctimas de este tipo de proyecciones.

El valor del esfuerzo.

“Cuando alguien que de verdad necesita algo, lo encuentra, no es la casualidad quien lo procura, sino él mismo. Su propio deseo y su propia necesidad le conducen a ello”.

El esfuerzo es clave para conseguir lo que queremos. Es el motor que nos mueve, junto a la determinación, la ilusión y el deseo. De nada vale soñar si no planificamos, si no establecemos un plan y no buscamos un camino para alcanzar nuestras metas.
Hermann Hesse lo tenía muy claro: quien de verdad quiere algo busca todos los medios para conseguirlo. No hay excusas ni obstáculos posibles para quien se deja la piel en alcanzar su objetivo. Al menos… para intentarlo.
Persona caminando hacia un túnel para representar el nacimiento de nuestro yo

La complejidad de la empatía

“Ninguna persona puede ver y comprender en otros lo que ella misma no ha vivido”.

Ponerse en el lugar del otro no es tarea fácil. Observar el mundo desde su perspectiva, acoger sus sentimientos y actuar conforme a ello es más complejo de lo que parece. En carne propia -¿cuántas veces hemos sentido que nadie nos entendía?- o en ajena -¿cuántas veces, por mucho que lo hemos intentado, no hemos podido encontrar una lógica a la forma de comportarse de los demás o nos hemos equivocado haciendo atribuciones?-.
Creemos que empatizar es ponerse en el lugar del otro y lo es. Pero no desde nuestra visión del mundo, sino desde la suya: desde sus circunstancias, problemas, ilusiones, miedos, etc. Para hacerlo de la forma más exacta posible tendríamos que haber vivido su historia y eso es imposible. Esta es la razón por la que tanto nos cuesta entender y sentirnos comprendidos.

La comunicación liberadora.

Cualquier cosa parece un poco más pequeña cuando se ha dicho en voz alta”.

Esta es una de las frases de Hermann Hesse que más tenemos que tener en cuenta en nuestro día a día. Ahogarnos en el malestar, en los sentimientos negativos y en definitiva, en nuestros problemas nos hace mal. La mejor opción es liberar todo aquello que de algún modo nos hace presos por dentro.
Dar voz a nuestras emociones negativas nos ayuda a desahogarnos, a descargar ese peso que a veces tanto nos cansa y desgasta. Además, expresarnos también mejora nuestras relaciones. Silenciar nuestra opinión es un obstáculo para entendernos con los demás. Un gran muro que pone distancia y hace que los vínculos pierdan complicidad.

La relación entre amor y felicidad.

“La felicidad es amor, no otra cosa. El que sabe amar es feliz”.

Tras muchos años de introspección y contacto consigo mismo, Hesse llego a esta preciosa reflexión. No hay nada como el amor para experimentar felicidad. Para él, nada se compara a este maravilloso sentimiento.
Esta es unas de las frases de Hermann Hesse que más sabiduría y belleza contiene. A través de ella nos manda un profundo mensaje para recordarnos qué es lo más importante. Un llamamiento desde lo más profundo de su ser a la humanidad.

La importancia de reconocer cómo nos sentimos

“No digas de ningún sentimiento que es pequeño o indigno. No vivimos de otra cosa que de nuestros pobres, hermosos y magníficos sentimientos, y cada uno de ellos contra el que cometemos una injusticia es una estrella que apagamos”.

Cómo nos sentimos siempre es importante. Ya sea de forma positiva o negativa, intensa o débil. La esfera emocional es uno de los ejes centrales de nuestra vida. Por ello, reconocer cómo nos sentimos y validarnos se vuelve esencial. De lo contrario, si ignoramos cómo nos sentimos, nos sumergiremos en un halo oscuro de malestar y sufrimiento.
Despreciar nuestra tristeza, negar que experimentamos ira o subestimar nuestros momentos de alegría son comportamientos que nos alejan de nosotros mismos. Precisamente por eso lanza Hesse este mensaje. En su eterna búsqueda de identidad descubrió la importancia de reconocer sus sentimientos para conocerse a sí mismo.
Como vemos, las frases de Hermann Hesse son un valioso legado para todo aquel que quiera saber más sobre lo que le ocurre por dentro. Sentencias para consultar en nuestros momentos más existencialistas que nos invitan a la reflexión sobre la conexión con nosotros mismos.




                                   Mujeres.


  


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domingo, 7 de junio de 2015

259.-Literatura “Con los jóvenes hay una relación de Canibalismo ” .-a



-LITERATURA “CON LOS JÓVENES HAY UNA RELACIÓN DE CANIBALISMO” .


  


Umberto Eco: ''Con los jóvenes hay una relación de canibalismo''


Por Juan Cruz (Periodista y escritor. España. Publicado en  Página/12.)

''Uno come sus carnes jóvenes y ellos comen tu experiencia'', señala el autor de El nombre de la rosa, que no puede dejar de expresar su preocupación por el nuevo ascenso de Berlusconi y la apatía de esos mismos jóvenes frente a la política. ''El 50 por ciento de los italianos vota a Berlusconi, que es un índice de una profunda inmadurez política.'' Umberto Eco.


Umberto Eco es un hombre casi feliz. Un profesor que disfruta de sus alumnos y que, jubilado a los 76 años de sus múltiples ocupaciones académicas, sigue trabajando ''más que antes'', impartiendo clases doctorales, escribiendo libros (''ni media palabra sobre el que hago ahora'', exclama), asistiendo a congresos, leyendo comics (''ahora son demasiado intelectuales'') y riendo como un chico. Vive en una casa llena de libros y de ejemplares antiguos, muchos de los cuales consigue en una librería cercana; cada tarde, cuando está en Milán, este hombre que ya se queja de que le quitan la sal de las comidas y ahuyenta los dulces, va a esa librería de libros viejos, repasa catálogos y procedencias, y luego se va a tomar el aperitivo a un café donde es il professore.

Sigue siendo ese hombre casi feliz que canta, recita, sabe de memoria citas enteras, se interesó antes que nadie por las nuevas tecnologías, las usó para sus trabajos (el último, Decir casi lo mismo) y las usa constantemente, aunque tiene el celular (sobre cuyo uso tanto escribió) casi siempre apagado, pero usa el mail obsesivamente. Charlando sigue siendo el hombre tímido que teme meter la pata -''si hablo demasiado es para llenar los tiempos muertos''-, pero cuando agarra un asunto que le divierte, su carcajada llena el escenario. Escribió El nombre de la rosa, un éxito mundial; El péndulo de Foucault; abrió las puertas de la fama como ensayista con Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas, pero sigue confiando en que la comunicación sólo se digiere si el que la emite es ameno, capaz de ponerse a la altura del que oye.


- Hay una escena en su vida, cuando toca la trompeta para los partisanos, tiene trece años, está en la plaza de Alessandria. Esa escena transmite felicidad, y usted siempre parece feliz. Ahí hay dos cosas: aquel niño y la felicidad.

- Son diferentes, no pueden coincidir. Yo no creo en la felicidad, creo solamente en la inquietud; o sea, nunca estoy feliz del todo, siempre necesito hacer otra cosa. Admito que en la vida hay felicidades que duran diez segundos, o incluso media hora, como cuando nació mi primer hijo. Pero son momentos brevísimos. Alguien que es feliz toda la vida es un cretino. Por eso prefiero, antes que ser feliz, ser inquieto.


- Y cada día más cerca de Alessandria, de aquella familia suya...

- Mi padre era el primero de 13 hermanos. Era una familia enorme; hubo un primo que murió a los 20 años y que yo no conocí... Haga el cálculo: si cada hermano tuvo dos hijos, eran 26 primos, de modo que era difícil tener relación con todos. Mi relación más estrecha fue con mi abuela materna, que me inició en la literatura. Era una mujer sin cultura alguna, creo que hizo cinco años de primaria, pero tenía pasión por la lectura. Estaba suscrita a una biblioteca, así que traía un montón de libros; leía de manera desordenada. Un día podía leer a Balzac, y luego, una novelita de amor de cuatro mangos, y le gustaban las dos. Y así hizo conmigo: me daba a leer, a los 12 años, una novela de Balzac y una novela de amor de ínfima calidad. Pero me transmitió el gusto por la lectura.


- Y, aparte de la abuela, ¿quiénes fueron los otros maestros?

- El maestro de la escuela primaria aparece en mi novela La misteriosa llama de la reina Loana; era un fascista, que hizo la marcha sobre Roma, que les pegaba a sus alumnos más pobres. Y aunque conmigo se portó siempre bien, no era una buena persona. En cambio, tuve una educadora fabulosa, aunque sólo un año; era la señorita Bellini, que todavía vive, tiene 91 años, y cada vez que sale un libro mío se lo envío. Era una gran educadora; nos estimulaba a escribir, a contar, a ser espontáneos, y fue una de las personas que más influyeron en mi vida.


Il professore

- Pocas veces se habla de usted como profesor. ¿Qué aprendió para enseñar?
- Ante todo, sigo aprendiendo. El primer curso que di versó sobre la poética de Joyce, que aparece en Obra abierta. Conocía el argumento, pero al empezar a dar clase me di cuenta de que no sabía nada. Aprendí, y sigo aprendiendo... Cuando uno escribe un libro puede aparentar que sabe mucho, pero en clase es distinto. Lo que hice desde aquella primera experiencia es hablar a partir de los libros que iba a escribir, no de los libros que había escrito. Mi relación con los estudiantes siempre fue una relación de aprendizaje, porque enseñándoles aprendo yo también.


Una relación de ida y vuelta.

Una relación erótica, porque la de un profesor con un estudiante es como la relación de un actor con su público: cuando sales a escena es como si salieras por primera vez y tienes la sensación de que si no has conquistado al público en los primeros cinco minutos, lo perdiste. A eso llamo una relación erótica, en el sentido platónico. Además, hay una relación caníbal: uno come sus carnes jóvenes y ellos comen tu experiencia. Hay gente infeliz que pasa los primeros años de su vida con gente más joven para poder dominarla, y cuando envejecen están con gente más anciana. A mí me pasó lo contrario: cuando era joven estaba con gente mayor para aprender, y ahora, teniendo estudiantes, estoy con jóvenes, una manera de mantenerse joven. Es una relación de canibalismo, nos comemos el uno al otro. Por eso, a pesar de mi jubilación, no dejé de tener una relación universitaria. Todo eso está en mis novelas, donde siempre hay una relación entre un joven y un maestro más anciano.


- Tantos estudiantes... A lo mejor recordándolos halle usted una historia de la evolución de la juventud en este último medio siglo.
- No se puede dar una respuesta porque a lo largo de los años el diálogo con los estudiantes cambia. La relación ideal entre maestro y alumnos es de 15 años de diferencia. Tú tienes 30 años, y el alumno, 20. Fue precisamente en ese período cuando tuve una relación más intensa con mis alumnos. Porque si los estudiantes tienen menos años no hay relación, y si la diferencia es más grande ya no podemos ser amigos. Con los estudiantes de los 60 salíamos a cenar, a bailar; con los de ahora no se puede, les da vergüenza ir con uno. En el 68 fue interesante, ahí coincidías con estudiantes que tenían 15 años menos; no podía ser como ellos, pero no me veían como su enemigo, por eso había una relación a veces polémica, a veces amistosa y continua.


- Ahora vivimos un momento raro, usted dice que como el fin del Imperio Romano. ¿Cómo está Italia?
- En uno de los peores momentos de su historia, con una clase política vieja que no se renueva. Hubo un extraño equilibrio que duró 50 años entre la Democracia Cristiana y los partidos de izquierda. Ahora se rompió. El 50 por ciento de los italianos vota a Berlusconi, que es un índice de una profunda inmadurez política. Es un momento extremadamente triste, en el que los elementos de esperanza y de entusiasmo son muy pocos y donde emerge cada vez más la condena eterna de los italianos.


- ¿Cuál es esa condena?
- Una vez estaba en un taxi en Nueva York, y el conductor, que era paquistaní o indio, me preguntó de dónde era. El quiso saber dónde se encontraba Italia. Me di cuenta de que tenía ideas muy vagas, y siguió preguntándome: ''¿Qué idioma hablan?''. ''El italiano'', dije, y él me preguntó: ''¿Y cuál es vuestro enemigo?''. Le pregunté qué quería decir, y me contestó que cada país tiene un enemigo contra el que lucha desde hace siglos. Le contesté que no tenemos. Y me miró muy mal, porque un pueblo sin enemigo era poco viril. Pero luego reflexioné: nuestro enemigo es interno. A lo largo de nuestra historia nos masacramos unos a otros, y ésa es también nuestra manera de entender la política. Nuestra fragmentación es en doscientos mil partidos diferentes: el gobierno de Prodi cae por sus propios aliados, no por la oposición. Nunca como hoy cayó tanto Italia en su enemistad interna.


- ¿De dónde viene esto?
- Italia se convirtió en un Estado unitario hace 150 años, y España lo fue por lo menos desde 1300, y fueron unitarios Francia, Inglaterra. Italia era una pluralidad de tribus que hablaban un idioma diferente antes de que llegasen los romanos. Eramos cuatrocientos, cada cinco kilómetros había una diferencia como la que existe entre Cataluña y Galicia. El Imperio Romano unificó, pero no lo suficiente. Además, si no hubiera existido la Iglesia, quizá las ciudades italianas habrían encontrado una forma de Estado unitario para regirse. El único Estado que quedó es la Iglesia, y lo demás es una fragmentación de ciudades que hizo que en Italia no exista el sentido del Estado. Por ello existe la corrupción, porque la gente no paga impuestos, no existe el sentido del Estado.


¿Y por qué gana Berlusconi?
- ¡Porque dice que no hay que pagar impuestos! El fomenta la falta de sentido del Estado porque no lo tiene. Berlusconi consiguió instaurar un tipo de poder fundado en la desconfianza en la magistratura y la Justicia, por lo que puede gobernar a pesar de tener juicios pendientes. Berlusconi no es el efecto en este caso, sino la causa. Hizo unas leyes para permitir a los que están enjuiciados llegar al Parlamento, y ataca continuamente a la magistratura. Berlusconi pudo llegar al gobierno atacando a las fuerzas del orden, estimulando los instintos más bajos del italiano medio. Y ahora está cerca de tener el poder otra vez.


- Así que el futuro italiano...
- Depende de que mueran unas decenas de personas que ya son muy mayores; es un hecho biológico. Y luego tendría que venir una nueva clase política. Somos el país con la clase política más anciana del mundo.


- A lo mejor eso contribuye a que la gente dispare siempre contra la política, los jóvenes lo consideran algo ajeno.
- Los jóvenes de todas las épocas y países se excitan con las grandes ideas de transformación; son revolucionarios, pero se quedan dentro del famoso esquema ''todos nacemos incendiarios y morimos bomberos''. Con la globalización y el fin de las ideologías, ya no se presentan tantas posibilidades de transformación, porque la transformación es planetaria, y hay que esperar las grandes tragedias ecológicas. El gran error de las Brigadas Rojas en Italia fue tener una idea justa, aunque muchos pensaban que era delirante, que era atacar a las multinacionales del mundo, y otra idea equivocada, que había que hacer terrorismo para crear una revolución en Italia. Si existe el gobierno de las multinacionales, no lo arreglas haciendo la revolución en Italia. El proyecto terrorista estaba condenado al fracaso; ya existía la globalización, aunque no tan intensa. Ya no hay posibilidad de transformación planificable, a no ser que ocurra como cuando la caída del Imperio Romano, con el nacimiento de las órdenes monásticas: te encerraban en un convento, e intentabas salvar lo poco de la espiritualidad y el conocimiento mientras el mundo se desmoronaba. Hoy puede haber jóvenes que van al desierto a poner en práctica una vida ecológica. Eso es lo máximo que se puede hacer: no cambiar el mundo, sino retirarse. Por eso existe el desinterés por la política.


El tiempo es veloz

- Hace años usted dijo que iríamos rapidísimo, y ahora vamos a velocidades supersónicas...
- Y todo lo que ahora existe será obsoleto dentro de nada, hasta el mail, porque todo se hará con el celular. Quizá las nuevas generaciones se acostumbrarán a eso, pero hay una velocidad del proceso de tal calibre, que quizá la psicología humana no conseguirá adaptarse. Estamos a tal velocidad, que no hay ninguna bibliografía científica americana que cite libros de más de cinco años. El que está escrito antes ya no cuenta y ésta es una pérdida también de relación con el pasado.


La fe ciega en Internet crea monstruos, por otra parte.
- Sí, parece que todo es cierto, que tienes toda la información, pero no sabes cuál es buena y cuál equivocada. Esta velocidad provocará la pérdida de memoria. Y esto ocurre en las jóvenes generaciones, que ya no recuerdan quién era Franco o Mussolini. La abundancia de información sobre el presente no te permite reflexionar sobre el pasado. Cuando yo era chico podían llegar a la librería tres libros por mes, hoy llegan mil. Y ya no sabes qué libro importante fue publicado hace seis meses. Eso también es una pérdida de la memoria. La abundancia de información sobre el presente es una pérdida y no una ganancia.


La memoria es el olvido, como diría Mario Benedetti.
- Es la historia de Funes, el memorioso, de Borges. El que tiene toda la memoria es un estúpido.


Tanta información hace que los periódicos parezcan irrelevantes.
- Ese es uno de nuestros problemas contemporáneos. La abundancia de información irrelevante y la dificultad de seleccionarla, y la pérdida de memoria del pasado, no digo ya la histórica. La memoria es nuestra identidad, nuestra alma. Si perdés hoy la memoria, ya no hay alma, sos una bestia. Si sufrís un golpe en la cabeza y perdés la memoria, te convertís en un vegetal. Disminuir mucho la memoria es disminuir mucho el alma.


- ¿Cuál sería hoy el papel de la información?
- Yo creo que perdemos mucho tiempo en plantearnos estas cuestiones mientras las generaciones más jóvenes dejaron de leer los diarios y se comunican a través de SMS. Yo no puedo desprenderme de los diarios; para mí, la lectura de prensa es la oración de la mañana del hombre moderno. Pero a lo mejor somos los restos de una civilización, porque los diarios tienen muchas páginas, no mucha información. Sobre el mismo tema hay cuatro artículos que quizá dicen lo mismo... Existe abundancia de información, pero también abundancia de la misma información. Cuando estaba en las islas Fidji buscando información sobre los corales para La isla del día de antes, a mi hotel llegaba cada mañana el Fidji Journal, que tenía ocho páginas, seis de publicidad, una de noticias locales y otra de internacionales. Aquel mes estaba a punto de estallar la primera guerra del Golfo, y en Italia había caído el gobierno de Berlusconi. Me enteré de todo porque en una sola página de noticias internacionales, en tres o cuatro líneas, me daban las noticias más importantes.


Como Internet.

- Acudimos a Internet para conocer las noticias más importantes. La información de los diarios será cada vez más irrelevante, más diversión que información. Ya no dicen qué decidió el gobierno francés, sino cuatro páginas de cotilleo sobre Carla Bruni y Sarkozy. Los diarios se parecen cada vez más a las revistas que te daban en la peluquería.

- Usted escribió que ''Napoleón sólo vivió la Revolución Francesa, y yo he vivido la Segunda Guerra Mundial, la caída del fascismo, la guerra partisana, la bomba de Hiroshima, la caída de la URSS y la Guerra Civil Española''.

Hay una maldición china que dice: ''Espero que vivas en una época interesante''. Hay jóvenes generaciones que vivieron sólo épocas tranquilas, como la de la guerra fría. Ah, por cierto, eso que dije de Napoleón está equivocado, porque no sólo vivió la Revolución... ¡sino también la historia de Napoleón!



  Umberto Eco, Granada en la memoria




El intelectual italiano, fallecido el pasado 19 de febrero, fue el gran protagonista del Hay Festival de Granada en 2008, donde dejó patente su cultura y su fino humor

JOSÉ MANUEL SÁNCHEZ DARRO
17 Abril, 2016

Las enseñanzas que dejaron aquellos recuerdos vuelan a mi pensamiento tras la estancia por Granada del brillante escritor y entrañable ser humano, de cuya compañía y amistad disfrutamos durante los días de abril de 2008, en que se desarrolló uno de los encuentros literarios internacionales más reconocidos e importantes de la ciudad. 
El Mapfre Hay Festival Alhambra, dirigido por Sheila Cremaschi, y patrocinado por la Fundación Mapfre, con el buen hacer de su director en el Instituto de Cultura, Pablo Jiménez Burillo, y de su director de proyectos, Iñaki González Casasnovas, congregó a numerosos y destacados especialistas y personalidades de la Cultura, en una cita que puso de manifiesto el necesario diálogo cultural entre Oriente y Occidente. El éxito de esta "fiesta de la palabra", como se llegó a denominar al festival en los medios, se basó en la participación de celebridades y figuras de gran relevancia por sus sobresalientes aportaciones al mundo de las Letras y el Arte, como fue el caso del premio Nobel de literatura turco Omar Pamuk, el historiador e hispanista británico Paul Preston, el escritor y filósofo italiano Umberto Eco, a quien se rinde tributo en este homenaje escrito, el profesor de Literatura y escritor granadino Francisco Ayala (al que se le homenajeó durante la celebración del evento en el Carmen de los Mártires) o el poeta libanés Adonis, con la presencia también de escritores españoles como Almudena Grandes, Juan Goytisolo, Luis García Montero y el cantante Joaquín Sabina, además del ya desaparecido cantaor granadino Enrique Morente, que cerró con broche de oro el festival en un emotivo concierto en el Palacio de Carlos V.

Obtuve un singular aprendizaje al compartir unos inolvidables y aleccionadores días en compañía de Umberto Eco, ya que me sugirió con exquisita cortesía que hiciera de guía durante su estancia en Granada. Fue por eso que plasmé durante aquellas jornadas primaverales, con ilusión y de forma fugaz e irrepetible, en mi cuaderno de dibujos y notas, una especie de crónica personal, en la que dar testimonio de las experiencias que aquí relato y que tuvieron su reflejo en forma de breves apuntes añadidos. Paso a citar algunos de ellos, extraídos directamente de comentarios que el mismo Eco hiciera durante aquella visita a la Alhambra, también otros que fui intercalando como recuerdo de la lectura de una de sus obras más conocidas y que transcribí directamente junto con mis dibujos y algunas poesías.

La mañana del 4 de abril visitamos la Sabika, entre un claro despertar de los sentidos -el silbo aflautado de la oropéndola y un aroma violeta y malva evanescente de glicinias en cascada tapizaba muros de adobe en la calle Real-, lo que me hizo recordar los versos de Elena Martín Vivaldi, Glicinias con lluvia: "Puedo mirar y ver, y son ternura. Color tan derramado que pregona, si verde, gris; morado si abandona su cascada de luz…".

Nos encontramos con María del Mar Villafranca, directora de la Alhambra, para recoger los pases de protocolo de Renate Ramge, Umberto Eco, Pablo Jiménez Burillo, Jorge Lozano y el que escribe. Cabría destacar alguno de los momentos compartidos durante el paseo por los jardines y palacios del conjunto nazarí. Nuestra anfitriona ejerció de ilustre guía del monumento, mientras Umberto Eco aportaba su sabiduría y conocimiento de la cultura europea de aquel momento. El instinto literario del Professore Eco dio sus frutos en comentarios inteligentes y observaciones audaces. Se interesó mucho por el sistema hidráulico de abastecimiento al recinto palatino desde la Acequia Real. Ante la portada de Comares hicimos referencia a la traducción de la inscripción árabe que decora el frontispicio de este palacio del rey nazarí Muhammad V: "Mi posición es la de una corona y mi puerta una bifurcación: el Occidente cree que en mí está el Oriente". Muy acertadamente, Umberto Eco trajo a colación uno de LosCuatro Libros de la Medida de Alberto Durero, sobre el tema de aplicar los principios de la geometría a la arquitectura, la ingeniería y la tipografía, como respuesta a mi comentario acerca de la fachada del Cuarto Dorado en relación a las leyes armónicas de la proporción áurea. Renate sonrió levemente con complicidad al oír el nombre de aquel ilustre compatriota suyo mientras, en una esquina del patio, casualmente, unos matemáticos japoneses estudiaban los aciertos y las inexactitudes en las medidas del espacio arquitectónico.

Con posterioridad accedimos al patio de los Arrayanes. Caminamos hacia las sombras dibujadas tras los arcos y celosías que se perfilan en las mudas paredes que contemplan el indescifrable sueño del agua, sultana afable que destrenza su cabello junto al chisporroteo de la fuente de luceros. Los grises y verdes reverberaban en las estancias sustentadas en heridos mármoles por el exceso de abriles. Suspiros del cristal vivo en brillos de colores danzaban entre llantos de inciertos amaneceres. Entramos al Salón del Trono y Eco me hizo recordar mis últimas averiguaciones en referencia al desarrollo de la disposición de las estrellas de ocho puntas, características en los trazados decorativos nazaríes de sus muros y en la cúpula de los Siete Cielos. El firmamento de madera de Yusuf I, resultado de la inspiración artística y de la matemática, nos deleitaba con las más bellas formas, con los más diversos tipos de patrones geométricos, aquellos que a menudo provocan el éxtasis en el espectador a través de sus juegos, series de figuras, líneas y colores.

Los cuatro Árboles del Universo están en perfecta armonía con el trazado preciso de los astros del Salón del trono. La luz celestial -fulgor de la luz etérea en eterna emanación- queda plasmada a través del blanco más puro y radiante de la bóveda que envuelve el trono cósmico.

Umberto Eco, al observar este cosmos alegórico del Salón del Trono, nos comentó la posibilidad de escribir un relato ambientado en la Alhambra. Al ser un gran estudioso de la Italia contemporánea al conjunto monumental de la Fortaleza roja y del trecento italiano de Dante y Giotto, trataría de sumergirse en el mismo periodo histórico a través del Reino Nazarí.

En aquel momento fue como si Eco se transformara en Guillermo de Baskerville y me hiciera sentir como su joven discípulo Adso de Melk, al hacerle partícipe de un hallazgo cromático que fue un fascinante reto para el franciscano y arabista Darío Cabanelas, mientras realizaba su estudio y ordenación del paradisíaco espacio alhambreño; el mismo investigador que trabajó durante décadas en la cúpula y diseccionó las formas y zafates que giran en torno a la sura del reino. La composición geométrica de todas estas piezas tiene su origen en un octógono central en torno al cual giran las esferas de las estrellas fijas, que a su vez se dividen en múltiples círculos que se desplazan de una forma ordenada como si fuera el alma del Universo.

Mientras recordábamos al arabista y erudito Miguel Asín Palacios y su revelador análisis de la cosmovisión de Dante en La escatología musulmana de la Divina Comedia, entramos en el baño de Comares, percibimos un frío lunar, nos detuvimos en apreciar en sus bóvedas esquifadas las constelaciones que muestran los lucernarios de cerámica vidriada. El refinamiento de su caldarium y frigidarium le asombró tan seductoramente como a Borges cuando escribió su audaz poema Alhambra, inspirado en tan mágicos lugares.

Eco reconoció la diferencia entre las obras de restauración antiguas y las más recientes en el Patio de los Leones y comentó la ingeniosa solución de la arquitectura nazarí para que las estancias fueran más frescas y confortables al dotarlas de fuentes y surtidores, además de la singular apoteosis del mocárabe. En el Peinador de la Reina, María del Mar Villafranca nos mostró a su vez los detalles de la restauración destinados a la conservación de tan insigne lugar, que contiene grutescos relativos a pintores italianos de la escuela rafaelesca, quienes decoraron estas estancias imperiales que con el tiempo fueron remodeladas. A todos nos fascinó este espacio tanto por su funcionalidad y rica decoración a la par que como ejemplo destacado de la diversidad cultural que representa la Alhambra. Así mismo, a Eco le interesó el diseño de un paisaje natural recreado con rasgos de la estética y la simbología islámicas, en un tapiz de brotes vegetales y pigmentos multicolores.

Caminamos después todos juntos por los jardines en un tutti orquestal entre abejas y alegres flores, que destilaban un aroma de siglos indiferente a la escalera del tiempo que se entreabre al misterio, donde la luz y la pasión, la naturaleza y el agua se combinan para deleitar los sentidos. Ya en el palacio de Carlos V, el Professore pudo apreciar el buen estado de conservación del magno edificio sin necesidad de comentarios hasta llegar al zaguán, cruzar su patio circular y alcanzar la entrada del conjunto monumental.

Al día siguiente, 5 de abril, nos dirigimos al Carmen de la Fundación Rodríguez Acosta, compañero de las Torres Bermejas y que, con sus blancos volúmenes, destaca por su arquitectura modernista en este paraje excepcional. Allí nos recibió Miguel Rodríguez-Acosta y José María Luna. Esta visita estaba destinada a ser más íntima y nos citamos, a puerta cerrada, con Renate Ramge, Umberto Eco y su colega y gran amigo Jorge Lozano. Visitamos el jardín de Baco, el patio de la alberca de Venus y la sala de exposiciones del Instituto Gómez Moreno, prestando gran atención a la colección de exvotos ibéricos o la escultura de madera del franciscano San Diego de Alcalá, que en su hagiografía relata que, llevando el santo escondidos unos panes bajo el sayo para darlos a los pobres, propició su milagrosa conversión en flores.

Apreciamos la maestría de esta imagen tallada y policromada por Alonso Cano, o la pintura al óleo sobre lienzo de Virgen niña rezando de Francisco de Zurbarán, un tema inspirado en los escritos medievales, donde se afirmaba que la virgen pasó su juventud encerrada en el Templo de Jerusalén, cosiendo y rezando.

Una vez en la biblioteca, al aire de la imaginación danzaba Terpsícore, la que ilustrara Alonso Cano en la antología poética de Francisco de Quevedo Parnaso y Musas, uno de los tesoros de esta rica colección. Se invitó a Umberto Eco a firmar en el Libro de Honor de la Fundación. Ojeó el libro de oro de la principal embajada cultural granadina, donde grandes personalidades del mundo del arte, la cultura y la sociedad han reflejado su paso por el lugar. Miguel Rodríguez-Acosta le fue mostrando las páginas de los personajes más relevantes, y entre todas ellas, Umberto Eco se detuvo ante la firma del Dalai Lama, y en ese momento se le iluminó el rostro con un gesto de gozo. Su frente despejada, los ojos brillantes y rasgados y los largos lóbulos de sus orejas, recordaban la imagen del sabio Buda, que combinaba en sus facciones a Oriente y Occidente.

Mientras tanto, con su fértil barba de filósofo, mordía entre sus labios un pequeño puro toscano sin encender, protegiéndose de inhalar el perjudicial humo. Sus diestras y delicadas manos de hombre de letras trazaron su rúbrica en tan valioso testimonio de Granada en el tiempo. Se me concedió entonces el privilegio de realizar un dibujo a tinta para ilustrar aquella página junto a la firma del docto Professore, y allí quedó en tan magnífica compañía. Fueron unos momentos distendidos y de camaradería entre artistas, escritores y hombres de cultura, que compartimos de forma humilde y con muy buen humor.

Después estuvimos en el casco antiguo de la ciudad y recorrimos la Catedral, el Zacatín y la Plaza de Bibarrambla, lugar donde fueron incinerados tantos libros valiosos tras la toma de Granada. A requerimiento de Umberto Eco fuimos a una conocida librería de antiguo que le aconsejé propiedad de Ignacio Martín Villena. Le complacieron mucho los libros que ojeó y al final de sus indagaciones, dos fueron los ejemplares que se llevó: uno, un tratado del Conde Nolegar Giatamor titulado Assombro elucidado de las Ideas o Arte de Memoria, y el otro, un libro apolillado y muy ajado por el tiempo, regalo del propio Villena: un ejemplar del clásico español El Fénix de Minerva y Arte de Memoria, de Don Iván Velázquez de Azevedo. A Umberto no le importó la patología que padecía aquel volumen y lo aceptó con mucho gusto. Al salir de las callejuelas colindantes a la plaza, oímos a un niño del Albaicín decir a su madre, mientras se llevaba la mano al corazón: «¡Mama, mama, Umberto Eco en Graná!» (sic).

Como era mediodía, Eco quiso que fuéramos a un lugar para almorzar y nos dirigimos a la Plaza de la Pescadería, para beber unos vinos y degustar los deliciosos frutti di mare de litoral granadino. Entre diversas bromas y ocurrencias, pronunciadas desde el italiano más excelso al itañol más desenfadado, el ilustre Professore generosamente nos invitó a comer en el restaurante que regentan Aparicio y Ramón. Vislumbré a un Umberto Eco distinto al que mi mente había configurado a través de la lectura de su obra literaria, y disfrutamos juntos de la buena climatología primaveral que envolvía la terraza.

La conferencia coloquio entre Jorge Lozano y Umberto Eco tuvo lugar la tarde del día 4 de abril en el Auditorio Manuel de Falla. Compartimos asiento junto a Renate Ramge para escuchar aquellas sabias disertaciones de su marido en torno a signos, símbolos, fealdades y falsedades, profundizando tanto en la estética de lo abyecto y horroroso como en la de lo hermoso a través del arte y la literatura. Al final, cuando la conferencia concluyó, Umberto tuvo la amabilidad de dedicar muy cordialmente a Gloria, mi compañera, un volumen de La historia de la belleza.

Nos hallábamos entre el público acompañando a Renate, junto a un grupo de amigos formado por Juan Hita, de Román y Bueno editores, el arquitecto, Alejandro Muñoz Miranda, y el escritor, Francisco Sotomayor. La conversación con ella estaba resultando muy interesante, mientras el patio de butacas se llenaba a rebosar y no cabía un alfiler. Creo recordar también que, a una pregunta de Juan a Renate sobre los posibles estudios o libros que interesaban a Eco en relación a los antiguos árabes españoles, ésta sin dudarlo respondió que se encontraba en aquellos momentos releyendo a Averroes, una auténtica luminaria para la humanidad, de entonces y de ahora, y no nos sorprendió mucho su predilección por el cordobés, ya que en Italia no faltan las referencias directas sobre el autor en numerosas obras y lugares de interés artístico. Un buen ejemplo de ello sería el célebre fresco de Filippino Lippi en el altar de la capilla Caraffa, en la Iglesia de los dominicos de Santa María Sopra Minerva en Roma, donde aparece un Averroes acongojado, o el fresco de la Capilla de los Españoles en Florencia en la iglesia de Santa María Novella, siempre con Santo Tomás por encima, pero en este caso más gallardo frente a su contrario, como para despejar toda duda sobre la preeminencia de sus Comentarios a la obra de Aristóteles en la biblioteca del sabio dominico.

A Umberto Eco probablemente no se le escapara nada de lo que hubiera escrito santo Tomas de Aquino. Y este hecho, tan común en Italia, de unir a Santo Tomás y a Averroes por sus discrepancias, también tuvo una mención en la conversación cuando su mujer nos comentó que ella misma había trabajado durante años en el convento de las monjas ursulinas de Florencia, otra orden conventual muy cercana a los franciscanos. Teniendo en cuenta que Renate había elaborado un trabajo bibliográfico de ordenación en aquel convento, ella misma había tenido entre sus manos algunos de esos volúmenes del Ente y la Esencia que Eco debió haber manejado, o de la Summa Theologica, que en su concepción literaria, de alguna manera, aparecerían más tarde en El nombre de la Rosa, obra destacada que no le había abandonado del todo cuando vino a Granada, como pudo constatar al encontrarse junto a sus lectores, admiradores y amigos.

Por la noche nos quedaba acudir a un concierto en el Palacio de Carlos V a cargo de Enrique Morente, con Pepe el Habichuela a la guitarra. Llegamos con suficiente antelación, ya que Umberto Eco estaba muy interesado en conocer personalmente al gran maestro granadino del flamenco, al que tuve el gusto de presentarle. Nos habían reservado asientos en primera fila, privilegio que Umberto declinó para que nos fuéramos al fondo de butacas, a un lugar más lejano del escenario y al amparo de las cámaras, para gozar así en la más completa intimidad de aquel fantástico concierto.

El escenario se presentó austero y las luces imantaban de poesía el ambiente. Disfrutamos del recital, hubo bises y una aparición cameo del propio hijo de Morente, José Enrique. Ambos encarnaban a la Granada esencial, que es a la vez universal. Morente dijo: "Tengo el vicio de la lectura" y le dedicó, a su admirado maestro Umberto Eco, unas soleares cuyos azulados tonos se trocaron en violeta por medio de su voz. La Andalucía milenaria vibró con uno de los Poemas del Cante Jondo de Lorca.

Al finalizar el concierto, accedimos a los camerinos y Umberto Eco le agradeció a Morente su dedicatoria, y charlaron de diferentes temas acerca del cante y la literatura. La intensidad de la noche invitaba a contemplar desde el oculus imperial ese cielo estrellado e infinito que también nos recordaba lo insignificante del ser humano y su humilde intento por sintetizarlo en las abstracciones geométricas del techo de Comares. Mientras tanto, parpadeaba Venus y navegaba el cinturón de Orión sobre nuestras cabezas; memoria mítica del enamorado cazador de las bellas hijas de Pleione que, transformadas en Palomas, se elevaron hasta las Pléyades, protegidas por Tauro gracias a Zeus.

Ahora el alma luminosa de Umberto Eco vuela hacia la Luz más plena. En ella se habrá encontrado de nuevo con Enrique Morente, cuya incomparable voz lo envolverá en la eternidad con el ancestral velo palpitante del cante jondo.

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-Umberto Eco Biografía ; Conservar la ironía, un desafío (Traducciones de sus obras) 


  



Umberto Eco (1932-2016)


Biografía 

El escritor, crítico literario y profesor de semiótica Umberto Eco nació el 5 de enero de 1932 en Alessandria, una localidad cercana a Turín (Italia). Era hijo de Giovanna Bisio y del contable Giulio Eco.
Tras terminar sus estudios secundarios, Eco se trasladó a la Universidad de Turín para estudiar Derecho, carrera que abandonó por la de Literatura y Filosofía Medieval, época histórica de la que se convertió en un experto y que sirvió de base temporal para varias de sus futuras novelas.
En el año 1954 se doctoró con una tesis sobre el filósofo Tomás de Aquino, sobre el que dos años después escribió “El Problema Estético En Santo Tomás” (1956), su primer libro publicado.
A partir de mediados de la década de los 50, Umberto Eco trabajó como editor cultural para la RAI, dejando su puesto en 1959.
En 1962 contrajo matrimonio con la especialista en arte y artista alemana Renate Ramge, con quien tuvo dos hijos.
Una de las principales facetas como divulgador de Eco fue su erudición en semiótica, impartiendo clases en Florencia y Milán, y desde 1971 en la Universidad de Bolonia, y publicando diversos ensayos a lo largo de su trayectoria profesional, como “Obra Abierta” (1962), “La Estructura Ausente” (1968), “Una Teoría De Semióticas” (1976), “Un Panorama Semiótico” (1979) o “En Busca Del Lenguaje Perfecto” (1995).

Al margen de sus libros, Umberto Eco ha colaborado como columnista en múltiples periódicos y revistas, entre ellos el “Corriere Della Sera”, “L’Espresso” o “La Repubblica”.
En 1978 comenzó a escribir su primera novela, “El Nombre De La Rosa” (1980), un libro aparecido en los años 80 que logró un enorme éxito crítico y popular gracias a su intriga ambientada en la época medieval. El libro sigue las pesquisas detectivescas de un monje franciscano en una abadía en la cual se ha cometido un crimen. Seis años después de su aparición, el director Jean-Jacques Annaud, con Sean Connery como protagonista, estrenó una película basada en el libro.
En el año 1988 aparecerió su segunda novela, “El Péndulo De Foucault” (1988), libro centrado en un grupo de trabajadores de una editorial de Milán que se ven inmersos, entre otras organizaciones secretas, en los enigmas de los Templarios, desarrollando el asunto con un lenguaje erudito y una intrincada trama.

“La Isla Del Día Antes” (1995) fue su tercera novela. Cuenta con el protagonismo de un noble del siglo XVII llamado Roberto de la Grive, quien tras un naufragio encuentra una misteriosa embarcación desierta en los Mares del Sur. Es una obra de tipo aventurero que no evita disposiciones de carácter filosófico ni permite su desvinculación de profesor de semiótica, lo que afecta a su densidad narrativa.
Tras el ensayo “Kant y El Ornitorrinco” (1998), Eco recibió en el año 2000 el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Un año después publicó “Baudolino” (2001), libro de mejor lectura que sus dos obras previas y que toma elementos de las novelas de aventuras y picarescas para retrotraernos de nuevo a la época medieval con las andanzas de Baudolino, un embustero y vago campesino que se convierte en hijo adoptivo de Federico Barbarroja.
umberto-eco-rosa-novelas“La Misteriosa Llama De La Reina Loana” (2005) cuenta la historia de Gianbattista Bodoni, un hombre de sesenta años que un buen día se despierta amnésico. Puede recordar momentos históricos pero no la memoria personal, ya que es incapaz de acordarse de su familia y de su profesión. Para intentar recuperarse su esposa Paolo le recomienda que pase un período de reposo en el caserón de Solara, un pueblo ubicado en las colinas del Piamonte, en donde pretende volver a reconstruir su vida.
En “Historia De La Fealdad” (2007) aborda el concepto de lo feo en diversos períodos históricos.
En “El Cementerio De Praga” (2010) narró la historia de un piamontés especializado en falsificar documentos que trabaja como espía para Garibaldi y para los franceses contra los prusianos.
Uno de sus últimos ensayos fue “Historia De Las Tierras y Los Lugares Legendarios” (2013). Su última novela fue “Número 0” (2015). Murió en Milán a los 84 años de edad el 19 de febrero del año 2016.


  

UMBERTO ECO.-Vida Académica.

Se doctoró en Filosofía y Letras en la Universidad de Turín en 1954 con un trabajo que publicó dos años más tarde con el título de El problema estético en Santo Tomás de Aquino (1956). Trabajó como profesor en las universidades de Turín y Florencia antes de ejercer durante dos años en la de Milán. Después se convirtió en profesor de Comunicación visual en Florencia en 1966. Fue en esos años cuando publicó sus importantes estudios de semiótica Obra Abierta (1962) y La estructura ausente (1968), de sesgo ecléctico.
 Desde 1971 ocupa la cátedra de Semiótica en la Universidad de Bolonia. En febrero de 2000 creó en esta ciudad la Escuela Superior de Estudios Humanísticos, iniciativa académica sólo para licenciados de alto nivel destinada a difundir la cultura universal. También cofundó en 1969 la Asociación Internacional de Semiótica, de la que es secretario.
Sin embargo, su nominación más popular es la de sátrapa del Colegio de Patafísica en 2001.
Toda su obra justifica esta nominación, pero sus escritos más patafísicos no son los más populares. Sin embargo, la tercera parte de Como viajar con un salmón expone de una manera particularmente lúdica y clara algunas de sus experiencias en la Patafísica.
Se consagró como narrador con El nombre de la rosa (1980), novela histórica culturalista susceptible de múltiples lecturas (como novela filosófica, novela histórica o novela policíaca). Se articula en torno a una fábula detectivesca ambientada en un monasterio de la Edad Media el año 1327; sonoro éxito editorial, fue traducida a muchos idiomas y llevada al cine en 1986 por el director francés Jean-Jacques Annaud. 
Escribió además otras novelas como El péndulo de Foucault (1988), fábula sobre una conspiración secreta de sabios en torno a temas esotéricos, La isla del día de antes (1994), parábola kafkiana sobre la incertidumbre y la necesidad de respuestas, Baudolino (2000), una novela picaresca -también ambientada en la Edad Media- que constituye otro rotundo éxito y su última obra, La Misteriosa Llama de la Reina Loana (2004). 
Ha cultivado también otros géneros como el ensayo, donde destaca notablemente con títulos como Obra abierta (1962), Diario mínimo (1963), Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas (1965), La estructura ausente (1968), Il costume di casa (1973), La forma y el contenido (1971), El signo (1973), Tratado de semiótica general (1975), El super-hombre de masas (1976), Desde la periferia al imperio (1977), Lector in fabula (1979), Semiótica y filosofía del lenguaje (1984), Los límites de la interpretación (1990), Seis paseos por los bosques narrativos (1990), La búsqueda de la lengua perfecta (1994), Kant y el ornitorrinco (1997) y Cinco escritos morales, (1998).
Es miembro del Foro de Sabios de la Mesa del Consejo Ejecutivo de la UNESCO y Doctor Honoris Causa por más de treinta universidades de todo el mundo, entre ellas, la Complutense (1990), la de Tel Aviv (1994), la de Atenas (1995), la de Varsovia (1996), la de Castilla-La Mancha (1997) y la Universidad Libre de Berlín (1998). En 2000 recibió el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades y es caballero de la Legión de Honor francesa.

Novelas 

Distinguido crítico literario, semiólogo y comunicólogo, Umberto Eco empezó a publicar sus obras narrativas en edad madura (aunque en conferencias recientes cuenta de sus experimentos juveniles, los que incluyen la edición artesanal de un cómic en la adolescencia). Hasta el momento ha publicado cinco novelas:
El nombre de la rosa (1980) - Novela de misterio ambientada en la edad media. Versión cinematográfica interpretada por Sean Connery, Christian Slater y Ron Perlman. 
El péndulo de Foucault (1988) - Novela de complot, esoterismo y magia ambientada en la actualidad. 
La isla del día de antes (1994) - Historia de un noble del siglo XVII que naufraga en la línea de cambio de fecha. 
Baudolino (2000) - Historia de un joven labriego del Piamonte adoptado por el emperador Federico I Barbaroja y de sus increíbles aventuras. 
La misteriosa llama de la reina Loana (2004) - Esta novela esta dominada por la niebla. En la niebla se despierta Yambo, después de sufrir un incidente que le hace perder la memoria. Acompañándole en la lenta recuperación, su mujer le convence de volver a la casa de campo donde se conservan los libros que leyó de niño, los cuadernos de escuela y los discos que escuchaba entonces. 
Tras la publicación de La misteriosa llama de la reina Loana, Umberto Eco aseguró que no volvería a publicar más novelas.

Libros sobre filosofía 

Umberto Eco ha escrito principalmente en las áreas de semiótica, lingüística, estética y moralidad.
“El problema estético en Santo Tomás” (1956), 
“Obra abierta” (1962), 
"Diario mínimo" (1963), 
“Apocalípticos e Integrados” (1964) Umberto Eco realiza un estudio sobre la cultura popular y los medios de comunicación. La obra parte de dos posiciones opuestas ante la cultura: la apocalíptica y la integrada. 
"La definición del arte" (1968), 
"La estructura ausente" (1968), 
"Las formas del contenido" (1971), 
Tratado de Semiótica General. Ensayo en el que intenta unificar sus investigaciones semióticas desarrolladas hasta hoy para elaborar una teoría global de todos los sistemas de significación y de comunicación. Editorial Lumen, Colección Palabra en el Tiempo. 1975. Quinta Edición 2000, 460 págs, España. 
"El superhombre de masa" (1976), 
"Lector in fábula" (1979), 
"Siete años de deseo" (1983) 
"Semiótica y filosofía del lenguaje" (1984), 
"De los espejos y otros ensayos" (1985), 
"Los límites de la interpretación" (1990), 
"El segundo Diario Mínimo" (1990), 
"La búsqueda de la lengua perfecta" (1993), 
"Seis paseos por los bosques narrativos" (1994), 
"Kant y el ornitorrinco" (1997). 
"Cinco escritos morales" (1997). 
"La bustina de Minerva" (2000). 
“La Historia de la Belleza”. Editorial: Lumen. Marzo 2005. 440 pg. ISBN: 84-264-1468-0 Clasificación: Arte, Arquitectura y Diseño. 
“La Historia de la Fealdad”. Editorial: Lumen. Marzo 2007 
“Decir casi lo mismo. La traducción como experiencia" (2008) 

Curiosidades 

Eco es considerado también un bondólogo, expresión creada en Escandinavia para designar al experto en James Bond. Es, en efecto, un destacado estudioso del agente secreto 007, el famoso personaje creado por Ian Fleming. Sobre Bond ha escrito "Il Caso Bond" (The Bond Affair) (1966), con Oreste Del Buono. 
Eco es también Trascendente Sátrapa del Colegio de Patafísica (elegido en 2001). 
Con E. Raimondi y otros ha dado inicio a la Cacopedia.
En 1961 el artista Piero Manzoni firma 71 esculturas vivientes entre ellas, Umberto Eco. 
El personaje de Bobo del dibujante italiano Sergio Staino se asemeja a Umberto Eco. 
Le interesa profundamente Sherlock Holmes y participó en el libro que trata sobre la técnica deductiva del detective, El signo de los tres: Dupin, Holmes, Peirce, además encontramos diversas referencias a Arthur Conan Doyle y sus personajes en muchas de sus novelas, principalmente en El nombre de la rosa. 
Es también un admirador confeso de Jorge Luis Borges, del que ha escrito varios textos, y quien inspiró, inclusive, al personaje de Jorge de Burgos, de "El Nombre de la Rosa". 

  

Traducciones de sus obras


Umberto Eco nunca salía a la calle sin su sombrero Borsalino. Con frecuencia caminaba de prisa y lo mismo se reunía con sus alumnos para comer pizza que con políticos e intelectuales en restaurantes de renombre. No se consideraba un hombre elitista. Sin embargo, uno de sus mayores placeres lo encontraba en las conversaciones brillantes que estaban condimentadas con chistes y juegos de palabras.
Otras veces optaba por el silencio de su biblioteca, ese laberinto donde también atesoraba su colección de libros antiguos, e indagaba todo lo que le causaba curiosidad. A menudo una búsqueda lo llevaba a otra y otra más, y tenía la capacidad de seguir esos hilos que alimentaban su erudición para explicar cualquier fenómeno cultural. Y cuando tenía tiempo, se escapaba a las librerías de ocasión en busca de más libros antiguos, cómics o de lo inesperado.

Así recuerda la traductora doña Helena Lozano Miralles al escritor Umberto Eco.

¿Cómo describiría su estilo de traducción?

 Como decía Italo Calvino, el traductor es el mejor lector de una obra. El problema es que cada lectura de una obra es una interpretación y una lectura diferente. Cada traductor selecciona los aspectos de la obra que le parecen más importantes, sin olvidar el respeto que se le debe al texto.
 En mis traducciones intento conciliar un respeto absoluto por el original, lo que significa, en el caso de las novelas, desentrañar su mecanismo, es decir, conservar el juego textual que plantea el autor.

¿Necesitaba conservar la ironía de Eco? 

La ironía y la posibilidad de mantener la ambigüedad para que pueda surgir más de una lectura. Eso siempre es un desafío. Eco siempre combinaba elementos de cultura alta y popular, y mezclaba cómics con series de televisión, poesía barroca, hermética y contemporánea y sus lecturas teóricas. 
"Él siempre guiñaba un ojo a todas las posibilidades culturales y eso evidentemente requiere un trabajo de documentación muy serio; muchas veces tenemos que ver cómo esos materiales culturales han sido recibidos en lengua española”.

¿No exigía una traducción literal? 

Habría que discutir lo que es exactamente la literalidad… Pero más que literal, yo digo que es un respeto absoluto por el texto. Hay que intentar que nuestras elecciones al traducir sean las más respetuosas, conservando la intención del texto.

¿A menudo usted vuelve a sus traducciones?

 Para un traductor responsable, no existe una versión definitiva. Así que ya no vuelvo a leer esos libros con la intención de traducirlos, porque seguiría cambiando cosas.

¿Realizará futuras traducciones? 

Queda muy poco por traducir, pero eso depende de las casas editoriales. Lo que resta son ensayos sobre la Edad Media, pero no tengo idea si esto se hará.

Para Helena Lozano, profesora en la Universidad de Trieste, ganadora del Premio Nazionale per la Traduzione de la República Italiana y quien también ha traducido Segundo diario mínimo, La misteriosa llama de la reina Loana, Decir casi lo mismo, El cementerio de Praga y Número cero, Umberto Eco era un genio que tenía una visión peculiar sobre el mundo y sus fenómenos culturales y políticos.

“No es una casualidad que fuera un semiólogo. Era una voz intelectual importantísima en este mundo. Imagine que él al teorizar la semiótica, decía que ésta debe analizar todo aquello que sirva para mentir. Y ahora que estamos en medio de las fake news, de la falsificación de la realidad desde las noticias, nos encantaría saber su opinión.

“Fue una persona con una lucidez y una capacidad de comunicar esa lectura suya que muy pocos intelectuales han tenido, con observaciones sobre los mecanismos profundos de cualquier comunicación. Para eso tuvo un papel absolutamente fundamental en su tarea como intelectual. Además, lo recuerdo como un profesor siempre volcado en sus clases y en la enseñanza, un hombre respetuoso de las ideas y propuestas de sus alumnos. Fue un gran maestro.”

¿Es acertado imaginar al autor de El nombre de la rosa aislado en una torre, leyendo un montón de libros a gran velocidad y en varios idiomas? 

 y no. Para él la biblioteca era un laberinto del cual había que salir, porque consideraba que la biblioteca debía usarse para leer el mundo. Él tenía esa capacidad de entrar y salir de la biblioteca a través de formas comunicativas, como el ensayo creado con rigor y mediante la narrativa con sus novelas.

¿A Eco le preocupaba la estrechez del lenguaje que priva en nuestros días? 

No puedo responder eso. Lo que sí puedo decir es que él tenía una actitud totalmente abierta hacia todo fenómeno comunicativo. Para él todo fenómeno comunicativo era bueno si servía a su propósito. El problema es cuál es el propósito del fenómeno comunicativo. Eso habría opinado.

Y añade:
 “Por ejemplo, él tiene una serie de columnas sobre el teléfono celular. Pero no en contra del objeto, sino del uso que se le da. Para él no era un problema la simplificación del lenguaje, sino la simplificación del pensamiento tras el lenguaje, es decir, que las carencias de lenguaje impliquen falta de ideas, de visión, de aprehensión, de cómo se capta el mundo”.

Como homenaje al gran autor y humanista, hacemos un repaso de sus 10 frases más celebres. Unas palabras que, por el peso de su significado, han pasado a la posteridad.

"El mundo está lleno de libros preciosos que nadie lee".

"Hay libros que son para el público, y libros que hacen su propio público".

"Adoro a los gatos. Son de las pocas criaturas que no se dejan explotar por sus dueños".

"Nada es más nocivo para la creatividad que el furor de la inspiración".

"Los libros son esa clase de instrumentos que, una vez inventados, no pudieron ser mejorados, simplemente porque son buenos. Como el martillo, el cuchillo, la cuchara o la tijera".

"El autor debería morirse después de haber escrito su obra. Para allanarle el camino al texto".

"La televisión se nos aparece como algo semejante a la energía nuclear. Ambas sólo pueden canalizarse a base de claras decisiones culturales y morales".

"El narrador no debe facilitar interpretaciones de su obra, si no, ¿para qué habría escrito una novela, que es una máquina de generar interpretaciones?".

"Los libros se respetan usándolos, no dejándolos en paz".

"Hoy no salir en televisión es un signo de elegancia".

Umberto Eco.
Umberto Eco en 1984
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Información personal
Nacimiento5 de enero de 1932
Alessandria (Italia)
Fallecimiento19 de febrero de 2016 (84 años)
Milán (Italia)
Causa de muerteCáncer de páncreas 
ResidenciaAlessandria, Milán y Urbino 
NacionalidadItaliana (1946-2016)
ReligiónAteísmo 
Lengua maternaItaliano
Familia
CónyugeRenate Ramge (desde 1962) 
Hijos2
Educación
Educacióndoctor en ciencias 
Educado enUniversidad de Turín 
(Laurea en Filosofía; hasta 1954) 
Información profesional
OcupaciónFilósofo, novelista, ensayista,
 pedagogo, guionista, traductor,
 profesor  universitario, semiótico, 
escritor, crítico literario, medievalista, especialista en literatura e historiador 
ÁreaFilosofía medieval, cultura de masas,
 Obra abierta, semiología, 
estructuralismo, literatura de no ficción, novela histórica, lingüística, semiótica,
 literatura italiana y crítica literaria 
Años activo1956-2012
Empleador
  • Universidad de Bolonia
  • Collège de France 
SeudónimoDedalus 
GéneroEnsayo y novela 
Obras notables
  • El nombre de la rosa
  • El péndulo de Foucault
  • Apocalípticos e integrados 
Miembro de
  • Colegio de Patafísica
  • Academia Nacional de los Linces
  • CICAP
  • Real Academia de Bélgica
  • Academia Estadounidense 
  • de las Artes y las Letras
  • Asociación Internacional 
  • de Semiología 
Sitio webumbertoeco.it 
Distinciones
  • Comendador de las Artes y las Letras
  • Gran Cruz del Mérito con Estrella 
  • de la Orden del Mérito de la República Federal de Alemania
  • Oficial de la Orden Nacional de la Legión de Honor
  • Orden del Mérito de las Ciencias y las Artes
  • Premio Strega (1981)
  • Caballero Gran Cruz de la 
  • Orden al Mérito de la República Italiana (1996)
  • Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades (2000)
  • Premio Austriaco de Literatura Europea (2001)
  • Cesare Pavese Prize (2011) 



  


Alma mater: La Universidad de Turín (en italiano Università degli Studi di Torino) es una universidad pública ubicada en la ciudad de Turín, al noroeste de Italia. Fundada en 1404, es una de las universidades más antiguas de Europa y continúa siendo un importante centro de estudio e investigación.

  

Revista Mercurio.

 
EN VERSO
HORAS CRÍTICAS

Umberto Eco: la verdad está ahí dentro (de las bibliotecas)
Escrito por Bruno Padilla del Valle 
el 25 septiembre, 2023
«Umberto Eco: La biblioteca del mundo» (2022), de Davide Ferrario. / © Filmin — Fandango
«El total de las bibliotecas representa el conjunto de la memoria de la humanidad, de ahí que el problema de la memoria colectiva esté ligado al de la lectura»

La memoria vegetal es el concepto que acuñó Umberto Eco (1932-2016) para referirse a esa porción, podría decirse material, de la memoria cifrada en los libros, cuyo hábitat natural son las bibliotecas, tanto las públicas como las personales, que pueden estar muy abiertas a otros lectores. Según el escritor, semiólogo y filósofo italiano, la cuestión de la memoria, que tantos interrogantes plantea en esta era de virtualidades y nubes, fue adelantada por Isaac Asimov en su relato futurista 

La sensación de poder (1958), en el que un fallo general informático obliga a recurrir a la única persona en el mundo que aún es capaz de hacer operaciones matemáticas «de cabeza». 
El documental Umberto Eco: La biblioteca del mundo (2022), que estrenó en nuestro país el Atlántida Film Fest y que ahora puede verse en Filmin, tiene como asunto central ese vínculo entre literatura y memoria, que toma cuerpo en las estanterías de su famosa colección.




La película comienza con el propio autor flanqueado por decenas de estanterías llenas de libros mientras atraviesa un largo corredor y luego una amplísima estancia.

 «La biblioteca es a la vez símbolo y realidad de una memoria colectiva», dice, y a continuación cita a Dante cuando describe a Dios: «Vi en un único volumen lo que en el universo se desencuaderna». 

El escritor de la Comedia concibe al Altísimo como la biblioteca de todas las bibliotecas, siglos antes de que Borges imaginara su Babel. Esas declaraciones forman parte del encuentro en 2015, un año antes de la muerte de Eco, con el cineasta Davide Ferrario, con motivo de la grabación de una videoinstalación encargada por la Bienal de Arte de Venecia y titulada justamente Sulla memoria. Fueron apenas un par de días de entrevistas, pero bastaron para que el escritor piamontés invitara al equipo de rodaje a conocer su biblioteca. La escena resultante se convirtió en icónica cuando el 19 de febrero de 2016 se conocía la noticia de su muerte y los informativos de medio mundo la reproducían.

El documental de Ferrario se abre con ese eco internacional y el acontecimiento masivo que supuso en Italia. «Grazie, Prof.», leemos en una pancarta el día de su funeral, y en el film parece que asistamos a una clase magistral póstuma. Saltamos al verano de 2022 y la cámara nos sitúa de nuevo frente a la colección de libros que gestó durante tres décadas, y que su familia ha decidido donar a la Biblioteca Nacional Braidense (Biblioteca di Brera) de Milán y a la de la Universidad de Bolonia. Antes de ello, avisan a Ferrario para que, si lo desea, tome acta de ese legado en el lugar donde fue refugio para Eco. Le gustaba sobre todo atrincherarse en la sala de volúmenes antiguos, sin tecnología alguna, solo con su flauta y sus tesoros literarios. Tenía unos guantes, pero no los usaba: los libros hay que tocarlos.

No se dice en el documental, pero es sabido que Eco se enorgullecía de no haber leído la mayoría de esos 30.000 volúmenes y pico. Más que la acumulación, su pasión era la infinidad de posibilidades de conocer lo que no conocía. Esa ignorancia que crece conforme leemos, como buen amante de la paradoja, fascinaba al enorme pensador, narrador y creador de una suerte de antibiblioteca o bien, como él mismo la definía, una «biblioteca semiológica, curiosa, lunática, mágica y neumática». 

En ella se hallan temas tan diversos como la alquimia, los teatros químicos, el ocultismo, los jeroglíficos, la demonología, las lenguas universales o el alma de los animales (sic). «La fuerza del lenguaje no es decir lo que hay, sino describir lo que no existe», decía sobre estos libros excéntricos cuyo valor reside en que, partiendo de la periferia literaria, la diversidad o incluso la incongruencia, son capaces de recrear mundos completos, imposibles y, por tanto, mucho más interesantes.

Entre otros, el documental nos muestra los de Athanasius Kircher, jesuita del siglo XVII que escribió —o conjeturó— mucho, y sobre muchas cosas, sin necesariamente tener un gran conocimiento de ellas, pero valiéndose de un «hambre enciclopédica» y unas fascinantes imágenes que dan cuerpo a sus fantasías salvajemente delirantes con lenguaje científico, en una confusión entre lo cierto y lo falso que era otra de las debilidades de Eco. 
También descubrimos en su altar a Thémiseul de Saint-Hyacinthe, autor de un tratado de erudición sobre un poema banalísimo en torno al que despliega un ambicioso aparato crítico, dando pie al pensador italiano a reflexionar acerca del «murmullo artificial de los libros», aquel que nos exime de leerlos. 

Lo mejor de la película de Ferrario es cómo, al abrirnos las puertas de su biblioteca, nos abre también las de su mente y su imaginación, que releemos a la luz de estas fuentes originalísimas y de su (des)organización: los familiares desentrañan el aparente caos que responde, en verdad, a una muy personal coherencia ordenadora y a la labor de curaduría de toda una vida.

Eco defendía, precisamente, que las bibliotecas debían estar vivas, no solo porque uno las recorra y las repiense continuamente como él hacía, sino porque sean compartidas (como él hacía); cuestión que, a su juicio, diferencia a un bibliómano de un bibliófilo. Él, por descontado, se halló siempre en esa segunda categoría, y de ahí que en este documental admita que «sentimentalmente, el libro es insustituible» en su versión impresa frente a la electrónica o la memoria de silicio, que tiende cada vez a ser menos necesaria. Al creer que hemos conquistado una memoria inmensa, la hemos perdido por su inabarcabilidad, concluye, apelando a una imprescindible tarea de filtrado con su habitual lucidez:
 «Este mundo está sobrecargado de mensajes que no dicen nada».
Pero la literatura es otra cosa.

Por eso defiende que lo importante, en cualquier caso, es acercarse a los libros («La vida que se conquista con la lectura no discrimina entre la gran literatura y la de entretenimiento»), y reivindica también a dibujantes-pensadores tan brillantes como Charles M. Schulz o su adorado Quino. Sobre la habitual pregunta que concierne a los hábitos de lectura, sentencia:
 «Tener curiosidad intelectual significa estar vivos. Pero, créeme, no hay tanta gente viva en este mundo». 
Ese humor socarrón y punzante recorre los fragmentos de entrevistas y declaraciones de Eco que conforman el núcleo del documental y que muestran a un autor cómodo en las funciones de orador ante el público, de analista sin tapujos pero con mucho sentido del humor.

Pese a lo que la presencia de esas imágenes —y audios— de archivo pudiera suponer en términos cinematográficos para el documental, su puesta en escena resulta elegante y sofisticada. Además de una amplia carrera como documentalista, entre los cuales destaca el multipremiado La strada di Levi (2006), y de algunos films menores aunque interesantes como Dopo mezzanotte (2004), al cineasta Davide Ferrario (Casalmaggiore, 1956) cabe situarlo también por su trayectoria como escritor, crítico y distribuidor en Italia de títulos de Fassbinder, Wenders, Sayles o Seidelman. 

Umberto Eco: La biblioteca del mundo podría haber sido un documental estático al centrar el foco en estos templos de la literatura, pero en cambio se hace muy dinámico gracias a la presencia consciente de la cámara en su entrada a las estancias de la memoria literaria.

Bibliotecas antiguas o modernas, recónditas o amplias, pero todas grandiosas a su manera, como las arriba mencionadas y la Comunale de Imola, la Stadtbibliothek de Ulm, la Stiftsbibliothek de Saint Gallen, la Vasconcelos de Ciudad de México o la Binhai de Tianjin. 
Un paseo enriquecido por las músicas de Carl Orff (esa «Gassenhauer» que siempre nos retrotrae a la obra maestra de Malick, Malas tierras) y de Fabio Barovero, aunque como nos recuerda el propio Eco, la verdad solo está en el silencio. El silencio de la lectura, el silencio destinado a preservarse en las bibliotecas.


  

Umberto Eco y la sombra de Dios.



El intelectual laico y el cardenal Martini, figura clave de la Iglesia, mantuvieron en 1995 un diálogo epistolar sobre el sentido de la fe y los límites de la vida.


Pedro Ontoso
Miércoles, 24 de febrero 2016,


El filósofo y escritor Umberto Eco, un intelectual total que lo abarcaba todo, mantuvo un diálogo epistolar público con el cardenal Carlo María Martini, arzobispo de Milán y figura clave de la Iglesia, a mediados de la década de los noventa. El primero, representante de la cultura laica, y el segundo, el eterno papable, candidato del ala más progresista del catolicismo. 
Fue un intercambio de reflexiones entre hombres libres como escribió en su día el padre de la Semiótica sobre numerosas cuestiones, entre ellas el sentido de la fe y los límites de la vida. Los escritos se recogieron en un libro, '¿En qué creen los que no creen? Un diálogo sobre la ética en el final del milenio' (Temas de Hoy), de lectura obligada en estos tiempos de intolerancia y de pensamiento intrascendente, evanescente y mediocre.

La calidad de su obra y la calidad de sus trayectorias les llevó a converger en los premios Príncipe de Asturias de 2000. Martini, en el área de las Ciencias Sociales por primera vez en 20 años se reconocía a un miembro de la jerarquía católica , y Eco, en el de la Comunicación. Se valoraba, entre otros muchos méritos, su impulso al diálogo entre ateos y creyentes. 
Martini ya había mantenido varias conversaciones con el cardiólogo y senador del Partido Democrático Ignazio Marino sobre temas delicados como el inicio de la vida humana, la fecundación artificial, la donación de embriones y la homosexualidad, recogidos en el libro 'Credere e conoscere' (Creer y conocer). 
El cirujano italiano compitió por la alcaldía de Roma y ganó con el lema «La laicidad debe ser nuestro valor irrenunciable». Con Umberto Eco también había abordado temas fronterizos y sensibles para la Iglesia. Un diálogo entre fe y cultura en los tiempos de la modernidad, un tiempo que ellos diseccionaban con una mirada crítica. Cartas cruzadas. Vidas cruzadas.

El intercambio epistolar tuvo lugar en las páginas de la revista 'Litoral', ocho cartas entre marzo de 1995 y marzo de 1996, con periodicidad trimestral. Umberto Eco era ya un escritor reconocido. Su gran novela 'El nombre de la Rosa', leida por millones de personas, llevaba quince años en las librerías. Su vida era profundamente laica. No siempre había sido así. 
Fue militante activo en los movimientos juveniles de Acción Católica antes de matricularse en Filosofía en la universidad de Turín. Su tesis doctoral se centró en la estética (medieval) de Santo Tomás de Aquino, otra gran figura del pensamiento católico, que influiría en su producción literaria. Más adelante escribiría que Tomás de Aquino le había «curado milagrosamente de la fe»
Curiosamente, el libro póstumo que se publica este fin de semana, 'Pape Satan Aleppe. Crónicas de una sociedad líquida', analiza, entre otras cuestiones, la identidad del Papa Francisco, al que tenía una gran estima, según ha reconocido su editor. Era un inmenso humanista, como le ha descrito Francois Hollande, y en esa etiqueta cabe mucho.

El cardenal Martini también era una voz libre. Fue un jesuita brillante, un sabio. Una figura clave en la Iglesia, de hecho fue consejero en siete congregaciones 'ministerios' vaticanos. Del purpurado se ha dicho que pudo haber sido un gran Papa. Referente de la renovación eclesial era la bandera del sector más abierto y progresista.

  «La Iglesia se ha quedado 200 años atrás. ¿Cómo puede ser que la Iglesia no se mueva»?, clamó en una de sus últimas entrevistas, publicada en 2012 en el periódico milanés 'Corriere della Sera'.

 «¿Dónde están los héroes que nos inspiran?, dijo tras citar a monseñor Romero y a los mártires jesuitas de El Salvador. «De ningún modo nos hemos de limitar con los vínculos de la institución», proponía en lo que era su testamento espiritual.

En aquel cruce epistolar, muy seguido en la sociedad del momento, Martini y Eco hablaron de muchas cosas. Del fin del mundo: la obsesión laica por un nuevo Apocalipsis y la esperanza que hace del fin «un fin», según Martini. De las bases de la ética: ¿Dónde encuentra el laico la luz del bien?, se preguntaba Eco. 

Del aborto: ¿Dónde comienza la vida humana?. O de los hombres y las mujeres según la Iglesia. Dos grandes cerebros en plena acción. Toneladas de pensamiento denso. Nada que ver con la sociedad líquida de ella habla Eco en su libro póstumo y la ceguera moral que analiza Zygmunt Bauman. Ni con el pensamiento débil, sobre el que teoriza Giani Vattimo, filósofo del postmodernismo.

Surge el debate sobre el origen y el destino de nuestra sensibilidad moral. De las convicciones morales sin referencias religiosas o, quizás, por ellas. Martini escribe en una de sus reflexiones que «existe un humus profundo del que creyentes y no creyentes, conscientes y responsables, se alimentan al mismo tiempo, sin ser capaces, tal vez, de darle el mismo nombre». Eco escribe que «cuando los demás entran en escena, empieza la ética. Son los demás, en su mirada, lo que nos define y lo confirma». 

El Consejo Pontificio de la Cultura el 'Ministerio' de Cultura del Vaticano puso en marcha en su día a través del cardenal Ravasi la iniciativa Atrio de los Gentiles, un espacio moderno de lo que fue en tiempos del rey Herodes un lugar del Templo que todos podían atravesar y en el que todos podían permanecer sin distinción de cultura, lengua o profesión religiosa. Un espacio de encuentro para creyentes y no creyentes.

El debate epistolar entre Eco y Martini era de tal nivel que hubo otros pensadores, de muy distinto signo, que se incorporaron al diálogo. Como el filósofo Emanuelle Severino, especialista en Heidegger y la metafísica. 

Enseñó filosofía en la Universidad católica del Sacro Cuore de Milán, pero la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe estableció que su pensamiento no era compatible con el cristianismo. También el filósofo Manlio Sgalambra, autor de obras como 'La muerte del sol' o 'Tratado de la impunidad', y poeta y letrista del cantante Franco Battiato. El político, sindicalista y periodista Vittorio Foa, hijo de una familia judía y sobrino de un rabino. 

Es uno de los patriarcas de la izquierda italiana, una persona de un gran rigor moral: «Siemre pensar en los otros y no en uno mismo» era su lema. Y Claudio Martelli, periodista y ex ministro de Justicia, y en su día delfín de Craxi en el Partido Socialista Italiano.

Más periodistas en el cruce epistolar. Indro Montanelli, liberal conservador que debutó en el periodismo con un artículo sobre Lord Bayron y el catolicismo. Entrevistó a Pío XII. Estuvo condenado a muerte por la Gestapo por un artículo en el que relataba las relaciones del dictador Mussolini y su amante, Clara Petacci. Le salvó la vida otro arzobispo de Milán, el monje benedictino Ildefonso Schuster, beatificado luego por Juan Pablo II, que combatió el régimen fascista, perseguidor, por cierto, de la Acción Católica en la que crecería Umberto Eco. 

Maestro de periodistas en 'Il Corriere', dos pistoleros de las Brigadas Rojas le tirotearon en las piernas. Años después les dio la mano en la cárcel y les perdonó de manera pública. Un personaje singular.

Como Eugenio Escalfari, primer director y ahora editor de 'La Repubblica'. El veterano periodista se definió como «un no creyente interesado y fascinado por la predicación de Jesús de Nazaret desde hace muchos años».

 A Escalfari siempre le ha gustado el diálogo epistolar. Escribió a través de su periódico al Papa Francisco preguntándole por la actitud de la Iglesia con los que no comparten la fe en Jesús. Y el Papa le contestó a través del mismo diario próximo a la izquierda.
 «La cuestión para quien no cree está en obedecer a la propia conciencia. Escucharla y obedecerla significa, de hecho, decidirse frente a lo que se percibe como bueno o como malo. Y en esa decisión se juega la bondad o la maldad de nuestras acciones», escribió Francisco.

 Esta reflexión también se encuentra en la doctrina de Umberto Eco.