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jueves, 16 de mayo de 2013

143.-Garcilaso El Inca.-a



  


(Garcilaso de la Vega, llamado El Inca; Cuzco, actual Perú, 1539 - Córdoba, España, 1616) Escritor e historiador peruano. Era hijo del conquistador español Sebastián Garcilaso de la Vega y de la princesa incaica Isabel Chimpo Ocllo. Gracias a la privilegiada posición de su padre, que perteneció a la facción de Francisco Pizarro hasta que se pasó al bando del virrey La Gasca, el Inca Garcilaso de la Vega recibió en Cuzco una esmerada educación al lado de los hijos de Francisco y Gonzalo Pizarro, mestizos e ilegítimos como él.

A los veintiún años se trasladó a España, donde siguió la carrera militar. Con el grado de capitán, participó en la represión de los moriscos de Granada, y más tarde combatió también en Italia, donde conoció al filósofo neoplatónico León Hebreo. En 1590, muy probablemente dolido por la poca consideración en que se le tenía en el ejército por su condición de mestizo, dejó las armas y entró en religión. Frecuentó los círculos humanísticos de Sevilla, Montilla y Córdoba y se volcó en el estudio de la historia y en la lectura de los poetas clásicos y renacentistas. Fruto de esas lecturas fue la traducción del italiano que el Inca Garcilaso hizo de los Diálogos de amor, de León Hebreo, que dio a conocer en Madrid el mismo año de su retiro.

Siguiendo las corrientes humanistas en boga, Garcilaso el Inca inició un ambicioso y original proyecto historiográfico centrado en el pasado americano, y en especial en el del Perú. Considerado como el padre de las letras del continente, en 1605 dio a conocer en Lisboa su Historia de la Florida y jornada que a ella hizo el gobernador Hernando de Soto, título que quedó sintetizado en La Florida del Inca. La obra contiene la crónica de la expedición del conquistador Hernando de Soto, de acuerdo con los relatos que recogió él mismo durante años, y defiende la legitimidad de imponer en aquellos territorios la soberanía española para someterlos a la jurisdicción cristiana.

Por el heroísmo allí desplegado y las penalidades sufridas, la historia tenía harto aliciente para tentar a un escritor. Sorprende, no obstante, que Garcilaso lo eligiese, él que desconocía en absoluto aquel territorio y poseía en cambio tan directa información de su país natal, como mostraría después. El mismo Garcilaso se adelantó a explicarlo: la empresa de Soto le fue referida tan repetidamente por uno de sus participantes, que decidió exponerla por escrito, para lo que usó, además, de datos aportados por otros dos testigos. Lo hizo con bastante extensión (un libro por cada año) y mostró, sobre todo, sus dotes literarias acertando a reflejar la trágica belleza de aquel heroico intento.

El título más célebre de Garcilaso el Inca, sin embargo, fueron los Comentarios reales. La primera parte de esta obra se publicó en la ciudad de Lisboa en 1609 y la segunda, que llevó el título puesto por los editores de Historia general del Perú, fue editada póstumamente en Córdoba (1617). Los Comentarios del Inca son una mezcla de autobiografía, reivindicación de su glorioso linaje e intento de dar una visión histórica del imperio incaico y su conquista por parte de los españoles. Esta conjunción de argumentos de diverso interés ha originado una larga polémica acerca de la verosimilitud histórica de los datos aportados por el Inca Garcilaso en sus escritos. En cambio, desde el punto de vista meramente literario, su prosa está considerada como una de las más elevadas manifestaciones de la lengua castellana y como una referencia inexcusable en la formación de una tradición literaria latinoamericana.

La primera parte de los Comentarios Reales (1609) aborda la historia y la cultura del Imperio Incaico, enalteciendo que el Cuzco fue "otra Roma", rebatiendo a quienes trataban de "bárbaros" a los indígenas peruanos. Su visión providencialista distingue un tiempo salvaje, anterior a la misión civilizadora de los incas; con éstos, en cambio, se instaló una etapa de alta civilización, a la cual los españoles debían perfeccionar con la evangelización, igual que Roma fue cristianizada en el Viejo Mundo.

La segunda parte (la Historia General del Perú) enfoca la conquista, vista como gesta épica; el problema es que la conquista debió culminar en la cristianización del Perú, pero "la labor del demonio" azuzó los pecados capitales de los españoles, conduciéndolos a las guerras civiles, a la destrucción de sabias instituciones incaicas y a la política toledana adversa a indios y mestizos.

Artísticamente, el Inca Garcilaso de la Vega combinó hábilmente recursos de la epopeya, la utopía (género platónico de gran cultivo entre humanistas) y la tragedia. Epopeya y utopía se ligan y refuerzan hasta la mitad de La Florida y los Comentarios, anunciándose entonces la tragedia que termina precipitándose conforme se acerca el final de ambas crónicas. A pesar de esos finales desastrados, Garcilaso mira esperanzado el futuro, como claramente se manifiesta en la dedicatoria de la segunda parte de los Comentarios.

Escritos a partir de sus propios recuerdos de infancia y juventud, de contactos epistolares y visitas a personajes destacados del virreinato del Perú, los Comentarios Reales constituyen, pese a los problemas de sus fuentes orales y escritas y a las incongruencias de muchas fechas, uno de los intentos más logrados, tanto conceptual como estilísticamente, de salvaguardar la memoria de las tradiciones de la civilización andina. Por esta razón es considerada su obra maestra y se la ha reconocido como el punto de partida de la literatura hispanoamericana.

Escudo nobiliario del Garcilaso, donde se ven los blasones de los Vargas, los Suárez de Figueroa, los Sotomayor, los Mendoza y de los Incas".

Vega, Garcilaso de la. El Inca. Cuzco (Perú), 12.IV.1539 – Córdoba, 24.IV.1616. Historiador.

Su padre fue el capitán Garcilaso de la Vega, oriundo de Badajoz y por lo tanto extremeño al igual que el conquistador del Perú Francisco Pizarro. Él era parte de una familia de renombrada prosapia como el mismo Inca Garcilaso lo relata en su Genealogía o Relación de la descendencia de los Garcí Pérez de Vargas. Remontándose a una undécima generación logra entroncarse con Garcí Pérez de Vargas, hijo de Pedro de Vargas de Toledo, que acompañó al rey Fernando el Santo en la reconquista de Andalucía. Aparte de servidores de reyes, de héroes, de portadores de títulos nobiliarios entre los miembros de su familia paterna figuran literatos de la talla del poeta Garcilaso de la Vega, el marqués de Santillana, Jorge Manrique.

El nombre de su madre fue Isabel Chimpu Ocllo, que también provenía de una familia de alta alcurnia pero de origen andino. Ella era parte de la nobleza incaica pues como dice el mismo Inca Garcilaso de la Vega “fue hija de Huallpa Tupac, hijo legítimo de Tupac Inca Yupanqui y de la Coya Mama Ocllo, su legítima mujer, y hermana de Huayna Capac, último rey natural que fue en aquel Imperio llamado Perú” (Garcilaso de la Vega, Inca, 1960: t. I, 238). No se trataba pues de cualquier mujer sino de alguien que pertenecía a la más alta nobleza inca pues descendía del cuarto hijo legítimo del inca (Miró Quesada, 1994: 23) que ocupó la posición más alta de todos sus congéneres y era el producto del matrimonio más legítimo que se podía concebir: aquel del Inca con su hermana de padre y madre. A esta mujer se le decía coya. La madre de Isabel era también noble aunque no de la mayor jerarquía. Ella era una palla lo que según el escalafón que describe Guaman Poma seguía en rango a la coya y a la ñusta y antecedía a las aui. A las primeras las traduce como “reina”, a las segundas como princesas, a las pallas como “señoras particulares” y a las aui como “picheras”, un término que tenía la connotación de tributarias (Guaman Poma, 1968: 181 y 253).

Habiendo muerto el capitán Garcilaso de la Vega en 1559 y haber tenido, según una oración fúnebre recogida por su hijo, la edad de cincuenta y nueve años se supone que debió de nacer en 1500 aunque se desconoce el mes y el día. Entre 1530 y 1531 se especula su llegada al continente americano y al Perú en 1534 como parte de la expedición de Pedro de Alvarado. No llegó solo. Vino en compañía de su hermano Juan de Vargas y de sus primos Gómez de Luna y Gómez de Tordoya. Como casi todos los que acompañaron a Alvarado su destino final fue la ciudad del Cuzco.

Quizá por proceder sus familias de la misma región en España la relación de este capitán con los Pizarro fue muy amistosa tanto que, aunque vacilante, apoyó a Gonzalo Pizarro durante su revuelta. Es cierto que antes de iniciarse la batalla de Xaquixahuana, en la cual fue derrotado este rebelde al rey de España, Garcilaso de la Vega fue uno de los primeros en pasarse al bando del pacificador La Gasca y que en otra ocasión prefirió escaparse para evitar apoyarlo en su rebeldía, sin embargo varios cronistas hicieron constar que fueron amigos y que incluso, durante la batalla de Huarina, llegó a socorrerlo con su caballo en un trance difícil. Esta acción le resultaría muy perjudicial tanto a Garcilaso padre como a su hijo pues la Corona española la esgrimiría para privarlo de ciertos derechos que les correspondían.

Como fue el caso de muchos otros conquistadores, Garcilaso nunca llegó a legitimar su unión con la noble inca, sin embargo mantuvieron una convivencia por más de diez años que se interrumpiría con el matrimonio de este capitán con la española Luisa Martel de los Ríos en junio de 1549. De aquella convivencia nacería el célebre cronista quien recibiría el nombre de Gómez Suárez de Figueroa al igual que uno de sus antepasados. No sería sin embargo el único hijo del conquistador. En el testamento de este último se menciona a una Leonor de la Vega que habría permanecido en España pero de cuya madre no se tiene ninguna noticia. Otra hermana, también mestiza como él, fue Francisca de la Vega nacida de otra relación no legalizada que tuvo el capitán. Una vez más la pareja fue otra noble indígena y palla como Isabel Chimpu Ocllo. Su nombre fue María Pilcosisa.

Otras dos medias hermanas que murieron muy jóvenes fueron Blanca de Sotomayor y Francisca de Mendoza, hijas legítimas del capitán con Luisa Martel de los Ríos. Y de la unión legítima de su madre Isabel con Juan del Pedroche, luego de que su primer conviviente se casara con doña Luisa, otras dos medias hermanas fueron procreadas. Una fue Luisa de Herrera casada con Pedro Márquez Galeote, y la otra, Ana Ruiz, que contrajo matrimonio con Martín de Bustinza.

Durante los veintiún primeros años de su vida, es decir, desde que nació hasta que se marchó a España, la vida de Gómez Suárez de Figueroa transcurrió al lado de su padre. Se desconoce la casa donde nació, pero no debió de pasar mucho tiempo hasta ocupar la casa donde viviría hasta irse a España. Su ubicación es todavía notoria hoy en día pues en aquel mismo lugar existe un inmueble del Instituto Nacional de Cultura destinado a un museo y actos culturales que se le conoce como la casa del Inca Garcilaso de la Vega. Ella se encuentra al oeste de la ciudad del Cuzco en una esquina occidental de la plaza del Regosijo o “Cusipata”. Originalmente el terreno perteneció al soldado Pedro de Oñate, quien lo recibió en el reparto de solares que se hizo en 1534. Se trataba de un área periférica de la ciudad que tan sólo constaba de andenerías, sin embargo colindaba con un importante espacio del sector Chinchaysuyo que con la plaza de Haucaypata servía como escenario para los grandes rituales públicos de los Incas.

Su nacimiento coincidió con una etapa de convulsión. Por un lado la resistencia inca en Vilcabamba iniciada por Manco Inca en 1534 y, por otro, las guerras civiles entre pizarristas y almagristas, en un primer momento, y luego entre pizarristas y la corona española. No siendo su padre un personaje secundario y teniendo compromisos con los Pizarro, no pudo sustraerse a participar de buena o mala gana en los conflictos. Ello lo llevó a tener ausencias prolongadas de su casa dejando al pequeño principalmente al lado de su madre. Esto se tradujo en una mayor interacción por el lado materno y por lo que hizo del quechua su lengua inicial. Él mismo dice que dominaba esta lengua por haberla mamado en la leche materna. Sin embargo, muy pronto el español ingresaría en su repertorio idiomático. Un amigo muy cercano de la familia, que al parecer llegó hasta compartir el mismo techo antes que se mudaran a la casa ubicada en la plaza del Regocijo, muy pronto se hizo cargo de la educación del pequeño. Su nombre era Juan de Alcobaza. Garcilaso se refiere a él como su ayo y como padre de Diego de Alcobaza, al que considera su hermano por haber nacido ambos en la misma casa.

De las manos de este ayo luego pasaría a la de algunos preceptores en latinidad que como pago por sus enseñanzas recibían al mes de cada estudiante diez pesos equivalentes a doce ducados. Como él mismo refiere estos preceptores no duraban mucho siendo reemplazados por otros cuyas enseñanzas no guardaban correspondencia con las de sus predecesores. Según sus propias palabras esta situación los llevaba a andar “descarriados de un preceptor en otro sin aprovecharles ninguno hasta que el buen canónigo (Juan Cuéllar) los recogió debajo de su capa y les leyó latinidad casi dos años entre armas y caballos, entre sangre y fuego de las guerras que entonces hubo de los levantamientos de Sebastián de Castilla y de Francisco Hernández Girón” (Garcilaso de la Vega, 1960: t. II, 84).

Dado que estos levantamientos ocurrieron entre 1552 y 1553, contaba a la sazón con trece o catorce años. Como se puede apreciar por la cita previa, Garcilaso debió de simpatizar mucho con este canónigo lo que no le impide reconocer que “tampoco dejó sus discípulos perfeccionados en latinidad, porque no pudo llevar el trabajo que pasaba en leer cuatro lecciones cada día y acudir a las horas de su coro” (Garcilaso de la Vega, 1960: t. II, 84).

En 1549, cuando Garcilaso de la Vega debía de tener diez años, siguiendo los consejos de la Corona para que los vecinos solteros contrajesen matrimonio con damas de origen español, el padre se desposó con Luisa Martel de los Ríos hija del cordobés Gonzalo Martel de la Puente que hasta 1540 fue tesorero de Panamá (Miró Quesada, 1994: 71). Esta decisión debió de ser muy penosa para el hijo, pero al menos se le dio la oportunidad de seguir residiendo con su padre al cual serviría de escribiente de las cartas que redactaba.

Darle una tarea de esta naturaleza sugiere que, ya por aquel entonces, debía de manejar muy bien el español tanto oral como escrito. Sin embargo, su vocación de escritor la descubriría muchos años más tarde cuando ya estaba cerca de los cincuenta.

Quizá motivado por su padre que aspiraba a viajar a España cuando la muerte lo sorprendió en 1559, se embarcó para la Península por el mes de marzo de 1560. A la sazón contaba con veintiún años y con muchas ilusiones de poder ensanchar sus horizontes y lograr que se cumplieran en él ciertas reivindicaciones que anhelaba su padre. Además, sabía que podría contar con la protección de muchos familiares de su padre como efectivamente pudo constatar después.

Según el historiador Raúl Porras Barrenechea, su estadía en España puede ser dividida en dos etapas. Una primera marcada por la trayectoria de su padre donde se entrega a las armas sirviendo al rey de España en algunos conflictos bélicos, entre los que destaca la guerra contra los moros de las Alpujarras, y a la crianza de caballos. También se trata de una etapa donde lucha tenazmente en las Cortes para alcanzar alguna retribución por los servicios que había prestado su padre. Desafortunadamente sus pretensiones se estrellan frente a un buen número de enemigos que sacarán a relucir evidencias sobre cierta colaboración que le había brindado al rebelde Gonzalo Pizarro en alguna de las guerras que libró contra la Corona española. De haber tenido éxito en sus reclamos hubiese alcanzado, sin lugar a dudas, una posición bastante holgada pero, a pesar de llorar un poco de miserias, no se puede decir que en España pasara penurias.

La segunda etapa es una que se inicia estando en Montilla y que se caracteriza por su acercamiento a las letras. Debió de iniciarse en la década de 1580 cuando ya pasaba los cuarenta años. Se puede hacer esta deducción porque él mismo dice que acaba la traducción de los Dialoghi d’amore de León el Hebreo en 1586 cuando debía de tener unos cuarenta y siete años.

El primer territorio que pisa al llegar a la Península Ibérica en 1561 es Portugal. Luego la embarcación que lo lleva recala en Sevilla, ciudad que lo impresiona por la gran prosperidad que vive, siendo que es el principal punto de enlace con las Indias. De esta ciudad se dirige a Badajoz donde aspira a conocer a varios miembros de la familia de su padre y entre ellos a una hija natural llamada Leonor de la Vega, de quien se desconoce el nombre de su madre. Desafortunadamente aquella hermana mayor al parecer había fallecido.

Ignorándose que otras expectativas se le disiparon en su visita por Extremadura, al poco tiempo se dirige a Montilla, en las cercanías de Córdoba, para visitar a su tío Alonso de Vargas y Figueroa. Se supone que debió de ser en el mes de setiembre de 1561 cuando llega a la casa de este hermano mayor del capitán Garcilaso de la Vega.

Una razón para interesarse por visitar a este tío es que por disposición testamentaria su padre lo había hecho depositario, junto con otro hermano llamado Gómez Suárez de Figueroa, de 4.000 pesos que debían ser usados para alimentarlo y atenderlo hasta cumplir la edad de veinticinco años (Miró Quesada, 1994: 91, 92).

Para su tío Alonso y su esposa, Luisa Ponce de León hermana del padre del poeta Luis Góngora y Argote, posiblemente suplió la ausencia de los hijos que no tuvieron.

Tal fue el cariño que le prodigaron que lo convirtieron en su principal heredero aparte de cobijarlo hasta sus últimos días. Es así que en este pueblo cordobés permaneció por treinta años hasta que decidió mudarse a la ciudad de Córdoba, cuando su afición por las letras ya había alcanzado cierta envergadura.

No bien se asienta en Montilla a fines de 1561 que inicia su lucha legal para obtener las reivindicaciones a las que consideraba acreedor su padre. Como se ha mencionado, éstas naufragaron pero le sirvieron de acicate para seguir la huella del padre, sirviendo a la Corona en distintas batallas que le permitieron acceder al rango de capitán con que su padre fue honrado. Cada vez es más dominado por la sombra del progenitor al punto de abandonar su nombre original de Gómez Suárez de Figueroa y cambiárselo en 1563 primero por el de Gómez Suárez de la Vega y cinco días después por el de Garcilaso de la Vega (Miro Quesada, 1994: 109). Un poco más tarde incluso accederá al rango de capitán que ostentará su padre. Esto ocurre por 1570, cuando el rey Felipe II le da el encargo de comandar a trescientos infantes a propósito de su participación en la guerra de las Alpujarras, (Miró Quesada, 1994: 111).

Su permanencia en España encierra pues dos etapas. Una primera durante su juventud en la cual, dominado por la imagen del padre, se entrega a la guerra y a la crianza de caballos, y otra, ya entrado en años, en que sucumbe a la pasión por las letras y deja aquella obra, mezcla de literatura e historia, que lo ha elevado a la inmortalidad.

Es difícil decir cuándo se inicia esta última. José de la Riva Agüero dice que en su “primera mocedad fue afecto a los libros de caballerías; pero las amonestaciones que contra ellos trae Pedro Mejía en la Historia Imperial lo curaron completamente de tan frívola afición. Entre las lecturas de recreación y pasatiempo, hacía siempre gracia, en mérito de sus bellezas, a los grandes poetas y prosistas italianos, y muy en especial a Boyardo, el Ariosto y Bocaccio, cuyas obras repasaba con frecuencia; pero cada vez se inclinaba más a las disciplinas históricas y filosóficas. Perfeccionó su latinidad, deficientemente aprendida en el Cuzco, recibiendo ahora lecciones particulares del teólogo Pero Sánchez de Herrera, que era Maestro de Artes en Sevilla. Estudiaba los escritos de Nebrija y del Obispo de Mondoñedo, Fray Antonio de Guevara, de los historiadores clásicos de Roma y Toscana, sobre todo Plutarco, Julio César y Guicciardini; y también los del senés Piccolomini y del francés Bodin y las antiguas crónicas inéditas de los Reyes de Castilla que le franqueó un hermano del célebre Ambrosio de Morales” (Riva Agüero, 1962: 34).

Poco a poco la pasión por las letras le iría ganando hasta decidirse a producir lo que vendría a ser su primera publicación. No era un hombre joven cuando se le despertó esta afición, pues la traducción del indio de los tres Dialoghi d’amore de León el Hebreo que se publica en 1590 la terminó en 1586. Raúl Porras Barrenechea cree que prefirió iniciarse en estos menesteres de escritor con una traducción y no con una obra redactada por él mismo debido a su timidez. Podría ser también por cautela, entrenamiento en el campo de las letras y quizá por contar con cierto sosiego económico. Pero ¿por qué iniciar su trayectoria intelectual con una obra en italiano del judío converso Judáh o Jehudah Abarbanel o Abarbanel de Nápoles apodado León el Hebreo?

En realidad los diálogos son su primera publicación pero a través de la dedicatoria que dirige a Felipe II se ve que a la par de desarrollar este trabajo ya venía elaborando la Florida del Inca y tenía en ciernes su historia sobre el Perú. Pareciera como si en la década de 1580 su interés por la pluma se uniera a una renovada pasión por su pasado indígena y sus vivencias religiosas que marcarían el derrotero del resto de su vida. La etapa de la espada iba pues quedando atrás pero para entrar de lleno a la de la pluma quiso sumergirse en la traducción de una obra de corte neoplatónico que venía gozando de popularidad desde que fuera publicada en 1535 y que debió de resultarle muy estimulante para adentrarse en el campo de las letras a través de reflexiones filosóficas.

Como el mismo Inca declara “cuando yo hube estos diálogos y los comencé a leer, por parecerme cosa tal como ellos dirán de sí, y por deleitarme más en la suavidad y dulzura de su filosofía y lindezas de que tratan, con irme deteniendo en su lección, di en traducirlos poco a poco para mí solo, escribiéndolos yo mismo a pedazos; así por lo que he dicho, como por ocuparme de mi ociosidad, que por beneficio no pequeño de la fortuna me faltan haciendas de campo y negocios de poblado, de que no le doy pocas gracias” (Garcilaso de la Vega, 1960: t. I, “Dedicatoria a Maximiliano de Austria”).

Qué lo predispuso a entusiasmarse tanto con la obra de Abarbanel es difícil decir. Lo que sí se puede suponer es que para abordarla ya debía contar con una sólida preparación intelectual, un buen manejo del español y del italiano y una buena dosis de religiosidad. Las obras de algunos neoplatónicos como Marsilio Ficino y Pico della Mirandola, que Durand incluye entre sus lecturas (Durand, 1963: 18), ya debían de ser parte de su bagaje cultural así como la de otros autores. Sin embargo, anhelaba alcanzar una mayor maestría tanto en el manejo del lenguaje como en el de una filosofía que le ayudara a dar sentido a relatos que desarrollaría en el futuro. Ensimismado por el neoplatonismo y quizá por un renovado fervor religioso, no tardaría en descubrir que hacer una traducción de los diálogos de León el Hebreo podría darle el entrenamiento que buscaba. Qué mejor oportunidad para adentrarse en la grandes preocupaciones del cristianismo que reflexionar, junto con un pensador serio de gran talento literario, sobre el tema del amor y sobre la armonía del cosmos que, además, no eran tan distantes de aquella filosofía andina de sus ancestros indígenas tan amiga de la búsqueda de la unidad a partir de los opuestos complementarios.

Como él mismo señala, este trabajo lo inicia para beneficio personal, pero tan alta sería la calidad que muy pronto algunos amigos intelectuales y religiosos que frecuentaba debieron aconsejarle que ameritaba ser publicado y por todo lo alto. Posiblemente él mismo debió de quedar sorprendido de sus habilidades tratándose particularmente de un mestizo peruano que no había logrado reivindicar los derechos de su padre. Esta vez serían sus propios méritos los que podrían llegar a encumbrarlo y, a través de él, a sus subyugados paisanos indígenas que hasta tiempos recientes habían motivado una discusión sobre su naturaleza infrahumana. De ahí que en el título que le otorga señale que se trata de una “traducción del Indio” y que en la autoría reivindique el nombre de Garcilaso de la Vega y su condición de Inca nacido en la ciudad del Cuzco.

Reafirmado intelectualmente con este gran paso de proyección universal sus obras futuras se desenvolverán por el campo de la historia buscando un mayor acercamiento tanto al pasado de sus ancestros indígenas como al que estuvo estrechamente vinculado con su padre. Pareciera que a medida que envejecía su identificación con el Perú se iba acrecentando sintiéndose obligado a mostrar las bondades del legado incaico, la gesta heroica de la conquista y los beneficios recibidos por la evangelización. Paralelamente su religiosidad también crecía llegando a ordenarse como eclesiástico pero de un nivel menor que no lo autorizaba a decir misa. Se desconoce cuándo tuvo lugar su ordenación pero “una escritura fechada en Córdoba el 11 de agosto de 1597 aparece por primera vez como clérigo” (Miró Quesada, 1994: 162).

Cuando en 1587 dedica los diálogos de León el Hebreo a Maximiliano de Austria le anuncia que ya tiene escrita más de la cuarta parte de la que será su próxima obra. Ésta es La Florida del Inca que versa sobre las hazañas de Hernando de Soto y un grupo de españoles en su intento por doblegar el agreste medio de esta región sur de lo que es hoy Estados Unidos de Norteamérica. En aquel mismo contexto le anuncia que le queda ir “a las Posadas, una de las aldeas de Córdoba, a escribirla de relación de un caballero que está allí, que se halló personalmente en todos los sucesos de aquella jornada” (Garcilaso de la Vega, 1960: t. I, “Dedicatoria a Maximiliano de Austria”). Hoy se sabe que el mencionado caballero era Gonzalo Silvestre nacido en Herrera de Alcántara a quien había conocido estando todavía en el Perú. La relación entre ambos debió de ser muy estrecha tanto que nombra al escritor como albacea de su testamento.

En Las Posadas pudo pasar largas horas recogiendo con deleite el relato que le transmitía su amigo Silvestre. Sin lugar a dudas la presencia de este viejo conquistador en La Florida del Inca debió de ser dominante, aunque no deja de valerse de otros informantes para darle mayor veracidad a su narración. Dos de ellos mencionados en el proemio de su libro son Alonso de Carmona y Juan Coles.

En el proemio menciona que el tiempo que le llevó escribir este libro fue de seis años. Si como se ha dicho anteriormente lo concluyó en 1589, debió de empezarlo hacia 1583, mientras seguía con la traducción de los Dialoghi d’amore. El ritmo que le otorgó a su elaboración tuvo que ser pausado pues, en 1587, declara que había avanzado hasta la cuarta parte. Si lo terminó en 1589, fue a partir de ese momento cuando debió de apurar el paso porque ya la salud de Gonzalo Silvestre parecía quebrantarse por las bubas y temía que la rica información que poseía se fuese con su muerte. Felizmente tomó esta previsión pues en 1592 el viejo conquistador dejó de existir agobiado por el mal que lo aquejaba.

Con La Florida del Inca Garcilaso inicia su incursión por temas históricos aunque esgrimiendo un estilo narrativo que lo lleva a lindar con la literatura. Muchos estudiosos han visto en esta obra aquel tono épico que la hace comparable con La Araucana de Alonso de Ercilla. Una vez más pareciera que a lo largo de sus páginas el autor buscase entrenarse para abordar aquel acariciado sueño de escribir la historia de aquella gran sociedad a la que perteneció su madre y la que se inaugura en tierras peruanas con el ingreso de los europeos.

Nunca visitó la Florida de modo que todo lo que cuenta se deriva de sus informantes y de cierto conocimiento geográfico que le permite recrear los escenarios con bastante fundamento, aunque no exento de una buena dosis de imaginación. Así la tentación literaria la pone al servicio de realzar la osadía del adelantado Hernando de Soto y su hueste aventurera que, tratando de emular la gesta de Cortés o de Pizarro, intentan doblegar un medio que contra lo previsto se les presenta descomunalmente hostil. Tales son los retos que tienen que enfrentar que el mismo líder sucumbe en aquel intento que para Garcilaso buscaba fundamentalmente servir a la causa de la evangelización y grandeza de la monarquía española.

Después de darle una segunda redacción en 1592 y una tercera un poco más tarde y remover una genealogía encabezada por su antepasado Garci Pérez de Vargas, que quedaría inédita hasta tiempos recientes, a principios de 1605 vio la luz la saga de Hernando de Soto en la imprenta de Pedro Crasbeek en Lisboa. El título con que figura es La Florida del Ynca. Historia del Adelantado Hernando de Soto, Gouernador y capitan general del Reyno de la Florida, y de otros heroicos caualleros Españoles e Indios; escrita por el Ynca Garcilaso de la Vega capitan de Su Magestad, natural de la gran Ciudad del Cozco, cabeça de los Reynos y prouincias del Peru. En Lisbona [...] Impreso por Pedro Crasbeek...

Cuando se publica esta obra ya hacía quince años que se había mudado a Córdoba, ciudad donde terminaría de escribir el resto de las historias que venía planificando y pasaría los últimos años de su vida. En 1591 vendió su casa en Montilla y acto seguido se mudó al barrio de Santa María en Córdoba. No están claras las razones para este cambio, pero quizás estuvo motivado por la necesidad de estar menos aislado para facilitar la publicación de sus obras. Posiblemente antes de abandonar Montilla ya había nacido Diego de Vargas, el hijo natural que tendría con su criada Beatriz de Vega.

Publicar obras sobre América requería en España infinidad de autorizaciones que hacían el proceso largo y tedioso. De ahí que Garcilaso tardase tanto en publicar La Florida y optase finalmente por hacerlo en Portugal, donde los trámites no eran tan engorrosos. No estando dispuesto a que su siguiente obra, Comentarios Reales, esperase tanto, le hace seguir el mismo curso que su predecesora apareciendo tan sólo tres años después.

El año de 1609 fue, pues, el de la materialización de aquel viejo sueño del historiador mestizo de poder dar a conocer la cultura de sus ancestros maternos. Desde que lo anuncia por primera vez en la dedicatoria a Felipe II en los diálogos de León el Hebreo habían transcurrido veintitrés años. Sin embargo, desde años antes ya venía madurando la idea. Como lo nota Aurelio Miró Quesada ya aparece insinuada en las notas marginales que escribe en el ejemplar que poseía de la Historia General de las Indias de Gómara (Miró Quesada, 1994: 218).

Tanta acogida alcanzó que desde antes de ser publicada ya aparece citada en las obras de algunos estudiosos como los padres jesuitas Juan de Pineda, José de Acosta y Francisco de Castro. Como el mismo autor se jacta su ventaja frente a otros que escribieron sobre los Incas es que se trataba de un descendiente de esta etnia que conservaba el idioma que hablaban como su lengua materna. Sin lugar a dudas esto realzaba su autenticidad, que sumado a su magnífico estilo castizo y el sesgo utópico que confiere a su relato ha hecho que La Primera parte de los Comentarios Reales de los Incas alcance una gran difusión llegando a estimular rebeliones como la de Túpac Amaru y motivando aquellos calificativos de “socialista” dado al Imperio de los Incas en tiempos recientes.

Al igual que La Florida del Inca, esta obra del Inca Garcilaso es historia pero también literatura. Además es la ejemplificación de una utopía, pues la sociedad que emerge de sus páginas es un mundo feliz donde no había pobreza, donde todo se compartía y donde la religión de los Incas es representada como una antesala adecuada para el advenimiento del cristianismo.

Habiendo tratado sobre el pasado de su vertiente materna no podía dejar de lado aquel que completó su herencia cultural e hizo de él un mestizo representativo de aquello que él mismo veía como una fusión de sangre y de la más auténtica peruanidad. Es así que la Segunda parte de los Comentarios Reales o La Historia General del Perú trata sobre el Descubrimiento, la Conquista, las Guerras Civiles hasta la llegada del virrey Francisco de Toledo en 1569.

Esta obra no la llegó a ver publicada pues el Inca falleció el 23 o 24 de abril de 1616 y recién quedó terminada en 1617 en los talleres gráficos de la viuda de Andrés de Barrera con cuyo yerno, Francisco Romero, Garcilaso pactó la publicación que debía de tener una tirada de mil quinientos ejemplares. Una vez más la preparación de esta historia le llevó un buen tiempo, calculándose que ya la estaba trabajando por 1603 y 1604 y que la terminó en 1612. Después de recibir la última autorización necesaria en enero de 1614 concertó su impresión en octubre de aquel año (Miró Quesada, 1994: 300 y 301) y sólo tres años más tarde vería la luz.

A la muerte del Inca Garcilaso su cuerpo fue enterrado en una capilla de la Catedral de Córdoba que había adquirido cuatro años antes. Hoy sus restos siguen descansando en el mismo sitio habiendo quedado su tumba bajo el cuidado del gobierno peruano.

Obras de ~: L. Hebreo, Dialoghi d’amore, trad. de ~, Madrid, Pedro Madrigal, 1590; Genealogía de Garci Pérez de Vargas, 1596 (ms.); La Florida del Ynca: historia del adelantado Hernando de Soto, Gouernador y capitan general del Reyno de la Florida, y de otros heroicos caualleros españoles è indios, Lisboa, impresso por Pedro Crasbeeck, 1605; Primera parte de los Commentarios reales que tratan del origen de los Yncas, Reyes que fueron del Peru [...] y de todo lo que fue aquel Imperio y su Republica, antes que los Españoles passaran a él, Lisboa, Officina de Pedro Crasbeeck, 1609; Historia general del Perú: trata el descubrimiento del y como lo ganaron los españoles [...], Córdoba, viuda de Andres de Barrera, 1616; C. Sáenz de Santa María y P. Sarmiento de Gamboa (eds.), Obras completas del Inca Garcilaso, Madrid, Ediciones Atlas, Madrid, 1960 (col. Biblioteca de Autores Españoles, vols. 132-135).

Bibl.: J. de la Riva-Agüero, Del Inca Garcilaso a Eguren, en Obras Completas, t. II, Lima, PUCP, 1962; J. Durand, “Garcilaso entre el mundo incaico y las ideas renacentistas”, en Diógenes (París), n.º 43 (1963); F. Guaman Poma de Ayala, El Primer Nueva Coronica y Buen Gobierno, París, Institut d’Ethnologie, 1968; R. Porras Barrenechea, Los Cronistas del Perú, Lima, Biblioteca Peruana, 1986; A. Miró Quesada, El Inca Garcilaso, Lima, Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 1994.


Itsukushima Shrine.

sábado, 20 de abril de 2013

142.-La poesía de Mao Tse-tung; Hueso oracular.-a

Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma; 

Aldo Ahumada Chu Han

Mao como poeta.

Es evidente que la primera cuestión que se le  plantea al lector es la de si Mao Tse-tung es realmente un gran poeta. El hecho de tratarse del dirigente político de una de las naciones más importantes del mundo y de dirigir ideológicamente extensos sectores políticos y filosóficos de nuestro tiempo, así como el hecho de ser objeto en su país de una gran veneración, inconcebible a nuestros ojos de occidentales sofisticados, puede dejar ciertas dudas al lector que no posea los suficientes conocimientos de lengua y de poesía china para juzgar por sí mismo.
Por otro lado, una figura tan polémica no podía dejar de influenciar emocionalmente a la crítica. Como dice Yong-sang Ng, "muchos chinos que condenan los esfuerzos literarios de Mao, considerándolos juveniles, son al mismo tiempo violentos críticos de su credo político; otros, que alaban su poesía, están movidos por un sentido de lealtad cultural o por oportunismo político. El hecho de que la crítica haya mantenido un notable equilibrio creo que se debe , por encima de todo, a la circunstancia de que los análisis más lúcidos y competentes son debidos a sinólogos que han estudiado en universidades anglosajonas, donde el rigor científico se mantiene normalmente por encima de los subjetivismos políticos."


¿Pero cuál es la opinión de la crítica?

En general, que Mao Tse-tung, independientemente  de sus actividades políticas y de su posición ideológica, ocuparía un lugar relevante dentro de la literatura china contemporánea. Esta es la opinión, entre otras, de Jerome Ch´ên, que une a su formación el hecho de ser chino y profesor de una Universidad británica. Rechazar a Mao Tse-tung por consideraciones de carácter político en lugar de rechazarlo en su calidad de poeta, que lo es por derecho propio, sería tan deshonesto como negar, por motivos idénticos, pero de carácter opuesto , a Ezra Pound el lugar, tan alto como indicutible, que le corresponde dentro de las letras anglosajonas de este siglo.
No obstante, algunos críticos dicen que la poesía de Mao Tse-tung es desigual, lo cual es cierto. Lo mismo se puede decir de todos los poetas, ya que ningún escritor produce solamente grandes obras. Sin embargo, en general, Mao Tse-tung es considerado un gran poeta. En este volumen espero dar al lector los elementos necesarios para que pueda formarse su propia opinión.
Mao Tse-tung se nos muestra, ante todo, como un poeta extraordinario. Intentaré explicar lo que quiero decir con esto. En primer lugar, tal vez no estemos muy lejos de la verdad si decimos que fueron circunstancias externas las que provocaron la publicación de sus poemas. Aunque poseedor de un gran temperamento poético, Mao Tse-tung se sentía, por encima de todo, un revolucionario. Y las características especiales de su poesía, el hecho de ser escrita en formas tradicionales y lenguaje clásico, fueron tal vez la causa de sus vacilaciones, ya que estaban en desacuerdo con su política artística proclamada desde las famosas Conferencias de Yenan sobre Arte y Literatura, en 1942. 
Aunque esto, principalmente, tenía pocos paralelos en Occidente (Rómulo Gallegos, Churchill; Senghor...), la situación de un gran Jefe de Estado ( emperador, guerrero) poeta tiene mucha tradición en la historia de China: T´ai-tsu, fundador de la dinastia Sung, a la que Mao Tse-tung se refiere en el poema "Nieve"; Ts´ao Ts´ao al que se refiere en el poema "Peitaiho"; y otros" (Manuel de Seabra. Prólogo al libro Poemas de Mao Tse-tung) (cont.)

"Fue en 1945, en la revista Ta Kung Pao, de Chungking, donde apareció el primer poema de Mao Tse-tung, debido a una indiscreción de Liu Ya-tzu (*). En Agosto de 1945, Mao viaja por primera vez en avión, de Yenan a Chungking, con la finalidad de coferenciar con Chiang Kai-shek obre la posibilidad de un gobierno de coalición. Parece que el poema "Nieve" fue escrito durante este viaje (**) y ofrecido al poeta Liu Ya-tzu, al que no veía desde 1927. Intercambiar poemas es una antigua costumbre china. Esto se repetiría en 1949 y 1950 , entre Mao y Liu. Pero, en 1945, éste entregó el poema al editor de Ta Kung Pao y, según Robert Payne, "a partir de este momento, centenares de chinos, particularmente en las universidades, comenzaron a sentir un verdadero respeto por Mao como poeta".

En 1946, cuando Robert Payne estuvo en Yenan, sólo eran conocidos tres poemas de Mao Tse-tung: "Nieve", "Monte Liup´an" y "La Gran Marcha". Robert payne deseba encontrar más. Había tenido noticias de un volumen de poesía aparecido en  Yenan con el título Feng Chien Tze ( Poemas de viento y arena). Se decía que habían sido publicados muy pocos ejemplares, apenas para las personas más ínimas, y hablábase de un largo poema allí incluído titulado "Hierba", una evocación del recorrido por las praderas del norte de Szechuan, durante la Gran Marcha, y otro sobre la primera mujer del poeta, fusilada en 1930.

Poetas

Presentamos algunos poemas de Mao Zedong (1893-1976) compuestos bajo las formas de la poesía clásica china, en gran medida influido por Li Bai. Así mismo, reproducimos el manuscrito del poema Los inmortales. La traducción directa del chino es de Luis Enrique Délano. 
La mayor parte de los poemas de Mao fueron compuestos según una melodía tradicional predeterminada, es decir que, cada verso tiene el número de sílabas (caracteres) que lo adecúa a las citadas melodías. Esto implica que, aunque estas melodías se han perdido hace centurias, evocan a la poesía antigua china y podrían, teóricamente, ser cantados con esa base musical.
Ante la solicitud de sus poemas para edición, Mao Zedong responde con un breve y paradigmático párrafo que reproducimos a continuación:
«Discúlpenme el atraso con que les contesto. Adjunto los versos en forma clásica y los ocho poemas más que me han pedido. En total son dieciocho poemas que he copiado en hojas aparte para someterlos a su consideración. Nunca he querido publicar oficialmente estos versos porque son de forma clásica y temo que esta especie de poesía se difunda, pues hacen daño a la juventud. Además, estos poemas no tienen características singulares. Puesto que ustedes piensan que pueden publicarlos aprovecho esto para corregir algunos errores de que adolecen las copias que se han venido difundiendo de mano en mano… Por supuesto, cuando se trata de poesía hay que dar primero lugar a la poesía moderna. Se pueden escribir versos clásicos pero no es conveniente fomentarlo entre los jóvenes porque esta forma ata a la ideología y al pensamiento y además es difícil de aprender…»

Changsha
[Según la melodía Sin Yuan Chun[1]]


Me encuentro solo en el otoño frío,
mientras miro las aguas del río Siang, que corren hacia el norte.

Desde la isla Naranja veo a mi alrededor
millares de colinas escarlata y el rojo de los bosques.
En el intenso azul del ancho río
cien barcas luchan contra la corriente.
Las águilas golpean sus alas contra el cielo
y en las aguas los peces cruzan como celajes.
Bajo el gélido cielo, las criaturas todas rivalizan
en el disfrute de su libertad.
En esta inmensidad, profundamente absorto
pregunto a la gran tierra y al infinito cielo le pregunto:
¿Quiénes controlan la naturaleza?

Antaño estuve aquí con multitud de compañeros míos.
En esos meses densos, en esos años plenos de energía,
éramos estudiantes llenos de juventud,
gallardos, de talento floreciente.

Exaltaba nuestro ánimo
el espíritu puro del letrado.
Justos y enhiestos, audaces y sinceros,
mirando a nuestra tierra introducíamos
loa y condenación en nuestra pluma
los poderosos no eran más que ceniza.
Mas, ¿recordáis acaso cuando a mitad de la corriente misma
se quebraban las  olas
contra la proa de las raudas barcas?

Huichang
[Segú la melodía Chiang Ping Lo]


En el oriente va a nacer la aurora.
No digáis que aún no es hora de partir.
Pensad que recorrimos
tantas verdes colinas y aún no somos viejos,
y que nunca admiramos un paisaje tan bello.

Desde los muros de Huichang, los picos
erguidos en cadenas y cadenas,
corren hacia el océano del este.
Clava en el sur sus ojos el soldado:
en el verde y frondoso Guangdong, a la distancia.

Dapodi
[Según la melodía Pu Sa Man]

Rojo, naranja, azul, añil, violeta, verde y amarillo:
¿quién en el cielo danza ondulando esta cinta de colores?
El sol poniente ha vuelto, tras la lluvia,
y se tornan azules a trechos las colinas.

Hubo aquí en el pasado
un furioso combate. Los impactos
de las balas señalan los muros de la aldea.
¡Muros condecorados! Las colinas parecen hoy más bellas.

Tres poemas breves
[Según la melodía Shi Liu Zi Ling[2]]


Montañas!
Fustigo a mi caballo veloz, sin desmontar jamás.
Tan pronto parto, vuelvo la cabeza
ausentado de ver el cielo un metro más arriba.

Montañas!
como mares inquietos, palpitantes,
con olas cual tropeles de caballos
que encabritados corren al corazón de la batalla.

Montañas!
Vuestros picachos no se mellan
al horadar lo azul del firmamento.
El cielo caería si vuestra fuerza no lo sostuviera.

Nieve
[Según la melodía Sin Yuan Chun]

Panorama del norte, cien leguas bajo el mano de la nieve,
mil leguas en que la nieve danza.
A cada lado de la Gran Muralla, sólo una blanca vastedad.
En el gran río, de extremo a extremo,
el caudal está helado y perdido el oleaje.
Las montañas danzan y danzan
como serpientes de plata;
elefantes de cera, las tierras altas se deslizan
como si compitieran con los cielos
Y en los días de sol,
veréis un traje rojo sobre el blanco:
deleitosa hermosura.

Soberana belleza del paisaje,
innumerables héroes lucharon por rendirle homenaje.
¡Ay de estos héroes! Chin Shi Huang y Han Wu Di
no tenían un lustre de cultura;
Tang Tai Tsong y Sung Tai Tsu, emperadores,
carecían del suave don poético
y Gengis Khan,
favorito del cielo por un día,
sólo sabía disparar sus flechas al águila dorada.
Ahora son pasado, ahora se han ido.
A los hombres gallardos y gentiles
los hallaremos en nuestros propios días.

Respuesta al señor Liu Ya-Zi[3]
[Según la melodía Huan Si Sha]

Larga ha sido la noche y lenta el alba en llegar a esta tierra,
por cientos de años giraron los demonios en frenética danza
y los quinientos millones de hombres estaban separados.

Pero ahora ha cantado el gallo y todo brilla bajo el cielo.
La música que en mil lugares tañen, hasta nosotros llega,
y de Khotan viene la inspiración que el poeta jamás antes tuviera.

 Los inmortales
[Según la melodía Die Lian Hua]

Dedicado a Li Shu-yi

He perdido mi álamo erguido y vos perdisteis vuestro sauce.

Álamo y sauce vuelan al cielo de los cielos.
Se pregunta Wu Gang con qué podrá obsequiarlos
y les ofrece vino de la flor de la casia[4].

La solitaria diosa de la luna suelta sus amplias mangas[5]
y danza para estas nobles almas en el cielo infinito.
De súbito se sabe que en la tierra el Tigre está en derrota
y ellos rompen en lágrimas de lluvia torrencial.

Manuscrito original de Los inmortales:
[1]El nombre de esta melodía, que literalmente significa «Primavera en el Jardín Sin», proviene del jardín de la princesa de Sinshui, que vivió a finales de la dinastía Han. Cuando se dice que un poema de la forma Zi corresponde a cierta melodía, esto quiere decir simplemente que sigue un molde tradicional específico. El nombre de la melodía no tiene otro sentido en el poema.
[2] El nombre de esta melodía significa «Dieciséis jeroglíficos» y cada uno de esos tres poemas contiene en chino, dieciséis palabras. Fueron escritos en 1935 durante la Gran Marcha.
[3] Este poema lo improvisó Mao, como contestación a uno que, momentos antes, improvisara Liu Ya-Zi.
[4] Según una antigua leyenda, Wu Gang cometió muchos crímenes en su búsqueda de la inmortalidad y por consiguiente fue condenado a cortar el árbol de la casia de la luna. Cada vez que Wu Gang levanta el hecha, el árbol recupera todo lo que se le ha cortado. Así tiene que seguir para siempre.
[5] La tradición cuenta que Chang O robó el elixir de la inmortalidad y voló a la luna, donde vive como una diosa solitaria.

LAS MONTAÑAS CHINGKANG
Otoño de 1928

Al pie de la colina flameaban las banderas y estandartes
En la cumbre se oían sonar nuestros clarines y tambores.
espesas mareas las tropas enemigas nos rodeaban:
nosotros nos quedamos inmóviles igual que una montaña.

Nuestra defensa que antes formaba una muralla inexpugnable,
unió además las voluntades en una fortaleza de granito.
¡Llegó de Juangyangchie el eco del tronar de los cañones
anunciando que el enemigo huía a escape en medio de la noche


LA GRAN MARCHA 

Octubre de 1935

El Ejército Rojo no teme los rigores de una larga marcha,
mil montañas, diez mil ríos no significan nada para él
las Cinco Cordilleras le parecen parvas olas,
simples terrones que se deslizan, los colosales macizos del Wumeng.
Tibios están los acantilados nubosos que, azotan las, aguas del Arenas de Oro,
frías las cadenas de hierro tendidas sobre el río Tatu.
Cuánta alegría causan las dilatadas nieves del Minshan
y, habiéndolas cruzado los tres Ejércitos, una sonrisa estalla en cada faz.


NIEVE 
Febrero de 1936

Panorama del norte:
mil li sellados por el cielo,
diez mil li en que la nieve flota.
A cada flanco de la Gran Muralla,
blanca vastedad.
De arriba abajo, el gran río
ha perdido de pronto su tumulto.
Danzan las montañas, serpientes de plata,
elefantes de cera, avanzan las tierras altas,
intentando medir su estatura con el cielo.
En días de sol,
vestida de blanco y adornada de rojo, veréis la tierra
aún más hermosa, más cautivante.
Tierra tan rica en belleza que incontables héroes la honraron a porfía.
Lástima que a Chin Shi Juang y Jan Wu Ti
les faltara lustre literario, que Tang Tai Tsung y Sung Tai Tsu
tuvieran magro don poético.
Hijo predilecto del Cielo en su momento,
Gengís Khan
sólo entendía de cimbrar su arco contra el águila gigante.
Todo eso es pasado, es ido.
Para encontrar a los héroes de veras
hay que poner los ojos en nuestros propios días.


LLEGADA A SHAOSHAN 

Junio de 1959

Retorné a Shaoshan el 25 de junio de 1959, tras una ausencia de 32 años
¡Malditos los días que huyeron, recordados como un sueño confuso!
Mis antiguos lares de hace treinta y dos años.
La bandera roja alzó las alabardas de los siervos,
mientras la garra negra mantenía en alto el látigo tirano.
Del sacrificio nace la decisión heroica:
atreverse a crear un nuevo cielo para el sol y la luna.
Dichosa visión: olas sucesivas de arroz, de mieses,
y héroes que vuelven, por todos los senderos, en el atardecer borroso.


A PROPÓSITO DE UN POEMA DEL CAMARADA KUO MO-JO
9 de enero de 1963

En este minúsculo globo
 unas cuantas moscas se golpean contra el muro;
zumban sin pausa,
a veces con voz chillona,
a veces, gemidora.
Se jactan de gran nación las hormigas que trepan por la acacia;
pretenden sacudir un árbol los insectos,
¡qué valiente empeño!
Ahora, cuando al viento del oeste caen sobre Changan las hojas,
silban las flechas sonoras.

Tantas tareas por delante,
todas tan urgentes.
El mundo gira, el tiempo apremia.
Diez mil años es demasiado,
hay que aprehender el día, aprehender el instante.
Los Cuatro Mares hierven, se enfurecen las nubes y las aguas,
los Cinco Continentes se estremecen, rugen truenos y huracanes.
Hay que exterminar todas las plagas
ninguna fuerza es capaz de resistir.


RETORNO A LAS MONTAÑAS CHINGKANG 

Mayo de 1965

Hace tiempo que anhelo alcanzar las nubes,
y ahora vuelvo a subir las montañas Chingkang.
Desde lejos vengo a ver esta vieja querencia nuestra:
el paisaje se ha tornado nuevo.
Por doquier orioles cantan, danzan golondrinas,
al grato murmullo de los arroyuelos,
y el camino horada el firmamento.
Una vez franqueado Juangyangchie,
no hay sitio escarpado que merezca una mirada.

Vientos y truenos braman,
tremolan banderas y estandartes,
allí donde los hombres viven.
Treinta y ocho años se han deslizado
 en un simple chasquear de dedos.
Podemos tomar al brazo la Luna en el Noveno Cielo
y atrapar tortugas en lo hondo de los Cinco Mares;
regresaremos entre risas y cantos triunfales.
Nada es imposible en el mundo
si uno se atreve a escalar las alturas

Itsukushima Shrine.


Hueso oracular.
Un poeta errante, un suicidio misterioso y una batalla por un alfabeto.
Por Peter Hessler
8 de febrero de 2004

En la biblioteca de la estación de trabajo arqueológica de Anyang, el título de un libro me llamó la atención: “Bronces Shang y Zhou de nuestro país saqueados por imperialistas estadounidenses”. Había viajado a Anyang, una pequeña ciudad en la provincia de Henan, al norte de China, para estudiar las antigüedades locales. Según la historia convencional, esta región fue la capital de la dinastía Shang, que floreció durante casi seis siglos antes de ser conquistada por los Zhou, alrededor de 1045 a.C. Tradicionalmente, la caída de Shang se ha atribuido a un comportamiento disoluto: las leyendas describen al último emperador como un borracho que llenaba piscinas con vino. Pero este fue el primer indicio que vi de cualquier participación estadounidense, y lo miré más de cerca.
No figuraba el nombre del autor. El libro, publicado en 1962, contenía más de ochocientas fotografías de vasijas de bronce Shang y Zhou (el Shang es uno de los períodos más distintivos de la metalurgia china antigua). Para cada embarcación, el libro enumeraba un coleccionista imperialista. El catálogo incluía a Doris Duke (aparentemente había saqueado nueve bronces), Avery C. Brundage (treinta vasijas) y Alfred F. Pillsbury (cincuenta y ocho).
Un joven arqueólogo chino estaba trabajando en la biblioteca y le pregunté si sabía quién había escrito el libro. "Chen Mengjia", dijo el arqueólogo. “Su especialidad eran los huesos de oráculo. También fue un poeta bastante famoso.
Los huesos del oráculo están inscritos con la escritura más antigua conocida en el este de Asia. Los huesos (omóplatos de ganado y petos de tortuga) se usaban en ceremonias de adivinación en la corte real de Shang. Le pregunté al arqueólogo si Chen Mengjia todavía estaba en China.
“Está muerto”, dijo el joven. “Se suicidó durante la Revolución Cultural”.
Cerré el libro y pregunté si quedaba alguien en Anyang que hubiera conocido a Chen.
"Hable con el viejo Yang", dijo el arqueólogo. “Estaba en Beijing con Chen cuando se suicidó. Puedes encontrar al viejo Yang al otro lado del patio".
Solo había unas pocas personas trabajando a tiempo completo en la estación de Anyang, que constaba de casi una docena de edificios de hormigón rodeados de campos de maíz. Muchas de las estructuras habían sido construidas únicamente para albergar artefactos. El viento susurraba a través de los árboles de las sombrillas y, de vez en cuando, un tren gemía en la distancia mientras avanzaba hacia Beijing, a seis horas de distancia. De lo contrario, el complejo estaba en silencio. Tenía altos muros de hormigón rematados por alambre de púas.
Conocí al viejo Yang, Yang Xizhang, en una polvorienta sala de conferencias. Tenía sesenta y seis años y sus dientes habían sido extravagantemente plateados; me sobresaltaban cada vez que sonreía, como el destello de una reliquia inesperada. El viejo Yang me dijo que Chen Mengjia había catalogado los bronces en los años cuarenta. Chen vivía en los Estados Unidos en ese entonces, con su esposa, Zhao Luorui, quien era estudiante de posgrado en la Universidad de Chicago. Se había criado en una familia china de influencia occidental; su padre, un ministro anglicano, era el decano de la escuela de religión de la Universidad de Yenching, en Beijing.
“Esa es una de las razones por las que Chen tuvo problemas”, dijo el viejo Yang. 
“Su familia estaba estrechamente relacionada con cosas extranjeras. Cuando comenzó la Revolución Cultural, Chen Mengjia fue catalogado como Intelectual Capitalista. Pero fue especialmente criticado por su estilo de vida de relación hombre-mujer”.
La caja: mentes perdidas en confinamiento solitario
La frase era nueva para mí y pregunté qué significaba. El viejo Yang desvió la mirada con una sonrisa incómoda, un destello plateado. “Significa esto,” dijo finalmente. “Tienes una relación con una mujer que no es tu esposa”.
"¿Entonces Chen hizo esto?"
"No lo sé con certeza", dijo el viejo Yang. Por un momento, miró en silencio por la ventana detrás de mí. Pregunté sobre el suicidio de Chen y el viejo Yang continuó: 
“Ocurrió en 1966, justo cuando comenzó la Revolución Cultural. Cuando Chen intentó suicidarse por primera vez, la gente lo salvó. Después de eso, el Instituto de Arqueología me envió a mí y a otros arqueólogos jóvenes para observarlo. Pero no podíamos estar con él las veinticuatro horas del día”.
Para ilustrar, Old Yang señaló la ventana. Era una tarde soleada; la luz se filtraba de manera desigual a través de los árboles que estaban afuera. “Imagina que estás en la casa de Chen en Beijing, mirando hacia el patio”, dijo el viejo Yang. “Un día, Chen salió, pasó por delante de la ventana”. El viejo Yang hizo un gesto de barrido, como si siguiera el rastro de una figura imaginaria que se movía más allá del alcance de nuestra visión. 
“Después de unos minutos, nos dimos cuenta de que se había ido. Salimos corriendo, pero ya era demasiado tarde, se había ahorcado”.
El viejo Yang dijo que la esposa de Chen no estaba allí porque los Guardias Rojos la habían estado reteniendo al otro lado de la ciudad, en la Universidad de Pekín. Pregunté por qué el libro sobre los imperialistas estadounidenses no llevaba el nombre de Chen.
“En 1957, Chen había criticado algunas de las ideas de los líderes”, dijo el viejo Yang, “y por eso fue etiquetado como derechista. A los derechistas no se les permitía publicar. Pero ese libro era muy importante, así que lo publicaron sin su nombre”.
 En su oficina, el viejo Yang encontró un anuario descolorido del Instituto de Arqueología y abrió una página de fotografías, incluida una de Chen cuando era un hombre de mediana edad. Tenía hoyuelos y ojos brillantes y una mata de pelo negro azabache, y vestía una camisa tradicional de cuello alto. Tenía la sonrisa más grande de cualquiera en la página.
Meses después, en Beijing, localicé a otro erudito, de unos ochenta años, que me dijo que había mucho más en la historia. En los años cincuenta, Mao Zedong había propuesto reemplazar el sistema de escritura chino por un alfabeto, y Chen Mengjia se opuso al plan. Su primer gran error político fue una defensa de los caracteres chinos.
El hueso
En la historia de la civilización humana, el chino escrito es único: una escritura cuyos principios estructurales fundamentales no han cambiado desde los días de Shang. Al igual que los jeroglíficos egipcios, el chino escrito evolucionó de una escritura pictográfica (cada carácter representando una cosa o una idea) a una logográfica (cada carácter representando una sílaba hablada). Durante el segundo milenio a.C., las tribus semíticas del Cercano Oriente convirtieron los jeroglíficos egipcios en el primer alfabeto. Los sistemas de escritura alfabéticos son más flexibles que los logográficos, porque un alfabeto permite dividir una sola sílaba en partes aún más pequeñas. Esto facilita la aplicación del sistema de escritura a diferentes idiomas e incluso dialectos; por ejemplo, un escritor en inglés puede distinguir entre un "qué" apropiado y un "wot" cockney.
El chino es el único sistema logográfico antiguo que nunca fue abandonado o convertido a un alfabeto. Como resultado, siempre ha habido una gran brecha entre la forma en que la gente escribe y la forma en que habla. Durante la mayor parte de la historia de China, la escritura oficial utilizó el chino clásico, un idioma que existía solo en forma escrita y que se había desarrollado durante la dinastía Han (206 a. C. a 220 d. C.). Luego, a principios del siglo XX, los reformadores hicieron una campaña exitosa para que la escritura oficial siguiera la lengua vernácula del norte conocida como mandarín.
El chino hablado no es realmente un solo idioma: los lingüistas a veces comparan su diversidad con la de las principales lenguas romances. Un filólogo me dijo que los “dialectos” que se hablan en Beijing y Cantón son, de hecho, idiomas tan distintos como el inglés y el alemán. Si China usara una escritura alfabética, los textos reflejarían estas diferencias, pero bajo el sistema logográfico muchos idiomas hablados no se pueden escribir. Para que un nativo de la provincia suroriental de Zhejiang se alfabetice, por ejemplo, primero debe aprender a hablar mandarín. La mayoría de los chinos del sur escriben en lo que es esencialmente una segunda lengua.
El guión es técnicamente difícil: para una alfabetización moderada, uno necesita memorizar unos cuatro mil caracteres. Aunque los caracteres originalmente contenían pistas visuales claras para su pronunciación, muchos de estos quedaron obsoletos debido a cambios en el habla, lo que los hizo aún más difíciles de recordar. A pesar de esta complejidad, los chinos siempre se han sentido inspirados a aprenderlos. Gran parte de la cultura china gira en torno a la escritura: la caligrafía es una de las artes más valoradas y las pinturas suelen incorporar inscripciones destacadas. Durante algunos períodos, las comunidades erigieron hornos especiales para proporcionar una cremación adecuada para cualquier trozo de papel que había sido dignificado por la escritura.
 En el siglo XVII, China tenía una prensa comercial bien establecida, y la alfabetización parece haber variado más entre los grupos de clases que en muchas partes de Europa. Evelyn S. Rawski, historiadora de la Universidad de Pittsburgh, ha estimado las tasas básicas de alfabetización de los hombres chinos en los siglos XVIII y XIX entre el treinta y el cuarenta y cinco por ciento, comparables a las de los hombres en el Japón e Inglaterra preindustriales.
El sistema de escritura ha tenido otras virtudes, incluida una capacidad única para trascender el tiempo y el espacio. Independientemente de dónde venga un chino alfabetizado, puede leer cualquier cosa escrita por otro chino. Y nunca se aleja demasiado de la escritura de la antigüedad. Cuando se redescubrieron los huesos del oráculo, a fines del siglo XIX, los eruditos chinos pudieron comenzar a descifrarlos de inmediato, un marcado contraste con los jeroglíficos egipcios, que fueron ininteligibles durante siglos, hasta la excavación de la piedra de Rosetta.
Hace dos años, viajé a la Universidad de California en Berkeley para visitar a David N. Keightley, uno de los eruditos más respetados del oráculo. (Probablemente no haya más de treinta especialistas en todo el mundo). Keightley me dijo que siempre le han fascinado las conexiones entre la escritura y el culto a los antepasados ​​chinos, una práctica que ha sido una pieza central de la cultura china durante miles de años.
La corte real de Shang celebraba regularmente ceremonias de adivinación en las que pedía a los antepasados ​​que proporcionaran información o ayuda. Durante el ritual, una escápula o plastrón especialmente tratado se sometía a un calor intenso hasta que se resquebrajaba, una transformación física que se interpretaba como la voz de los muertos. grabadores los n inscribió el tema de la adivinación en el hueso.
Los huesos excavados revelan que los Shang preguntaron sobre todo, desde la guerra hasta el parto, desde el clima hasta la enfermedad. Preguntaron sobre el significado de los sueños. Negociaron con los muertos: en un hueso, una inscripción propone sacrificar tres prisioneros humanos a un antepasado, y luego, presumiblemente después de un chasquido insatisfactorio, la siguiente inscripción ofrece cinco prisioneros. A veces, los Shang sacrificaban a cientos de personas a la vez.
Keightley me mostró un calco de una adivinación de hueso de oráculo sobre un dolor de muelas real. El plastrón había sido inscrito durante el reinado de Wu Ding, un rey Shang que gobernó aproximadamente entre 1200 y 1189 a.C. El Rey, creyendo que un antepasado insatisfecho era el responsable de su mal diente, estaba tratando de descubrir la identidad del espíritu para preparar un sacrificio apropiado. En el hueso figuraban cuatro nombres: Padre Jia, Padre Geng, Padre Xin, Padre Yi. 
“Tienes al padre muerto del Rey y a tres tíos muertos”, dijo Keightley. Para cada antepasado, se habían realizado múltiples adivinaciones. "Y luego tenemos otra inscripción: 'Ofrezca un perro al padre Geng y abra una oveja'. Por eso creo que fue el padre Geng quien estaba causando la enfermedad". Keightley hizo una pausa y miró hacia arriba. “Esas son las notas”, dijo. “Tenemos que proporcionar la música nosotros mismos”.
La carta
En los años que siguieron a mi descubrimiento del libro en Anyang, busqué personas que hubieran conocido a Chen Mengjia. A veces llegaba demasiado tarde; Traté de ponerme en contacto con un amigo cercano suyo y me dijeron que estaba en su lecho de muerte. Incluso cuando tuve éxito, la historia de Chen parecía cambiar con cada narración. Un arqueólogo de Taiwán de noventa y nueve años dijo que había oído el rumor de que los comunistas habían matado a Chen. En el continente, todos dijeron que su muerte fue un suicidio: algunos mencionaron la historia de amor; otros lo negaron. Un hombre me dijo que Chen había estado involucrado con una estrella de cine. Alguien más dijo que era una actriz de la ópera de Pekín. El cuñado de Chen, Zhao Jingxun, todavía vive en Beijing y me dijo que Chen había intentado suicidarse tres veces. “Mi hermana lo salvó dos veces”, dijo Zhao. 
“La tercera vez, se había quedado dormida por el agotamiento. Ella no lo encontró hasta que estuvo muerto. Zhao, que tenía ochenta y tres años, descartó el rumor de una aventura con un gesto de la mano. “Nunca escuché sobre eso”, dijo.
Las reliquias de la vida de Chen son pocas: algunas fotografías, un puñado de cartas. El Museo de Shanghái ha dedicado una pequeña sala a su colección de muebles de la dinastía Ming, que incluye algunas hermosas piezas que tienen más de cuatrocientos años. Una silla lateral, tallada en un raro palisandro amarillo, está decorada con el carácter shou, o "longevidad". Ma Chengyuan, un curador jubilado del museo, era un amigo cercano de Chen. Ma me dijo que se habían visto por última vez en 1963, cuando Chen le dio a Ma una copia de “Los bronces Shang y Zhou de nuestro país saqueados por los imperialistas estadounidenses”. Ma dijo con una sonrisa: 
"Tienes que entender que ese título no fue elección de Chen".
El Museo de Shanghái compró los muebles a Zhao Jingxun en 2000, después de la muerte de la viuda de Chen. (Ella y Chen no tuvieron hijos). Ma, que tiene ochenta y cinco años, me dio una copia de una carta que Chen escribió en 1966, el año en que murió, ofreciéndose a donar sus muebles. La caligrafía era hermosa; una oración decía: 
"Esa silla amarilla de palisandro, podría ser de principios de la dinastía Ming y, por supuesto, debería ser donada al Museo de Shanghái".
 Le pregunté a Ma si la donación podría haberse hecho por temor a que las piezas se dañaran en un movimiento político. “En 1963, me dijo que estaba preocupado por su protección”, dijo Ma.
 “Pero nunca mencionó específicamente los problemas políticos. Solo podemos adivinar.
Busqué otros artefactos que pudieran ayudarme a armar un registro de la vida de Chen. No se ha publicado una biografía completa y no hay relatos detallados de los eventos que llevaron a su muerte. En China, la Revolución Cultural es todavía un período sombrío; está permitido escribir críticamente sobre esos años, pero existe un entendimiento tácito de que las investigaciones no deben llevarse demasiado lejos. Y, debido a los peligros políticos, pocas personas llevaban diarios o guardaban cartas.
Los primeros años de Chen son más fáciles de seguir, ya que publicó tan precozmente. Nació en 1911 en la ciudad oriental de Nanjing, donde su padre era maestro de escuela y ministro presbiteriano. Diez hermanos Chen (cinco niñas, cinco niños) vivieron hasta la edad adulta y todos se graduaron de la universidad. Chen Mengjia, el séptimo hijo, fue el más brillante. Había publicado su primer poema cuando era adolescente; a los veinte, cuando apareció su primer volumen, era famoso. Como han hecho tradicionalmente los poetas chinos, se dio a sí mismo un seudónimo: Wanderer. Se convirtió en el miembro más joven de la Crescent Moon Society, un grupo de poetas románticos que evitaban las rígidas reglas del verso chino clásico.
El estilo poético de Chen era simple y bien medido; los críticos lo compararon  a Housman y Hardy. Abandonó el cristianismo después de la niñez, pero tenía un sentimiento casi religioso hacia el pasado lejano. En uno de sus primeros poemas, el narrador contempla un grabado en piedra de mil años de antigüedad del rostro de una mujer y nota “el rastro frío y silencioso de una sonrisa”. En 1932, Chen ingresó a la escuela de posgrado en la Universidad de Yenching, donde primero estudió religión y luego escritura china antigua. El pasado se acercaba; la poesía se alejó.
 En “Song of Myself”, Chen describió el dolor de la creatividad: 
“Me aplasté el pecho y saqué una serie de canciones”. Más tarde, escribió: “Desde que tenía diecisiete años, he usado la métrica para controlarme. Todo lo que escribí se podría medir con una cuerda. . . . La cadena fue pesada para mí, y en la esclavitud aprendí a hacer bellas palabras”. Cuando tenía poco más de treinta años, esencialmente había dejado de escribir versos. Pasó la mayor parte de su tiempo estudiando las inscripciones en bronces antiguos y huesos de oráculo.
Su esposa, Zhao Luorui, fue otro prodigio. A los veinticinco años, publicó la primera traducción al chino de “La tierra baldía”. Cuando los japoneses invadieron Nanjing, en 1937, Chen y Zhao, junto con muchos otros académicos chinos, se trasladaron a la provincia suroccidental de Yunnan. En 1944, recibieron una beca conjunta de humanidades de la Fundación Rockefeller, que pagó su viaje a los Estados Unidos. En la Universidad de Chicago, Zhao escribió una disertación sobre Henry James, mientras Chen buscaba bronces chinos. The Wanderer se ganó su nombre visitando museos y colecciones privadas en Detroit, Cleveland, St. Louis, Nueva York, Boston, San Francisco, Honolulu, Toronto, París, Londres y Oxford, entre otras ciudades. Después de visitar Estocolmo, en 1947, Chen escribió una carta a la Fundación Rockefeller: 
“Fui recibido por el Príncipe Heredero en su castillo para ver su propia colección y tuve el honor de hablar y discutir con él durante dos horas”.
Muchos bronces antiguos habían sido extraídos de China, especialmente durante las caóticas primeras décadas del siglo XX, y pocos habían sido estudiados detenidamente. Chen planeó escribir un libro definitivo sobre el tema, completo con fotografías y análisis de tipología. En 1947, regresó a China y envió a Harvard un borrador de un enorme manuscrito. La edición se realizaría por correo. Pero los comunistas llegaron al poder en 1949 y la Guerra de Corea comenzó en 1950; Terminó la comunicación entre China y Estados Unidos.
Elinor Pearlstein, curadora del Instituto de Arte de Chicago, ha rastreado en los últimos años las cartas de Chen de su tiempo en los Estados Unidos. Pearlstein me proporcionó información sobre los viajes de Chen, pero dijo que el borrador del libro de Harvard había desaparecido. Aparentemente, el manuscrito fue entregado a un estudiante graduado de Harvard para que lo editara, pero el estudiante se suicidó en 1967. El libro nunca se publicó en los Estados Unidos. (El volumen chino que había visto, con el título antiestadounidense, era una versión reducida y mal editada).
En 1956, Chen publicó un libro innovador sobre los huesos del oráculo, "Un estudio completo de las inscripciones de adivinación de los Yermos de Yin". Incluyó capítulos sobre gramática Shang, astronomía, sacrificios, guerra, geografía y otros temas básicos. Todos los eruditos del chino antiguo que conocí dijeron que es una obra maestra.
Pero la personalidad de Chen a menudo estaba en desacuerdo con la política de la China comunista. “Chen tenía la sensibilidad de un poeta”, me dijo Wang Shimin, un arqueólogo amigo de Chen.
“Él siempre decía lo que pensaba. Era xinzhi koukuai, tenía un corazón recto y una boca ágil”.
Alfabeto de Mao.
Durante las décadas posteriores a la Guerra del Opio (1839-42), mientras China estaba ocupada por potencias extranjeras, su cultura literaria no logró prepararla para la transformación de la modernidad. En la Europa del siglo XIX, la arqueología estaba dominada por la creciente clase media, cuya fe en el cambio y el progreso material se reflejaba en las descripciones de las épocas antiguas, desde la piedra al bronce y luego al hierro. Pero el interés chino por la antigüedad giraba en torno a la palabra escrita, y las historias tradicionales hacían hincapié en la continuidad más que en el cambio. Los chinos se quedaron atrapados en ser chinos.
Todo lo que era continuo —el confucianismo, el sistema imperial, los personajes— parecía obsoleto. De repente, los chinos parecieron darse cuenta de que estaban escribiendo de manera diferente a cualquier otra civilización en la tierra. En los año diecinueve, Qian Xuantong, un destacado filólogo, propuso que China cambiara, tanto en el idioma hablado como en el escrito, al esperanto. Muchos de los principales académicos del siglo XX defendieron el abandono de los personajes, creyendo que eran un impedimento tanto para la alfabetización como para la democracia. Lu Xun, que vivió entre 1881 y 1936 y fue quizás el autor moderno más grande de China, abogó por un cambio al alfabeto latino, que permitiría a las personas escribir en sus lenguas maternas. Escribió (en caracteres, como lo hizo hasta su muerte): “Si vamos a seguir viviendo, los caracteres chinos no pueden. . . . Los personajes son un precioso legado transmitido por nuestros ancestros. 
 lo sé. Pero podemos sacrificar nuestra herencia o a nosotros mismos: ¿cuál será?”
En 1936, cuando los comunistas ganaban poder, Mao Zedong le dijo a un periodista estadounidense que la alfabetización era inevitable. Cuando Mao finalmente tomó el control de China, en 1949, muchos esperaban que el gobierno reemplazara los caracteres con letras latinas, como lo había hecho Vietnam a principios de siglo. Pero en el verano de 1950, Mao tomó una decisión sorpresiva y pidió a los lingüistas que desarrollaran un alfabeto “nacional en forma”, un nuevo sistema de escritura, cuyas letras serían distintivamente chinas.
John DeFrancis, lingüista de la Universidad de Hawái en Manoa, ha estudiado este período y me dijo que la inspiración para la orden de Mao siempre ha sido un misterio. DeFrancis me recomendó que hablara con Zhou Youguang, un lingüista de noventa y siete años que había trabajado en el comité de reforma de la escritura. DeFrancis, que tiene noventa y dos años, no se había reunido con Zhou desde los años ochenta. 
Dijo que sabía por qué Mao tomó esa decisión, pero que no tenía la libertad de hablar al respecto”, me dijo DeFrancis. 
Pensó que tal vez la edad avanzada de Zhou lo haría más dispuesto a hablar abiertamente.
Zhou, junto con otros dos defensores sobrevivientes de la reforma de la escritura china, vivían en la primera entrada del dormitorio de la Comisión Estatal de Idiomas, en Beijing. Una tarde, comencé en la planta baja, con Yin Binyong, un amable hombre de setenta y dos años que tenía las cejas pobladas de un dios taoísta. Yin me dijo que, después de la solicitud de Mao de un alfabeto en forma nacional, el comité consideró más de dos mil sistemas de escritura propuestos. Algunos se derivaron completamente del chino; otros usaban alfabetos latinos o cirílicos; algunos fragmentos combinados de caracteres chinos con letras extranjeras. Había alfabetos chinos en árabe. Yin recordó un sistema que empleaba números para transmitir sonidos chinos. En 1955, el comité redujo el campo a seis finalistas alfabéticos: latín, cirílico y cuatro sistemas "chinos" completamente nuevos.
La historia continuó en el cuarto piso del dormitorio, donde visité a Wang Jun, de ochenta años, quien me habló sobre la simplificación de personajes. En 1956, Mao y otros líderes concluyeron que los alfabetos chinos aún no se podían utilizar. Sancionaron el esquema latino, conocido como Pinyin, para su uso en la educación temprana y otros propósitos especiales, pero no como un guión de reemplazo. Y decidieron simplificar una serie de caracteres chinos. Esto se describió como una “etapa de reforma inicial”: Mao, al parecer, quería más tiempo para considerar las opciones.
Pero escribir la reforma pronto se enredó en la política. En abril de 1957, el Partido Comunista lanzó la campaña de las Cien Flores, durante la cual se invitó a los intelectuales a expresar sus opiniones, por críticas que fueran. La respuesta fue abrumadora; miles de chinos comentaron públicamente sobre todo tipo de temas. Hasta entonces, Chen Mengjia no había estado activo en el movimiento de reforma de la escritura, pero ahora intervino como un vigoroso oponente de la alfabetización y la simplificación de caracteres. Sus palabras estaban en todas partes en la prensa popular esa primavera. En un artículo para el Guangming Daily, escribió:
 “Debe haber razones objetivas por las que seguimos usando estos caracteres después de más de tres mil años”. 
En un discurso publicado, declaró: 
“En el pasado, los demonios extranjeros decían que el idioma chino era malo. Ahora los estudiosos más abiertos de los países capitalistas ya no lo dicen. . . . Predigo que seguiremos usando estos personajes durante varios años, y deberíamos tratarlos como si estuvieran vivos. Son nuestra herencia cultural”.
Luego, después de solo cinco semanas, Mao terminó abruptamente la campaña de las Cien Flores. A finales de año, más de trescientos mil intelectuales habían sido etiquetados como derechistas. En la prensa, aparecieron titulares enojados: "criticar a chen mengjia"; "refutar la teoría absurda del elemento derechista chen mengjia". Un artículo proclamaba:
 “El elemento derechista Chen Mengjia, una brizna de hierba que es venenosa. . . Nunca se debe permitir que arraigue profundamente”. Otro lo describió como un “demonio de la vaca” con un “plan maligno”: “¿Por qué los contrarrevolucionarios de todas las épocas odian los personajes simplificados? ¿De verdad quieren volver a la antigüedad?
Y de Chen: silencio. Fue enviado a la provincia de Henan, cuna de la cultura Shang, para ser reformado a través del trabajo manual. Durante los siguientes cinco años, no se le permitió publicar nada bajo su propio nombre.
Estaba oscuro cuando llegué al tercer piso del dormitorio de la Comisión Estatal de Idiomas. Allí conocí a Zhou Youguang, un hombre frágil y encorvado que vestía pantuflas y pantalones de chándal. Tuve que acercarme y gritar mientras él ponía una mano alrededor de su audífono. Pero su mente era aguda y todavía recordaba algo de inglés; en los años cuarenta había sido banquero en Nueva York. “Solía ​​leer su revista en el Bankers’ Club”, dijo riéndose.
Le grité: “¡Ha cambiado desde entonces!”.
Como muchos jóvenes chinos patriotas que habían estado viviendo en el extranjero, Zhou regresó a China después de la  fundación de la República Popular. Sintiendo que no había mucho futuro en la banca comunista, Zhou cambió a la lingüística, un pasatiempo de mucho tiempo, y se convirtió en el principal arquitecto de Pinyin.
Le pregunté a Zhou qué había pasado con los cuatro alfabetos chinos y me dijo que aparentemente todos los registros habían sido destruidos. 
“Fue fácil perder cosas así durante la Revolución Cultural”, dijo.
La Revolución Cultural, que duró de 1966 a 1976, representa el clímax de la desilusión de China con sus tradiciones. Pero, irónicamente, la agitación ayudó a proteger a los personajes. Cuando finalmente terminó el caos, los chinos ya no tenían apetito por un cambio cultural radical, y tanto el público como el gobierno rechazaron nuevos intentos de reforma escrita. Hoy en día, casi nadie aboga por la alfabetización, y Zhou predice que China no abandonará sus caracteres durante al menos otro siglo, si es que lo hace alguna vez. Incluso la simplificación no llegó muy lejos. Redujo el número de pinceladas que componen algunos de los caracteres más utilizados, pero los principios del sistema de escritura siguen siendo los mismos. Esencialmente, es el equivalente a convertir una palabra en inglés como "through" a "thru". Zhou y otros creen que la simplificación no ha tenido un efecto significativo en la mejora de las tasas de alfabetización. Taiwán, Hong Kong y muchas comunidades chinas en el extranjero no usan los caracteres simplificados y los tradicionalistas los desprecian.
En retrospectiva, el mandato de Mao de 1950 condenó la reforma de la escritura; sin la búsqueda de un alfabeto en forma nacional, China probablemente habría adoptado una escritura latina antes de la Revolución Cultural. Cuando le pregunté por Mao, Zhou dijo que el punto de inflexión fue la primera visita de estado del presidente a la Unión Soviética, en 1949. “Mao le pidió consejo a Stalin sobre cómo redactar la reforma”, dijo Zhou. 
“Stalin le dijo: ‘Eres un gran país y deberías tener tu propia forma de escribir en chino’. No deberías usar simplemente el alfabeto latino’. Es por eso que Mao quería un alfabeto en forma nacional”.
La valiente defensa de la tradición de Chen Mengjia había sido innecesaria. En cierto sentido, Joseph Stalin ya había guardado los caracteres chinos. Grité el nombre de Chen y Zhou sonrió. “Me gustaba mucho”, dijo Zhou. “Pero, para ser franco, su oposición no tuvo impacto en nada de esto”.
El carácter  mal impreso.
Solo uno de los hermanos de Chen Mengjia sigue vivo: Chen Mengxiong, un hidrogeólogo jubilado de ochenta y cinco años. (En esa generación de la familia Chen, todos los nombres masculinos incluían el carácter meng, o “sueño”). En una mañana invernal de diciembre, visité a Mengxiong en su departamento en Beijing; su esposa, una mujer de pelo blanco y sonrisa tensa, nos trajo tazas de té.
Mengxiong parecía reacio a hablar, dijo que no se sentía bien. Miramos su única fotografía sobreviviente del clan Chen, y me dijo que su hermano, después de ser etiquetado como derechista, pasó dos o tres años haciendo trabajo agrícola en Henan. 
“Siempre había sido extrovertido, pero cuando regresaba no hablaba mucho”, dijo Mengxiong.
 También mencionó que se molestó cuando Zhao Jingxun, el cuñado de Mengjia, aceptó dinero del Museo de Shanghái para los muebles antiguos. "Mengjia quería que fuera donado, no vendido", dijo enojado el anciano. "Nunca hablé con Zhao después de eso".
Llevé una copia de la carta de Mengjia de 1966 al curador del museo y se la entregué a Mengxiong. Lo leyó en silencio. “Nunca había visto esto antes”, dijo. "¿Dónde lo obtuviste?"
Los chinos tienden a hablar tortuosamente cuando se enfrentan a un recuerdo doloroso, y sus historias se aflojan como una cuerda que cae en un montón. Pero cuando deciden hablar, su franqueza puede ser abrumadora.
 “Ese agosto, los Guardias Rojos comenzaron su campaña contra las cosas viejas”, dijo Mengxiong. “Estaba luchando contra mí. Mi hijo mayor tenía unos nueve años y le dije que se acercara a escondidas a la casa de Mengjia y le advirtiera. Mengjia tenía tantos cuadros, libros y cosas viejas; Le dije que los tirara o los escondiera. Mi hijo volvió y dijo que todo estaba bien.
“Pero esa noche fue la primera vez que Mengjia intentó suicidarse. Tomó pastillas para dormir, pero no murió. Lo llevaron al hospital. Al día siguiente, fui a su casa y había carteles de Big Character en la puerta, criticando a Mengjia. Entré, y ya estaban los Guardias Rojos. 'Bien', dijeron. Caíste directamente en la red.
“La esposa de Mengjia también estaba allí, y los guardias nos sentaron a ella y a mí en sillas en el patio. Nos raparon la mitad del cabello, eso se llamaba la Cabeza Yin-Yang. Luego se quitaron los cinturones de cuero y empezaron a golpearnos. Primero usaron el cuero, luego la hebilla. Llevaba una camisa blanca y se puso completamente roja de sangre. Una vez que me soltaron, llamé por teléfono a mi unidad de trabajo y enviaron gente para llevarme a casa. En el camino de regreso, vi a mi esposa, no la misma esposa que conociste, pero mi esposa en ese momento. Le dije que se diera prisa en llegar a casa.
“Mengjia estuvo en el hospital por un tiempo, pero lo expulsaron por sus antecedentes. Después de aproximadamente una semana, se suicidó. Tenían una criada interna, y creo que ella lo encontró. No pude ir a su casa porque me estaban peleando. No hubo ningún funeral”.
Mengxiong hizo una pausa. Pensé que la historia había terminado, pero luego el anciano volvió a hablar: 
“Mi esposa tuvo problemas ese año. Tenía una mala formación social: su padre era un famoso calígrafo que había estado en la administración del Kuomintang. Estaba tan asustada por las campañas antiderechistas de los años cincuenta que enfermó mentalmente. En 1966, poco después de la muerte de Mengjia, su unidad de trabajo le pidió que copiara canciones revolucionarias en papel carbón. Ella escribió la letra 'Diez mil años para el presidente Mao, diez mil, diez mil'. Era lo mismo una y otra vez. Pero se equivocó en una palabra. Escribió wu en lugar de wan”.
Mengxiong hizo una pausa para escribir dos caracteres en mi cuaderno: wan sui: diez mil años. Luego escribió el error de su esposa: wu sui, sin años. 
“Ella fue detenida de inmediato”, dijo. “Durante unos cinco años, estuvo detenida en la provincia de Hebei. Durante parte de ese tiempo, estuvo encerrada en una pocilga. Después de su regreso, a principios de los años setenta, nunca volvió a ser la misma. Murió en 1982”.

El mundo escrito.
En el curso de mi investigación, entrevisté a un solo joven. Encontré una cita de Chen Mengjia en un sitio web sobre escritura china; el sitio fue editado por un húngaro de treinta y cinco años llamado Imre Galambos, que es curador en la Biblioteca Británica de Londres. Galambos escribió su Ph.D. disertación, en Berkeley, sobre el desarrollo del carácter chino.
Tradicionalmente, los estudiosos han pensado que los caracteres se estandarizaron durante el reinado de Qin Shihuang, quien unificó por primera vez el imperio chino, en 221 a.C. Pero documentos excavados recientemente sugieren que el impacto de Qin puede haber sido exagerado. Galambos me dijo que la unificación literaria más importante en realidad parece haber ocurrido más tarde, cuando los Han llegaron al poder y produjeron el primer diccionario chino y la primera historia oficial. Con el fin de validar su propio linaje cultural, los intelectuales Han vincularon las llamadas dinastías anteriores (Xia, Shang, Zhou y Qin) en una sola narrativa. De hecho, estos eran casi con certeza grupos étnicos distintos, con sus propias culturas, sus propios idiomas hablados y sus propios métodos de control político. Pero, después de los Shang, todos compartieron un solo sistema de escritura, y los historiadores Han usaron este guión para crear una historia coherente a partir de los detalles caóticos de la historia, la memoria y la imaginación. Mark Edward Lewis, un historiador de Stanford, ha descrito el antiguo y continuo imperio chino como basado en “un reino imaginario creado dentro de los textos”.
Galambos hace frecuentes visitas a Beijing, y en una ocasión en que lo conocí amplió este tema. 
“Hay ciertas culturas, como la bizantina y la china, en las que los documentos escritos crean un mundo que es más significativo que el mundo real”, me dijo.
“Creo que el mundo literario es el vínculo en el tiempo que permite esto que llamamos ‘historia china’. No es la cantidad de personas ni nada por el estilo; es el enorme mundo escrito que produjeron. Es tan grande que se los come a ellos y a todos los que los rodean”.
Le pregunté a Galambos qué lo había inspirado a estudiar chino. Me respondió que cuando era joven, en la Hungría comunista, el servicio militar obligatorio se acortaba en seis meses si ingresabas a la universidad. Con esto en mente, Galambos aplicó, pero no cumplió con todos los plazos excepto uno: una beca para estudiar en China. Eso fue hace quince años. 
“Fui absorbido por toda esta china”, dijo.
Una noche, nos reunimos para tomar una copa junto a Houhai, un lago en el centro de Beijing. Era una hermosa tarde de otoño; las luces brillaban rojas y amarillas sobre el agua. Galambos habló sobre la importancia de escribir en China y luego me señaló. “Es por eso que los chinos se preocupan por ti, el corresponsal”, dijo.
“Para Occidente, cualquier cosa que crees es China. Si escribes sobre nosotros sentados aquí en Houhai, la gente pensará: Wow, China es un lugar realmente genial. Así es como se forma el lugar en sus mentes. Pero podría tener muy poco que ver con la realidad”.

El poema
La esposa de Chen Mengjia le sobrevivió treinta y dos años. Después de la Revolución Cultural, las críticas, las palizas, el rapado de la cabeza, Zhao Luorui desarrolló esquizofrenia, pero se recuperó lo suficiente como para enseñar y escribir de nuevo. En los años ochenta, tradujo la primera edición china completa de “Hojas de hierba”. En 1990, volvió a dar clases en su alma mater, la Universidad de Chicago; al año siguiente, recibió el Premio al Logro Distinguido de la universidad. Murió en 1998.
No hace mucho, conocí a uno de los compañeros de clase de Zhao en Chicago, Wu Ningkun; tenía ochenta y tres. En 1951, por invitación de Zhao, Wu abandonó su doctorado. disertación sobre T. S. Eliot para poder regresar a China y enseñar. Wu fue encarcelado en 1958,  ter ser etiquetado como un derechista. Durante más de dos décadas vivió en la cárcel o exiliado en el campo. Regresó a los Estados Unidos en 1990 y finalmente se instaló en Reston, Virginia, con su esposa, Li Yikai. En 1993, publicó, en inglés, una memoria sobre la China comunista titulada “A Single Tear”.
Cuando visité el departamento de Wu, recordó que, después de su encarcelamiento, no volvió a ver a Zhao hasta 1980. “Ni siquiera mencionamos el nombre de Mengjia”, dijo Wu en voz baja.
“Habría sido una de las cosas más difíciles de decir para mí, si hubiera dicho que lo sentía. Sabía lo fútiles y sin sentido que eran esas palabras. Ella no lloró. Tenía una voluntad muy fuerte”.
Wu me dijo que durante sus años en prisión a menudo había ganado fuerza al recordar versos. “Solía ​​pensar en Du Fu, Shakespeare, Dylan Thomas”, dijo. 
“¿Conoces el que escribió Dylan Thomas cuando su padre se estaba muriendo? Esa línea: 'torciendo en bastidores'. De 'And Death Shall Have No Dominion'. Sabes, escuché a Dylan Thomas recitar sus poemas en Chicago. Fue muy conmovedor”.
Le pregunté a Wu si había hablado con Thomas.
“No, solo estaba en la audiencia”, dijo Wu. Y estaba más de medio borracho. Estaba sufriendo, supongo que la vida era una carga para él.
En la biblioteca de la Universidad de Pekín, un amigo me ayudó a encontrar una versión china de dos volúmenes de “Hojas de hierba”. La página de título destacaba el nombre del traductor: Zhao Luorui.
El libro había sido publicado en 1991, y tres años más tarde, Kenneth M. Price, un erudito estadounidense de Whitman, visitó Zhao en Beijing. Su conversación fue publicada en el Walt Whitman Quarterly. En la entrevista, Price le preguntó a Zhao cómo había traducido la primera estrofa de "Out of the Cradle Endless Rocking", en la que se construye una oración larga de veintidós líneas antes de que aparezcan el sujeto y el verbo, una estructura que sería incómoda en chino. . Zhao respondió:
 “No hay forma de mantener las oraciones juntas como una sola oración porque debo decir que, aunque quiero ser fiel, también quiero que mi chino sea fluido”.
Releí el original de Whitman y luego cogí el volumen en chino. Usando un diccionario para los caracteres difíciles, hice todo lo posible para traer las últimas tres líneas de Zhao al inglés:

*** Yo, el cantor de canciones dolorosas y alegres que une esta vida y la otra, Recibiendo todas las pistas, haciendo uso de todas ellas, pero a toda velocidad saltando sobre todo, Canto una reminiscencia.
Publicado en la edición impresa del número del 16 de febrero de 2004.