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La obra ha sido publicada por el Grupo Planeta y la Fundación Gala-Dalí con motivo del centenario del nacimiento del pintor y del cuarto centenario de la aparición del Quijote, que se conmemoro en 2005. La obra reproduce a tamaño real las 38 acuarelas y dibujos más 5 bocetos que Dalí realizó hacia 1945 sobre la primera parte del Quijote. Durante esa época, el artista vivía en Nueva York, leía vorazmente, trabajaba en cine y teatro e ilustró, entre otras obras, los Ensayos de Montaigne, según explicó la comisaria del Año Dalí, Montse Aguer. Cada uno de los 998 ejemplares editados ha sido cosido artesanalmente. Dentro de un estuche de 12 kilos de peso hay dos volúmenes: uno contiene las dos partes de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, según sus primeras ediciones (1605 y 1615) y con las notas de Riquer; el otro, titulado Estudios, presenta un análisis del Quijote por el propio filólogo, y otro sobre el pintor y sus ilustraciones a cargo de Montse Aguer, la directora del Centro de Estudios Dalinianos. Las planchas de las 43 ilustraciones, cuya fidelidad ha sido vigilada por los expertos de la fundación -los originales se conservan en el Teatro-Museo Dalí de Figueres-, se han destruido tras la edición. Para reproducir con exactitud los detalles y colores se han utilizado planchas de última generación, y se han encolado las láminas manualmente, con su correspondiente numeración y el logotipo de la Fundación Gala-Salvador Dalí.
DESCRIPCION: Estuche Estuche protector, fabricado a mano, forrado en tela dorada de algodón Reforzado en madera y forrado en el interior En el interior, dispone en la parte inferior de una bandeja extraíble en la que se ubica el Libro de Estudios Peso total de la obra: 12 kg El Quijote Número de páginas: 672 Tapa forrada en tela aterciopelada con estampaciones en oro y negro El estampado de la tapa reproduce un detalle de uno de los dibujos de Dalí para el Quijote y la firma de Dalí Edición anotada de Martín de Riquer, con los textos íntegros de 1605, para la primera parte, y de 1615, para la segunda Papel del texto: Corolla Antique Premiun, de Fedrigoni Texto impreso a 3 tintas 43 ilustraciones facsimilares en papel Chromomat, impresas a 5 tintas Láminas pegadas manualmente Cosido artesanal del volumen Cinta de lectura en seda dorada Formato: 37 x 37 cm Libro de Estudios Número de páginas: 192 Forrado en tela dorada con estampaciones en rojo y negro Incluye los comentarios de las ilustraciones realizadas por Dalí y fotografías del artista Formato: 24 x 24 cm Una extraordinaria edición de la inmortal obra de Cervantes, con las reproducciones facsimilares de las acuarelas y los dibujos que Dalí realizó fascinado por la personalidad de Don Quijote, una nueva perspectiva del texto de Cervantes con imágenes inolvidables, llenas de fantasía, de magia, de ingenio… Con motivo del Año Dalí en 2003 y del IV centenario de la aparición de El Quijote, Artika y la Fundación Gala-Salvador Dalí presentan la plasmación creativa de un gran genio inspirado por uno de los libros más importantes de la literatura. Dalí, desde su particular visión, sitúa a Don Quijote en el extraordinario mundo daliniano, los pasajes cervantinos se enriquecen con la iconografía propia del pintor, con elementos explicados con precisión, formas arquitectónicas, figuras, hormigas, guijarros, formas esbozadas en espiral. Son intensas anécdotas que revitalizan las escenas. El volumen, cosido artesanalmente y con tapas aterciopeladas en rojo, recoge las láminas ilustradas por el artista ampurdanés y el texto íntegro de la obra tal y como se editó en el siglo XVII, junto a las anotaciones del reconocido filólogo Martín de Riquer. Varios especialistas nos adentran en el complejo mundo creado por Cervantes y profundizan e interpretan los trazos y composiciones de Dalí para tener una visión global. Todo ello reunido en un libro de Estudios que, cual tesoro que es, queda recogido secretamente en el interior de un estuche forrado en tela dorada.
Cada ejemplar mide 370x370 milímetros, está impreso a tres tintas y encuadernado en terciopelo rojo. Montse Aguer contó que el padre de Dalí anunció a su hijo por carta que el Quijote permitiría que sus "facultades sobresalieran extraordinariamente". En la reunión de los dos genios, Dalí pinta un Quijote fiel a la obra, pero a la vez muy original y distinto al que han pintado otros artistas (Gustavo Doré, Teodoro Miciano, Antonio Saura...). "Dalí vuelca muchos elementos de su iconografía particular: formas arquitectónicas neoclásicas, figuras en espiral, cipreses, hormigas, piedras...", dijo Aguer. |
Don Quijote de la Mancha primera edición ilustrada Montaner y Simón.
Primera edición. 2 tomos. La edición barcelonesa del Quijote de Montaner y Simón Editores, que sale a la luz en 1880, es una de las más lujosas del siglo XIX. Sus dos tomos en folio, en excelente papel y mejor impresión, se adornan con las 44 cromolitografías a toda página firmadas por Ricardo Balaca y Luis Pellicer, y 252 cabeceras y remates xilográficos, grabados por maestros como J. Gómez, Smeeton, Tilly, Sadurní y Martí. Como había sucedido y sucederá con tantos artistas y editores que se acercan al Quijote, Ricardo Balaca no puede ver terminado su trabajo, ya que le sobrevino la muerte cuando sólo tenía la mitad de las estampas realizadas. Sigue de cerca el texto fijado por Hartzenbusch en 1863, con la consiguiente separación de la voluntad cervantina. El retrato de Cervantes que aparece al inicio de la edición fue grabado por B. Maura, uno de los maestros grabadores más importantes del momento. |
Itsukushima Shrine. |
CAFETERIAS.
Los cafés literarios son lugares donde la cultura, la literatura y el arte convergen en un ambiente acogedor y tranquilo. Repartidos por distintas ciudades del mundo, son famosos por ser testigos de importantes tertulias y conversaciones que han dado lugar a algunas de las obras más importantes de la literatura. Reunidos alrededor de un buen café, escritores, poetas, artistas y lectores disfrutan de la conversación (y discuten) sobre literatura y otras artes. Sin duda que se puede decir que los cafés literarios son un símbolo de la cultura y la literatura de la humanidad.
La literatura, el arte y la cultura tienen un lugar especial en los cafés literarios. Escritores, artistas y pensadores se reúnen en ellos para intercambiar pensamientos e ideologías y compartir sus obras. Lejos del bullicio de antaño (habría que ver a dos escritores discutir sobre cuál es el mejor libro del mundo), estos cafés en la actualidad son lugares tranquilos en los que disfrutar de un buen café, bebida o comida mientras se lee un libro o se charla con amigos. Eso sí, la lectura y la conversación están impregnadas por una larga tradición de importantes encuentros literarios de la historia.
Los cafés de los trasterrados españoles. Durante y después de la guerra civil española (1936-1939) el mayor contingente de refugiados llegó a México. En noviembre de 1941 cientos de españoles arribaron en el barco portugués Quanza, después de padecer sin fin dentro de campos de refugiados en Francia. En principio, creyendo que regresarían pronto a su país, muchos se resistían y aun se negaban a integrarse a la sociedad mexicana. ¿Para qué ahondar raíces en la nueva tierra si debían arrancarse casi de inmediato? ¿Para qué, si a fin de cuentas, Franco caería de un día para otro? “Nadie, entre los fieles a la idea del retorno, piensa por aquel entonces que la emigración pueda ser una larga agonía y una terrible interrogación suspendida sobre la testa peregrina”, escribió, no sin añoranza y aflicción, el escritor trasterrado Otaola en La Librería de Arana. Pero con el paso de los días y los años fueron percibiendo y convenciéndose de que la cosa estaba muy lejos de una solución inmediata y empezaron a buscar una vida que tuviera mayor apego a la realidad: trabajo fijo, casa, nuevas amistades, lugares para reunirse. Si para el vienés el café es como una casa, para el español, al menos el de entonces, era una segunda casa. ¿No fue Benito Pérez Galdós quien dijo que “el café tenía en política más importancia que un ministerio, y en literatura, más que una biblioteca?” ¿Acaso una de las mejores novelas españolas del siglo, La colmena, no ocurre en un café, donde se hilvanan y deshilvanan historias y anécdotas, chismes y chistes, dimes y diretes de la ciudad de Madrid? Nunca, como en la década de los cuarenta, gracias a los trasterrados, hubo tantos cafés en el centro histórico de ciudad de México. Los vociferantes españoles se encargaron a veces de desplazar de antiguos cafés a los discretos mexicanos, y a la vez, crearon nuevos locales. Una parodia de este desplazamiento la contó un español, Max Aub, en su cuento “La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco”, en el que un mesero mexicano de uno de los cafés que los exiliados visitan –resume María del Pilar Fernández en su artículo “La ciudad de México y los trasterrados españoles”– “harto de sus voces, de su mala educación, de sus eternas conversaciones sobre las batallas de la guerra, de su eterno ‘cuando muera Franco’ decide hacer algo para librarse de tan molesta clientela”. La decisión es viajar a España para asesinar al dictador con la esperanza de que al regreso los republicanos hayan vuelto al fin a la patria arrebatada: “Desgraciadamente no sólo no regresaron, sino que encima se vieron acompañados de los partidarios de Franco que también tomaron el camino del exilio”. Con su mordacidad característica, Salvador Novo decía en 1967 (Cocina mexicana): “Aparte de la reflexión corroboradora que podríamos hacer acerca de la influencia que hayan tenido en la Independencia mexicana las tertulias en los cafés a fines del xviii y principios del xix, tenemos mucho más próximo en el tiempo el caso de los republicanos españoles, que durante treinta años han estado derrocando a Franco en ese poco sangriento campo de las batallas orales que son los cafés”. Fuera de la parodia o la broma, los cafés representaron una posibilidad para los republicanos de crear diminutas Españas. En ellos los trasterrados hablarían de dos hechos de absoluta inminencia (la predicción nunca fue su fuerte): la caída de Franco y las condiciones políticas y económicas objetivas que permitían una nueva revolución en México. Hablarían de las vicisitudes de la segunda Guerra Mundial y del principio de la Guerra Fría, de usos y costumbres del país en que vivían comparándolo a cada instante con España, de arte y literatura mexicanos y peninsulares y recortarían muy bien el traje del prójimo. Los exiliados tenían como punto de encuentro varios cafés del centro histórico: el ruidosísimo Tupinamba, en Bolívar número 44, donde llegaban también toreros, actrices y ex miembros del Partido Comunista Español, y cuyo dueño, Pedro Dosal, pagaba inserciones con el pregón siguiente: “¡Donde el café espresso es auténtico café!”, dando a entender que en los otros establecimientos el café espresso que se servía era un cuento y una estafa; La Parroquia, en calle Venustiano Carranza; el pequeño y estrecho Papagayo, siempre pleno de gente, en la esquina de López y Avenida Juárez; el Madrid, con su “regusto provinciano”, pese a su tremendo nombre de capital de nación; las Chufas, donde se encontraban poetas jóvenes como Luis Rius, Juan Espinasa, Manuel Durán y Tomás Segovia; el Campoamor, que recordaba el aire de los cafés de la Puerta del Sol madrileña; el Do Brasil, de estilo más moderno, y el Fornos en Bolívar 20, y el Betis en 16 de Septiembre, y el Sevilla y el Latino. Estos cafés y los cafés de chinos y el Café París representaron para los exiliados los refugios dilectos de locales del género. En su retrato de Juan Rejano, el yucateco Ermilo Abreu Gómez dijo que el poeta andaluz tenía perfil de gitano pero sabía mirar de frente como los buenos. Yo recuerdo a Rejano, ya viejo, como un hombre de alma pura que daba siempre la mano a los jóvenes para que publicaran en el suplemento literario del periódico El Nacional. En un artículo, “Los cafés de chinos”, que no tiene broza, Rejano, en un cuadro de época de los años cuarenta, recuerda la prodigiosa cantidad de estos cafés en el país y los días duros de pobreza que vivió en ciudad de México que lo hacían refugiarse en tales locales para encontrarse con amigos españoles y mexicanos. El cuadro de época y el ambiente de los cafés de chinos me parecen tan bien ilustrados que no sería un exceso transcribir el artículo: “No sólo en el Distrito Federal: en cualquier ciudad del país se encuentra uno con los cafés de chinos. A veces hasta en esos pueblecitos salen a nuestro encuentro a lo largo de un viaje. Va uno con ganas de tomar una taza de café o de engullir algún plato, y al entrar en el rústico restaurante, tropieza con los ojos oblicuos del dueño que lo miran impasiblemente. ‘¿Pero también aquí?’, dice uno entonces. En todas partes. Los cafés de chinos son como ritornelo que rueda por todos los ámbitos de México. Ignoro a qué se debe este permanente florecimiento, ni por qué los chinos cultivan esta industria con tanta preferencia. Es curioso que sean unos elementos extranjeros los que proporcionen a este país –a ciudad de México, sobre todo– una de sus notas más típicas. En otras ciudades –Nueva York, Londres, Barcelona– existen barrios chinos, donde viven, pululan y trafican los hombres de raza amarilla. En México andan por todos los rincones y sus cafés se multiplican por los más distantes rumbos. Por las calles de Dolores, Bucareli, Guerrero, Santa María la Redonda y San Juan de Letrán es donde aparecen amontonados. Se diría que esas calles son como la aspiración de un barrio chino que no llegó a cuajar”.
Al Café París asistieron, con menos o más asiduidad, poetas y escritores trasterrados como León Felipe, Pedro Garfias, José Moreno Villa, Manuel Altolaguirre, José Bergamín, Francisco Giner de los Ríos, Juan Larrea, y los arriba descritos Emilio Prados, [Luis Herrera] Petere y Juan Rejano, quienes compartían y departían también con artistas y escritores nacionales. José Moreno Villa, en su libro Cornucopia Mexicana, de 1940, habla de las tertulias que frecuentaba casi recién llegado de España: la de médicos en el Hotel Imperial, y la literaria en el Café París. Por los muchos cafés donde acampaban los exiliados rondaba un aragonés escritor y vendedor de libros, José Ramón Arana, poseedor de una asombrosa librería ambulante, y quien inspiró el multicitado libro de Otaola. En La Librería de Arana se hace un retrato de un hombre quijotesco, hondo, emotivo. El vendedor, cuenta Otaola, iba “con su Librería, con su secreto, con su pesado sueño español en los ojos”. Arana fue conocidísimo en el ambiente y a menudo operaba con pérdidas. Aun quienes menos lo conocían hablaban de él como “ése que vende libros por los cafés”. Desde una perspectiva mexicana resultó una fortuna que no cayera Franco. La otra conquista española, la verdaderamente valiosa, la intelectual, la hicieron, sin armas ni crucifijos, los exiliados republicanos. Desde los Siglos de Oro no se había dado en España una camada de poetas, escritores, pensadores y artistas tan importantes, y esa camada, con la emigración, vino a dar en su gran mayoría a México y esa gran mayoría se quedó aquí. Fue de altísimo nivel e incluía también profesionistas, científicos, filósofos, libreros, editores y excelente mano de obra. Los mexicanos somos ahora un poco de la luz que ellos dejaron. |
Tertulias del exilio español.
En las tertulias republicanas de los cafés de exiliados españoles veíamos a ilustres abogados, médicos, filósofos, actores, escritores, músicos, compositores, comerciantes y periodistas a continuación otros de los cafés mexicanos (algunos ya desaparecidos) que durante varias generaciones fueron testigos vivos de memorables tertulias: Do Brasil (Bolívar, 49), Antigua Parroquia (López, 34), Madrid (Artículo 123, 17-A), Latino (López, 39-B), Restaurante El Danubio (Uruguay, 3), Fornos (Bolívar, 20), El Papagayo (Av. Juárez, 56), Centro Republicano Español (López, 60, piso 1), Campoamor (Bolívar, 38), Betis (Av. 16 de septiembre, 13-A) Horchatería Valenciana “Chufas” (López, 6), París (5 de mayo, 10-F) y el Tacuba (Tacuba, 28). La Ciudad de México (CDMX), antes llamada Distrito Federal (D. F.), es la capital de México. Es una de las entidades federativas que, junto con treinta y un estados, conforman dicho país. Asimismo, es sede de los Poderes de la Unión. Está dividida en dieciséis demarcaciones territoriales.
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Café republicano en la calle del exilio en México. El Café Villarías, en el centro de Ciudad de México, es el recuerdo de la España republicana que nunca fue. El negocio, fundado en 1942 por refugiados originarios de Santoña, sobrevive en la calle que los exiliados españoles hicieron suya. MEXICO DF 14/04/2019 La primera vez que Leoncio Villarías pisó México tenía 18 años y los últimos dos los había pasado haciendo las maletas, desde que en 1938 tuviese que exiliarse de Santoña ante la llegada de las tropas franquistas. De Santoña a Barcelona. De Barcelona a San Juan de Luz (País Vasco francés). De San Juan de Luz a Nueva York. De Nueva York a Veracruz, primer destino mexicano antes de llegar a la capital. Su ficha migratoria, fechada en julio de 1940, lo describe como un hombre de metre setenta y cinco de altura, moreno, ojos marrones, obrero en la empacadora familiar y con conocimientos de francés. Ese era el Leoncio Villarías recién exiliado, el que no militaba en partido político alguno pero que, a pesar de todo, se vio forzado a escapar junto a su padre, del que heredó el nombre; su madre Juliana y sus hermanos Juan, Puerto, Ignacio y Julián. Este año se cumple el 80 aniversario de un éxodo, el de los republicanos que escaparon de la represión franquista, que se cobró miles de muertos en España. La primera vez Leoncio Villarías pisó España tras casi cuatro décadas de exilio tenía 53 años, era un hombre hecho y derecho, casado y con dos hijos, con pasaporte mexicano y dueño de un negocio de venta de café ubicado en la calle de López, en el centro histórico de la ciudad de México. Ese era el Leoncio Villarías forjado en la distancia, mexicano por convicción, agradecimiento y despecho, e involucrado en todo tipo de actividades vinculadas a la España que le habían robado. Cuenta su hija, Sara, que Leoncio no regresó a España hasta que Franco estuvo muerto. Sería diciembre de 1975, un mes después de que el dictador falleciese en la cama de su palacio. Que cuando se identificó en el aeropuerto de Barajas con el pasaporte mexicano, el de adopción, un guardia le preguntó que, siendo español, por qué utilizaba otro documento. “Porque yo a España no le debo ni esto”, respondió el hombre. Eran tiempos de esperanza pero que en el exilio mexicano ya se analizaban con preocupación. Villarías y otros compañeros siempre sospecharon que la llamada Transición a la democracia tenía mucho de intercambio de cromos, de quítate tú para ponerme yo. De un rey, Juan Carlos de Borbón, nombrado por el mismo dictador que les había obligado a vivir durante casi 40 años fuera de casa. Leoncio Villarías falleció en 2005. La venta de café, el negocio que heredó de su padre en el exilio, sigue en pie. Ahora lo gestionan su viuda, su hermano Diego y su hija, además de ocho empleados que despachan, a empresas y particulares, café de Chiapas, de Puebla, de Veracruz, de Guerrero. En las paredes, tricolores y símbolos republicanos que mantienen el recuerdo de la España que nunca llegó a ser. El miedo a una Francia nazi “En el 38 tuvieron que dejar Santoña y se fueron a Barcelona. Tenían una conservera”, dice Sara Villarías, historiadora de formación, pero también la tercera de la saga que se hace cargo de la expendedora de café. A su alrededor, en las dependencias del negocio, ir y venir de empleados. Cargan sacos de café. Muelen los granos. Limpian el suelo. El uniforme está compuesto por una camisa azul oscuro, pantalones beige y el delantal. En los brazos, dos banderas, discretas pero inconfundibles: en la derecha, la mexicana, con su verde, blanco y rojo. En la izquierda, la republicana, con su rojo, amarillo y morado. En realidad, la familia Villarías no tenía una especial significación política. Solo un tío de su abuelo, llamado Gregorio, tenia militancia republicana. De hecho, estuvo afiliado al Partido Republicano Radical Socialista, una formación que solo existió entre 1929 y 1934, cuando entró a formar parte de la Unión Republicana, y también participó en el Partido Republicano Radical Socialista Independiente. Quizás su papel más relevante fue al frente de milicianos que impidieron que el golpe de Estado del 36 triunfase en Santoña y llegó a ser gobernador de Burgos. Son suficientes pecados para que los sublevados no le perdonasen, ni a él ni a su familia. Había comenzado el exilio. “Se quedaron dos años en San Juan de Luz, una fábrica que enlataba sardinas. Estuvieron ahí en lo que ahorraban para poder sacar un boleto para los vapores que salían hacia Nueva York”, dice la joven, que tiene dos tesis analizando el discurso del Centro Republicano de México, una durante la dictadura y otra al llegar la transición. Ahí en San Juan de Luz le pilló a la familia VIllarías el estallido de la Segunda Guerra Mundial. El miedo a una Francia completamente controlada por los nazis les llevó a embarcarse hacia Estados Unidos. Lo hicieron a bordo del De Grasse, que los llevó hasta Nueva York. El trayecto lo realizaron con una mano delante y la otra detrás. Según relata Sara, al escapar de Santoña guardaron en una maleta las joyas familiares. Pero uno de los hermanos la perdió en el camino. Así que alcanzaron el nuevo mundo pobres de solemnidad. Así sería como alcanzaron Veracruz, el primer estado mexicano al que llegaron en tren desde Nueva York. No duraron mucho. Finalmente, la familia se estableció en la Ciudad de México. Ahí, en 1942, nace el Café Villarías, en la misma esquina en la que se encuentra actualmente. “Esta fue la calle del exilio español, por trabajo o por vivienda”; dice la Sara Villarías. Recuerda que sus abuelos y sus padres se instalaron en el número 82. Unos metros más adelante, en dirección hacia el palacio de Bellas Artes, se encontraba el Centro Republicano, que funcionó hasta el año 2000. La calle López, que es como se llama, tiene una placa en la que la rebautiza como “calle del exilio español”. La cafetería es uno de los vestigios de aquellos tiempos. Al entrar, a la izquierda, aparece el escudo del consulado republicano. Se trata de un círculo enorme, colgado en la pared, a la altura de las escaleras. “Consulado General de la República Española”. Casi nada. El interior del local tiene el encanto de lo antiguo sin resultar apolillado. Un enorme cartel con imágenes de Leoncio, de Santoña, del exilio, preside el local. En la esquina superior izquierda, el escudo de la antigua conservera, con tres sardinas entrelazadas. En la esquina superior derecha, el escudo de la actual cafetería, en el que las sardinas han sido sustituidas por granos de café. “Este era un café con otra marca, en el año 42. Mi abuelo cogió el traspaso”, dice Sara, que explica que aquí trabajaron, en un primer momento, su abuelo, su padre y su tío Juan. Era un lugar efervescente la calle del exilio español. El Centro Republicano se encontraba en el número 60 y muchos de sus miembros pasaban por la cafetería antes de acudir a las reuniones. “Tenían un periódico que se llamaba El Boletín”, explica la joven, “en el que publicaban sus ideas sobre la dictadura franquista y sobre la transición”. Fueron años de mucha intensidad. En Jiquilpan de Juárez, estado de Michoacán, construyeron una escuela. Este es el municipio de donde es originario Lázaro Cárdenas, el presidente que mexicano que abrió las puertas a miles de exiliados españoles. Además, estaba la actividad del centro republicano, que conmemoraba cada año los 14 de abril. “Crecí yendo al 14 de abril, cantando el Himno de Riego en los Niños Héroes de Chapultepec (una parte del bosque de Chapultepec que conmemora la batalla entre México y Estados Unidos en el siglo XIX) y luego en el parque España”, dice. La cafetería también fue un centro neurálgico del activismo. Desde aquí, explica Sara, se enviaban alimentos a Europa durante la Segunda Guerra Mundial. De hecho, en una mesita todavía se conserva la máquina de coser con la que su abuela cosía los costales para realizar los envíos. Este negocio tiene una parte de cafetería y otra de museo histórico. La joven abre un cajón tras el mostrador y saca, plastificados, los albaranes de todos aquellos envíos. Papeles amarillos que en otro tiempo significaron bienes vitales a miles de kilómetros de distancia. Sara, que habla de su padre como a todo padre le gustaría que una hija hable de él, dice que este era un hombre “orgulloso”. Por eso no pidió nunca que le devolviesen nada de lo que le fue confiscado tras el triunfo fascista. Eso sí, recuerda que en sus últimos años paseaba por Santoña en los alrededores de la conservera que le habían arrebatado, como marcando el territorio de lo robado. Una vez, en México, se enteró de que la habían tirado. Una preocupación menos. La llegada de la transición no fue lo que Leoncio y sus compañeros esperaban. Tanto tiempo debatiendo sobre cómo se había perdido la guerra, sobre qué harían cuando cayese el dictador, para que todos terminasen aceptando al tipo que este designó como sucesor. En efecto, Juan Carlos de Borbón. Eso fue un golpe para los exiliados, que desde el Centro Republicano mantuvieron una posición crítica. Sin embargo, Sara dice que su padre convirtió todo lo que le había ocurrido en agradecimiento a México, un sentimiento mucho más constructivo que el rencor. Al morir Franco, Leoncio comenzó a viajar a España, a Santoña. Ahí conoció a Gloria Solana, tres décadas más joven que él, y que se convertiría en su mujer. Con la llegada de la Transición y después de que México reconociese el Gobierno español surgido después de que se aprobase la Constitución en 1978, la efervescencia republicana fue decreciendo. “Si tenía poca relevancia, a partir de ahí pierde todavía más y se convierte en una asociación cultural”, explica Sara Villarías. “Mi padre fue un exiliado republicano. Aun así, no fue un hombre de política, se dedicó toda su vida a defender la España que habían perdido”; recuerda su hija, mexicana, que aprendió a “querer a México desde pequeña” pero que siempre ha mantenido un fuerte vínculo con el exilio español. No en vano, todos los veranos los pasaba en España, con su padre, conociendo sus raíces. “Los lugares a los que me llevaba mi padre eran, por ejemplo, en Santander, el despeñadero donde tiraban a los rojos. Los lugares que conozco de España son porque mi padre me hacia una ruta que tenía que ver con su historia”, dice. Por aquí han pasado muchos, pero muchos refugiados, Porque, claro, aparte de ser expendio de café, llevamos también los asuntos del Centro Republicano, y la gente nos conoce mucho, en cualquier parte. Inclusive en España. Este ha sido siempre un centro de reunión, ahora menos, desgraciadamente, porque muchos han desaparecido." Lama Noriega, Felipe de la, Marta de la Lama Noriega, José Antonio Matesanz, Nosotros los refugiados, México, Porrúa, 2002. p. 18.
La España que encontraron exiliados como Leoncio no es la que habían soñado durante los largos años de extrañamiento forzoso. Sin embargo, Sara pone énfasis en la acogida mexicana, en los brazos abiertos de quienes los recibieron. Y establece un paralelismo con el momento actual, “ahora que tanta gente se está moviendo”, dice, en referencia a los flujos migratorios procedentes de Centroamérica y que atraviesan México con destino a Estados Unidos. La historia de la República española fue cortada por un levantamiento fascista. En México, a miles de kilómetros, hay un café republicano donde se mezclan los recuerdos con la esperanza de la España que nunca fue. La increíble historia del local ‘republicano’ que vende café 100% mexicano en la CDMX Escrito por Carlos Torres 22 Ene, 2018 En la Calle López, en pleno centro histórico de la Ciudad de México, hay un local que cambió tres sardinas entrelazadas del Cantábrico por tres granos de café en el cartel de la puerta. La familia Villarías tenía una fábrica de conservas en Santoña (Cantabria) que estuvo abierta hasta el año 1937. Ese año los Villarías, por la guerra civil, emigraron primero a Asturias y después a Barcelona huyendo del bando nacional. Cuando constataron que el futuro no sería mejor para ellos en Cataluña, dieron de nuevo el salto y se marcharon a Francia. Allí estuvieron hasta que la amenaza nazi se cernió sobre los franceses y los Villarías embarcaron de nuevo rumbo a Veracruz. En 1942 la familia acabó en la calle López de la Ciudad de México y pudieron deshacer por fin las maletas. Desde entonces hay un local en la esquina de esa calle en el que se puede comprar café. Los Villarías adornaron con fotos de su pueblo la barra y bordaron la bandera tricolor en las mangas de los empleados. Hoy el local vende 100% producto mexicano. Y aunque quizá sea una ironía que un café republicano venda sólo producto nacional, el olor a café molido es tan bueno que dan ganas de quedarse a pasar la tarde sin tener nada más que hacer que respirar. Siempre que paso por allí me siento a tomar un cortado. Ayer me atendió Iván, un chico de Santoña que conoció hace unos años a la nieta de los fundadores del café en unos carnavales en Cantabria y se enamoró. Iván fue remero profesional en el equipo de Santurce hasta el año pasado, pero después de la última bandera de La Concha decidió dejarlo. Hoy echa una mano en el local familiar de los padres de su novia mientras prepara un ‘iron man’. Hablamos un rato y compartimos historias de temblores mientras pienso en que su viaje a México es una forma de cerrar el círculo y que más allá de la guerra siempre habrá mil motivos mejores para emigrar. |
Los que cruzaron el charco. El Mercurio martes 24 de agosto de 1999 A bordo del Winnipeg llegaron, exactamente, dos mil 256 españoles. Los personajes en las fotografías son ejemplos de los niños que soportaron la travesía y que se convirtieron en protagonistas de la vida cultural chilena. Desde el 1 de septiembre celebrarán este acontecimiento el Centro Cultural de España y, en Michoacán de Los Guindos, la casa de Delia del Carril. El 3 de septiembre de 1939, el Winnipeg atracó en el puerto de Valparaíso. El barco transportaba más de dos mil refugiados de la guerra civil española, tragedia que generó el exilio de más de cinco mil ciudadanos. Ya habían muerto José Hernández y Federico García Lorca, dos emblemas de la poesía republicana. Estas pérdidas motivaron a Pablo Neruda y a Delia del Carril el llevar a Chile a quienes necesitaban huir de la represión franquista. Aquí gobernaba Pedro Aguirre Cerda, quien recibió la petición del Premio Nobel y dio una respuesta positiva, la que fue registrada en "Confieso que he vivido": Tráigame millares de españoles. Tenemos trabajo para todos. Tráigame pescadores, vascos, extremeños.... "Desde entonces - diría el poeta- mi camino se junta con el camino de todos". En el puerto de Paullac, los refugiados fueron despedidos por Neruda desde un lanchón. Sobre la cubierta del Winnipeg viajaban algunos niños y jóvenes que más tarde se convertirían en destacados protagonistas de la industria, las ciencias o el arte chilenos. Para celebrar el 60 aniversario de su llegada, una serie de artistas e intelectuales participarán en una serie de actividades programadas entre el 28 de agosto y el 30 de septiembre, en el Centro Cultural de España y en la casa de Delia del Carril, Michoacán de Los Guindos. Precisamente, las celebraciones comenzarán en la casa de "La Hormiguita", con una tertulia en la que participarán José Balmes, Roser Bru y José Ricardo Morales. Las actividades del Centro Cultural de España comenzarán el 1 de septiembre, con la inauguración de cuatro exposiciones que darán cuenta del exilio de los españoles. La muestra "Documentos del Winnipeg" exhibirá documentos originales preservados por sus protagonistas, además de fotografías de periódicos que testimonian el impacto que provocó en el país la llegada del barco. "Aportes del exilio republicano" será un montaje de fotografías y textos destinado a valorar la huella que dejó en Chile el trabajo de españoles en el arte, las letras, las ciencias sociales, la industria y el comercio. "Artistas del exilio" estará centrada en el aporte de los exiliados a las artes plásticas, a través de una muestra colectiva en la que participarán J. Balmes, R. Bru, Arturo Lorenzo, Magdalena Lozano, José Ricardo Morales y el escultor Claudio Tarrago. También habrá un homenaje al "Café Miraflores", propiedad de un cocinero español donde se dieron cita numerosos intelectuales chilenos y extranjeros, quienes organizaban allí acaloradas tertulias. Para ello exhibirán caricaturas de los dibujantes españoles Antonio Romera y Santiago Ontañón, con las cuales decoraban los muros del local. Una serie de mesas redondas serán el complemento de las exposiciones en el Centro Cultural. En "Neruda y el Winnipeg", Volodia Teitelboim, Julio Gálvez y Jaime Ferrer analizarán el trasfondo histórico del episodio. También organizaron la mesa "Historias de pasajeros en el Winnipeg", donde participarán algunos sobrevivientes del viaje para dar sus testimonios. El arte audiovisual no estará ausente en la serie de homenajes. Los documentales "Winnipeg, palabras de un exilio", realizado recientemente por Lala Gomá, será exhibido el 2 de septiembre; y "La respuesta", realizado por el historiador Leopoldo Castedo con motivo del terremoto de Valdivia (1960), el 14. Además, presentarán el filme español "Morir en Madrid", de Frederic Rossif (10), y Gustavo Meza, junto a la Compañía Teatro Imagen presentarán la obra "El barco de la esperanza" (29). El Mercurio S.A.P. |
Café Miraflores. El Café Miraflores es uno de los lugares, en Santiago de Chile, donde varios de los representantes del exilio republicano español llegados en el Winnipeg y la intelectualidad chilena, se reunían habitualmente. Historia Ubicado en el centro de Santiago de Chile, en la calle Miraflores, fundado por la chilena Herminia (Mina) Yáñez Portaluppi y proyectado por el arquitecto Germán Rodríguez Arias. Solía ser un lugar donde se reunían los exiliados republicanos españoles e intelectuales chilenos. Entonces, su propietario era Joaquín Berasaluce. El café tenía en sus paredes las caricaturas realizadas por los españoles Santiago Ontañón y Antonio Rodríguez Romera, de varios de los personajes que frecuentaban el lugar. Personajes El Centro Cultural de España en Santiago, en una de sus conmemoraciones sobre la llegada del barco Winnipeg a Chile, intentó recuperar parte de la historia del Café Miraflores y pudo adquirir las doce caricaturas de Santiago Ontañón y dos de Antonio Romera, que son ahora parte de sus fondos. Personajes retratados en las caricaturas del Café Miraflores:
Una distinguida dama chilena Herminia (Mina) Yáñez Portaluppi, recién llegada de Francia en 1942 funda, un Café bohemio en la calle Miraflores 461. Después de algunos años se regresa a París y éste se convierte con otros dueños en restaurante. Lo dirige don Joaquín Berasaluce, vasco que lo caracteriza por la comida española y al cual sigue asistiendo una clientela de escritores y artistas. Sus muros se decoran con apuntes y caricaturas de los parroquianos realizados por Santiago Antañón y Antonio Romera. Entre los años 1942 a 1960 asistían chilenos y españoles a servirse los callos a la madrileña, bacalao a la vizcaína, anguilas al pil-pil, congrio corquera, calamares en su tinta, congrio a la vasca, pollos a la cacerola. Entre sus clientes republicanos españoles se encontraba Arturo Soria, Leopoldo Castedo, Juan y José Ricardo Morales Malva, Vicente Mengod, Eleazar Huerta, Paco Soler. Los chilenos más asiduos Teresa León, escultora, actriz y escritora; Samuel Rojas, escultor; Camilo Mori, pintor; Isaías Cabezón, pintor; Luis Vargas Rosas, pintor; Roberto Humeres, pintor; Inés Puyó, pintora; Israel Roa, pintor; Acario Cotapos, compositor; Luis Oyarzún, escritor; Jacobo Danke, poeta y novelista; Oreste Plath, escritor; Francisco Coloane, escritor. Su dueño ahora era don Joaquín Berasaluce, dedicado a la pintura, hacía gala de sus especialidades culinarias. Con los años queda al frente del negocio el chileno Armeliano Rojas, Rojitas (*). linarense, amigo de las carreras a la chilena. La característica de los comedores eran sus asientos laterales, apegados al muro y en lo alto una rejilla como en los trenes para colocar el equipaje y los abrigos. En las paredes seguían las caricaturas de Camilo Mori con su pelo blanco y su corbata de tallarín. Inés Puyó, con su cuerpo de colegiala, Teresa León, cual una Greta Garbo, Luis Vargas Rosas, con su boina y pipa. Pero esta galería de caricaturas fue disminuyendo, más bien desapareciendo por ese afán de los chilenos del "recuerdo". Pablo Neruda aparecía acompañado de dos o tres escritores. Algunas veces, los de confianza, éramos informados: "Allá adentro está el hombre". Se refería al. político Dr. Salvador Allende. Aquí conversé por última vez con José María Arguedas, el novelista peruano, con el cual compartí un año de Lima, en esta ocasión me acompañaba la pintora Beatriz Danitz de Isamitt, viuda del pintor y músico Carlos Isamitt, y su hijo el Dr. Marcio Isamitt, madre e hijo, preocupados por el folclor. José María Arguedas vivía temporadas en Chile, era un exponente máximo de la literatura indigenista peruana, de definición mestiza, con notoria prevalencia de lo indígena. Estaba en el fondo del alma quechua. Trabajó en idioma distinto al reclamado por su espíritu y raza. Amaba profundamente la tradición, pensaba, hablaba y cantaba en quechua. Nadie podía haber imaginado que estaba cercano el día que él pondría fin a su existencia, pero tenía ya la determinación de matarse, escribía de prisa para no demorar el acto final. Y en el Perú quedó Sibila Arredondo, a quién conoció en uno de sus viajes a Chile, contrajeron matrimonio. Vivió a su lado sintiendo y compartiendo la causa de la libertad, lo que le ha costado más de veinte años en las cárceles del Perú. "Rojitas", seguía con sus colaboradores en la atención de las mesas, dos garzones que no envejecían, Juan Montecinos y Enrique Espinoza. Uno de ellos, me decía al final del almuerzo, "Don Oreste, papayas al jugo. Y como siempre, su "Araucano", un digestivo que era atención de la casa. Este restaurante cuando se extinguió en 1982, se instaló un centro de baile en el que luego se dejó de danzar y se estableció la Parrillada El Cordobés. * Armeliano Rojas, "Rojitas", al terminar el Café Miraflores, guardó en su casa la colección de dibujos y caricaturas realizados por los artistas que frecuentaban el local. El señor Rojas aún está entre nosotros (enero 2001). |
Cafés actuales.
Cafe Aromas. Cafetería que se encuentra en el centro de comuna de santiago, es un buen café donde la atención es buena y las mujeres que atienen son simpáticas. Tienen una excelente calidad de los cafes, y una buena variedad de tasas, los precios aceptables. Dirección: Huérfanos 1370 Santiago Región Metropolitana de Santiago. |
uno de los grandes de la literatura, "el libro" de la lengua castellana española
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