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Al curioso panelista de “Tolerancia cero” no le gusta la gente. La encuentra, en general, fea y vulgar y por eso la evita. Pero además, la ve inserta en una sociedad que promueve el lucro y a hiperactividad como modelos de éxito, arrastrando a la mayoría a la depresión. A ellos quiso ayudar, con un libro que reúne una serie de ensayos que promueven el disfrute en los asuntos más básicos del ser humano, como la amistad, la leve embriaguez y orinar.
El Mercurio Punto Mujer Miércoles 31 de Marzo de 2010
Ángela Tapía Fariña.
¿Se considera usted feliz o es parte del grupo de adultos (uno de cada cinco), que asegura tener o haber sufrido síntomas de depresión, en las encuestas nacionales de salud?
Las cifras no parecen indicar que vivamos dentro de una sociedad que se caracterice por estar contenta. Eso Fernando Villegas (51) lo sabe, y por eso decidió lanzar el libro “De la felicidad... Y todo eso” (Editorial Sudamericana), donde se reúnen una serie de ensayos que rescatan los actos más simples de la vida humana –entiéndase esto desde orinar hasta andar cufifo (entonado vía alcohol)- que pueden ayudar al ser humano a alcanzar un estado más optimista.
No, no ha habido equivocación alguna. Porque, por más serio que se vea, generalmente, este conocido personaje de abultado pelo sentado junto a sus amigos de “Tolerancia cero”, el autodefinido “especie de comunicador”, egresado de sociología, ex profesor de lectura veloz y “aficionado casual” a la teología y metafísica, no solamente dice que se considera feliz, sino que además, realizó su último libro motivado netamente por la “ansiedad de ayudar al prójimo”, en un país donde, comenta, “la gente es más bien tristona y depresiva”.
A las 11 de la mañana de un día de semana, cuando el verano acaba de finalizar, dos gatos aún pueden disfrutar de los rayos del sol, dormitando sobre el pasto del antejardín de la casa ñuñoina de Villegas.
Cabe preguntarse si la felicidad descrita en su texto -y que se entiende como eso intangible, que no se gana ni se pierde, sino que se construye como un estado de paz en el que el secreto está en reducir las probabilidades de fracaso-, fue sólo inspirada por los filósofos clásicos que cita el autor en su libro.
Porque la tranquilidad parece cobijar eternamente a Villegas en su hogar, espacio que detesta abandonar y donde una perrita café y saltarina, llamada Pascualina, recibe a las visitas buscando sus manos para pedir cariño. Basta ceder un poco a sus deseos, para que ella mueva su cola y haga más patente el ambiente de bienestar casero que protege al también conductor de “terapia chilensis” en Radio Duna.
-¿Es usted feliz?
“Sí. Me perturban pocas cosas. No estoy angustiado por lo que venga o por los resultados de mi trabajo ni por las opiniones de los demás. Y, por consiguiente, vivo tranquilo, sin estar preocupado de lo que dicen o lo que dijeron. Me abstengo de todo eso. Vivo concentrado en mi actividad que es escribir, leer, qué sé yo, todas esas cosas, y eso es muy agradable”.
-Reducir las probabilidades de fracaso y evitar así los contratiempos que alejan la felicidad, ¿no se puede confundir con algo de mediocridad?
“No. No veo que las personas que hagan veinte mil cosas sean brillantes, necesariamente. De hecho, al contrario, todos los que han logrado algo que escapa a la mediocridad en cualquier orden de cosas es porque se han concentrado en una sola tarea y no en veinte. Se han concentrado en la música, en la literatura, o están pintando todo el día en su taller. No se dispersan y por eso escapan de la mediocridad. La concentración es fundamental”.
-Entonces, ¿no es lo mismo que no tomar desafíos?
“No. Es que la palabra ‘desafío’ me suena a concierto corporativo, con lo que tratan de hipnotizarte tus jefes, cuando en el fondo te están convirtiendo en el engranaje de una máquina que no tiene nada que ver contigo. No, esa palabra me revienta, me suena falsa. Uno tiene sus tareas, sus vocaciones, cosas que se tienen adentro y hay que desarrollar, como un macetero dentro del pecho que hay que regar. No es un desafío, esas es una huevada para la oreja que usan los jefes con un empleado: ‘Oye, tenemos que mejorar tal cosa’ ¿Y qué con eso? ¡El desafío será de ellos, no tiene nada que ver contigo! Es una pomada asquerosa”.
-Usted recomienda en su libro desvincularse de muchos compromisos, desconectarse, olvidarse de internet, de la BlackBerry. Hoy por hoy, no parece algo muy factible.
“No, porque la gente tiene un concepto que deriva del sistema económico en que vivimos. En la raíz de todo esto hay una formación social que se construye sobre la base de la actividad económica basada en el lucro. Y eso, a la vez, se basa en el consumo, en la agitación, en triplicar los lazos de la gente con la mercancía. Por eso la doctrina imperante es el activismo, y hacen millones de cosas. Y lo contrario, que es estar en paz haciendo una o dos cosas -pero bien hechas- tranquilo, echado para atrás, suena herético para esta sociedad, donde te trata de vender, a parte de la pomada del desafío, esta idea de que la realización consiste en correr y ganar más puntos en el rating, aparecer en el cuadro semanal del mejor empleado y todas esas tonteras. Y la gente que cae en eso, cae en a ansiedad, en la angustia y en la depresión, finalmente”.
-¿Cómo se puede frenar esto?
“Hay que tomarse las cosas con más calma. Quiero recordarle al estimado público que uno de los hombres que logró más cosas en este mundo es Julio César, un tipo que conquistó provincias completas para Roma. El lema que él tenía era ‘apúrate despacio’. Hay que hacer las cosas con calma. El atarantado no hace nada. Corre de allá para acá, responde cien mil teléfonos, pero es un tipo que, al final del día, no ha avanzado en las cosas sustantivas, sino que se ha ido por las ramas y se ha agitado como loco sin haber producido nada importante. Es preferible estar tranquilo en el día y dar un paso importante, hacer una cosa bien hecha, a estar agitando papeles y corriendo como idiota como un perrito nuevo. Es una tontera, gastas energía en nada. A esa gente que está con la agenda llena, que la llaman por acá y por allá, le preguntas: ‘Bueno, ¿y qué has hecho tú, huevón? ¿Qué has hecho que valga la pena? En la oficina, ¿qué ideas has tenido importantes?’ Ninguna. Simplemente, ha hecho un show para que los jefes no digan que el huevón es un flojo, que no se puso la camiseta, otra frase asquerosa”.
-¿Por eso en Chile, la siesta, otro de los puntos que menciona en su libro para alcanzar un estado de felicidad, está tan poco institucionalizada e incluso a veces es mal vista, como una costumbre de personas que no tienen nada mejor que hacer?
“No se puede dormir la siesta aquí porque la gente tiene que trabajar, pues. El horario de trabajo lo impide; apenas tienes un rato para ir a tragar una colación, como un pavo. En cambio, en París pasa una cosa maravillosa. Los empleados salen de su oficina, se instalan en un restaurante y pueden estar dos horas almorzando y con vino, cagados de risa, echados para atrás, mandándose sus pencazos. Y son mucho más productivos que nosotros, porque están contentos, su vida no es un sentir que tienen que estar haciéndole demostraciones a los jefes, que tienen que parecer productivos corriendo de allá para acá. Como la gente que hace toda esta faramalla laboral y que sale tarde de la oficina porque no se atreve a hacerlo temprano y andan apurados, trabajan pésimo. Se dan 20 mil vueltas pero avanzan poco.
“Estamos equivocados en tantas cosas en este país que es como un niño mal criado al que de repente hay que pegarle unas palmadas en el poto. Nos hemos ido metiendo en caminos que no conducen a ningún lado, y no avanzamos, no somos más felices ni más productivos, crecemos a regañadientes; estamos repletos de deshonestidad, incluso de flojera, a pesar de la apariencia de que todos corren. Nos hemos equivocado”.
-¿Qué posibilidades de salir de ese sistema tiene un empleado común?
“Cualquiera sean las condiciones, uno tiene control sobre sus propios actos y, si el ambiente no es bueno, hay que esforzarse por asentar la vida en uno mismo. O sea, tener como fundamento a uno mismo, no lo que pasa alrededor, si la pega es buena o mala, que si trabajas 10 horas o 15... Uno debe desarrollar sus propios recursos mentales; usar la inteligencia, disfrutar la buena música, leer buenas cosas, pensar, escribir. Ésas son las cosas que a uno le van construyendo un ámbito propio que no depende de nadie, y si uno desarrolla eso y va modulando esa casa, como se dice, inevitablemente se tendrá una mejor vida, sin importar lo que pase alrededor”.
-¿No importa que nos echen del trabajo por irnos más temprano?
“A mí me han echado de 60 trabajos y no me ha afectado, sólo en lo exterior, porque he tenido que buscar otra pega, pero no como persona. Hay gente en este país que se suicida porque lo echan de la pega. Eso es estúpido. Eso es una cuestión transitoria; uno hará otra cosa, y qué. Pero claro, si vives de exterioridades y por dentro no eres nada, sino que dependes absolutamente del cargo que tienes, de la opinión de los demás, estás frito. Vas a depender hasta de que cambie el clima”.
-¿Cuál es su vicio privado?
“(Piensa) Es que yo no hago nada en exceso, no me doy permiso para obsesionarme con cosas. Lo que más hago en forma sostenida es escribir, pero eso forma parte de mi trabajo, no es un vicio. Tampoco paso todo el día leyendo. Trato de no convertirme en un adicto, ni soy dependiente de nada”.
-Pero habrá alguna costumbre...
“Hay una cosa curiosa y es que, prácticamente, termino recluido porque me muevo muy poco fuera de la casa, trato de no salir. Soy enemigo del ‘¿salgamos?’ ¿Para qué vamos a ir a otra parte? ¿En qué cambia mi ser, estando en otra posición en el espacio y el tiempo? En nada”.
-¿Sería un castigo ir a un mall?
“Preferiría ir al dentista”.
-¿Le molesta la gente?
“No me gusta mucho. No. No... No, en absoluto. Porque la gente en masa se convierte en un ganado. Además, para ser bien franco, la inmensa mayoría de los miembros de la raza humana son, como decía un filósofo, espiritual y físicamente deformes. O sea, impera la fealdad y la brutalidad. Y eso se ve claramente cuando hay una gran masa de gente, donde se hace notorio lo que más pesa: la fealdad, la vulgaridad. A mí, el sólo hecho de ver huevones que andan luciendo unas patas negras, peludas y chuecas, con short por ejemplo, me parece feo. ¿Sabes? Yo tengo el sentido de la estética y creo que uno no tiene que andar luciendo la fealdad. Si tú eres un gallo joven, bien hecho, o una mujer joven y bien hecha, está bien, anden en pelota si quieren, pero lo feo hay que ocultarlo; hay que tener un mínimo de decoro y no andar mostrando las panzas caídas, los potos enjutos o las patas negras que parecen de mono”.
-¿Y si se quiere estar cómodo?
“Ese concepto de ‘yo soy tan importante que por estar fresco y cómodo muestro mi fealdad al mundo’ es vulgar en todo el sentido de la palabra vulgar, o una rotería, y a mí no me gustan las roterías. Uno tiene que ser cuidadoso; así como uno se baña, lo hace no sólo por gusto, sino que también para no molestar a los demás”.
-¿Qué pasa con la felicidad que da la libertad?
“La felicidad no consiste en mear arriba de los demás. No tiene nada que ver una cosa con la otra, ¿no?”.
uno de los personajes de los medios de comunicación y sociales mas importante de los últimos 30 años, el gran villegas
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