La nobleza (Del lat. nobĭlis:–bien conocido, famoso, renombrado, excelente, superior, espléndido, de alta cuna–, de gnobilis, y este de gnoscere –conocer–) es una clase social formada por las personas que son reconocidas por una sociedad determinada, que puede ser un pueblo, un estado, un territorio o una ciudad determinada. La nobleza puede ser concedida por autoridad publica, o heredados de sus antepasados.
Célebre conquistador de México, nacido en Medellín (Extremadura) en 1485 y muerto en Castilleja de la Cuesta (cerca de Sevilla) el 2 de diciembre de 1547. Vilipendiado y glorificado como ningún otro conquistador español, a excepción quizás de Francisco Pizarro, venció a la Confederación Azteca y fue fundador del México colonial. La formación de un conquistador Cortés fue hijo de unos hidalgos pobres, el escudero Martín Cortés, según indicó el padre Las Casas, y Catalina Pizarro Altamirano, hija de la condesa de Medellín, según el cronista Francisco López de Gomara. Fue un niño enfermizo que, al cumplir los catorce años fue enviado a Salamanca con su tía paterna Inés de Paz, pues sus padres deseaban que estudiara leyes en la Universidad. En esta ciudad vivió dos años, durante los cuales estudió gramática y latín con Francisco Núñez de Valera, aunque no llegó a entrar en la universidad; así pues, regresó a Medellín, con el consiguiente disgusto de sus padres. Joven bullicioso y amigo de las armas, en 1501 decidió embarcar en la expedición de Ovando a Indias, pero se lo impidió el trauma que sufrió al caerse de un muro cuando rondaba a una dama casada. Al recobrarse se dirigió a Valencia para embarcarse a Italia con las tropas del Gran Capitán, pero tampoco logró hacerlo. Después de vagabundear por las ciudades españolas durante un año, retornó a Medellín, y anunció a sus padres su deseo de ir a América. En 1504, con diecinueve años, partió para al fin para las ansiadas Indias. Una vez en Santo Domingo, Cortés se quedó algún tiempo en la capital. Allí se enroló en la hueste de Diego Velázquez, que sojuzgó la rebelión indígena de la cacica Anacaona. Esa fue la única acción militar cortesiana antes de la conquista de la confederación azteca. Al término de la campaña, fue recompensado con un repartimiento de naturales en Daiguao y con la escribanía del ayuntamiento de Azúa, ciudad que ayudó a fundar. Allí vivió cinco o seis años de las rentas que le pagaban sus indígenas encomendados, dedicado a galantear a diversas damas. En 1509 llegó a La Española el gobernador Diego Colón con un gran séquito de españolas casaderas, entre las cuales vino Catalina Juárez, con la que tuvo relaciones íntimas, y dos años después se enroló en la expedición de Diego Velázquez para conquistar Cuba. Al parecer, en esa ocasión no actuó como soldado, sino como secretario o tesorero de Velázquez. Cortés se vió envuelto luego en una conspiración de los conquistadores de Cuba contra Velázquez, al que acusaron de fraude al fisco real. Tuvo ocasión de mostrar entonces el talante político maquiavélico que le encumbraría a la fama y la riqueza. Juan Juárez, un compañero de Cortés, llegó en esos momentos desde Santo Domingo acompañado por sus hermanas y su madre, una de sus hermanas era Catalina Juárez, La Marcaida, la cual entabló relaciones con Cortés; Velázquez por su parte, se enamoró de otra de las hermanas de Juan Juárez con la que contrajo matrimonio. Esto fue aprovechado por Cortés para realizar un pacto con Velázquez, cuya amistad selló con una alianza familiar al casarse con Catalina Juárez, enlace en el cual Velázquez ofició de padrino, y convertirse de ese modo, en concuñado suyo. Esta interesada amistad le valió una encomienda de indios en Manicarao y la posesión de un hato con vacas, ovejas y yeguas. Con el paso del tiempo, Cortés se convirtió en un hombre rico y tuvo una hija con una indígena, que apadrinó el gobernador Velázquez. En 1519, los españoles preparaban desde Cuba el asalto a un imperio situado al Occidente, identificable con el de los aztecas. Velázquez preparó entonces una expedición a Yucatán, cuya costa acababan de recorrer Fernández de Córdoba y Grijalba, y puso a su compadre Cortés al frente de ella. En teoría, se trataba de realizar en la costa mexicana intercambios con los indígenas y descubrir los secretos de la tierra. Pese a lo modesto del plan, Cortés levantó una hueste de trescientos hombres, con la que partió precipitadamente de Santiago para evitar que Velázquez le revocara el nombramiento, lo que hizo efectivamente a poco de partir. En Trinidad, se le unieron otros doscientos españoles, y luego en La Habana y el cabo de San Antón se le sumaron algunos más. La armada cortesiana partió de Cuba el 10 de febrero de 1519 con once naves, a bordo de las cuales iban 109 marineros, 508 soldados, 32 ballesteros, 13 escopeteros, 16 jinetes y 200 indios de servicio, además de algunos negros. Su artillería consistía en 10 cañones de bronce y 4 falconetes. Al llegar a la isla de Cozumel, Cortés rescató al español Jerónimo de Aguilar, que llevaba ocho años en la costa yucateca a causa de un naufragio. Aguilar hablaba maya, y fue una valiosa ayuda para entenderse con los naturales de aquella región. La navegación continuó por la costa de Yucatán hasta la desembocadura del río Grijalva, donde tuvieron un combate con los naturales de Tabasco, en el que murieron dos españoles y ochocientos indios. La paz fue negociada a través de Aguilar, que obtuvo a cambio del cese de hostilidades la entrega de alimentos y veinte mujeres, entre las que estaba la famosa doña Marina, que se convertiría en amante y consejera de Cortés. Marina, la Malinche, hablaba el náhuatl y la lengua de Tabasco o mayance, que era la que había aprendido Aguilar, con lo que Cortés se aseguró la comunicación con los naturales. La marcha a Tenochtitlan El proyecto de Hernán Cortés no era el de hacer rescates y comerciar en la costa, por lo que se dirigió directamente a San Juan de Ulúa; allí, contraviniendo las órdenes de Velázquez, desembarcó e instaló un real o campamento. Dos días después llegó una embajada azteca con presentes (piezas de oro, ropa fina y adornos), que confirmó la riqueza del imperio lejano cuya existencia se confirmaba a cada paso. Cortés invitó a sus generosos anfitriones a una misa cantada por dos sacerdotes, al término de la cual les comunicó que los españoles eran cristianos y súbditos del mayor emperador del mundo, les regaó cuentas de vidrio, una silla de caderas y una gorra y les solicitó una entrevista con su monarca. La entrevista concluyó con una exhibición de caballos corriendo por la playa y numerosos disparos de artillería, que impresionaron profundamente a los naturales. A la semana siguiente llegó otra embajada azteca con mas presentes (dos ruedas grandes de oro y plata, granos de oro, ropa fina de algodón, animales, etc.) y la respuesta de su monarca, que se negó a recibir a los españoles. Cortés se quedó con los regalos, envió otros, y volvió a insistir en la entrevista. Al cabo de unos días arribó una tercera embajada para comunicar a Cortés que su rey no podía recibirles y les conminaba a coger lo que necesitaran anes de abandonar el país. Las riquezas aztecas decidieron a Cortés a terminar con la pantomima de los rescates, convirtiéndose en conquistador, y en rebelde ante el gobernador Velázquez. Promovió con este fin un motín: sus adictos le pidieron entonces desobedecer las ordenes de comerciar y le obligaron a poblar la tierra. Cortés recurrió a una de sus clásicas estratagemas, ya que manifestó estar sorprendido por la solicitud y pidió una noche de plazo para pensar si aceptaba. Al día siguiente, impuso que le nombraran capitán general y justicia y que le dieran el quinto real del botín que obtuvieran, después de sacado el quinto del Rey. Este “golpe” institucional se consolidó entre el 5 y el 19 de julio de 1519 mediante la fundación de una población, la Villa Rica de la Veracruz, que eligió un Cabildo adicto a Cortés; sus primeros alcaldes fueron Hernández de Portocarrero y Montejo. Desde entonces, y hasta el 12 de octubre de 1522 en que el Consejo de Indias le absolvió de la acusación de traición formulada por el gobernador Velázquez, Cortés fue rebelde y usurpador de un título que no le correspondía. Como tal rebelde, emprendió la conquista de México. La estrategia de acercamiento al imperio azteca fue muy meditada, y reprodujo algunas de las tácticas empleadas en la reconquista española. Cortés buscó un puerto de apoyo, el de Cempoala, y pasó al poblado de Quiahuiztla, donde estrechó relaciones con los Totonacas, a los que ofreció librarles de los impuestos que pagaban a los aztecas. Tras edificar la población de Veracruz, deshizo un complot de los velazquistas, aceptó la ofrenda de numerosas mujeres (con la condición de que se bautizaran para poderlas repartir luego como amantes a sus capitanes), exhortó a los indios a abandonar sus dioses y sus prácticas homosexuales y destruyó las imágenes de dioses que encontró en un templo o cu cercano, donde mando poner una cruz y decir misa. Cortés culminó esta etapa mandando a España unos procuradores con el quinto real para Carlos V y su primera Carta de Relación sobre el territorio. En un gesto de gran importancia simbólica, ordenó también destruir las naves, para que nadie pudiera volver a Cuba a informar de su rebelión. Además, reforzó su hueste con los cien marineros que las tripulaban. El 16 de agosto de 1519 Cortés y su hueste emprendieron la definitiva conquista de la fantástica Tenochtitlán; eran cuatrocientos infantes, quince o dieciséis jinetes, y mil trescientos indios totonacas aliados. En Villa Rica quedaron unos ciento cincuenta hombres, la mayor parte de ellos enfermos o inútiles, bajo las ordenes de Gutiérrez Escalante. Por consejo de los totonacas los españoles se dirigieron a Tlaxcala, una confederación de cuatro pueblos nahuas, enemiga tradicional de los aztecas. Los tlaxcaltecas rechazaron la oferta de alianza de Cortés y se defendieron heroicamente durante varios días, al cabo de los cuales decidieron negociar la paz. Se repitió entonces la entrega de indias a los españoles; tras veinte días en Tlaxcala, la hueste cortesiana, acompañada ahora de numerosos guerreros tlaxcaltecas, partió hacia Cholula, la ciudad santa azteca, donde se produjo una terrible matanza. Según indicó el conquistador, los aztecas le habían tendido allí una celada para evitar que pasara a Tenochtitlan. La trampa fue descubierta por doña Marina; cerca de tres mil naturales fueron muertos por los españoles y sus aliados tlaxcaltecas en aquella ocasión. La marcha hacia el valle de México de la hueste, pasando por las ciudades de Amecameca, Tlamanalco, Chalco e Iztapalapa, fue el siguiente acto de la conquista. En Iztapalapa esperaba a los españoles y sus aliados una embajada formada por los reyes de Cuitláhuac y de Cholloncan, que los condujo hasta Tenochtitlan. Allí les recibió Motecuhzoma, que se presentó sobre andas, rodeado de señores y con todo un aparato ceremonial alrededor. Cortés y sus soldados quedaron profundamente impresionados. Era el 8 de noviembre de 1519. El fabuloso mundo azteca Moctezuma, que tenía el cargo de Huey Tlatoani o emperador azteca condujo a los recién llegados al palacio de Axayácatl, donde fueron alojados. Los españoles visitaron luego la ciudad, que les impresionó mucho: se trataba de una ciudad lacustre, unida a tierra firme por cuatro calzadas, con una enorme población (entre 150.000 y 300.000 habitantes), que recibía el agua potable de un gran acueducto. Tenía las casas bajas con azoteas y una zona monumental de grandes templos, entre los que destacaba el mayor o Gran Cu, desde donde partían las calzadas. El templo mayor era una gran pirámide de ciento catorce gradas en cuya parte superior estaban las capillas de los dioses Huitzilopochtli (de la guerra) y Tláloc (de la lluvia). Las relaciones con los aztecas fueron buenas al principio, con mutuas visitas de Cortés y Motecuhzoma, pero empeoraron a medida que los propósitos de permanencia de los españoles se hicieron más evidentes. Cortés comprendió entonces que su tropa afrontaba una situación muy comprometida, pues estaba encerrada en un palacio situado dentro de una ciudad enorme, de la que solamente se podía salir por las calzadas que iban a tierra firme.Tomó entonces la decisión de apoderarse de la persona del Tlatoani y mantenerlo como rehén, lo que justificó con el argumento de que Motecuhzoma había mandado atacar a los españoles de Veracruz. Haciendo gala de una gran temeridad, el 14 de noviembre se presentó en su palacio acompañado de sus capitanes y le obligó a trasladarse al suyo en calidad de preso. El monarca azteca recibió luego varias embajadas de su pueblo que le preguntaron si atacaban a los españoles, pero cometió la debilidad de no dar dicha orden. Tuvo que asistir así inerme a la quema de los súbditos que habían atacado a los españoles de Villa Rica “obedeciendo” sus ordenes; en esa ocasión, Cortés mostró una innecesaria crueldad. Desde ese momento, el conquistador se sintió fuerte, perdió la prudencia y emprendió distintas acciones, ya que mandó reformar Veracruz, explorar el territorio en busca de oro y buscar un buen puerto. Además, apresó varios señores aztecas como supuestos “conspiradores” contra los españoles y conminó a Motecuhzoma a declararse vasallo de Carlos V, al que envió el tesoro del palacio de Axayácatl y el botín obtenido en las ciudades aztecas. El cronista Bernal Díaz afirmó que este botín fue de 600.000 pesos, aparte de numerosas joyas y tejuelos de oro, pero Cortés lo tasó en sólo 162.000; tras separar su parte y el quinto real, pagó los gastos de la expedición y las perdidas sufridas y repartió el resto. Cada soldado obtuvo sólo cien pesos; el descontento entre la tropa fue acallado por Cortés con entregas de oro bajo cuerda a los que más protestaban. Llegaron entonces las noticias de que había arribado a San Juan de Ulúa una fuerza española de mil cuatrocientos hombres, ochenta jinetes y diez o doce cañones enviados por el gobernador Velázquez desde Cuba para someter al “rebelde” Cortés. Éste decidió entonces enfrentarse con sus paisanos, consciente de que no podría soportar un ataque conjunto de los recién llegados y los aztecas. Tras dejar en Tenochtitlan ciento veinte hombres al mando de Pedro de Alvarado, partió con los ochenta restantes hacia la costa, y recibió a los velazquistas con promesas de riqueza. El 28 de mayo, sin la menor lucha, Cortés fue aclamado por todos, y regresó a Tenochtitlan al frente de mil trescientos soldados, noventa y seis jinetes, ochenta ballesteros e igual número de escopeteros y dos mil aliados tlaxcaltecas. Al acercarse a la capital azteca, se dirigió directamente al palacio de Axayácatl, donde encontró a sus hombres cercados; en un acto de enorme torpeza, Alvarado había acometido una matanza contra los aztecas en la fiesta a Tezcatlipoca, que hartó a los naturales, y les decidió a poner cerco a los españoles. Cortés y sus hombres quedaron también atrapados en el mismo palacio, que atacaban ya abiertamente los guerreros aztecas dirigidos por Cuauhtémoc, sobrino de Motecuhzoma. Para aliviar la situación, Cortés pidió al Tlatoani prisionero que se dirigiera a su pueblo desde un balcón de palacio y les pidiera que depusieran su actitud. El desgraciado Motecuhzoma supo entonces que había sido depuesto, pues el Consejo había nombrado en su lugar a su primo Cuitláhuac, señor de Iztapalapa. Los aztecas tiraron piedras a los españoles, y una de ellas dio a Motecuhzoma , que murió por las heridas sufridas, aunque otra versión indica que falleció de inanición al negarse a ingerir alimentos. La situación española se hizo insostenible y Cortés dispuso la retirada de Tenochtitlan el 30 de junio de dicho año. Fue la famosa “Noche Triste”. Los españoles no pudieron retirarse amparados en la oscuridad, y fueron descubiertos y atacados desde los lagos. Iban tan cargados de botín que apenas podían defenderse; murieron cerca de ochocientos soldados y unos cinco mil indios aliados. La vanguardia se salvó en gran parte, pero casi toda la retaguardia cayó en manos aztecas. La retirada prosiguió hasta Tlacopan, en cuyo templo se refugiaron aquella noche, y luego hasta Otumba, donde lograron rehacerse contra sus perseguidores. Finalmente, pudieron alcanzar sus cuarteles en Tlaxcala. La guerra de conquista A partir de la Noche Triste, Cortés proyectó cuidadosamente una guerra sin cuartel contra la confederación azteca. Tras lanzar una campaña contra Tepeaca, ocupó Tepeyácac y fundó Segura de la Frontera, que convirtió en base de operaciones. Desde allí, logró dominar la región oriental azteca. La hueste fue disciplinada, se prohibió el juego y algunos descontentos fueron remitidos a Cuba. Finalmente, Cortés reforzó su tropa y mandó fabricar en Tlaxcala unos bergantines por piezas, que debían permitir a la hueste moverse en el entorno lacustre de Tenochtitlan. El 29 de diciembre de 1520 partió de Tlaxcala hacia Texcoco con quinientos cuarenta infantes, cuarenta caballeros y unos diez mil tlaxcaltecas. Una vez en los lagos, ordenó ensamblar y botar los bergantines y emprendió una ofensiva para controlar sus riberas. No todo fueron triunfos, pues estuvo a punto de caer en manos de los aztecas dos veces y tuvo que hacer frente a una conspiración interna, tras la cual organizó su propia guardia personal. En mayo de 1520, la hueste cortesiana empezó el asedio formal a Tenochtitlan; lo primero fue cortar el acueducto de agua potable de Chapultepec y atacar las calzadas que iban a la ciudad. La situación de los sitiados se volvió desesperada por falta de agua y por una epidemia de viruela, enfermedad desconocida por los aborígenes, que había traído desde Cuba un negro propiedad del navegante y conquistador Pánfilo de Narváez. Cortés empleó en esta fase la táctica de tierra arrasada y destruyó cuanto encontraba a su paso. La resistencia azteca se centró en Tlatelolco, donde los aztecas sufrieron por igual la barbarie española y la de los tlaxcaltecas. El 13 de agosto se hizo la ultima ofensiva contra la capital y numerosos indios huyeron en canoas. El capitán García Holguín, que iba a bordo de uno de los bergantines, capturó la canoa en que huía el Tlatoani Cuauhtémoc, que fue llevado prisionero ante la presencia de Cortés. Era el fin de la resistencia azteca. Tenochtitlan había soportado 85 días de asedio, durante los cuales, como dijo Bernal Díaz “no se hallado generación en el mundo que tanto sufriese el hambre y sed y continuas guerras, como esta”. El Marqués del Valle de Oaxaca Una vez consumada la conquista, Hernán Cortés emprendió la reconstrucción de la capital azteca para convertirla en la del reino de la Nueva España. Siguió los usos de la Península, con un centro ceremonial en la plaza mayor, que contenía los edificios del gobierno, el cabildo y la catedral. A pesar del tormento al que fueron sometidos Cuauhtémoc y el señor de Tacuba para que confesasen donde tenían escondidos los tesoros, el botín logrado sumó una cantidad relativamente escasa, 380.000 pesos. Tras el pago de quintos y gastos, tocaron cien pesos a los de caballo y cincuenta a sesenta a los infantes; todo el mundo quedó descontento, pero México había entrado en una nueva era. La trayectoria personal de Cortés desde entonces conoció diversas variantes. En el verano de 1522, Catalina Juárez apareció en el palacio de Coyoacán, que era la residencia del conquistador; tres meses después murió en extrañas circunstancias. A fines de ese mismo año le llegó el título de gobernador, capitán general y justicia mayor de la Nueva España, expedido por Carlos V el 15 de octubre anterior, como premio a sus hazañas. Sin embargo, la corona, decidida a evitar en América que su autoridad fuera discutida, le rodeó de una camarilla de funcionarios e impidió que encomendara indios o les impusiera tributos. En esos años, aparece también el Cortés colonizador, que emprende una campaña para traer misioneros e importar plantas y ganados, y apoya la exploración del territorio enviando sus capitanes a Tehuantepec, Guatemala y El Salvador (Alvarado), Pánuco (Sandoval), Honduras (Olid), Jalisco y Nayarit (Francisco Cortés) e intenta descubrir la Mar del Sur con unos bergantines construidos en Zihuatanejo. El 12 de octubre de 1524, él mismo emprendió su expedición a Honduras o las Hibueras, como se decía entonces, para someter a Olid, que se había rebelado contra el, siguiendo su mismo ejemplo, o quizá para descubrir un estrecho interoceánico que suponía se encontraba en dicha región. Fue una expedición por tierra, con numerosa caballería, indios y algunos señores aztecas, Cuauhtémoc entre ellos. Tras pasar por Orizaba, siguieron la costa y entraron en tierras pantanosas, donde las privaciones y enfermedades diezmaron la tropa. Antes de llegar a Izancanac, Cortés creyó tener pruebas de que Cuauhtémoc se había comunicado con los suyos para promover un alzamiento en México. Tras someter a tormento a los cabecillas, mandó ahorcar a varios de ellos, entre los cuales estaba Cuauhtémoc. El supuesto complot del caudillo azteca parece haber sido un fruto del temor de Cortés. La expedición continuó hasta encontrar a los hombres de González Dávila, por quienes supieron que Olid había sido asesinado. Luego, Cortés exploró el golfo Dulce, fundó Puerto Caballos y regreso por mar a México, donde supo que los oficiales reales le habían despojado del gobierno. Era el 24 de enero de 1526. Entramos entonces en los años de litigios de Cortés, que llegan hasta su muerte en España. El pesquisidor Luis Ponce de León le abrió juicio de residencia, pero a causa de su muerte el juicio pasó a manos del letrado Marcos de Aguilar, que también murió inesperadamente. El nuevo juez, el tesorero Estrada, desterró a Cortés de la capital y empezó a recoger acusaciones en su contra. El conquistador decidió viajar a España para defenderse. El 17 de marzo de 1528 retornó a la península junto a sus capitanes Sandoval y Tapia, muchos compañeros, una buena suma de tejuelos de oro y un espectacular acompañamiento compuesto de cuatro nativos que hacían maravillas con los pies, aves exóticas, dos jaguares, etc. El desembarco en Palos de la Frontera tuvo lugar el 18 de abril. Cortés había faltado de su patria 23 años; volvía con 43 y rico. Tras escribir al emperador y a sus amigos, fue a Guadalupe para orar y de paso galantear a Francisca de Mendoza, aunque ya estaba prometido a doña Juana de Zúñiga, sobrina del duque de Béjar. Carlos V recibió a Cortés en Toledo en el otoño de 1528. El emperador escuchó sus relatos y premió sus servicios con el título de marqués del Valle de Oaxaca, primero que se dio a un indiano. Aunque se le ratificaron sus nombramientos, no se le dio el de gobernador de México, ante el temor de que tuviera tentaciones señoriales. Pese a su título y a su matrimonio con doña Juana de Zúñiga, Cortés no fue aceptado por la vieja nobleza castellana, que le veía como un advenedizo y criticaba su ostentación. Cansado de la vida en Castilla, en la primavera de 1530 Cortés zarpó rumbo a México. Se detuvo dos meses en Santo Domingo, al cabo de los cuales arribó a Veracruz. Cuando llegó a la capital, la audiencia le recibió hostilmente y le prohibió residir en ella. A fines de dicho año se organizó la segunda audiencia, presidida por Ramírez de Fuenleal, que suavizó las tensiones con él, pero luego discutió sus pretensiones. Cortés quería contar con 23.000 vecinos como vasallos, mientras que la audiencia insistía en que la corona le había hecho señor de 23.000 personas (los vecinos multiplicaban por cuatro el número de personas). A causa de las disensiones Cortés se encerró en su palacio de Cuernavaca, donde organizó su señorío y se dedicó a aclimatar algunas especies agrícolas. Su último sueño de conquistador fue encontrar otra “Nueva España” en el océano Pacífico, para lo cual mandó construir seis bergantines en Acapulco y Tehuantepec. Los primeros salieron en 1532 con su primo Diego Hurtado de Mendoza al mando, pero no pasaron de la bahía de las Banderas, al noroeste mexicano. La segunda salió de Santiago en 1533 con dos naves mandadas por Becerra y por Hernando Grijalva. La nave de Becerra fue a parar a California, desde donde regresó a Jalisco. La de Grijalva descubrió el archipiélago de Revillagigedo y retornó a Acapulco. Una tercera expedición en 1535 con tres navíos se dirigió a California con el propósito de establecer allí una colonización formal. Cortés se encontraba al mando de dicha empresa cuando recibió orden de regresar a México para entrevistarse con el nuevo virrey de Nueva España; la colonia española fundada por Cortés se convirtió entonces en el primer virreinato de America. Las relaciones entre el virrey Mendoza y Cortés fueron cordiales al principio, pero empeoraron cuando Mendoza interfirió en sus planes de exploración. Cortés decidió ir a España para reclamar, y salió de Veracruz acompañado de sus hijos Martíny Luis. Encontró muy poca receptividad a sus demandas, y quizás en un intento de lograr el favor del emperador se enroló en la famosa expedición de Argel de 1541, que constituyó un desastre personal, ya que perdió una parte de su fortuna y sufrió el desdén de Carlos V. Tras la retirada de Argel, Cortés volvió a sus pleitos, pero agotado por el paso de los años decidió retornar a México. El viaje a Sevilla, donde pensaba embarcar, lo hizo con gran dificultad y al fin falleció en Castilleja de la Cuesta. El conquistador de México contaba con 62 años; había vivido lo suficiente para contemplar tanto la creación del imperio indiano como la postergación de los hombres que lo habían alumbrado. |
Heráldica
El rey Carlos I de España, reconoció los hechos de Cortés mediante la concesión de un escudo de armas para él y sus descendientes otorgado en Madrid el 7 de marzo de 1525: [...]traher por vuestras armas propias y conocidas un escudo que en el medio del a la mano derecha en la parte de arriba aya una aguila negra de doss cabezas en campo blanco que son las armas de nuestro ymperio y en la otra meitad del dicho medio escudo a la parte de abaxo un leon dorado en campo colorado en memoria que vos el dicho hernando cortes y por vuestra yndustria y esfuerzo truxistes las cosas al estado arriba dicho y en la meytad del otro medio escudo de la mano yzquierda a la parte de arriba tress coronas de oro en campo negro launa sobre las dos en memoria de tress Señores de la gran cibdad de tenustitan y sus provincias que vos vencistes que fue el primero muteccuma que fue muerto por los yndios temendole vos preso y cuetaoacin su hermano que sucedio en el señorio y se rrevelo contra nos y os echo de la dicha cibdad y el otro que sucedio en el dicho señorio guauctemncin y sostubo la dicha rrevelion hasta que vos le vencistes y prendistes y en la otra meytad del dicho medio escudo de la mano yzquierda a la parte de abaxo podais traher la cibdad de tenustitan armada sobre agua en memoria que por fuerza de armas la ganastes y sujetastes a nuestro señorio y por orla del dicho escudo en campo amarillo siete capitanes y señores de siete provincias y poblaciones que están en laguna y en torno della que se rrevelaron contra nos y los enastes y prendistes en la dicha cibdad de tenustitan apresionados y atados con una cadena que se venga a cerrar con un candado debaxo del dicho escudo y encima del un yelmo cerrado con su tinble en un escudo atal [...] |
Privilegio de armas Las armas representan una sinopsis de la gesta del conquistador. El primer cuartel representa el patronazgo del emperador mediante el águila de dos cabezas propio del Sacro Imperio Romano Germánico aunque sobre campo de plata en lugar del habitual oro. El segundo representa la victoria sobre los tres últimos huey tlatoque o grandes gobernantes de Tenochtitlan. El tercero representa el valor de Cortés («yndustria y esfuerzo») y finalmente el cuarto cuartel trae la ciudad de México-Tenochtitlan sobre ondas de azur y plata (representando el lago de Texcoco, similar al escudo otorgado a la ciudad de México dos años antes, en el que la ciudad era simbolizada, sin embargo, con un castillo dorado). La bordura (llamada orla, que es otra pieza heráldica) es una pieza habitual que otorga el emperador y simboliza mediante cadenas y cabezas a los líderes indígenas de las ciudades próximas a Tenochtitlan. Timbra el escudo un yelmo, condición de caballero y propio a la condición de Cortés de hidalgo. Posteriormente Cortés modificaría el escudo añadiendo varios símbolos personales. Sobre el todo añadió un escusón con las armas de los Rodríguez de las Varillas, que eran las armas que escogió utilizar como propias de su linaje. El padre de Hernán Cortés, Martín Cortés, aunque llevaba el apellido de su madre pertenecía por vía paterna a la rama extremeña de la ilustre familia Monroy, o más correctamente a los Monroy-Rodríguez de las Varillas. Desde que los Monroy se unieron por matrimonio con los Rodríguez de las Varillas, utilizaron desde entonces como blasón una combinación de las dos armas: las de los Monroy, escudo cuartelado, en el primer y cuarto cuartel un castillo de oro sobre campo de gules, en el segundo y tercer cuartel un campo de veros blancos y azules; y las de los Rodríguez de las Varillas, un escusón con las barras de Aragón rodeadas de una bordura con ocho cruces de brazos iguales 39). Posiblemente por evitar recargar demasiado sus nuevas armas y porque los Cortés no tenían armas propias, Hernán Cortés solo incorporó como referencia a su linaje el mismo escusón que aparecía en las armas de los Monroy, y que como ya se ha dicho, eran las propias de la familia Rodríguez de las Varillas. Posteriormente, siguiendo el ejemplo del conquistador, hubo miembros de la familia Cortés que se apellidaron Cortés de Monroy y que utilizaron el escudo de las barras de Aragón, como fue el caso de Pedro Cortés de Monroy y Zabala, nombrado en 1697 marqués de Piedra Blanca de Huana. Hernán Cortés añadió también posteriormente a su blasón un lema personal: Judicium domini aprehendit eos et fortitudo ejus corroboravit brachium meum. (El señor los juzgó en sus actos y fortaleció mi brazo). Y sobre el yelmo añadió un león alado que algunos de sus descendientes continuaron utilizando. Marqués del Valle de Oaxaca El 20 de julio de 1529 concedió el rey a Cortés el título nobiliario de marqués del Valle de Oaxaca por lo que pudo timbrar sus armas con corona de marqués además de otros beneficios sujetos a este privilegio. Blasonado Escudo cuartelado: 1º de plata, un águila exployada de sable; 2º de sable, tres coronas de oro mal ordenadas; 3º de gules, un león de oro; 4º de azur una ciudad de plata sobre ondas de agua de plata y azur; el escusón de oro con cuatro palos de gules y bordura de azur con ocho cruces de San Juan de plata; bordura general de oro con siete cabezas de gules unidas por una cadena de sable cerrada en punta con un candado de sable. Al timbre, yelmo de marqués. Por lema: "Judicium domini aprehendit eos et fortitudo ejus corroboravit brachium meum". Por cimera, un león de oro alado de azur. Significado del Escudo de Armas de HERNÁN CORTÉS. Nació en Medellín en 1485 y murió en Castilleja de la Cuesta en 1547. En 1504 partió para la Española y de ahí para la Ferdinanda, o sea Cuba, allí organizó la expedición que habría de culminar con la conquista de México. En 1519 fundó la Villa Rica de la Vera Cruz, el 13 de agosto de 1521 pudo consumar la conquista de México-Tenochtitlan; por sus méritos en esta empresa le fueron otorgados por el emperador Carlos V los títulos de: Capitán General de las tierras conquistadas y Marqués del Valle de Oaxaca. El significado de la iconografía del escudo que le fue concedido a Cortés y que se representa en este cuadro está contenido en la ejecutoria del 7 de marzo de 1525 que dice: "por la presente voz fazemos merced, y queremos que, además de las armas que tenéis de vuestro linaje, podáis tener y traer por vuestras armas propias y conocidas un escudo que en el medio de la mano derecha, en la parte de arriba aya una águila negra de dos cabezas, en campo blanco, que son las armas de nuestro imperio, y en la otra mitad del dicho medio escudo, a la parte de abaxo, vn leon dorado en campo dorado, en memoria que vos, el dicho Hernando Cortés, y por vuestra industria y esfuerzo, truxixtes las cosas al estado arriba dicho: y en la mitad, al otro medio escudo de la mano izquierda a la parte de arriba, tres coronas de oro en campo negro, la vna sobre las dos, en memoria de tres Señores de la gran ciudad Tenusttan (México) y sus provincias, que vos vencistes, que fue el primero Montezuma, que fue muerto por los indios, que sucedió en el Señorío que se reveló contra Nos, y os hecho de la dicha ciudad; y el otro que sucedió en el dicho Señorío, Guatemucin (Quauhtemózin), y sostuvo la dicha revelion fhasta que vos le vencisteis y aprendisteis. Y en la otra mitad del otro medio escudo de la mano izquierda, ala parte de abaxo, podais traen á la ciudad de Tenustitan, armada sobre agua, en memoria que por fuerca de armas la ganastes, y sugetastes á nuestro Señorío; y por la orla del dicho escudo, en campo amarillo, siete capitanes y señores de siete provincias y poblaciones, que estan en la laguna y en torno de ella ciudad de Tenustitan, aprisionados y atados con una cadena que se venga á cerran con vn candado debaxo del dicho escudo; y encima de vn yelmo con su timbre, en un escudo atal como este". Consignada por Jesús Romero Flores en 1940 como obra del Antiguo Museo Nacional, ingresó al Museo Nacional del Virreinato en 1964.(1) Manuel Toussaint, Pintura colonial en México, p. 52.(2) Pedro Rojas, Historia general del arte mexicano, p. 70. |
HISTORIA CONQUISTA DE AMÉRICA
El 30 de junio de 1521, justo cuando se cumplía un año de la Noche Triste, una fecha aciaga, y un mes del inicio de asedio de México-Tenochtitlan, Hernán Cortés decidió lanzar una gran ofensiva sobre la capital mexica. Hasta el momento, la estrategia del caudillo extremeño había consistido en ir aniquilando la plaza mediante pequeños ataques continuos, quema de barrios, presión desde el lago con los bergantines y repliegues nocturnos. Pero en el aniversario de su mayor descalabro tramó un ambicioso y arriesgado plan con todos los hombres disponibles para certificar la conquista. La operación, una vez escuchada la misa diaria, consistía en un ataque simultáneo desde los tres campamentos castellanos —el de Cortés, el de Pedro de Alvarado y el de Gonzalo de Sandoval— con el objetivo de tomar el gran mercado de Tlatelolco. Cuando se perseguía al enemigo y la victoria parecía cercana, el contraataque de las tropas camufladas del tlatoani Cuauhtémoc en una calle estrecha y medio inundada, sorprendió a los hombres del de Medellín, que entraron en pánico y huyeron a la desesperada. Algunos españoles y aliados aborígenes empezaron a ser capturados. De hecho, los mexicas llegaron a tener preso al propio Cortés durante unos instantes dramáticos, hasta que apareció para salvarle el capitán Cristóbal de Olea, quien mató a estocadas a cuatro de los captores de su señor. Según los distintos cronistas, en torno a medio centenar de castellanos murieron en los combates. Los que fueron capturados, recibieron el más cruel de los castigos: en ceremonias nocturnas, con grandes fuegos, gritos y tañer de tambores, les sacaron los corazones y clavaron sus cabezas en picas delante del templo de Mumuzco. "Después de un mes de lucha, la moral de los españoles se hallaba por los suelos", narra Antonio Espino López en Vencer o morir (Desperta Ferro). "Parecía como si de una maldición se tratase: justo un año después de la terrible Noche Triste, de nuevo las fuerzas de Cortés habían sufrido un grave descalabro. Quizá numéricamente no tenía parangón con el ocurrido en 1520, pero el caudillo extremeño era muy consciente de su necesidad de enderezar la situación a la mayor brevedad, dado que (…) aquella guerra la ganarían los indios aliados en última instancia, pero su extraordinario apoyo se había sostenido hasta entonces en la ofensiva hispana, en sus victorias y en la promesa de derrocar de una vez por todas el poder de los mexicas". Ante el número de heridos, el cansancio acumulado y la falta de provisiones, Cortés tuvo que adoptar una estrategia más defensiva. También a consecuencia de que parte de sus aliados —los tlaxcaltecas, los cholultecas, los chalcas, los habitantes de Huexotzinco, de Tetzcocoy de Tlalmanalco— decidieron abandonar los campamentos hispanos y regresar a sus territorios. Según el cronista y conquistador Bernal Díaz del Castillo, de los 24.000 guerreros aborígenes apenas quedaban dos centenares. Los mexicas, además, propagaron el rumor entre los suyos de que los invasores estaban abocados, por designios divinos, a caer derrotados. Guerra total Sin embargo, hacia mediados de julio, los conquistadores españoles habían retomado la iniciativa. Los ocho días presagiados por el oráculo de Huitzilopochtli, el dios del sol y de la guerra, para la derrota hispana se habían consumido sin consumarse, y a los diez o doce del severo revés, los hombres de Cortés volvían a combatir en el interior de la ciudad. Eso también alentó la reacción de los aliados, que enviaron miles de tropas para contribuir al asedio hispano. "Haciendo acopio de cinismo, [Cortés] les intentó demostrar que los había convocado a aquella batalla no por necesitarlos para derrotar a los mexicas, sino para que se aprovecharan de las riquezas de sus enemigos tradicionales, regresasen ricos a sus casas y se vengasen por los excesos mexicas del pasado", explica Espino López, catedrático de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Barcelona. A pesar de la imposibilidad de obtener ayuda externa, de la escasez de vituallas y agua potable y del continuo hostigamiento al que estaban sometidos los defensores, Cuauhtémoc se negaba a rendirse. Entonces, tras mes y medio de asedio, Cortés comenzó a considerar la única solución viable: hacer la guerra total. "Se trataba, de hecho, de poner en práctica hasta sus últimas consecuencias el derroque de la urbe; por ello, conforme se fueran ganando calles y sorteando canales, se irían derribando las casas a un lado y otro de las avenidas; de ese modo, el entorno inmediato debía quedar como un solar por donde se pudiera avanzar con la tranquilidad de no producirse ataques por los flancos más cercanos y desde las alturas de las viviendas, pero con la prevención, incluso, de 'lo que era agua hacerla tierra firme, aunque hubiese toda la dilación que se pudiese seguir'", explica el historiador. El caudillo extremeño, al que no le importaría desplegar ciertas dotes de crueldad para someter al enemigo, ordenó duros ataques la madrugada del 23 de julio, el 25, día del apóstol Santiago, patrón de España, el 27 y el 28, cuando las avanzadillas de Alvarado lograron entrar de manera definitiva en el mercado de Tlatelolco. El propio Cortés trepó hasta el Templo Mayor, escenario de los rituales y sacrificios mexicas, donde "hallamos ofrecidas antes sus ídolos las cabezas de los cristianos que nos habían matado". En aquel momento, señala Espino López, el conquistador de Medellín supo que había vencido, aunque a un gran coste: la destrucción de México-Tenochtitlan, de la que solo quedaba una octava porción por controlar. La caída A principios de agosto, Cortés intentó varios acercamientos al líder mexica y solicitó su presencia para negociar personalmente la rendición. Le prometió mantenerlo en su posición de tlatoani si aceptaba ser vasallo del rey Carlos V, pero Cuauhtémoc se mostró indomable. Ante la negativa, los españoles entendieron que la única posibilidad de terminar la guerra era tomando la ciudad por completo, y lanzaron una última ofensiva sobre el barrio de Amáxac, donde los cadáveres eran pisoteados por los vivos ante la falta de espacio. Numerosos mexicas imploraron la muerte a sus captores para no ser testigos del fin de su mundo. Los defensores, agarrados ya a lo único que les quedaba, la fe, eligieron a un valiente guerrero tlatelolca, de nombre Tlapaltécatl Opuch, tintorero de oficio, para que utilizase un tocado muy especial, el quetzaltecúlotl. Según las creencias mexicas, quien se vistiese con ese atuendo totalmente recubierto de plumas de quetzal y con las armas de Huitzilopochtli, un arco y una flecha, derrotaría a sus enemigos —matando o hiriendo y capturando a un contrario— o sería el final de su pueblo. Pero por muchos augurios a los que se encomendasen, la situación era irreversible. El 12-13 de agostó se certificó la caída de México-Tenochtitlan. Para defenderse del último ataque, los mexicas armaron incluso a sus mujeres. De nuevo, fue insuficiente. Cuauhtémoc, antes de rendirse, trató de huir, pero fue capturado. Según relata Bernal Díaz del Castillo, el tlatoani trataba de escapar a bordo de medio centenar de canoas acompañado de la élite guerrera que quedaba con vida. Cuando lo llevaron frente a Cortés, solicitó la muerte, que no se la concedería. En ese punto, según el caudillo castellano, "cesó la guerra, a la cual plugo a Dios Nuestro Señor dar conclusión en martes, día de San Hipólito, que fue 13 de agosto de 1521 (sic)". Espino López calcula que Hernán Cortés dispuso de un total de 1.965 hombres, de los que murieron 1.181, el 60%. Un precio reducido de vidas en relación con las sufridas por los mexicas o los aliados de los españoles, a contar por decenas de miles, pero un porcentaje altísimo tratándose de una campaña militar. Y aunque había triunfado en el asedio de la esplendorosa capital del Imperio mexica, la conquista de América Central no había terminado. "La invasión española no concluyó, ni mucho menos, en 1521. La Triple Alianza cayó, pero ello no implica que lo hiciera toda Mesoamérica al mismo tiempo", valora Antonio Espino López en su imprescindible obra. "En realidad, cabría hablar de un cúmulo de conquistas, y no todas de tipo militar, en los años venideros. De hecho, Cortés y sus capitanes hubieron de someter otros 300 señoríos por las armas, pero también abundaron las alianzas políticas y los reconocimientos interesados de la soberanía de Carlos I". |
A 500 años de la caída de Tenochtitlan: honran al último soberano del imperio azteca. Indígenas de varios puntos de México se congregaron este jueves en el Zócalo, plaza principal del país, para honrar con danzas los 500 años de la resistencia del imperio azteca ante los conquistadores españoles, un día antes de los festejos oficiales. El calendario oficial marca cinco siglos de la "caída" de México-Tenochtitlan el viernes 13 de agosto, pero indígenas chichimecas, nahuas, mayas y purépechas celebraron este jueves ataviados con penachos y sonajas atadas a las piernas como el último día en que sus ancestros ejercieron soberanía. “Venimos a mostrar que todavía como mexicas (o aztecas) todavía estamos en pie (...) estamos todavía como mexicas defendiendo nuestro patrimonio cultural”, dijo a la AFP Tomás Serrano, quien asegura que se reunieron solo unos dos centenares de mexicanistas por la pandemia. El 12 de agosto de 1521 "estábamos en pie de lucha porque estábamos defendiendo lo nuestro, porque estábamos siendo todavía un pueblo libre y soberano porque todavía no teníamos el yugo español", dice Aracely Granados. Esta indígena chichimeca dice, entre lágrimas, que los mexicas no fueron vencidos, que depusieron sus armas el 13 de agosto de hace 500 años para evitar el “exterminio” de su pueblo. Ese día "fuimos esclavizados, ahí empezó nuestro calvario, ahí empezó nuestra esclavitud", añade criticando las celebraciones oficiales. Los festejos oficiales por el último día de la Tenochtitlan arrancan el 13 de agosto con la inauguración de una monumental maqueta del Templo Mayor, que era el centro absoluto de la vida religiosa mexica, sobre la que se proyectarán pasajes de la historia de esa civilización. "Este es el Huey Teocalli, o TemploMayor, Centro del Universo, desde aquí se extendió el vasto imperio mexica. Un espectáculo de luces le darán vida para dar voz y reafirmar nuestras raíces", anunciaba este jueves en Twitter la secretaría de Cultura de la Ciudad de México. Con 16 metros de altura, la maqueta podrá ser vista de forma presencial a partir del 13 de agosto hasta el 8 de septiembre próximo. La instalación es una tercera parte del tamaño original de una de las edificaciones más significativas de la antigua Tenochtitlán. Reproduce el Monte de las Víboras, lugar donde habitaban la diosa madre Coatlicue con su hija Coyoxautli y sus hijos, los 400 hermanos o los luceros o estrellas que regían el firmamento del principio de los tiempos, según la leyenda mexica. |
El marquesado del Valle de Oaxaca.
El marquesado del Valle de Oaxaca (México) es un título nobiliario hereditario concedido el 20 de julio de 1529 por el emperador Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico al explorador, descubridor y conquistador pacense Hernán Cortés, gobernador y capitán general de la Nueva España, en reconocimiento por sus servicios a la Corona «y especialmente en el descubrimiento y población de la Nueva España». A pesar de su nombre, las tierras del marquesado cubrían un área mucho más grande que el Valle de Oaxaca: comprendía una vasta extensión de tierra de las hoy entidades mexicanas de Oaxaca, Morelos, Veracruz, Michoacán, Estado de México y ciudad de México. Titulares Titulares del marquesado, hijos primogénitos de los anteriores, salvo casos especificados: Los Cortés 1. Hernán Cortés de Monroy y Pizarro Altamirano (m. 1547), i marqués del Valle de Oaxaca. Casado segunda vez con Juana Ramírez de Arellano y Zúñiga. 2. Martín Cortés de Zúñiga (m. [1589), ii marqués del Valle de Oaxaca, casado con su pariente Ana Ramírez de Arellano. 3. Fernando Cortés Ramírez de Arellano, iii marqués del Valle de Oaxaca, muerto sin descendencia legítima. Tuvo dos hijos fuera de matrimonio con María Niño de Guevara: el capitán de caballos y maestre de campo Diego Cortés y Magdalena Cortés, monja del convento de Santa Catalina de Siena en Valladolid. El título pasó a su hermano Pedro. 4. Pedro Cortés Ramírez de Arellano (m. 1629), iv marqués del Valle de Oaxaca. Muerto sin descendencia, el título pasó a su hermana Juana. Los Carrillo de Mendoza Aragón y Cortés 5. Juana Cortés Ramírez de Arellano, v marquesa del Valle de Oaxaca. Casada con Pedro Carrillo de Mendoza, conde de Priego. Les sucedió su hija. 6. Estefanía Carrillo de Mendoza y Cortés (m. 1635), vi marquesa del Valle de Oaxaca, casada con Diego de Aragón, duque de Terranova. Los Pignatelli 7. Juana de Aragón Carrillo de Mendoza y Cortés, v duquesa de Terranova y vii marquesa del Valle de Oaxaca, camarera mayor de la reina Luisa de Orleans y de la reina Mariana de Austria. Casada con Héctor Pignatelli, príncipe de Noia, duque de Monteleone y caballero de la Orden del Toisón de Oro. Desde aquí son príncipes de Noia (o Noya), duques de Monteleone y de Terranova, entre otros títulos 8. Andrés Fabricio Pignatelli de Aragón Carrillo de Mendoza y Cortés, viii marqués del Valle de Oaxaca, grande de España, gran camarlengo de Nápoles y caballero de la Orden del Toisón de Oro. Casado con Teresa Pimentel y Benavides. 9. Juana Pignatelli de Aragón y Cortés (m. 1725), ix marquesa del Valle de Oaxaca, grande de España, casada con su tío bisabuelo Nicolas Pignatelli, 20 años mayor que ella.
10. Diego Pignatelli de Aragón y Cortés, (m. 1750), x marqués del Valle de Oaxaca, grande de España, grande almirante y condestable de Sicilia. Casado con Margarita Pignatelli. 11. Andrés Fabricio Pignatelli de Aragón y Cortés (m. 1765), xi marqués del Valle de Oaxaca, grande de España, casado con Constanza Médici, de la familia de los príncipes de Ortajano. 12. Hector María Pignatelli de Aragón y Cortés (m. 1800), xii marqués del Valle de Oaxaca, grande de España. Vivía cuando el jesuita Clavijero escribió su Historia antigua de México y consignó la genealogía de su familia. Se casó con Ana María Piccolomini, de la familia de los duques de Amalfi. 13. Diego María Pignatelli de Aragón y Cortés (m. 1818), xiii marqués del Valle de Oaxaca, grande de España, se casó con María del Carmen Caracciolo. 14. José Pignatelli de Aragón y Cortés (m. 1859), xiv marqués del Valle de Oaxaca, grande de España, segundo hijo de Diego María Pignatelli y María del Carmen Caracciolo. Se casó con Blanca Lucchesi Palli. Su hijo Diego Pignatelli de Aragón y Cortés no satisfizo el impuesto para obtener la Real Carta de Sucesión del marquesado. 15. José Tagliavia Pignatelli de Aragón Cortés y Fardella († 1938), xv marqués del Valle de Oaxaca, grande de España, nieto del precedente, por Real Carta de Sucesión de 21 de agosto de 1916. Se casó con Rosa de la Gándara y Plazaola. Su hijo Antonio Aragón Pignatelli Cortés no obtuvo Real Carta de Sucesión en el marquesado. Los de Llanza 16. Jorge de Llanza y Albert de Bobadilla († 2001). Descendiente en 7º grado de Antonio Pignatelli de Aragón y Cortés, hermano de Diego Pignatelli de Aragón y Cortés, el x marqués del Valle de Oaxaca, (m. 1750) e hijo de Juana Pignatelli de Aragón (m. 1725), a quien la Diputación de la Grandeza, organismo español que administra el estamento nobiliario del reino, le reconoció como xvi marqués del Valle de Oaxaca, grande de España. Casado con María de las Mercedes de Figueroa y Castillejo. 17. Álvaro de Llanza y Figueroa. xvii marqués que actualmente ostenta el título nobiliario. Casado con Isabel López-Quesada Sanchiz, con quien ha procreado a sus hijos Claudia, Álvaro e Isabel. |
Familia Pignatelli Aragona Cortés.
Abreviada como PAC.
El origen de la rama de la familia Pignatelli Aragona Cortés ("PAC") está vinculado a Jaime I, rey de Aragón, quien reino entre 1208 al1276. Su descendiente directo, Federico, III rey de Sicilia (Reino desde 1250 a 1296), tuvo un hijo natural, Orlando d'Aragona (n. 1280), quien se convirtió en virrey de Sicilia y recibió el título de Signore (Lord) di Avola, luego elevado a Marqués de Avola. Maria Concessa d'Aragona (probablemente alrededor del año 1500 d.C.) - la única descendiente superviviente de Orlando d'Aragona - se casó con Giovanni Tagliavia, primero marqués y más tarde Duca di Terranova, que se convirtió - sobre la base de la ley española (es decir, las hijas transmitidas títulos y herencias si no hubiera herederos varones) - Giovanni d'Aragona Tagliavia. En 1648 Diego, descendiente directo de dicho Giovanni, se casó con Stefania Cortes, la única descendiente sobreviviente de Hernán Cortés, el Conquistador de México, y así se convirtió en Diego d'Aragona Cortes Tagliavia. La hija de Diego y Stefania, Giovanna, se casó con Ettore IV Pignatelli (1620-1674) que se convirtió así en Ettore Pignatelli Aragona Cortes. El apellido de Tagliavia se eliminó en ese momento, de manera bastante injusta, ya que varias, pero de hecho no todas, las propiedades y títulos, incluido el título de Príncipe del Sacro Imperio, llegaron a Pignatellis (la sucursal "PAC") a través de la familia Tagliavia Aragona Cortes. Su hijo, Andrea Fabrizio ("PAC") (1640-1677), heredó todos los títulos y propiedades de las familias Tagliavias, Aragonas y Cortés en Italia, Sicilia, España y México. La única hija de Andrea Fabrizio, Giovanna II (1666-1723), se casó con Nicolo 'II (1648-1730), virrey de Cerdeña y Sicilia, quien reconstruyó la ciudad de Avola, que fue destruida alrededor del año 1700 por un terremoto. Nicolo II y Giovanna II ("PAC") habían adquirido en consecuencia extensas propiedades feudales en el sur de Italia, en el centro y oeste de Sicilia, en España y México. Entre esas propiedades, también se encontraba el Palacio de Cortés de Cuernavaca, que permaneció como parte de la finca Pignatellis ("PAC") hasta el siglo XX.
Hernan Cortés había construido allí su palacio en 1529 después de que la corona española le concediera, como premio a sus conquistas, una enorme extensión de tierra que incluía todo el actual estado de Morelos, todos los indios que vivían entonces en la tierra, el título del Marqués del Valle de Oaxaca y poder de vida y muerte sobre todas las almas de sus dominios. |
Pignatelli
De Aragón.
Cortés de Monroy Tagliavia
Los Tagliavia son una antigua familia siciliana, señores de Castelvetrano que tenían un feudo el 18 de enero de 1299 por el rey Federico III de Sicilia . En 1491 se unieron a la familia Aragona , marqueses de Avola . Los miembros de la familia Tagliavia participaron en las hazañas militares de las casas reales de Sicilia y España y tomaron parte en la batalla de Lepanto . También fueron activos como embajadores en los estados italianos de la época, desde Venecia hasta el Estado Pontificio. La familia murió en el siglo XVII con el matrimonio de Giovanna d'Aragona Tagliavia y Cortes, hija de Diego y Stefania Cortes, sobrino de Hernán , princesa de Castelvetrano desde 1654, duquesa de Terranova, marquesa de Avola, etc. con Ettore Pignatelli duque de Monteleone que asumió los apellidos y títulos de su esposa. |
Historia
FUERZA Y PERSUASIÓN
Hernán cortés, el conquistador que supo forjar su imagen de héroe.
Retrato contemporáneo hecho por el alemán Christoph Weiditz en 1529. |
La personalidad del conquistador de México desafía las definiciones simples. Implacable en la guerra, Cortés destacó por su capacidad de persuasión y su empeño por crear una sociedad mestiza.
16 de agosto de 2023
Hernán Cortés, el conquistador de México, era un hombre con muchas facetas. Para unos fue un genio; para otros, sobre todo en México, un demonio. En realidad, Cortés fue un hombre de carne y hueso enraizado en su época, al que le tocó protagonizar un momento histórico clave. Es cierto que tuvo su leyenda negra y su realidad oscura, pero ha quedado, cuando se le compara con otros coetáneos –en especial con Francisco Pizarro–, como el más atractivo de los conquistadores. Acaso ello se deba a su capacidad de seducción, su innata persuasión, un don carismático que le permitió liderar hombres, pactar con enemigos y emprender un sinfín de empresas, casi todas fracasadas. Aunque, sin duda, también se explica porque Cortés fue un excelente propagandista de sí mismo.
Gracias, quizás, a la no muy larga temporada que pasó en la Universidad de Salamanca, Cortés descubrió muy pronto el poder que la escritura y la imprenta tenían en ese momento para difundir noticias e imágenes. Por ello utilizó las letras para publicitarse. Entre 1519 y 1526 escribió las Cartas de relación, un conjunto de informes dirigidos al emperador Carlos V en los que relataba la conquista de México entre 1519 y 1521, y explicaba cómo había gobernado luego el país, justificando sus acciones y su proyecto político. Así logró que su visión quedase como la versión oficial de lo acontecido en México.
Con las Cartas, Cortés forjó su imagen de héroe renacentista, culto, brillante en la guerra, llamado por Dios y por su rey a una misión irrenunciable y que debería ser imitado. Mostraba, además, cómo se había dejado fascinar por los pueblos y territorios conquistados, y expresaba con hechos y palabras su intención de fundar un nuevo mundo mestizo. Aunque en 1527 la Corona lo apartó del gobierno de las tierras conquistadas, él dejaba un relato que miraba a la eternidad. Por si su escritura no fuera suficiente, pagó a López de Gómara para que escribiera una Crónica de la conquista de Nueva España que resaltara su liderazgo y protagonismo. Incluso Bernal Díaz del Castillo, que reaccionó ante los relatos hagiográficos y personalistas de Cortés con una crónica mucho más coral en la que el mérito del éxito frente a los mexicas se repartía entre todos los conquistadores, no pudo negar su admiración, y con frecuencia calificó a Cortés con superlativos y lo llamaba héroe.
LA LEYENDA DEL CONQUISTADOR
Seguramente éste fue uno de los escasos éxitos que perduraron en Cortés, pues, como escribió Díaz del Castillo, «en cosa ninguna tuvo ventura después de que ganamos la Nueva España». El conquistador perdió el gobierno de México, le fueron embargados sus posesiones y dineros, el emperador le negó favores y nuevos cargos, y fracasó en su expedición a Honduras y en sus exploraciones por el Pacífico. Aun así, dejó una ola de fascinación para la posteridad. Al igual que otros grandes conquistadores del pasado –Alejandro Magno, Julio César o Napoleón–, historiadores antiguos y modernos, de uno y otro lado del Atlántico, quedaron seducidos por Cortés, y casi todos sus biógrafos han sido atrapados por el personaje.
Un ejemplo de cómo se construyó la leyenda de Hernán Cortés lo ofrece el famoso episodio de la quema de los barcos. Quema que jamás existió. Cortés supo hacer muchas veces de la necesidad virtud y en 1519, cuando alcanzó la costa de Veracruz para emprender la conquista del Imperio azteca, los barcos con los que partió de Cuba estaban en tan mal estado que sólo tres de los diez que zarparon podían ser conservados para navegaciones futuras.
Cortés tomó entonces la decisión de desguazarlos, con lo que se cerraban las posibilidades de regresar para quienes no deseasen continuar el avance hacia México o se sintiesen ligados jurídicamente al gobernador de Cuba, Diego Velázquez, a quien Cortés había desobedecido al partir sin su licencia.
Con las tablazones, jarcias y aparejo de los barcos se construirían los bergantines que tan decisivos fueron en la toma definitiva de Tenochtitlán en agosto de 1521. Ésta fue la realidad, que el propio Cortés ratifica en sus Cartas de Relación, pero que el tiempo y un error gramatical convirtieron en mito. En efecto, el cronista Cervantes de Salazar confundió la palabra «quebrando» los barcos por «quemando», y así las naves se hicieron fuego y del humo salió la sagacidad y el heroísmo del líder. Biógrafos y cronistas posteriores interpretaron la quema de las naves como un rasgo más de la brillantez y visión del conquistador.
Más allá de la propaganda y la leyenda, no cabe duda de que Cortés demostró a lo largo de sus campañas notables dotes de mando. Persuasivo, entusiasta y con una gran oratoria, supo usar estas habilidades con sus hombres, a los que logró movilizar rápidamente en Cuba, a pesar del desacato que estaba cometiendo respecto al gobernador Diego Velázquez. Y esas mismas cualidades fueron clave también para conducir a sus hombres hasta el corazón del Imperio azteca y para lograr la lealtad de muchos jefes nativos, que unieron sus batallones a las huestes hispanas tras haber sido derrotados o convencidos.
DOTES DE LIDERAZGO Y SEDUCCIÓN
Cortés no era un gran estratega militar y carecía de experiencia en el campo de batalla cuando inició la conquista de México, pero supo rodearse de experimentados militares y se dejó aconsejar por ellos. Su poder residía en su capacidad de persuadir y motivar a la tropa. Cortés dio muestras de liderazgo claro y de un gran dominio de sus hombres en los momentos más difíciles, como la huida de Tenochtitlán durante la Noche Triste del 30 de junio de 1520, en la posterior batalla de Otumba, en el cerco de Tenochtitlán en la primavera de 1521 o en la desastrosa expedición a Honduras en 1524.
Además, el extremeño poseía una extraordinaria capacidad negociadora, como demostró en sus tratos con los indígenas. Al poco de penetrar en territorio azteca descubrió el descontento de muchos pueblos frente a los tributos, los servicios militares y la entrega forzosa de esclavos y vírgenes que les imponían los soberanos de Tenochtitlán.
Así, Cortés firmó un pacto de amistad con una treintena de tribus totonacas de los alrededores de Cempoala, que ofrecieron a Cortés hasta 1.300 soldados a cambio de la libertad una vez derrotados los mexicas (pacto que Cortés nunca respetaría). Poco después, tropezó con los tlaxcaltecas.
Aunque primero los derrotó en el campo de batalla, luego supo pactar con ellos para que le proporcionaran ayuda militar. Para el definitivo asedio de Tenochtitlán se aseguró también el apoyo de los cholutecas, viejos enemigos de los mexicas, y del ejército de Iztlilxochitl de Texcoco, la segunda ciudad más grande de Mesoamérica, así como de multitud de pueblos y tribus hastiados de la brutalidad de los mexicas.
El propio Moctezuma, emperador de un vasto imperio, educado para la guerra, se quedó paralizado ante la llegada de los españoles. Creyó que aquellos extranjeros confirmaban el relato del regreso de Quetzalcóatl, la gran divinidad de los aztecas. Cortés supo aprovechar esa parálisis para entrar en la capital y dominar al emperador. Si para los nativos el regreso de su dios era el signo del final de un ciclo, Cortés se comportó como el nuevo dios, anunciando el fin de una era. Fue una lástima para él que estas habilidades diplomáticas no surtieran el mismo efecto con los funcionarios de la Corona, ni con Carlos V, que terminó despojándolo de su autoridad.
Hernán Cortés era un seductor nato; de mujeres y de hombres. Mucho se ha escrito de sus capacidades amatorias y conquistas femeninas. Era insaciable y nunca se comportó como un caballero. Utilizó a las mujeres para sus propios propósitos o deseos y luego se desprendió de ellas sin vacilación o nostalgia.
Un ejemplo característico es el de doña Marina, la Malinche, una joven indígena que le sirvió de intérprete y se convirtió en su amante, y a la que casó más tarde con uno de sus soldados. En la gran mansión de Cuernavaca, Cortés llegó a tener un harén de cuarenta mujeres –nodrizas, criadas, damas de compañía, tanto indígenas como españolas– con las que mantuvo relaciones sexuales de forma indiscriminada.
Todas convivían con su segunda mujer, Juana de Arellano y Zúñiga, a la que sólo veía para hacerle hijos, y a la que dejó abandonada, en 1539, cuando viajó a España. Nunca volvió a verla. Por otro lado, tras ahorcar en la selva hondureña a Cuauhtémoc, el último soberano azteca, en 1525, se amancebó con su mujer, Tecuichpo, la convirtió en su amante y en la madre de uno de sus múltiples hijos ilegítimos, Leonor Moctezuma Cortés. Luego se olvidó de ella para siempre.
Del mismo modo, en el curso de sus campañas de conquista protagonizó actos que avalan la leyenda negra que lo acompaña. Como todo hombre ambicioso, Cortés fue egoísta, cruel y traicionero. No le tembló la mano para eliminar a sus enemigos, como descubrieron a su pesar Diego Cermeño y Juan Escudero, partidarios del gobernador Velázquez, a los que hizo ahorcar poco después de desembarcar en Veracruz.
CRUELDADES Y MENTIRAS
Cortés cometió excesos con los nativos y permitió algunas matanzas. La más desgraciada fue la de Cholula, en la que murieron más de cinco mil nativos a manos de los soldados españoles y de sus aliados tlaxcaltecas, que organizaron un ataque por sorpresa por temor a que los de Cholula se unieran con las tropas de Moctezuma.
Tras la huida de la Noche Triste, Cortés decidió mostrarse implacable; para castigar la rebeldía de las gentes de Tepeaca ordenó quemar a 60 caciques en presencia de sus hijos y condenó a la esclavitud a todos los habitantes. Luego destruyó e incendió la hermosa Tenochtitlán innecesariamente. Más tarde, Cortés pasó por alto los desmesurados castigos que Gonzalo de Sandoval ordenó en Pánuco contra los indígenas en 1524. No recompensó a muchos de sus hombres como debía ni reconoció sus méritos.
Ejemplo sangrante fue el de Martín López, el «ingeniero naval» que construyó los bergantines para atacar Tenochtitlán, pagando para ello 6.000 pesos de su popio bolsillo. Cortés le prometió una gran recompensa en dinero, tierras y hasta un marquesado, pero López sólo recibió una pequeña y pobre encomienda y algunas casas, por lo que llevó a juicio a Cortés para recuperar la deuda de 6.000 pesos; finalmente sólo cobró una parte, abonada por la Corona. Del mismo modo, Cortés utilizó para sus propios intereses a los jefes nativos, a los que sometió a cambio de riquezas y promesas incumplidas.
Resistente y con gran capacidad de improvisación, Cortés hacía siempre de la necesidad virtud y extraía el lado más positivo de las circunstancias, por desfavorables que fueran. Puso el mismo entusiasmo en todas las empresas que acometió en su vida, y fue este señalado optimismo vital lo que le permitió encarar sus fracasos con desparpajo y fe.
GOBERNANTE FRUSTRADO
Durante varios años, Cortés se lanzó a la empresa de construir un México castellanizado y católico, pero también con rasgos muy claros de su esencia indígena. No deseaba reproducir la sociedad y la cultura de la que procedía, sino inventar un nuevo mundo con lo mejor de las culturas nativas y de su España natal. Significativo es el nombre con el que bautizó aquellas tierras: la Nueva España. Desde el primer momento se preocupó por la construcción de ese territorio mestizo. Logró que, una vez derrotada la alianza de Tenochtitlán, la mayoría de jefes y caciques indígenas colaborasen con él de forma pacífica y voluntaria en el gobierno. Con su ayuda fundó ciudades, restauró caminos, exploró nuevos territorios, inició la agricultura y la ganadería intensivas de plantas y animales europeos, y creó una nueva organización administrativa.
En 1528, enemistado a muerte con los funcionarios llegados de España, Cortés regresó a la Península para dar explicaciones ante Carlos V y la justicia. Se le nombró marqués del Valle, pero se embargaron sus bienes y se le apartó de la gobernación de los territorios conquistados.
Cuando dos años más tarde regresó a México, lo hizo sin cargo político alguno. Se instaló en Cuernavaca y comenzó una nueva vida de empresario y explorador. Era rico, pero carecía de liquidez. Tampoco le importó.
Se imaginaba a sí mismo como un gran mercader de la Italia del Renacimiento: se convirtió en un incansable hombre de negocios, ya fuera en el sector inmobiliario o en la agricultura, la ganadería o la minería. Pensó incluso en explorar el Pacífico, con la ambición de alcanzar China y las Molucas, trazar nuevas rutas comerciales y encontrar un paso hacia el Atlántico Norte. Pero salvo una flota que llevó ayuda a su primo Francisco Pizarro para la conquista de Perú, todas sus singladuras acabaron mal. Decepcionado y sintiéndose maniatado por el virrey Antonio de Mendoza, regresó a España en 1540 para buscar el apoyo del emperador.
Sus últimos años serían una pugna desesperada e inútil por obtener justicia; «mi trabajo aprovechó para mi contentamiento de haber hecho el deber, y no para conseguir el efecto de él, pues no sólo no se me siguió reposo a la vejez, mas trabajo hasta la muerte», escribió en su última carta a Carlos V. Quiso todavía emprender un último viaje a México, pero expiró en Sevilla en 1544, a los 62 años.
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