Pizza y quesos. |
Pizza.. |
La pizza es un pan plano horneado elaborado con harina de trigo, sal, agua y levadura, y cubierto con salsa de tomate, queso y otros ingredientes como salami, champiñones, cebolla, jamón o aceitunas. Original de la cocina napolitana (Italia), se ha hecho muy popular en todo el mundo y presenta muy diversas variantes. Sin embargo, la pizza napolitana ha sido la única para la que se ha reconocido una denominación de origen propia de la Unión Europea, denominada Especialidad Tradicional Garantizada (o sus siglas en italiano, STG, Specialità Tradizionale Garantita). Este reconocimiento se obtuvo el 4 de febrero de 2010 a propuesta de la Associazione Verace Pizza Napoletana. Es un plato de elaboración artesanal en la mayoría de los casos, aunque la industria alimentaria ha ido presentando, desde los años 1950, versiones como un alimento confort en los supermercados. En la actualidad, diversas empresas la distribuyen a domicilio |
El queso. |
Los menús de Francisco Franco. |
Hoy lo sabemos gracias a unos documentos que se acaban de hacer públicos, lod menus de Franco, Su autor es el guardia civil Carlos Palacios Miguel. Él era su escribiente. De su Olivetti salió los menús que se degustaban a diario en palacio del Pardo. Ella era la encargada de trasladarlos al personal de cocina para que los tuviera a punto a la hora acordada. Y gracias a este trabajo, ahora conocemos que Franco, pese a no ser un gran gourmet, sí le gustaba comer. Su figura nunca ha dicho lo contrario: su curva de la felicidad a la altura del abdomen siempre fue muy llamativa. ¿Y qué comía ? ¿Langosta, ostras, gulas? Pues no, sus gustos no eran tan sofisticados. Le gustaban más las recetas castizas y que alimentaran. Aunque tampoco era de plato único: a menudo en la mesa se servían entremeses, primer plato, segundo plato y postre. Algo muy diferente a lo que comían los españoles de a pie, quienes con un canto en los dientes se daban si podían hacerse una sopa de ajo o de pan con el pellejo de una famélica gallina. Curiosamente, por la mesa del jefe de Estado no pasaba mucho ave. A Franco le gustaban más los frutos del mar -y como buen católico, respetaba la tradición de no comer carne en Cuaresma-. Así, solía pedir merluza. Y le daba igual si era frita, en filetes, o con salsa mayonesa. También solía programar en sus menús lenguado, lo que deja claro su preferencia por el pescado blanco. Con la carne, el Caudillo era más selecto. Nada de cordero o cerdo. A él le gustaba la vaca, y no le valía ni novilla, ni de año. Le gustaba la ternera, que consumía en medallones, con verdura, en escalopes, con salsa o simplemente a la plancha. Esto era todo un manjar en los tiempos que corrían y un plato sólo a disposición de los mejor situados en términos económicos. Sopas y cocidos Sin embargo, a Franco también le gustaban platos más 'normales'. Era muy aficionado a tomar sopas, aunque claro, no de pollo con fideo, precisamente. Por ejemplo, le gustaba la sopa al cuarto de hora, que se elabora con pescados y marisco. En aquella época era muy famosa y se servía en los mejores restaurantes de Madrid. Se hacía generalmente con merluza, almejas y mejillones, y se le echaba arroz e, incluso, jamón para espesar el caldo. Casi podríamos decir que es como la tradicional sopa de marisco que se hace en muchas casas todavía hoy por Navidad. Otra de las sopas que pirraban al marido de Carmen Polo era la marsellesa. Y es que en la mesa no conocía de amigos y enemigos. Hoy día esta sopa es la que conocemos como la bullabesa, "un denso y sabroso caldo de muchos pescados, cocidos a fuego lento con verduras, hierbas y algo de alcohol", como bien describe el periodista de EL CORREO y amante de los buenos fogones Javier Reino. En este caso, se usaban las piezas menos vistosas -pero a menudo más sabrosas- de las pescaderías, como las de roca. Huevos rellenos Otra cosa muy del gusto de Franco eran los cocidos, aunque nunca como plato único, pese a que a buen seguro no les faltaba el 'unte'. Y es que el general era capaz de meterse un buen plato de cocido a la española -que es el típico madrileño, el de garbanzos con cerdo, tocino, hueso de jamón, chorizo y morcilla-, después de una 'sopita' de pescado. También le daba a las alubias, así que entre sus menús no faltaba la fabada asturiana, que precedía a un buen plato de filetes de merluza, no vaya a ser que su señoría se quedara sin fuerzas antes de la cena. Huevos tampoco le faltaban a Franco. En las cocinas del Palacio de El Pardo se hacían rellenos y a la Aurora -parecidos a los anteriores, pero calientes y con una bechamel napándolos-, pero también en tortilla a las finas hierbas. Y otra cosa imprescindible en sus menús eran los entremeses, para abrir boca, claro está, por si había desgana. Postres. Capítulo aparte merece la carta de postres. Franco se ha revelado, a juzgar por los documentos que se han publicado, como un amante de este plato. Siempre dejaba sitio para él. A veces pedía frutas, así variadas y sin especificar, que dependían lógicamente de la temporada del año. Otras, prefería delicadas recetas dulces, poco amigas de las dietas, como la crema de limón o el monte nevado, un laborioso postre a base de claras a punto de nieve y leche. Tampoco le hacía ascos a una buena tabla de quesos. Lo que curiosamente no aparece entre los menús ideados por Franco es la paella. Y eso que era uno de sus platos preferidos. Será porque, tal y como se cuenta, le gustaba disfrutarla fuera de casa, de incógnito en algún restaurante de su elección. Así las cosas, parece claro es que el dictador no pasaba ni hambre ni fatigas. Lo que Franco comía en su palacio donostiarra. Francisco Franco pasaba al año mes y medio de vacaciones y dividía religiosamente su asueto veraniego entre el coruñés Pazo de Meirás y el donostiarra Palacio de Aiete, donde desde 1941 celebró cada verano un consejo de ministros. Este palacete neoclásico construido por los duques de Bailén en 1878 había sido previamente residencia vacacional de los reyes de España (hasta que levantaron Miramar) y testigo de la regia visita de la reina Victoria de Inglaterra. Contaba con un grandioso parque y además ofrecía privacidad pese a estar ubicado cerca del centro urbano. No es de extrañar que los Franco pasaran allí más de 30 veranos. Tampoco que, conociendo ahora los modos en que adquirían sus propiedades, la finca de Aiete fuera comprada en mayo de 1940 por el consistorio donostiarra para «ofrecérsela» al entonces jefe del estado como residencia oficial. Entre 1939 y 1973 Franco pasó 699 días en San Sebastián en los que navegó, fue a los toros, a partidos de pelota o a las regatas. También comió, lógicamente, aunque nunca se ha prestado mucha atención a las preferencias gastronómicas del dictador. Teniendo en cuenta el poder que llegó a ostentar podríamos pensar en banquetes pantagruélicos o excesos delirantes, pero lo cierto es que los menús de Franco fueron siempre de andar por casa. Nada llama en ellos la atención por sofisticación: si acaso podríamos destacar que, aparentemente, Franco fue amante del dulce y especialmente de los helados en cualquier formato y sabor (café, melocotón Melba, peras Bella Helena). Casi todas sus minutas conocidas constan de tres platos (entrante ligero, primer plato y principal) coronados por doble postre de tarta y helado. Las recetas elegidas por su jefe de cocina (cargo ocupado en el Pardo siempre por un militar, (asumo que en Donostia también) tenían poco de extraordinario y los menús resultan poco atractivos. Díganme si no qué opinión les merece a ustedes esta minuta servida en Aiete el 31 de agosto de 1947: entremeses variados, huevos escalfados, capones en su jugo con legumbres, helado al marrasquino y tarta. Y eso que era día grande y hubo concierto en directo durante la comida. Dos años después, el 22 de agosto del 49, nos encontramos con consomé concentrado, langosta Thermidor (única alegría de los comensales) y pechugas a la casera con patatas. En uno de los almuerzos celebrados en el verano del 54 hubo entremeses, lenguado y capones en cocotera, al año siguiente ternera castellana con verduras a la menta, en el 62 rodaballo con patatas al vapor y ternera con verduras. El único guiño a la frivolidad que he podido encontrar es el melón con jamón. ¿Será por eso que ahora gusta tan poco? Pobre melón con jamón. Francisco Franco: merluza y bocadillos de delfín. En Dictator's dinners, atribuyen a Francisco Franco una actitud "mortalmente seria" hacia la comida y subrayan su obsesión por la caza y la pesca. Algo que le separaba de sus congéneres fascistas Hitler y Mussolini ya que, al contrario que estos dos, Franco creía que el vegetarianismo era una tendencia peligrosamente socialista. La cocina en El Pardo era españolísima y burguesa, como demostraron los menús mecanografiados que vieron la luz el año pasado y que supervisaba Carmen Polo. A Franco le gustaba la ternera, el cocido, la sopa al cuarto de hora, que se hace con merluza, almejas y mejillones, y los huevos a la Aurora, rellenos y cubiertos con bechamel. Nada de aquello pasaba por las mesas de la mayor parte de los españoles durante los duros años de la posguerra. Entonces, a Franco le pareció una genuina buena idea la ocurrencia de José Luis Arrese, que después sería ministro de Vivienda, de dar “bocadillos de carne de delfín” a los pobres para paliar la hambruna, según se recoge en su correspondencia con Serrano Suñer. Aun hoy está bastante extendida la probable leyenda urbana de que se debe a Franco la costumbre de servir paella los jueves en los restaurantes de menú. Se dice que ese era el día de la semana en que el dictador se plantaba en los restaurantes de Madrid sin avisar y entraba en cólera si no tenían arroz |
La comida favorita de Franco. Aunque gracias a Preston y otros historiadores se han conocidos más detalles –y desmentido mitos- sobre la vida de Franco, pocos son los que han ahondado en su relación con la comida. Ha sido una periodista gastronómica, Inés Butrón, quien ha señalado cuál era el plato favorito de Franco: el lacón con grelos que le preparaba su hermana, “siempre con moderación y de forma excepcional”.
Los platos favoritos de los dictadores: la cocina como propaganda. Desde que Stalin recurriera al culto al líder, multitud de dictadores han hecho de la cocina una cuestión política. En el caso de Hitler y Franco, ambos quisieron transmitir una visión de frugalidad y tradicionalismo presentándose como abnegados comensales absorbidos por cuestiones más profundas que la pitanza. No obstante, hubo diferencias notables entre ambos, pues mientras la imagen de sobriedad de Hitler es falsa, el desinterés del Caudillo por la cocina fue real. Según Butrón, en tiempos de Franco, las cocinas de El Pardo fueron “más frugales, sosas y cuarteleras que nunca”. Si los menús eran monótonos no fue porque la carestía limitase su despensa, sino porque Franco sólo salivaba con el lacón con grelos de su hermana, “acompañado de alguna botella de Vega Sicilia, pero siempre con mucha moderación”.
La comida tradicional en tiempos de Franco. Butrón y Miguel Almodóvar -prolífico autor con títulos como El hambre en España: una historia de la alimentación (2003)”- coinciden en el desinterés de Franco por la cocina de su hogar. “Se comía poco y mal”, dice la primera, “guisos anodinos condimentados sin gracia por algún guardia civil, copia de una cocina entre popular y casposa”. Para Almodóvar las únicas pasiones del Generalísimo fueron la caza y la pesca -olvida el fútbol-, por lo que más allá de la abundancia de perdices y conejos los menús de El Pardo no pasaron de cuarteleros. Pese al pan prometido a los españoles durante la guerra y las promesas de mejoras al campesinado, el racionamiento estuvo presente hasta mucho después de finiquitada la contienda, por lo que la frugalidad personal de Franco lucía estupendamente en el contexto de hambre generalizada en España.
El plato más importante de la cocina gallega. La pasión de Franco por el lacón con grelos encaja también a la perfección con la personalidad del dictador. Nacido en El Ferrol, el Generalísimo siempre se esforzó por transmitir una imagen tradicionalista que le llevaba a ser muy conservador en la defensa de las costumbres. Para los españolitos de entonces no había plato más gallego, junto a la empanada, que el lacón con grelos que, pese a ser consumido sólo en Galicia y El Bierzo, era bien conocido en todos los rincones de España. Como tantos otros platos tradicionales de nuestro país, el lacón con grelos es una maravillosa respuesta a las limitaciones impuestas por el invierno antes de la era del congelador y el invernadero. Ahumado primero y salado después, hay lacones que se consumen hasta dos años después de elaborados, aunque lo habitual es que permanezcan curados solo unos cuantos meses.
El calendario gastrónomico gallego. En una región como Galicia, sobre todo en el interior, la preparación de un plato u otro a lo largo del año venía tan condicionado por los ciclos naturales -en forma de cosechas, costeras o destetes- como por el calendario litúrgico con sus ayunos y abstinencias. Así, el lacón con grelos es, con el cocido, el gran plato del invierno gallego debido a sus ingredientes. De un lado, el lacón, producto crucial de la matanza del porco, principal sustento del campesino en invierno. Luego tenemos los grelos, que hay que recoger entre diciembre y marzo antes de que florezca y se echen a perder las hojas. Por último, las patatas, bendición llegada de América que, gracias a su excelente conservación una vez cosechada, se convirtió en alivio de las despensas de la Europea más fría y húmeda a partir del siglo XVIII. Aunque es un plato también asociado a San Antón en muchas aldeas, el momento cumbre del lacón con grelos es el carnaval, precedido de un buen caldo y rematado con unas filloas de postre. La comida de los campesinos gallegos. Aunque el hambre ha empujado históricamente a muchos gallegos a emigrar, aquellos que tenían la suerte de disponer de terreno suficiente sorteaban el hambre con más fortuna que muchos otros españolitos de entonces gracias al clima y la fertilidad de la tierra. Así, en primavera y verano las verduras llegaban a los fogones al ritmo de las cosechas, acompañando a unas patatas y legumbres –alubias y garbanzos- presentes en el pote todo el año. Además, con el buen tiempo aumentaban las capturas de los pescadores, que llegaba a ciudades del interior como Lugo y Orense. Las castañas aparecían en otoño para remplazar al ya menguante porco, producto estrella del invierno previa matanza por San Martín dado que las terneras no se podían tocar para asegurar la leche con la que preparar quesos. |
GASTRONOMÍA DE LA FAMILIA REAL ESPAÑOLA |
La cocina de la Casa Real, una familia en palacio: de las cenas de gala a las comidas familiares Ni la reina Letizia ni la reina Sofía han destacado por ser buenas cocineras, pero ambas valoran mucho la alimentación y el acto propio de la comida como un momento de comunicación familiar 24/11/2020 Todo está preparado en el comedor de gala del Palacio Real. La espléndida mesa con capacidad para más de 130 comensales está montada. Sobre el inmaculado mantel blanco de fino hilo están colocados majestuosamente los candelabros y ornamentos de plata, estos últimos albergan pequeños bouquets de flores. Los platos están dispuestos. Hoy se ha utilizado la vajilla de gala ribeteada de azul y oro con el sello de la Casa del Rey. La cubertería de plata labrada está dispuesta: a la izquierda, los tenedores y a la derecha, cuchillos y cuchara. En cinco copas se sirven los diferentes vinos, incluyendo un espumoso para el brindis, con el que se sellan los buenos propósitos de la visita. El Rey y la Reina se sientan en el centro de la mesa, uno frente al otro, junto a sus invitados de honor y otras personalidades. En las paredes, los tapices de los talleres de George Wezeler y Wilhem Pannemaker, de hilos de lana, seda y oro, miran impasibles esa mesa de gala, desde el siglo XVI. Mientras, en la cocina situada en el piso inferior la actividad es frenética. Gran parte de la comida ha llegado custodiada desde alguno de los restaurantes de referencia, como Jockey, el hotel Ritz o el recién clausurado Zalacaín. El menú ha sido supervisado por la reina Letizia, siguiendo las recomendaciones de la delegación visitante y también sus propios criterios. La comida tiene una calidad excelente pero a la vez es reconocible: las carnes magras sin huesos, los pescados desespinados y los mariscos perfectamente limpios. Tampoco se sirve fruta que haya que pelar. Los comensales no deben mancharse las manos y el menú debe degustarse en poco más de una hora. De toda la comida que se degusta se hace un análisis toxicológico, lo que destierra a los históricos catadores. Únicamente el presidente rumano Nicolae Ceaușescu trajo el suyo propio en su visita a España en 1979. En un cuaderno se anotan las visitas de los dignatarios a España y en él se reflejan sus gustos gastronómicos, los menús que han degustado y cualquiera otra incidencia, incluso cuando se hospedan en el palacio de El Pardo. En el citado cuaderno se puede leer: "10 de febrero de 2009. A la Presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, hay que montarle un gimnasio y únicamente comerá pollo a la plancha y fruta, con abundancia de plátanos”. A su llegada, los invitados van pasando a una sala que conduce al salón de columnas, donde saludan a los Reyes y sus invitados de honor, y de ahí pasan al comedor cuando se lo indique el personal de protocolo. Finalmente, lo hacen los Reyes, que son, junto a sus invitados de honor, los últimos en sentarse. Si alguien llega tarde, se incorpora a la mesa con el cambio de plato. Tras los discursos, un ejército de camareros presenta la comida. En una cena en honor, al presidente de Uruguay y su esposa le ofrecieron huevos escalfados con pasta verde, lomo de lubina a la casera y pastel de yogur con fruta de mango. En otra cena de gala anterior, se sirvió a los reyes de Noruega sopa de puerros y apio, espárragos blancos naturales con salsa holandesa, lomos de rodaballo y de postre, mousse de yogur con salsa de frambuesa. Siempre se acompaña el menú con vinos españoles. Al final de la cena, la mayoría de los comensales pasan al salón contiguo -el antiguo salón para fumar de Alfonso XIII y su esposa Victoria Eugenia-, y allí se sirve el café, así como los licores. Todo ha salido perfectamente, los últimos invitados ya han pasado por el guardarropa, han recogido sus abrigos y se encuentran despidiéndose en el patio de armas del palacio, donde les recoge por riguroso orden su coche. La comida en casa En las cocinas del palacio de la Zarzuela se da de comer no solo a la familia, sino también al personal que trabaja allí en las labores de la Jefatura del Estado, aproximadamente cien personas. Sin embargo, la familia real tiene su propio cocinero -antaño procedente del ejército y en la actualidad formado en los mejores restaurantes-, que elabora una cocina sencilla pero exquisita, que descansa de los excesos de los banquetes. En una ocasión, la reina Sofía amonestó a un miembro de protocolo porque en un viaje a la República Dominicana cada día les sirvieron langosta y solomillo. Y ni ella ni su hermana Irene comen carne. La familia se reúne alrededor de una mesa en la que caben hasta 16 personas, desde donde se ven los hermosos jardines del palacio de la Zarzuela. Junto a la mesa hay un histórico aparador en el que se suele colocar un bufet con los aperitivos, primeros platos y postres. Desde todos los ingredientes para hacer ensaladas -lechugas, huevo duro, espárragos, tomate, zanahoria rallada o palmitos- a canapés de anchoas o paté, bandejas de embutidos -donde nunca falta el jamón Ibérico- y tablas de quesos. Tampoco faltan salteados de verduras y algunos mariscos y pescados fríos como boquerones o gambas. Los postres incluyen pastelillos, lácteos y siempre macedonia fresca con frutas de temporada. Los comensales, tras tomar el primer plato del bufet, degustan el segundo servido por un camarero. Se toma poco pan y en la mesa siempre hay una botellita de aceite de oliva virgen extra. A la reina Sofía le encanta la lubina, es su pescado favorito, también los arroces y los dulces, sobre todo con almendras. Su fruta preferida son las moras, que recogía en los campos griegos siendo una niña, y le apasiona el chocolate y los sorbetes de frutas y verduras. Con la comida se toma agua; los más jóvenes, zumos o refrescos, y don Juan Carlos y don Felipe, una copa de vino. Los proveedores de la Casa Real son anónimos. Así lo deseaba la reina Sofía y así lo mantiene la actual reina Letizia. Sin embargo, se conocen algunos, como el proveedor de carne, una empresa de Tres Cantos, en Madrid; los turrones proceden de Luis Labrador, de Jijona, y de Casa Mira, una confitería ubicada en la carrera de San Jerónimo. Con frecuencia, los quesos son de Miguel Romero, una quesería familiar de Ocaña, en Toledo. Los pescados y mariscos proceden de Marisquerías Coruñesas; los helados, de Livorno y de Andrés Sirvent; y la mayoría de frutas y verduras, de Pedro Vázquez, una pequeña frutería muy bien surtida de la calle Ayala. En Nochebuena se cena pronto, todo queda preparado a las siete de la tarde para que el personal pueda irse a su casa. Se sirve pavo relleno salteado con verduras, pudín de pescado y mariscos, angulas, salmón ahumado, jamón ibérico y foie. De postre, frutas tropicales con helado de crema de café, delicias de chocolate y dulces navideños, desde polvorones a turrones. Tras la cena se cogen los regalos que están bajo el árbol. Ni la actual reina Letizia ni la anterior han destacado por ser buenas cocineras. Incluso Sofía ha confesado que una ocasión quiso hacer un suflé a su suegra, doña Mercedes, y se le quemó. Sin embargo, ambas reinas han dado sobradas muestras de valorar la alimentación y también el acto propio de la comida como un momento de comunicación familiar. "Si algunos temas se hablaran en una comida, habría menos conflictos entre las familias e incluso en los países”, ha comentado en alguna ocasión la Reina emérita, que nunca ha permitido a sus hijos cuando eran pequeños ver la televisión mientras se comía. Los Reyes actuales viven muy cerca del palacio de la Zarzuela, en el Pabellón del Príncipe, una vivienda de cuatro plantas, donde hay un comedor oficial para visitas institucionales y otro familiar, con una mesa redonda junto a los ventanales que dan al jardín. En la misma planta está la cocina con office y en el semisótano se encuentra otra más grande anexa a las despensas. La mesa y las sillas del comedor son un regalo de los abuelos paternos de don Felipe, los condes de Barcelona. Hay una persona encargada de la cocina. Doña Letizia supervisa cada semana los menús y es quien indica quiénes son los proveedores a los que se ha de comprar. Las verduras, que se toman de dos a cinco veces diarias, son orgánicas; sus preferidas, las alcachofas. Las frutas, siempre de temporada, se toman preferentemente en macedonia. Las carnes son ecológicas, normalmente magras y se elaboran a la plancha. Los pescados se cocinan de igual manera, además de al vapor, y siempre son salvajes. Son frecuentes las sopas y los guisos de legumbres, cereales y verduras. Prácticamente nunca se toman frituras o rebozados. En la comida y cena se bebe agua. La Reina es prácticamente abstemia; sin embargo, a don Felipe le gusta comer con una copa de vino, además de agua. Tanto en Zarzuela como en el Pabellón del Príncipe se degustan platos como la ensalada de endibias y nueces, la sopa de verdura, el pastel de pescado a la holandesa, los canelones de setas, las alcachofas rellenas a la marinera, la pasta fresca con queso, la merluza con tomate y albahaca, la ensalada de legumbres o los hojaldres de verduras. Una reina muy delgada. Se ha hablado mucho sobre la delgadez de la reina Letizia, don Felipe incluso en alguna ocasión ha comentado: "Come bien, pero es muy activa y lo quema todo". Según algunos cocineros que han recibido en sus restaurantes a los Reyes, les gusta y entienden la cocina de vanguardia, pero, efectivamente, la Reina come poco y se inclina especialmente por las verduras. Su interés por la cocina saludable, que casi raya con la obsesión, queda ilustrada en una anécdota que tuvo lugar en una comida con motivo de unos premios en un hotel madrileño. Cuando vio el tarjetón del menú, exigió que a ella se le prepararan espárragos a la plancha, en vez del plato que estaba previsto, con lo cual todos los comensales tuvieron que esperar casi media hora para comenzar a comer, con los consiguientes nervios de los organizadores y cocineros. Nadie, en un banquete donde asiste la Reina, puede comer antes que ella. |
Mejor cocina que coles Una anécdota curiosa es con respecto a la reina Isabel II de Borbón, quien fue reina de España entre los años 1833 y 1868, madre de Alfonso XII. Pues bien, en este caso, la reina y su nuera Doña María Cristina de Habsburgo protagonizan esta graciosa historia. Un día en palacio, la reina pidió que le prepararan un cocido, uno de sus platos favoritos. Cuando el plato llegó, la reina comenzó a degustarlo con todo el placer posible; sin embargo, al parecer a su nuera no le agradaba tanto este plato típico español, por lo que le dijo que ese guiso no era saludable y que, además, comerlo de esa forma podría traerle malas consecuencias. A ese reproche, la reina respondió: “¡Para peligrosas esas coles podridas que se comen en su tierra!”. Con esa frase, la reina despreció por completo el chucrut, un plato tradicional de Alemania y Polonia que en que se agregan hojas de col fermentadas. Y tú qué prefieres, ¿el cocido o el chucrut? |
Un cocido es un guiso hecho en una olla con agua, en la que se cuecen juntos carnes (de cerdo, vaca, gallina o carnero), embutidos, verduras (como la col, el nabo, la chirivía), patatas o zanahorias, legumbres (garbanzos, alubias) y otros aditamentos, a los que a veces se añaden algunos elementos fritos en el momento de servir (huevos, etc.). Sin embargo, debido a sus numerosas variantes regionales el nombre suele ir acompañado del gentilicio relativo a su origen geográfico (manchego, maragato, lebaniego, gallego, entre otros). El cocido madrileño es uno de los platos más representativos de la cocina de Madrid. Consiste en un guiso cuyo ingrediente principal son los garbanzos y los secundarios, aunque con gran protagonismo, diversas verduras, carnes y tocino de cerdo con algún embutido. Su origen es humilde y era consumido inicialmente por clases más bajas, llegando poco a poco a la alta sociedad debido a su inclusión en los menús de los restaurantes. Comparte origen con el "cocido montañés" o el cocido maragato, entre otros cocidos y potajes que se realizan en toda la geografía española, y algunos autores lo consideran evolución del cuscús bereber, otros de la olla podrida y otros de la adafina hebrea y culetraba. La popularidad de esta receta se ha extendido desde Madrid al resto de España. El garbanzo fue introducido en España en la época de Cartago y posteriormente utilizado en los cocidos sefarditas de la edad medieval. Se trata de un plato único, habitual en los meses fríos de invierno. La forma más clásica de servirlo a los comensales es separando sus ingredientes, ya cocidos, en tres servicios claramente separados. Estos servicios se denominan tradicionalmente como vuelcos: el primero contiene el caldo resultante de la cocción de todos los ingredientes, el segundo le corresponde a los garbanzos junto con las verduras y patatas y el tercero, denominado el de las viandas, se trata del que contiene las carnes. Se come en este orden. En la actualidad es un plato frecuente en los restaurantes madrileños y se resume en dos vuelcos (primer plato: sopa y segundo plato: garbanzos y carne). |
HISTORIA DE LA GASTRONOMÍA Los monarcas que pasaron a la historia por su glotonería y sus pantagruélicos festines. Atila, Carlomagno, Luis XVI, Ana de Austria, Carlos I, María de Médici… La vida fue un festín continuo para muchas de estas reales testas en tiempos de hambrunas, pícaros y revoluciones.
. ALFONSO SÁNCHEZ COELLO INÉS BUTRÓN Tiana (Barcelona) - 17 FEB 2024 “Madame, el pueblo no tiene pan”. Le dijeron a su alteza poco antes de que la toma de la Bastilla cambiara el rumbo de la historia. Pero María Antonieta, reina de Francia y consorte del glotón Luis XVI, se encogió de hombros. Se dice, pero no está comprobado, que contestó con desdén que comieran alguno de los dulces que ella tenía a su alcance —magdalenas, brioches, macarons...—. Poco importa lo que la reina mascullara con indiferencia. Tan solo es una anécdota. El hambre, en cambio, la falta de cereal, alimento básico entre las clases populares, no lo es. En 1789 fue el detonante de la Revolución Francesa; en el 2024, un arma de guerra y el motivo por el que la humanidad se avergüenza. Antes, sin embargo, de que las cabezas de Luis XVI y señora rodaran por el suelo, otros monarcas y emperadores habían hecho gala de un descomunal apetito, tanto en el viejo como en el nuevo mundo, pues era propio de los altos estamentos “ser tratados a cuerpo de rey”, gozar de mesas bien surtidas, tanto si las comidas eran privadas y realizadas en las antesalas de las cámaras que ocupaban los monarcas, o en los diversos banquetes y festines que se realizaban en público por diversos motivos, como matrimonios reales o recibimiento de huéspedes de alcurnia con fines diplomáticos. En todos ellos, tal y como cuenta María del Carmen Simón Palmer en el libro La Cocina de Palacio 1561- 1931, se gestaron uniones o enfrentamientos y fueron la causa directa de las muertes prematuras de infantes que recibían una opípara cantidad de carnes, especias y dulces a una edad demasiado temprana, y reinas como Isabel de Farnesio, segunda mujer de Felipe V, a quien no le podían faltar embutidos italianos, trufas, quesos, confituras y macarrones con vino de Parma. Mariana de Austria, incluso, se trasladaba durante su embarazo a El Retiro con todo su séquito, incluido el cocinero, donde ocupaba su tiempo con festines varios y antojos de confites y sardinas asadas a medianoche. Para Isabel de Valois, esposa también de Felipe II, el número de sirvientes ascendía a 178 personas, comensales habituales algunos de banquetes que rompieron el rígido y casi sacramental protocolo de las comidas en la casa real con alboroto de meninos, mayordomos, damas y risas que los tratadistas de la católica monarquía española veían como una falta de respeto. Los reyes “comían con los ojos”, es decir, escogían de un desfile de platos aquello que deseaban probar, más de 15 distintos en cada comida presentados en dos o tres servicios en los que, obviamente, sobresalía la carne asada, si no era día de abstinencia, para la que se necesitaba de un buen trinchador, figura destacable de cualquier mesa. Dentro de las carnes gustaba especialmente la de caza, actividad a la que se dedicaban batidas que podían llegar a ser hasta de tres días con sus correspondientes cocinas transportables y banquetes para tales ocasiones. Nunca faltaban perniles y embutidos, pasteles de hojaldre rellenos de más carne, ollas y potajes sumamente enriquecidos de caras y exóticas especias y hierbas aromáticas, huevos, fruta fresca y poca verdura por ser alimento del populacho. A partir del XVI se añadirán también productos americanos tan prestigiosos como el chocolate, cuyo uso extendieron las infantas casaderas como Ana de Austria, hija de Felipe III y desposada con el tragaldabas de Luis XIII, entre sus reales y políticas familias más allá de los Pirineos. Pero el goloso más ilustrado fue el Emperador Carlos I, quien pidió en 1525 la traducción al castellano del Llibre de Coch del Mestre Rupert de Nola, escrito originalmente en catalán. El emperador del Sacro Imperio Romanogermánico murió en Yuste (Cáceres) achacoso y viejo antes de hora. Néstor Luján escribió que fue “desmedido, espléndido, lleno de una dolorosa grandeza, que tuvo imperio sobre todo y todos, menos sobre su cuerpo”. En el libro de Serradilla Muñoz, La Mesa del Emperador. Recetario de Carlos I en Yuste, se da cuenta de los gustos del César a quien no faltó nunca su cerveza elaborada por su propio maestro cervecero, sus cuatro o cinco jamones de Montánchez como tentempié, las anchoas en salazón que le enviaba su hija Juana de Austria, princesa de Portugal, al Monasterio de San Jerónimo cacereño, los lechones de cerdo negro ibérico, empanadas gigantescas de anguila, salchichas de Flandes, capones, perdices, carneros y dulces. Todo bien regado con vinos del Rhin, Oporto y rematado con las novedosas bebidas: el café y el chocolate. En la mesa del emperador, como en la de cualquier noble que se preciara de serlo, aun a costa de arruinarse, se despilfarraba a troche y moche, aunque hay que tener en cuenta que en las cortes se repartían “las raciones” de lo que sobraba entre los muchos allegados al monarca y personal de servicio, las monjas de algunos conventos, como Las Descalzas Reales, o las posadas próximas, que así valoraban las novedades culinarias que los cocineros llegados desde Italia o Francia junto a las reinas extranjeras introducían en los paladares reales. Carlos I, haciendo caso omiso de sus médicos y de los monjes, se fue al otro mundo con una retahíla de enfermedades derivadas o aumentadas por su afición a la buena cocina. Además de la gota que desfiguró sus extremidades, padecía de hemorroides, asma, un estómago que digería con dificultad y una dentadura pobre y desgastada a causa de unas mandíbulas desproporcionadas que le impedían encajar correctamente los dientes. Pero, no solo en la vieja Europa la mesa era un espectáculo de poder. Hernán Cortés comprobó como el emperador Moctezuma gozaba de más de 300 platos. El relato de Díaz del Castillo habla de “gallinas, gallos de papada (pavos), faisanes, perdices de la tierra, codornices, patos mansos y bravos, venado, puerco de la tierra (especie de jabalís), pajaritos de caña, palomas y liebre y conejos y muchas maneras de aves y cosas que se crían en esta tierra”, amén de tortillas de maíz, tamales, chiles, tomates y tantos otros productos que hoy pueblan las cocinas de reyes y plebeyos. |
Itsukushima Shrine. |
Sándwich |
El sándwich (del inglés sandwich, cuya grafía entró a formar parte de la Real Academia Española en 1927), sánduche, sandwiche, sánguche, sángüich, sangüiche o emparedado es una comida a modo de aperitivo o la comida que se suele hacer a diario, típica de la gastronomía inglesa. Suele consistir en dos rebanadas de pan de molde inglés, o de cualquier tipo de pan, entre las cuales se coloca otros alimentos tales como carne, queso y verduras. Cabe destacar que en el Reino Unido, el clásico sándwich de pan de molde inglés está siendo sustituido por otros tipos de pan; así, al sándwich de pan francés lo denominan French bread sandwich o French baguette sandwich. En España, se diferencia un sándwich de un bocadillo en que el primero está hecho con pan de molde (pan blando) y el segundo con pan de barra o un panecillo entero. En México se hace la misma diferencia, pero en este país el término «torta» designa al sándwich hecho con un pan entero. En Uruguay pasa algo similar, denominándose sándwich al hecho con pan de miga y «refuerzo» al hecho con pan de barra. En el resto de los países hispanoparlantes, no se hace la diferencia. La primera referencia del vocablo sándwich como un alimento frío inglés aparece documentada en el diario del historiador inglés Edward Gibbon en 1762, en donde cuenta que se asombró al observar a dos nobles acaudalados del lugar en una cafetería, que comían carne fría o sándwiches y que finalizaron su charla tomando ponche y hablando confusamente de política. Elizabeth David comenta en su libro English Bread and Yeast Cookery (El pan y la levadura en la cocina inglesa) que, mientras los franceses e italianos permanecieron fieles al pan tipo payés, de pueblo o rústico, los ingleses adaptaron rápidamente el uso de moldes de lata con el que hacían panes moldeados que aseguraban cortar finas rebanadas de pan blanco. Historia
El sándwich posee una historia que remonta sus orígenes al siglo xviii, a partir del aristócrata inglés John Montagu, IV conde de Sandwich (1718-1792), aunque no fue él su inventor. Se dice de este conde que le gustaba comer de esta forma porque así podía jugar a las cartas mientras comía, sin ensuciarse los dedos. En 1762, Montagu estuvo veinticuatro horas seguidas ante una mesa de juego. Para calmar el hambre, pidió un poco de carne entre dos rebanadas de pan. A este nuevo tentempié se le puso el nombre de sándwich, en honor al conde. En 1996 los británicos gastaban diariamente 7,9 millones de dólares en sándwiches, lo que supone un aumento del 75 % en los cinco años anteriores. «Los sándwiches representan más de una tercera parte de todo el mercado de comida rápida», informa el periódico londinense The Times, y se sirven en 8000 establecimientos especializados. Cada año se consumen en Gran Bretaña unos mil trescientos millones de sándwiches preparados.[cita requerida] Pero estos suelen ser muy distintos de los emparedados sencillos que preparan las familias para comer en el campo o en la playa. Pese al propósito original del conde de Sandwich de comer con una sola mano, hoy en día ciertos tipos de sándwich se deben comer con cubiertos o con ambas manos. En algunos países es normal usar siempre cubiertos para comerlos. Pese a todo, no fue hasta el año 1840 en el que el sándwich entró a formar parte de la gastronomía de Estados Unidos, cuando la cocinera Elizabeth Leslie describió en su libro de cocina Directions for Cookery, in its Various Branches por primera vez la receta de un sándwich. En Aquisgrán se cuenta la historia de que el sándwich se inventó allí: participaba el Conde de Sandwich en las negociaciones de la Paz de Aquisgrán, en la delegación que representaba a la Emperatriz María Teresa. Pero su pasión por las cartas le llevaba a descuidar las comidas, lo que llegó a preocupar a sus criados, quienes empezaron a prepararle un alimento que pudiera comer sin dejar de jugar a las cartas. Sea o no cierto, en el ayuntamiento de aquella ciudad alemana cuelga un retrato del Conde de Sandwich. Dos siglos después, el undécimo conde, John Montagu, descendiente del IV conde de Sándwich, vio en el nombre de sándwich y en el legado de su antepasado la oportunidad de sacarle provecho y fue así como en el año 2000 abrió una empresa en Londres. Durante el siglo xx, se crearon ciertos tipos de sándwich dulces, como las galletas denominadas Oreo rellenas con crema de vainilla y desarrolladas inicialmente por la empresa estadounidense Nabisco y los helados de sándwich, que consisten en un par de galletas que encierran helado también de vainilla. Denominación en países hispanoparlantes En español es común la forma inglesa sandwich escrita con tilde: «sándwich», o adaptaciones de esta palabra, como, por ejemplo: sánduche (en Colombia, Ecuador y Venezuela), sánguche o sándwich (Argentina, Paraguay, Perú, Chile, Costa Rica y Venezuela). Igualmente, se suelen usar las palabras emparedado y bocadillo, aunque esta última se emplea más para el que se hace con pan de barra. En Argentina existen diferentes variedades de esta forma de alimento, siendo común el consumo diario de sándwiches (castellanizado «sánguches»). Están los sándwiches de miga realizados con el interior del pan de molde fabricado especialmente para este fin y untados con una pequeña capa de mayonesa, margarina o mantequilla con una o dos capas de fiambre o queso en barra. Puede ser frío o caliente. En Argentina al sándwich de jamón y queso en pan de miga caliente, se lo denomina tostado (suele ser untado con mayonesa o manteca ) y en Rosario existe una variante llamada Carlito que se unta con ketchup en lugar de manteca; y en Uruguay, simplemente sándwich caliente. Argentina y Uruguay comparten los sándwiches surtidos, sándwiches de pan de molde que pueden llevar diversos tipos de rellenos como pescado, pasta de granos de maíz, huevo, diversos tipos de fiambres, verduras e incluso frutas, mientras que los sándwiches olímpicos son más grandes y gruesos que los convencionales, rellenos usualmente de lechuga, tomate y huevo, con posibles añadidos y variaciones (en Uruguay suelen llamarse «refuerzos» para diferenciarlos de los sándwich de miga). También existen otros tipos de sándwiches que no son en pan de molde, como los chivitos, los de milanesa y los de chorizo, llamados choripanes. En Bolivia el término sándwich se utiliza para denominar a una pieza de pan cortada que lleva en su interior ya sea huevo frito, carne de pollo o de res y, a veces, ensalada. En caso de que la pieza de pan lleve cerdo asado con escabeche de verduras, es conocido como «sándwich de chola». El plato típico boliviano silpancho suele servirse a veces en forma de sándwich con el nombre de trancapecho. En Chile, especialmente en su capital, es muy común el consumo de sándwiches y se les considera represetativos de su identidad culinaria. Hay sánguches chilenos con nombres estandarizados que pueden pedirse en restaurantes y fuentes de soda. Las recetas canónicas combinan proteínas animales, vegetales y salsas dentro de una variedad de panes como el pan de molde, la marraqueta, el pan amasado, el pan frica, denominado de ese modo por su tamaño y forma de fricandela, y en menor medida la hallulla. De este modo, existen opciones tradicionales como el Barros Jarpa (jamón y queso caliente derretido), cuya versión fría se llama aliado; o el Barros Luco (carne de vacuno y queso caliente derretido), que lleva este nombre en honor a Ramón Barros Luco, que tenía la costumbre de pedirlo. Como no se hace la diferencia entre sándwich en pan de molde y bocadillo (sándwich en un pan entero), se puede pedir un Chacarero en pan frica, marraqueta o en pan de molde, siendo considerados sánguches equivalentes. También en este país se cuentan como sándwiches los que se basan en el formato del hot-dog, como el completo, el dinámico e incluso sus variantes como el as (carne picada en lugar de salchicha) y el papapleto (papas fritas en lugar de salchicha), siempre que sean elaborados en pan de hot-dog, llamado ocasionalmente pan lengua.
Otro sándwich muy famoso y peculiar es el llamado Sánguche de potito, que se consume en puestos callejeros alrededor de los estadios y lugares de eventos públicos. También son populares los choripanes aderezados con pebre. En Colombia se le llama al pan que es tajado y en su interior se le pone mortadela, lechuga, queso, también se le puede poner jamón en vez de mortadela, todo esto acompañado de mayonesa o salsas según gusto del consumidor, por lo general los «sándwiches» se preparan para comer fuera de casa, lo que lo hace ideal para paseos a los parques. Si bien en Colombia existen variedades hechas además del pan tajado, aunque hoy en día el término «sánduche» solo es usado como un término cariñoso dado a dicho bocadillo. En Costa Rica los sándwiches o «sánguches» son muy importantes en la culinaria local, especialmente a base de pan francés (baguette) con todas sus variedades y conocido como melcochón, utilizando también trenzas, bonetes, hogazas, pan cuadrado, ciabattas o pan integral. Destacan el lápiz elaborado con jamón y/o carne de cualquier tipo especialmente de pollo, queso, tomate, lechuga, frijoles molidos, aguacate, salsa de tomate, aceitunas, mayonesa, mostaza, salsa Lizano, sal, pimienta y aceite de oliva; y el lorenzo preparado con mano de piedra y abundante mostaza. Existen también los gallos de pan, muy similares al bocadillo español. En España, se diferencia el sándwich del bocadillo, En Andalucía existen las variedades principales montadito y mollete. El sándwich está hecho con pan de molde, mientras el bocadillo es una pieza de pan cortada que tiene en su interior carne, queso, etc. No obstante, bajo la denominación de sándwich son populares el sándwich mixto servido en las cafeterías y el sándwich mixto con huevo, siempre en pan de molde. En los bares y los bares de tapas son más populares los bocadillos de tortilla de patatas, calamares, los pepitos de ternera, serranitos, de chorizo, milanesa, etc. En México hay diversos tipos de cómo se consume el sándwich convencional de «pan de caja», pero existe una variante de sándwich de pan bolillo o telera que recibe el nombre de torta y que es mucho más común que el sándwich. En Puebla existe uno de nombre cemita, el cual es redondo y de miga amarilla y sabor dulzón, otra variante se conoce como lonche en Jalisco, el cual es un pan de corteza dura y miga densa, que de igual forma se consume seco o remojado en caldo de jitomate y relleno de carnitas de puerco, que se llama torta ahogada. En la capital del estado de Veracruz y otros municipios aledaños, existe otra variante llamada pambazo, parecida a la torta pero de forma redonda y enharinado por fuera. En Panamá se usa el término sándwich o emparedado indistintamente para designar la comida hecha con piezas de pan. Muy famosos es el derretido de queso americano. El Club Sándwich para designar al emparedado de pan molde que viene acompañado de papas fritas. El sándwich o emparedado se puede comer a toda hora. Se pueden utilizar el pan molde, pan micha o flautas. En Perú, existen muchos tipos de sándwich, destacándose las tradicionales butifarras, el pan con aceitunas negras, el pan con chicharrón, acompañado de camote frito y salsa criolla, además del «sándwich triple», elaborado con capas de palta, tomate y huevo duro o pollo, jamonada y queso; separadas por cuatro piezas de pan de molde. Además de los tradicionales, han surgido sánguches basados en comidas típicas, como el «pan con pollo a la brasa» y el «pan con lomo saltado». En Perú, existen establecimientos que venden exclusiva o preponderantemente de sánguches, los cuales se conocen como «sangucherías». En Venezuela se usa el sándwich, o sánduche para denominar a una pieza de pan cortada longitudinalmente (si bien en este caso se le suele llamar pan con... o bala fría) del tipo canilla (baguette), campesino (hogaza) o francés (panecillos tipo baguettina) o a dos rebanadas de pan cuadrado que llevan en su interior prácticamente cualquier cosa, desde dulces y mermeladas hasta huevos y carne. El «sándwich» en Venezuela comúnmente se compone de jamón, queso, lechuga, tomate y salsas (tradicionalmente kétchup, mayonesa y mostaza).
Una variante típica del sándwich es «pepito», creado en España que consta de un pan francés (comúnmente llamado «canilla») abierto por un solo lado y relleno de carne de ternera cortada en pequeños trozos o tiras, junto con otros ingredientes, que pueden ser jamón, queso, huevo, bacón, lechuga, tomate, cebolla salteada, aguacate o palta, pollo (en algunos casos carne de res, pollo, chuleta de cerdo y/o chorizo) con salsas a elección, patatas fritas, ensalada de repollo, y tope de queso amarillo rallado. El pepito es un «sándwich» muy conocido y ampliamente distribuido en España y Venezuela. Invento del sándwich. A John Montagu IV se le atribuye el invento del sándwich. Se cuenta que durante las negociaciones de la Paz de Aquisgrán su pasión por los juegos de naipes lo habría llevado a descuidar las comidas. Preocupados por ello, sus criados se las ingeniaron para prepararle alimentos que pudiera comer sin dejar de jugar a las cartas. Así pues, el conde se acostumbró a utilizar dos rebanadas de pan para evitar mancharse los dedos con el fiambre y las carnes frías que le servían para comer, lo que le permitía satisfacer su apetito sin dejar de jugar como un verdadero caballero británico. |
Sándwich Elvis. |
El sándwich Elvis (conocido también en inglés como peanut butter, banana and bacon sandwich, es decir, «sándwich de plátano, tocino y mantequilla de cacahuete», o simplemente The Elvis) es un sándwich típico de algunas zonas de Estados Unidos. Se denomina así por haber sido el favorito de Elvis Presley, llegando a pagar una fuerte suma de dinero por uno de ellos en Denver. Se trata de un sándwich con una alta densidad calórica debido a las características de los ingredientes. Suele elaborarse con mantequilla de cacahuate, mantequilla, panceta, rodajas de plátano y miel. Se suele comercializar en algunos establecimientos de comidas especializados en servir alimentos fundamentados en sándwiches de mantequilla como pueden ser P. B. Loco y Peanut Butter & Co. El sándwich y Elvis Presley El sándwich, denominado antes de ser popularizado por Elvis Presley como "peanut butter and banana sandwich" (sándwich de mantequilla de cacahuate y plátano) al que se le añade tocino fundido, fue el favorito de la estrella estadounidense, quien comenzó probando el sándwich denominado como Fool's Gold Loaf, un loaf es una preparación italiana de pan rellena con tocino, mantequilla de cacahuate y jalea de uva. Existen numerosos libros mencionando la preferencia de Elvis Presley sobre este tipo de sándwich fundamentado en mantequilla de cacahuate, rebanadas de plátano (y que contenían, o no, tocino caliente). En una cita sobre la madre de Presley, ya se menciona que tras consumir sándwiches el preferido de Elvis era éste, "en su afán de consumir y devorar, éste era el que más le satisfacía". Ingredientes Para 1 personas Pan de molde dos rebanadas Plátano Mantequilla de cacahuete natural al gusto (Mani) Bacon tres lonchas (Tocino ahumado de cerdo con vetas de carne magra) Mantequilla para untar el exterior. Miel una cucharadita de postre. Cómo hacer el sándwich favorito de Elvis Para hacer el sándwich de Elvis, untamos una rebanada con una cucharada de mantequilla de cacahuete y la cubrimos con tres lonchas de bacon pasadas por la plancha para quitarles parte de su grasa, sin tostarlas demasiado. Cortamos un plátano maduro en rodajas y cubrimos la otra rebanada de pan de molde, añadiendo una cucharada de postre de miel por encima del plátano. Juntamos los panes y hacemos el sándwich en la plancha con un poco de mantequilla para conseguir un bonito color dorado. Cuando la mantequilla de cacahuete comience a fundirse y el sándwich tenga el color deseado, sacamos el sándwich y lo cortamos por la mitad. Todo listo para un desayuno que nos llenará de energía como al mismísimo rey del rock. |