ANTI-BIBLIOTECA.
UNA “ANTIBIBLIOTECA“ DE LIBROS QUE AGUARDAN COMO SENDEROS INSINUADOS AÚN NO RECORRIDOS: BIBLIÓFILO FETICHISMO Y VOLUPTUOSIDAD MÍSTICA. El escritor italiano Umberto Eco ha apilado una enorme biblioteca que supera los 30 mil títulos. Según se cuenta, los visitantes ante esta impresionante colección no pueden evitar preguntarle al enciclopédico Eco cuántos de esos libros ha leído. La orgullosa respuesta es que no ha leído la mayoría, pero que esos libros no leídos no son menos valiosos, constituyen un tesoro de investigación, una plétora de posibilidades, una celebración de lo que aún no sabemos (paradójicamente, entre más leemos aumenta exponencialmente el espacio de lo ignoto). Eco llama a esta colección una “antibiblioteca”. Y aquí crece mi admiración por el semiólogo y novelista italiano que se comprueba un aristócrata de las letras (unos dirían hipster, pero me parece denigrante sólo pensarlo). ¡Qué gran dignidad la de tener una biblioteca de libros no leídos! Una fastuosa compañía de desconocidos-seducidos. Ser, como nombran los japoneses, un tsundoku, un apilador de libros, agente babélico irredento. Borges se jactaba, más que de los libros que había escrito, de los libros que había leído. Pero nosotros tomemos otro partido, encontremos sosiego en los libros que no hemos leído pero que por fortuna nos hemos agenciado, llenando el jardín de ecos futuros, minando el ocio con abundantes oquedales que nos aguardan extáticos. Presumamos entonces esos libros que no hemos leído. Esas vidas que no hemos vivido pero que son parte ya de nuestro repertorio de lo posible. El placer de tener una biblioteca de libros aún no leídos se puede equiparar con tener un harén de ninfas o huríes de la mente. El dueño de la colección es como ese mítico emir que dormía cada noche del año con una doncella distinta. Hay un cálido confort en saber que siempre en una habitación contigua del teatro de la memoria hay una fiesta para la que nosotros hemos elegido a los invitados, los cuales nos deleitarán con las viandas más exóticas, leche y miel y miles de ofrendas de sus tierras lejanas, un promiscuo convite de ideas a destapar. Lux et voluptas. Se produce un regocijo propio del diletante y el procrastinador profesional al contemplar ese multiverso de letras larvarias que nos rodea (la oscilación de una mariposa cósmica). Y uno se anima a acercarse tímida o lujuriosamente y empezar a tocarlos y a hojearlos, deteniéndose por un instante en algún párrafo que llama la atención al revolverlo como una baraja –al utilizar la vista como infatuación primera–, para saborear el sonido de una frase y lo que revela, como un holograma, del contenido total de la obra. Y nos relamemos por dentro de lo que nos aguarda en esa cena con el Logos a la cual hemos sido ya convidados pero nos podemos dar el lujo de posponerla, de extenderla siempre hasta la franja crepuscular, para holgarnos más en su sistema de aperitivos. O irse a dormir con una selección de nuestra “antibiblioteca” –sin tener que elegir uno solo nunca–, una floresta de letras e imágenes que invitan a los ingrávidos aposentos del sueño. Las portadas, esas “écfrasis al revés”, que apenas vistas se van convirtiendo en postales oníricas, en memorias de lugares a los que no hemos ido, pero los cuales nos llaman en la noche, voces de puertos y barcos y vagos rostros de mujeres que soñamos antes de conocer… Acostarse con voluptuosidad hipnogógica, acariciando los ejemplares y rozando las hojas como pétalos cristalizados, haciendo un largo coqueteo que puede durar años antes de la cópula como la más lenta karezza tántrica. O con devoción religiosa consagrar la virginidad y la pureza al lomo cerrado del libro, de no haberlo conocido bíblicamente. De reservar la concreción del romance para una ocasión especial, cuando nuestras mentes estén perfectamente en sintonía, cuando se pueda cortar la fruta en el Sol. Libros para los que maduramos, que con un secreto telos nos van llevando hasta que estemos listos, como una nodriza invisible encargada de nuestra educación intelectual (leer es una forma de tener sexo con fantasmas) que nos inicia en el misterio de cada estación.
La divinidad de lo inmanifiesto. El sofisticado misticismo del excedente, de lo sobrante, del despilfarro. La perpetua atracción de lo que no ha revelado su secreto. El arte de la insinuación. La preclara dignidad de quien es dueño de su silencio. Nada se compara con ese lánguido placer de contemplar nuestra biblioteca y sentir el deseo de fugarse del mundo, en amor libresco (a donde sea que uno pueda estar sin que las insignificancias de la realidad lo interrumpan, con sus libros por siempre, ¡a un trópico lunar!). Libros con los cuales descubrir que el amor a la vida no es el hacer, es sólo el estar juntos. Comentario Tener una biblioteca llena de libros que no se van a leer puede parecer vanidad de vanidades. Como tener una cocina repleta de exquisitos platos solo para ser expuestos en vitrinas. Hay que tener en cuenta que si una persona lee una media de un libro a la semana durante setenta años de vida al morir habrá completado la cantidad de 3.120 libros. Y, sin embargo, hay gente que acumula varias veces esa cantidad sin inmutarse siquiera ante la imposibilidad de leerlos todos. Hay gente que se vuelve loco con los libros, se suele decir en estos casos. Y razón no debe faltarles, porque incluso existe un nombre, tsundoku, para la supuesta enfermedad de acaparar libros como si no hubiera mañana, incluso a sabiendas de que no se van a leer. Ante una biblioteca un dimensiones colosales uno se siente tan insignificante que la única manera que tiene de reafirmarse ante el propietario es preguntarle si los ha leído o los piensa leer todos. El difunto escritor Umberto Eco se ha tenido que enfrentar a esta pregunta en más de una ocasión su apartamento en ciudad de Milán fue descrito por la periodista Lila Azam Zanganeh en una entrevista para The Paris Review como «un laberinto de pasillos forrados con estanterías que llegan hasta un techo extraordinariamente alto». Entonces surge la pregunta de oro: ¿los has leído todos? Eco afirmo que suele responder a esta pregunta con una broma: «No, los que tengo reservados para leerlos al final del mes. Los otros los tengo en mi despacho». Por no hablar de los volúmenes que tiene en su casa de vacaciones cerca de Urbino. Eco es consciente de que ni en muchas vidas podrá leer todos los libros que hay en su biblioteca. Y así, piensa el escritor italiano, es como debe ser, porque una biblioteca personal debe tener la mayor cantidad posible de conocimiento que se desconozca. Generalmente este tipo de concepciones lo aplicamos a bibliotecas públicas o universitarias: lugares que contienen tanto conocimiento que una sola persona solo puede aspirar a poseer una pequeña parte de ellos. Las bibliotecas personales, en cambio, se suelen concebir como testimonios de lo que su propietario ha leído y, por tanto, de lo que sabe. Valoramos más una biblioteca donde se han leído todos sus libros que otra en la que no se ha leído casi nada. Pero si llenamos los estantes de una biblioteca personal de conocimientos desconocidos podemos llegar a convertirla a través de la esperanza de aprender cosas nuevas en un lugar lleno de aspiraciones, consiguiendo que se equipare con una pública. Es lo que el escritor Nassim Taleb ha llamado la antibiblioteca. Una gigantesca colección de libros que no pretende alimentar el ego de un intelectual sino que son, sin más rodeos, un instrumento de investigación y de conocimiento del mundo. Una colección donde los libros leídos son menos valiosos que los no leídos porque cuanto más se lee más crece el perímetro del conocimiento y más se da cuenta uno de lo que no sabe. Es decir, que cuanto más se lee más aumenta el espacio de lo que se ignora. ¿Cómo elegir entonces libros que no se van a leer para incorporarlos a nuestra biblioteca? El Escritor Eco aclara que muchos de los libros de su colección están vinculados a su propia historia personal. Además, el hecho de ser coleccionista de libros raros hace que en su biblioteca abunden determinado tipo de libros.
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TSUNDOKU
Si acumulas libros y no los lees, los japoneses tienen una palabra para eso: eres "Tsundoku".
¿La pila de libros para leer ocupa media casa y aún así sigues comprando? ¿Sientes la pulsión de comprarte la última novela de tu autor favorito en cuanto sale? Por Rosa Martí 02/10/2021 Hace poco tuve que hacer una mudanza, y las cajas de libros ocupaban todo. Más de mil libros, ¿me los había leído todos? Qué va, de hecho, no sé adónde han ido a parar los libros que más me han gustado y que hay que leer al menos una vez en la vida; la mayoría ha quedado en alguna de las muchas casas en las que he habitado desde que me fui de la de mis padres. Pero en esta última mudanza me puse a mirar y al menos un cuarto de los libros que tenía no los había leído. ¿Le pasa a alguien más? No suelo acumular cosas, apenas compro ropa –bueno, zapatos, zapatillas y botas, sí, lo reconozco–, no siento ningún impulso sentimental por guardar entradas, mapas, folletos de lugares que he visitado. Y sin embargo acumulo libros. Me gusta fisgar en mis librerías favoritas como otros escudriñan los estantes en las rebajas y aunque me digo que no voy a caer, es imposible que salga del establecimiento sin llevarme algo. Siempre me ha fascinado que algunas lenguas tengan palabras específicas para situaciones concretas y comunes que en otros idiomas, como en el nuestro, no existen. Así tenemos Schadenfreude, la palabra del alemán que designa el sentimiento de alegría o satisfacción generado por el sufrimiento, infelicidad o desgracia ajena. O Iktsuarpok que en inuit denota la impaciencia que sientes cuando esperas a alguien y estás todo el rato mirando el reloj, la puerta o incluso saliendo a ver si viene. Algún día haré un artículo sobre todas esas palabras que atesoro y me fascinan. Así en Japón surgió Tsundoku la del acumulador de libros, que es como llaman a quien acapara libros y, por falta de tiempo, por fetiche por el objeto o por simple postergación, los apila. La palabra tiene su origen en la era Meiji (1868–1912). Proviene de los términos del habla popular japonés tsunde-oku (積んでおく, amontonar cosas para después usarlas y luego abandonarlas) y dokusho (読書, leer libros). Tal como se escribe actualmente, la palabra combina los caracteres de "amontonar" (積) y el carácter de "leer" (読). Mientras que aquí nos enorgullecemos de nuestras bibliotecas personales, en Japón ser tsundoku es casi casi como tener síndrome de Diógenes, pero libresco. Yo pensaba que era por el reducido tamaño de las viviendas en las grandes urbes, pero no es por eso, o no solo por eso. Mi amiga Ainhoa Calaf, que vive en Tokio desde hace años, me explica que Tsundoku tiene connotaciones negativas porque no se trata de que alguien tenga muchos libros, sino que deja las cosas a medias, que no acaba todo lo que hace. Un libro es algo que se ha creado y está ahí sin usar. Sin aprovechar. Tsundoku es algo que uno se puede llamarse a sí mismo y que solo se puede decir a alguien con quien tienes mucha confianza, un poco como si aquí te autodefines como "desastre", o te lo llama alguien muy cercano, entonces, vale. Pero si alguien con quien no tenemos confianza nos llama "desastre" no nos lo tomamos demasiado bien. Pues algo así sucede con Tsundoku en Japón. El termino surgió mucho antes de que llegara Marie Kondo con su afán organizador. Aunque precisamente Kondo es bastante benévola con los libros o los Tsundokus. En La magia del orden, Kondo sugiere que tus libros probablemente te darán más alegría si te deshaces de los que tienes idea de leer o releer y que probablemente nunca lo harás. De hecho, duda sinceramente de que vuelvas a leer alguno de tus libros. "Afrontémoslo", escribe, y pone la siguiente frase en negrita: "Al final, vas a volver a leer muy pocos de tus libros" Pero todos los consejos de Kondo van acompañados de la advertencia de que si algo te produce alegría, debes conservarlo por todos los medios. "Solo tú puedes saber qué tipo de entorno te hace sentir feliz", explica. "El acto de coger y elegir objetos es extremadamente personal". Básicamente, si un entorno rico en libros te hace feliz, entonces deberías conservar tus libros. Al escritor, editor y coleccionista de libros estadounidense Edward Newton se le considera uno de los mayores Tsundokus del mundo, pues ya en 1921 diciendo: "Incluso cuando la lectura es imposible, la presencia de libros adquiridos produce tal éxtasis que anima a la compra de más libros, lo que representa un afán del alma de infinito... apreciamos los libros incluso si no son leídos, su mera presencia emana confort, su fácil acceso, la tranquilidad". Pero si realmente eres un Tsundoku en toda regla, la biblioteca que de verdad codiciarás es la que tenía el escritor Umberto Eco y que me figuro que habrán heredado sus hijos, Carlotta y Stefano. La biblioteca personal de Eco era legendaria, porque además de enorme e inabarcable tenía todo tipo de rarezas, como buen bibliófilo y coleccionista de libros únicos que era. El filósofo no utilizaba sus libros como una colección de libros leídos sino como una como una herramienta de títulos de referencia, ya que para él importaban más los libros no leídos que los leídos. De hecho, Eco distinguía dos tipos de personas: los que ven la biblioteca personal como una muestra de lo que saben y los que la ven como un recordatorio de lo que quieren aprender. "Yo soy de las segundas"; declaró en alguna ocasión. "Por eso compro los libros de tres en tres. Y soy capaz de comprarme otros tres sin haberme terminado los anteriores, lo confieso- Y es que no compro por tenerlos, ni siquiera para leerlos al momento, sino para leerlos en algún momento. De hecho, sólo el acto de comprarlo es una declaración de intención, no sólo de lo que quiero leer, sino de lo que quiero aprender". Un tsundoku de libro, y ya pido perdón de antemano por el pobre juego de palabras. El día que Marie Kondo venga a mi casa le da un pasmo, y no solo por las pilas de libros. Debería dejar de comprar e ir más a las bibliotecas. La red de bibliotecas de Barcelona es maravillosa, con más de 200 bibliotecas y fondos de todo tipo, no solo bibliográficos, sino también música, cine y series. Y lo mejor de las bibliotecas son las actividades, clubes de lectura, encuentros con autores, presentaciones. El ejemplo más envidiable de lo que debería ser una biblioteca lo encontré en Finlandia. La Biblioteca Central de Helsinki, bautizada como "Oodi" (Oda), un impresionante edificio de 17.000 metros cuadrados concebido como "una oda a la cultura, la igualdad y la libertad de expresión", además de albergar libros, es un lugar de reunión, un punto de encuentro de la comunidad, una enorme sala de estar de todos los ciudadanos. Tiene los servicios y actividades clásicas de una biblioteca: préstamo de libros, clubes de lectura, presentaciones, conferencias, charlas y coloquios, pero contiene además una filmoteca, dos cafeterías, estudios de grabación, talleres de confección, estación de soldadura, laboratorio de impresión 3D y salas insonorizadas de música y videojuegos. Hay incluso una cocina totalmente equipada. El público tiene a su disposición ordenadores e impresoras (normales, de vinilo, y hasta un plóter), instrumentos musicales, partituras, consolas y videojuegos, películas y series, salas de ensayo, de juego, de reuniones. Todo es gratis, y está a disposición de cualquiera. Oodi es la biblioteca del futuro, que nos permitirá acumular menos –y no solo libros– en los pisos que la especulación inmobiliaria ha reducido en las grandes urbes a tamaños de armario empotrado. De todas formas, el Tsundoku es una especie a extinguir, o al menos el que acumula libros físicamente cuyo hogar tiene paredes llenas de estanterías que llegan hasta el techo. Cada vez hay más personas que consumen libros electrónicos, yo misma combino el libro de papel con el kindle. El Tsundoku digital existe, pero es menor. Hay quien recurre a la piratería para hacerse con mayor número de títulos en sus dispositivos, pero, en general, cuando un libro está disponible en formato electrónico, no se agota, y siempre puede comprarse, por lo que desaparece la urgencia de no dejar escapar la oportunidad de tenerlo en nuestro haber. Y si eres un Tsundoku recalcitrante, de los que adoran rodearse de literatura, recuerda lo bien que vienen las librerías de segunda mano. |
Umberto Eco, memoria inédita de un bibliófilo irredento.
¿Cómo sería un mundo sin libros? En los artículos de ‘La memoria vegetal’ el autor responde que probablemente sin matices, sin interpretaciones y tal vez sin verdaderas ideas. ¿Viajan los libros hacia el pasado, como un objeto reservado a los nostálgicos? Borges afirmó que el libro es la creación más asombrosa del hombre, pues constituye una extensión de su memoria e imaginación. Bibliófilo y bibliómano, Umberto Eco (Alessandria, 1932 - Milán, 2016) dedicó muchos ensayos y conferencias al libro. La memoria vegetal recoge una selección de estos trabajos, hasta ahora inéditos en español. Aunque se trata de textos dispersos, aglutinados en un volumen adquieren una misteriosa unidad. No son piezas contiguas o sucesivas, sino complementarias. Eco cita a Borges en muchas ocasiones, escogiendo largos pasajes de su obra, como el fragmento de “Funes, el memorioso” —uno de los relatos más famosos de Ficciones— donde se ironiza sobre el miedo al olvido de los hombres. Si el hombre no fuera capaz de olvidar, su vida consistiría en una fatigosa y absurda evocación de lo vivido. Eco nos recuerda que la función del libro no es solo recordar, sino significar. Es decir, transformar los recuerdos, prolijos, incompletos y confusos, en una secuencia dotada de orden y sentido. El libro no es un mero soporte, sino un acontecimiento de gran espesor ontológico. El primer texto del libro de Eco se titula “La memoria vegetal”. Se trata de una conferencia dictada en Milán el 23 de noviembre de 1991 en la Sala Teresiana de la Biblioteca Nazionale Braidense. Son treinta páginas que trazan una historia y apología del libro, especulando sobre su porvenir. Eco apunta que la memoria se volcó primero en la piedra; después, en soportes vegetales, como el junco, el papiro o la madera, y hoy en día se aloja en el silicio. La proliferación de soportes y obras ha favorecido la multiplicación de los textos, engendrando un ruido que conduce a la insignificancia. “La abundancia de información —escribe— puede generar la absoluta ignorancia”. Es importante restaurar la trascendencia y singularidad del libro, pues ha desempeñado un papel esencial en la constitución del individuo como célula básica de las sociedades libres y plurales. Con el libro, la escritura adquiere una dimensión personal. Cuando lo abrimos, “buscamos a una persona, una manera individual de ver las cosas”. El libro no es solo subjetividad. También es autoridad, pues todo lo que aparece en sus páginas nos parece fiable: “Hoy los libros son nuestros ancianos”. Ese prestigio contrasta con los obstáculos que han soportado los grandes clásicos. Eco cita los casos de Proust, Joyce, Melville o Dickinson, que sufrieron el rechazo de editores y críticos. A veces, ni siquiera la posteridad fue benévola. El jesuita, crítico literario y escritor Saverio Bettinelli recomendó en el siglo XVIII tirar a la basura la Comedia de Dante. El libro siempre ha representado un desafío para el poder absoluto. Déspotas y tiranos han enviado a la hoguera las obras que les hacían sentirse amenazados. Heine no se equivocó al señalar que allí donde arden libros, acabará quemándose a las personas. “Se empieza siempre por los libros —apunta Eco—, luego se abren las cámaras de gas”. Platón desterró a los poetas de la República, acusándolos de difamar a los dioses. En el Fedro, cuando el dios Theuth le presenta la escritura al faraón Thamus, este deplora el invento, asegurando que destruirá la memoria de los hombres. Eco objeta que el libro no ha acabado con la memoria. Al revés, la ha potenciado, pues un libro siempre suscita interpretaciones y, por tanto, “produce nuevos pensamientos”. Y finaliza este primer ensayo, corazón de la obra, explicando que la lectura es una experiencia fisiológica, tal como se aprecia en un pasaje del Ulises, de Joyce. Mientras Leopold Bloom lee en el retrete, sus intestinos se acompasan al tono de cada párrafo. El resto de los artículos y conferencias de La memoria vegetal hablan de bibliofilia, bibliomanía, bibliotecas, historia del libro, erudición, catálogos, rarezas y libros digitales. Además, Eco se permite alguna pirueta narrativa, adoptando la perspectiva de un libro electrónico que reflexiona sobre su existencia o la de un erudito que investiga sobre la relación entre Shakespeare y Francis Bacon. Eco no es Borges. Su prosa es más periodística y ligera, pero siempre es incisiva y perspicaz. Se inscribe en la tradición de la alta divulgación, género muy popular en el mundo anglosajón pero con menos raigambre en otras tradiciones. Se declara bibliófilo, no bibliómano. Su amor al libro no le impide hacer pequeñas marcas con lápiz en los márgenes. Los bibliómanos anhelan tanto poseer rarezas bibliográficas que no retroceden ante el robo. Serían incapaces de apropiarse de una fruta ajena, pero cuando se trata de un libro, inhiben sus objeciones morales. Eco no los justifica, pero habla de ellos con indulgencia: “por amor a un hermoso libro estamos dispuestos a cualquier bajeza”. Frente a la bibliocasia, desdén o desinterés por el libro, el bibliófilo cuida una biblioteca como si fuera un jardín. Cuida porque una biblioteca es “un organismo vivo con una vida autónoma”. Es inevitable pensar en el donoso escrutinio de la biblioteca de Alonso Quijano, que sufre como una criatura cuando el cura y el barbero le amputan títulos, pues en cada volumen hay un pasaje de la vida de su desgraciado dueño. Una biblioteca es el hombre que la ha compuesto. Así lo entiende Miguel Delibes cuando habla del protagonista de Cinco horas con Mario. Eco cita poco a los autores en lengua española, con excepción de Borges y Cervantes. Parece preferir otras geografías literarias. Muestra especial interés por las obras con miniaturas e ilustraciones. Su ficción sobre Shakespeare y Bacon, que supuestamente intercambiaron sus identidades, pone de manifiesto su talento narrativo, donde confluyen la habilidad para la intriga y la filigrana erudita. La memoria vegetal es una miscelánea, pero su carácter disperso e híbrido no le resta valor. Es un conjunto de textos sobre el libro que regocijará a los amantes de la escritura y las bibliotecas. En sus páginas hay humor, erudición, ingenio y, sobre todo, amor a la literatura. El semiólogo afirmó que internet le había dado la palabra a legiones de idiotas, convirtiendo al tonto del pueblo en portavoz de la verdad. El libro aún es un territorio vedado para esos nuevos bárbaros. Aunque hay libros mediocres e incluso deleznables, persiste cierto criterio de selección que frena a los botarates más incorregibles. Eco no cree que nos encaminemos hacia la muerte del libro. Nunca se habían editado tantas obras y jamás habían existido tantos hombres y mujeres trasladando al papel sus ideas, fantasías, ilusiones y temores. ¿Podríamos vivir sin memoria vegetal? ¿Cómo sería un mundo sin libros? Probablemente, un mundo plano, sin matices, sin interpretaciones y tal vez sin verdaderas ideas. Mientras haya bibliotecas, el ser humano preservará su espíritu, manteniéndose abierto al bien y la belleza. El libro no es un objeto, sino un ser vivo. Nos seduce, nos provoca, nos irrita. En las horas más trágicas, nos proporciona consuelo. En los momentos de dicha, nos ayuda a sentir el espesor del tiempo. El libro es el mejor aliado de la vida. Creo que el Eco estaría de acuerdo. La memoria vegetal me ha hecho sentir que la muerte solo es una ilusión. El pasado vive en los libros y dialoga con nosotros, mostrando que la palabra realmente no es letra inerte, sino un signo fructífero con el poder de resucitar lo que el tiempo ha devorado. Escribe Borges: “Hay quienes no pueden imaginar un mundo sin pájaros, otros sin agua; en lo que a mí se refiere, soy incapaz de imaginar un mundo sin libros”. Eco piensa que eso nunca sucederá. El libro es un lugar de encuentro y la única patria que jamás alzará muros para alejar al hombre. Si desaparece, nuestro destino será vagabundear como Ulises, pero sin una Ítaca a la que regresar. |
Tsundoku, el arte de acumular libros por placer.
Para todos aquellos que disfrutan husmeando en librerías y bibliotecas y terminan comprando nuevos volúmenes, existen varias técnicas de orden
Disfrutar husmeando en bibliotecas y librerías tiene un riesgo que, para muchos, es un auténtico placer: terminar acumulando libros apilados o en las estanterías por encima de nuestras posibilidades. Este acopio de tomos tiene un nombre concreto en japonés: tsundoku . Un término que ya se ha comenzado a utilizar en los cinco continentes. El tsundoku se puede traducir popularmente como “bibliomanía”. Este concepto describe la sensación de tener un hogar con libros apilados por el simple placer de verlos. La palabra viene de los términos de la jerga popular japonesa tsunde-oku, que quiere decir apilar cosas para luego y marcharse, y dokusho, que significa leer libros.
A primera vista, puede parecer que el tsundoku lo ‘practican’ personas sombrías que acuden a las librerías con ese afán de seguir alimentando la pila. Sin embargo, es más que probable que todos los amantes de la lectura dispongan de ejemplares en sus bibliotecas que no han terminado de leer, ya sea porque no les convence el argumento, porque buscan sin éxito esos 15 minutos que permita darles una oportunidad, o bien porque esperan a que llegue ese momento de relax que permita devorarlos. Y es que, para muchos, estar rodeados de libros aporta una sensación reconfortante y la tranquilidad de tener más conocimientos y entretenimientos a mano.
El día a día y las rutinas ajetreadas pueden ser algunos de los motivos que llevan a esta situación y no por eso faltan a sus costumbres de adquirir por placer. Para todos aquellos que disfrutan husmeando en librerías y bibliotecas y terminan comprando nuevos volúmenes, existen varios métodos de orden. Algunos a favor del tsundoku y otros en contra. En el grupo de estos últimos se encuentra la precisamente japonesa Marie Kondo, autora, empresaria y consultora que ha escrito cuatro libros sobre el arte de organizar. La gurú del orden nipona defiende que para tener una librería bien estructurada es importante contar sólo con esos ejemplares a leer. Es por eso que su objetivo y recomendación pasa por tener una colección de libros lo más pequeña posible. Para ello, es necesario sacar todos los volúmenes y ponerlos en el suelo. A continuación, hay que organizarlos en dos montones diferenciando entre los que se van a leer de los que se van a donar. Para hacer dicha distinción, Kondo defiende el poder de la energía. De esta manera se consigue hacer una limpieza importante con una librería llena de obras que aportan energía. Por el contrario, para todos aquellos amantes del tsundoku existen otros métodos de organización que permiten seguir acumulando ejemplares. Los libros se pueden ordenar según criterios diferentes: temas, autores, colecciones o títulos siguiendo un orden alfabético. De todos estos parámetros, dependen también los distintos formatos y tamaños de los volúmenes. Conviene combinar criterios para evitar que queden huecos en las estanterías y se desaproveche el espacio disponible. Además, es recomendable reservar para las obras grandes la parte superior de las estanterías, ya que tienen tipografías de dimensiones destacadas que resultan más fáciles de diferenciar desde una distancia mayor mientras que los pequeños quedarán a la altura de los ojos.
No hay que olvidar que, al final, la estantería de los libros es un espacio dinámico que puede estar siempre en movimiento. Si lo habitual es que se sumen libros, se puede dejar un estante destinado a las incorporaciones, o bien a las obras de próxima lectura, en un lugar a mano antes de ubicarlas en el que será su sitio definitivo en la biblioteca. Con respecto al préstamo de libros, si alguien cede muchos ejemplares de su propiedad existe una variante decorativa que funciona como recordatorio: siluetas que se ubican entre los ejemplares en el lugar del libro faltante. Con ellas, es fácil reconocer a simple vista cuántos se han prestado. Claro que, quizás el no obtenerlos de vuelta también ayuda a evitar la acumulación de tomos que no tienes intención de volver a leer. |
Padezco «Tsundoku», pero me estoy curando El japonés es una lengua maravillosa con una riqueza envidiable de vocabulario fruto de su tradición y evolución. Entre ese vocabulario existe la palabra tsundoku, que estoy seguro que muchos de vosotros ya conocéis. La palabra se utiliza para designar la incontrolable tendencia a acumular libros sin la clara intención de leerlos próximamente. En esto se diferencia de nuestra palabra «bibliomanía» puesto que la bibliomanía podría considerarse una especie de coleccionismo. El tsundoku implica cierto grado de inconsciencia. No es una palabra nueva, al menos para los japoneses, pero creo que ahora tiene un sentido muy actual con el auge de las redes sociales y la tendencia a exponer nuestra vida en internet. Para mí, esta especie de síndrome, del cual me considero ferviente seguidor, provoca que tenga una pila de libros sin leer que casi superan a los libros leídos. Y no estoy exagerando. Vivo en un piso pequeño y cuando acabo un libro debo deshacerme de él para dejar hueco a otros nuevos. Tengo la suerte de que mis padres tienen montones de estanterías vacías y de que no les guste leer. Les inundo la casa con libros en cada visita que hago, dejando hueco en mi casa para nuevos volúmenes que acumular. Siempre he admirado a la gente que es capaz de tener solo libros leídos en su casa. No cogen otro nuevo hasta que no han acabado el anterior. O aquellos que donan todas las lecturas que hacen. También admiro a los que son capaces de elegir sus lecturas en las bibliotecas, sin tener esa necesidad imperiosa de acumular los libros en casa. Este tsundoku es lo que ha provocado que tardara tanto en adquirir un libro electrónico. Y aún, después de tenerlo, sigo comprando los volúmenes que más me gustan en formato físico para tener una copia en casa. ¿Por qué? Pues creo que porque vivo envuelto en la sociedad de consumo en el que tener es sinónimo de ser. Si el libro está dentro de la memoria de mi ebook, me da la impresión de que no lo tengo, de que no es mío. Sin embargo, si puedo tocarlo y colocarlo en una estantería, sucede lo contrario. Sé que suena horrible, pero es así. Solía escudarme en que como profesor de escritura creativa siempre necesito los libros de cabecera para hacer consultas o para ponerles ejemplos a los alumnos sacados de libros escritos por buenos escritores. Pero lo cierto es que eso puedo hacerlo igual con un ebook. De hecho fue el ebook el que me ayudó a suavizar un poco mi problema de acumulación (eso y mudarme a una casa pequeña). Pero no solo me mentía con esa excusa. También me decía que si no compraba los libros cuando los veía, lo más probable es que se me acabara olvidando el libro y al final no lo leyera o no lo encontrara cuando quisiera leerlo (como si no existieran las bibliotecas y los amigos o como si ese libro no fuera a ser sustituido por otro). Esta última excusa es uno de mis principales agobios como lector. El hecho de saber que no voy a poder leer todo lo que me gustaría leer en la vida en lugar de relajarme y hacerme decir: «voy a disfrutar de la lectura y leer solo lo que me apetezca», lo que me hace es agobiarme y tratar de abarcar lo máximo posible para que no se me escape nada importante sin leer. Llegué a la conclusión de que no solo compraba los libros para leerlos, puesto que todos esos problemas podían solucionarse, y asumí que en realidad me gustaba acumularlos. Cuando voy a casa de mis padres me gusta contemplar mi biblioteca, como si haber leído todos esos libros me hiciera mejor (cuando no tiene por qué ser así, sobre todo si vierais alguno de los libros). Una vez asumido el problema, lo que hice fue ponerle solución a las excusas. Me saqué el carnet de la biblioteca, prohibí a la gente comprarme libros que no estuvieran en mi lista de deseos, me hice una cuenta en Goodreads para saber cuánto y qué leo, me compré una libreta (esta es otra manía de la que quizás deba hablaros algún día) para apuntar lecturas pendientes, y empecé a usar el ebook que ya me habían regalado. Por arte de magia, la pila de libros sin leer (y mi agobio) fue disminuyendo. Es cierto que esa pila nunca va a dejar de existir y que de vez en cuando me permito algún capricho, pero ya no acumulo por acumular sin ser consciente de ello. Me gusta ver una casa llena de libros, no voy a negarlo, es lo primero que hago cuando llego a una casa ajena, pero es más interesante si son libros que se han leído. Mi problema era acumular por satisfacción personal, pero conozco otro tipo de acumuladores que están proliferando actualmente y que, a mi entender, son más peligrosos. Y digo más peligrosos porque yo nunca acumulo nada que no piense leerme (a menos que sea un regalo y tenga que apechugar hasta que pueda deshacerme del libro discretamente). Estos acumuladores son los que se dedican única y exclusivamente a tener libros para subirlos a las redes sociales. Sigo algunos perfiles que al menos una vez al día suben la foto de un nuevo libro, muchas veces novedades, o incluso de varios. Es imposible que esas personas (al menos las que tengan una vida que implique trabajar y alimentarse) puedan leer semejante cantidad de libros. Además nunca los comentan, simplemente suben la foto. Estaréis pensando que probablemente sean influencers y que los libros sean envíos de las editoriales, pero no me refiero a esa clase de perfiles. ¿Dónde guarda esa gente los libros?, ¿qué hace con ellos? Quizás es solo un consuelo de un acumulador empedernido el pensar que hay gente que aún se encuentra en una situación peor que la mía, pero quizás no. Después de todo, cada uno es libre, por supuesto, de hacer lo que quiera con su tiempo y su dinero. En realidad es simple envidia de que ellos no se agobien y su cuenta corriente no tiemble, supongo. ¿Y tú?, ¿sufres tsundoku o tienes controladas tus lecturas? |
MARÍA GUADALUPE DE LENCASTRE.
(1630-1715). CUADROS, LIBROS Y AFICIONES ARTÍSTICAS DE UNA DUQUESA IBÉRICA
En las Memorias de Saint-Simón se encuentra un escueto retrato de una fascinante y poco conocida figura de la cultura del Barroco, Doña María Guadalupe de Lencastre Cárdenas Manrique de Lara, duquesa de Aveiro, de Maqueda, de Ciudad Real, de Torres Novas y de Arcos:
C’était une personne très vertueuse, mais très haute, et fort rare pour son esprit et son érudition. Elle savoit parfaitement l’histoire sacrée et profane, le latin, le grec, l’hébreu, et presque toutes les langues vivantes. Sa maison à Madrid étoit le rendez-vous journalier de tout ce qu’il y avoit de plus considérable en esprit, en savoir et en naissance, et cétoit un tribunal qui usurpoit une grande autorité, et avec lequel la cour, les ministres, et les ministres étranger même, qui s’y rendoient assidus, se ménageoient soigneusement 1.
Saint-Simon ha frecuentado la casa de los duques de Arcos en la madrileña calle del Arenal durante su embajada española, en los años 1721-1722. En ese entonces, Dª. María Guadalupe ya había fallecido y el nuevo duque, el VII, era su hijo Joaquín Ponce de León (1666-1729), quien, acompañado por su hermano Gabriel (1677-1745), duque de Baños y más tarde de Aveiro, Saint-Simon ha podido conocer en 1701 en París o en Versalles 2. Es muy posible que antes mismo de haber llegado a Madrid, por este u otros contactos, Saint-Simon haya tenido alguna noticia de la cultísima duquesa. En realidad, la fama de Dª. María Guadalupe no se limitaba a las regiones peninsulares y hacía mucho que su notoriedad había cruzado al otro lado del Océano. En un romance escrito en los años 1680-1686, sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), “Aplaude lo mismo que la Fama en la Sabiduría sin par de la Señora Doña María de Guadalupe Alencastre, la única Maravilla de nuestros siglos”3. Para la poetisa novohispana, María Guadalupe es “alto honor de Portugal”, “Venus del Mar Lusitano”, “gran Minerva de Lisboa”, “Presidenta del Parnaso”, “clara Sibila Española, / más docta y más elegante / que las que en diversas tierras / veneraron las edades”. Sin embargo, allende de lo trivial laudatorio tan común en su tiempo, Sor Juana utiliza el elogio de una mujer excepcional para denunciar prejuicios de los que ella misma era víctima y para reivindicar para el género femenino el ejercicio de la cultura:
cifra de las nueve Musas [sois, Doña María de Guadalupe] claro honor de las mujeres, de los hombres docto ultraje, que probáis que no es el sexo de la inteligencia parte4.
En la Respuesta a Sor Fileta de la Cruz, de 1691, la escritora habría de volver al tema colocando el nombre de la Duquesa al final de una serie de mujeres que desde los tiempos bíblicos se han distinguido por sus capacidades intelectuales. “En nuestros tiempos, escribe Sor Juana, está floreciendo la gran Cristina Alejandra, Reina de Suecia […], y las Excelentísimas señoras Duquesa de Aveyro y Condesa de Villaumbrosa”5. Ahora bien, ¿cómo, en el México del seiscientos, ha tenido Sor Juana conocimiento de la existencia de Doña María Guadalupe quien, como afirma uno de sus elogios fúnebres, en treinta años apenas salía de su casa para asistir a algún servicio religioso? Al parecer, la poetisa novo-hispana ha oído hablar primeramente del interés de la Duquesa por la expansión de la fe católica en Oriente y en el Nuevo Mundo. Afirma Sor Juana que han sido:
… los Padres Misioneros, que pregonan
vuestras Cristianas piedades,
publicando cómo sois
quien con celo infatigable
solicita que los triunfo
de nuestra Fe se dilaten6.
Estas afirmaciones son corroboradas entre otros por el jesuita Eusebio Francisco Kino (1644-1711), quien, entre 1680 y 1687, desde Cádiz, Nueva España y California, ha intercambiado nutrida correspondencia con la Duquesa, relacionada principalmente con el patrocinio de las misiones 7.
Por otro lado, sobre la cultura de María Guadalupe la fuente de Sor Juana ha sido “La siempre divina Lysi, [… ] mi Señora la Condesa / de Paredes” 8.
La Condesa de Paredes (y Marquesa de la Laguna), era la Virreina de México (1680-1686), Dª. María Luisa Gonzaga Manrique de Lara, una pariente de Doña María Guadalupe, a quien ésta en una de sus cartas, había recomendado al padre Kino 9. A la Condesa de Paredes se le debe a su vez la publicación en 1689, en Madrid, de las obras de Sor Juana —y así se completa un cuadro de relaciones intercontinentales donde circulaban más fácilmente de lo que uno hoy pudiera pensar, amistades, intereses y complicidades.
La memoria histórica de nuestros países no ha dedicado mucha atención a esta ilustre personaje. En Portugal, donde la Casa de Aveiro ha sido brutalmente extinta en 1759, se conservan contadas noticias de su grandeza, de su piedad, de su cultura, y aún de sus pocas actividades artísticas. En España, su recuerdo se mantiene vivo en el Monasterio de Guadalupe, en Cáceres, muy protegido por María Guadalupe como ya lo había sido por sus antepasados portugueses, los Duques de Aveiro. Doña María Guadalupe se hizo enterrar en este monasterio, al lado de su madre y de su hermano D. Raimundo, debajo del altar mayor de la iglesia 10.
Si en la historiografía de la labor misionera, la figura de la Duquesa de Aveiro es mencionada con alguna frecuencia, su personalidad no parece haber interesado hasta ahora a los historiadores de la cultura 11. Es precisamente a algunos aspectos de la personalidad cultural de Dª. María Guadalupe que voy a dedicar estas páginas. Primero, a sus veleidades artísticas que han dejado alguna huella en las fuentes portuguesas, después, a los retratos que de ella nos quedan o de los que tenemos noticia, y finalmente a los libros de su famosa biblioteca más directamente relacionados con la cultura artística y visual.
Dª. María Guadalupe pertenecía a una de las familias portuguesas de más grande alcurnia, los Lencastre (Lancáster, Alencastre o Alencastro), de la Casa de Aveiro, descendientes del rey D. João II (1455-1495), entroncando igualmente, por parte de su madre, con los Duques de Maqueda, en España 12. Nacida en 1630 en el palacio de los duques de Aveiro en Azeitão, en la península de Setúbal, al sur de Lisboa, María Guadalupe era hija del duque de Torres-Novas, D. Jorge de Lencastre y de su segunda mujer, Dª. Ana de Cárdenas y Manrique de Lara, hija del III Duque de Maqueda. Su hermano D. Raimundo, el IV duque de Aveiro, había tomado el partido de Felipe IV después de la sublevación de 1640, pasando a España en 1659, por lo que su casa y bienes fueron confiscados por la corona portuguesa en 1663. Cinco años más tarde, el año del tratado de paz entre Portugal y España, el título de duque de Aveiro, Torres-Novas, etc., fue restituido en la persona de D. Pedro de Lencastre, Inquisidor General, tío de D. Raimundo y de Dª. María Guadalupe.
En 1660, acompañando a su madre, Dª. María Guadalupe se instala igualmente en España, casándose cinco años más tarde con D. Manuel Ponce de León (1633-1693), VI duque de Arcos en 1673. Un año después de su matrimonio, Dª. María Guadalupe hereda todos los títulos españoles de su hermano D. Raimundo, muerto sin sucesión. En 1673 muere a su vez en Portugal su tío D. Pedro, y luego empieza Dª. María Guadalupe a reclamar judicialmente en las administraciones portuguesas el título de Aveiro, que le será finalmente reconocido en 1679, pasando después a su hijo segundo, D. Gabriel, no sin demorado proceso judicial.
Hermana, sobrina y nieta de duques de Aveiro, al parecer, María Guadalupe jamás había dejado de pensar en el título portugués, sea para sí propia, sea con más probabilidad, para uno de sus hijos. Ese propósito se pone de manifiesto en la cláusula matrimonial por la cual quedarían separados las casas y estados españoles de los portugueses, destinados unos y otros a distintos hijos del matrimonio. “Deste Contrato se vê a prudencia, com que esta sábia Matrona estimava a conservaçaõ, e divisaõ dos Estados da Casa de Aveiro, de que naõ era entaõ mais que remota successora, por se achar seu irmaõ o Duque Dom Raymundo casado”, escribe a mediados del siglo siguiente Caetano de Sousa 13.
Como sea, desde prácticamente el comienzo de su matrimonio, María Guadalupe se encontraba a la cabeza de un importante patrimonio, independiente de las posesiones y riquezas de su marido. Ello le ha permitido apoyar la evangelización de regiones lejanas (China, Japón, Filipinas, América), y desarrollar proyectos más personales o más íntimos que tenían que ver con una curiosidad intelectual que se alargaba prácticamente a todas las áreas del conocimiento. Para ello, la Duquesa de Aveiro reunió una impresionante biblioteca de la cual nos hablan con admiración sendos testigos coetáneos y para la que no se vislumbran fácilmente paralelos en su época. La Duquesa murió en olor de santidad, en Madrid, en su casa de la calle del Arenal, el día 7 de febrero de 1715. Anexo a su testamento, firmado en 22 de octubre de 1714, había dejado detalladas instrucciones sobre su entierro en el Monasterio de Guadalupe:
El Lugar de mi entierro, y sepultura, quiero sea el que tengo dispuesto en el dho Rl Monasterio debajo del Arco à espaldas del Altarmayor en el Nicho de en medio de los tres q[ue] ally se encierran pues en los dos de los lados están sepultados los cadaveres de mi Madre (q[ue] haya gloria) y el Duque Dn Raymundo mi hermano, que yo hize llebar pra. que descansen en tan apreciable lugar14.
Los religiosos de Guadalupe han reconstruido después el túmulo con embutidos de mármol que aun hoy se pueden ver allí, pero los nichos han quedado reducidos a un único, el de María Guadalupe.
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Tras el deceso de la piadosa señora, y destinados sin duda a un previsible proceso de beatificación, se han publicado sendos elogios, oraciones fúnebres, y otros llantos universales (ver Anexo 1). Uno de estos opúsculos, el de Pedro Dañón, fue publicado en México, llevando la licencia del Virrey Fernando de Alencastre Noroña y Silva (1641-1717), duque de Linares, primo segundo de Dª. María Guadalupe. Esta publicación constituye lo que parece ser la última mención literaria en México a la duquesa de Aveiro, después de los elogios de Sor Juana. Del Virrey Duque de Linares, dicho sea de paso, se conserva en la Pinacoteca Virreinal un soberbio retrato de Juan Rodríguez Juárez, considerado una de las obras maestras del género en México.
Como sea, en esta literatura de circunstancia, se han basado casi todos los autores portugueses de los siglos XVIII y XIX y aún los de la serie de artículos de El Monasterio de Guadalupe de los años 1930 y 1950 15.
Doña María Guadalupe, pintora
En el primer tomo de El museo pictórico y escala óptica, publicado en el año de la muerte de Dª. María Guadalupe, Palomino situa a la Duquesa entre las “señoras de primera clase (…) que han praticado la pintura”:
La excelentísima señora Doña María Guadalupe, Duquesa de Abeyro, no ha permitido falte en su universal comprensión la de la Pintura; cuya inteligencia acompaña con la de todas buenas letras, y pericia universal de lenguas16.
Esta “comprensión” de la pintura la tenía la Duquesa, según Palomino, por haberla practicado, pero también por tener sobre ella conocimientos teóricos, del tipo de los que ella tenía sobre “todas buenas letras”. Como se sabe, la Duquesa vivía en su casa de Madrid rodeada de una notable colección de pintura, de la que se puede tener una idea por los inventarios post mortem tanto de su marido, el VI duque de Arcos, muerto en 1693 17, como de su hijo D. Joaquín, el VII duque, muerto en 1729, apenas catorce años después de su propio fallecimiento 18.
En la casa de la calle del Arenal había obras de, entre otros, Brueghel el Joven, Correggio, Luca Giordano, Mola, Seghers, Snyders, Van Dyck, Paul de Vos, además de copias de otros maestros del siglo XVI, y, entre los españoles, de Carreño, El Greco, Morales, Murillo, Ribera y Velázquez. Curiosamente, la duquesa no parece haber coleccionado pinturas, además de las que poseyó por razones de devoción. En su inventario post mortem se mencionan “diferentes Pinturas, Bienes y Ropa por ser de poca considerazion de conformidad de sus Exas dichos Sres Duques [de Arcos y de Baños, sus hijos], los han repartido entre la familia de su Ex. dicha Sra Duquesa por cuya razon no se ponen por ynbentario, ni tampoco las Pinturas que en la misma forma se han repartido a las ygl[e]sias de los Estados de Maqueda y de Arcos por haber manifestado su Ex. dicha Sra. Duquesa era de su devozion se executase en esta forma”19.
En realidad, en el Convento de la Purísima Concepción de Marchena, se encuentran algunos marcos con grabados, textos, y algunas pinturas de pequeño formato que pertenecieron a la Duquesa. Entre ellos, una Sagrada Familia de Luca Giordano, cuyas diminutas dimensiones (27,5 x 20,8 cm.) denuncian una función devocional 20.
Palomino habla de los conocimientos universales de la Duquesa, colocando entre ellos la “comprensión y la inteligencia” de la pintura, dejando entrever que la Duquesa era sobre todo una connoisseur.
Sin embargo, Dª. María Guadalupe era, o había sido, más que una inteligente connoisseur de pintura. Las fuentes portuguesas mencionan su labor artística, una labor que, asociada desde luego a la importancia de su rango, ha hecho que ella haya podido ocupar en 1659, en vísperas de salir de Portugal, el cargo de juez en la Hermandad de San Lucas de Lisboa21. Alrededor de 1651, la joven María Guadalupe pintó dos retratos del padre teatino Alberto Maria Ambiveri (1618-1651) 22. Ambiveri, nacido en Bérgamo, había llegado a Lisboa en 1650 con fama de taumaturgo y luego fue protegido por la familia real y por miembros de la alta aristocracia lusa, entre los cuales estaba el duque de Aveiro, D. Raimundo de Lencastre, hermano de Dª. María Guadalupe23. Muy probablemente, los retratos los copió la joven artista del retrato póstumo que un Antonio Lastrosa, “pintor que ainda aprendia [en 1651], e era de pouca fama”, según Caetano De Bem24. Se ha perdido totalmente la huella de este pintor que debe corresponder a un mal identificado “An.to de Lastiosas (?)”, mayordomo en la Hermandad de San Lucas de Lisboa en 1659, en el mismo año en que María Guadalupe fue juez25.
Unos años más tarde, cerca de 1655, se menciona una Nuestra Señora de la Piedad sobre tabla, que la futura duquesa pintó para el Convento de Nuestra Señora de la Concepción de Marvila, entonces en las afueras de Lisboa26.
Finalmente, para el Convento de Nuestra Señora de la Luz de Carnide, igualmente en los alrededores de Lisboa, pintó María Guadalupe varios temas sagrados, entre los cuales había una Virgen María27.
Al parecer, el talento de Dª. María Guadalupe era menos que mediano. A comienzos del siglo XVIII, la Virgen María de Carnide, muy estimada por su propietaria, Sor Margarita Antonia de Santa María, no lo era tanto por sus compañeras religiosas. Estas, escribe Agostinho de Santa Maria, “não vião naquella Santa Imagem a fermosura & perfeyçoens que se devem considerar na Mãy de Deos, & nas suas Imagens, & as mulheres mais attendem à fermosura do que ao que as Imagen representão” 28.
Sor Margarita decidió entonces enviar el cuadro al pintor Bento Coelho da Silveira, para que este, retocándolo, “o rosto da Senhora exprimisse a sua grande fermosura”. El pintor, dice el cronista, “a concertou de sorte que ficou huma suspenção e arrebata os coraçoes de todos os que nella poem os olhos”, opinión sin duda excesiva, pues la hermosura de sus semblantes no era exactamente la primera preocupación del vigoroso fa presto Bento Coelho, que en este aspecto como en otros se puede comparar a su contemporáneo, el sevillano Valdés Leal. Si, por otro lado, Bento Coelho embelleció realmente el rostro de la Virgen, uno tiene que concluir que las compañeras de Sor Margarita tendrían sin duda razón.
Por otro lado, si la Piedad de Marvila es, como afirma Agostinho de Santa Maria “su primera pintura”, los retratos del Padre Ambiveri tendrían que ser más recientes, y la actividad artística de la duquesa se limita a los últimos años de su estancia portuguesa, entre 1655 y 1660, pues no se tiene noticia de que haya continuado pintando en Madrid. Como sea, José da Cunha Taborda, uno de los primeros historiadores de la pintura portuguesa, le ha dedicado algunas páginas elogiosas al inicio del siglo XIX, recogiendo noticias de sus pinturas, alabando su vasta cultura y declinando su genealogía:
“He esta uma heroína, que tanta gloria deu a Portugal pelas grandes virtudes e extraordinarios dotes, de que sua alma foi enriquecida (…), assaz distincta em conhecimentos litterarios, por que grangeou tão bom Nome”29.
Se ha perdido el paradero de todas estas obras que, al parecer, todavía existían en la época de Taborda.
Los retratos de la Duquesa de Aveiro.
El testamento de D. Joaquín Ponce de León, VII duque de Arcos, hijo de Doña María Guadalupe, hecho en Madrid en Mayo de 1729, menciona cuatro retratos de la duquesa (Anexo 2). De estos, el número 3, «de una vara de alto, en figura ovalada», parece corresponder por la forma y las dimensiones (81 x 60 cm.) al cuadro de Ruiz de la Iglesia en el Prado (Fig. 2). La duquesa aparece de medio cuerpo, vestida de viuda, teniendo en la mano izquierda una doble cruz de plata, posiblemente un relicario y, como había dicho Angulo, acusa en su semblante el cruel paso del tiempo30. El retrato, firmado en el borde del marco a la derecha franciscus Ygnatius Ruizis, faciebat famulus tuus, lleva un letrero en el dorso con la inscripción:
La exma. Sa. Da. Maria de Guadalupe, Lancastre y Cardenas Du[quesa] de Aveiro de Arcos y Maqueda, mi madre y Sra., Dios nos la guarde quanto importa y todos hemos menester. A 10 de henro. Año 1706.
Angulo piensa que este letrero lo hizo colocar su hija Isabel, a la sazón casada con el IX duque de Alba, Antonio Álvarez de Toledo (1669-1711). Encontrándose además el retrato en las colecciones de D. Joaquín es más probable que haya sido este el que mandó colocar el letrero. Después de la muerte de la duquesa, se ha hecho inscribir en un marco pintado de forma oval la inscripción DECUS INMORTALE TUORUM AETATISUAE (sic). 85.
Los libros de la duquesa de Aveiro.
Como se ha visto, todos los testimonios contemporáneos, desde Sor Juana y Palomino, hasta Saint-Simon y los elogios fúnebres, coinciden en realzar la amplia cultura de Doña María Guadalupe. Para Antonio de Zamora (Anexo 1, no 8), la duquesa “habló todas las lenguas y era conocedora en todas las ciencias y artes”. Saúl Rada Ragozi (Anexo 1, no 6) afirma que “supo hablar seis lenguas y tenía conocimientos en Filosofía, Teología Moral y Escolástica, Historia, Cosmografía, Esfera y Mapa”. En una oración fúnebre publicada en México, Pedro Dañón coloca curiosa y sintomáticamente en el centro de la actividad espiritual de la duquesa, el oratorio y la librería:
“Era nuestra Exma. María aquella Muger alada, que boló de Portugal a Castilla, de Castilla al Oratorio, del oratorio a la librería, de la librería, contemplando al Cielo” (Anexo 1, no 3).
De hecho, la duquesa de Aveiro formó una biblioteca excepcional que, tras su muerte, su hijo D. Joaquín depositó en el desaparecido convento de Santa Eulalia de Marchena. Por fortuna, el inventario manuscrito de la librería se conserva en la Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional, en Toledo 31. El inventario es un grueso cuaderno de 120 folios con capas de pergamino, donde las obras están agrupadas en nueve secciones designadas por letras, desde la A (SUB LITERA A) hasta la N (SUB LITERA N). Los títulos de estas secciones sugieren una distribución o una tentativa de distribución por materias que en realidad no se verifica, y hay que decir que una nota en el folio 1r previene al lector: “Notese que algunos libros van colocados en clases improprias, y solo con quienes dizen alguna afinidad, para la coordinac.n y complexión perfecta de los caxones”.
El contenido de la biblioteca consta de 4374 volúmenes publicados en prácticamente todos los centros libreros de Europa y aun de América y abarca los más variados ramos del saber. Es imposible dar en este momento una idea de la riqueza y la variedad de las obras que poseyó la Duquesa. Un ejemplo apenas, relacionado con su tan comentado conocimiento de lenguas. En la librería había diccionarios de griego y latín, de latín-alemán, latín-francés, latín-inglés, francésflamenco, francés-alemán, inglés-español e italiano, además del diccionario de ocho lenguas de Ambrosius Calepinus, y de gramáticas francesas, portuguesas, españolas, alemanas e italianas. Más directamente relacionados con los intereses misioneros de la Duquesa, menciónense aún tres libros sobre la lengua cumanagota, uno de los idiomas nativos del Caribe.
Sin gran sorpresa, descubrimos que Doña María Guadalupe se interesaba por la organización y la historia de las bibliotecas. En la librería se encontraban dos manuales de biblioteconomía, el de Francisco de Araoz, De bene disponenda bibliotheca, Madrid, 1631 (Sub litera G, fol. 48r, no 176), y el de Louis Jacob, Traité des plus belles bibliothèques publiques et particulières, París, 1644 (Sub litera L, fol. 79r, no 492). Además de los catálogos de la biblioteca del Marqués de Montealegre por José Maldonado y Pardo (Sub litera G, fol. 44v, no 27), y el inventario manuscrito de la librería de Lucas Cortez (Sub litera K, fol. 64r, no 36).
Por otro lado, un número reducido de libros había sido agregado por Joaquín Ponce de León, como unos Llantos en la muerte de la Exma Señora Duquesa de Abeiro (Sub litera G, no. 108) y unos Sermones en las exequias de la Exma Señora Duquesa de Abeiro, (Sub litera K, no. 63), que debían corresponder, por lo menos en parte, a los opúsculos mencionados en el Anexo 1.
De manera general, la librería de la duquesa de Aveiro corresponde al modelo de biblioteca barroca del que habla Luis Miguel Enciso Recio, pues en ella siguen predominando “los contenidos religiosos, y singularmente la Teología tradicional, la Moral, la Apologética, los libros de devoción, las vidas de santos, los sermones (…), y, en definitiva, la huella del catolicismo tridentino”32.
Como sea, María Guadalupe poseía muchas otras obras sobre muchos otros temas, pero entre ellas vale destacar en el ámbito de este breve estudio dos grupos que por si solos justifican la fama de connoisseur de la que nos hablaba Palomino, los libros de emblemas (Anexo 3) y los tratados artísticos (Anexo 4). Otros libros de su biblioteca —de geometría, anatomía, sobre las pasiones del alma o sobre monumentos antiguos— habrían contribuido por cierto a la formación de una cultura visual que no sería muy común entre las mujeres de su rango. Pero quedémonos, de momento, por aquí, con la imagen fuerte de una mujer a quien en pleno período barroco el temor de Dios no impidió la curiosidad por las obras humanas.
Anexo 1. Elogios fúnebres de la Duquesa de Aveiro.
1. Breve noticia de la enfermedad, muerte y entierro de la Excelentissima Señora Duquesa de Aveyro, y Maqueda, mi señora Doña Maria Guadalupe, Lancaster y Cardenas. Viuda del Excelentissimo Señor Don Manuel Ponce de Leon, Duque de Arcos : y madre de los Excelentissimos Señores Don Joachin Ponce de Leon, Duque de Arcos, de Aveyro, y de Maqueda; Don Gabriel Ponce de Leon, Duque de Baños; y de mi señora Doña Isabel Ponce de Leon, Duqesa Viuda de Alva, Madrid, 1715.
2. Padre Joseph Butron y Muxica, S.J., A la Muerte de la Excma. Señora Doña Maria de Lancaster y Cardenas, que por su devocion quiso llamarse de Guadalupe, Duquesa de Aveyro y Maqueda. Hypothiposis del dolor…, s.l., s.d.
3. Pedro Dañón, Sombra Funebre, Oracion que dixo el R. P . Fray Pedro Dañon… en la honras que hizo el Rmo. Padre Fr. Rodrigo de la Cruz, Prefecto General de la Religion Bethlemitica, en su Convento de Bethlen…, Mexico, 1715.
4. Nicolás Gallo del Castillo, Llanto Universal de España, del Orbe y de la Iglesia. En la muerte de la Excelentissima Señora Doña Maria Guadalupe Lancaster y Cardenas, Duquesa de Aveyro, y Maqueda, s.l., s.d.
5. Bernardo Monterde, Estatua funeral de la Alexandra Portuguesa precedida en la historica de Alexandro de Macedonia. Oracion Evangelica Panegyrica : en las Celebres Exequias de la Excelentissima Señora Doña Maria de Guadalupe… Convento de San Francisco de la Villa de Torrijos…, Zaragoza, 1718.
6. Saúl Rada Ragozi, Numeroso Universal Lamento a la Muerte de la Exma. Señora Doña Maria de Guadalupe…, s.l., s.d.
7. Fr. Felix Joseph de Ubrique, Oracion funebre en las exequias… en su convento de Ros. Padres Capuchinos de … Marchena, Lunes dia 10 de Febrero deste año de 1716, Sevilla, 1716.
8. Antonio de Zamora, Metrico y conciso manifiesto, en que… grita… las aplaudidas virtudes de… Da. Maria de Lencaster y Cardenas…, s.l., s.d.
Anexo 2. Retratos de la Duquesa de Aveiro.
(Testamento de D. Joaquín Ponce de León, Duque de Arcos, 7 y 12 de Mayo de 1729. Archivo Histórico de Protocolos de Madrid, Prot. 14.929)
1. fol. 1091v, no 240. Una Pintura del Retrato de la Ex.ma Sra María de Guadalupe Duquesa de Aveyro, de Una Vara de alto, y tres cuartas de ancho, con marco dorado y tallado.
2. fol. 1091v, no 243. Una Pintura del Retrato de la Ex.ma Sra Duquesa de Aveyro de media Vara de alto, y Una tercia de ancho, marco dorado.
3. fol. 1091v, no 246. Una Pintura de Un Retrato de la Ex.ma Sra Dª.María de Guadalupe, de Una Vara de alto, en figura obalada, con marco dorado.
4. fol. 1093v, no 285. Una Pintura del Retrato de la Ex.ma Sra Duquesa de Aveyro Arcos y Maqueda, de Vara y quarta de alto, y una de ancho. no 188.
Anexo 3. Libros de emblemas en la biblioteca de la duquesa de Aveiro
1. “Emblemata academia altorfina, Norimberge”, Sub litera G, fol. 45v, no 79. Academia Altorfina, Emblemata anniversaria Academiæ Altorfinæ studiorvm iuventutis exercitandorum causa proposita et variorum orationibus exposita, Christophorus Lochnerus, Nuremberga, 1597.
2. “Andreas Alsiatus, Emblemata cum commentis, Parisiis”, Sub litera E, fol. 37v, no 77. Andrea Alciato, Omnia Andreae Alciati V. C. Emblemata : Cum commentariis, Hieronymum de Marnef y Viuda de Gulielmi Cauellat, 1583.
3. “Juan Marquela, Emblemas de Alciato, Leon”, Sub litera M, fol. 98r, no 295. Andrea Alciato, Giovanni Marquale, Diverse imprese accommodate a diuerse moralità, con versi che i loro significati dichiarano insieme con molte altre nella lingua Italiana non piu tradotte, Guillaume Rovillé, León de Francia, 1564.
4. “Admirado, Empressas, Florencia”, Sub litera L, fol. 76r, no 343. Scipione Ammirato, Il Rota, overo, Delle imprese dialogo, Filippo Giunti, Florencia, 1598
5. “Scipion Bargabli, Empressas, Venecia”, Sub litera L, fol. 72r, no 288. Scipione Bargagli, Dell’Imprese di Scipion Bargagli gentil’huomo sanese. Alla prima Parte, la Seconda, e la Terza nouvamente aggiunte: Dove, doppo tutte l’opere così scritte a penna, come stampate, ch’egli potuto ha leggendo vedere di coloro, che della materia dell’Imprese hanno parlato, della vera natura di quelle si ragiona. Alla Regia, e Cesarea Maestà del savissimo, ed ottimo Imperadore Ridolfo, el Secondo, dedicate, Francesco de’ Franceschi Senese, Venice, 1594.
6. “Juan Boccaccio, Genealogia de los Dioses, Venecia”, Sub litera L, fol. 75r, no 303. Giovanni Boccaccio, Genealogia degli dei, Comino da Trino, Venecia, 1547.
7. “Juan de Borjas, Empressas morales, Brusellas”, Sub litera F, fol. 74v, no 35. Juan de Borja, Empresas morales, compuestas por ... Juan de Borja ... Sacalas a luz ... don Francisco de Borja, Francisco Foppens, Brusselas, 1680
8. “Nicolas Causino, Symbolos selectos, lib 1 y 2, tom. 1-2, Madrid”, Sub litera F , fol. 40v, no 38. Nicolas Caussin, Simbolos selectos y parabolas historicas, Juan Garcia Infançon, Madrid, 1677.
9. “Sebastian de Covarrubias, Emblemas morales, Madrid”, Sub litera F, fol. 40v, no 37. Sebastián de Covarrubias y Orozco, Emblemas morales de Don Sebastian de Couarrubias Orozco : capellan del Rey N. S. Maestrescuela, y canonigo de Cuenca, consultor del santo oficio, Luis Sanchez, Madrid, 1610.
10. “Joannes de Ee, Monas hieroglyphica, Antuerp.”, Sub litera H, fol. 52r, no 97. John Dee, Monas Hieroglyphica, Silvius, Amberes, 1564.
11. “Juan Ferro, Theatro de empressas, p. 1 y 2, Venecia”, Sub litera L, fol. 69v, no 70. Giovanni Ferro, Teatro d’imprese di Giovanni Ferro, Giacomo Sarzina, Venecia, 1623.
12. “Emblemas amorosas, Oland.”, Sub litera L, fol. 90r, no 978. Daniel Heinsius, Emblemata amatoria. Afbeeldinghen van minne. Emblemes d’amovr, W. Ianszoon, Amsterdam, 1618. Cf. van Veen.
13. “Alexander Luzon, Idea polytica veri christiani, Bruxelle.”, Sub litera E, fol. 36 v, no 32. Alexander Luzón de Millares, Idea politica veri Christiani, Francisco Foppens, Bruselas, 1604.
14. “Hieronimus Natalis, Meditationes evangelice totius anni, Antuerp.”, Sub litera E, fol. 36 v, no 29. Hieronymus Natalis, Adnotationes et meditationes in evangelia qvae in sacrosancto missae sacrificio toto anno legvntvr; ... Accessit & index historiam ipsam euangelicam in ordinem temporis vitæ Christi distribuens, Martinus Nutius, Amberes, 1594.
15. “Francisco Nuñez, Empressas sacras, Leon”, Sub litera F, fol. 40 v, no 34. Francisco Núñez de Cepeda, Idea de el Buen Pastor copiada por los SS. Doctores, representada da en empresas sacras: con avisos espirituales, morales, políticos, y económicos para el govierno de un príncipe ecclesiástico. Dedicada al Eminentissim. Señor Don Luis Cardenal Portocarrero ... Arçobispo de Toledo, Anisson y Posuel, León de Francia, 1682.
16. “Juan Palazzi, Discurso sobre empressas, Bolonia”, Sub litera L, fol. 86v, no 832. Giovanni Andrea Palazzi, I Discorsi di M. Gio. Andrea Palazzi sopra l’Imprese. Recitati nell’Academia d’Urbino. Con la tauola della cose più notabili, che in loro si contengono, Alessandro Benacci, Bolonia, 1575.
17. “Melchor Prieto, Psalmodia eucharistica, Mad.”, Sub litera F, fol. 40 v, no 28. Melchor Prieto, Jean de Courbes, Alardo de Popma, Juan Schorquens, Luis Sánchez, Psalmodia eucharistica, Luis Sanchez, Madrid, 1622.
18. “Cesar Ripa, Imagenes Universales, Milan”, Sub litera L, fol. 85r, no 766. Cesare Ripa, Iconologia overo Descrittione delle Imagini vniuersali : Cauate dalle Statue, & Medaglie antiche, & da buonissimi Auttori Greci, & Latini, Gierolamo Bordone y Pietro Martire Locarni, Milan, 1602.
19. “Rucelli, Empressas, Venecia”, Sub litera L, fol. 72r, no 179 y Sub litera M, fol. 96r, no 222. Girolamo Ruscelli, Le Imprese illustri con espositioni, et discorsi del Sor. Ieronimo Ruscelli, Francesco Rampazetto, Venice, 1566.
20. “Diego Saabedra, Idea de un principe christiano, Amstedol.”, Sub litera F , fol. 43r, no 143. Diego de Saavedra Fajardo, Idea de un Principe politico Christiano representada en cien Empresas Dedicada al Principe de las Españas nuestro Señor por Don Diego Saavedra Fajardo del Consejo de Su Magestad en el Supremo de las Indias, i su Embajador extraordinario en Mantua i Esguizaros i Residente en Alemania, I. Ianssonium Iuniorem, Amsterdam, 1659.
21. “Pietrus Valerianus, Hieroglyphica, Lugduni”, fol. 36v, Sub litera E, no 25. Johannes Pierius Valerianus, Hieroglyphica sive de sacris Aegyptiorum, aliarum gentium literis commentarii : A Caelio Augustino Curione duobus Libris aucti, & multis imaginibus illustrati, Bartholomaeum Honoratum, León de Francia, 1579.
22. “Emblemas amorosas, Oland.”, Sub litera L, fol. 90r, no 978. Otto van Veen, Amorum emblemata, figuris aeneis incisa, Amberes, 1618. Cf. Heinsius.
23. “Juan de Villalba, Empressas morales y espirituales, Baeza”, Sub litera F, fol. 40v, no 36.
Juan Francisco de Villalva, Empresas Espirituales y Morales, en que se finge, que diferentes supuestos las traen al modo estrangero, representando el pensamiento, en que mas pueden senÞalarse: assi en virtud, como en vicio, de manera que puedan servir à la Christiana pietad. Por ocasión de la primera Empresa, que se dirige al supremo Consejo de la santa y general Inquisicion de España, se hace un largo discurso apologetico, contra la seta de los Agapetas y Alumbrados, Fernando Diaz de Montoya, Baeza, 1613
Anexo 4. Tratados artísticos en la biblioteca de la duquesa de Aveiro
1. “Alberti, Architectura, Venecia”, Sub litera L, fol. 72r, no 169. Leon Battista Alberti, I dieci libri de l’architettvra, V. Vavgris, Venecia, 1546.
2. “Juan de Arphe, Geometria, escultura y architectura, Madrid”, Sub litera H, fol. 51r, no 40. Juan de Arfe y Villafañe, Varia conmensuracion para la escultura y arquitectura, Francisco Sanz, Madrid, 1675.
3. “Juan Butron, Del arte de pintar, Madrid”, Sub litera H, fol. 52v, no 103. Juan de Butrón, Discursos apologeticos : en que se defiende la ingenuidad del arte de la pintura, que es liberal, de todos derechos, no inferior a las siete que comunmente se reciben, Luis Sanchez, Madrid, 1626
4. “Albertus Durerus, De geometria, Parisis», Sub litera H, fol. 51r, no 39. Albrecht Dürer, Albertus Durerus Nurembergensis pictor huius ætatis celeberrimus, versus è Germanica lingua in Latinum ... Quatuor his suaru[m] Institutionum geometricarum libris ... Denuo ad scripti exemplaris fidem omnia diligenter recognita, emendatius iam in lucem exeunt, Christiani Wecheli, Paris, 1534
Giovanni Paolo Lomazzo, Trattato dell’arte de la pittura, di Gio. Paolo Lomazzo, Milanese pittore, diviso in sette libri, ne’quali si contiene tutta la theorica, & la prattica d’essa pittura, Paolo Gottardo Pontio, Milan, 1584
5. “Pablo Lomazzo, Arte de pintar, Milan”, Sub litera L, fol. 75v, no 330
6. “Joannes Molanus, De imaginibus sacris, Lovanii”, Sub litera E, fol. 39r, no 136. Joannes Molanus, De Pictvris Et Imaginibvs Sacris, Liber Vnvs : tractans de vitandis circa eas abusibus, & de earundem significationibus, Wellaeus, Lovaina, 1570.
7. “Andres Palladio, De architectura, Valladolid”, Sub litera H, fol. 50v, no 37. Andrea Palladio, Libro primero de la Architectura de Andrea Palladio : que trata de cinco ordenes para fabricar, y otras advertencias traduzido de toscano en castellano, por Fracisco Praues..., Iuan Lasso, Valladolid, 1625.
8. “Paleotti, Imagenes profanas y sagradas, Bolonia”, Sub litera L, fol. 78v, no 456. Gabriele Paleotti, Discorso intorno alle imagini sacre et profane diuiso in cinque Libri : Doue si scouprono varij abusi loco, [Et si dichiara il vero modo che christianamente si doueria _ nel por le nelle chiese, nelle case, & in ogni altro luogo] ; Raccolto & posto insieme ad vtile delle anime per commißione, Alessandro Benacci, Bologna, 1582.
9. “Antonio Palomino, Theorica de la pintura, tom. 1, Madrid”, Sub litera H, fol. 51r, no 55. Antonio Palomino de Castro y Velasco, Theoórica de la pintura, Lucas Antonio de Bedmar, Madrid, 1715.
10. “Jorge Vasari, Vida de ilustres pintores, P . 1 y 2, Florencia”, Sub litera L, fol. 71r, no 143. “Vasari, Vida de ilustres pintores, P . 3 tom. 1, Florencia”, Sub litera L, fol. 71v, no 144. “Vasari, Vida de ilustres pintores, P . 3, tom. 2, Florencia”, Sub litera L, fol. 71v, no 145. Giorgio Vasari, Le vite de piv eccellenti architetti, pittori, et scvltori italiani, da Cimabve insino a’ tempi nostri: descritte in lingua toscana, Torrentino, Florencia, 1550.
11. “Jacobo Barozzi, Reglas de perspectiva, Roma”, Sub litera L, fol. 68v, no 32.
Jacopo Barozzi da Vignola, Le Due regole della prospettiva, F. Zannetti, Roma, 1583 12. “Vitruvius, De architectura, pictura et sculptura, Amstelod.”, Sub litera H, fol. 51r, no 38. Vitruvius Pollio, Guillaume Philandrier, Daniel Barbaro, Claude Saumaise, Nikolaus Goldmann, M. Vitruuii Pollionis De architectura libri decem. : Cum notis, castigationibus & observationibus Guilielmi Philandri integris; Danielis Barbari excerptis, & Claudii Salmasii passim insertis. Præmittuntur Elementa architecturæ collecta ab ... Henrico Wottono ... Accedunt Lexicon Vitruvianum Bernardini Baldi Vrbinatis ... et ejusdem Scamilli impares Vitruviani. De pictura libri tres absolutissimi Leonis Baptistæ de Albertis. De sculptura, excerpta maxime animadvertenda ex dialogo Pomponii Gaurici Neapolit. Ludovici Demontiosii Commentarius de sculptura et pictura. Cum variis indicibus copiosissimis, Ludouicum Elzevirium, Amsterdam, 1649.
NOTAS
1 Saint-Simon, Mémoires, Gallimard, Pléiade, París, vol. 1, p. 853. Este trabajo ha sido realizado en el ámbito de un proyecto de investigación financiado por el Conseil de recherche en sciences humaines du Canada. Agradezco a Xavier Portús por varias referencias bibliográficas y por llevarme a las reservas del Prado y a Fernando Bouza por haberme introducido a los Archivos de Toledo.
2 Saint-Simon, Mémoires, Gallimard, Pléiade, París, vol. 1, p. 959.
3 Sor Juana Inés de la Cruz, Obras completas, Fondo de Cultura Económica, México, 1951-1957, vol. I, pp. 100-105.
4 Sor Juana Inés de la Cruz, Obras completas, Fondo de Cultura Económica, México, 1951-1957, vol. I, p. 101.
5 Sor Juana Inés de la Cruz, Obras completas, Fondo de Cultura Económica, México, 1951-1957, vol. IV, p. 462.
6 Sor Juana Inés de la Cruz, Obras completas, Fondo de Cultura Económica, México, 1951-1957, vol. I, pp. 104.
7 Ernest J. Burrus, Kino escribe a la Duquesa. Correspondencia del P . Eusebio Francisco Kino con la Duquesa de Aveiro, y otros documentos, Ediciones José Porrúa Turanzas, Madrid, 1964. Sobre la correspondencia entre Kino y la Duquesa ver aun Herbert Eugene Bolton, Rim of Christendom. A biography of Eusebio Francisco Kino, Pacific coast pioneer [1936], Russell and Russell, New York, 1960, especialmente pp. 55-69.
8 Sor Juana Inés de la Cruz, Obras completas, Fondo de Cultura Económica, México, 1951-1957, vol. I, pp. 104.
9 Ernest J. Burrus, Kino escribe a la Duquesa. Correspondencia del P . Eusebio Francisco Kino con la Duquesa de Aveiro, y otros documentos, Ediciones José Porrúa Turanzas, Madrid, 1964, pp. 113, 160-161.
10 Fr. Jerónimo Bonilla, O.F.M., “La Excma. Sra. doña María de Guadalupe Lancáster y Cárdenas, Duquesa de Aveiro, y el translado de sus restos a Guadalupe”, El Monasterio de Guadalupe, t. XVI, fas. 231, 1931, pp. 130-134; t. XVI, fasc. 232, 1931, pp. 165-168; t. XVI, fasc. 233, 1931, pp. 197-200; t. XVII, fasc. 243, 1932, pp. 134-138. Gervasio Velo Nieto, “María de Guadalupe Alencastre (Duquesa de Arcos, Aveiro y Maqueda)”, El Monasterio de Guadalupe, t. XXXVI, fasc. 452, 1953, pp. 320-321; t. XXXVII, fasc. 454, 1954, pp. 30-33; t. XXXVII, fasc. 455, 1954, pp. 66-69; t. XXXVII,fasc. 458, 1954, pp. 133-136; t. XXXVII, fasc. 459, 1954, pp. 169-172; t. XXXVII, fac. 460, 1954, pp. 185188.
11 Tengo noticia sin embargo de un trabajo no publicado de Natalia Maillard Álvarez, ”¿Pervivencia o innovación cultural? La biblioteca depositada por el Duque de Arcos en el convento de Santa Eulalia de Marchena (1718)”, presentado en las XIV Jornadas de Historia de Marchena en octubre de 2008, que todavía no he podido consultar.
12 D. António Caetano de Sousa, Historia Genealogica da Casa Real Portuguesa, Oficina Silviana, Lisboa, vol. XI, 1745, pp. 98-103. Grande Enciclopédia Portuguesa e Brasileira, Editorial Enciclopédia, Lisboa, vol. 3, 1935, pp. 808-810.
13 D. António Caetano de Sousa, Historia Genealogica da Casa Real Portuguesa, Oficina Silviana, Lisboa, vol. XI, 1745, p. 100.
14 Archivo Histórico de Protocolos de Madrid, Prot. 11.574, fol. 390r.
15 Ver nota 10.
16 Antonio Palomino de Castro y Velasco, El Museo Pictórico y Escala Óptica [1715-1724], M. Aguilar, Madrid, 1947, p. 253.
17 Marcus B. Burke, Peter Cherry y Maria L. Gilbert, Collections of pain tings in Madrid, 1601-1755, The Getty Information Institute, s. l., 1997.
18 Archivo Histórico de Protocolos de Madrid, Prot. 14.929. Sobre este inventario ver María Cruz de Carlos Varona, “Sobre el supuesto boceto de Las Meninas y otros Velázquez que poseyó el Duque de Arcos”, Symposium Internacional Velázquez, Sevilla, 8-11 de noviembre de 1999, Junta de Andalucía, Consejería de Cultura, 2004, pp. 329-340.
19 Archivo Histórico de Protocolos de Madrid, Prot. 11.555, fol. 845r845v.
20 Luis Francisco Martínez Montiel y Fernando Pérez Mulet, coord., La imagen reflejada, Andalucía, espejo de Europa, Iglesia de Santa Cruz de Cádiz, 12 de noviembre de 2007 - 30 de enero 2008, s.l., Junta de Andalucía, 2007, pp. 136-137. Otro marco con grabados reproducido en Guía artística de Sevilla y su provincia, Diputación Provincial de Sevilla, Sevilla,
1981, p. 468.
21 Francisco Augusto Garcez Teixeira, A Irmandade de S. Lucas. Estudo do seu Arquivo, Lisboa, 1931, p. 123.
22 Antonio Caetano de Sousa, Agiologio Lusitano, vol. IV, Officina Sylviana, Lisboa, 1744, p. 466.
23 Thomaz Caetano De Bem, Vida do V. P . D. Alberto Maria Ambiveri, Regia Officina Typografica, Lisboa, 1782.
24 Thomaz Caetano De Bem, Vida do V. P . D. Alberto Maria Ambiveri, Regia Officina Typografica, Lisboa, 1782, p. 223.
25 Francisco Augusto Garcez Teixeira, A Irmandade de S. Lucas. Estudo do seu Arquivo, Lisboa, 1931, p. 123.
26 Agostinho de Santa Maria, Santuario Mariano, Antonio Pedrozo Galrao, Lisboa, vol. VII, 1721, pp. 171175.
27 Agostinho de Santa Maria, Santuario Mariano, Antonio Pedrozo Galrao, Lisboa, vol. VII, 1721, pp. 171175.
28 Agostinho de Santa Maria, Santuario Mariano, Antonio Pedrozo Galrao, Lisboa, vol. VII, 1721, p. 175.
29 José da Cunha Taborda, Regras da arte da Pintura [1815], Imprensa da Universidade, Coimbra, 1922, pp. 223-225.
30 Diego Angulo Iñíguez, “Francisco Ignacio Ruiz de la Iglesia”, Archivo español de arte, t. LII, fasc. 208, 1979, pp. 367-404.
31 Memoria de los Libros que tiene la Librería de la Exma Sra Duqsa de Abeiro y Maqueda Mi Sra Dios la Tga En su Ga. Año de 1718, Toledo, Archivo Histórico Nacional, Sección Nobleza, OSUNA 173,2 Leg. 173/23.
32 Luis Miguel Enciso Recio, Barroco e ilustración en las bibliotecas privadas españolas del siglo XVIII, Real Academia de la Historia, Madrid, 2002, p. 37.