Bibliotecas y mi colección de libros

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Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

viernes, 17 de marzo de 2017

406.-Biblioteca de obispo Richard de Bury (Edad media).-a




RICHARD DE BURY.

Prelado, hombre polí­tico y humanista inglés. Nació en Bury St. Edmunds (condado de Suffolk-Oeste) en enero de 1281 y murió en su castillo de Auckland el 14 de abril de 1345. Estudió Filo­sofía y Teología en Oxford, fue luego preceptor del futuro Eduardo III, más tarde (1333) obispo de Durham y canciller de In­glaterra en 1334. Adquirió gran número de manuscritos por los que sentía verdadera pasión. Se le debe un Philobiblon (1345, v.), guía de lectura que alcanzó gran éxito y fue impresa en Colonia a partir de 1473.

Obispo de Durham.

El obispo  de Durham es un  obispo ordinario de la Iglesia de Inglaterra con jurisdicción en la diócesis de Durham, provincia de York. La diócesis es una de las más antiguas del país y su obispo es miembro ex-officio de la Cámara de los Lores.
Desde el siglo vii, además de autoridad espiritual, el obispo de Durham actuaba también investido de autoridad civil en tanto que lord de la liberty de Durham con los mismos poderes que ejercía el rey en otros territorios. El obispo nombraba a los oficiales locales y ejercía jurisdicción en sus propio tribunales. 
Tras la conquista normanda de Inglaterra el obispo vio confirmados sus privilegios al transformarse la región en el condado palatino de Durham. Por ser su titular le correspondía el tratamiento de un príncipe-obispo y su rango equivalía al de un conde. 
Excepto por un breve periodo de tiempo durante la revolución gloriosa en que fue suprimido, el poder temporal del obispo se extendió hasta 1836, fecha en que, mediante una ley del parlamento fue abolido y transferido a la corona.

San Cutberto de Lindisfarne.

San Cutberto de Lindisfarne (c. 634-20 de marzo de 687), monje y obispo anglosajón, uno de los más importantes santos de la Inglaterra medieval y santo patrón de Northumbria. Su fiesta se celebra el 20 de marzo.
Era originario de Northumbria, probablemente de Dunbar, hoy en Escocia. Aunque era joven pastor, tuvo una visión una noche del alma de Aidan de Lindisfarne, un misionero cristiano que reavivó el cristianismo en Northumbria, conducido al cielo por unos ángeles. Se convirtió en monje en el monasterio de Melrose en 651, y poco después fue soldado unos años.
A su retorno al monasterio, su reputación de piadoso, su diligencia y su obediencia agradaron sumamente. Alchfrith, rey de Deira, fundó un nuevo monasterio en Ripon y Cutberto fue nombrado praepositus hospitum o encargado de su hospicio. Sin embargo, Alchfrith adoptó las costumbres de la Iglesia católica y en 661 los monjes que seguían las tradiciones celtas volvieron a Melrose. Cuando la enfermedad golpeó el convento en 664, el prior murió y Cutberto fue elegido prior en su lugar.
Parece que, después del sínodo de Whitby (664), Cutberto aceptó la liturgia romana. Por petición de su antiguo abad, Eata de Lindisfarne, fue nombrado entonces prior de Lindisfarne para introducir allí la liturgia romana.
Desde 676 adoptó una vida solitaria de ermitaño aislado en una gruta. En las Islas Farne instituyó leyes especiales a fin de proteger a los pájaros que venían a anidar en estas islas. Estas leyes podrían haber sido las primeras leyes para proteger a los pájaros del mundo.
En 684 Cutberto fue ordenado obispo de Lindisfarne por Teodoro de Canterbury. Reticente a abandonar su aislamiento, fue preciso que una delegación más grande, conducida por el rey Ecgfrith o Egfrido de Northumbria, viniera a convencerlo. Fue finalmente consagrado en York el 26 de marzo de 685. En 686 volvió a las Islas Farne, donde murió. Fue enterrado en Lindisfarne y su cuerpo fue llevado a la Catedral de Durham para evitar el pillaje de los vikingos sobre Lindisfarne en 793. A este Santo le fue concebida la península de Cartmel.




Antony bek

Antony Bek (también escrito Beck y Beke; c.1245 – 3 de marzo de 1311) fue obispo de Durham y patriarca de Jerusalén



(24 de enero de 1287 – 14 de abril de 1345), también conocido como Richard Aungerville (o Aungervyle), fue un escritor, bibliófilo, monje benedictino, obispo de Durham de 1333 a 1345 y uno de los primeros coleccionistas de libros de Inglaterra. Se le recuerda primordialmente por su obra Filobiblión, escrita para enseñar a los clérigos el amor a los libros. Esta obra se considera como una de las primeras en discutir a fondo la actividad bibliotecaria.

Sello oficial del obispo Richard de Bury. El texto en latín dice: Dunelmensis: epi. Ricardi: dei grat., de Durham: Obispo Ricardi , por la gracia de Dios.

Richard Aungerville, más tarde llamado De Bury, nace en Bury St. Edmund (Suffolk, Inglaterra) en 1287. Su padre, un caballero homónimo de Leicester, muere siendo éste aún niño, por lo que hubo de criarse con su tío, John of Willoughby. Entre 1302-1312 Richard cursa estudios en la Universidad de Oxford, en donde es muy posible que coincidiera con personajes de la talla de Duns Scoto y Guillermo de Ockham. 
Tras su formación universitaria, Richard será ordenado monje benedictino, entrando inicialmente al servicio de Walter Langton -tesorero real y obispo de Lichfield-. Más tarde figura como empleado de hacienda de un jovencísimo Eduardo de Windsor -futuro rey Eduardo III de Inglaterra- llegando a chambelán del Condado de Chester.
 Se cree que De Bury también pudo ejercer como tutor del joven príncipe de 1323 a 1326. En marzo de 1325, Richard acompañaría a la reina Isabel y al heredero en su viaje a Francia, a fin de concertar un tratado con el hermano de aquélla, el vecino rey Carlos IV le Bel, logrando Richard como recompensa el cargo de Condestable de Burdeos (1326) –territorio por entonces bajo soberanía del reino inglés-.

Howard Pyle. Richard de Bury como tutor
 del joven Eduardo III.  Delaware Art Museum.
.
Involucrado en la Revuelta de los Barones (1326-1327) contra Eduardo II de Inglaterra y el amante de éste, Hugo Despenser el joven, De Bury tomará partido por el bando de Isabel de Francia y el de su amante, Sir Roger Mortimer, a la postre ganador. El rey inglés será capturado, obligado a abdicar en favor de su hijo y, finalmente, ajusticiado. El recién entronizado Eduardo III dará sin embargo un golpe de mano contra la regencia materna, confinándola a ella en el castillo de Rising, y ajusticiando al amante. En cualquier caso el nuevo monarca no se olvida de los servicios prestados por su antiguo tutor, y le nombra Guardián del Sello Privado y del Tesoro Real (1329-1333), obteniendo además múltiples prebendas eclesiásticas.

Por orden del joven rey de Inglaterra, en 1330 De Bury es enviado en misión diplomática a la Corte del Papa Juan XXII en Aviñón, a fin de negociar el apoyo papal al reciente golpe de estado. Richard no deja pasar la ocasión para conseguir una capellanía papal y la promesa de ser candidato predilecto al siguiente obispado que quedase vacante en Inglaterra.
 En esta Corte Pontificia De Bury conocerá a Petrarca, el cual nos le describe como “un hombre de mente viva y no ignorante de las letras, quizá demasiado inquieto por conocer los secretos del mundo que nos ha tocado vivir”. 
El poeta humanista italiano le inquirirá acerca de la mítica isla de Thule y Richard prometerá escribirle desde Inglaterra aportándole más información -cosa que finalmente nunca llevaría a cabo- (Petrarca. Epistole Familiari Libro III. Lettera a Tommaso Caloiro).

En 1333 regresará de nuevo a Aviñón y a París, en donde sabemos que cultiva su gusto por adquirir manuscritos. Este mismo año, habiendo quedado vacante la mitra de Durham, el cabildo de la catedral monástica escoge a uno de sus monjes, Robert de Graystanes, como su nuevo obispo, pero será por poco tiempo, ya que la suma de los poderes Real y Papal impone a De Bury en la cátedra episcopal (1334), regresando aquel pretendiente monacal “con gratitud” a su clausura. 
El mandato episcopal de Richard de Bury seguramente fuera bueno, aunque éste a menudo se vería obligado a ausentarse de su diócesis: y es que además de ser Lord del Tesoro, entre 1334-1337 De Bury también pasó a ejercer de Canciller de Inglaterra, a lo que hay que  sumar que el rey no dejaba de encomendarle nuevas misiones diplomáticas en Francia, Escocia, Flandes y Alemania.

A buen seguro, y a medida que fuera envejeciendo, Richard gustaría cada vez más de ejercer en su catedral y de gozar de la compañía de “sus mejores amigos”, los libros que éste compulsivamente coleccionaba. Como más adelante veremos, Richard de Bury adquiere libros por medio de obsequios a su persona, de compras y de préstamos (Philobiblion, Cap. VIII).



Las obras escritas por Richard de Bury -de las que tenemos hasta ahora conocimiento- son sólo tres: un Liber epistolaris quondam Ricardi de Bury (N.Denholm-Young ed.., 1950), un Orationes ad Principes y, sobre todo, su Philobiblion. Sólo a través de las abundantes referencias en él contenidas podemos llegar a esbozar qué autores y temáticas figuraban en su colección (Brechka, F.T., p. 308-310):

Entre sus volúmenes había, por supuesto, versiones de la Vulgata y de los Padres de la Iglesia -Ambrosio, Agustín, Gregorio, Jerónimo, Tertuliano y Orígenes-, pero también había sitio para la Teología mística de Dionisio Areopagita y la literatura esotérica del Hermes Trimegisto.

Entre las obras jurídicas tendríamos las Pandectas de Justiniano, pero también tratados de gobierno, como el Policraticus de Juan de Salisbury, o la epístola misógina De non ducenda uxore de Valerio a Rufino.

En cuanto a los tratados científicos, Richard poseyó la Técnica del médico Galeno, la Geometría de Euclides, la Historia Natural de Plinio o la Astronomía de Ptolomeo. Interesado por las lenguas latina, griega y hebrea, tuvo también las gramáticas latinas de Donato, Phocas, y Prisciano. La retórica clásica estaría representada por autores como Cicerón, Demóstenes, Isócrates y Valerio Maximo. También figuraría un “libro de libros”: Las Noches Áticas de Aulo Gelio, la Consolación de la Filosofía de su apreciado Boecio –autor de referencia en su Philobiblion– y múltiples obras líricas de autores como Lucrecio, Macrobio, Martiniano, Sidonio, Virgilio, Séneca y Casiodoro, junto a otros títulos, como el Arte Poética de Horacio, los Epigramas de Marcial, los Remedia Amoris de Ovidio, etc.

Entre sus volúmenes pertenecientes a historiadores romanos figurarían Catón, Flavio Josefo, Julio César, Tito Livio, Salustio y seguramente La vida de los doce césares de Suetonio. De autores griegos tendría a Homero, Partenio, Píndaro, Simónides y Sófocles, pero también obras de los filósofos Teócrito de Siracusa, Filolao, Platón, Pitágoras, Espeusipo, Teofrasto, Jenócrates, Zenón y por supuesto, Aristóteles –en palabras de De Bury, el “príncipe de los filósofos”, muy estudiado y apreciado en la Inglaterra de su tiempo-.

Como muestra del depredador modus operandi de Richard de Bury, en la Gesta Abbatum Monasterii Sancti Alban de Thomas Washingam (p. 200-201) su autor se lamenta de que, en 1330 -y a cambio de evitar una investigación del Rey en el monasterio- el abad Richard de Saint Albans le regalase, al por entonces Guardián del Sello Real, cuatro libros -un Terencio, un Virgilio, un Quintiliano y un Jerónimo contra Rufinum-, persuadiendo asimismo al capítulo monástico de venderle un total de 32 libros por la suma de 50 libras de plata -más tarde, siendo ya obispo, De Bury reintegraría al monasterio algunos de ellos-. A su muerte, y tras la subasta de su cuantiosa colección, retornarían a Saint Albans otros cuantos libros, incluidas unas Obras de Juan de  Salisbury, que llaman la atención por contener una glosa manuscrita testimoniando su recompra por el monasterio.

A través de una carta fechada en 1335, sabemos también que Anthony Bek, deán de Lincoln y más tarde obispo de Norwich, pide a De Bury que le fuera devuelta una copia del Liber Victorie contra Iudeos del cartujo genovés Vittorio Porchetto de Salvatici. (Cheney, 1973, p. 325-326).

Richard de Bury, obispo de Durham, muchos y variados nobles libros nos dio. Su abundante número nos deleita. Han vuelto al armarito que tenemos en la iglesia”.  Miniatura y texto del Catalogue Of the Benefactors Of St. Albans Abbey (1380). British Library. Cotton MS Nero D VII, f. 87 r.

Su cuantiosa colección privada, estimada en unos 1500 volúmenes, era a todas luces la más numerosa de la Inglaterra del XIV: Tenía más libros que todo el resto de obispos ingleses juntos y, según la Continuación de la Crónica de las maravillosas gestas del rey Eduardo III de Adam Murimuth y Robert de Avesbury, “cinco enormes carros no bastaban para transportarla”. Sus estancias estaban tan llenas de manuscritos que era imposible dar un paso sin pisarlos.

Además de la compañía de sus amados libros, Richard se supo rodear de un nutrido círculo de intelectuales, en su mayoría eclesiásticos, que se mueven entre Oxford, Aviñón y Bolonia: Robert Holkot –su secretario personal-, Richard Kilvington, Richard Benworth, Walter Seagrave, John Maudit, Walter Burley, Richard Fitzralph y Thomas Bradwardine, entre otros. Por añadidura, De Bury también mantiene su propia plantilla de copistas, transcriptores, encuadernadores e iluminadores, preocupándose además por promover los estudios de las artes liberales. En el Cap, X. del Philobiblion declara por ejemplo que la ignorancia del hebreo dificulta el estudio de la Biblia, por lo que procurará conseguir gramáticas de griego y hebreo para sus escolares.

No tenemos evidencia de que lograra su objetivo de crear una biblioteca colegial en Oxford (Philobiblion, Cap. XVIII), dotada además de su propio reglamento de préstamos (Cap. XIX). Sabemos por el contrario que, un 14 de abril de 1345, y a consecuencia de sus cuantiosos y continuos dispendios, Richard de Bury fallece en medio de la penuria económica, y que sus libros hubieron de ser saldados para hacer frente sus deudas, dispersándose así toda su colección personal.

 En un inventario de Durham consta que, una vez fallecido, se procedió a la solemne ruptura de la matriz de su sello personal, siendo fabricado a continuación con los fragmentos resultantes un cáliz de plata para el altar de San Juan Bautista (Puigarnau, A., 2000). 
El 21 de abril sus restos mortales son finalmente sepultados ante el altar de Sª María Magdalena, en el transepto de los Nueve Altares de la Catedral de Durham.



El Philobiblion o Tractatus pulcherrimus de amore librorum.

La obra más reconocida de Richard de Bury  fue concluida cuando éste ya estaba cercano a su muerte, un 14 de Mayo de 1345 (Brechka, F. T., 1983, p. 311). Su estilo literario contiene constantes referencias a las Escrituras, a los Padres de la Iglesia y a los autores de la Antigüedad pues, no en vano, De Bury buscaba continuamente impresionar a sus lectores con sus conocimientos de autores griegos y romanos. 
Pasamos a continuación a resaltar y comentar aquellos pasajes de su obra que nos parecen especialmente evocadores. Las negritas y los corchetes son de nuestra cosecha, amén de las miniaturas medievales ajenas al texto original y que hemos seleccionado para ilustrar el discurso.

De Bury da comienzo a su obra ensalzando los libros como objetos depositarios de toda sabiduría (Cap. I) y asegurando que se han de preferir por encima de cualquier otro placentero bien (Cap. II):

Cap. I. Alabanza de la sabiduría y de los libros en los cuales ésta reside.

[…] “En los libros veo a los muertos como si fuesen vivos; en los libros preveo el porvenir; en los libros se reglamentan las cosas de la guerra y surgen los derechos de la paz. Todo se corrompe y destruye con el tiempo […] toda la gloria del mundo se desvanecería en el olvido si, como remedio, no hubiese dado Dios a los mortales el libro” […].

[Comentario: El inicio de este párrafo tiene como posible antecedente la máxima de las Filípicas [10, V] de Cicerón: “pues la vida de los muertos persiste en la memoria de los vivos”, y parece anunciarnos, a su vez, aquellos conocidos versos del soneto que más tarde escribiría Quevedo:

“Retirado en la paz de estos desiertos,

con pocos, pero doctos libros juntos,

vivo en conversación con los difuntos

y escucho con mis ojos a los muertos”]

[…] “El privilegio de reyes y papas de ser conocidos por la posteridad se lo deben a los libros […] los libros son los maestros que nos instruyen sin brutalidad, sin gritos ni cólera, sin remuneración”.

[Comentario: Como afirmaría después Alfonso el Magnánimo -otro rey igualmente bibliófilo-: «Los libros son, entre mis consejeros, los que más me agradan, porque ni el temor ni la esperanza les impiden decirme lo que debo hacer».]

Cap. II. De cómo los libros deben ser preferidos a las riquezas y a los placeres.

“Las riquezas, de cualquier especie que sean, están por debajo de los libros, incluso la clase de riqueza más estimable: la constituida por los amigos, como lo confirma Boecio en su II libro de “De Consolatione” […] “Una biblioteca repleta de sabiduría es más preciada que todas las riquezas, y nada, por muy apetecible que sea, puede comparársele” […].

Inicial historiada con Boecio instruyendo a sus estudiantes. De consolatione philosophae MS Hunter 374 (V.1.11), Glasgow University Library. folio 4r (Italia, 1385) 

[Comentario: El cónsul romano y magister officiorum Boecio fue encarcelado, condenado sin ser escuchado, y ejecutado por orden del rey Teodorico el ostrogodo. Durante su confinamiento éste pudo reflexionar acerca de la volubilidad del favor del los príncipes y de la inconstante devoción de los amigos, dando como fruto su obra filosófica más conocida.]

Cap. III. De cómo los libros deben ser comprados siempre, exceptuando dos casos.

[…] “No hay que reparar en sacrificios para comprar un libro si se nos ofrece una coyuntura favorable” […]

[Comentario: Si no, como nos dice Aulo Gelio a través de Richard de Bury, podría sucedernos como al rey romano Tarquinio el Soberbio, que por escatimar en adquisiciones vio desaparecer pasto de las llamas buena parte de los libros sibilinos.]

En los capítulos siguientes De Bury critica el descuido y maltrato que subordinados y clérigos le dispensan a los libros (Cap. IV, V, VI y XVII) y las enormes pérdidas y destrucciones causadas por guerras e incendios (Cap. VII).

Cap. V. De cómo los buenos religiosos escriben libros y de cómo los malos se ejercitan en otros menesteres.

Detalle de inicial historiada: Un monje bodeguero cata vino de barril con una escudilla, mientras con la otra mano llena su jarra. Li Livres dou Santé. Aldobrandino of Siena. Francia, siglo XIII. British Library, Sloane 2435, f. 44v. 002562



“Los religiosos que profesaban a los libros una excepcional veneración y un gran aprecio […] entre las horas canónicas aprovechaban el tiempo dedicado al reposo del cuerpo para componer los manuscritos”  […]. “El libre Baco es mirado ahora con consideración, y a todas horas se trasiega en su honor, mientras que los códices son despreciados […] viendo al dios libre de los bebedores preferido a los libros de los antecesores, se entregan preferentemente a vaciar los cálices en vez de dedicarse a copiar manuscritos”.

Cap. VI. En el que el autor alaba a los antiguos religiosos mendicantes y reprende a los modernos.

[…] “Arrepentíos, los pobres de Cristo, y buscad los libros, leedlos con avidez, porque sin ellos no podréis impregnaros del espíritu del evangelio de la paz […]. “Y verdaderamente el clérigo que ignora el arte de escribir produce el efecto de estar manco o vergonzosamente mutilado […] quien no sabe escribir no debe atribuirse el derecho de predicar la penitencia” […] Quiera Dios que os arrepintáis de mendigar, pues es seguro que entonces os consagraréis con más placer al estudio”.

A continuación, en el crucial Cap. VIII Richard de Bury nos explica cómo ha ido engrosando su cuantiosa biblioteca: con los volúmenes que monjes y patrocinados le regalaban a cambio de su apoyo, mediante compras efectuadas a libreros ingleses y europeos en el transcurso de sus viajes y, finalmente, con las copias manuscritas de los propios amanuenses a su servicio. En su impulso bibliómano De Bury no dudaba en emplear a sus monjes de confianza como agentes a la caza y captura de manuscritos a lo largo y ancho de Inglaterra y del continente europeo, con especial mención a la orden dominica.

Cap. VIII. De las muchas oportunidades que por doquier se presentaron al autor para adquirir libros.

[…] “Cerca del rey, que nos cuenta entre sus servidores, obtuvimos un amplísimo permiso para visitar a nuestro gusto y por doquier las bibliotecas públicas y privadas, bien de los seglares o bien de los clérigos, y asimismo se nos concedió la facultad de cazar en los bosques más abundantes. Mientras desempeñábamos las funciones de Canciller y Tesorero en la Corte del ilustre e invicto Eduardo III […] fuimos autorizados por la bondad real a investigar con toda libertad en los rincones más apartados de las bibliotecas”.

“La noticia de nuestra afición a los libros, sobre todo a los antiguos, cundió rápidamente, y se difundió que nuestro favor se ganaba más fácilmente por medio de manuscritos que por medio del dinero […]. En vez de presentes y dones suntuosos, se nos ofrecieron abundantes cuadernillos sucios, manuscritos decrépitos y cosas semejantes, que eran, tanto para nuestros ojos como para nuestro corazón, el más precioso de los regalos.”

“Ante nosotros se abrieron las bibliotecas de los más renombrados monasterios, los cofres se pusieron a nuestra disposición y cestos enteros de libros se vaciaron a nuestros pies; […] los textos antaño más bellos se encontraban inánimes en un miserable estado, cubiertos de deyecciones de ratas y semidestrozados por los gusanos […]. A pesar de ello, encontramos en ellos el objeto y consuelo de nuestro amor y gozamos en este tiempo tan deseado” […]

“Y aunque, gracias a las múltiples comunicaciones de todos los religiosos, en general hayamos obtenido copias de varias obras antiguas y modernas, queremos hacer especial elogio de los hermanos predicadores por su mérito en este respecto, pues los hemos encontrado más dispuestos que los otros a la comunicación, sin jamás rehusarnos lo que poseían […].“Hemos podido, distribuyendo dinero, ponernos en contacto con libreros y anticuarios no sólo de nuestra patria, sino de Francia, Alemania e Italia” […].

Como se verá, De Bury recuerda a los clérigos su especial necesidad formativa basada en los libros (Cap. XIV), por lo que la copia y preservación de los mismos (Cap. XVI) ha de ser la tarea más digna que les ocupe. Los libros son extremadamente útiles (Cap. XV) y equiparables a objetos sagrados, por lo que han de ser tratados de la forma más respetuosa. En otras secciones el autor afirmará su preferencia por los escritos de los antiguos, pero sin desdeñar nunca los textos modernos (Cap. XVI).

Cap. XIV. De aquéllos que deben a los libros un amor especialísimo.

[…] “Boecio muestra la imposibilidad del buen gobierno sin libros […] toda la raza de clérigos tonsurados están obligados a venerar los libros hasta el fin de su vida”.

Cap. XV. De los múltiples resultados de la ciencia contenida en los libros.

[…] “Una persona no estimará al mismo tiempo la moneda y los libros: tus discípulos, Epicuro, persiguen los libros. Los financieros rehúsan la compañía de los bibliófilos, porque no pueden convivir juntos: nadie puede servir a la vez a Mammón y a los libros” […]. “Los libros nos encuentran cuando la prosperidad nos sonríe, y nos consuelan cuando nos amenaza una mala racha; dan fuerza a las convicciones humanas y sin ellos no se pronuncian los juicios más graves” […]. “Séneca, en su Epístola LXXXIV […] nos enseña que la ociosidad sin libros es la muerte y sepultura del hombre vivo. Por ello concluiremos afirmando que los libros y las letras constituyen el nervio de la vida” […].

“Si nos encontramos encadenados en una prisión, privados completamente de libertad, nos servimos de los libros como embajadores cerca de nuestros amigos “[…]. “Por los libros nos acordamos del pasado, profetizamos hasta cierto punto el porvenir y fijamos, por el hecho de la escritura, las cosas presentes que circulan y desaparecen” […].

Cap. XVI. De los libros nuevos que es preciso producir y de los antiguos que es preciso reproducir.

[…] “Como no es menos cierto que todo lo temporal,  y lo que a lo temporal sirve y es útil, sufre y se deteriora por el paso del tiempo, es necesario renovar los viejos ejemplares, a fin de que la perpetuidad, que repugna a la naturaleza humana individual, pueda ser concedida a la especie. Sobre este particular se expresa claramente el Eclesiastés XII, 12: “El trabajo de multiplicar libros jamás toca a su fin”. Pues como el libro experimenta una continua alteración por las mil combinadas mezclas que entran en su composición, obvio es decir que el remedio que a esto pueden oponer los clérigos prudentes es el copiarlos y reconstruirlos, gracias a lo cual un libro precioso, habiendo pagado sus deudas a la Naturaleza, gana un heredero que le sustituye, y es la semilla del sagrado muerto, del que nos habla el Eclesiastés XXX, 4: “El padre ha muerto, pero no lo parece, porque ha dejado tras de sí un ser semejante a él”. Los transcriptores de libros antiguos son en verdad, propagadores de los recién nacidos” […].

Cap. XVII. De cómo los libros deben ser tratados con exquisito cuidado.

“No solamente cumplimos un deber para con Dios preparando nuevos volúmenes, sino que obedecemos a la obligación de un santo espíritu de piedad, cuando los tratamos con delicadeza o cuando, colocándolos en sus sitios correspondientes, los conservamos perfectamente, a fin de que se regocijen de su pureza, tanto si se hallan en nuestras manos, y por tanto a cubierto de todo temor, como cuando se hallan colocados en sus estantes” […].

”Juzgamos preciso instruir a los estudiantes sobre las negligencias fácilmente evitables y que tanto daño hacen a los libros: En primer lugar, ha de observarse gran cuidado al abrir y cerrar el volumen, a fin de que, al concluir la lectura, no los rompan por su desconsiderada precipitación; tampoco han de abandonarlos sin abrocharlos debidamente, pues un libro es bien merecedor de más cuidado que un zapato […].

“Puede que veáis a un joven insensato que pierda su tiempo haciendo que estudia, y es posible que, transido de frío y con la nariz moqueando, no se digne limpiarla con su pañuelo para impedir que el libro que está debajo de ella se manche. ¡Pluguiera a Dios que, en lugar de manuscrito, tuviera debajo un mandil zapatero! Cuando se cansa de estudiar, para acordarse de la página en que quedó, la dobla sin ningún cuidado. O se le ocurre también señalar con su sucia uña un pasaje que le divirtió. O llena el libro de pajas para recordar los capítulos interesantes. Estas pajas que el libro no puede digerir y que nadie se ocupa de retirar, van rompiendo las junturas del libro y acaban por pudrirse dentro del volumen. Tampoco les parece vergonzoso el comer o beber encima del libro abierto y, no teniendo a mano ningún mendigo, dejan los restos de su comida en las páginas del códice. El estudiante […] riega con su salivilla el libro abierto en sus rodillas ¡Y qué más queréis! ¡Qué más puede hacer la negligencia estúpida en perjuicio del libro!” […].

Lección de filosofía a alumnos tonsurados en París. Grandes Chroniques de France. Bibliothèque Municipale de Castres. Fines del XIV.

“Pero cuando cesa la lluvia y las flores aparecen sobre la tierra anunciando la primavera, nuestro estudiante de marras, más menospreciador que observador de los libros, llena un volumen de violetas, rosas y hojas verdes; utiliza sus manos sudorosas y húmedas para pasar las páginas; toca con sus guantes sucios el blanco pergamino y recorre las líneas con un dedo índice recubierto de viejo cuero” […].

Hay también ciertas gentecillas despreocupadas a quienes se les debería prohibir expresamente el manejo de los libros ya que, apenas han aprendido a hacer letras de adorno, comienzan a glosar los magníficos volúmenes que caen en sus manos; alrededor de sus márgenes se ve a un monstruo alfabeto y mil frivolidades que han acudido a su imaginación y que su cínico pincel tiene la avilantez de reproducir […] y así, muy frecuentemente los más hermosos manuscritos pierden su valor y utilidad”.

“Hay igualmente ciertos ladrones que mutilan desconsideradamente los libros y, para escribir sus cartas, recortan los márgenes de las hojas, no dejando más que el texto, o bien arrancan las hojas finales del libro para su uso o abuso particulares: este género de sacrilegio debería estar prohibido bajo pena de anatema. En fin, conviene al decoro de los estudiantes el lavarse las manos cuantas veces salgan del refectorio, al objeto de que sus dedos grasientos no puedan ensuciar, ni los broches del libro, ni las hojas que se vean obligados a pasar” […]

“Finalmente, los laicos que miran con indiferencia un libro vuelto del revés, como si ésta fuera su posición natural, son indignos de tratar con los libros” […].

“Cada vez que se note un defecto en un libro, es preciso remediarlo con presteza, pues nada es más propenso a adquirir mayores proporciones que un desgarro, y una rotura que se abandone por negligencia, más tarde no se puede reparar sin hacer considerables gastos” […].

La tardía -pero provechosa- llegada del “Filobiblion” al mundo editorial hispano

En lo que respecta a las primeras ediciones incunables del Philobiblion, hemos de comentar que la editio princeps fue llevada a cabo en Colonia (Alemania) por G. Gops de Euskrychen (1473). Le siguen a la zaga la editada en Espira, por Johan y Konrad. Hüst (1483) y la de París, [Impressit apud Parrhisios Gaspar Philippus pro Ioanne Paruo, bibliopola parrhisiensi], ya de 1500.

Por otra parte, para ver la primera traducción impresa en España, habremos de  esperar a la versión catalana de Josep Pin i Soler (Barcelona, 1916). La 1ª traducción al castellano será efectuada más tarde por el escolapio Tomás Viñas de San Luis, en una edición limitada de 600 ejemplares de la Librería de los Bibliófilos Españoles (Madrid, 1927) que contaba además con las bellas ilustraciones de Josep Triadó i Mayol
Ilustración de Josep Triadó i Mayol para Bury, Ricardo de, El Philobiblion, muy hermoso tratado sobre el amor a los libros. Traducido directamente del latín por el P. Tomás Viñas san Luis. Madrid, Librería de los Bibliófilos Españoles, 1927. p. 89.

Hasta aquí nuestro discurso sobre De Bury y su Philobiblion. No dejamos de recomendar su lectura completa, ya que el tratado, además de ameno, es una delicia. Por nuestra parte, hemos partido de la edición conmemorativa del Día del Libro 2001, hecha en Salamanca por encargo de la Junta de Castilla y León, con prólogo de Gonzalo Santonja, y basada a su vez en el texto fijado por Federico Sainz de Robles Rodríguez en 1946 (red. : Madrid, Espasa Calpe. 1969). Si se desea, se puede consultar una edición en línea del Filobiblion (El taller de Libros, La Coruña, 2007), en una traducción muy semejante a la que nosotros hemos manejado.

Manuel Pérez Rodríguez-Aragón

Biblioteca Digital Hispánica



Bibliografía

BOITANI, Piero. “Petrarch and the barbari Britanni”. Proceedings of the British Academy, 146, 9-25. The British Academy, 2007.

BRECHKA, Frank T. “Richard de Bury: The Books He Cherished” en Libri, vol. 33 , nº 4, 1983, pp. 302-315.

BURY, Richard de. Filobiblión: muy hermoso tratado sobre el amor a los libros; [traducción directa del latín, Federico Carlos Sainz de Robles Rodríguez], [Salamanca]: Consejería de Educación y Cultura, Junta de Castilla y León, 2001.

CHENEY, Christopher R. “Notes and documents: Richard de Bury, borrower of books”, Speculum, vol. 48, nº 2 (Apr., 1973), pp. 325-328.

COURTENAY, W. J. “Bury , Richard (1287–1345)“, Oxford Dictionary of National Biography, Oxford University Press, 2004

KITCHIN, George W. Monument to Richard of Bury, Bishop of Durham (A.D. 1333-1345). Leicester: Co-operative printing society, ltd. 1903.

GALIMARD, Bertrand. Le philobiblion: Le premier traité de l’amour des livres. Podcast en francés de la emisión de radio [11 de abril 2006] del Canal Académie: Les Académies et l`Institut Frances sur Internet.

PUIGARNAU, Alfons. “Muerte e iconoclastia en la Cataluña medieval”, en Milenio: Miedo y Religión. IV Simposio Internacional de la SECR, Sociedad Española de Ciencias de las Religiones. Universidad de La Laguna, Tenerife, 3 al 6 de febrero de 2000.

QUINEY, Aitor. Josep Triadó i Mayol: un ilustrador de libros de la época modernista. Barcelona, Biblioteca de Catalunya, marzo 2010, pp. 12-39.



Philobiblon

El «Philobiblon» es una colección de ensayos sobre la adquisición, preservación y organización de libros escritos por el bibliófilo medieval Richard de Bury poco antes de su muerte en 1345. Escrito en latín, como era la costumbre del día, se divide en veinte capítulos. , cada uno cubriendo un tema diferente relacionado con la recolección de libros. 
En la obra utiliza el lenguaje del fuego del infierno y la condenación para expresar su devoción por los libros, especialmente los de ciencia e historia. El resultado es maravillosamente entretenido, hilarantemente divertido y en muchos aspectos completamente moderno.
Richard de Bury ama los libros, como vehículo de cultura y como objetos materiales. Se queja de todas las cosas que molestan a los escritores modernos, a los propietarios de libros y a los libreros: gente que se niega a gastar dinero en libros; libreros que sobrevaloran sus libros; «intérpretes bárbaros»; plagiarios; y cualquiera que maltrate un libro. 
De hecho, se vuelve bastante apoplético con los estudiantes que comen mientras están encorvados sobre sus libros; dejan que sus narices goteen sobre las páginas; usan trozos de plantas como marcadores; y se duermen sobre los libros, arrugando sus páginas. Incluso siente que de alguna manera daña un libro al leerlo al revés, en lugar de darle la vuelta de la manera adecuada.
… manejan los libros con los dedos aún sucios de la cena, comen en ellos, escriben en los márgenes o rasgan las páginas, sobre todo las que no tienen texto, para utilizarlas con otros fines.

Hay capítulos en los que podríamos creer que los libros son seres vivos torturados por aquellos que los maltratan.

No hay ninguna droga curativa alrededor de nuestras crueles heridas, que son tan atrozmente infligidas a los inocentes, y no hay ninguna para poner un yeso sobre nuestras úlceras; pero harapientos y temblorosos somos arrojados a oscuras esquinas, o en lágrimas tomamos nuestro lugar con el santo Job en su estercolero, – o demasiado horrible para relatarlo – son enterrados en las profundidades de las alcantarillas comunes.

Por otro lado, transmite exactamente por qué tantos de nosotros somos amantes de los libros.

Finalmente debemos considerar qué agradable es la enseñanza que hay en los libros, qué fácil, qué secreto! ¡Con qué seguridad ponemos al descubierto la pobreza de la ignorancia humana en los libros sin sentir ninguna vergüenza! . . . Son maestros que nos instruyen sin vara ni férula, sin palabras de enojo… No regañan si te equivocas, no se ríen de ti si eres ignorante

Para Richard Bury los libros enlazan pasado y futuro, permiten hablar con los muertos y vislumbrar el futuro, y son una cura contra la guerra, esboza ideas muy modernas

«En los libros encuentro a los muertos como si estuvieran vivos; en los libros preveo las cosas que vendrán; en los libros se exponen los asuntos bélicos; de los libros surgen las leyes de la paz»

Como hombre de religión, recordemos que fue obispo considera los libros como fuente de riqueza, justicia y felicidad, considerando el libro, la lectura y la escritura como un bien divino, otorgado a los hombres.

Quien por lo tanto afirma ser celoso de la verdad, de la felicidad, de la sabiduría o el conocimiento, incluso de la fe, debe convertirse en un amante de los libros. […] toda la gloria del mundo se desvanecería en el olvido si, como remedio, no hubiese dado Dios a los mortales el libro” […].

Cita a Ovidio quejándose de que mucha gente de hoy en día se dedica a ganar dinero en lugar de estudiar y hacer nuevas ciencias y filosofías.

Aunque es cierto que todos los hombres desean naturalmente el conocimiento, sin embargo no todos tienen el mismo placer en aprender. Al contrario, cuando han experimentado el trabajo del estudio y encuentran su sentido cansado, la mayoría de los hombres arrojan desconsideradamente la nuez, antes de haber roto la cáscara y alcanzado el núcleo.

En el tratado también alude al valor del libro y las bibliotecas como un una riqueza incomparable entre todas las riquezas del mundo.

“Las riquezas, de cualquier especie que sean, están por debajo de los libros, incluso la clase de riqueza más estimable: la constituida por los amigos, como lo confirma Boecio en su II libro de “De Consolatione” […] “Una biblioteca repleta de sabiduría es más preciada que todas las riquezas, y nada, por muy apetecible que sea, puede comparársele” […]. . En los libros escalamos montañas y exploramos los abismos más profundos del abismo.

En el capítulo XVII, presenta un maravilloso y alegre conjunto de reglas para el manejo de los libros.

.. que [los libros] se alegren de su pureza mientras los tengamos en nuestras manos, y que descansen seguros cuando sean devueltos a sus depósitos»

En el capítulo XIX, establece una serie de reglas sobre cómo prestar libros de la biblioteca de Oxford, como hacer un registro del artículo prestado, sólo prestar un ejemplar fuera de la biblioteca si hay otro ejemplar, y catalogar y revisar regularmente sus existencias. Uno de los primeros tratados de Biblioteconomía de la historia, plantea el préstamo a domicilio y el acceso abierto a los libros.

Es sorprendente que siete siglos después sus pensamientos sobre el valor del libro sigan siendo tan atinados.


Itsukushima Shrine.



Pablo el Diácono.



                                    


Pablo Diácono (c. 710-13 de abril de 799), también conocido como Paulus Diaconus, Paulus Cassinensis (de la Abadía de Montecasino) o Paulus Warnefridus, fue un monje benedictino e historiador de los longobardos.

Se desconoce la fecha exacta de su nacimiento. Las hipótesis al respecto se basan se basan en tres datos: 1) Pablo dice que oyó el relato de la batalla de Flovio (el duque Lupo contra los ávaros el a. 664) de boca de excombatientes que entonces eran ancianos.​ 2) Varios datos indican que Pablo, quien formaba parte de la corte de Ratchis, lo siguió a Pavía, cuando este, duque del Friul, se convirtió en rey de los longobardos el 744 y se trasladó a la capital. ) 
En un poema titulado "Sensi cuius" escrito entre 781-787 con ocasión del anuncio de la boda (que luego no se realizó) de Rotrude, hija de Carlomagno, con Constantino Porfirogénito, hijo de la emperatriz Irene de Constantinopla, Pablo dice de sí mismo: 
"cetera fugerunt, iam gravante senio" = "el resto se me escapa (i.e. no lo recuerdo), oprimido ya por la vejez". 
Ya que de niño debió oír el relato de la batalla de Flovio, en edad madura trasladarse con la corte, y ser ya anciano en la década de los 80, por lo tanto debió nacer en torno al 710.

Respecto a su ciudad natal tampoco hay certeza. Por un lado Pablo mismo narra que uno de sus antepasados, que habitaba en Cividale del Friuli, fue hecho cautivo junto con sus hermanos por los ávaros, ​ pero años más tarde logró escapar y regresar a su ciudad y había formado una familia de la que descendía Pablo. De aquí se ha deducido que él era oriundo de Cividale, sin embargo que su bisabuelo lo fuese, no implica que necesariamente Pablo haya nacido en esa ciudad. De hecho en su epitafio, escrito por su discípulo Ilderico, abad de Montecassino, dice que nació junto al río Timavo:

"ubi saepe Timabus amnis habet cursus, genitus tu prole fuisti" = tú naciste donde el río Timavo suele tener su curso"

Este peculiar río nace en Eslovenia, transcurre unos 40 km por un cauce subterráneo y emerge a un par de kilómetros del mar desembocando en el golfo de Trieste, por lo tanto lejos de Cividale. Por lo tanto solo queda claro que Pablo nació en la región del Friul, Italia.

Por su propio testimonio sabemos que provenía de una familia noble longobarda.3​Su formación transcurrió primero en Cividale y luego en la corte de Pavía, a la cual perteneció probablemente aquel Flaviano, que él presenta como su maestro.​ Es probable que durante esta estancia juvenil en Pavía fue ordenado diácono, título que siempre le acompañará. 

Fuentes medievales erróneamente le llaman diácono de Aquileia, por confusión con su contemporáneo Paolino de Aquileia, también eclesiástico, gramático y poeta. Parece que fue el mismo rey Ratchis quien le encaminó hacia la carrera eclesiástica, lo cual concuerda bien con otros datos que lo muestran como funcionario en la corte de Desiderio y ligado a la formación de su hija Adelperga, a la cual siguió al sur de Italia (que hacia el 760 desposó al duque de Benevento Arechis II).

En algún momento de su estancia en la corte de Benevento Pablo abandona el mundo y se convierte en monje de Montecassino, hecho que debió ocurrir hacia el 774, o poco antes del fin del reino longobardo.

En el otoño del 781 probablemente inició su estancia quinquenal en la corte de Carlomagno, donde habían sido convocados otros intelectuales longobardos como Pietro da Pisa y Paolino de Aquileia. Uno de los motivos principales de su viaje a Francia sin duda fue obtener la liberación de su hermano, que había sido llevado cautivo a Francia tras la fallida revuelta (776) de Rotgaudo, duque del Friul. 
En Francia tiene ocasión de ampliar su horizonte cultural y conocer textos de autores clásicos como la "Historia naturalis" de Plinio el Viejo y de autores cristianos como los "Libri historiarum" de Gregorio de Tours y la "Historia ecclesiastica gentis anglorum" de Beda.

 Aunque Pablo no se siente a gusto con la vida cortesana, sin embargo siente simpatía personal hacia Carlomagno, con quien estrechó una sincera amistad, y abraza su programa político de unidad de los territorios occidentales bajo la égida de los francos, en el cual no había espacio para las ansias de poder terrenal del papado, que debía contentarse con una función puramente espiritual. Entre el 786-787 Pablo volvió al monasterio de Montecassino, donde escribió su obra cumbre la "Historia langobardorum".

En las necrológicas del monasterio de Montecassino (Cod. Cassinese 47, del s. XII) aparecen dos anotaciones que pueden referirse a la muerte de Pablo: una el 13 de abril:
 "Idibus aprilis obiit venerabilis memoriae domnus Paulus diaconus et monachus; y otra el 21 de julio:
 "XII kalendis augusti obierunt ... et Paulus diaconus et monachus". 
Se desconoce el año exacto pero debió ocurrir entre el 797-799, no antes de la muerte del abad Teodemaro de Montecassino pero antes de la coronación imperial de Carlomagno.

Obras.

En sus primeros años en la corte longobarda Pablo destaca como poeta y en especial como escritor de epitafios en verso, un género de la Antigüedad tardía y que se mantenía vivo en el norte de Italia, llegando a convertirse en una auténtica autoridad en este último género. Una antigua y difusa tradición le atribuye el himno a san Juan Bautista "Ut queant laxis" , que no fue incluida en la edición crítica de sus poemas,​ que sin embargo quizás deben ser incluidos junto con otros, antes considerados dudosos, como los poemas sobre los buenos y malos sacerdotes y sobre los obispos de Metz.

La "Historia romana" es su primera obra histórica y está basada en el "Breviarium" de Eutropio. Debió ser escrita entre el 766 - 774. Pablo la dedicó a Adelperga, hija del rey Desiderio, la cual había leído la obra de Eutropio y la había encontrado pobre en muchos aspectos, especialmente por su falta de conexión con la historia sagrada.
​ Esto motivo a Pablo para reescribir la obra añadiendo algunas anécdotas o precisando datos, así como algunos breves apuntes sobre la historia de Israel y el cristianismo.
 Además Pablo extiende el relato hasta la victoria de Narsés sobre Totila, rey de los ostrogodos, en julio del 552, durante el reinado de Justiniano I. La obra está compuesta por 16 libros. Los diez primeros siguen el "Breviarium" y los seis siguientes están basados en el "Epitome de caesaribus", Próspero de Aquitania, Paulo Orosio y Jordanes.

El 784 Pablo escribió el "Liber de episcopis mettensibus", también llamado "Gesta episcoporum mettensium". Esta obra fue hecha a pedido de Angilramno, obispo de Metz y archicapellán de la capilla palatina de Carlomagno. En ella no solo se narra la historia de los obispos de Metz, sino que también se presenta como un hecho providencial que Pipino y su dinastía hayan ocupado el trono de Francia y sometido Italia, siendo notable que Pablo no asigne ningún rol político al papado, que en esos años intentaba alcanzar autonomía territorial.

La "Expositio artis Donati", que es un manual de gramática latina para principiantes, lo escribió probablemente durante su estancia en Francia.

Su "Vita Gregorii", que es una biografía del papa san Gregorio Magno, fue escrita al final de su estancia en Francia o más probablemente cuando ya había vuelto a Montecassino, en la cual se ensalza al papa porque siempre ha buscado la salvación espiritual de sus fieles y no la gloria del mundo.

Al poco tiempo de volver al monasterio culminó su "Homiliarius" para el oficio nocturno, dedicado a Carlomagno, para colaborar con su empeño en corregir la vida religiosa. También mandó al rey un resumen del compendio alfabético de Sexto Pompeo Festo, una preciosa fuente de datos lingüísticos y noticias sobre Roma.

Al final de su vida, en el monasterio de Montecassino, Pablo escribió su obra cumbre: la "Historia langobardorum", un texto esencial para conocer el período longobardo. Esta obra, que no posee dedicatoria ni epílogo y acaba bruscamente en la muerte del gran rey Liutprando, parece que quedó inconclusa. Ya que en su relato Pablo afirma que los ávaros dominan a los gépidos,​ dominio que terminó el 796, se piensa que dejó de escribir ese año o poco después. 
Esta obra está dividida en seis libros y narra la historia del pueblo longobardo desde sus míticos inicios hasta la muerte del rey Liutprando (744). Utilizó material de la obra titulada "Origo gentis Langobardorum" (mitad del s. VII) además de otros textos hoy perdidos y tradiciones orales que recogería a lo largo de su vida, en especial durante su estancia en la corte longobarda.


Fortunino Matania, "The Gruesome Cup"



Historia gentis Langobardorum.

La Historia gentis Langobardorum (en español: Historia de los pueblos Longobardos) es la obra más importante escrita por Pablo el Diácono. Está subdividida en seis libros y trata de la historia del pueblo longobardo desde sus orígenes hasta su ocaso: la muerte del rey Liutprando en el 744.

La obra

La Historia está escrita en un latín del tipo monástico, se basa sobre obras precedentes de varios escritores y en una mezcla de prosa y poesía. Las fuentes principales fueron la anónima Origo Gentis Langobardorum, la perdida y homónima Historia de Secondo di Non, los perdidos Anales de Benevento y un uso libre de los escritos de Beda el Venerable, Gregorio de Tours e Isidoro de Sevilla.

El libro fue escrito en la abadía de Montecasino en los dos años sucesivos al retorno de Francia después de haber sido gramático en la corte de Carlomagno. La historia está narrada desde el punto de vista de un patriota longobardo, y describe también los detalles de las relaciones entre los longobardos, los francos, los bizantinos y el papado. 
La narración de la historia se puede subdividir en dos fases: la primera, lineal, describe las vicisitudes del pueblo antes de su llegada a Italia, un único indistinto pueblo que se mueve por los territorios casi como si se tratase de la llegada a una Tierra Prometida.
 La segunda fase describe las gestas de tantos actores que se radican en territorios bien identificados y se funden con los lugares y las gentes. Todo el conjunto está ligado a una trama narrada desde la sucesión de los reyes. Una atención particular está relacionada con la iglesia italiana de aquel período, y se concentra también sobre personajes que no interactúan con la historia de los longobardos en Italia.

Primer libro

El libro describe las causas de las migraciones de los longobardos con leyendas ligadas a los orígenes del pueblo, las gestas de los primeros reyes hasta la victoria de Alboino sobre los gépidos y la partida hacia Italia. Narra también de san Benito.

Segundo libro

Provenientes de Panonia, los longobardos empiezan a penetrar a Italia y llegan a ocupar el lugar de los godos, que en aquel tiempo eran aliados de los bizantinos. El ascenso al monte Nanos y el abandono de Panonia, una descripción de Italia, la conquista de Pavía por parte de Alboino y su asesinato organizado por su esposa Rosamunda. El breve reino de Clefi y el decenal mandato de los duques o "de la anarquía".

Tercer libro

Muerte del emperador bizantino Justino II. Le sucede Tiberio II, «50.º Emperador de los Romanos». Caridad y virtud de Tiberio II, que ayuda a los necesitados y perdona a los conspiradores. A la muerte de Tiberio II, asume al poder Mauricio, el primer emperador griego según Pablo el Diácono. Mauricio se hace aliado de Childeberto II, rey de los drancos, y le da apoyo económico para inducir a atacar a los longobardos. Los longobardos eligen rey, poniendo fin al mandato de los duques, Flavio Autario, que entrega dinero a Childeberto para que se retire de Francia y deje en paz al reino de los longobardos. 
Ulteriores tres invasiones francas de la Longobardia, en la última los francos, después de haber devastado la Lombardía y el Véneto, se enferman de disentería y toman la retirada. Traición de Droctulfo. Matrimonio entre Autario y Teodolinda. La fuerte presencia del papa Gregorio Magno. Conquista y muerte de Autario y nominación de Agilulfo, que se casa con Teodolinda. El Exarcado romano conquista de las ciudades, Agilulfo las reconquista.

Cuarto libro

De Agilulfo a Grimoaldo: ochenta años de historia longobarda pasando a través del reino de Rotario.

Quinto libro

De Grimoaldo a Cuniberto.

Sexto libro

De Cuniperto a la muerte de Liutprando. Que se queda la historia, cristalizada al momento en los cuales la decadencia no había comenzado.



  

Los lombardos.





Los lombardos son un pueblo germánico originario del sur de la Península Escandinava, Dinamarca y la parte norte de Alemania, el cual migró progresivamente a las orillas del Danubio para proseguir hasta Italia, donde fundaron un reino.
Sus orígenes y buena parte de su historia (hasta que entraron en contacto con el Imperio Romano) no están del todo claros. Incluso resulta difícil acotar con seguridad su lugar de origen y el camino que recorrieron antes de entrar en contacto con los romanos.
En general, se supone que alrededor del año 100 a.C, los Lombardos se encontraban mayoritariamente asentados en la desembocadura del río Elba y que, de ahí y en sucesivas migraciones, sobre el año 500 d.C. se establecieron en una área que comprende partes de lo que hoy es Hungría y sus países colindantes, alrededor del recorrido del Danubio

En el 540 d.C. se asientan en la región de Panonia con el estatus de federados (foederati) del Imperio Romano, unos aliados que, a cambio de tierras y el derecho a explotarlas, protegen al imperio de los ataques de otros pueblos.
Aliados de Justiniano, el bizantino los emplearía en su lucha contra los ostrogodos, causa por la que llegan a Italia. Integrados en el ejército de Narsés, contribuirán a la derrota del último rey ostrogodo, Tótila.

Alboíno, rey a la sazón del los lombardos, logró aglutinar en torno a sí a diversos grupos de mercenarios que habían sido enviados a combatir a los ostrogodos, tomando ciudades del norte de Italia - Pavía se convertirá, a partir de 572, en capital del reino -. Sin embargo, los lombardos y sus aliados bárbaros no lograron articular ninguna entidad étnica ni política, por lo cual, a la muerte del líder carismático, en este caso Alboíno, la confederación se deshizo en treinta y cinco bandas que, lideradas por un dux o duque, constituirán otras tantas entidades territoriales conocidas como ducados lombardos.
En 584, surgirá un nuevo líder, Autario, capaz de aglutinar los dispersos ducados y desarrollar una intensa actividad expansiva: Padua es conquistada en 602, Génova en 640, Tarento en 675 y Ravena en 751, llegando los lombardos a dominar toda Italia menos Venecia y Roma.
Paralelamente a esta actividad militar, los lombardos intentan consolidar el reino mediante la recuperación de la administración romano-ostrogoda, objetivo que intenta Agiulfo, mientras que Rotario promulgó un Edicto en 643 que, aunque mantiene el dualismo y es aplicable sólo a la población lombarda, posee una fuerte impronta romana. Liutprando, finalmente, se convertirá al catolicismo en un intento de atraerse a la población italo-romana, en un proceso muy parecido al que conduce a la consolidación, por ejemplo, del Reino visigodo de Toledo. Sin embargo, el contexto político y geográfico itálico iba a frustrar la creación de este naciente estado lombardo: Y es que, las pretensiones lombardas sobre los Estados Pontificios, iban a llevar a los papas a llamar a la que ya se presentaba como potencia emergente y fiel aliada de Roma, los francos, uno de los cuales, Carlomagno, acabaría haciéndose con la Corona de Hierro, convirtiéndose en rey de francos y longobardos.

Culturalmente, la herencia del reino lombardo es desigual, pudiendo constatarse sobretodo en construcciones.
Así, por ejemplo, el italiano no ha heredado más que algunas palabras sueltas del idioma germánico que hablaban los lombardos, ya que fue este pueblo el que acabó adoptando y asimilando para ellos la lengua y las costumbres latinas.
También encontramos la influencia lombarda sobre los códigos legales desarrollados desde la época.
Donde sí se nota su influencia es en la región que lleva su nombre, Lombardía, en la cual se incluye una ciudad tan importante a nivel mundial como es Milán, y la capital histórica del Reino Lombardo, Pavía.
También encontramos numerosas obras de arte, con un estilo distintivo, fruto de la mezcla entre la cultura original germánica de los lombardos, y la cultura latina-romana con influencias góticas del sustrato que se encontraron en Italia y de los pueblos con los que estuvieron en contacto, como los bizantinos.
De tradición religiosa pagana, se cristianizaron al entrar en contacto con el Imperio Bizantino, pasando por una fase ligada al catolicismo, y otra al arrianismo, para adoptar definitivamente el catolicismo cuando entraron en Italia.
No obstante, las prácticas paganas sobrevivieron todavía durante muchos años hasta cristalizar una conversión al catolicismo entre todos los estratos de la sociedad, que empezó por la nobleza y acabó por el pueblo llano.


  

Códice del siglo x del Origo gentis Langobardorum de Reims, ahora en Berlín.

El Origo Gentis Langobardorum (original en latín, traducido como "Origen de la tribu de los lombardos") es una narración breve escrita en latín del siglo vii en la que se relata el mito fundacional del pueblo lombardo. La primera parte describe el origen y nombre de los lombardos, el siguiente texto parece más una lista real, hasta el gobierno de Pertarito (672–688).

Los manuscritos
El relato ha sobrevivido en tres códices, en su mayoría conteniendo textos legales compilados en el reinado de Rotario y conocido como Edictum Rothari o Leges Langobardorum. Como tal, Origo Gentis Langobardorum se conserva en tres manuscritos, el de Módena (Biblioteca Capitolare 0.I. 2, siglo ix o probablemente siglo x), el llamado Cava de' Tirreni (Archivio Della Badia 4, que data de principios del siglo xi, ~1005 CE) y el de Madrid (Biblioteca Nacional 413 (siglo x o la primera mitad del siglo xi).

Recepción

Origo Gentis Langobardorum es también la fuente textual del teónimo lombardo godan (*Wōdanaz).

El Origo se resume fielmente en la Historia Langobardorum de Pablo el Diácono. Para la leyenda de origen Pablo el Diácono elabora textos distintos para, respectivamente, el conflicto con los Vándalos y la consulta con Frea y Godan, y que precede a la descripción de Frea y Godan con "loco antiquitas ridiculam fabulam". Mientras que sólo existen tres copias del Origo, hay cientos de copias medievales de la Historia.

Contenido

Origen

El texto menciona la isla de Scandanan, hogar de los Winnili. Su gobernante fue una mujer llamada Gambara, con sus hijos Ybor y el Agio. Los líderes de los Vándalos, Ambri y Assi, le pidieron el pago de tributos, pero se negaron, declarando que lucharían contra ellos. Ambri y Assi se dirigieron a Godan, y le pidieron la victoria sobre los Winnili. Godan respondió que daría la victoria a los que primero viera al amanecer. Por su parte, Gambara y sus hijos pidieron a Frea, esposa de Godan, la victoria. Frea recomendó a los Winnili que las mujeres ataran sus cabellos por delante de sus rostros, como barbas y se unieran a los hombres para la batalla. Al amanecer, Frea giró la cama de su marido para que quedara de cara al este, y le despertó. Godan vio a las mujeres de los Winnili, su cabello atado en frente de sus caras, y preguntó:
"¿Quiénes son esos de barbas largas?", y Frea respondió, ya que les has nombrado, dales la victoria, y lo hizo. A partir de este día, los Winnili fueron llamados Langobardi, "barbas largas".

La migración
Después de esto, los Lombardos emigraron y alcanzaron Golaida (tal vez en el Oder), gobernando posteriormente en Aldonus y Anthaib (incierto, tal vez en Baviera) y Bainaib (también Banthaib; quizás en Bohemia) y Burgundaib (quizás territorio de los Burgundios, en el Rin medio ), y eligieron como rey a Agilmund, hijo de Agion, de la línea de Gugingus, y más tarde fueron gobernados por Laiamicho de la misma dinastía, y después de él por Lethuc, que gobernó durante unos 40 años. Fue sucedido por su hijo, Aldihoc, y después de él, reinó Godehoc.

Las tierras del Danubio

Odoacro llegó de Rávena con los Alanos,​ hasta Rugilanda (Baja Austria, al norte del Danubio), para luchar contra la Rugios, mató a su rey Theuvanue, y regresó a Italia, con muchos cautivos. Los Lombardos en consecuencia, dejaron su tierra y vivió en Rugilanda durante algunos años.
Gudehoc fue sucedido por su hijo, Claffo, y él, por su hijo, Tato. Los Lombardos permanecieron en Feld por tres años, donde Tato luchó y mató a Rodolfo, rey de los Herulos.
Wacón, hijo de Unichus mató a Tato, e Ildichus, hijo de Tato se enfrentó a Wacón, pero tuvo que refugiarse entre los Gépidos, donde murió. Wacón tuvo tres esposas; la primera Radegunda, hija de Fisud, el rey de los Turingios, la segunda Austrigusa, una hija de los Gippidi, que tuvo dos hijas, Wisigarda, que se casó con Teodeberto I, rey de los Francos, y Waldrada, que se casó con Suscald, otro rey Franco, al que no gustó y que la entregó a Garipald, y la tercera Silinga, hija del rey de los Herulos, que tuvo un hijo llamado Walthari, que sucedió a Wacón y gobernó por siete años. Farigaidus fue el último de la línea de Lethuc.
Después de Waltari gobernó Alduino, que llevó a los Lombardos a Panonia. Alboino, hijo de Alduino y su esposa Rodelenda gobernó después de él. Alboino luchó y mató a Cunimundo, rey de los Gépidos y tomó por esposa a su hija Rosemunda, y después de la muerte de esta a Flutsuinda, hija de Flotario, rey de los Francos, que tuvo una hija llamada Albsuinda.

Italia

Después vivir en Panonia por 42 años, Alboino llevó a los lombardos a Italia en el mes de abril y dos años más tarde, Alboino se convirtió en señor de Italia.origo 2​ Gobernó durante tres años antes de que ser asesinado por Hilmichis y su esposa Rosemunda, en el palacio de Verona. Los Lombardos, sin embargo, no toleraron ser gobernados por Hilmichis, por lo que Rosamunda llamó al prefecto Longinos para que conquistara Rávena, y Hilmichis y Rosamunda escaparon de Rávena con Albsuinda, hija de Alboino, llevándose todo el tesoro. Longinos, a continuación, trató de convencer a Rosamunda para que matara a Hilmichis, para casarse con él. Rosamunda le hizo caso y envenenó a Hilmichis, pero este se dio cuenta y pidió a Rosamunda que bebiera con él, muriendo ambos. Por tanto, Longinos se quedó con todos el tesoro de los Lombardos, y con Albsuinda, la hija del rey, a quien llevó al Emperador en Constantinopla.
Después de Alboino, Clefiorigo 3​ reinó durante dos años. Luego hubo un paréntesis de doce años, durante los cuales los Lombardos fueron gobernados por duques. Después, Autario,origo 4​ hijo de Claffo fue rey durante siete años. Se casó con Theudelenda, hija de Garipald, y también con Walderade de Baviera. Con Theudelenda vino Gundoald su hermano, y Autario le hizo duque de Asti.
Agiulf, duque de los Turingios vino de los Thaurini, y se casó con la reina Theudelenda, convirtiéndose en rey de los Lombardos. Mató a sus enemigos, Zangrolf de Verona, Mimulf de la Isla de San Julián, Gaidulf de Bérgamo, y otros. Con Theudelenda, tuvo una hija llamada Gunperga, y gobernó durante seis años.
Después de él gobernó Arioaldo,origo 5​ durante doce años, y después de él Rotarioorigo 6​ de la familia Arodus, y él rompió la ciudad y de la fortaleza de los Romanos, y luchó en el río Scutella, matando a 8.000 Romanos. Rotario gobernó durante 17 años, y después de él Aribertoorigo 7​ durante nueve años, y después de él Grimoaldo, durante nueve años. Después de Grimoaldo, Pertarito fue rey.

Cronología

No hay fechas en Origo Gentis Langobardorum, pero la cronología puede reconstruirse por sincronización con fechas conocidas:

 487, Audochari fought the Rugii
 565, Albuin became lord of Italy
 572-574, Cleph
 584-590, Autarinus
 c. 624-636, Aroal
 636-652, Rothari
 653- 661, Aripert

  

El edicto de Rotario (Edictum Rothari) fue la primera recolección escrita de las leyes de los lombardos, promulgado el 22 de noviembre de 643 por el rey Rotario en Pavía por un gairethinx, una asamblea del ejército.

El edicto fue compuesto en latín (aun cuando en el texto hay numerosas palabras lombardas, en forma más o menos latinizada, lo cual lo convierte también en un documento interesante para el estudio de la lengua lombarda) y reúne en forma orgánica las antiguas leyes del pueblo lombardo, si bien se nota la influencia del derecho romano. Según el principio e la personalidad de la ley, el edicto era válido solo para la población italiana de origen lombarda; la de origen romana sujeta al dominio lombardo permanecía regulada por el derecho romano, codificado en aquel entonces en el Digesto, promulgado por el emperador Justiniano I en 533.

El edicto de Rotario, en su contenido, es un conjunto de códigos que buscan recomponer las relaciones entre los ciudadanos sustituyendo las venganzas con pagos monetarios. La diferencia de pena de acuerdo con quien cometa los delitos y con quien los sufra denota cómo la sociedad lombarda de la época estaba ya notablemente estratificada. Particularmente significativa resulta la diferencia de pena por matar al cónyuge: si es la mujer la que mata a su esposo, esta es condenada a muerte; en cambio, si es el marido quien mata a su mujer, este debe pagar una multa. Sin embargo, la suma a pagar era tan alta que tales asesinos acababan en los trabajos forzados.

La única copia existente se conserva en el Museo de la Catedral de Vercelli y no está expuesta al público.



  





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