Lucio Anneo Séneca. Seneca, Lucio Anneo. Córdoba, 4 a. C. – Roma (Italia), 65. Filósofo estoico hispano. Nació en Córdoba en el año 4 a. C. El nombre es, probablemente, celta, lo que indica que era un romano de origen indígena. Era hijo de M. Anneo Séneca (55 a. C.-40) y de Helvia. El padre pertenecía al orden ecuestre. La hermana de su madre lo llevó a Roma, y lo cuidó durante una enfermedad. Esta dama estaba casada con el prefecto de Egipto, Caio Galerio, quien envió al joven Séneca a Egipto, donde entró en contacto con la cultura egipcia. En Roma estudió gramática y retórica. Frecuentó también las escuelas filosóficas. Recibió el influjo de los Sextios, que eran estoicos y de otras corrientes filosóficas, como del estoico Attalo, del cínico Demetrio y del pitagórico Soción. En filosofía, el joven Séneca se inclinó por el estoicismo. Su padre intentó, en vano, apartarle de la filosofía e inclinarlo a que se dedicara a la retórica, que era más rentable en la sociedad romana del momento. En el año 32, gracias a la dama que le había protegido, alcanzó la cuestura. Ejerció la abogacía y obtuvo éxitos notables en el foro como abogado. Chocó con el emperador Calígula (37-41), quien estuvo a punto de mandar asesinarle. Séneca era de salud enfermiza, lo que le obligó a abandonar la abogacía. En el año 41, el emperador Claudio (41-54) le desterró a Córcega por instigación de Mesalina, acusado de cometer adulterio con Julia Livila. En el destierro de Córcega permaneció nueve años. Durante su estancia en Córcega escribió varias obras: De constantia, De providentia, Consolatio ad matrem Helviam y Consolatio ad Polybium. Intentó que se le levantara el destierro, en vano, adulando a un poderoso liberto de Claudio, lo que logró a la muerte de Mesalina, acaecida en el año 49. Séneca volvió a Roma, donde dominaba el ambiente intelectual, el grupo de los Anneos, que controlaba los dos círculos más importantes de la capital del Imperio, el de Séneca y el de L. Anneo Cornuto, oriundo de Leptis Magna, en África, maestro del satírico Persio; el año 55 alcanzó el consulado. Era de tendencia estoica. Escribió en lengua griega sobre las categorías de Aristóteles. Se conservan algunos fragmentos sobre Teología, en los que seguía fuentes estoicas; Centio fue la figura principal de este grupo, donde se discutían temas de ideología. Por estos años, sus ideas políticas evolucionaron y se volvió crítico con las ideas tradicionales. Su actividad política comenzó como preceptor de Nerón. Séneca demostró cierto carácter doble. A la muerte de Claudio, redactó el elogio fúnebre, que leyó Nerón, y al mismo tiempo escribió Apokolokyntosis, contra el difunto emperador, que le había desterrado. Fue el consejero de Nerón en política durante los cinco primeros años de este emperador, en compañía de Afranio Burro. Estos cinco años son los mejores del gobierno de Nerón. Muerto Afranio Burro, la influencia de Séneca decayó. Durante estos años influyó sobre el príncipe. Intentó con sus escritos crear una teoría del principado creado por Augusto como poder absoluto, sólo mitigado por la justicia y la clemencia. Durante estos cinco años toleró los crímenes mayores de Nerón, como los asesinatos de Agripina y de Británico, y se enriqueció continuamente. En el año 62 se apartó definitivamente del gobierno, para dedicarse al estudio. El carácter de Séneca fue vacilante y contradictorio. Fue un escritor prolífico. Parte de su obra se ha perdido. Mezcló la carrera del hombre político con la del pensador. Al primer grupo de escritos, los ya citados redactados durante su destierro de Cerdeña, se pueden añadir: De constantia sapientis; de esta época serían los tratados perdidos De lapidum natura, De forma mundi y De motu terrarum, que indican que el filósofo tenía un interés grande en muchas y variadas cuestiones, muchas de ellas naturales. Durante los años que actuó como político, redactó: De clementia, De brevitate vitae y la Apokolokyntosis. De los últimos años de su vida, dedicado ya a la vida privada, se datan: De vita beata, De otio, De tranquillitate animi, De beneficiis, Naturales quaestiones y Ad Lucilium epistulae morales. Séneca escribió nueve tragedias de tema clásico para ser leídas y no representadas: Hercules furens, Hercules Oetaeus, Thyestes, Troades, Agamemnon, Phaedra, Medea, Phoenissae, y Oedipus. Se ha puesto en duda, sin razones suficientes, la atribución a Séneca de estas tragedias. No es suya, pero sí de círculos próximos a él la Praetexta Octavia. Un tratado dedicado a aspectos religiosos de Egipto, titulado De situ et sacris Aegyptorum, se ha perdido. Las tragedias, aunque no pueden competir en calidad literaria con las tragedias de los grandes trágicos griegos, Esquilo, Sófocles y Eurípides, son importantes por ser las únicas tragedias que se han conservado de toda la literatura latina. Las tragedias no son originales, al estar sacados los argumentos de los trágicos griegos. La estructura de estas tragedias es dramática, pero no deben ser nunca representadas. Tienen escenas escabrosas. Séneca se vale de sus tragedias para expresar las ideas morales, que expone en los tratados. Nunca hay que olvidar, al enjuiciar la obra de Séneca, que el cordobés pertenece al estoicismo medio, que es de carácter esencialmente moral. Por esta tendencia, el gran escritor cristiano, Tertuliano, consideraba a Séneca un cristiano, por sus ideas morales perfectamente aceptables para un cristiano, y no por la filosofía que estaba en la base del sistema filosófico estoico, que era en origen panteísta, materialista e inmanentista. Séneca, en la pintura de los caracteres de los protagonistas de sus tragedias, demuestra una gran penetración psicológica. Ha pintado cuadros realmente dramáticos, a veces aislados y no relacionados con la acción principal. El autor, de los tres grandes clásicos griegos, sigue, generalmente a Eurípides, pero incorpora ideas filosóficas y, principalmente morales. Utiliza el coro para expresar sus ideas. Los personajes de las tragedias son griegos, pero están romanizados, lo que los hace mucho más atrayentes para los lectores. Describe las torturas y tormentos propios de la etapa en que vivió, lo que da un aire de actualidad a sus tragedias. La tragedia que lleva por título Agamemnon, se basa en el drama de Esquilo. Hercules furens, Medea, Phaedra y Thyestes, se inspiran en obras de Eurípides. Algunos temas habían sido tratados ya por los literatos latinos, como Ennio en su Thyestes y Accio en el Atreus. El personaje del Agamenón había sido representado por Livio Andrónico en el Aegisthus, y por Accio en Clitemnestra. El Hercules furens tenía un precedente en la Metamorfosis de Ovidio y en las Epistulae Heroidum de este poeta. Medea en las Heroides de Ovidio y en un drama perdido de Curio Materno y de Lucano. La filosofía de Séneca es la estoica, pero teñida de un fuerte carácter moralizante. Sigue el pensamiento de los grandes maestros estoicos, Zenón, Cleantes, Crisipo, Panecio y Posidonio, a los que no copia de una manera fiel, sino con gran libertad de interpretación. La ética ocupa un lugar preeminente en su obra. Su influjo, grande en el cristianismo, se debía a su ética. Esta filosofía es la que otorga al hombre una norma de conducta, y le proporciona fidelidad y seguridad en la vida. Rechaza la importancia que Epicuro concede al placer. Sólo el estoicismo podía dar la felicidad al hombre, por su concepción del Logos en el mundo y en el microcosmos. Séneca trata en sus obras del conocimiento, pero siguiendo la filosofía estoica. El conocimiento arranca del alma, que transforma las sensaciones y los efectos en conocimiento. Los impulsos perjudiciales deben ser evitados y transformados, mediante los criterios del Logos, para alcanzar la seguridad y la tranquilidad del alma. De este modo, el sabio se ve libre de efectos primarios, como los males, las pasiones y los terrores. En la obra de Séneca se encuentran sus concepciones sobre antropología, sobre física, sobre metafísica, sobre lógica, etc. Su interés por el conocimiento es muy amplio. La física, en el pensamiento del cordobés, es importante por apartar al hombre del temor ante los fenómenos de la naturaleza. Las Naturales quaestiones, obra ya de la vejez, proporciona una idea muy clara de su concepción física. Séneca está interesado en muy variados fenómenos naturales, como los terremotos, los rayos, las inundaciones, los cometas, las crecidas del Nilo, los vientos, el agua o los espejos. Sigue, de algún modo, al poeta Lucrecio, la principal fuente para el conocimiento del epicureísmo. Se interesó poco en la metafísica. Descarta las variantes de la realidad. Distingue dos principios: uno activo y otro pasivo. Se plantea el problema de Dios, como había hecho el estoicismo desde sus orígenes. Acepta que Dios es el creador del universo, el conservador, y que dirige el mundo, pero el hombre no puede conocer a Dios. Admite la existencia de Dios, porque todo ser humano la admite, y porque la creencia en su existencia se encuentra en el corazón del hombre. Dios y la materia son aspectos diferentes de una materia primaria, que es causa de todo lo perecedero e imperfecto. Dios se manifiesta a todos los pueblos, pero de modo diferente. Dios es providente y un pneuma corporal. En la metafísica de Séneca, el tiempo desempeña un papel de primer orden. Séneca, en todos los aspectos se presenta muy estoico. Como seguidor del estoicismo medio, trata con especial detenimiento todo lo referente a la ética. Es este campo el principal en el pensamiento del filósofo, y por lo que ha influido más en los siglos posteriores. Se sintió atraído por el tema del matrimonio, y a él dedicó su primera obra de carácter filosófico. A la muerte de Calígula escribió el De ira, siguiendo las ideas de Soción y de Posidonio, y su Ad Marciam de consolatione, para consolarla de la muerte de su esposo y de sus hijos. Durante el destierro en Córcega, redactó Ad matrem Helviam de consolatione, donde manifiesta un gran cariño por su madre, y sigue las normas de la retórica. En el Ad Polybium, se arrastra desvergonzadamente, adulando al emperador, ante el poderoso liberto Polibio, a fin de obtener el perdón del césar, y para que le levantara el destierro. Había considerado el destierro, no como un mal, que afectara negativamente al sabio. Pensaba ya en la brevedad de la vida humana. A su vuelta a Roma, cree que la vida no debe ser malgastada en vanidades, ni perderla. El De clementia, lo compuso siendo preceptor de Nerón. En este tratado explica su idea sobre el príncipe ideal y sobre el Imperio Romano. Presenta al príncipe las grandes ventajas de ser clemente. Para Séneca, el Estado depende de la voluntad del príncipe. Es el pensamiento teórico del autor. Predica un despotismo absoluto. Los súbditos no cuentan nada. En el De vita beata contestó a los duros ataques de que era objeto por su deseo de enriquecerse sin medida, llegando a amasar una fabulosa fortuna. En este tratado se plantea el problema de la riqueza, tema muy importante del momento, cuando había capitales fabulosos, bien descritos en el Satiricón de Petronio. Asienta el criterio de que la felicidad consiste en vivir de acuerdo con la naturaleza, no en disfrutar del placer. No es necesario al sabio rechazar la riqueza, que, como la salud, es una ventaja y sirve para practicar las virtudes, como hacer el bien. Predica no ser esclavo del dinero. El filósofo adaptó sus ideas éticas a la situación en la que vivía en Roma. Después aceptó, en su tratado De tranquillitate animi, que la riqueza puede ser fuente de preocupación, pero estas ideas son ya de la época en que había perdido el favor de Nerón y oteaba en el horizonte algún peligro mortal para su persona. Defendió que la actividad política era una obligación de todo ciudadano, pero se vio obligado a retirarse a la vida privada. En esta última etapa de su vida, en el tratado De otio, defiende ideas estoicas. El ocio era provechoso a la humanidad. Revisa los conceptos de ocio de los estoicos y de los epicúreos. Durante los años del retiro de la actividad política, la labor intelectual de Séneca es asombrosa. Continuó interesándose por la ética, pero también por la naturaleza, tema este último siempre querido por el filósofo. En el tratado De beneficiis, se plantea el problema del buen obrar. Es una de las obras más importantes y significativas de este autor, no sólo desde el aspecto de la ética, sino como documento histórico. La tarea más noble y humana es ayudar al necesitado. En este tratado expresa la idea de que la verdadera patria del hombre es el mundo entero. Se siente ciudadano del mundo. Es cosmopolita. El árbitro de la conducta humana es la conciencia. Esta importancia de la conciencia arranca de ideas expuestas por Epicuro, por Panecio y por Filón de Alejandría. Alcanzaría después gran importancia en el cristianismo. Séneca relaciona la moral con la autoformación del hombre y con la educación de la voluntad. Las Epistulae morales están dirigidas a su amigo Lucilio, que deseaba instruirse. Los temas tratados en las Cartas, estaban ya abordados en los tratados. El estilo es sencillo y epistolar. Séneca se planteó el problema de la muerte y de la supervivencia ultraterrena, y de la desaparición. El tema de la muerte está frecuentemente tratado en las Cartas a Lucilio. A veces, parece dudar de una pervivencia después de la muerte. Con este problema va unido el derecho del hombre a quitarse la vida, tema importante para el romano. Admite el suicidio en caso de que la vida no sea útil para el prójimo o que la vida sea insoportable. Los últimos años de su vida, del 62 ó 63 al 65, Séneca los pasó apartado de la vida pública, dedicado a redactar su obra y a la meditación. Estos años dictó a su secretario las Cartas a Lucilio, de las que dio a conocer los primeros volúmenes. Debió de llevar una intensa vida interior. Se encerró en la soledad de su casa, dedicado a la lectura y a pensar. Se consagró a difundir la sabiduría y su pensamiento a través de las Cartas que escribe a su amigo. Las cartas serían la obra de su vida. Séneca, de anticesariano, pasó a antineroniano. En estos últimos años no podrá ser otra cosa que un filósofo, al apartarse de la vida política. Ni siquiera asistió al foro, ni recibió clientes. Escribió que abandonó el foro y el senado para dedicarse a una empresa de mayor envergadura. En la Carta 14 se pregunta si el sabio debe mezclarse en los asuntos públicos. Los estoicos, entre los que Séneca se colocaba, se excluyeron de toda actividad política. Cultivaron su vida privada, y estuvieron ciegos para ser los legisladores de la condición humana, evitando el provocar al que sea más poderoso que ellos. Esta conducta en su tratado De tranquillitate animi, la atribuyó Séneca a Sócrates, cuando todo el mundo temblaba ante los treinta tiranos, y sólo Sócrates era un hombre libre. A Séneca no le quedó otra posibilidad que la protesta silenciosa. La política sólo era el privilegio de la clase dirigente. La Carta 73 es una carta abierta dirigida a Nerón. Comienza con una frase escandalosa, que Nerón ha hecho reinar la paz y la libertad, y que los filósofos son los más mimados de los ciudadanos. Séneca estima que los que se dedican a la filosofía no pueden ser rebeldes ni despreciar a los magistrados, ni a las autoridades legítimas, todo lo contrario, nadie debía ser más reverente a las autoridades. Se declara leal hacia un soberano anónimo defensor de la patria. La sola ambición de los filósofos es, gracias a la paz, consagrarse al ocio epistolar. Los filósofos son más agradecidos que el resto de los ciudadanos, porque su ocupación es más preciosa que la de los otros hombres, al consagrarse al estudio de la filosofía, que es el mayor de los bienes posibles. Esto va dirigido a Nerón, enemigo de la filosofía. Séneca afirma que los filósofos, cuando se consagran a su vida interior, se dedican a los asuntos de todo el género humano y no se encierran en su torre de marfil. La Carta 73 intenta desarmar la hostilidad de Nerón para que Séneca pueda propagar la simiente de la verdad, a pesar del despotismo ideológico. No hay que provocar al tirano, pero no hay que poner la verdad debajo del celemín. P. Veyne, que ha profundizado como ningún otro investigador en el pensamiento de Séneca, señala que las Cartas a Lucilio son un texto de oposición. Las Cartas están muy apartadas de los sucesos del momento. No se lee en ellas ni una palabra sobre el incendio de Roma. Séneca condenó “el celo inútil de los cínicos”. Uno de ellos, Isidoros, apostrofa a Nerón en público. Existen otros procedimientos de despertar las conciencias. Es lógico no provocar la cólera de los poderosos. Existen métodos preferibles, y uno de ellos es que la vida es preferible a la muerte. La virtud consiste en cumplir sus funciones y ayudar a los hombres a que se ayuden a sí mismos. La verdadera prudencia es lo contrario de la cobardía. La prudencia virtuosa no provoca nunca al tirano, pero no cede ante él. Alaba el ejemplo de Teodoro de Cirene, teórico del placer, que desafió las amenazas del dictador y de sus verdugos. La virtud está al servicio del prójimo, pero se puede servir al prójimo de muchas maneras. Toda acción virtuosa sirve al prójimo. Es un pensamiento estoico. Séneca sigue al estoicismo antiguo. El sabio participará en los asuntos públicos, según que pueda actuar virtuosamente o no. Si pierde el tiempo dedicándose a la política, se encerrará en el ocio y se dedicará a progresar en la sabiduría. Servirá a sus semejantes por el ejemplo que dará su conducta. Séneca trabajó para el bien de la comunidad. No desconocía que se hacía sospechoso a Nerón, y más aún por ser estoico. Él conocía que con la Carta 70 se programaba su futuro suicidio. Para sufrir menos, los senadores condenados a muerte o simplemente acusados, preferían prevenir el suplicio. La ejecución de la condena estaba confiada a los lictores, que los decapitaban enseguida. Otras veces, se encargaba de la ejecución un oficial con la espada. En el año 64, el senador Silano, fue el primero en abrirse las venas. Por este tiempo, Séneca se planteó en la Carta 70, si es ceder al miedo, anticiparse al suplicio en lugar de esperarlo tranquilamente, y si es condenable hacer el trabajo del verdugo. Cree que es una cuestión personal y que la opinión pública no tiene por qué mezclarse en este asunto. En las Cartas a Lucilio está presente la idea de una muerte probable. Este asunto es muy importante para Séneca. Está muy preocupado por el eco que su suicidio tendría en la opinión pública. No faltarán los críticos, cualquiera que sea el procedimiento seguido, el hierro o el veneno, el suplicio o el suicidio. Supone que los críticos le reprocharán su debilidad. Uno dirá que le ha faltado coraje, otro que ha obrado precipitadamente, y un tercero, que se habría podido seguir un procedimiento más viril. Probablemente, cuando Séneca escribió esta carta, había elegido ya una muerte dulce, y anticiparse al verdugo. Tenía preparada la cicuta. La Carta 70 está dedicada a la apología del suicidio: la cicuta proporciona una muerte menos dolorosa que el verdugo. La Carta 77 describe un suicidio lento. Nerón, durante mucho tiempo no asesinó a los filósofos estoicos, a los que despreciaba. Los asesinados eran más bien hasta el año 65, por razones fiscales, para apoderarse de sus bienes. La conjura de Nerón era otra cosa. Los asesinatos fueron numerosos. La única alternativa era el regicidio. En el año 65, los conjurados querían asesinar a Nerón y poner en el trono a un hombre, Pisón, amigo de las artes. Séneca no estaba entre los conjurados, que eran, la mayoría, senadores, nobles, miembros de la guardia imperial y un comandante en jefe. Se planeó apuñalar a Nerón en el circo, durante las carreras de carros. La conjuración fracasó. Nerón dirigió la represión, apoyado en los guardias que le eran fieles. Los conjurados habían planeado entrar en contacto con Séneca. Su nombre circuló entre los conjurados. Algunos habían planeado asesinar a Pisón, y llevar al trono imperial a Séneca. Se desconocen los motivos por los que ni Séneca, ni el antiguo preceptor Thraseas, participaron en la conjura. Séneca había participado en el regicidio, cuando el soberano no respetaba el contrato social. Los deberes de la comunidad, escribió, están por encima de los del individuo. El déspota no se corrige. La muerte debía se considerada como un remedio, pues este hombre nunca llegará a la salud mental, escribió Séneca en el De beneficiis, VII. 20. En los escritos, Séneca alude de pasada a sucesos de Hispania, como la derrota de los cimbrios por los celtíberos (De ira, I); a la circunvalación por P. Cornelio Escipión Emiliano de Numancia (Dial., III. 11.7); a una carta de Cicerón (De brevitate vitae, X. 5. 2); el parentesco entre los cántabros y los corsos (Dial., XII. 7. 9); a la concesión de la inmunidad por Claudio a los hispanos (De beneficiis, VI. 19. 2); a la guerra entre Sertorio y Pompeyo (Ad Lucilium Ep., 94. 64), y algunas otras de menor importancia. Séneca alcanzó en sus tratados un lenguaje filosófico. En este aspecto continuó la obra comenzada por Cicerón. Utilizó muchos términos griegos y tomados de la vida corriente, a los que dio nuevos significados. Séneca no fue favorable a los judíos. No se conoce su actitud ante los cristianos. La correspondencia entre Pablo y Séneca es una burda falsificación del siglo V. Se conocen bien los últimos momentos de la vida de Séneca, gracias al historiador Tácito (Ann., XV. 61- 64). El gran historiador de Roma, escribió que la muerte de Anneo Séneca fue especialmente grata a Nerón, no porque le creyera implicado en la conjura de Pisón, pues sólo uno le nombró entre los conjurados. Séneca se encontraba enfermo. Le ordenó al tribuno de una cohorte pretoria que fuera a visitarle a Campania, donde se encontraba en una casa de campo. El tribuno le visitó al caer la tarde, rodeó la casa con los soldados y le comunicó el mandato del emperador de que se suicidara. Séneca se encontraba sentado a la mesa, en compañía de su esposa Pompeia Paulina y de dos amigos. El tribuno no percibió ningún signo de temor ni de tristeza en su rostro. Se le ordenó suicidarse. Séneca pidió las tablillas de su testamento, lo que le negó el tribuno. A sus amigos les comunicó que, ya que se les prohibía agradecerles el afecto que le habían demostrado, les regalara lo más hermoso que poseía: la imagen de su vida. Si se acuerdan de ella, obtendrían la reputación de hombres virtuosos, como premio de la amistad. Les preguntó tranquilamente dónde se encontraban los preceptos de la filosofía, dónde los razonamientos tantas veces meditados ente el destino. Acusó a Nerón de asesinar a su madre y a su hermano. A continuación, abrazó a su esposa y le rogó que modelase su dolor, y que en la contemplación de una vida transcurrida en la virtud, se acomodase a soportar la añoranza del marido. Ella le respondió que estaba determinada a morir y reclamó al ejecutor de la muerte. Séneca, dirigiéndose a su esposa, le dijo que él le había enseñado los aspectos agradables de la vida, pero que ella prefería el honor de la muerte. Después se abrieron las venas. A Séneca, debilitado por la vejez y la poca comida, la sangre fluyó lentamente. Se abrió las venas de los muslos. Intentó persuadir a su esposa, que se retirara a otra habitación, para no quebrantar su ánimo con su dolor. Antes de morir, llamó a los secretarios y les dictó unas líneas. Nerón, que no guardaba odio particular a la esposa, ordenó que se le impidiera suicidarse. Por sugerencia de los soldados, los libertos y los esclavos ligaron las venas de los brazos cortando la hemorragia. Pompeia Paulina vivió unos años más (Tácito, Annales 15, 64, 2), recordando a su esposo. Séneca, conociendo que la llegada de la muerte se alargaba, se dirigió a su amigo y médico de absoluta confianza, Estacio Anneo, para que le proporcionase un veneno que tenía preparado, la cicuta, con la que murió Sócrates, veneno que no surtió efecto. Se introdujo en un baño de agua caliente, y ofreció a Júpiter Liberador una libación. Los vapores del agua caliente asfixiaron a Séneca. Su cuerpo fue incinerado, sin celebrarse el funeral. La muerte de Séneca se ajustó a lo que había defendido en vida. El impacto del pensamiento de Séneca fue grande en los escritores cristianos de los primeros siglos. Su influjo está patente en la primera Apología cristiana redactada en latín, la del abogado Minucio Félix, que vivió en la segunda mitad del siglo II; en el teólogo romano Novaciano, en su tratado Sobre los alimentos de los judíos, escrito, quizás, hacia el año 253. Tertuliano, en su tratado sobre El testimonio del alma, deduce el conocimiento de Dios, del macrocosmos y del microcosmos, siguiendo a Séneca, y a otros como Crisipo, Posidonio y Filón. Tertuliano, en su tratado Sobre el alma, redactado entre los años 210-213, admite el influjo de los filósofos, principalmente de Séneca. El tratado Sobre la muerte de Cipriano, obispo de Cartago, escrito con ocasión de la peste que asoló el norte de África el año 252, contiene muchos elementos sacados de la filosofía estoica, principalmente de Séneca. Séneca fue muy leído en el Renacimiento español. Alonso de Cartagena tradujo Cinco libros de Séneca, 1491, 1510 y 1530. Pero Díaz de Toledo tradujo las Epístolas de Lucilio y los Proverbios, de cuya traducción se hicieron muchas ediciones en los siglos XV y XVI. Se considera la filosofía de Séneca una preparación para la imitación de Cristo. El gran humanista Vives, recomendaba a sus discípulos leer a Séneca. El Scholastico de Villalón acusa el influjo del filósofo cordobés. En el siglo XVII, el pensamiento de Séneca influyó fuertemente en el de Quevedo. P. Fernández Navarrete tradujo varios tratados. El influjo senequista se rastrea en Saavedra Fajardo. Séneca era igualmente leído en la América española, México, como lo prueba que en una lista de libros de 1533, figuran los Proverbios y las Epístolas. Baltasar Jorge Valdés, muerto en 1545, entre los libros que llevaba consigo, se encontraban las Epístolas de Séneca. En la segunda mitad del siglo XX, el pensamiento de Séneca continúa siendo objeto de estudio. Baste recordar los trabajos de A. Blanco, P. Veyne, P. Grimal, E. R. Chaumartin, J. Fillion-Lahille, B. Mortureux, J. M. André, G. Mazzoli, I. Dionigi, M. Lausberg y J. M. Rist, etc. Obras de~: Diálogos (Sobre la ira [c. 37-41. De ira], Consolación a Marcia [c. 37-41. Consolatio ad Marciam], Consolación a Polibio [c. 41-49. Consolatio ad Polybium], Consolación a Helvia [c. 41-49. Consolatio ad Helviam matrem], Sobre la firmeza del sabio [c. 49-59. De constantia sapientis], Sobre la felicidad [c. 49-59. De vita beata], Sobre el ocio [c. 49-59. De otio], Sobre la serenidad [c. 49-59. De tranquillutate animi], Sobre la brevedad de la vida [c. 49-59. De brevitate vitae], Sobre la providencia [c. 37-65. De providentia]; ed. de C. Codoñer, Madrid, Tecnos, 2006). Tragedias: Hércules loco [Hercules furens], Hércules en el Etna [Hercules Oetaeus], Tiestes [Thyestes], Las Troyanas [Troades], Agamenón [Agamemno], Fedra [Phaedra], Medea, Octavia, Las fenicias [Phoenissae], Edipo [Oedipus] ed. de C. Codoñer, Madrid, Gredos, 1997-1999, vol. I-II). Tratados: Sobre la clemencia [c. 49-59. De clementia], Sobre los beneficios [c. 49-59. De beneficiis] Otras obras: Apocoloquintosis o Ludus de morte Claudii (c. 54; ed. J. Mariné, Madrid, Gredos, 1996); Cuestiones naturales (c. 59-65. Naturales quaestiones); Epístolas morales a Lucilio (c. 59-65; Ad Lucilium epistulae morales; ed. de I. Roca, Madrid, Gredos, vol. 1-II, 1986 y 1989). Textos perdidos y fragmentarios: Sobre la vida de mi padre [De vita patris], Sobre los empleos [De officiis], Sobre la superstición [De superstitione], Sobre el matrimonio [De matrimonio], Sobre la naturaleza de las piedras [De lapidum natura], Sobre la naturaleza de los peces [De piscium natura], Sobre la forma del mundo [De forma mundi], Sobre los terremotos [De motu terrarum], De remediis fortuitorum, Sobre el Nilo [De Nilo], Sobre el lugar de la India [De situ Indiae], Sobre el lugar y la religión de los egipcios [De situ et sacris Aegyptiorum]. Bibl.: A. Stein, Prosopographia Imperii Romani saec. I, II, III. Editio altera (PIR²), Pars I, Berlin - Leipzig, Walter de Gruyter, 1933, n.º A 617; R. Grosse, Las fuentes desde César hasta el siglo v de J.C., Barcelona, Universidad, 1959; W. Trillitzsch, Seneca im literarischen Urteil der Antike. Darstellung und Sammlung der Zeugnisse, Amsterdam, A. M. Hakkert, 1971; M. T. Griffin, Seneca. 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Veyne, Seneca: The life of a stoic, Londres-New York, Routledge, 2003. |
Reputación posterior.
Séneca es uno de los pocos filósofos romanos que siempre ha gozado de gran popularidad (al menos en la Europa continental; en el mundo anglosajón no fue sino hasta el siglo xx cuando la figura de Séneca se rescató del olvido), como lo demuestra el hecho de que su obra haya sido admirada y celebrada por algunos de los pensadores e intelectuales occidentales más influyentes: Erasmo de Róterdam, Michel de Montaigne, René Descartes, Denis Diderot, Jean-Jacques Rousseau, Francisco de Quevedo, Thomas de Quincey, Dante, Petrarca, San Jerónimo, San Agustín, Lactancio, Chaucer, Juan Calvino, Baudelaire, Honoré de Balzac... todos mostraron su admiración por la obra de Séneca. Junto a la de Cicerón, la obra de Séneca era una de las mejor conocidas por los pensadores medievales, y como quiera que muchas de sus doctrinas son compatibles con la idiosincrasia cristiana, los padres de la Iglesia como San Agustín lo citan a menudo; Tertuliano lo consideraba un saepe noster, esto es, «a menudo uno de los nuestros», y San Jerónimo llegó a incluirlo en su Catálogo de santos. Durante la Edad Media, de hecho, surgió la leyenda de que San Pablo habría convertido a Séneca al cristianismo, y que su muerte en el baño era una suerte de bautismo encubierto. El origen de esta leyenda pudo venir de que San Pablo conoció al hermano mayor de Séneca, Galión (Hechos 18: 12-17) a quien alude posteriormente en la última de las cartas a los Gentiles (II Timoteo 4:16), por lo cual habría sido escrita una falsa correspondencia entre el apóstol y Séneca. La supuesta conversión al Cristianismo de Séneca fue un tema recurrente durante el Bajo Imperio romano y la Edad Media, formaba parte de la «Leyenda áurea», e incluso aparecieron varias cartas espurias entre Séneca y San Pablo en las que intercambian puntos de vista doctrinales; en una de ellas, fechada en el siglo iii o en el siglo iv, incluso se relata el gran incendio de Roma, aunque probablemente Séneca se hallase fuera de la ciudad en ese tiempo. Por otro lado, su obra Naturales quaestiones, tratado de ciencias naturales alabado ya por Plinio el Viejo, fue durante la Edad Media la obra de referencia inamovible en los asuntos que abordaba; solo Aristóteles gozó de mayor prestigio en ese campo. Además, la influencia de Séneca se deja ver en todo el humanismo y demás corrientes renacentistas. Su afirmación de la igualdad de todos los hombres, la propugnación de una vida sobria y moderada como forma de hallar la felicidad, su desprecio a la superstición, sus opiniones antropocentristas... se harían un hueco en el pensamiento renacentista. Erasmo de Róterdam, por ejemplo, fue el primero en preparar una edición crítica de sus obras (1515), y la primera obra de Calvino fue una edición de De clementia, en 1532. Robert Burton lo cita en su Anatomía de la melancolía, y Juan Luis Vives y Tomás Moro lo tenían en alta estima, y se hacían eco de sus ideas éticas. En la obra de Montaigne, los Ensayos, las referencias a la obra de Séneca son constantes, tanto en la forma, como en opiniones, muchas de las cuales son comunes en ambos pensadores: por ejemplo, la justificación del suicidio como forma de evitar una muerte peor, es análoga en ambos. Formalmente, muchos ensayos de Montaigne se asemejan a la estructura desarrollada por Séneca en sus Cartas a Lucilio (planteamiento de un tema, pero no de una tesis al respecto, un desarrollo más o menos lineal donde se añaden ejemplos pero se evitan digresiones, y una conclusión final sobre el tema planteado, que se deduce de todo lo anterior), que se han visto como un antecedente claro del ensayo moderno. Y, aunque las ideas presentadas por Séneca no pueden ser consideradas originales ni sistemáticas en su exposición, su importancia es capital a la hora de hacer asequibles y populares muchas de las ideas de la filosofía griega. En la actualidad, su obra ha caído en un cierto olvido, propiciado por el moderno abandono del estudio de las lenguas y disciplinas clásicas. Sin embargo, sigue sorprendiendo por la vigencia y accesibilidad de muchas de sus ideas y la facilidad de lectura y la claridad con que se muestra en las traducciones vernáculas de su obra: las Cartas a Lucilio han sido comparadas con un libro de autoayuda, y de hecho, a raíz de la película Gladiator, tanto éstas como las Meditaciones de Marco Aurelio fueron reeditadas con gran éxito en el mundo anglosajón. Valoración. Desde sus inicios, Séneca abrazó el estoicismo, sobre todo en su vertiente moral, y toda su obra gira en torno a esta doctrina, de la que llegó a ser, al menos en la teoría, uno de los máximos exponentes. Sin embargo, aunque en su obra se presenta siempre como estoico, ya en su propio tiempo fue tachado de hipócrita, al no ser capaz de vivir según los principios que propugnaba en su obra. En efecto, a lo largo de toda su vida fue acusado de haberse acostado con mujeres casadas, y si bien es cierto que muchas veces dichas acusaciones no eran más que meras calumnias, en muchos otros casos parecen haber estado bien fundadas. Además, la estrecha relación con los excesos de Nerón demuestra las profundas limitaciones de sus enseñanzas en cuanto a la templanza y la autodisciplina propias de un estoico. Igualmente, no se explicaría que un verdadero estoico escribiera las cartas que desde su destierro en Córcega envió a Roma rogando, de la forma más servil y humillante, por su perdón. En su Calabacificación de Claudio ridiculizó algunos comportamientos y políticas del emperador Claudio que cualquier estoico habría aplaudido, con lo que se demostró que colocaba sus principios al servicio de Nerón, al denostar a Claudio al tiempo que proclamaba que Nerón sería más sabio y longevo que el legendario Néstor. En esta obra presenta una crítica hacia la deificación de los humanos y pone como claro ejemplo el caso de Claudio y aprovecha la ocasión para criticarlo y ridiculizarlo. La carta al Senado donde justifica el asesinato de Agripina, ha sido siempre vista como algo imperdonable, y de gran bajeza moral. Ante otros actos de Nerón, como el asesinato de Británico o el repudio de su primera esposa Octavia, Séneca siempre guardó un silencio que muchos han visto como cobardía e incluso aquiescencia. Las acusaciones de corrupción que acompañaron a su gobierno, que bien pudieran sostenerse si se atiende a la fabulosa fortuna que hizo en ese período, serían una prueba más de la incapacidad de Séneca para llevar a la práctica los principios estoicos que tanto admiraba. Sin embargo, hay que hacer notar que la inmensa mayoría de las acusaciones que se vertieron contra Séneca fueron hechas bien por opositores políticos en vida del filósofo, por lo que su validez debe tomarse con cautela, o con mucha posterioridad a la muerte del mismo, de manera que muy posiblemente las debilidades de Séneca fueran en realidad mucho menores que las que en apariencia fueron. Sea como fuere, Séneca ha pasado a la posteridad como uno de los más tristes ejemplos de un hombre que falló en vivir según sus propios ideales. En la actualidad, los medioambientalistas utilizan su nombre en la expresión "efecto Séneca" o "acantilado de Séneca" para expresar que el declive de las civilizaciones es más rápido que su ascenso. Esta referencia se basa en la cita que dice: "Sería un motivo de consuelo para nuestra fragilidad y para nuestros asuntos, si todas las cosas pereciesen tan lentamente como se producen; en cambio, el crecimiento procede lentamente, la caída se acelera." Lucio Anneo Séneca, Cartas a Lucilio. Libro XIV, Epíst. 91, 6. |
Temas / Biografías MAESTRO DE NERÓN Séneca, un filósofo no tan estoico Filósofo y preceptor del emperador Nerón, Séneca es una de las figuras más conocidas del pensamiento romano. Sin embargo, de él se ha dicho a menudo que no vivió según los ideales estoicos que predicaba. Abel G.M.Abel G.M. Periodista especializado en historia, paleontología y mascotas “algunas veces incluso vivir es un acto de coraje”. Lucio Anneo Séneca, el autor de tal afirmación, sin duda lo necesitó más de una vez para sobrevivir a los reinados de dos emperadores, Calígula y Claudio, que ordenaron su muerte. En ambas ocasiones se salvó pidiendo clemencia o consiguiéndola de otros; pero el siguiente en la lista, Nerón, no se mostró tan compasivo. Se dice que Séneca, fiel a su filosofía estoica, afrontó la muerte con serenidad; pero a juzgar por las pruebas que nos han llegado, tal vez no fuese un hombre tan impasible como se le suele retratar. Para ser uno de los pensadores romanos más conocidos, poco se sabe de sus primeros años: ni siquiera su fecha de nacimiento es conocida, aunque se suele datar alrededor del año 4 a.C. Vino al mundo en Corduba, la actual Córdoba, entonces capital de la provincia hispana de Bética, aunque pronto fue enviado a Roma a vivir con su tía Marcia. Su familia gozaba de una buena posición y el jóven Séneca recibió una amplia formación en todas las disciplinas que se esperaba que dominase un futuro senador, especialmente la retórica y la filosofía. Gracias a Plinio el Viejo sabemos que Séneca, además de filosofía, tenía grandes conocimientos del mundo natural El marido de Marcia fue nombrado durante unos años gobernador de Egipto; gracias a esto, Séneca tuvo la oportunidad de ampliar sus conocimientos en ciencias naturales y entrar en contacto con las corrientes filosóficas de oriente. En algún momento conoció al naturalista Plinio el Viejo, gracias al cual sabemos que Séneca, además de filosofía, tenía grandes conocimientos del mundo natural. También conoció a maestros de diversas escuelas filosóficas, manifestando un especial interés por el estoicismo, que enseñaba a vivir controlando las pasiones y aceptando los vaivenes de la fortuna: es probable que este interés fuese debido a su mala salud -padecía asma crónica- ya que a su familia no le faltaba nada en cuanto a bienestar y comodidades. UN ORADOR ENVIDIADO En el 31 d.C. se instaló de nuevo en Roma y empezó su carrera política empezando por la magistratura más baja, la de cuestor. Pronto se hizo patente su gran talento para la oratoria y se convirtió, pese a su juventud, en una de las voces más respetadas del Senado. Pero este prestigio jugó en su contra cuando en el año 37 Calígula fue proclamado emperador, ya que una de las primeras cosas que hizo fue condenarlo a muerte: según el historiador Dión Casio, el motivo fueron los celos que sentía el nuevo emperador al no ser un orador tan brillante como él. Se salvó de la condena gracias a que convencieron a Calígula de que no valía la pena granjearse enemistades por alguien que no tardaría en morir de forma natural debido a su mala salud; pero puesto sobre aviso, Séneca se retiró de la vida pública. Séneca era una de las voces más respetadas del Senado, lo que le valió la envidia y la desconfianza de los emperadores. La segunda condena a muerte llegó en el año 41, esta vez de la mano del recién proclamado emperador Claudio. En este caso la razón fue que el Senado no estaba convencido de tener a aquel hombre tartamudo como emperador y Séneca, siendo uno de los oradores más brillantes, podía resultar un opositor peligroso aunque estuviera oficialmente retirado. Es probable que fuese Mesalina, esposa de Claudio, quien instigó la condena; pero por segunda vez se salvó y la pena le fue conmutada por el destierro a la isla de Córcega. Durante los más de ocho años que pasó desterrado, Séneca no cesó en su intento de obtener el perdón; algo que, ya entonces, le recriminaron algunos, puesto que declarándose estoico debería haber aceptado los golpes de la fortuna: en vez de esto demostró sentimientos poco coherentes con esta filosofía, adulando al liberto más influyente del emperador para ganarse su favor. Finalmente Mesalina murió en el año 48 y la nueva esposa de Claudio, Agripina, le permitió regresar a Roma al año siguiente. Cuando el emperador murió en el 54 d.C., Séneca se permitió servirse su venganza fría y escribir una sátira en la que se burlaba del fallecido Claudio, una revancha tampoco muy propia de un estoico. Agripina nombró a Séneca tutor de su hijo Nerón. Junto con el prefecto del pretorio Burro, gobernaron durante varios años en nombre del emperador EL TEMIBLE NERÓN. Aún en vida de Claudio, Agripina nombró a Séneca tutor de su hijo Nerón, candidato a suceder al emperador. En el momento de su ascenso al poder Nerón tenía solo 17 años, por lo que los primeros años de su principado estuvieron de facto dirigidos por Séneca y por Sexto Afranio Burro, prefecto del pretorio. Oficialmente ambos eran consejeros del nuevo emperador, pero a la práctica todas las decisiones eran tomadas por ellos. En las valoraciones de los historiadores romanos, el mejor periodo de gobierno de Nerón fue, precisamente, este en el que no gobernaba. Séneca, gracias a su influencia en el Senado, promovió una serie de leyes que aligeraron la presión fiscal, disminuyeron la corrupción y mejoraron el trato a los esclavos. Por su parte Burro, influyente entre los militares, apoyó una guerra en Armenia bajo las órdenes del general Cneo Domicio Corbulón que aseguró la frontera oriental del imperio frente a los partos. Pero a medida que Nerón crecía se hacía cada vez más evidente que estaban intentando mantener enjaulada a una fiera. Una primera señal fue el asesinato de Agripina por orden de su propio hijo en el año 59, un acto que Séneca llegó a justificar ante el Senado por miedo a perder su poder, a pesar de que había sido gracias a ella que había podido volver del destierro. A este asesinato siguió el de Burro en el año 62: Séneca se había quedado solo frente a la paranoia de su antiguo pupilo y a las acusaciones de sus enemigos políticos para que él fuese el siguiente en caer. Pensando que podía escapar por tercera vez de la muerte, se apartó definitivamente de la vida pública e incluso legó su herencia a Nerón antes de retirarse a su villa en el sur de Italia. Pero sus enemigos no se olvidaron de él y en el año 65 lograron implicarlo en una conjura fallida contra el emperador: el 12 de abril, el maestro recibió de su viejo pupilo la orden de acabar con su vida. Aunque en el arte su muerte parece atribuirse al desangramiento, después de haberse cortado las venas y sumergido en una bañera, lo cierto es que la causa última fueron los vapores del baño caliente, que combinados con el asma que padecía le provocaron la asfixia. LEGADO CONTROVERTIDO Por lo que respecta a su legado, Séneca es un caso particular entre los filósofos clásicos. Como ya se le criticó en vida, no predicaba con el ejemplo: más que un filósofo estoico, se comportaba como un patricio romano, motivo por el que otros pensadores lo tacharon de hipócrita. Pertenecía a una familia acaudalada y, aunque no ostentaba su riqueza, tampoco se privaba de ninguna comodidad; persiguió activamente el poder, rebajándose incluso a pedir clemencia a Claudio y a justificar el asesinato de Agripina; y sufrió numerosas acusaciones de tener relaciones con mujeres casadas, si bien es cierto que en muchos casos podían ser maquinaciones de sus enemigos. El segundo motivo que hace de él un caso particular es que es que fue mucho mejor valorado por los pensadores posteriores que por sus contemporáneos. Los filósofos de la Edad Media y especialmente del Renacimiento parecen más dispuestos a pasar por alto sus fallos de comportamiento y recuperar su doctrina porque esta reflejaba la preocupación -cuanto menos teórica- por los ideales de una vida recta y justa. En vida Séneca fue acusado de hipócrita. Fue mucho mejor valorado por los pensadores posteriores que por sus contemporáneos. Lo que resulta especialmente curioso es que sus ideas fueron reivindicadas desde bandos opuestos para dar validez a sus respectivos postulados: pensadores católicos y protestantes, religiosos y laicos, conservadores y revolucionarios, creyeron encontrar en las palabras de Séneca la confirmación de que estaban defendiendo lo correcto… y para un retórico experto como él, esto podría ser el mejor elogio. |
Tengo un libro en mi colección privada .-
El latín (autoglotónimo: Lingua Latina o Latīnum; en griego: Λατινικὴ ɣλῶττα Latinike glōtta) es una lengua itálica perteneciente al subgrupo latino-falisco,2 y a su vez a la familia de las lenguas indoeuropeas, que fue hablada en la Antigua Roma y posteriormente durante la Edad Media y la Edad Moderna, llegando hasta la Edad Contemporánea, pues se mantuvo como lengua científica hasta el siglo xix. Su nombre deriva de una zona geográfica de la península itálica donde se desarrolló Roma, el Lacio (en latín, Latium). Adquirió gran importancia con la expansión de Roma, y fue lengua oficial del Imperio romano en gran parte de Europa, África septentrional y Oriente Próximo, junto al griego. Como las demás lenguas indoeuropeas en general, el latín era una lengua flexiva de tipo fusional con un mayor grado de síntesis nominal que las actuales lenguas romances, en la cual dominaba la flexión mediante sufijos, combinada en determinadas veces con el uso de las preposiciones, mientras que en las lenguas modernas derivadas dominan las construcciones analíticas con preposiciones, mientras que se ha reducido la flexión nominal a marcar solo el género y el número, conservando los casos de declinación solo en los pronombres personales (estos tienen, además, un orden fijo en los sintagmas verbales). El latín originó un gran número de lenguas europeas, denominadas lenguas romances, como el español, francés, franco-provenzal, friulano, gallego, istriano, istrorrumano, italiano, ladino, ligur, lombardo, meglenorrumano, napolitano, occitano, piamontés, portugués, romanche, rumano, sardo, siciliano, valón, véneto, aragonés, arrumano, asturleonés, catalán, corso, emiliano-romañol, y otros ya extintos, como el dalmático, panonio y el mozárabe. También ha influido en las palabras de las lenguas modernas debido a que durante muchos siglos, después de la caída del Imperio romano, continuó usándose en toda Europa como lingua franca para las ciencias y la política, sin ser seriamente amenazada en esa función por otras lenguas en auge (como el español en el siglo xvii o el francés en el siglo xviii), hasta prácticamente el siglo xix. La Iglesia católica lo usa como lengua litúrgica oficial (sea en el rito romano sea en los otros ritos latinos), aunque desde el Concilio Vaticano II se permiten además las lenguas vernáculas. También se usa para los nombres binarios de la clasificación científica de los reinos animal y vegetal, para denominar figuras o instituciones del mundo del Derecho, como lengua de redacción del Corpus Inscriptionum Latinarum, y en artículos de revistas científicas publicadas total o parcialmente en esta lengua. El alfabeto latino, derivado del alfabeto griego (en sí derivado del alfabeto fenicio), es ampliamente el alfabeto más usado del mundo con diversas variantes de unas lenguas a otras. El estudio del latín, junto al del griego clásico, es parte de los llamados estudios clásicos, y aproximadamente hasta los años 1970 fue estudio casi imprescindible en las humanidades. Hasta el día de hoy, en países como Alemania, en los Gymnasien se enseña latín o griego junto a lenguas modernas. |
Períodos en la historia de la lengua latina La historia del latín comienza en el siglo viii a. C. y llega, por lo menos, hasta la Edad Media: Arcaico: desde que nace hasta que la sociedad romana entra en la órbita cultural de Grecia (helenización): siglo viii a. C.-siglo ii a. C. Autores destacados de este período son Apio Claudio el Ciego, Livio Andrónico, Nevio, Ennio, Plauto, Terencio. Clásico: en una época de profunda crisis económica, política y cultural, la élite cultural crea, a partir de las variedades del latín coloquial, un latín estándar (para la administración y escuelas) y un latín literario. Es la Edad de Oro de las letras latinas, cuyos autores más destacados son Cicerón, Julio César, Tito Livio, Virgilio, Horacio, Séneca, Catulo, Ovidio. Esto ocurrió aproximadamente en los siglos siglo i a. C. y siglo i d. C. Postclásico: la lengua hablada se va alejando progresivamente de la lengua estándar, que la escuela trata de conservar, y de la lengua literaria. Esta distancia creciente hará que de las diversas maneras de hablar latín nazcan las lenguas románicas. Y la lengua escrita, que inevitablemente también se aleja, aunque menos, de la del período anterior, se transforma en el latín escolástico o curial. Tardío: los Padres de la Iglesia empiezan a preocuparse por escribir un latín más puro y literario, abandonando el latín vulgar de los primeros cristianos. A este período pertenecen Tertuliano, Jerónimo de Estridón (San Jerónimo) y San Agustín. Medieval: el latín como se conocía ya no es hablado; por ende, el latín literario se refugia en la Iglesia, en la Corte y en la escuela, y se convierte en el vehículo de comunicación universal de los intelectuales medievales. Mientras, el latín vulgar continuaba su evolución a ritmo acelerado. Ya que las lenguas romances fueron apareciendo poco a poco, unas antes que otras, y porque el latín seguía siendo utilizado como lingua franca y culta, no se puede dar una fecha en la que se dejara de utilizar como lengua materna. Renacentista: en el Renacimiento la mirada de los humanistas se vuelve hacia la Antigüedad clásica, y el uso del latín cobró nueva fuerza. Petrarca, Erasmo de Róterdam, Luis Vives, Antonio de Nebrija y muchos otros escriben sus obras en latín, además de en su propia lengua. Científico: la lengua latina sobrevive en escritores científicos hasta entrado el siglo xix. Descartes, Newton, Spinoza, Leibniz, Kant y Gauss escribieron sus obras en latín. Orígenes y expansión El latín aparece hacia el año 1000 a. C. en el centro de Italia, al sur del río Tíber, con los Apeninos al este y el mar Tirreno al oeste, en una región llamada Latium (Lacio), de donde proviene el nombre de la lengua y el de sus primeros habitantes, los latinos; sin embargo, los primeros testimonios escritos datan del siglo vi a. C., como la inscripción de Duenos y otras similares. En los primeros siglos de Roma, desde su fundación hasta el siglo iv a. C., el latín tenía una extensión territorial limitada: Roma y algunas partes de Italia, y una población escasa. Era una lengua de campesinos y pastores. Así lo demuestran las etimologías de muchos términos del culto religioso, del derecho o de la vida militar. Destacamos los términos stipulare ('estipular'), derivado de stipa ('paja'), o emolumentum ('emolumento'), derivado de emolere ('moler el grano'), en el lenguaje del derecho. En este sentido, los latinos, desde época clásica al menos, hablaban de un sermo rusticus ('habla del campo'), opuesto al sermo urbanus, tomando conciencia de esta variedad dialectal del latín. «En el campo latino se dice edus ('cabrito') lo que en la ciudad haedus con una a añadida como en muchas palabras». Después del periodo de dominación etrusca y la invasión de los galos (390 a. C.), la ciudad se fue extendiendo, en forma de República, por el resto de Italia. A finales del siglo iv a. C., Roma se había impuesto a sus vecinos itálicos. Los etruscos dejaron su impronta en la lengua y la cultura de Roma, pero los italiotas presentes en la Magna Grecia influyeron más en el latín, dotándolo de un rico léxico. El latín de la ciudad de Roma se impuso a otras variedades de otros lugares del Lacio, de las que apenas quedaron algunos retazos en el latín literario. Esto hizo del latín una lengua con muy pocas diferencias dialectales, al contrario de lo que pasó en griego. Podemos calificar, pues, al latín de lengua unitaria. Después, la conquista de nuevos territorios fuera de Italia, llamados provincias, empezando con las Galias por parte de César, hasta la Dacia (Rumania) por parte de Trajano, supuso la expansión del latín en un inmenso territorio y la incorporación de una ingente cantidad de nuevos hablantes. Paralelamente a la expansión territorial de Roma, el latín se desarrolló como lengua literaria y como lingua franca a la vez que el griego, que había tenido estos papeles antes. Desde el siglo ii a. C., con Plauto y Terencio, hasta el año 200 d. C. con Apuleyo tenemos una forma de latín que no tiene ninguna variación sustancial.
Latín culto y latín vulgar El latín culto fue la lengua literaria, que utilizaban en sus obras autores como Plauto, Terencio, Cicerón, Tito Livio, Virgilio, Horacio, Ovidio, Séneca y Plinio el Viejo entre los siglos III a. C. y II d. C., aunque se hablaba muy poco. Era prácticamente incomprensible para la mayor parte del pueblo romano que, en su lugar, hablaba la lengua popular, el latín vulgar (vulgus significa ‘pueblo’), que se escribía bastante poco. El plebeius sermo tenía un vocabulario muy reducido y tomó palabras originarias de distintas provincias dominadas por los romanos, desconocidas por el sermo nobilis. De igual manera, en el latín vulgar se dieron fenómenos tales como la reducción del significado de muchas palabras, la ampliación del significado de otras, el cambio de significado de términos usuales en el latín literario o el cambio de significado en otros casos. Asimismo, en la lingua romana rustica se fueron dando diferencias en la pronunciación de las palabras y en la duración de las vocales. El latín clásico era sintético, es decir, que expresaba varias ideas en una sola palabra, mientras que el latín vulgar explicaba los conceptos a través de muchos términos; se volvió una lengua analítica. El sermo vulgaris hace uso del artículo demostrativo para precisar el género y número del sustantivo al que acompañan: ille vir (el hombre) - illa femina (la mujer). En el latín vulgar se pierden las terminaciones que indicaban los seis casos del singular y del plural, conservando el acusativo. El género neutro se vuelve masculino, por ejemplo: baculum (báculo), corpus (cuerpo), damnum (daño), frigus (frío), cor (corazón). |
El latín tras la época clásica. Edad Media Tras la caída del Imperio romano, el latín todavía fue usado durante varios siglos como la única lengua escrita en el mundo posterior al estado romano. En la cancillería del rey, en la liturgia de la Iglesia católica o en los libros escritos en los monasterios, la única lengua usada era el latín. Un latín muy cuidado, aunque poco a poco se vio influido por su expresión hablada. Ya en el siglo vii, el latín vulgar había comenzado a diferenciarse originando el protorromance y después las primeras fases de las actuales lenguas romances. Con el renacimiento carolingio del siglo ix, los mayores pensadores de la época, como el lombardo Pablo el Diácono o el inglés Alcuino de York, se ocuparon de reorganizar la cultura y la enseñanza en su imperio. En lo que se refiere al latín, las reformas se dirigieron a la recuperación más correcta de forma escrita, lo que le separó definitivamente de la evolución que siguieron las lenguas romances. Luego, con el surgimiento de las primeras y pocas universidades, las enseñanzas dadas por personas que provenían de toda Europa eran rigurosamente en latín. Pero un cierto latín, el que no podía decirse que fuera la lengua de Cicerón u Horacio. Los doctos de las universidades elaboraron un latín particular, escolástico, adaptado a expresar los conceptos abstractos y ricos en elaborados matices de la filosofía de la época. El latín ya no era la lengua de comunicación que fue en el mundo romano; todavía era una lengua viva y vital, todo menos estática. Renacimiento En el siglo xiv, en Italia, surgió un movimiento cultural que favoreció un renovado interés por el latín antiguo: el Humanismo. Comenzado ya por Petrarca, sus mayores exponentes fueron Poggio Bracciolini, Lorenzo Valla, Marsilio Ficino y Coluccio Salutati. Aquí la lengua clásica empezó a ser objeto de estudios profundos que marcaron el nacimiento, de hecho, de la filología clásica. Edad Moderna En la Edad Moderna, el latín aún se usa como lengua de la cultura y de la ciencia, pero va siendo sustituido paulatinamente por los idiomas locales. En latín escribieron, por ejemplo, Nicolás Copérnico e Isaac Newton. Galileo fue de los primeros científicos en escribir en un idioma distinto del latín (en italiano, hacia 1600), y Oersted de los últimos en escribir en latín, en la primera mitad del siglo xix. |
El cuerpo de libros escritos en latín, retiene un legado duradero de cultura de la Antigua Roma. Los romanos produjeron una extensa cantidad de libros de poesía, comedia, tragedia, sátira, historia y retórica, trazando arduamente al modo de otras culturas, particularmente al estilo de la más madura literatura griega. Un tiempo después de que el Imperio romano de occidente cayese, la lengua latina continuaba jugando un papel muy importante en la cultura europea occidental. La literatura latina normalmente se divide en distintos períodos. En lo que respecta a la primera, la literatura primitiva, solo restan unas pocas obras sobrevivientes, los libros de Plauto y Terencio; se han conservado dentro de los más populares autores de todos los períodos. Muchas otras, incluyendo la mayoría de los autores prominentes del latín clásico, han desaparecido, aunque bien algunas han sido redescubiertas siglos después. El periodo del latín clásico, cuando la literatura latina es ampliamente considerada en su cumbre, se divide en la Edad Dorada, que cubre aproximadamente el periodo del inicio de siglo i a. C. hasta la mitad del siglo i d. C.; y la Edad de Plata, que se extiende hasta el siglo ii d. C. La literatura escrita después de la mitad del siglo ii es comúnmente denigrada e ignorada. En el Renacimiento muchos autores clásicos fueron redescubiertos y su estilo fue conscientemente imitado. Pero sobre todo, se imitó a Cicerón, y su estilo se ha apreciado como el perfecto culmen del latín. El latín medieval fue frecuentemente despreciado como latín macarrónico; en cualquier caso, muchas grandes obras de la literatura latina fueron producidas entre la antigüedad y la Edad Media, aunque no sea de los antiguos romanos. La literatura latina romana abarca dos partes: la literatura indígena y la imitada. La literatura latina romana indígena ha dejado muy pocos vestigios y solo nos ofrece fragmentos verdaderamente arcaicos e intentos de arcaísmo deliberado que proceden fundamentalmente de tiempos de la República, de los emperadores y principalmente de los Antoninos. La literatura latina romana imitada ha producido composiciones en que la inspiración individual se junta a la imitación más feliz, obras numerosas y elegidas que nos han llegado enteras. A veces, se han confundido las obras de origen italiano, producciones más toscas del genio agrícola o religioso de los primitivos romanos (que ofrecen un carácter más original), con las copias latinas de las obras maestras de Grecia, que ofrecen un encanto, una elegancia y una suavidad correspondientes a una civilización culta y refinada. En este último aspecto señalamos la tendencia de dos escuelas retóricas de origen griego que tuvieron gran influencia en Roma: el asianismo y el aticismo. Desde los tiempos de Cicerón estas dos tendencias estilísticas del griego entraron de lleno en latín y perduraron durante varios siglos en la literatura latina. Síntesis Literatura temprana. Poesía: Ennio Tragedia: Pacuvio, Lucio Accio Comedia: Cecilio, Terencio, Plauto Literatura de la Edad de Oro. Poesía: Lucrecio, Catulo, Virgilio, Horacio, Ovidio, Tibulo, Propercio, Lucano Prosa: Cicerón, Julio César Historia: Salustio, Livio, Nepote, Tácito, Suetonio Literatura de la Edad de Plata. Poesía: Estacio, Marcial, Manilio Prosa: Petronio, Quintiliano, Apuleyo, Séneca, Asconio Teatro: Séneca Sátira: Persio, Juvenal Historia: Tácito, Suetonio |
OBRAS y AUTORES La literatura latina se inicia con Livio Andrónico, que llegó a Roma siendo un esclavo de habla griega. Tradujo en verso el poema épico de Homero, la Odisea, al latín, y escribió las primeras piezas dramáticas en esta lengua, así como traducciones de obras griegas. El primer escritor romano nativo fue Gneo Nevio (270-201? a.C.), que siguió el ejemplo de Livio Andrónico. Sus comedias tuvieron mucho éxito y también compuso el Bellum Poenicum, un poema épico sobre la primera guerra púnica entre Roma y su rival Cartago. Sin embargo, el primer escritor romano verdaderamente importante fue Ennio Quinto, famoso por sus Annales, un poema enérgico y vigoroso que cuenta la historia de Roma y sus conquistas en versos hexámetros adaptados con éxito del griego al latín. El esfuerzo pionero de Ennio sirvió como modelo para la épica romana y fue muy imitado por poetas posteriores que refinaron las asperezas de su estilo. Sólo se conservan fragmentos diseminados de estos primeros escritores, pero disponemos de 21 obras de teatro del primer genio verdadero de la literatura romana, Plauto. La comedia fue la aportación romana más firme para el desarrollo del drama; las obras vivas y ágiles de Plauto sirvieron de modelo a la comedia europea posterior y han sido representadas e imitadas hasta hoy. Su mundo de amos ignorantes, esclavos astutos, doncellas inocentes y jóvenes sin esperanza que se enamoran absurdamente fue heredado por el segundo genio romano cómico, Terencio. Sus obras son más tranquilas y graciosas que las de su predecesor, menos divertidas, pero quizá más conmovedoras. Catón el Viejo, político conservador y enemigo implacable de Cartago, fue el primer maestro de la prosa romana. Orador hábil, proporcionó los primeros modelos a la retórica romana. Su tratado sobre agricultura, De agri cultura, aún se conserva. El gran maestro de la sátira, un género supuestamente inventado por Ennio, fue Cayo Lucilio, a la que aportó como modelo palabras mordaces que ridiculizan despiadadamente un amplio conjunto de locuras humanas, tanto en el terreno privado como en el público. Sólo se conservan fragmentos de su obra. El precursor de la era más grande de la poesía romana fue Lucrecio, cuyo poema didáctico De rerum natura argumenta en versos elocuentes que los dioses no intervienen en asuntos humanos. Su finalidad era liberar a la gente de la superstición y del miedo a la muerte. Catulo, el primer gran poeta lírico en latín, se inspiró en modelos griegos. Sus poemas largos son complejos y eruditos, pero le caracterizan en mayor medida los poemas líricos más cortos, algunos de los cuales son puras declaraciones de amor a una mujer llamada Lesbia o están dedicados a su hermano muerto, y otros en los que saca a relucir su inventiva de ingenio mordaz e hiriente contra sus enemigos políticos. Su palabra rigurosa e intensa ha sido una fuerza impulsora en la historia de la lírica europea desde el redescubrimiento de su obra a comienzos del renacimiento. Reconocido como el más grande de los poetas latinos, tanto en vida como en tiempos posteriores, Virgilio escribió al principio de su carrera las Églogas, diez poemas pastorales elegantes y vivos que se convirtieron en modelos perpetuos en su género. A estas siguieron las Geórgicas, poemas llenos de gracia sobre la vida de los agricultores. Sin embargo, la obra maestra de Virgilio es la Eneida, un poema épico que narra cómo el héroe troyano Eneas viajó a Italia para encontrar el asentamiento donde se fundaría Roma. Este complejo poema, inspirado en la obra de Homero, es un prodigio de armonía, donde contrasta el deseo de paz con la veneración tradicional de la virtud militar. Cada época ha encontrado en la Eneida respuesta a problemas y actitudes vitales. La tradición lírica continuó con una galaxia de poetas que aún se leen en la actualidad. El amigo de Virgilio, Horacio, se convirtió en el maestro de la oda adaptando hábilmente los metros griegos al latín con el concurso de su propia voz llena de gracia. De su mejor poesía se desprende también un humor chistoso. La tradición de la elegía de amor, que empezó Catulo, fue continuada de una manera dulce y melancólica por Alibio Tibulo (c. 48-19 a.C.). El último de los tres libros que se le atribuyen incluye poemas de amor directos y conmovedores que, sin embargo, son poemas escritos por su contemporánea Sulpicia, los únicos poemas que se conservan de una mujer romana. Más dinámicas y complejas son las elegías de amor escritas por Sexto Propercio, registros turbulentos e impacientes de sus difíciles amoríos con Cintia. La tradición elegíaca concluyó con la obra de Ovidio, que se ocupó del género de una manera festiva. Prolífico poeta, es más conocido por su Ars amatoria, un manual de amor irónico, y por su obra más importante, la Metamorfosis, un largo y poco urdido poema que vuelve a abordar los mitos antiguos. La edad de oro de la poesía romana se correspondió con la de la prosa. El autor más destacado, Cicerón, fue un político y orador cuya retórica intensa y sonora se convirtió en un modelo para la oratoria europea posterior. Los discursos más conocidos de Cicerón son los que profirió contra el conspirador político Catilina, pero otros muchos son igual de oportunos y certeros, dado el uso consumado que realiza con los ritmos y cadencias de la lengua latina, orquestados para alcanzar efectos persuasivos y decisivos. Cicerón destacó también con obras en prosa de un estilo más relajado, tratados sobre obras de retórica y de filosofía tales como los famosos fragmentos sobre la amistad y los tiempos pasados. También se conserva gran parte de su reveladora y extensa correspondencia. Igualmente famoso como escritor de prosa fue el contemporáneo de Cicerón, Julio César. Sus comentarios claros y enérgicos sobre La guerra civil y Las guerras en Galia (De bello gallico y De bello civili) también se convirtieron en importantes modelos en su género. El principal historiador romano fue Tito Livio, que escribió la larga historia de Roma Ab urbe condita, también conocida como Décadas, de la que sólo se conserva cerca de una cuarta parte que continúa siendo una fuente básica de este periodo. A la edad de oro siguió lo que a menudo se conoce como la edad de plata de la literatura latina, en el siglo I d.C.; aunque sobrepasada por el brillo del siglo anterior, durante este periodo se produjo un valioso conjunto de obras importantes. La Eneida de Virgilio pareció consumar tanto la perfección del género épico que los poetas posteriores tuvieron más dificultades que ayudas por su ejemplo. Sin embargo, Lucano, cuya epopeya Farsalia narra incidentes de la guerra civil romana con un estilo animado, y Publio Papinio Estacio, un escritor muy admirado en la edad media, supieron abordar con efectividad la tradición épica. La Tebaida (91?), obra principal de Estacio, es una epopeya vigorosa y poco organizada que lleva al límite las formas del estilo virgiliano. Figura descoyante de la edad de plata fue Séneca, tutor del famoso emperador Nerón. Séneca expuso las doctrinas de la filosofía estoica en cartas y tratados que tuvieron una gran influencia y escribió una serie de tragedias terribles que durante siglos han espantado y horrorizado a la sensibilidad dramática europea. Durante este periodo se produjeron obras de interés en varios estilos satíricos. El esclavo Fedro, que se convirtió en hombre libre con el emperador Augusto, escribió en verso versiones latinas de las populares fábulas del escritor griego Esopo. El escritor más original de su época fue tal vez el cortés Petronio, cuyo sorprendente Satiricón (60?), una extensa obra en verso y prosa de la que sólo se conserva parte, es una narración enormemente entretenida que describe vivamente un amplio conjunto de excesos humanos. También la viveza es una característica de los grandes escritores de sátira en verso, como el áspero y difícil Persio y el amargo —pero entretenido— Juvenal. La más corta de las formas poéticas, el epigrama, fue perfeccionada por Marcial, cuyos socarrones e ingeniosos versos son un modelo en su género. La prosa del siglo I d.C. incluye la obra de varios escritores didácticos notables. Plinio el Viejo fue un escritor prolífico cuya Historia Natural sirvió durante generaciones como modelo de libro de texto sobre historia natural. La Institución Oratoria (95?) del retórico Quintiliano es también un estudio importante dedicado a la teoría y práctica de la oratoria, que incluye además algunas de las críticas literarias romanas más juiciosas. Varios destacados historiadores escribieron también durante este periodo. Cornelio Tácito relató dramáticamente los acontecimientos de su época y la que le precedió en sus Historias y Anales; escribió asimismo una famosa descripción de Germania y sus habitantes, Germania (98?). La vida de los Césares (121?), de Suetonio, es famosa por sus animadas biografías de los césares y su, a menudo, espeluznante descripción de lo que para los lectores modernos es el periodo más sensacional de la historia romana. Durante los siglos siguientes, la literatura romana declinó al mismo tiempo que la fortuna política del Imperio, pero destacaron unas pocas figuras. La Metamorfosis (a menudo traducida como El asno de oro) de Lucio Apuleyo es una narración en prosa entretenida que incluye la historia, elegantemente relatada, de Cupido y Psique. En el siglo IV sobrevino un último estallido de energía literaria pagana con el sabio y perspicaz Ambrosio Teodosio Macrobio, que escribió una especie de sumario de la antigua cultura en su Saturnalia. El primer periodo de escritura cristiana en latín se superpone a la última escritura pagana. El primer escritor cristiano importante fue Tertuliano, un maestro de la prosa. Uno de los escritores cristianos más influyentes de su época fue el padre de la iglesia san Ambrosio, cuya correspondencia aún se lee con interés, que también destaca por sus himnos. Aurelio Clemente Prudencio inauguró una nueva tradición en la poesía cristiana al emplear recursos de la literatura pagana para propósitos cristianos. Su Psychomachia introdujo el uso de la alegoría en la poesía cristiana. La prosa cristiana estuvo dominada por dos padres de la Iglesia: san Jerónimo y san Agustín. La obra más importante de san Jerónimo fue la traducción de la Biblia. Conocida como la Vulgata, ha sido la versión modelo en latín desde entonces, y ha influido enormemente en la prosa latina y europea. La influencia de san Agustín fue una de las más trascendentales en el pensamiento europeo medieval y renacentista. Sus obras principales, La ciudad de Dios (413-426) y las muy personales Confesiones (400?), emplean el estilo clásico de la retórica ciceroniana de manera conmovedora y personal para expresar un sentimiento de convicción cristiana. Otras obras de esta época, no especialmente cristianas en cuanto a su orientación, tuvieron una gran repercusión en el pensamiento cristiano posterior. De Nuptiis Philologiae et Mercurii (400?) es el título que se popularizó de una obra curiosa de Marciano Minneo Félix Capella, que proporcionó a la cultura cristiana europea un medio para organizar el conocimiento secular que se consideraba valioso. De Consolatione Philosophiae, del cónsul Boecio, describe con maestría y sosiego la forma en que la vida espiritual puede ser una fuente de paz interior en tiempos adversos. La literatura latina medieval prosigue la tradición de la literatura cristiana primitiva. San Isidoro de Sevilla reunió un compendio de la cultura de su época en sus veinte libros de las Etimologías (623), que sirvieron como obra de referencia durante la edad media tardía. El género histórico fue también una literatura importante durante este periodo, con algunas obras interesantes desde el punto de vista literario. En el 731, el inglés Beda el Venerable escribió versos en latín, además de concluir una inestimable historia de la Iglesia en su país. La obra en prosa más admirada de su época fue la biografía de Carlomagno escrita por el erudito franco Einhard. La corte de Carlomagno reunió un notable grupo de poetas. Destacan entre ellos el erudito inglés Alcuino de York y el sabio arzobispo de Maguncia Rabanus Maurus, que pudo ser el autor del magnífico himno ‘Veni Creator Spiritus’. También fue esta una época de desarrollos notables en poesía litúrgica. La forma conocida como secuencia —cantos en latín cantados durante la misa— se desarrolló en el siglo IX y está particularmente asociada a Notker Balbulus, de la abadía de Gall. Diversas clases de poemas largos fueron también característicos en la primera época de la edad media. La historia de Reynard the Fox, una fábula de animales, apareció en versos latinos en el siglo X. También se escribieron poemas épicos más serios. Especialmente notable es el poema heroico Waltharius, atribuido al monje suizo Ekkehard I el Viejo, basado en la vida del rey Walter de Aquitania. Gran parte de la mejor poesía de la edad media fue anónima, en especial los versos líricos de la literatura goliárdica, escritos por estudiantes y monjes vagabundos, que cantaban los placeres de la bebida y el amor carnal, y ridiculizaban al clero y a la poesía devota tradicional. Estos poemas anónimos se conservan en varios manuscritos. Uno de los más conocidos es Carmina Burana. Mientras tanto continuó escribiéndose poesía religiosa, con ejemplos destacados como la secuencia conmovedora, también usada como himno, ‘Stabat Mater Dolorosa’, de Jacopone da Todi, y el impresionante ‘Dies Irae’, del fraile italiano Tomás de Celano. Se conserva un número considerable de obras de teatro religiosas medievales que son antecesoras directas del drama moderno. Desarrolladas en un contexto de servicios litúrgicos, incluyen las formas conocidas como misterios. La monja germana Hrosvitha adaptó las técnicas dramáticas de Terencio a temas cristianos con resultados curiosos. Sin embargo, al margen de su obra, la mayor parte de estos dramas son anónimos. La prosa de ficción fue un tipo de literatura en latín popular, generalmente en forma de cuentos cortos, como las colecciones ampliamente leídas del siglo XIII que se conocen por Gesta Romanorum. La Legenda Aurea, una colección de vidas de santos del arzobispo de Génova Jacobo de Voragine, también fue muy popular. Durante este periodo el latín sirvió como lenguaje intelectual en Europa y se conserva un vasto conjunto de prosa especializada, como la filosofía escolástica, cuyo interés no es principalmente literario. Sin embargo, algunos filósofos, como el sabio francés Abelardo, escribieron obras de mérito literario. Sus poemas de amor y canciones seculares se han perdido, pero se conservan sus himnos religiosos y su correspondencia intensa y conmovedora con su querida Eloísa. Dos obras importantes del poeta erudito Alain de Lille, Anticlaudianus y De Planctu Naturae, son intentos alegóricos y filosóficos por determinar el lugar de los seres humanos en el universo natural, en términos divinos que no carecen de interés literario. Pese a que los escritores empezaron a emplear las lenguas vernáculas cada vez más, los tratados técnicos continuaron escribiéndose en latín. El gran poeta italiano Dante Alighieri empleó la lengua latina con elocuencia en tratados sobre el papel de la monarquía (De Monarchia) y sobre los usos de la lengua italiana (De Vulgari Eloquentia). La última gran época de creatividad en latín, el renacimiento, se concretó en la obra del humanista italiano Petrarca en el siglo XIV. El humanismo fue un movimiento destinado a recrear la experiencia clásica reviviendo el lenguaje, el estilo y los géneros de la literatura latina. La obra en latín más lograda de Petrarca incluye su autointerrogatorio Secretum (1343), así como su extensa correspondencia, en prosa fluida y verso. La tradición de la prosa humanista en Italia fue continuada por escritores como Poggio, famoso por una crónica brillante de la Florencia de la época y por su Facetiae (1438-1452), una colección de divertidos relatos. Durante el renacimiento, el latín continuó siendo la lengua técnica e intelectual en Europa. Los estudios lingüísticos del humanista italiano Lorenzo Valla abrieron el camino a eruditos futuros y tuvieron una enorme trascendencia en el pensamiento y el estilo literario de la época. En el campo literario destacan los escritos filosóficos de Marsilio Ficino, que trató de reconciliar el platonismo con el cristianismo, y los de Giovanni Pico della Mirandola, famoso por su De Hominis Dignitate Oratio (1486). Al mismo tiempo que se desarrollaba la prosa en latín en la Italia del renacimiento, hubo una gran producción en verso, notable por su brillo y expresividad. El mejor poeta fue Giovanni Pontano, cuya obra elegante y conmovedora combina el sentimiento erótico con un profundo sentido de la vida familiar. Un exiliado griego, Michael Marullus, escribió himnos en latín llenos de fuerza a los dioses paganos, y el humanista florentino Poliziano escribió poesía en latín con tanta gracia como en italiano. La obra de Marco Girolamo Vida incluye un importante tratado en verso sobre el arte de la poesía, Ars Poetica, y su Christiad (1535) es quizá lo más parecido a una epopeya renacentista en latín. El tratado De arte dicendi (1556), del español El Brocense, es un ejemplo de gramática práctica de las que se hacían en esa época. Otras latitudes de Europa también fueron escenario de una obra excelente en latín que continuó la tradición iniciada en Italia. Entre las más significativas, destaca la del sabio humanista holandés Erasmo, cuya amplia producción incluye el divertido Elogio a la locura (1511). El estadista inglés Tomás Moro, amigo de Erasmo, escribió una obra visionaria en latín, Utopía (1516), que continúa siendo capital en el pensamiento político occidental. La novela en latín más conocida del Renacimiento es Argenis (1621), del poeta y satírico escocés John Barclay. Entre la poesía escrita en latín más difundida en Europa se encuentra el apasionado Basia, del escritor holandés Johannes Secundus. El escritor galés John Owen fue famoso por sus expresivos epigramas en latín. La tradición de la poesía latina en el norte de Europa continuó en el siglo XVII. Dos poetas jesuitas, Casimir Sarbiewski de Polonia y Jacob Balde de Alsacia, escribieron una poesía horaciana admirable de tema cristiano. |