El Discurso del método. |
(Discours de la méthode en francés), cuyo título completo es Discurso del método para conducir bien la propia razón y buscar la verdad en las ciencias (Discours de la méthode pour bien conduire sa raison, et chercher la vérité dans les sciences) es la principal obra escrita por René Descartes y una obra fundamental de la filosofía occidental con implicaciones para el desarrollo de la filosofía y de la ciencia. Se publicó de forma anónima en Leiden (Holanda) en el año 1637. Constituía, en realidad, el prólogo a tres ensayos: Dióptrica, Meteoros y Geometría; agrupados bajo el título conjunto de Ensayos filosóficos. Descartes tituló esta obra Discurso del método con una finalidad precisa. En una carta que dirige a Marin Mersenne le explica que la ha titulado Discurso y no Tratado para poner de manifiesto que no tenía intención de enseñar, sino sólo de hablar. Con esto Descartes trata de alejarse de cualquier problema que pudiese surgir con sus contemporáneos por las ideas vertidas en esta obra y además escapa así de una posible condena eclesiástica como había ocurrido poco tiempo antes con Galileo y cuyas ideas Descartes no consideraba desacertadas. Síntesis de la obra El propio René Descartes, como aparece en el prefacio, divide su Discurso en seis partes: Primera parte Constituye una autobiografía intelectual en la que Descartes pone en duda todos los conocimientos aprendidos a lo largo de su educación. En esta primera parte Descartes propone un nuevo método para llegar a un saber que sea seguro. Al mismo tiempo realiza una rotunda crítica de las ciencias y de la filosofía escolástica de su tiempo. Tras este rechazo admite que sólo las matemáticas y el conocimiento de otras personas, mediante los viajes, ofrecen un saber seguro, pero Descartes termina rechazando también los viajes debido a que las contradicciones que existen entre unos pueblos y otros no le permiten descubrir la verdad. Concluye diciendo que la única forma de encontrar la verdad es en uno mismo y eso es lo que dice Descartes. Segunda parte Al principio de esta segunda parte, nos habla del invierno en el que junto a una estufa, dispuso de la tranquilidad necesaria para empezar a elaborar su método. Señala a continuación que las ciencias al haber sido realizadas por múltiples autores, cada uno con su diferente opinión, no son portadoras de un verdadero saber. Propone renunciar a esta diversidad de opiniones que nos han sido enseñadas y en su lugar elegir otras con nuestra propia razón, ya que las creencias a las que nos han educado desde nuestro nacimiento dependen del entorno en el que hayamos nacido y de las personas que nos las hayan inculcado. Debemos reformar estas creencias distinguiendo lo verdadero de lo falso pero manteniendo un cimiento personal. Descartes aclara que esta reforma no está encaminada a reformar la enseñanza oficial, ni el orden social, sino que sólo expone cómo él ha llevado a cabo una reforma de su propio pensamiento. Una vez aclarado esto, toma la decisión radical de dudar de forma metódica y provisional de todo lo que le rodea. A continuación expone de forma muy breve los fundamentos de su nuevo método, los cuales ha encontrado en la lógica, en el análisis geométrico y en el álgebra. Estos fundamentos son tan sólo cuatro reglas:
Tercera parte Descartes en la segunda parte había establecido la duda metódica para poder llegar a la verdad, pero él explica, en la tercera parte que, mientras se dedica a dudar de todo, tiene que crear una moral provisional que rija su vida. Esta moral provisional tenía una serie de máximas.
Como conclusión a su moral provisional el primer pensador moderno decide dedicar toda su vida a cultivar la razón y a avanzar en el conocimiento mediante el uso de su método. Para ponerlo en práctica, Descartes decide ponerse a viajar y conversar con los hombres. Durante nueve años se encarga de esta tarea. Sin embargo, durante este tiempo aunque avanza mucho en el conocimiento de la verdad no consigue encontrar los fundamentos de una filosofía «más cierta que la vulgar». Para realizar esta nueva filosofía se dirige hacia Holanda huyendo de la Guerra de los Treinta Años que le ofrece el marco ideal para dedicarse a esta tarea. Cuarta parte La cuarta parte es el capítulo central del Discurso del método y en ella Descartes establece la "duda metódica": viendo que el conocimiento recibido a través de los sentidos suele ser erróneo, se dedica a dudar de todo para ver si puede llegar a un conocimiento que se pueda considerar verdadero. Pero nota que mientras duda, está pensando, y si piensa, es signo de que existe. Con esa premisa, crea un primer principio para su nueva filosofía, «Pienso, luego existo»: a partir de este primer principio Descartes establece la existencia de Dios.
La existencia de Dios a su vez nos demuestra la existencia del mundo, puesto que Dios al ser infinitamente bueno y veraz no puede permitir que nos engañemos al creer que el mundo existe, es así como Dios nos garantiza la evidencia de nuestras ideas. Pero Descartes, al final, aún teniendo en cuenta lo dicho, afirma que «es nuestro deber y no el de Dios, liberarnos de las ilusiones y evitar los errores». Quinta parte En este capítulo explica brevemente el contenido del mundo. Aborda la explicación de la formación del mundo organizándolo todo en torno al problema de la luz: el sol la produce, los cielos la transmiten, la tierra y los planetas la reflejan, y el hombre es su espectador. Tras esto establece las principales funciones del ser vivo. Sostiene que el corazón se dilata y se contrae debido al calor que emana y gracias a eso los «espíritus animales» son transportados a los diferentes órganos. Por último, Descartes prueba la distinción del hombre frente a los animales porque éstos carecen de pensamiento o alma racional. Afirma que el organismo de los animales es sólo una compleja máquina automática. Se explica que los animales si tienen alma, sin embargo es inferior a la humana dado al nivel cognitivo de los animales comparado al humano, a causa de que los animales no hacen uso de la razón, y que el alma del hombre es independiente del cuerpo e inmortal. Sexta parte En este último capítulo Descartes establece una serie de reflexiones sobre el alcance de la investigación científica e incluso se cuestiona la publicación de sus investigaciones sopesando las razones a favor y en contra. Así, en primer lugar, el progreso de la ciencia reporta múltiples beneficios materiales y morales. En segundo lugar, el progreso científico necesita la comunicación de las experiencias de otras personas. Por el contrario, Descartes es reacio a la publicación de sus investigaciones, porque éstas pueden verse mezcladas en grandes controversias con el espíritu religioso emanado de los teólogos de la época, que lo llevarían a malgastar su tiempo. Todas estas razones llevan a Descartes a publicar tan sólo el Discurso del método y los ensayos que lo acompañan. Ya, al final de la obra, afirma que va a consagrarse a la medicina y de nuevo afirma que él no quiere ser importante en el mundo, para poder así dedicarse al estudio sin obstáculos y sin distracciones. Consideraciones El Discurso del método trata de ir más allá de la simple forma literaria, es el relato de la vida de Descartes y de las circunstancias que tuvo que atravesar para llegar a conocer un nuevo método que uniría todo el saber. Escrito en francés, el título Discurso del método (Discours de la méthode), por el que es conocido, es la forma abreviada del que constituía el original de la obra, Discours de la méthode pour bien conduire la raison et chercher la vérité dans les sciènces (Discurso del método para guiar bien la razón y buscar la verdad en las ciencias). El hecho de que el Discurso estuviera escrito en lengua francesa rompía implícitamente con la tradición que hacía del latín la lengua culta. Descartes pretendía con ello hacer una obra que fuese accesible a todo el mundo, incluso a quienes fueran desconocedores del latín, que eran la mayoría de la población. Descartes inauguraba así una nueva forma de comunicación que sería fundamental para la formación de las llamadas escuelas filosóficas nacionales y que elevaría la lengua vernácula a la categoría de medio adecuado para expresar la complejidad de la investigación filosófica. Una de las consecuencias de este hecho fue que muchos intelectuales no conocedores del latín elaboraran escritos de gran calidad. Dentro de esta gran gama de genios del arte de la retórica, y a la vez mejor discípulo de Descartes, se encuentra Rodrigo del Trucco Fouchè. En 1644 se publicó en Ámsterdam la traducción latina del Discurso a cargo de Etienne de Courcelles, titulada Specimina Philosophiae, firmada por Descartes y que no incluía la Geometría, que sería traducida al latín en 1649. Pese a su brevedad, el autor expuso en ella de manera ejemplar algunos de los principios esenciales de su filosofía y planteó temas que serían posteriormente desarrollados por él en otros ensayos. Lo que hizo Descartes fue percatarse de la necesidad de una reforma del entendimiento, para que la nueva ciencia, que se estaba fraguando al amparo del conocimiento matemático, pudiera triunfar. Para llevar a cabo esta reforma el primer pensador moderno creó un método de investigación que reunía las ventajas del análisis geométrico y del álgebra, pero sin sus defectos, gracias al cual hacía fácil lo difícil y descubría lo oculto. El Discurso del método es, por tanto, una de las primeras obras de la filosofía moderna. Defendía la ruptura con el viejo mundo medieval y la configuración de otro nuevo, el mundo de la Edad Moderna. En especial, planteaba la necesidad de fomentar una actitud de investigación libre, alejada de los argumentos de la decadente tradición escolástica que se enseñaba todavía en las universidades y que Descartes había aprendido y de la que había comprendido su inutilidad. Asimismo, cabe señalar que en esta obra Descartes asumió plenamente los principios de la nueva ciencia y del valor de las matemáticas, y es esto lo que ha llevado a Eduardo Bello Reguera a afirmar que «el Discurso es la construcción teórica que inaugura el pensamiento moderno». |
Antecedentes en el método y en los argumentos de Descartes. Lo que plantea Descartes en el Discurso del Método, había ya sido formulado de modo muy semejante por filósofos menos conocidos de su tiempo. Francisco Sánchez, el Escéptico, ya dibuja el método cartesiano en 1576:
Además la idea expresada en «cogito ergo sum», («pienso, luego existo»), que se atribuye a Descartes, ya fue expresada poco tiempo antes y de forma casi exacta por Gómez Pereira en 1554:
Con antecedentes en Agustín de Hipona:
El argumento de «cogito ergo sum» puede considerarse también un desarrollo ulterior del argumento del Hombre Volante de Avicena:
Descartes fue acusado de plagio, especialmente por la coincidencia con el texto de Gómez Pereira y el planteamiento del discurso del método que ya aparece en Francisco Sánchez, véase por ejemplo la crítica de Pierre Daniel Huet. Pero en realidad, la fuente directa de inspiración del célebre Cogito ergo sum se encuentra en la comedia Amphytruo de Plauto, obra que encabezaba la edición de Plauto que tenía Descartes. En ella, el esclavo Sosias, ante la duda sobre su propia identidad debido a que el dios Mercurio con su misma apariencia lo engaña como hace el dios burlador de la obra de Descartes, afirma (v. 447): Cum cogito, equidem certo idem sum qui semper fui ("Cuando pienso, ciertamente soy el mismo que he sido siempre"). |
Discurso del método. El Discurso del método para dirigir bien la razón y buscar la verdad en las ciencias (tal es su título completo) no es solamente la obra fundamental del filósofo francés René Descartes; ha sido juzgada además como el hito que marca el final de la escolástica y el inicio de la filosofía moderna. El Discurso del método fue publicado anónimamente por primera vez en Leiden en 1637; en aquella primera edición venía a ser el prólogo de los tres tratados científicos contenidos en el libro (La dióptrica, Los meteoros y La geometría), y, de hecho, no se publicó de forma independiente de los tratados hasta el siglo XIX. El Discurso del método consta de un breve prefacio y seis partes. La primera parte se ocupa de la ciencia de su tiempo; hay que observar que, pese a ser una obra filosófica, no carece de elementos autobiográficos, y precisamente en esta primera parte Descartes constata la decepción que le causaron, en general, sus estudios en el colegio de los jesuitas de La Flèche, a excepción de las enseñanzas matemáticas. Para Descartes, ninguna de las materias que se estudiaban en su tiempo se interesaba en la búsqueda de la verdad. O eran un pasatiempo placentero, como la literatura o la retórica, o bien tenían un fin práctico, como las disciplinas técnicas. Y las diversas filosofías, contradiciéndose unas a otras, mostraban no haber llegado a su objetivo. Sólo las matemáticas, gracias al rigor de su método, presentaban absoluta certeza. La matemáticas, sin embargo, no se aplicaban a la investigación de lo real. Y esta consideración es la que determina su proyecto filosófico, que no es otro que evitar las especulaciones sin sentido y los razonamientos sin fundamento; en lugar de ello, es preciso encauzar la razón por los deseados caminos del rigor y del buen hacer metodológicos que caracterizan a las matemáticas, disciplina a la que el propio Descartes realizó aportaciones decisivas. De este modo esta primera parte es a un tiempo una autobiografía intelectual y una revisión, con conclusiones deprimentes, de la ciencia de su tiempo. La segunda parte (escrita probablemente en un principio como introducción a La geometría) quiere poner remedio a esta situación de las ciencias proporcionándoles una metodología, un fundamento firme, unos cimientos indiscutibles para cualquier mente racional. Su método será la duda, pero su objetivo será muy diferente del de la duda escéptica. Si el escéptico duda para permanecer en la duda, Descartes dudará (o fingirá dudar) para alcanzar justamente lo contrario: la certeza, la ausencia de posible error, el fundamento seguro. Es esta duda metódica radical la que le llevará al establecimiento de un nuevo método simple y claro.
La tercera parte del Discurso del método contiene las denominadas máximas de la moral provisional. Ello no contradice para Descartes la regla de la duda metódica; ocurre simplemente que, mientras no se alcance la verdad, es necesario establecer normas provisionales para dirigir nuestros actos. Estas normas incluyen obedecer siempre las leyes y costumbres del país; permanecer fiel a las opiniones aceptadas como verdaderas, mientras no se demuestren como falsas, evitando así las incertidumbres en la investigación; aceptar las verdades halladas y los hechos inevitables, adaptándose a ellos en lugar de pretender que se adapten a nosotros; y, por fin, aplicar nuestras vidas al cultivo de nuestra razón y adelantar todo lo posible en el conocimiento de la verdad según el método expuesto anteriormente. Según algunos autores, esta exposición de una moral de respeto de las situaciones existentes que constituye la tercera parte habría sido redactada directamente para obtener el privilegio para la impresión y tranquilizar a los censores. En todo caso, en ella se encuentra lo básico de la aportación cartesiana en el dominio de la ética, bien poco relevante por cierto y tachada a menudo de conservadora y neoestoica. En la cuarta parte hallamos lo más interesante y conocido del Discurso del método: el encuentro con la certeza, con la primera afirmación indubitable. La proyección de la duda sobre la forma en que percibimos el mundo, sobre la fiabilidad de los sentidos (vemos doblarse una vara al introducirla en el agua), sobre la misma existencia de este mundo exterior (imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño) e incluso sobre las mismas verdades racionales (mediante la hipótesis de un genio maligno que deliberadamente nos engaña) es la que llevará a la primera certeza, a la roca firme sobre la que levantar el edificio del conocimiento humano. Descartes nota que, en efecto, podemos dudar de todo, pero no podemos dudar de que dudamos, y, como dudar es pensar, no podemos dudar de que pensamos. El pensamiento es nuestra primera certidumbre, y nos lleva a la certidumbre de nuestra existencia: "Pienso, luego existo". El hombre existe al menos como cosa pensante, como res cogitans. La existencia del pensamiento es un concepto claro y distinto, una verdad evidente que sirve como punto de partida. Cuando, tratando de llegar a una certeza, dudamos, estamos intentando superar un estado imperfecto y alcanzar otro perfecto que aún no poseemos. Pero la idea de perfección (sin la cual el hombre no podría tener idea de su imperfección en cuanto sujeto que duda, que se equivoca) no puede venir del pensamiento, que es imperfecto, sino de un ser perfecto: Dios. Dios es el ser perfecto que ha puesto en nuestro pensamiento la idea de perfección. Se trata de la versión cartesiana del argumento ontológico de San Anselmo de Canterbury: la idea que tenemos de Dios encierra ya en sí misma su existencia, puesto que no podría poseer la suma perfección si le faltase alguna cualidad; si le faltase la cualidad de existir, ya no sería perfecto. De nuestra propia existencia y de la existencia de Dios se desprende que el mundo exterior, diferente de nosotros, también existe. Si el mundo no existiese, Dios nos estaría engañando, haciéndonos aparecer como existente un mundo que no existe; pero Dios, siendo como es perfecto, no puede engañar: el engaño y la falsedad son imperfecciones, y no pueden ser atributos de un ente supremo perfectísimo. Por lo tanto, concluye Descartes, el mundo exterior existe y podemos confiar (aunque críticamente) en el testimonio de los sentidos. En la quinta parte, Descartes expone algunas aplicaciones de su método científico a los estudios físicos. La creación, el universo, está gobernada por leyes mecánicas que permiten dar cuenta de todos los fenómenos materiales. Descartes concibe el cuerpo humano como un mecanismo, y desarrolla aquí su explicación mecánica del movimiento del corazón, así como su concepción de los otros seres vivientes como “animales-máquina”. La sexta y última parte nos narra las incidencias en la elaboración de la misma obra, explicando las razones por las que retrasó tres años su publicación (temor a provocar escándalo, como Galileo, y a ser turbado con eventuales polémicas) y las razones que le inducen finalmente a publicarlo: mostrar honestamente el resultado de sus estudios y dar a otros la posibilidad de continuarlos. Respecto a Galileo, se adhiere a las tesis contrarias al geocentrismo, y, sobre la ciencia, destaca la función práctica, de dominio de la naturaleza, que puede tener: el fin del conocimiento es la felicidad y no la mera contemplación; la medicina ejercerá una función muy importante, puesto que la salud del cuerpo es la primera condición de toda actividad espiritual. Encontramos también en esta sexta parte, escrita quizás como prefacio a La dióptrica y a Los meteoros, consideraciones sobre el trabajo científico como una actividad de cooperación a gran escala y reflexiones sobre la ciencia como una obra colectiva de larga duración, para la cual es indispensable la constitución de una verdadera comunidad de investigadores. Se ha afirmado repetidamente que el Discurso del método de Descartes es una de las obras que inauguran la filosofía y la ciencia modernas. Entre sus virtudes sobresale la lucidez y simplicidad de su argumentación, que favorecería (junto al hecho de estar redactada en francés) la divulgación de las nuevas directrices de la filosofía racionalista. Este racionalismo, que culminará en Spinoza, está sin embargo todavía atemperado en la obra de Descartes por el dualismo entre materia y pensamiento y por un espiritualismo en el que perduran diversos aspectos del pensamiento religioso, en especial de San Agustín de Hipona. Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «Resumen de Discurso del método, de René Descartes». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en https://www.biografiasyvidas.com/obra/discurso_metodo.htm [fecha de acceso: 5 de febrero de 2024]. |
René Descartes. Latinización: Renatus Cartesius. (La Haye, Francia, 1596 - Estocolmo, Suecia, 1650) Filósofo y matemático francés. Después del esplendor de la antigua filosofía griega y del apogeo y crisis de la escolástica en la Europa medieval, los nuevos aires del Renacimiento y la revolución científica que lo acompañó darían lugar, en el siglo XVII, al nacimiento de la filosofía moderna. El primero de los ismos filosóficos de la modernidad fue el racionalismo; Descartes, su iniciador, se propuso hacer tabla rasa de la tradición y construir un nuevo edificio sobre la base de la razón y con la eficaz metodología de las matemáticas. Su «duda metódica» no cuestionó a Dios, sino todo lo contrario; sin embargo, al igual que Galileo, hubo de sufrir la persecución a causa de sus ideas. Biografía René Descartes se educó en el colegio jesuita de La Flèche (1604-1612), por entonces uno de los más prestigiosos de Europa, donde gozó de un cierto trato de favor en atención a su delicada salud. Los estudios que en tal centro llevó a cabo tuvieron una importancia decisiva en su formación intelectual; conocida la turbulenta juventud de Descartes, sin duda en La Flèche debió cimentarse la base de su cultura. Las huellas de tal educación se manifiestan objetiva y acusadamente en toda la ideología filosófica del sabio. El programa de estudios propio de aquel colegio (según diversos testimonios, entre los que figura el del mismo Descartes) era muy variado: giraba esencialmente en torno a la tradicional enseñanza de las artes liberales, a la cual se añadían nociones de teología y ejercicios prácticos útiles para la vida de los futuros gentilhombres. Aun cuando el programa propiamente dicho debía de resultar más bien ligero y orientado en sentido esencialmente práctico (no se pretendía formar sabios, sino hombres preparados para las elevadas misiones políticas a que su rango les permitía aspirar), los alumnos más activos o curiosos podían completarlos por su cuenta mediante lecturas personales. Años después, Descartes criticaría amargamente la educación recibida. Es perfectamente posible, sin embargo, que su descontento al respecto proceda no tanto de consideraciones filosóficas como de la natural reacción de un adolescente que durante tantos años estuvo sometido a una disciplina, y de la sensación de inutilidad de todo lo aprendido en relación con sus posibles ocupaciones futuras (burocracia o milicia). Tras su etapa en La Flèche, Descartes obtuvo el título de bachiller y de licenciado en derecho por la facultad de Poitiers (1616), y a los veintidós años partió hacia los Países Bajos, donde sirvió como soldado en el ejército de Mauricio de Nassau. En 1619 se enroló en las filas del ejercito de Maximiliano I de Baviera. Según relataría el propio Descartes en el Discurso del Método, durante el crudo invierno de ese año se halló bloqueado en una localidad del Alto Danubio, posiblemente cerca de Ulm; allí permaneció encerrado al lado de una estufa y lejos de cualquier relación social, sin más compañía que la de sus pensamientos. En tal lugar, y tras una fuerte crisis de escepticismo, se le revelaron las bases sobre las cuales edificaría su sistema filosófico: el método matemático y el principio del cogito, ergo sum. Víctima de una febril excitación, durante la noche del 10 de noviembre de 1619 tuvo tres sueños, en cuyo transcurso intuyó su método y conoció su profunda vocación de consagrar su vida a la ciencia. Tras renunciar a la vida militar, Descartes viajó por Alemania y los Países Bajos y regresó a Francia en 1622, para vender sus posesiones y asegurarse así una vida independiente; pasó una temporada en Italia (1623-1625) y se afincó luego en París, donde se relacionó con la mayoría de científicos de la época. En 1628 decidió instalarse en Holanda, país en el que las investigaciones científicas gozaban de gran consideración y, además, se veían favorecidas por una relativa libertad de pensamiento. Descartes consideró que era el lugar más favorable para cumplir los objetivos filosóficos y científicos que se había fijado, y residió allí hasta 1649. Los cinco primeros años los dedicó principalmente a elaborar su propio sistema del mundo y su concepción del hombre y del cuerpo humano. En 1633 debía de tener ya muy avanzada la redacción de un amplio texto de metafísica y física titulado Tratado sobre la luz; sin embargo, la noticia de la condena de Galileo le asustó, puesto que también Descartes defendía en aquella obra el heliocentrismo de Copérnico, opinión que no creía censurable desde el punto de vista teológico. Como temía que tal texto pudiera contener teorías condenables, renunció a su publicación, que tendría lugar póstumamente. En 1637 apareció su famoso Discurso del método, presentado como prólogo a tres ensayos científicos. Por la audacia y novedad de los conceptos, la genialidad de los descubrimientos y el ímpetu de las ideas, el libro bastó para dar a su autor una inmediata y merecida fama, pero también por ello mismo provocó un diluvio de polémicas, que en adelante harían fatigosa y aun peligrosa su vida. Descartes proponía en el Discurso una duda metódica, que sometiese a juicio todos los conocimientos de la época, aunque, a diferencia de los escépticos, la suya era una duda orientada a la búsqueda de principios últimos sobre los cuales cimentar sólidamente el saber. Este principio lo halló en la existencia de la propia conciencia que duda, en su famosa formulación «pienso, luego existo». Sobre la base de esta primera evidencia pudo desandar en parte el camino de su escepticismo, hallando en Dios el garante último de la verdad de las evidencias de la razón, que se manifiestan como ideas «claras y distintas». El método cartesiano, que Descartes propuso para todas las ciencias y disciplinas, consiste en descomponer los problemas complejos en partes progresivamente más sencillas hasta hallar sus elementos básicos, las ideas simples, que se presentan a la razón de un modo evidente, y proceder a partir de ellas, por síntesis, a reconstruir todo el complejo, exigiendo a cada nueva relación establecida entre ideas simples la misma evidencia de éstas. Los ensayos científicos que seguían al Discurso ofrecían un compendio de sus teorías físicas, entre las que destaca su formulación de la ley de inercia y una especificación de su método para las matemáticas. Los fundamentos de su física mecanicista, que hacía de la extensión la principal propiedad de los cuerpos materiales, fueron expuestos por Descartes en las Meditaciones metafísicas (1641), donde desarrolló su demostración de la existencia y la perfección de Dios y de la inmortalidad del alma, ya apuntada en la cuarta parte del Discurso del método. El mecanicismo radical de las teorías físicas de Descartes, sin embargo, determinó que fuesen superadas más adelante. Conforme crecía su fama y la divulgación de su filosofía, arreciaron las críticas y las amenazas de persecución religiosa por parte de algunas autoridades académicas y eclesiásticas, tanto en los Países Bajos como en Francia. Nacidas en medio de discusiones, las Meditaciones metafísicas habían de valerle diversas acusaciones promovidas por los teólogos; algo por el estilo aconteció durante la redacción y al publicar otras obras suyas, como Los principios de la filosofía (1644) y Las pasiones del alma (1649). Cansado de estas luchas, en 1649 Descartes aceptó la invitación de la reina Cristina de Suecia, que le exhortaba a trasladarse a Estocolmo como preceptor suyo de filosofía. Previamente habían mantenido una intensa correspondencia, y, a pesar de las satisfacciones intelectuales que le proporcionaba Cristina, Descartes no fue feliz en "el país de los osos, donde los pensamientos de los hombres parecen, como el agua, metamorfosearse en hielo". Estaba acostumbrado a las comodidades y no le era fácil levantarse cada día a las cuatro de la mañana, en plena oscuridad y con el frío invernal royéndole los huesos, para adoctrinar a una reina que no disponía de más tiempo libre debido a sus obligaciones. Los espartanos madrugones y el frío pudieron más que el filósofo, que murió de una pulmonía a principios de 1650, cinco meses después de su llegada. La filosofía de Descartes Descartes es considerado como el iniciador de la filosofía racionalista moderna por su planteamiento y resolución del problema de hallar un fundamento del conocimiento que garantice su certeza, y como el filósofo que supone el punto de ruptura definitivo con la escolástica. En el Discurso del método (1637), Descartes manifestó que su proyecto de elaborar una doctrina basada en principios totalmente nuevos procedía del desencanto ante las enseñanzas filosóficas que había recibido. Convencido de que la realidad entera respondía a un orden racional, su propósito era crear un método que hiciera posible alcanzar en todo el ámbito del conocimiento la misma certidumbre que proporcionan en su campo la aritmética y la geometría. Su método, expuesto en el Discurso, se compone de cuatro preceptos o procedimientos: no aceptar como verdadero nada de lo que no se tenga absoluta certeza de que lo es; descomponer cada problema en sus partes mínimas; ir de lo más comprensible a lo más complejo; y, por último, revisar por completo el proceso para tener la seguridad de que no hay ninguna omisión. El sistema utilizado por Descartes para cumplir el primer precepto y alcanzar la certeza es «la duda metódica». Siguiendo este sistema, Descartes pone en tela de juicio todos sus conocimientos adquiridos o heredados, el testimonio de los sentidos e incluso su propia existencia y la del mundo. Ahora bien, en toda duda hay algo de lo que no podemos dudar: de la misma duda. Dicho de otro modo, no podemos dudar de que estamos dudando. Llegamos así a una primera certeza absoluta y evidente que podemos aceptar como verdadera: dudamos. Pienso, luego existo La duda, razona entonces Descartes, es un pensamiento: dudar es pensar. Ahora bien, no es posible pensar sin existir. La suspensión de cualquier verdad concreta, la misma duda, es un acto de pensamiento que implica inmediatamente la existencia del "yo" pensante. De ahí su célebre formulación: pienso, luego existo (cogito, ergo sum). Por lo tanto, podemos estar firmemente seguros de nuestro pensamiento y de nuestra existencia. Existimos y somos una sustancia pensante, espiritual. A partir de ello elabora Descartes toda su filosofía. Dado que no puede confiar en las cosas, cuya existencia aún no ha podido demostrar, Descartes intenta partir del pensamiento, cuya existencia ya ha sido demostrada. Aunque pueda referirse al exterior, el pensamiento no se compone de cosas, sino de ideas sobre las cosas. La cuestión que se plantea es la de si hay en nuestro pensamiento alguna idea o representación que podamos percibir con la misma «claridad» y «distinción» (los dos criterios cartesianos de certeza) con la que nos percibimos como sujetos pensantes. Clases de ideas Descartes pasa entonces a revisar todos los conocimientos que previamente había descartado al comienzo de su búsqueda. Y al reconsiderarlos observa que las representaciones de nuestro pensamiento son de tres clases: ideas «innatas», como las de belleza o justicia; ideas «adventicias», que proceden de las cosas exteriores, como las de estrella o caballo; e ideas « ficticias», que son meras creaciones de nuestra fantasía, como por ejemplo los monstruos de la mitología. Las ideas «ficticias», mera suma o combinación de otras ideas, no pueden obviamente servir de asidero. Y respecto a las ideas «adventicias», originadas por nuestra experiencia de las cosas exteriores, es preciso obrar con cautela, ya que no estamos seguros de que las cosas exteriores existan. Podría ocurrir, dice Descartes, que los conocimientos «adventicios», que consideramos correspondientes a impresiones de cosas que realmente existen fuera de nosotros, hubieran sido provocados por un «genio maligno» que quisiera engañarnos. O que lo que nos parece la realidad no sea más que una ilusión, un sueño del que no hemos despertado. Del Yo a Dios Pero al examinar las ideas «innatas», sin correlato exterior sensible, encontramos en nosotros una idea muy singular, porque está completamente alejada de lo que somos: la idea de Dios, de un ser supremo infinito, eterno, inmutable, perfecto. Los seres humanos, finitos e imperfectos, pueden formar ideas como la de "triángulo" o "justicia". Pero la idea de un Dios infinito y perfecto no puede nacer de un individuo finito e imperfecto: necesariamente ha sido colocada en la mente de los hombres por la misma Providencia. Por consiguiente, Dios existe; y siendo como es un ser perfectísimo, no puede engañarse ni engañarnos, ni permitir la existencia de un «genio maligno» que nos engañe, haciéndonos creer que es real un mundo que no existe. El mundo, por lo tanto, también existe. La existencia de Dios garantiza así la posibilidad de un conocimiento verdadero. Esta demostración de la existencia de Dios constituye una variante del argumento ontológico empleado ya en el siglo XII por San Anselmo de Canterbury, y fue duramente atacada por los adversarios de Descartes, que lo acusaron de caer en un círculo vicioso: para demostrar la existencia de Dios y así garantizar el conocimiento del mundo exterior se utilizan los criterios de claridad y distinción, pero la fiabilidad de tales criterios se justifica a su vez por la existencia de Dios. Tal crítica apunta no sólo a la validez o invalidez del argumento, sino también al hecho de que Descartes no parece aplicar en este punto su propia metodología. Res cogitans y res extensa Admitida la existencia del mundo exterior, Descartes pasa a examinar cuál es la esencia de los seres. Introduce aquí su concepto de sustancia, que define como aquello que «existe de tal modo que sólo necesita de sí mismo para existir». Las sustancias se manifiestan a través de sus modos y atributos. Los atributos son propiedades o cualidades esenciales que revelan la determinación de la sustancia, es decir, son aquellas propiedades sin las cuales una sustancia dejaría de ser tal sustancia. Los modos, en cambio, no son propiedades o cualidades esenciales, sino meramente accidentales. El atributo de los cuerpos es la extensión (un cuerpo no puede carecer de extensión; si carece de ella no es un cuerpo), y todas las demás determinaciones (color, forma, posición, movimiento) son solamente modos. Y el atributo del espíritu es el pensamiento, pues el espíritu «piensa siempre». Existe, por lo tanto, una sustancia pensante (res cogitans), carente de extensión y cuyo atributo es el pensamiento, y una sustancia que compone los cuerpos físicos (res extensa), cuyo atributo es la extensión, o, si se prefiere, la tridimensionalidad, cuantitativamente mesurable en un espacio de tres dimensiones. Ambas son irreductibles entre sí y totalmente separadas. Es lo que se denomina el «dualismo» cartesiano. En la medida en que la sustancia de la materia y de los cuerpos es la extensión, y en que ésta es observable y mesurable, ha de ser posible explicar sus movimientos y cambios mediante leyes matemáticas. Ello conduce a la visión mecanicista de la naturaleza: el universo es como una enorme máquina cuyo funcionamiento podremos llegar a conocer mediante el estudio y descubrimiento de las leyes matemáticas que lo rigen. La comunicación de las sustancias La separación radical entre materia y espíritu es aplicada rigurosamente, en principio, a todos los seres. Así, los animales no son más que máquinas muy complejas. Sin embargo, Descartes hace una excepción cuando se trata del hombre. Dado que está compuesto de cuerpo y alma, y siendo el cuerpo material y extenso (res extensa), y el alma espiritual y pensante (res cogitans), debería haber entre ellos una absoluta incomunicación. No obstante, en el sistema cartesiano esto no ocurre, sino que el alma y el cuerpo se comunican entre sí, no al modo clásico, sino de una manera singular. El alma está asentada en la glándula pineal, situada en el encéfalo, y desde allí rige al cuerpo como «el nauta rige la nave», por medio de los espíritus animales, sustancias intermedias entre espíritu y cuerpo a manera de finísimas partículas de sangre, que transmiten al cuerpo las órdenes del alma. La solución de Descartes no resultó satisfactoria, y el llamado problema de la comunicación de las sustancias sería largamente discutido por los filósofos posteriores. Su influencia Tanto por no haber definido satisfactoriamente la noción de sustancia como por el franco dualismo establecido entre las dos sustancias, Descartes planteó los problemas fundamentales de la filosofía especulativa europea del siglo XVII. Entendido como sistema estricto y cerrado, el cartesianismo no tuvo excesivos seguidores y perdió su vigencia en pocas décadas. Sin embargo, la filosofía cartesiana se convirtió en punto de referencia para gran número de pensadores, unas veces para intentar resolver las contradicciones que encerraba, como hicieron los pensadores racionalistas, y otras para rebatirla frontalmente, como los empiristas. Así, Nicolás Malebranche intentó, con su doctrina ocasionalista, conciliar el cartesianismo con la filosofía de San Agustín. El filósofo alemán Gottfried Wilhelm Leibniz y el holandés Baruch Spinoza establecieron formas de paralelismo psicofísico para explicar la comunicación entre cuerpo y alma. Spinoza, de hecho, fue aún más lejos, y afirmó que existía una sola sustancia, que englobaba en sí el orden de las cosas y el de las ideas, y de la que la res cogitans y la res extensa no eran sino atributos, con lo que se llegaba al panteísmo. Desde un punto de vista completamente opuesto, los empiristas británicos Thomas Hobbes, John Locke y David Hume negaron que la idea de una sustancia espiritual fuera demostrable; afirmaron que no existían ideas innatas y que la filosofía debía reducirse al terreno de lo conocido por la experiencia. La concepción cartesiana de un universo mecanicista, en fin, influyó decisivamente en la génesis de la física clásica, cuyo hito fundacional sería la publicación de los Principios matemáticos de la filosofía natural (1687), obra en que Newton estableció los tres principios fundamentales de la dinámica, también llamados leyes de Newton. No resulta exagerado afirmar, en suma, que si bien Descartes no llegó a resolver muchos de los problemas que planteó, tales problemas se convirtieron en cuestiones centrales de la filosofía occidental. En este sentido, la filosofía moderna (racionalismo, empirismo, idealismo, materialismo, fenomenología) puede considerarse como un desarrollo o una reacción al cartesianismo. |
Ciudad de Nueva York. La ciudad de Nueva York desde finales del siglo xix es uno de los centros de la política y la economía mundial, albergando la sede de la Organización de las Naciones Unidas y de numerosas empresas e instituciones financieras de importancia global. Nueva York ejerce influencia a escala global en los medios de comunicación, la política, la educación, la arquitectura, el entretenimiento, las artes y la moda. Por todo ello, se considera una de las ciudades más globalizadas del planeta, con una gran diversidad cultural. La ciudad se compone de cinco distritos (llamados boroughs): el Bronx, Brooklyn, Manhattan, Queens y Staten Island. La ciudad de Nueva York forma parte de área metropolitana homónima. El área metropolitana de Nueva York, oficialmente Nueva York-Norte de Nueva Jersey-Long Island. Esta formado por 23 condados metropolitanos del estado de Nueva York (en la cual cinco boroughs coinciden con la Ciudad de Nueva York, los dos condados de Long Island y tres condados en la parte baja del Valle de Hudson); 12 condados en el Norte y Centro de Nueva Jersey; y un condado en el nororiente de Pensilvania. Su núcleo es la ciudad de Nueva York y posee una población total de 21,976,547 en 2020, lo que la transforma también en la segunda aglomeración urbana más poblada de Norteamérica, después de la Ciudad de México. Un neoyorquino. Según el diccionario de la RAE, esta definido "neoyorquino, na", como: "1. adj. Natural de Nueva York, ciudad de los Estados Unidos de América. U. t. c. s." Existen tres clases de neoyorquino: El Nativo, el nacido y que vive en la ciudad; El Suburbano,que tiene domicilio en los suburbios y trabaja en la ciudad; y Los Extranjeros, nacidos en extranjero pero tiene residencia en la ciudad. |
La vivencia de Jakiw "Jakob" Palij en la ciudad de Nueva York. Jakiw Palij, vivió en la ciudad en Nueva York desde el año 1949, durante 69 años, el 72 % de su vida; Tuvo la vivencia de todos los cambios sufrió el mundo, los estados unidos y nueva york durante la segunda mitad del siglo pasado, y el comienzo del siglo presente. Tuvo la vivencia de la Edad de oro del capitalismo o años dorados — en inglés Post–World War II economic expansion o expansión económica de la postguerra— hace referencia al periodo histórico transcurrido desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 hasta la Recesión de 1973–1975 producida por la Crisis del petróleo de 1973, prácticamente tres décadas de crecimiento económico y pleno empleo en numerosos países del mundo; La guerra fría entre los bloques occidental y del socialismo real, el fin de URSS y bloque oriental, y triunfo de Estados Unidos; Desarrollo de la tercera revolución tecnológica; Las globalizacion del mundo; Cambios culturales sin precedente; Etc Nueva York La evolución cultural y declive industrial. Después de la Segunda Guerra Mundial, Nueva York experimentó un relativo declive, perdió habitantes y su maquinaria industrial comenzó a envejecer. La crisis económica de los años 1960-1970 engendró los terrenos industriales abandonados en los distritos del Bronx y Queens. Así, el astillero de Navy Yard cerró sus puertas en 1966. Entre 1953 y 1992, Nueva York perdió unos 70.000 empleos industriales. El puerto de Nueva York perdió importancia frente a los demás puertos de costa este. Nueva York reforzó su posición mundial durante las décadas de 1950 y 1960. Así, en 1951, acogió a las instituciones permanentes de la ONU. La Exposición Universal de la Feria mundial de Nueva York de 1964 en el parque de Flusing Meadows atrajo a millones de visitantes. Nueva York se afirmó como capital del expresionismo abstracto, rivalizando con Londres en el mercado del arte. El barrio de Greenwich Village sigue siendo uno de los centros culturales de la ciudad que se convirtió en un distrito histórico de SoHo en 1973. La contracultura en las letras y artes floreció en Nueva York. El Off-off Broadway ofrecía una alternativa al teatro comercial. El Pop Art denunció a la sociedad de consumo. Andy Warhol (1928-1987) estableció su estudio en la calle 47. Frank Stella (nacido en 1936) experimento con el minimalismo, mientras que Christo (nacido en 1935) propuso a los neoyorkinos obras efímeras. Los frescos murales proliferaron sobre las paredes de la ciudad. La cultura de la calle (grafiti, hip-hop) tuvo su auge en la década de 1980. En el campo de la cultura, Nueva York veía cada vez más competencia de otros centros en el país, en particular los de Sun Belt: a partir de los años 1950, Hollywood se convirtió en la capital de la producción cinematográfica. La prensa neoyorquina debió hacer frente a nuevos rivales, tales como Los Angeles Times o The Washington Post. El movimiento de los derechos civiles Con el cambio de política migratoria, Nueva York se volvió nuevamente cosmopolita. Desde los años 1970, se formaron nuevos barrios étnicos. Pero los años 1960 estuvieron también marcados por las tensiones raciales y Nueva York se impuso rápidamente como un lugar clave del Movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos. Este movimiento se manifestó en particular en el barrio de mayoría afroestadounidense de Harlem, sea pacíficamente a través de la NAACP o la UNIA o bien de manera violenta como la organización de Malcolm X, Nación del Islam. Harlem fue así autoproclamado «corazón espiritual de la protesta y del movimiento negro» (The spiritual home of the Negro protest movement) desde la llegada de las primeras poblaciones afroestadounidense. Entre los eventos más destacables del movimiento, se pueden citar las revueltas de julio de 1964 y las diversas manifestaciones sociales (huelga de transporte en 1966, manifestaciones contra la guerra de Vietnam). La municipalidad encargó a Robert Moses la tarea de destruir los tugurios, renovar ciertas manzanas y construir algunos bloques de viviendas sociales. En 1968, Harlem presenció nuevos disturbios tras el asesinato de Martin Luther King. Entre 1940 y 1990, Manhattan perdió 500 000 habitantes; Brooklyn, 400 000; y el Bronx, 300 000. No obstante, los suburbios residenciales siguieron extendiéndose gracias a la red de autopistas y a la construcción de nuevos puentes, como el puente de Verrazano Narrows en 1964. La ciudad se transformó igualmente para hacer frente al incremento del tráfico automóvil: los estacionamientos se multiplicaron y la Quinta Avenida pasó a tener un solo sentido. Las décadas de 1970 y 1980: Nueva York en agitación La década de 1970 se considera a menudo el punto bajo de la historia de Nueva York, debido a las elevadas tasas de criminalidad con diversos trastornos sociales que se iniciaron en la década anterior, en particular con los disturbios de Stonewall en 1969. En un contexto de estanflación en Estados Unidos y, paralelamente, de mantenimiento de un gasto social elevado en Nueva York, los gastos de la municipalidad explosionaron, conduciendo al Estado federal a romper compromisos. Luego, la desindustrialización y la caída demográfica empujaron a la ciudad al borde de la quiebra. Muchas infraestructuras urbanas fueron abandonadas por falta de subvenciones. Al mismo tiempo, en 1973, fue inaugurado el inmenso World Trade Center con una ceremonia grandiosa. Pero la proliferación de préstamos a corto plazo entre 1965 y 1975 provocó un endeudamiento considerable. La crisis del petróleo de 1973 empeoró la situación. Varias zonas se hundieron, entonces, en la criminalidad y el narcotráfico, como Harlem o South Bronx, a pesar de los esfuerzos del gobierno federal. El fenómeno estuvo acompañado incluso de una caída brutal de la población que llegó al 27% en East Harlem. A pesar de todo ello, la ciudad evitó la bancarrota gracias a un préstamo federal. En 1977, se produjo un apagón en toda la ciudad del 13 al 14 de julio, lo que provocó saqueos y múltiples desórdenes sociales. El rebote de Wall Street, en los años 1980, aun con el crack de 1987, permitió a Nueva York retomar su rol de liderazgo en la esfera económica y financiera mundial y el equilibrio presupuestario de la ciudad fue restablecido en 1981. La reactivación de la inmigración estimuló igualmente el crecimiento económico. Pero, a pesar de un descenso en las cifras de desempleo, Nueva York padeció todavía de una reputación de ciudad peligrosa. Además, los años 1980 estuvieron también marcados por las tensiones raciales que condujeron, en particular, a agresiones, una de las cuales resultó en la muerte de tres afroamericanos en los «barrios blancos». La situación comenzó a mejorar con la elección de David Dinkins como alcalde, primer alcalde afroamericano de la ciudad, incluso si su gestión de ciertos incidentes como los disturbios de Crown Heights le valieron vivas críticas. La Nueva York de Giuliani: de la inseguridad a la serenidad Los años 1990 en Nueva York estuvieron marcados por un primer atentado terrorista contra el World Trade Center, llevado a cabo el 26 de febrero de 1993, cuando un camión cargado con 680 kg de explosivos de nitrato estalló en un estacionamiento subterráneo de la Torre Norte, teniendo como resultado 6 muertos y 1042 heridos. La extensión de los daños, un cráter de 30 por 60 metros a través de 5 niveles del subsuelo y la incertidumbre con respecto a los daños padecidos por las columnas centrales (aunque una sola fue ligeramente afectada) hicieron que las dos torres permanecieran cerradas por varios meses. Según el arquitecto del World Trade Center, la torre habría colapsado si el camión hubiera sido colocado cerca de las bases. En 1994, año de inicio de funciones de Rudolph Giuliani, Nueva York estaba atravesando por una crisis profunda debido a varias tensiones raciales que muchos creían no tener remedio; sin embargo, en espacio de unos años, Giuliani, personaje menospreciado por la prensa y conocido por su franco hablar, logró convertir a la Gran Manzana en una ciudad segura y atractiva para los inversionistas. Así, Giuliani se involucró en todos los frentes, luchando contra las mafias familiares en los barrios sensibles y contra los delitos de iniciados en Wall Street. La mayor parte de las medidas que emprendió fueron audaces, incluso sorprendentes por su carácter radical, como su política de «tolerancia cero» en materia de criminalidad. El republicano Giuliani, en una ciudad más bien arraigada en el campo demócrata tenía, pues, muchos enemigos, y la prensa se mostraba a veces muy vehemente a su encuentro: The Village Voice lo trataba incluso de «bastardo sin corazón» (heartless bastard). Los resultados obtenidos por Giuliani antes del 11 de septiembre fueron muy positivos, con una caída de la criminalidad (de 430 460 crímenes registrados en 1993, antes de entrar en funciones, a 184 111 crímenes en 2000) y un retorno de la confianza en los neoyorkinos en materia de seguridad. Giuliani también se hizo conocido en un marco más amplio que el de Nueva York debido a su gestión de los Atentados del 11 de septiembre de 2001, en el curso de los cuales no cedió al pánico y se aseguró de organizar con rapidez la reconstrucción del World Trade Center. Un cáncer de próstata en 2002 lo llevó a retirarse de la vida política. Siglo xxi: los atentados y la renovación El siglo xxi se inició mal para Nueva York, justo después del estallido de la Burbuja puntocom que sacudió violentamente a Wall Street y, sobre todo, después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 que golpearon profundamente a Estados Unidos y, en particular, a la ciudad de Nueva York, verdadero símbolo de la potencia estadounidense. En efecto, si bien los atentados también golpearon a Washington D. C., fue en Nueva York donde resultaron más mortíferos con la destrucción de las torres gemelas del World Trade Center, así como de todo el complejo que estaba adjunto al mismo. Aunque la línea del horizonte de Manhattan fue trastornada, los neoyorkinos supieron reponerse después de los ataques, en especial, bajo la tutela de Rudolph Giuliani y, luego, de Michael Bloomberg que lo sucedió como alcalde de la ciudad en 2002, incluso cuando la cicatriz de los atentados queda aún viva en el espíritu de los habitantes de la Big Apple. El 27 de febrero de 2003, tras haber recibido miles de propuestas de todo el mundo, la Lower Manhattan Development Corporation designó al arquitecto polaco Daniel Libeskind como encargado del diseño de la torre que reemplazará al World Trade Center. El One World Trade Center, con una altura de 1776 pies (541 metros), fue terminado en 2014, convirtiéndose en el edificio más alto de los Estados Unidos. El 6 de julio de 2005, Nueva York fracasó en su campaña para convertirse en sede de los Juegos Olímpicos de 2012. La Gran Manzana no se presentó como candidata para los Juegos Olímpicos de 2016, dado que Chicago había presentado una propuesta más consistente. |
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