Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Katherine Alejandra Del Carmen Lafoy Guzmán
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Planeta de los simios.
La saga de los Forsyte.
(en inglés The Forsyte Saga) es una serie de tres novelas y dos entreactos publicada entre 1906 y 1921 por John Galsworthy. Cuenta las vicisitudes de los principales miembros de una familia británica de clase media-alta. A solo unas pocas generaciones de sus antepasados granjeros, los miembros de la familia son conscientes de su estatus de nuevos ricos. El personaje principal, Soames Forsyte, se ve a sí mismo como un "propietario", en virtud de su capacidad de acumular posesiones materiales, aunque no le aporten placer. Sociedad victoriana. La época victoriana o era victoriana de la historia del Reino Unido marcó la cúspide de su Revolución Industrial y del Imperio británico. Aunque esta expresión se usa comúnmente para referirse al extenso reinado de Victoria (20 de junio de 1837-22 de enero de 1901), algunos académicos anticipan el comienzo del período, caracterizado por los profundos cambios ocurridos en las sensibilidades culturales y en las preocupaciones políticas, a la promulgación de la Ley de Reforma de 1832. Históricamente, esta etapa fue precedida por la Regencia y continuada por el período eduardiano. La reina Victoria, con 64 años en el trono, tuvo el reinado más largo hasta entonces en la historia de los monarcas británicos (luego superado por el de su tataranieta, Isabel II, coronada en 1953), y los cambios culturales, políticos, económicos, industriales y científicos que tuvieron lugar durante su reinado fueron extraordinarios. Cuando Victoria ascendió al trono, Inglaterra era esencialmente agraria y rural; a su muerte, el país se encontraba altamente industrializado y la mayoría de su territorio ya estaba conectado por una red ferroviaria que seguía expandiéndose. La transición no fue suave. Las primeras décadas del reinado de Victoria fueron testigos de varias epidemias (especial gravedad revistieron las de tifus y cólera), serios problemas en la producción y distribución de alimentos básicos y los consecuentes colapsos económicos. También se produjeron disturbios sociales causados por la inequidad de la configuración del derecho de sufragio y en protesta por la derogación de las leyes agrícolas (Corn Laws), aprobadas durante las guerras napoleónicas. Suele dividirse a la época victoriana en tres etapas:
Las investigaciones de Charles Lyell y Charles Darwin comenzaron a cuestionar siglos de suposiciones sobre el hombre y el mundo, sobre la ciencia y la historia, y, finalmente, sobre la religión y la filosofía. A medida que el país crecía, cada vez más conectado mediante la expansiva red de ferrocarril, las pequeñas comunidades, antes aisladas, quedaron expuestas y economías enteras se trasladaron a las ciudades, ahora más accesibles. El período medio victoriano también fue testigo de significativos cambios sociales, como el renacimiento de la doctrina evangélica, al mismo tiempo que una serie de cambios legales en los derechos de la mujer. Aunque carecían del derecho al sufragio durante la Época Victoriana, ganaron el derecho a la propiedad después del matrimonio a través del Acta de Propiedad de las Mujeres Casadas, el derecho a divorciarse y el derecho a pelear por la custodia de sus hijos tras separarse de sus maridos. Novela. Soames Forsyte, abogado como su padre, es el más claro reflejo del éxito alcanzado por la pujante clase media profesional británica durante época victoriana. Su posición económica incluso le permite ser propietario, por lo que encarga a un arquitecto comprometido con su prima que le construya una casa de campo en la que vivirá con su mujer, la elegante y delicada Irene. "La saga de los Forsyte", compuesta por tres novelas y dos interludios, aborda los cambios sociales registrados durante el mandato de la reina Victoria, al tiempo que describe las sombras de una familia en la que la rectitud y pragmatismo de Soames le impedirán conseguir el amor del su mujer, lo que provocará una sucesión de desgracias y sinsabores contra los que nada puede hacer el dinero. Entre 1906 y 1921 se publicaron las cinco novelas –dos de ellas más breves o entreactos– que componen La saga de los Forsyte, ofrecidas ahora en un volumen conjunto. Y aunque Galsworthy, que empezó a escribir gracias a su amistad con Conrad e incluso se alzó con el Nobel en 1932, ha sido considerado un escritor menor, la historia de esta familia de la alta burguesía inglesa tiene suficiente envergadura literaria como para ganarse un lugar junto a los Buddenbrook. Los Forsyte son personajes típicamente victorianos: elegantes e impostados, sensatos y realistas hasta el ridículo, optimistas y egocéntricos, clasistas y antisentimentales. Pertenecen, en definitiva, a esa clase social que luchó por sacudirse el yugo de la nobleza, pero terminó creando una aristocracia del capital algo resentida y marcadamente elitista. Galsworthy satiriza el convencionalismo hipócrita de tres generaciones de esta familia. Soames Forsyte, el protagonista de la saga, es el quicio sobre el que giran dos generaciones antagónicas: la primera, que ascendió de clase por su propio esfuerzo y dedicación, y la tercera y última, en la que la riqueza atesorada amenaza con desaparecer, lastrada por el consumismo banal y por la frivolidad. Las cinco historias están marcadas por la tormentosa relación de Soames con su mujer, Irene, y las consecuencias que sus tensiones provocan en el marco familiar. Al valorar todo por la utilidad y por la satisfacción que le produce, Soames, como buen Forsyte, se siente herido en su amor propio debido a la actitud reacia de Irene, que se niega a amarle. Complejo y contradictorio, Soames es al mismo tiempo el garante de la estabilidad económica de la familia. Galsworthy no es creativo al contraponer dinero y amor, pasión y convención, arte y cálculo. Explota la veta posromántica, ciertamente, pero enriquece sus reproches con personajes sólidamente construidos y detalles de extremado lirismo. Sabe jugar con el ambiente y recrea las atmósferas sentimentales y conflictivas con mucha solvencia. El tono marcadamente irónico de toda la novela agudiza más la tragedia de estos individuos encorsetados en sus prejuicios y en su afán de posesión y demasiado seguros de sí mismos. Una seguridad aparente de la que Galsworthy se vale para revelar las fisuras morales y psicológicas de esta estirpe. Con su crítica, Galsworthy no censura solo una clase social, sino el paradójico provincialismo del imperio británico –que está simbolizado en los Forsyte– y la incapacidad de la sociedad para adaptarse a los tiempos y superar la desigualdad. Puede que en términos sociológicos el análisis resulte maniqueo, pero es brillante y profundamente literario. Estructura de la saga. La saga tiene una estructura narrativa que intercala las tres novelas con dos cuentos o entreactos. Galsworthy tardaría casi 15 años en completar la serie.
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Personajes principales. Familia Forsyte.
Otros
Nota: Soames Forsyte, abogado como su padre, es el más claro reflejo del éxito alcanzado por la pujante clase media profesional británica durante época victoriana. Su posición económica incluso le permite ser propietario, por lo que encarga a un arquitecto comprometido con su prima que le construya una casa de campo en la que vivirá con su mujer, la elegante y delicada Irene. |
Libros.
El hombre de la propiedad (1906) En esta primera novela de la Saga Forsyte, después de presentarnos la impresionante variedad de Forsytes encabezados por la formidable tía Ann, Galsworthy pasa a la acción principal de la saga al detallar el deseo de Soames Forsyte de poseer cosas, incluida su bella esposa, Irene Forsyte (née Heron). Está celoso de sus amistades y quiere que ella sea solo suya. Inventa un plan para trasladarla a una casa que está construyendo en Robin Hill, lejos de todos los que ella conoce y a los que quiere. Ella se resiste a sus intenciones codiciosas y se enamora del arquitecto Philip Bosinney, a quien Soames contrató para construir la casa. Bosinney le devuelve su amor, aunque es el prometido de su joven amiga June Forsyte, la hija del primo separado de Soames, "Young" Jolyon. No hay final feliz: |
El veranillo de San Martín de un Forsyte (1918) En un breve interludio después de The Man of Property, Galsworthy profundiza en la nueva amistad entre Irene y Old Jolyon Forsyte (el abuelo de June, ahora propietario de la casa que Soames había construido). Este apego le da placer al Viejo Jolyon, pero agota sus fuerzas. Deja dinero a Irene en su testamento, con Young Jolyon, su hijo, como fideicomisario. Al final, Old Jolyon muere bajo un viejo roble en el jardín de la casa de Robin Hill. |
En la cancillería (1920) La discordia marital de Soames y su hermana Winifred es el tema de la segunda novela (el título se refiere al Tribunal de Cancillería , que se ocupaba de cuestiones domésticas). Toman medidas para divorciarse de sus cónyuges, Irene y Montague Dartie respectivamente. Sin embargo, mientras Soames le dice a su hermana que enfrente las consecuencias de ir a la corte, él no está dispuesto a divorciarse. En cambio, acecha y acosa a Irene, la sigue al extranjero y le pide que tenga un hijo, que era el deseo de su padre. Irene hereda £ 15,000 después de la muerte de Old Jolyon. Su hijo, Young Jolyon Forsyte, también primo de Soames , maneja las finanzas de Irene. Cuando deja Soames por primera vez, Young Jolyon le ofrece su apoyo. Cuando su hijo Jolly muere en la Guerra de Sudáfrica , Irene ha desarrollado una fuerte amistad con Jolyon. Luego, Soames confronta a los jóvenes Jolyon e Irene en Robin Hill, acusándolos falsamente de tener una aventura. Young Jolyon e Irene afirman que han tenido una aventura porque Soames ya lo tiene en mente. Esta declaración le da a Soames la evidencia que necesita para el divorcio .actas. Esa confrontación provoca una consumación final entre el joven Jolyon e Irene, lo que lleva a su matrimonio una vez que el divorcio es definitivo y el nacimiento de un hijo, Jolyon "Jon" Forsyte. Soames se casa con Annette, la joven hija del dueño de un restaurante francés en el Soho . Con su nueva esposa, tiene su única hija, una hija llamada Fleur Forsyte. |
"Despertar" (1920) El tema del segundo interludio es el estilo de vida ingenuo y exuberante de Jon Forsyte, de ocho años. Ama y es amado por sus padres. Tiene una juventud idílica y todos sus deseos satisfechos. |
Se alquila (1921) Esta novela concluye la Saga de Forsyte. Los primos segundos Fleur y Jon Forsyte se conocen y se enamoran, ignorantes de los problemas, indiscreciones y fechorías del pasado de sus padres. Una vez que Soames, Jolyon e Irene descubren su romance, les prohíben a sus hijos volver a verse. Irene y Jolyon también temen que Fleur se parezca demasiado a su padre, y una vez que tenga a Jon a su alcance, querrá poseerlo por completo. A pesar de sus sentimientos por Jon, Fleur tiene un pretendiente muy adecuado, Michael Mont, heredero de un título de barón, que se ha enamorado de ella. Si se casan, Fleur elevaría el estatus de su familia de nuevos ricos a la clase alta aristocrática. El título deriva de las reflexiones de Soames mientras destroza la casa en la que su tío Timothy, recientemente fallecido en 1920 a los 101 años y el último de la generación anterior de Forsytes, había vivido recluido, atesorando su vida como si fuera una propiedad. Sabiendo que pronto morirá por un corazón débil, Jolyon le escribe una carta a Jon, detallando los eventos del matrimonio de Irene con Soames, incluida su historia de amor con Philip Bosinney y la violación de ella por parte de Soames, y le advierte que Irene estaría sola si él fuera. casarse con Fleur. Pero mientras Jon lee la carta, Jolyon muere repentinamente de un ataque al corazón, y Jon se debate entre el pasado y el amor presente por Fleur. Finalmente rechaza a Fleur, rompiendo su propio corazón y el de ella, y se va a Canadá .. Fleur se casa con Michael Mont, aunque sabe que no lo ama. Con su matrimonio, Soames se separa de la única persona a la que ha amado de verdad. Irene también se va a Canadá, vendiendo la casa en Robin Hill. Soames e Irene intercambian brevemente miradas a la distancia y se hace una especie de paz entre ellos, pero Soames se queda contemplando todo lo que en realidad nunca tuvo pero trató de poseer. |
Biografía John Galsworthy. (Kingston, 1867 - Londres, 1933) Novelista y dramaturgo británico, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1932. La familia de Galsworthy, de una estirpe de granjeros de Devonshire cuyo origen se remonta al siglo XVI, había hecho una considerable fortuna durante el siglo XIX. Hijo de abogado, fue educado en Harrow y en el New College de Oxford, Galsworthy. Ingresó en el colegio de abogados en 1890. Especializado en Derecho Marítimo, hizo un viaje alrededor del mundo durante el cual conoció a Joseph Conrad, entonces oficial de un buque mercante, cuya amistad mantuvo toda la vida. Galsworthy se dio cuenta de que su carácter aventurero era incompatible con la abogacía. Fueron sus primeros trabajos literarios Desde los Cuatro Vientos (1897), una colección de historias cortas, y la novela Jocelyn (1898), ambos costeados por él mismo cuando todavía usaba el seudónimo de John Sinjohn. Los fariseos de la Isla (1904) fue el primer libro firmado con su propio nombre. Sus obras retratan principalmente la vida de la burguesía inglesa; sus dramas se centran habitualmente en este estrato social, aunque en ocasiones se ocupan también de los pobres y de cuestiones de justicia social. De su primera época como novelista son La casa rural (1907), El Patricio (1911), y Tierras libres (1915). El propietario (1906) fue la primera de una serie de novelas conocida como La Saga de los Forsythe, que le hizo famoso; otros títulos de la misma son El veranillo de San Martín de un Forsythe (1918, que consta de cinco cuentos), En el tribunal (1920), Despertar (1920), y Se alquila (1921). La saga, publicada en su totalidad en 1922, describe las vidas de tres generaciones de una vasta familia de clase media alta a finales del siglo XIX. En El propietario, Galsworthy ataca a los Forsythe a través del personaje de Soames Forsythe, un abogado que considera a su esposa Irene como una más de sus propiedades. Irene encuentra a su marido físicamente poco atractivo y se enamora de un arquitecto joven que muere. Las otras dos novelas de la saga tratan el divorcio de Soames e Irene, sus segundos matrimonios, y los enredos amorosos de sus hijos. La historia de la familia Forsythe después de la Primera Guerra Mundial se continúa en El Mono Blanco (1924), La cuchara de plata (1926), y El canto del Cisne (1928), reunidas bajo el título de Una comedia moderna (1929). A éstas les siguen, a su vez, Esperanzas juveniles (1931), Prado florido (1932) y Más allá del río (1933), publicadas póstumamente bajo el título de El final del capítulo (1934). Galsworthy también fue un excelente dramaturgo. Sus obras, escritas en un estilo naturalista, con frecuencia analizan algún problema ético o social controvertido. Su pieza teatral La caja de plata (1906) -la primera en la que utilizó el recurso de presentar a dos familias paralelas- tuvo una favorable acogida por su temática legal ya que trata de mostrar el amargo contraste de las distintas leyes hechas para el rico y para el pobre. Entre sus obras de teatro cabe destacar Disputa (1909, un estudio de las relaciones industriales), Justicia (1910, un retrato realista de la vida en prisión que despertó en él un profundo sentimiento de la necesidad de reformarla), La paloma (1912), Un viejo inglés (1924) y El tejado (1929). Quizá sea Lealtades (1922) la mejor de todas ellas. También escribió poemas. En 1929 recibió la Orden del Mérito y en 1932, como se ha indicado más arriba, el premio Nobel de Literatura.
En 1905 se casó con Ada Pearson, esposa de su primo A. J. Galsworthy, con la que mantuvo relaciones extramatrimoniales durante diez años. La Irene de La Saga de los Forsythe es en cierta medida un retrato de Ada Galsworthy. Sus novelas, por la ausencia de complicados retratos psicológicos y por un punto de vista social simplificado, llegaron a ser consideradas fieles modelos de la vida inglesa de aquel tiempo. Galsworthy es recordado por su evocación de la vida de la clase media alta del período victoriano y eduardiano y por su creación de Soames Forsythe, personaje deplorable que consigue despertar la simpatía del lector. La serie de televisión La Saga de los Forsythe, realizada por la British Broadcasting Corporation (BBC), consiguió una inmensa popularidad no sólo en Gran Bretaña y reavivó el interés por un autor cuyo nombre había caído prácticamente en el olvido después de su muerte. |
Las crónicas de los Forsyte. 31 Ene 2022 JESÚS EGIDO / Las crónicas de los Forsyte La ausencia de Soames Forsyte estrecha los vínculos de su hija Fleur con la aristocrática familia de su marido, Michael Mont. Gran Bretaña atraviesa una profunda crisis económica y los primos de los Mont, los Cherrell, sufren apuros para mantener sus posesiones rurales. Entre toda esta multitud de aristócratas, la mayoría venidos a menos, sobresale Dinny Cherrell, prima de Michael y de Fleur, que deberá enfrentarse a tres grandes retos impuestos por un honor trasnochado que estrangula la rancia moral británica: una polémica contra su hermano, que ha matado a un mulero en defensa propia durante una expedición; el escándalo provocado por su prometido Wilfrid, al abrazar el Islam a punta de pistola, y el divorcio de su hermana pequeña, Clare, que se niega a regresar a Oriente con su marido. Entre tanto escándalo, la sombra de la guerra avanza silenciosa por Europa. Zenda publica el siguiente artículo escrito por el editor de esta importante saga, cuyo autor se alzó con el Premio Nobel de Literatura en 1932. *** La atracción de John Galsworthy (1867-1933) por los Forsyte le acompañó hasta los últimos momentos de su vida, incluso después de que en 1932 la concesión del Premio Nobel le aupara al escaño de los grandes escritores de la literatura universal. Su interés por esta familia británica comenzó en 1900, con el relato «La salvación de un Forsyte», recopilado en el volumen En compañía de los Forsyte, publicado en 2019 en esta misma editorial junto al resto de cuentos sobre este clan. La relación entre el autor y sus personajes se hizo más estrecha a partir de 1922, tras la aparición de El propietario, novela que da inicio a la primera trilogía de las tres que componen «Las crónicas de los Forsyte», convertida enseguida en un éxito de público y de crítica que decantó definitivamente a Galsworthy por abandonar el Derecho en favor de la Literatura, algo que le había aconsejado su amigo Joseph Conrad. "La primera trilogía se cierra prácticamente con la muerte de la reina Victoria, en 1901, aunque la acción se prolonga hasta el final de la Primera Guerra Mundial" Tal fue la popularidad alcanzada con La Saga de los Forsyte que los novelistas más jóvenes, ansiosos por abrirse camino en el complejo mundo de las letras, no perdieron oportunidad de vapulear a Galsworthy en favor de un minuto de gloria. Antohny Powell lo ridiculiza como personaje de su tetralogía Una danza para la música del tiempo y los autores del grupo de Bloomsbury, empeñados en la experimentación y en la ruptura con la tradición, lo consideraron un escritor pasado de moda. El tiempo ha puesto a cada uno en su sitio y mientras los experimentalismos generalmente han ido perdiendo vigor, la literatura del creador de los Forsyte se sigue publicando en todo el mundo y las películas y series televisivas sobre esta saga familiar son ya clásicos indiscutibles. A El propietario le seguirían En los tribunales (1920) y Se alquila (1921) que, junto a dos interludios o novelas cortas que sirven de puente entre un libro y otro, completan La Saga de los Forsyte, primera trilogía de «Las Crónicas de los Forsyte», que entraron en el catálogo de Reino de Cordelia en 2014 traducidas al español por Susana Carral, quien se ha encargado de trasladar a nuestro idioma todo el canon fortsyano, hazaña por la que ha llegado a ser finalista del Premio Nacional de Traducción, clara muestra del empeño que ha puesto en su cometido y la calidad de su trabajo. "Soames, por cierto, atesora un cuadro de Goya en su preciada pinacoteca, porque la presencia de España es una constante en esta serie de novelas y, en general, en toda la obra de Galsworthy" La primera trilogía se cierra prácticamente con la muerte de la reina Victoria, en 1901, aunque la acción se prolonga hasta el final de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Justo después de este conflicto, que desmoralizó a gran parte de Europa, comienza la segunda trilogía de los Forsyte, Una comedia moderna. Arranca con El mono blanco (1924) y continúa con La cuchara de plata (1926) y El canto del cisne (1928). Junto a sus correspondientes interludios, se despide en sus páginas el patriarca de la familia, Soames Forsyte, padre de la malcriada Fleur Forsyte y austero y antipático personaje que Galsworthy logra convertir en un ser entrañable para sus lectores mediante una extraña magia literaria donde el autor nunca juzga a sus personajes, no los maltrata, aunque no sean ajenos a los golpes que propina la literatura, que siempre es una metáfora de la vida. Frente a la costumbre británica de pasar una temporada en Italia al acabar los estudios universitarios, los personajes de este autor se desplazan a España. España es también lugar opcional de vacaciones de Irene, la exmujer de Soames, el gran amor de su vida. Y en España han sido diplomáticos algunos de los personajes que deambulan por la última trilogía. "Soames ya no está, pero permanece su hija Fleur, casada con el amable y utópico aristócrata Michael Mont, miembro del Parlamento empeñado en solucionar, aunque sea con teorías descabelladas, los problemas de las clases más desfavorecidas" Porque, cuando parecía que la pluma de los Forsyte se había secado, en 1931 apareció en las librerías Esperanzas juveniles, primera entrega de la tercera trilogía de «Las crónicas de los Forsyte», titulada Fin de capítulo. Seguirían Un desierto en flor (1932) y Al otro lado del río (1933), novela ya póstuma, por lo que Galsworthy no pudo escribir los dos interludios que acostumbraba añadir a la edición en su solo volumen de sus trilogías. Si las primeras entregas de la saga daban cuenta de la aparición de una burguesía acomodada, integrada por profesionales del Derecho y los negocios, que desplazaba del primer plano a la aristocracia británica, esta última, Fin de capítulo, vuelve la mirada hacia ese linaje que intenta sobrevivir en un mundo de profundos cambios. Junto a los Mont están sus primos los Cherrell, que se esfuerzan por prolongar el pasado manteniendo en pie unas posesiones rurales deficitarias que cada año dan un nuevo zarpazo al patrimonio familiar. Muchos de los personajes de la tercera trilogía ya eran conocidos por los lectores de las dos anteriores, como el reverendo Hilary Charwell, pero ahora se convierten en protagonistas. Y de entre todos ellos sobresale Dinny Cherrell, prima de Michael Mont y, por tanto, aunque por la vía política, de Fleur Forsyte. "Y aunque la religión le importa más bien poco y el cristianismo hace tiempo que dejó de interesarle, la sombra de la cobardía amenaza con manchar su historial de caballero, algo capaz de destrozar la vida futura de cualquier gentleman británico que se precie de ello" Inmersa en una realidad que se extingue, en la que los caballos aún se sobresaltan al ver llegar un automóvil, no solo deberá asumir la precariedad económica de las posesiones paternas, tendrá que luchar contra el peso de un rancio sentido del honor contra el que combatirá en cada una de las novelas de Fin de capítulo. En la primera, su tesón, presencia de ánimo y amabilidad la llevarán a salvar a su hermano Hubert, militar que durante una expedición a América del Sur ha matado en defensa propia a un mulero indígena, hosco y malencarado, que además maltrataba a los animales. Los militares superiores en rango a Hubert no ven con buenos ojos estos percances que degeneran en polémicas que salpican el inmaculado blasón de sus batallones. Dinny, como Hércules, deberá enfrentarse a otras dos grandes pruebas: su prometido, Wilfrid, bien conocido de Fleur —y por tanto de los lectores de la segunda trilogía—, ha abrazado el Islam a punta de pistola. Y aunque la religión le importa más bien poco y el cristianismo hace tiempo que dejó de interesarle, la sombra de la cobardía amenaza con manchar su historial de caballero, algo capaz de destrozar la vida futura de cualquier gentleman británico que se precie de ello. Ya malherida tras esas arduas batallas, para colmo, Dinny habrá de ser el apoyo de su díscola hermana Clare, que ha decidido separarse de su marido, al que abandona en Oriente. La impetuosa Clare regresa a Gran Bretaña dispuesta a un divorcio capaz de hacer tartamudear al Big Ben y a los cuervos de la Torre de Londres, si es que los relojes y los pájaros sufren alguna vez ese tipo de disfunciones del habla.
Jospeh Conrad ya había empleado la misma técnica que ahora ensaya Galsworthy en la última trilogía sobre los Forsyte: se trata de llevar a los personajes hasta una situación límite y describir cómo reaccionan para sortear la crisis. ¿Hay mejor manera de indagar en el factor humano? Si Galsworthy fue capaz de advertir el gran cambio social que generaba la nueva y poderosa burguesía a finales del siglo XIX y comienzos del XX, tampoco se le escapa ahora la aparición de una nueva moral, menos hipócrita, más acorde con la penuria económica de los tiempos y la modernidad tecnológica, que se consolidaría tras la Segunda Guerra Mundial. Todo parece sufrir un proceso de cambio, excepto la calidad y amenidad de las novelas que completan «Las crónicas de los Forsyte». Reputación. Galsworthy era conocido por su generosidad. Insistió en vivir sólo con la mitad de sus ingresos y donó la otra mitad a causas como proporcionar viviendas asequibles a los aldeanos de Manaton y Bury. Walpole lo describió como "gentil, honesto y justo". y "absolutamente de buen corazón ... querida", aunque algo demasiado serio: "Una cena con Galsworthy, y Granville-Barker fue bastante divertido aunque J. G. nunca ve una broma". Lucas confirmó esta reputación de seriedad; Escribió que Galsworthy abominaba de las conversaciones inconexas, y cuando él y su esposa recibían a los invitados a cenar, anunciaba, mientras se sentaban, un tema que se discutiría durante la comida, como por ejemplo: "¿Hasta qué punto el genio está influenciado por la educación?". ¿Estándares de los padres?" Los modernistas literarios de su época deploraron los libros de Galsworthy y los de sus contemporáneos H. G. Wells y Arnold Bennett. Virginia Woolf llamaron a tres "los eduardianos" y los acusó de presidir una "época en la que el personaje desaparecía o era misteriosamente sumergido". En su opinión, los tres "ignoró la compleja vida interna de los personajes" y retrataba "una existencia ordenada poblada de personajes típicos de su posición social, pero poco más". De los tres fue Galsworthy quien Woolf lo que más disgusta. Cuando se anunció su muerte, ella escribió sobre su agradecimiento porque "esa camisa rellena" había sido suya. había muerto.
El editor Rupert Hart-Davis pensó que el toque de Galsworthy se hacía menos seguro con cada generación sucesiva de los Forsyte: en el Saga el autor podría tomar como modelo a sus contemporáneos y antepasados inmediatos: los Forsyte son una familia de clase media alta como la propia Galsworthy, dos generaciones alejadas de sus raíces terratenientes en el West Country; El primer matrimonio de Ada sirvió de base para Irene y Soames Forsyte.
En su estudio de 1979 John Galsworthy: l'homme, le romancier, le critique social, Fréchet escribió que Galsworthy, la reputación de Galsworthy no es la misma en Gran Bretaña que en otros lugares: "para los ingleses, Galsworthy representa el pasado, porque son muy conscientes de todo lo anacrónico en el mundo que describe, y de lo rápido que todo está cambiando". Fréchet sugiere que los lectores de otros países "son mucho mejores a la hora de percibir lo que sigue siendo cierto en la descripción que hace Galsworthy de Inglaterra, porque se dan cuenta de lo lentamente que ha cambiado". Con motivo del centenario del nacimiento de Galsworthy, la BBC realizó una adaptación televisiva de las dos primeras trilogías, proyectadas en 1967 bajo el título el título La saga Forsyte. Fue en su momento la producción televisiva más cara jamás realizada, con 26 episodios de 50 minutos cada uno. Atrajo a grandes audiencias en Gran Bretaña y otros cuarenta países, y provocó un aumento en las ventas de las novelas de Galsworthy, que se vendieron mejor que en cualquier otra etapa de su vida; Penguin Books vendió más de 100.000 copias de El hombre de la propiedad en Gran Bretaña en 1967 y más de 120.000 al año siguiente. Las nuevas traducciones trajeron al autor un nuevo público internacional. |
LITERATURA El legado del premio Nobel John Galsworthy Burguesía 100% inglesa. 'La saga de los Forsythe' vuelve en un solo volumen y con nueva traducción. Pasiones al más puro estilo 'british' JUAN BONILLA 30/12/2014 Si el matrimonio, según vio bien Javier Marías, es una institución narrativa, la familia no le digo: los pliegues entre las relaciones de padres e hijos, la entrada de cuñados y yernos, cada cual con sus mundos a cuestas, sus ambiciones, sus fatigas, formulan un inevitable espejo de la clase social a la que pertenecen, y como los ricos también lloran, el mundo de los ricos, el de los nuevos ricos, para ser más exactos, se convirtió en Inglaterra a finales del XIX y principios del XX en gran tema literario que había que abordar de manera demorada. La pujanza de la clase media profesional en la época victoriana llevó a las Islas muchos nuevos ricos y con ellos nuevos héroes para las narraciones contemporáneas. Entre otras cosas esas narraciones pretendían probar la cualidad líquida de la burguesía: sabe adaptarse perfectamente a cualquier recipiente sobre el que se derrame. Ello se ve mejor que en ningún sitio en 'La Saga de los Forsyte', el magno conjunto de novelas que John Galsworthy, excelente artesano, narrador sin ínfulas, puso en pie a comienzos del siglo XX. Está compuesta de tres novelas y dos entreactos:
Se ve pronto en las novelas de Galsworthy que es de esos narradores que se atienen a unas reglas estrictas: reglas que por otra parte ya han demostrado fehacientemente que funcionan y a las que no se necesita violentar en momento alguno. Galsworthy es un narrador tradicional. Aparece un personaje cualquiera y enseguida viene su detallada descripción, para que el lector sepa que el narrador lo conoce todo de él, y que le bastan unos cuantos gestos suyos, en la manera de utilizar un tenedor, en la forma de quedarse mirando a alguien, para obtener de tan sencillas pruebas conclusiones evidentes de una manera de ser. Cháchara llena de significado En las novelas sobre la burguesía londinense -o inglesa, como se ve bien en Jane Austen, en una de cuyas novelas hay una auténtica tragedia por el número de tenedores que se ponen en una cena- los modales son tan protagonistas como los personajes. La cháchara llena páginas y páginas, pero la cháchara está llena de significado: es precisamente la insignificancia de tantas cosas, la importancia que se le dan a tantas cosas insignificantes, lo que acaba siendo significativo. Galsworthy, como digo, era un artesano ejemplar: nadie podrá discutirle su capacidad para hipnotizarnos la atención con las correrías y relaciones de decenas de personajes, con negocios, con compras, con amores, con gestos. Con un pulso envidiable, se las arregla para que la atención vaya por las vías que él va marcando para narrar la lírica épica de una familia venida a más, una familia con antepasados poco ilustres, que gracias a los negocios consigue una posición envidiable e inventa uno los pocos caracteres que los siglos XIX y XX añadieron a los arquetipos heredados de la literatura anterior: el nuevo rico. Alguien que queda convencido de que el alma, si hay alma, está en los bienes materiales, y que los bienes materiales sirven fundamentalmente para dos cosas: para disfrutarlos en sí y para que los demás vean que son propiedad de uno. No en vano la primera de las novelas se titula El propietario, porque la importancia de la propiedad es un hilo conductor en medio de tantos relatos de todo tipo, de ambición, de amor, de mezquindad o de misericordia. 'La Saga de Galsworthy' gana mucho cuando aparece Irene, prototipo de mujer nueva que no quiere atarse a un marido al que no respeta ni ama. El marido, para subir en el escalafón, necesita convertirse en propietario, lo que le lleva a contratar a un distinguido arquitecto al que encarga la confección de una casa. Irene preferirá un destino ajeno a las comodidades que se le brindan en la casa Forsyte, y encontrará ayuda donde menos la podía esperar, después de que uno de los viejos Forsyte descubra lo mal que le van las cosas. Ese descibrimiento sirve a Galsworthy para plantear uno de los temas fundamentales de su Saga: la necesidad que tiene la clase a la que pertenecen los Forsyte -la alta burguesía- a ir acompasando el paso a lo que los tiempos van exigiéndoles. Esa facilidad para no perder el ritmo, para estar a tono con los tiempos, o como diría Lampedusa, para permitir que las cosas cambien para que todo siga siendo igual, es la más clara virtud de la burguesía londinense. Ahí fuera, en la intemperie de la ciudad, hay muchas cosas que van cambiando, pero en sus salones el orden seguirá siendo el mismo. Pasiones y odios Es imposible no destacar en un conjunto de novelas tan populosas y dilatadas como las que componen 'La Saga de los Forsyte', la capacidad del narrador para que el ritmo de los relatos que van entrecruzándose no fallezca y la atención se nos mantenga despierta. El hecho de que nada más comenzar el libro (que ha publicado Reino de Cordelia en traducción de Susana Carral) se encuentre uno con un árbol genealógico nos da una pista de lo que nos espera. Pero Galsworthy sabe bien lo que se trae entre manos y el lector no se siente nunca perdido. En las 912 páginas de la excelente nueva edición de un éxito añejo que fue popularizado por una serie de televisión y que hace tiempo que sólo podía conseguirse en librerías de viejo, caben pasiones y odios, y el buen gusto que pretende ser marca de la clase social representada en todos los rincones de la novela, y también la mezquindad de algunos de sus más desviados representantes, y la valentía de una auténtica heroína como Irene, premio al personaje más complejo y delicado en un excepcional catálogo de personajes dramáticos que tardarán mucho en darse cuenta de aquello que dice un eslogan o un refrán: el dinero no da la felicidad... Y lo peor de todo es que la felicidad, al no dar dinero, es tratada a menudo como cosa de rango menor. |
Galsworthy sigue vivo. Ágil, incisivo e irónico, la impronta de la obra del autor de 'La saga de los Forsyte', premio Nobel en 1932, marcó el rumbo de los tiempos modernos José Luis de Juan 09 jun 2015 El novelista John Galsworthy. Aunque popular y leído, el Nobel de 1932 John Galsworthy fue barrido por el ímpetu de los narradores ingleses del grupo de Bloosmbury. Virginia Woolf y sus colegas se encargaron de dejar fuera de combate a novelistas como él. La claridad de ideas de Galsworthy, la transparencia de sus personajes, así como la impecabilidad de la trama y su concepción de la novela como estructura flexible dirigida por un propósito insoslayable, habían pasado de moda. Este hombre, nacido con una cuchara de plata en la boca, ni siquiera era difícil y original como Henry James, o sintácticamente retorcido como su padrino Joseph Conrad. No, él estaba en la diáfana línea de George Eliot y Thomas Hardy. Al escribir, Galsworthy pensaba en Turgueniev y su realismo inefable, y, como Stendhal, hacía de la precisión y la sobriedad absorbida en el estudio de las leyes su divisa para contar una historia. Era de otro siglo. Sin embargo, a finales de los sesenta, una serie de la BBC lo puso de actualidad. La saga de los Forsyte entró en todos los hogares con el glamour final de la época victoriana. Años después ha vuelto a las pantallas con Downtown Abbey. Galsworthy sigue vivo. Y es que se trata de un narrador de fuste: ágil, incisivo, ligero, claro, intuitivo, suavemente irónico. Su obra no tiene parangón en la literatura del siglo XX en tanto que espejo en el camino de tres generaciones cuya impronta marcó el rumbo de los tiempos modernos. Tres años antes que él, Thomas Mann había recibido el Nobel en parte por algo parecido, la saga de los Buddenbrook. Pero Mann era fáustico y tenía otros intereses, servía a su lengua, si bien no estaba comprometido con su sociedad. Galsworthy se sentía "dentro" y por eso pintó un impresionante fresco de su propia clase sin olvidar las menos favorecidas, dándonos a conocer lo que latía en el corazón y bullía en la cabeza de un "propietario", ese pilar de pura raza inglesa que vivía para preservar una “concha vacía”. Creó a Soames Forsyte y le dedicó nueve novelas agrupadas en trilogías que correspondían a las postrimerías de la era imperial, el mundo posvictoriano y el desbarajuste que siguió a la Gran Guerra. La evolutiva mirada que Galsworthy proyecta en Soames a lo largo de estas miles de páginas va a la par con la percepción de sí mismo y de los cambios a su alrededor. Primero es satírico, le tira de las orejas a su personaje, se distancia de él, aunque sabe que su yo tiene algo de ese Forsyte, abogado como él. Después empezamos a ver que tras esa sobria y prosaica respetabilidad hay algo de veras genuino. Los sentimientos de Soames al observar el cortejo fúnebre de la reina Victoria desde la reja de Hyde Park en compañía de su segunda esposa conforman un personaje lúcido. Y por fin, cuando entramos en la "comedia moderna” vemos a un hombre que se aferra a sus principios en un mundo que los ha perdido todos, y entonces su creador destila simpatía y compasión por él. Soames acaba dando genio y figura a ese perenne rasgo insular común a todos los estratos sociales que el comité Nobel llamó gentleness y por el cual sus compatriotas, nos dice el autor de Surrey, son "incapaces de rendirse, de abandonar, de morir". Esta oportuna recuperación de Galsworthy en una muy legible traducción ha empezado con la última trilogía (tras el prometedor arranque de Bajo el manzano). En El mono blanco nos presenta a la pareja formada por Fleur, la hija de Soames, y Michael. Ella colecciona personajes en su salón y él es editor. El enredo amoroso de Fleur con un poeta y la posición de consejero de Soames en una sociedad atacada por el virus alemán van perfilando una sociedad que, pese a los atolondrados pasos de baile hacia el futuro, "sólo creía en el pasado". Mujeres ávidas, chicas rebeldes, gentlemens de club, artistas, míseros desempleados, perros: todos ellos van creando una verosímil crónica londinense de entreguerras con una asombrosa fidelidad a los detalles y sin caer en el costumbrismo. En el segundo tomo, La cuchara de plata, Michael entra en política defendiendo un movimiento de regeneración nacional, mientras que Fleur tiene un tropiezo social de consecuencias para su padre, concentrado en “la presencia intangible de Inglaterra”. En la tercera parte, El canto del cisne, Soames y Fleur regresan de un largo viaje, y él, que empieza a notar la edad, se enfrenta a la disolución del mundo en el que ha vivido. Obsesionado por Irene, su primera mujer, Soames visita el lugar de sus ancestros para apoyar su espalda en la única piedra que permanece en pie. Y allí, mientras su conciencia sigue manteniendo vivos "el lento sentido del humor, la moderación, el coraje", se rinde a la inevitable nostalgia del tiempo perdido. Capítulo tras capítulo de estos tres tomos que se leen con placer, Galsworthy nos mantiene atentos a sus pequeños toques del gran lienzo con las dosis justas de melodrama y emoción, de crónica social y calibrado análisis histórico. |
una de las mejores novelas que he leido
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