Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara; Demetrio Protopsaltis Palma; Katherine Alejandra Del Carmen Lafoy Guzmán;
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Biografía de Real Academia de Historia. Ercilla y Zúñiga, Alonso de. Madrid, 1533 – 27.XI.1594. Poeta, militar y diplomático. Sus padres, Fortún o Fortuño García de Ercilla, jurista del Consejo Real, y Leonor de Zúñiga, eran oriundos de Bermeo (Vizcaya). Sexto y menor de los hijos, cuando tiene apenas un año, murió su padre. Leonor trató de sacar adelante a su familia y se desplazó a los distintos señoríos en los que podía recibir rentas (Bermeo, Nájera, Bobadilla). La situación económica se agravó al ser despojada por un pleito de su patrimonio (1545), al tiempo que su hijo mayor murió en Madrid. Casi en la pobreza, destinó a su segundo hijo a la Iglesia y solicitó el favor de Carlos V. El Emperador la asignó al servicio de la infanta doña María (su hija recién casada con el rey de Hungría y Bohemia, Maximiliano II) y a su hijo Alonso, como paje al servicio del príncipe Felipe en su viaje por otros estados del imperio. Desde Valladolid (1548), recorrió Barcelona, Génova, Milán, Trento, Innsbruck, Múnich, Ulm, Luxemburgo, Bruselas y Augsburgo (I. Lerner). Regresó a España en 1551 y residió en Valladolid, estancia decisiva, de acuerdo con la crítica, para la redacción de La Araucana, pues le permitió ser testigo presencial de las apasionadas confrontaciones entre Sepúlveda y Las Casas sobre el conflictivo tema de la guerra justa. Viajó a Viena para acompañar a su madre y hermanas en el séquito de doña María y regresó al cabo de tres años como paje del príncipe, a quien acompañó a Inglaterra con motivo de su matrimonio con la reina María. Algunos autores (J. Toribio Medina) señalan que estuvo en Flandes, si bien habría llegado a Londres con el séquito del príncipe cuando se recibió la noticia del levantamiento de Hernández Girón en Perú y la terrible muerte de Valdivia en Chile a manos de los araucanos. Su educación sufrió los contratiempos de estos viajes. Se redujo a las lecturas de Virgilio y Lucano, la historia romana, la Ilíada, la Biblia y los poetas contemporáneos, sobre todo Ariosto, pero también Dante, Petrarca, Bocaccio o Sannazaro, junto a Garcilaso, gracias a las clases impartidas por el humanista Calvete de Estrella, quien fue cronista real. El príncipe Felipe, durante su estancia en Inglaterra, nombró a Andrés Hurtado de Mendoza virrey de Perú y a Jerónimo de Alderete, gobernador de Chile. Su objetivo principal era someter la insurrección de Hernández Girón. Ercilla, con licencia del príncipe, se enroló en las filas que partían desde Cádiz (1555) rumbo a las Indias. Alderete murió de fiebres en la isla de Taboga y Ercilla continuó el viaje hasta Perú, donde llegó en 1556. Se hospedó en el palacio virreinal cuya sede fue ocupada por el virrey Andrés Hurtado de Mendoza. Según J. Toribio Medina, decidió, tras la derrota de Hernández Girón, enrolarse en la expedición de castigo contra los araucanos al mando del hijo del gobernador de Chile, García (febrero de 1557). Tras pasar por La Serena, llegaron a Concepción el 28 de junio, después de haber sufrido una tempestad (I. Lerner). A partir de este momento, la biografía de Ercilla se completa con los datos que él mismo refiere en La Araucana. El poema consta de tres partes (divididas a su vez en treinta y siete cantos), publicadas en 1569, 1578 y 1589 e introducidas cada una por su correspondiente “exordio” (C. Goic). Redactado en octavas reales, refiere la conquista del Arauco tras la muerte de Valdivia. Ercilla es consciente de su valor como testigo presencial de los hechos y destaca reiteradamente el componente autobiográfico del poema ("podré ya discurrir como testigo / que fui presente a toda la jornada /.../ va la verdad desnuda de artificio / para que más segura pasar pueda”). El poema refiere su desembarco en Coquimbo, la visita a La Serena y su llegada a la isla de Quiriquina. La hostilidad de los indios desaparece al considerar como señal divina la caída de un meteoro. No escatima esfuerzos en el relato del detalle e incluso refiere la construcción de toldos, pabellones o fuertes o bien refiere acciones heroicas, como la de Mencía de Nidos que defendió la Ciudad de Concepción (La Araucana, I, 109). El 25 de agosto tuvo lugar el primer asalto araucano (de acuerdo con J. Toribio Medina, pero, según Góngora Marmolejo, sería el 15). Ercilla, por su parte, lo retrasa al 10 de agosto, de modo que coincida con el día de la victoria de San Quintín. Tras el asalto, y la estrategia araucana de adentrarse en su tierra para obtener la victoria, los españoles cruzan el Bio, Bío donde son nuevamente atacados. Es el primer encuentro con Tucapel y Galvarino que se encuentra entre los prisioneros y a quien se le infringe el castigo de quebrarle las manos. Acampa en la cuesta de Andalicán y envían emisarios de paz que no regresan. Decide García continuar el camino y se interna en tierra enemiga donde Caupolicán reta al jefe de la expedición a un combate que es aceptado. Sin embargo, es una emboscada y no luchará en solitario el jefe araucano, sino acompañado de ocho o diez mil araucanos (Barros Arana). El poema refiere con especial insistencia el combate entre los distintos jefes de ambos bandos. Tucapel, Caupolicán, Rengo, Galvarino, Lincoya, luchan como héroes homéricos (I. Lerner). El propio Ercilla, junto al genovés Andrea, colabora en la victoria, deslucida por el comportamiento sanguinario de los españoles, que llegan —de acuerdo con el poema— a exigir de él una mayor agresividad. La humanidad del poeta destaca en su actuación con Galvarino, de quien solicita el indulto, sin éxito, debido a la actitud del jefe araucano que pide ser ejecutado al igual que el resto de los caciques (“me opuse contra algunos, procurando / dar la vida a quien ya la aborrecía”). De este modo se materializa “el insulto y castigo injusto”. Las peripecias de Ercilla corren parejas al relato épico. El gobernador trata de pacificar la tierra y para ello se hace preciso emprender un viaje a La Imperial en busca de avituallamiento. A su regreso, los indios les tienden una emboscada que tendrá un final feliz para los españoles, gracias a diversas estratagemas y a la actuación valiente de Ercilla, quien, al mando de su compañía, logra alcanzar la cima de una sierra desde donde atacar a los indios. Finalmente llegan al campamento y tras diversas escaramuzas fundan la población de Cañete que queda al mando de Reinoso. A principios de 1558, regresan a La Imperial, donde reciben la noticia de un nuevo ataque araucano a la población recién fundada. De acuerdo con el relato lírico, Caupolicán en este nuevo enfrentamiento será definitivamente vencido, y trece de sus caciques ejecutados de un modo bárbaro. Varias partidas marchan en busca del huido jefe araucano a mediados de febrero. El engaño de los guías y la fragosidad de la tierra desaniman a los expedicionarios, que nuevamente serán engañados por un indio viejo y astuto que les indica un camino falso. Sin embargo, tras varios días en los que hace estragos el hambre y el cansancio y cuando perdían toda esperanza de salvación, encuentran una verdadera visión paradisíaca de un lago surcado por canoas de indios pacíficos. El cambio de situación anima a los descubridores a continuar, lo que les permite llegar hasta la “isla” de Chiloé. Ercilla en solitario avanzará media milla más y dejará grabado en un árbol su testimonio, el 28 de febrero de 1558 a las 2 de la tarde. Guiados por un indio baquiano regresan a La Imperial. Durante su estancia en la población, tiene lugar uno de los sucesos más destacados de su biografía. Con ocasión de celebrar el advenimiento de Felipe II al trono de España, se convocan justas y desafíos. Recuerda su contemporáneo Góngora de Marmolejo que, estando Ercilla y Pedro Olmos de Aguilera juntos, un tercero se quiso meter entre ambos. Ercilla echó mano a la espada y Pineda hizo otro tanto. García, que acudió al festejo cubierto con una máscara, arremetió contra Ercilla con una maza que llevaba colgando del arzón de la silla. Otro contemporáneo, el fraile agustino Bernardo Torres, señala como motivo una discusión sobre la precedencia en los lugares que le correspondían en la iglesia y Pedro Mariño Lobera refiere que el altercado tuvo como origen, asimismo, el lugar que les correspondía en el festejo y que, don García recelando no fuera una traición, arremetió con la maza y le derribó del caballo, al parecer con ánimo de matarle. Por su parte, Suárez de Figueroa ofrece como motivo una discusión sobre quién había herido mejor en el estafermo (J. Toribio Medina). Ambos se refugiaron en la iglesia, pero García ordenó que se les ahorcase al día siguiente. La injusticia de la decisión hizo que varios caballeros intercedieran por Ercilla a fin de que García cambiara la sentencia, lo que al parecer se consiguió finalmente gracias a que intercedió por él una joven india, amiga del jefe español. Medina refiere que el gobernador, encerrado en su despacho, no permitió que nadie se le acercase y las mujeres tuvieron que escalar hasta la habitación para implorar el perdón. Ercilla fue finalmente encarcelado y desterrado a Perú, lo que aún se retrasó por las exigencias de la guerra e incluso participó en algunas escaramuzas (...después del asalto y gran batalla / de la albarrada de Quipeo, temida / donde fue destrozada tanta malla, / y tanta sangre bárbara vertida / fortificado el sitio y la muralla / aceleré mi súbita partida /.../ salí de aquella tierra y reino ingrato, / que tanto afán y sangre me costaba”). Dos meses más tarde, llega a Callao (1558). Participa en algunas escaramuzas, pero poco se sabe de su estancia en Perú. Trata de incorporarse a la batalla con Lope de Aguirre, pero enterado de la muerte de éste, apresura su partida y embarca en Panamá, como él mismo refiere en el poema, a finales de septiembre de 1561. En Panamá tuvo lugar otro altercado. En conversación con Fernando de Santillán, éste se quejó de ciertos comentarios, proferidos por Ercilla sobre él, que implicaban una ofensa y de los que había tenido noticia a través de Ramírez de Cartagena. Ercilla se hizo el encontradizo a la salida de la iglesia y en compañía de Bartolomé Pineda, que actuó como testigo, le pidió explicaciones. El caso se solucionó y, en el expediente del proceso que se instruyó en España, quedó de manifiesto la actitud caballerosa del poeta. Seguramente desde Panamá marchó a Nombre de Dios, de donde partían las naves hacia la Península. Una extraña enfermedad que padeció, según refiere en el poema, detuvo su regreso cerca de dieciocho meses. A mediados de 1563 llega a Sevilla y se encamina hacia Madrid con la noticia de la muerte de su madre (ocurrida en 1559). Tras dar cuenta de su viaje al Rey, emprende viaje a Viena en busca de su hermana Magdalena, quien tenía tratado matrimonio con Fadrique de Portugal y aún servía como dama a doña María, mujer de Maximiliano. Con tal motivo, recorre Francia, Italia, Alemania, Silesia y Moravia. Su llegada a la Corte fue recibida con satisfacción y el Monarca le nombró gentilhombre de la Boca de los Príncipes de Hungría. La reina doña María escribió una carta de recomendación a su hermano Felipe II. Acompañando a su hermana, María Magdalena, llegó a Madrid en agosto de 1564. El matrimonio se celebró en abril de 1565, y fue muy breve, pues su hermana falleció meses más tarde, el 18 de octubre del mismo año. Ercilla fue su heredero principal y con Fadrique de Portugal firmó una transacción relativa a la dote. Vendidos los bienes en almoneda tuvo que ajustar con su hermano Juan de Zúñiga, provisor y capellán del Hospital Real de Villafranca de Montes de Oca. Su precaria situación anterior mejoró con la herencia, si bien aún se le ve solicitar los cuatro años de sueldo que le debían las cajas reales de Lima. Fruto de su relación con una mujer de origen muy humilde, Rafaela de Esquinas, nació su hijo Juan (1568) y compró para ambos una casa en la calle de los Jardines. En 1569, y a su costa, publicó la primera parte del poema, dedicado a Felipe II. Su éxito lo confirma la edición de la segunda parte nueve años más tarde, seguida en 1589 de la tercera. La obra completa apareció publicada en 1590. Las variantes del poema estudiadas por J. Toribio Medina revelan que Ercilla corrigió y pulió. En vida de Ercilla el éxito fue tal que se hicieron más de diez ediciones. Aparece citado en el “Canto a Calíope” de La Galatea cervantina y en El Quijote es alabado por el cura quien califica el poema de “los mejores que en verso heroico en lengua castellana están escritos”. Por su matrimonio en 1570 con María de Bazán —pariente de Álvaro Bazán, el vencedor de Lepanto—, logró acceder a la nobleza de mayor alcurnia. Así lo revela el hecho de que sus padrinos fueron doña Ana de Austria y el emperador Rodolfo. Su encuentro queda inmortalizado en el poema: “Era de tierna edad, pero mostraba / en su sosiego discreción madura, / y a mirarme parece la inclinaba / su estrella, su destino y mi ventura; / yo, que saber su nombre deseaba, / rendido y entregado a su hermosura, / vi a sus pies una letra que decía: / del tronco de bazán doña maría” (Canto XVIII). La madurez y confianza en su mujer quedará puesta de manifiesto al encomendarle incluso cuestiones jurídicas y económicas. Pese a ciertas dificultades iniciales, debidas a la desconfianza de sus suegros, el matrimonió se realizó, aunque no tuvo descendencia. Sin embargo, sí consta el reconocimiento de dos hijos naturales. Juan, ya citado, que murió en el naufragio de la nave San Marcos que formaba parte de la Armada Invencible, y una hija que ingresó en un convento. Por estas fechas, fue nombrado gentilhombre de Cámara del Emperador y caballero de la Orden de Santiago, tras la información precisa de limpieza de sangre (29 de noviembre de 1571). Para cumplir con los preceptos de la Orden y bajo el mandato de Su Majestad, se embarcó en Cartagena y meses más tarde partió con la expedición de socorro de La Goleta en África, sitiada por los turcos, que se perdió antes de ver llegar el socorro. No siendo necesaria su presencia en Nápoles y habiendo cumplido con lo prescrito por los estatutos de la orden, se dirigió a Roma, donde fue presentado ante el papa Gregorio XIII, quien había sido compañero en Bolonia de su padre. Continuó su viaje por el norte de Italia, visitando Siena, Florencia, Bolonia, Ferrara, Mantua, Cremona, Piacenza, Milán y Pavía, como recuerda en La Araucana. Pasó a Venecia, donde trabó amistad con el embajador español Guzmán de Silva. El 9 de septiembre de 1575 se encuentra en Praga asistiendo a la coronación del rey Rodolfo como rey de Bohemia. Se recluyó en Uclés para conocer la regla y ceremonias por las que se rige la Orden de Santiago, de donde salió tres meses más tarde para reintegrarse a su casa. Allí preparó la segunda parte de La Araucana, cuyo éxito corroboran las cuatro ediciones que ya se habían hecho en ese momento de la primera. Cabe reseñar que esta segunda parte incluye un soneto laudatorio de su compañero y capitán García Hurtado de Mendoza, lo que indica que el altercado y sus consecuencias habían sido olvidados por ambos. Su fama, la dedicatoria de esta segunda parte y su conocimiento del idioma, hicieron que fuera comisionado para entrevistarse con el duque de Brunswick, casado con una prima de Felipe II, con objeto de llevarles cartas de bienvenida del Rey, y la expresa advertencia de que, por todos los medios, procurase que no pasaran de Zaragoza. El carácter del duque y sus pretensiones de un puesto en el alto gobierno, no permitieron el éxito total de tal empresa y Ercilla no volvió a recibir ninguna otra encomienda personal del gobernante. En Madrid ha de atender a la enfermedad y muerte de su hermano que tiene lugar en Almaraz el 26 de agosto de 1580. En 1582 viajó a Lisboa. El motivo, según J. Toribio Medina, fue la conquista de las Azores, encomendada a su pariente Álvaro de Bazán. Lo confirma el hecho del romance debido a su pluma y dedicado a la batalla. En Portugal o en las Azores habría conocido entre otros escritores a Cervantes y a Cristóbal Mosquera de Figueroa, quien escribió un poema laudatorio incluido en la tercera parte de La Araucana. Regresó a Madrid a principios de 1583. El Consejo de Castilla le comisionó como censor de libros, desde 1580, tarea que le permitió ponerse en contacto con los escritores de su tiempo, y participar en tertulias particulares, como la del marqués del Valle, donde concurrían Fernando de Herrera, Pedro de Padilla, López Maldonado, Gabriel de Mata, Vicente Espinel, Cristóbal de Mesa, Sánchez de Lima, Gabriel Lasso de la Vega o el cronista Garibay. Entre otras ocupaciones, figura su dedicación a la lucrativa tarea de un comercio de valor, e incluso llegó a ser prestamista, como indica De Amezúa (Opúsculos III, pág. 288). Su último viaje tuvo como objeto el cobro de la dote de su hermana y cierto dinero que había prestado, para lo que se dirige a Alemania. A su regreso, tuvo noticias de la muerte de su hermana María y de su hijo natural Juan de Ercilla, desgracias que minaron su ánimo, como se trasluce en el poema, en el que asoma cierto tono melancólico. Durante sus últimos años residió en Madrid, donde revisó y completó la tercera parte de La Araucana (1589). La erudición y las digresiones se amplían. El poema en su conjunto mezcla realidad y ficción, combinación que justifica el que se ponga en entredicho la importancia de Caupolicán como jefe araucano y su participación en la muerte y emboscada de Valdivia. De hecho, es Lautaro quien derrota y da muerte a Valdivia. Pese a estas desviaciones históricas, como recuerda Lerner, la gran influencia del relato épico de Ercilla incluye a sus contemporáneos que refieren hechos y nombres de los jefes araucanos. Dos elementos resaltan en la obra: la referencia al imperialismo español como dominio de los mares mediante la referencia a la batalla de Lepanto y San Quintín (lograda a través de la intervención del mago Fitón), la defensa de los derechos de Felipe II al trono de Portugal y la introducción de historias ficticias o mitológicas, como las de Elisa y Dido, o los relatos de amor entre los indígenas (Caupolicán y Fresia, Guacolda y Lautaro o Glaura y Cariolán), todos ellos orientados, como indica J. Toribio Medina, a la defensa del amor conyugal. De este modo, los nativos inducen la imaginación poética de Ercilla mientras que los españoles reflejan la realidad histórica. En cualquier caso, el autor respeta y admira el deseo de libertad y la defensa de su propia tierra que llevan a cabo los nativos. Entre las valoraciones de la crítica, desde tiempos cercanos a la redacción del poema, se encuentra un extenso repertorio de ediciones, dieciséis tan sólo durante el siglo que vio a luz el poema a lo que se unen didácticas poéticas que proponen a La Araucana como modelo retórico (Miguel Sánchez Lima, Arte poética en romance castellano, 1580; Díaz Rengifo, Arte poética española, 1592; Luis Alfonso de Carvallo, Cisne de Apolo, 1602; Bartolomé Jiménez Patón, Elocuencia española, 1604; Francisco Cascales, Tablas poéticas, 1617) o referencias, como El Laurel de Apolo (1631) de Lope de Vega, o su auto sacramental basado en el poema, como también lo hace el romance incluido en el Ramillete de Flores de Pedro Flores (1593) y los seis romances incluidos en el Romancero de 1604, o críticas como la de Pedro de Oña, quien le acusa de deformar la realidad o autores que basan sus obras en el poema de Ercilla, como Góngora de Marmolejo o Ricardo de Turia (La belígera española), Luis Belmonte Bermúdez (Algunas hazañas de las muchas de D. García Hurtado de Mendoza), o, Francisco de Bustos (Los españoles en Chile) o Gaspar de Ávila (El Gobernante prudente) y Juan de Ariza (don Alonso de Ercilla). Otros como Diego Santisteban Osorio tratan de continuar el poema con la Cuarta y Quinta parte de la Araucana (Salamanca, 1597). La investigación sobre la vida de Ercilla cobra un nuevo impulso a través de los estudios de José Toribio Medina (1852-1930), quien aportó nuevos documentos y reseñó cerca de treinta ediciones. La contribución de Medina al estudio de La Araucana recoge las variantes que reflejan el interés de Ercilla por pulir el poema. Salvo por lo derivado de su oficio como censor, apenas se añade algo nuevo a su biografía. Residió en su casa, donde puso en orden su cuantioso patrimonio y donde murió el 27 de noviembre de 1594. Su testamento refleja cómo llegó a estar relacionado con la Corte, puesto que figuran como testigos y albaceas gentiles hombres de corte y embajadores. Obras de ~: La Araucana de Don Alonso de Erzilla y Cuñiga. Gentil Hombre de su Magestad y de la boca de los Sereníssimos principes de Vngria. Dirigida a la S.C.R.M. del Rey Phelippe nuestro Señor, Madrid, Pierres Cossin, 1569; Primera y segunda parte de la Araucana de don Alonso de Ercilla y Cuñiga, cauallero de la orden de Santiago, gentil hombre de la camara de la Magestad del emperador, Dirigida ala del Rey don Phelippe nuestro Señor, Madrid, Pierres Cossin, 1578; Tercera parte de la Araucana de don Alonso de Ercilla y Cuñiga cauallero de la orden de Santiago, gentil hombre de la camara de la Magestad del emperador, Dirigida ala del Rey don Felippe nuestro Señor, Madrid, Pedro Madrigal, 1589 (Primera, segunda y tercera partes de La Araucana de don Alonso de Ercilla y Cuñiga, Madrid, Licenciado Castro, 1597; La Araucana de D. Alonso de Ercilla y Zúñiga: edición del centenario ilustrada con grabados, documentos, notas históricas y bibliográficas y una biografía del autor, ed. de J. Toribio Medina, Santiago de Chile, Imprenta Elzeviriana, 1927; La Araucana pról. de A. de Undurraga Madrid, Espasa Calpe, 1969; La Araucana, pról. de A. Cornejo Polar, Lima, Universo, 1975; La Araucana, ed., intr. y notas de M. A. Morínigo e I. Lerner, Madrid, Castalia, 1979; La Araucana, selec., pról. y notas de G. Araya, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1988 (9.ª ed.); La Araucana, selec., pról. y notas de C. García Alvarez, Santiago de Chile, Zig-Zag, 1989 (2.ª ed.); La Araucana, ed. y pról. de J. L. de la Fuente, Dueñas (Palencia), Simancas, 2003, 5 vols.; La Araucana, adaptación cinematográfica de la obra de Alonso de Ercilla, Guión: E. Llovet. Enrique Campos. Julio Coll, Madrid, Paraguas Films, 1971). Bibl.: A. Bello, “La Araucana de Alonso de Ercilla”, en El araucano, Santiago, 5 de febrero de 1841; J. de Ariza, Don Alonso de Ercilla, drama original en cuatro actos y en verso, Madrid, Imp Repullés, 1848; J. 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Marrero Fente, “El lamento de Tegualda: Duelo, fantasma y comunidad en La Araucana”, en Atenea (Universidad de Concepción), n.º 490 (2004), págs. 99-114. |
Los Restos de Alonso de Ercilla reposan en el Convento de San José situado en la ciudad de Ocaña en Toledo. El convento se halla habitado por carmelitas descalzas. Sus restos estuvieron varios siglos bajo el altar en una cripta donde se enterraban las propias monjas, pero fueron trasladados a la iglesia anexa al monasterio para que pudiesen ser visitados con más facilidad. |
Ercilla. Ercilla es una comuna de la zona sur de Chile, de la Provincia de Malleco en la Región de la Araucanía. Debe su nombre al español Alonso de Ercilla y Zúñiga, autor de La Araucana. Historia Antes del proceso de colonización europea de la Araucanía, hacia el año 1884 aproximadamente, Ercilla era conocida como «Cerro Nilontraro». Estaba escasamente poblada, pero ya habían llegado las primeras familias de comerciantes, producto del afán del gobierno chileno por traer al país colonos europeos (suizos, alemanes, franceses, ingleses, etc.) con el propósito de poblar "La Frontera», como se le llamaba a los territorios que están al sur del río Biobío. Ercilla fue tierra fértil, permitiendo el auge fundamentalmente en áreas como el comercio, la agricultura y la pequeña industria. El desembarco de nuevos colonos se produjo en los puertos de Valparaíso y Talcahuano, respectivamente, siendo inmediatamente trasladados a Angol (hoy capital de la Provincia de Malleco) donde se les recibió oficialmente. El 6 de febrero de 1885, el general Gregorio Urrutia levantó el Acta de Fundación de la comuna, recibiendo el nombre de Ercilla en recuerdo del soldado poeta español Alonso de Ercilla y Zúñiga. Urrutia participó en la campaña de La Araucanía de los años 1862 a 1869; luchó en la Guerra del Pacífico contra Perú y Bolivia. Posteriormente fue comandante general de Armas y jefe del Estado Mayor del Ejército del Sur. Ercilla fue fundada en el año 1890. Período desde que comenzó la explotación del bosque nativo en aras de procurar tierras para la agricultura. La actividad agrícola de fines del siglo xx se basaba fundamentalmente en la producción triguera que alcanzaba niveles anuales cercanos a los 40 000 quintales; le seguían en importancia la avena y otros cereales en menor escala. La base de la economía de Ercilla era la actividad agrícola junto a la pecuaria. Por otro lado, explotación del bosque nativo era destinada a la elaboración de durmientes que se encontraban en rumas junto a las bodegas ferroviarias que almacenaban los cereales en tránsito o lugares del país. Un número significativo de inmigrantes suizos, franceses y alemanes se asentaron en la comuna, proveyendo de importantes medios de trabajo que albergaron también un alto porcentaje de indígenas, medieros y agricultores propietarios que marcaban la estructura social de la zona. Con posterioridad a la década de los 40, el crecimiento económico se estancó y después en los años 50 entró en una fase de retroceso productivo. Todo lo cual tiene potencialidad en la medida que se responda de manera estructurada y clara a sus demandas económicas y sociales fundamentales. Por otra parte es clave la cooperación del sector privado de la economía en particular de la gran empresa forestal y sus derivados como por ejemplo el sistema de contratistas al objeto de distencionar su impacto el área y procurar su contribución al desarrollo rural. |
Damiselas en apuros: las mujeres en La Araucana. “Su valor historiográfico hizo que fuera leída como un testimonio verídico; ahí se contraponen personajes femeninos que protagonizan las historias pastoriles entre batallas: Glaura, Lauca y Tegualda, ‘princesas mapuche’ de acuerdo a José Toribio Medina en su lectura de 1928, que representan pasajes puramente ficcionales dentro del poema. La idea de una ‘princesa mapuche’ me parece ridícula y preocupante. Más aún, sufro pensando en cuántos siglos llevamos siendo en la literatura damiselas en apuros”. Romina Reyes A. 25 Abril 2023 Releí La Araucana para un seminario de literaturas nacionales, o más bien la leí, pues la tenía por libro aburrido, machista e incomprensible. Tuvo que pasar mucho barroco hispanoamericano para adecuar la mirada al español castizo, a la apreciación de la forma de la literatura y a la historia literaria misma. “Chile recta provincia señalada / de la región Antártica famosa”: reconocí el verso que recitaba mi madre en recuerdo de las enseñanzas de sus años escolares; fue como si recién pudiera subir el volumen, escuchar la referencia a la épica de Alonso de Ercilla. Publicada en 1598, La Araucana funda nuestro canon. Es decir, la literatura chilena arranca con un poema épico, el de los vencedores sobre los vencidos. ¿Cómo calificar este dato? A mí me parece increíble. Y sí, lamentablemente es “repetido”, como sentir que se habla una y otra vez de lo mismo. Sin embargo, el feminismo nos llama a buscar en la obra las figuraciones de lo femenino que han sido poco y mal leídas, amplificar las miradas “repetidas” que mantiene el canon, pues cuando hablamos las mujeres tenemos harto que decir sobre cómo se nos ha figurado. Por eso vuelvo al texto. La Guerra de Arauco, cantada como una gloriosa batalla, muestra el valor del ejército español para derrotar a los feroces y sanguinarios “araucanos”. Ercilla relata que incluso las mujeres gestantes acudían a la batalla. Y que Fresia, al conocer la derrota de su compañero Lautaro, asesinó a sus hijos para librarlos de la deshonra, lanzándolos por un barranco. Su valor historiográfico hizo que fuera leída como un testimonio verídico; ahí se contraponen personajes femeninos que protagonizan las historias pastoriles entre batallas: Glaura, Lauca y Tegualda, “princesas mapuche” de acuerdo a José Toribio Medina en su lectura de 1928, que representan pasajes puramente ficcionales dentro del poema. La idea de una “princesa mapuche” me parece ridícula y preocupante. Más aún, sufro pensando en cuántos siglos llevamos siendo en la literatura damiselas en apuros. Quienes nos interesamos en la relación entre literatura y género tenemos mucho que leer y construir a partir de la forma en que hemos sido representadas y omitidas. A la idealización castiza de lo femenino, podemos oponer lo que nos dice la historia: que los secuestros y violaciones de mujeres fueron armas comunes a ambos bandos, lo que tampoco debe ser interpretado como una forma de jugar al empate. La escena es: ha terminado la batalla, y Alonso de Ercilla camina entre los cadáveres y pueblos conquistados, y en cada uno encuentra a una “princesa mapuche”, hijas de caciques, quienes le cuentan su historia, a pedido del soldado: Glaura, hija de Quilicura, sufre los acosos de un familiar. Es salvada de la violación por una bala española que mata a su atacante, pero también a su padre; luego Cariolán la salva de dos esclavos que la desnudan, y ella lo desposa en agradecimiento. En un nuevo ataque, Cariolán oculta a Glaura en el bosque mientras él acude a la batalla, quedando ella nuevamente a la deriva. Así la encuentra Ercilla, que al reconocer en uno de sus esclavos a Cariolán lo libera para que vuelva con ella. Lauca, hija de Millalauco, aparece con ropajes y actitud noble sobre la hierba con una herida letal en la cabeza, que aumenta su hermosura adolescente. Lauca ruega a Ercilla que le quite la vida para liberarla del sufrimiento que vive por ver a su marido morir, y recibir ella solo una herida, pero él “viendo que era / más cruel el amor que la herida”, decide rescatarla. Tegualda aparece tras la batalla de Tucapel, buscando el cuerpo de Crepino, su marido. Tegualda también ruega por ser asesinada, pero el soldado la conduce “donde en honesta guarda y compañía / de mujeres casadas quedó”. El designio trágico de las “princesas” eleva la honra de Ercilla, quien personifica el hombre de armas y de letras. Las “princesas mapuche” se ubican en la frontera entre realidad y ficción, y están despojadas de sus historias y destinos. Quienes nos interesamos en la relación entre literatura y género tenemos mucho que leer y construir a partir de la forma en que hemos sido representadas y omitidas. A la idealización castiza de lo femenino, podemos oponer lo que nos dice la historia: que los secuestros y violaciones de mujeres fueron armas comunes a ambos bandos, lo que tampoco debe ser interpretado como una forma de jugar al empate. Los destinos de Tegualda y Lauca podrían haber sido en verdad los de una esclavitud romantizada, con la imposición de la castidad como forma de colonizar los cuerpos; y el peligro constante de violación que vive Glaura, una sugerencia de que la violencia de género goza de longevidad en Abya Yala. |
HASTA EL ULTIMO HOMBRE ¿Qué nos dice La Araucana? Los fundamentos de esta obra literaria asombran y asustan por la detallada descripción sin tapujos de la más dura verdad que existe en la humanidad; la guerra
Á. Van den Brule A. 06/05/2023 Mientras haya un ser humano amable en la tierra, habrá esperanza. Mi hija. Chile, sus hijos e hijas, siempre estuvieron rendidos a la épica del que probablemente sea su hito fundacional mas potente y vibrante reflejo simbólico, representado en el poema contenido en La Araucana. Los fundamentos de esta obra literaria asombran y asustan por la detallada descripción sin tapujos de la más dura verdad que existe en la humanidad; la guerra. Las explicitas formas de barbarie contenidas en el horror manifestado en las audaces líneas que el poeta y soldado Alonso Ercilla de Zuñiga (1533-1594), un renacentista tardío e inmortal, son el reflejo de una historia veraz acontecida durante los prolegómenos del virreinato de La Plata, aunque en puridad en aquel tiempo sería conocido como la Capitanía General de Chile. Llama la atención poderosamente, que los protagonistas de la resistencia a ultranza contra los españoles, los Mapuches, están hoy arrinconados, reprimidos y ninguneados dentro del propio país Este poema de poemas, una epopeya en sí mismo, tardó cerca de veinte años en confeccionarse y en esencia, está dedicado al adusto monarca monocolor Felipe II como un compendio de los acontecimientos acaecidos en la larga y durísima conquista de lo que hoy ocuparía el espacio geográfico de la gran nación chilena. Llama la atención poderosamente, que los protagonistas de la resistencia a ultranza contra los españoles, los Mapuches, están hoy arrinconados, reprimidos y ninguneados dentro del propio país y sin defensores de valía que reivindiquen la grandeza y valor con el que defendieron la tierra hoy habitada por complacientes habitantes indiferentes al ataque que sufren los cimientos de su historia. Los treinta y siete cantos que componen esta "Ilíada española" y también chilena, comienzan con el relato del desembarco de las tropas peninsulares en el momento del liderazgo del malogrado Pedro de Valdivia Los treinta y siete cantos que componen esta Ilíada española y, por qué no, también chilena, comienzan con el relato del desembarco de las tropas peninsulares en el momento del liderazgo del malogrado Pedro de Valdivia, apresado por el héroe Lautaro, padeciendo una agonía que mejor no detallar. El relato dentro de los cánones de la narrativa y la poesía de aquellos momentos aporta unas peculiares características no vistas antes en la literatura universal. El uso prolífico de exordios en el contexto de las estrofas introductorias con ese mensaje moralizante que dotaba de cierto misticismo a los cantos y estos, sumados al dominio incontestable de las octavas reales con rima alterna, solventando con estilo incomparable uno de los retos mas complicados para un poeta. Otra de las licencias que se toma este increíble relator de aquellos tremendos sucesos, es la ruptura en unidad de acción, habida cuenta que entre los versos se relatan hechos que suceden muy alejados del lugar y relato central que alude a la lucha araucana, tal y como sucede con la mención a la famosa batalla de Lepanto. Algo que es notorio en la narración de los sucesos históricos, es la ausencia de un héroe definido, un protagonista indiscutible. Asimismo, incluye en el relato episodios amorosos protagonizados por heroínas de rompe y rasga. Algo que es notorio en la narración de los sucesos históricos, es la ausencia de un héroe definido, un protagonista indiscutible, espacio este que puede estar ocupado por el objetivo del relato que no es otro que poner en valor la valentía del pueblo araucano y el sistema de valores cristiano con los de los códigos de caballería tales como el honor y el valor en un contexto muy parecido al de una cruzada. Cabe decir que no es un libro fácil de leer y que destaca por ser más accesible para lectores virtuosos, filólogos o apasionados de la literatura. La belleza del relato impacta, pero su complejidad requiere paciencia. La riqueza de los recursos estilísticos introduce alusiones cuya referencia a los mitos griegos y latinos y una sintaxis en ocasiones endiablada, da la medida de la grandiosidad de lo que se vierte en estos treinta siete cantos de impecable confección. El propio desenlace es impresionante, pues en el último canto se recrea en la famosa batalla (basada en hechos reales) en la que cayeron en combate todos los araucanos, sin manifestar interés alguno por la rendición. Es quizás la parte mas heroica y brutal y también la forma en que el relato describe el infierno humano. En otro episodio, el de Tegualda, el relato del estremecedor lamento de la mujer indígena (Canto XX de La Araucana), en él, Ercilla habla con un dramatismo casi espectral, sobre lo acontecido entre ambos, Tegualda y Crepino. El poeta-soldado está de guardia en la gélida noche andina y da el alto a una mujer que deambula desesperada para encontrar el cadáver del hombre amado, Crepino, para darle digna sepultura. El entendimiento y disección del militar ante esta situación, obligación -compasión es digno de elogio por su inmensa humanidad (sic)… "lleno de cuerpos muertos blanqueando, / que nuestros arcabuces aquel día / habían hecho gran riza y batería"… En ese espacio que hay entre el amor y la muerte, entre Eros y Tánatos, hay un enigma insondable tras una frontera infranqueable a la voluntad humana, un adversario brutal El airado lamento contra la guerra, la impotencia ante la devastación inevitable, el grito inhumano contra la atroz violencia, el alma reventada ante la desolación de la muerte de tantos inocentes y el papel de la ambición disfrazada de gloria cuyo cinismo revela con maestría Ercilla, nos permite meditar sobre la inestimable aportación de la literatura para poner en valor las tragedias de este animal imperfecto que somos. La literatura nació para cubrir los espacios de la confesión y camuflar o evidenciar aspectos íntimos que no era posible manifestar de otra manera que no fuera como verdades reveladoras para un buen impulso de la reflexión, más allá, de esconderlos entre los personajes de una obra. En ese espacio que hay entre el amor y la muerte entre Eros y Tánatos, hay un enigma insondable tras una frontera infranqueable a la voluntad humana, un adversario brutal que habita estático y en silencio en el preciso territorio de la muerte. La figura acusatoria de esta mujer rasgada en canal por la extracción de un órgano superior, el amor, encarna al lamento femenino, siempre tan visceral, tan autentico, siempre tan humano ante las ligeras y banales decisiones de algunos hombres insensibles que con falsas promesas invitan a visitar paraísos increíbles eso sí, pagando peaje. La rebelión del pueblo mapuche hasta su derrota, fue un quebradero de cabeza para los españoles ante la inquebrantable actitud de resistencia A la postre, la rebelión del pueblo mapuche hasta su derrota, fue un quebradero de cabeza para los españoles ante la inquebrantable actitud de resistencia y heroísmo hoy invisibilizado por la administración chilena. Al igual que Valdivia cruzó el infierno de Atacama, atravesando caminos llenos de fosfóreas osamentas, finalmente, el virrey García Hurtado de Mendoza puso la puntilla a aquel drama que parecía no querer perecer nunca. P.D. Dedicado al pueblo Mapuche cuya huella compone una parte fundamental del actual pueblo chileno. |
HISTORIA Y LITERATURA Ríos de sangre en Chile: el poeta soldado español que conquistó a los mapuches y fue comparado con Homero Por Daniel Arjona 20/12/2021 Octubre de 1555. Un joven paje real de 21 años, bisoño en las artes militares —y tal vez víctima de un desengaño amoroso— emprende viaje a las Indias en compañía de Andrés Hurtado de Mendoza, nuevo virrey del Perú tras la muerte en Chile a manos de los araucanos del gobernador Pedro de Valdivia. ¿Su misión? Sofocar la doble sublevación del intrigante Francisco Hernández de Girón y de los rebeldes mapuches. ¿Su nombre? Alonso de Ercilla y Zúñiga, un poeta madrileño destinado a convertirse a su poema épico 'La Araucana' en uno de los grandes cantores de la conquista por los españoles de la más austral, lejana e ignota provincia del Imperio y a caer, después, injustamente en el olvido. Explica el historiador Luis Íñigo-Madrigal, autor de la nueva y definitiva edición de 'La Araucana' (Biblioteca Castro): "Por las páginas de 'La Araucana' corre un río de sangre. Ese río de sangre ajena y propia, más abundante en sangre bárbara que en la 'baptizada' y 'codiciosa' sangre española, fulgura en un paisaje casi desprovisto de colores y parece teñirlo todo. Pero Ercilla es capaz también de delicadas y certeras descripciones y de emotivos cuadros. Y, por otro lado, no inventa los excesos sanguinarios de lo que narra: las Guerras de Arauco, que se prolongaron durante siglos, provocaron miles de muertos entre los españoles, decenas, quizás centenas, de miles entre los llamados 'indios amigos' y una cantidad enorme entre los araucanos". En 1569, casi 20 años después de su sanguinaria aventura chilena, Alonso de Ercilla publicaba la primera de las tres partes y 27 cantos de un extenso poema épico en octavas realas —la estrofa de moda para estos menesteres en aquellos tiempos— que cifran su llegada a aquellas tierras y las batallas que se sucedieron, en muchas de las cuales participó su autor. Aunque es verdad que trufada de elementos míticos, 'La Araucana' se considera uno de los grandes textos para la historiografía de la conquista de América a la altura de los 'Naufragios' de Álvar Núñez Cabeza de Vaca o la 'Historia verdadera de la conquista de la Nueva España' de Bernal Díaz del Castillo. 'La Araucana' muestra, sin embargo, una ambición literaria muy superior a las mencionadas y, aunque ensalza, por supuesto, el valor de los soldados españoles, otorga un papel no menor al enemigo mapuche, en muchas ocasiones elogiado, hasta el punto de que quizás su más memorable personaje es el gran Caupolicán. A la altura de Homero Recuerda Íñigo-Madrigal que uno de los más antiguos reparos que se le opuso a 'La Araucana' para cuestionar su carácter literario fue el de calificarla como 'crónica rimada'. Pero aunque es cierto que el autor del poema enfatiza la veracidad de lo narrado y que los historiadores así la han valorado, esto es perfectamente compatible con la altura poética que alcanza la obra y que fue señala, entre otros, por Marcelino Menéndez Pelayo, que la puso —quizás en un exceso retórico— a la altura del genio de la 'Ilíada'. "Tres cosas hay, capitales todas", escribe Menéndez Pelayo, "en que Ercilla no cede a ningún narrador poético de los tiempos modernos: la creación de caracteres (entendiendo por tales los de los indios); las descripciones de batallas y encuentros personales, en que probablemente no ha tenido rival después de Homero, las cuales se admiran una tras otra y no son idénticas nunca, a pesar de su extraordinario número; las comparaciones tan felices, tan expresivas, tan varias y ricas, tomadas con predilección del orden zoológico, como en la epopeya primitiva, que tan hondamente tenía sus raíces en la madre naturaleza". "Ercilla no cede a ningún narrador poético de los tiempos modernos" Lautaro, Colocolo, Tucapel o el citado Caupolicán son algunos de los principales caciques indígenas cuya figura y carácter adquiere relieve y evoluciona a medida que se suceden los versos, entre vívidas y atroces descripciones de batallas —que, con razón dieron fama a Chile como "sepoltura de españoles"—, y todo ello con un lenguaje riquísimo y popular que cautivó a los lectores de finales del XVI en numerosas ediciones e imitaciones. Las llamadas Guerras del Arauco se prolongaron nada menos que 236 años —entre 1536 y 1772— y enfrentaron a las tropas españolas y a sus aliados indígenas con las facciones mapuches y sus partidarios de los pueblos cunco, huiliche, picunche y pehuenche. |
Antonio de Sancha (Torija, Guadalajara, 11 de julio de 1720-Cádiz, 30 de noviembre de 1790). Fue un importante editor, encuadernador e impresor español.
Se formó en el taller de Antonio Sanz, quien más tarde sería su cuñado. Su primer oficio fue el de encuadernador, y en 1751 ya era encuadernador de la Real Academia de la Historia. En 1754, lo era de la Real Academia Española y en 1760, se convierte en encuadernador de la Real Biblioteca.1 Entre 1768 y 1778 tenía su taller en la plazuela de la Paz de Madrid. A partir de su temprano éxito se estableció como editor, y encargó a Ibarra imprimir los primeros tomos del Parnaso Español,2 colección de poesía que pretendía reeditar a los clásicos castellanos. A partir del sexto volumen del Parnaso ya lo pudo imprimir en su propia imprenta, que abrió en el edificio de lo que había sido la Aduana Vieja de Madrid (en la actual plaza de Jacinto Benavente), entonces ya trasladada a su actual sede de la calle Alcalá. Mantuvo su librería allí entre 1779-1790. En 1771 editó la Gramática griega filosófica aún impresa por Antonio Pérez de Soto. Siguieron entre otras Las Eróticas, de Esteban Manuel de Villegas, de 1774, en dos tomos, La Araucana de Alonso de Ercilla en 1776, el Quijote de 1777 en cuatro tomos, con láminas de José Camarón grabadas por Manuel Monfort. En 1783, imprimió las Novelas ejemplares de Miguel de Cervantes Saavedra, y en 1789, los Trabajos de Persiles y Sigismunda. Una historia setentrional, del mismo autor. Continuó editando los clásicos del siglo de oro con grandes ediciones de Lope de Vega y Francisco de Quevedo. Además de su trabajo como editor, impresor y encuadernador, Sancha reunió en la trastienda de su negocio una influyente tertulia ilustrada con asistentes como Eugenio Llaguno y Amirola, Juan José López de Sedano, Juan Antonio Pellicer, Vicente García de la Huerta, Francisco Cerdá y Rico, Pedro Rodríguez de Campomanes, el conde de Aranda, Manuel Salvador Carmona, Antonio Carnicero, Vicente de los Ríos o Luis Paret. Tras haber editado el Quijote ya en 1777, una copia de la edición de 1771 de Joaquín Ibarra, decidió encargar una nueva versión a Juan Antonio Pellicer, el bibliotecario del rey. Su obra no sería terminada hasta 1798, ocho años después de la muerte de Sancha. Fue publicado, en ocho tomos, por su hijo Gabriel de Sancha. |
Biblioteca Personal.
Tengo un libro en mi colección privada .-
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