Bibliotecas y mi colección de libros

Lema

Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

lunes, 6 de abril de 2015

248.-Libros a bordo de A. Pérez-Reverse.-a

Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma; Paula Flores Vargas ; Ricardo Matias Heredia Sanchez; Alamiro Fernandez Acevedo;  Soledad García Nannig;Francia Marisol Candia Troncoso; Maria Francisca Palacio Hermosilla; 

Libros a bordo.



Hace exactamente veinte años que navego con una biblioteca a bordo. Porque una biblioteca personal, como saben ustedes, no es un lugar donde se colocan libros, sino un territorio en el que uno vive rodeado de inmediatez y de posibilidades. Hay libros que están ahí, sin leerse todavía, aguardando pacientes su momento, y otros que ya leíste y a cuyas páginas conocidas retornas en busca de memoria, de utilidad, incluso de consuelo. A medida que envejeces, el número de esa segunda clase de libros, los viejos amigos y conocidos, aumenta respecto a los que aguardan turno; aunque siempre existe la melancólica certeza de que, por mucho que vivas, nunca acabarás de leerlos todos; que la vida tiene límites, que siempre habrá libros de los que te acompañan que apenas abrirás nunca, y que un día, tanto ellos como los ya leídos caerán en manos de otros lectores: amueblarán otras vidas. Parece algo triste, pero en realidad no lo es. Porque tales son las reglas. En cierto modo, más que una vida de lecturas, una biblioteca es un proyecto de vida que nunca llegará a culminarse del todo. Eso es lo triste, y lo fascinante. 

Un velero no siempre deja tiempo para la lectura. A menudo estás atento a la maniobra, al estado de la mar, a la recha en el horizonte, al tráfico de los malditos mercantes que te vienen encima. Pero siempre hay ratos de calma: días tranquilos con marejadilla y quince nudos de viento, con todo el trapo arriba, o fondeos apacibles en lugares sin algas, donde cuarenta metros de cadena permiten dormir algo más tranquilo. Ahí es donde los libros se vuelven compañía perfecta, al sol o a la sombra en verano, abajo en la camareta en invierno, a veces de noche, a la luz de una lámpara, mientras arriba, en la bañera, alguien te releva cuatro horas en la guardia y oyes el vago rumor del canal 16 en la radio. 

Durante mucho tiempo, a bordo sólo llevé libros sobre el mar. Es una vieja costumbre. Quizá porque he leído demasiados de ellos, hace un par de años empecé a admitir polizones terrícolas en la biblioteca marinera, donde antes estaban proscritos. Aun así, éstos siguen siendo pocos, y por lo general se relacionan con la novela que estoy escribiendo en cada momento. Lo seguro es que vuelvo una y otra vez a los de siempre, los marinos, releyéndolos a menudo. Hace poco dediqué una temporada a calzarme por enésima vez todas las novelas de Joseph Conrad que tienen el mar y a los marinos por protagonistas, empezando por la Línea de sombra y acabando por el ejemplar de El espejo de mar traducido por Javier Marías que siempre llevo a bordo. En realidad, la biblioteca del barco se reparte en tres zonas. Bajo la mesa de la camareta llevo los derroteros y los libros de señales, faros y mareas, y en las estanterías sobre la entrada al motor van los libros técnicos e históricos, incluidos los dos derroteros de Tofiño -es asombroso cómo aún son útiles para un velero, dos siglos y medio después- y también, lleno de subrayados y notas, el sobado e imprescindible Navegación con mal tiempo, de Adlard Coles. Con ellos, entre otros, el Diccionario marítimo de O'Scanlan, dos obras de Fernández de Navarrete en las que me sumerjo gozoso de vez en cuando (Historia de la Náutica y los cinco magníficos volúmenes de Viajes y descubrimientos de los españoles) y varios clásicos lomos amarillos de Editorial Juventud, entre ellos mis dos favoritos, que también lo fueron de mi padre: Corsarios alemanes en la Primera Guerra Mundial y Corsarios alemanes en la Segunda Guerra Mundial. 

Los libros que más se renuevan a bordo son los de la tercera zona, correspondiente a novelas y otros libros de ficción que ocupan estantes y armarios en la camareta. Por ahí han pasado, y regresan de vez en cuando, los 20 volúmenes de la serie Capitán de mar y guerra, de Patrick O'Brian, así como los de Alexander Kent y C. S. Forester -los de la serie Ramage de Dudley Pope, sólo disfrutables por anglosajones cretinos aficionados al tópico, los arrojé hace años por la borda-. También, por supuesto, con amarre fijo en un estante, Moby Dick, de Melville, y la trilogía de Nordhoff y Hall sobre la Bounty. A eso hay que añadir la soberbia novela El cazador de barcos, de Justin Scott, La Cacería, del gran Alejandro Paternain, El enigma de las arenas, de R. E. Childers -una de las más hermosas novelas sobre mar y espionaje que leí nunca-, y la obra maestra sobre la batalla del Atlántico: Mar Cruel, de Nicholas Monsarrat. Cuya magnífica película, aunque sólo puede encontrarse en inglés, regalo a mis amigos cada vez que me la tropiezo. 

Libros y mar, en resumen. Memoria, aventura, navegación. Y la tierra, bien lejos. Les aseguro que no puedo imaginar combinación más feliz. Situación más perfecta. 


Un problema técnico

Pues aquí estoy como cada día, ganándome el jornal. Dándole a la tecla desde las ocho y media de la mañana, más o menos, tenga o no tenga gana. Al fin y al cabo esto no es un arte sino un oficio: el de contar historias lo mejor que uno puede. Luego, hacia las dos y media, haré una pausa para comer y por la tarde corregiré lo escrito esta mañana, o leeré un rato, seguramente algo relacionado con lo que escribo. Tengo a mi personaje en situación incómoda y rumbo a una cita complicada. Me acosté anoche pensando en la escena a desarrollar hoy, como suelo hacer, y cuando me dormí creía tenerlo claro. Pero ahora compruebo que no, y las quince líneas que llevo escritas me parecen simple relleno. No veo al personaje, ni él a mí. Y además, como a él, me duele la cabeza. 

Tengo una ventaja. Llevo treinta años escribiendo novelas, y me he visto muchas veces en esta situación. Sé que es cuestión de darle oportunidad a mi estúpido cerebro para que encuentre la solución adecuada. Debo sacar al personaje del hotel Madison de París y llevarlo a Les Halles sobre las doce de una noche de mayo de 1937. Era una ciudad diferente, claro. No había tanto coche, ni tanto turista. Hasta la luz era distinta. Todo lo era. Pero hoy no consigo describir lo que quiero sin caer en clichés. Ésta no es una novela que admita descripciones largas, y sin embargo necesito que el lector sienta lo que el personaje, vea la ciudad con sus ojos. Necesito darle información, pero sólo la imprescindible. Los diálogos que vienen después los tengo claros, funcionarán casi con toda seguridad. Pero me falta llegar ahí. No sé cómo diablos resolver la transición en un párrafo breve, creíble, eficaz. Resumiendo, no soy capaz de escribir cinco o diez buenas líneas. 

Me levanto –al lugar donde trabajo lo llamo la bodega– y subo a la cocina, procurando no distraerme con la luz hermosa que ilumina el jardín. Allí me tomo un Actrón y un café descafeinado y regreso a la zona de la biblioteca y la mesa de trabajo. Me siento ante el ordenador y lo intento de nuevo, sin resultado. Lo que me sale lo he escrito ya innumerables veces. Son lugares comunes, recursos fáciles. Si aliquando dormitat Homerus, calculen la de veces que dormito yo. Así que blasfemo en arameo, en voz alta y clara, y vuelvo a levantarme. El analgésico empieza a hacer efecto, y al fin se me ocurre lo que debería habérseme ocurrido hace rato. Preguntar a los maestros. A los que saben. Así que subo a la biblioteca y llamo a su puerta. Toc, toc, toc. Maestro Fulano, maestro Mengano. Soy Arturo y tengo un problema. Échenme una mano, por favor. 

Y ahí están ellos. Serenos y lúcidos como siempre. Ahí está el viejo Conrad, ese maestro leal que envejece conmigo y en el que cada vez que abro uno de sus libros encuentro todavía algo que no había visto antes. También están los compañeros de viaje de esta novela concreta, pues cada una suele tener los suyos. Unos son fijos y otros son ocasionales. Entre los primeros, toqueteo libros de Somerset Maugham, Hemingway, Dos Passos, Ambler. De los segundos, hago incursiones por párrafos subrayados a lápiz en Harold Acton, John Glassco, Maurice Sachs, Julio Camba, Paul Morand. A todos interrogo con la humildad profesional de quien sabe muy bien lo que debe a uno mismo y lo mucho, o casi todo, que debe a otros. Y ellos, siempre generosos, con el afecto de quien se dirige a un alumno que los honra y respeta, sonríen y dicen: ven aquí, chaval. Fíjate en esto. En aquello. Yo tuve ese problema y a mi vez fui a preguntárselo a Dostoievski, y a Galdós, y a Cervantes, y a Virgilio. Prueba a resolverlo de este modo, anda. O de este otro. 

Y al fin lo veo, o creo verlo. Regreso al teclado del ordenador, extiendo el mapa de Les Guides Bleus de París de 1937, y le aplico una lupa de buen aumento. Después miro un libro de fotos de Robert Doisneau para averiguar si el suelo en esa zona era entonces de adoquines o de asfalto. Y así descubro de pronto lo que mis dedos apresurados aciertan a escribir tras eliminar todo lo escrito antes: «La humedad del río, entre cuyos muelles flotaba una ligera bruma, hacía relucir el asfalto y difuminaba la luz amarilla de las farolas cuando cruzaron el Sena por el Pont Neuf». Eso es todo, pero es suficiente. Esas dos sencillas líneas acaban de resolver el problema que me tuvo casi dos horas bloqueado. Y entonces, seguro, feliz, tras dirigir una mirada cómplice a los amigos que me sonríen desde los estantes de la biblioteca, respiro aliviado y sigo adelante con la novela. 

 


Arturo Pérez-Reverte en el mar de Homero.





Por primera vez, el escritor concede una entrevista en el ‘Corso’, el barco en el que desde hace veinte años navega el Mediterráneo, un mar que preside su literatura y sirve de patria común para héroes y lectores

24/09/2021

Al Corso se le reconoce por la bandera de Venecia en la cruceta de babor. El león de San Marcos, el mismo que usa la marina italiana y que identificó a la armada veneciana, distingue al velero de Arturo Pérez-Reverte del resto de los barcos amarrados a la dársena. «Venecia es un puerto al que he ido con mi familia. Nos gusta». Pérez-Reverte menciona a su hija, que navega con él desde pequeña.

¿Os habéis tomado la biodramina con cafeína?- inquiere.

Asentimos.

Bajo el sol aún frío de las nueve de la mañana, vestido con vaqueros y un polo desgastados, Pérez-Reverte se trepa a la proa del velero. Diez minutos y varias instrucciones después, el capitán del Corso parte desde Torrevieja en dirección al Cabo de Palos. El viaje ha comenzado.

Tiene razón Arturo Pérez-Reverte cuando se refiere a los barcos como singulares individuos flotantes, seres vivos a los que Joseph Conrad concedió los capitanes más feroces y que se mueven por el barco como una tripulación invisible: Marlow, Jim, Lingard y Whirr, encuadernados todos en las obras completas del polaco. Conrad es el único escritor del que Arturo Pérez-Reverte tiene una fotografía en su biblioteca de trabajo, también en su barco, donde preside la estantería junto a un reloj de arena.

El autor de ‘La línea de sombra’ no lo abandona, envejece con él, dice. Fueron sus marinos quienes le enseñaron, desde muy pronto, que se vive como se sueña: a solas. Por eso Pérez-Reverte en ocasiones navega sin compañía ni tripulación alguna. Esta vez hay gente a bordo, así que conviene dejar las cosas muy claras: «Un barco no es una democracia. Y en este barco ni se grita, ni se corre». Y sanseacabó. Con razón a esta parte del velero la llaman ‘zona de gobierno’.

«A los 19 años llegué a ‘La línea de sombra’. Fue una novela definitiva para mí y sigue siéndolo. Desde entonces, la he leído varias veces»

«En un momento estoy contigo», Pérez-Reverte acude a la cubierta y da un repaso a los aparejos. Sólo entonces vuelve al timón, examina la bitácora y asegura la botavara. «Ten cuidado con esto -el escotero-. Si te da en la cabeza, caerás directo al agua. Mejor siéntate ahí», señala el otro extremo de la bañera.

El Corso, criatura elegante donde las haya, parte majestuoso del muelle. De pie, en la cubierta de sus embarcaciones, los pescadores de la zona organizan todo tras la faena del día. Hace rato que el pescado se subastó en la lonja. A ellos ya sólo les queda limpiar, mientras las gaviotas, alborotadas por el olor de la pesca, sobrevuelan las redes y cajas. Los marineros miran con recelo a los veleros que salen del puerto, también al Corso.

- No le gustamos a los pescadores -Pérez-Reverte examina el anemómetro-. Seis nudos de viento. Vamos rumbo al sur hasta isla de Hormigas y Cabo de Palos. Luego iremos en dirección norte hacia isla Grosa y el canal de Estacio.

No entiendo

¿Qué? -el capitán desata una coca de un cabo.

¿Por qué no gustáis a los pescadores?

Porque no entienden que salgamos al mar por gusto.

Cuando se tituló como capitán de yate, Arturo Pérez-Reverte ya había publicado ‘El húsar’, ‘El maestro de esgrima’, ‘La tabla de Flandes’, ‘El Club Dumas’, ‘La sombra del águila’ y ‘Territorio comanche’. Después de trabajar durante 21 años como corresponsal de guerra para RTVE , colgó su carta de dimisión en el tablón de anuncios y se marchó. «Que os den morcilla». Pero no fue el fin del reporterismo de guerra lo que lo llevó al mar. Ya lo llevaba dentro.

«El Mediterráneo me viene de pequeño. Nací y crecí en sus orillas. Cuando navego por el Mediterráneo, navego por mi memoria. Veo a Ulises, la ‘Eneida’, la ‘Odisea’, Lepanto… Recorro el mundo que amo, una historia de 4.000 años. Aquí no soy un intruso, me siento parte de esto», dice atento a los crujidos del casco, a la tensión de este o aquel cabo, a la profundidad de la sonda. Aún no sopla viento suficiente, así que habrá que esperar para desplegar las velas . Son casi las once de la mañana y el agua apenas se mueve. Quizá por eso Pérez-Reverte ha decidido salir en estas condiciones. Sin oleaje será más fácil hablar.

Espartano en sus costumbres -nunca toma asiento, ni siquiera para comer-, Arturo Pérez-Reverte se comporta en altamar como en sus novelas: movimientos precisos, medidos hasta la mínima coordenada. A bordo del Corso todo es importante.

-No puede ser de otra forma. Hay barcos y vidas en juego. Vigila a ése -ordena señalando a otro velero- es un dominguero y puede acabar pegándonosla.

Pérez-Reverte sabe de vientos tanto como de cartas de navegación. Es lo que un buen marino debe saber, o al menos así lo explica él. «En el mar el viento lo es todo». Y puede que en las novelas también , pues ha dado a sus personajes el nombre de algún poniente, como hizo con el capitán Xaloc en ‘La piel del tambor’, al que bautizó con la voz catalana del Siroco mediterráneo.

Se educó entre los navegantes de la familia y los amigos de su padre, que amaba el mar con intensidad. De niño, Pérez-Reverte pasaba más tiempo en la orilla que en el colegio de los Maristas. Aún no cumplía los once y ya se movía a sus anchas por el puerto de Cartagena, al que llegaban todos los días marinos curtidos por la sal, también comerciantes, bribones, contrabandistas y mujeres que fumaban y hablaban de tú a los extraños.

Los libros fueron su primera navegación. Entonces, cuando veía un barco a lo lejos, se lo sabía ya de memoria de tanto leer sobre ellos en las novelas de Melville , Stevenson , Jack London , Marryat y Justin Scott . Por eso, si le preguntan a Pérez-Reverte por el Coy de ‘La carta esférica’, él responde lo mismo: no se lo inventó ni se le ocurrió. Aquel marino estaba hecho de todos los que había visto bajar de los cargueros y petroleros que llegaban a Cartagena. El mar acompaña su vida, puede incluso que la edad de Pérez-Reverte se mida en millas o en olas.

-No navego para sentirme libre ni ninguna de esas bobadas.

Presiona un botón para hacer girar el winche. El movimiento mete marcha al velero y tensa la cabuyería. «Se llaman cabos, no cuerdas ni cabuyas; cabos. En un barco todo ha de ser preciso. En el mar no hay sinónimos», remata mientras vigila la bitácora. Parece que ahora el viento sí soplará con algo más de fuerza. «Siete nudos», indica en voz alta.

«Junto con Melville, Jack London, Conrad y Frederick Marryat, Stevenson es uno de los mejores escritores sobre el mar»

Y si no navega para sentirse libre, ¿para qué entonces?

Eso es una cursilada. El mar es un desafío técnico y psicológico…

Pérez-Reverte hace una pausa, con el oído atento al macheteo de la proa cortando el agua. Sólo cuando apague el motor se escuchará con nitidez.

-En el mar me respeto a mí mismo. Hago cosas de las que me enorgullezco, aunque nadie las vea. Me da estima, como cuando cruzaba una calle en Sarajevo.

El capitán del Corso no para de moverse. Avanza con seguridad, pisando fuerte con sus náuticos.

-Aquí estoy a gusto porque tengo el control.

Gira la cabeza y sonríe. Está de buen humor, el barco también.

La primera vez que Arturo Pérez-Reverte fue a Chipre, en 1974, los turcos invadieron la isla y los griegos corrían a alistarse a los regimientos. Esa mañana, Pérez-Reverte vio a Héctor despedirse de Andrómaca por primera vez. Entonces él tenía veintidós y comenzaba su carrera con una de las dieciocho guerras que cubriría a lo largo de las próximas dos décadas. Entonces ya se había embarcado en un carguero y faenado en pesqueros de arrastre, acumulaba kilometraje como periodista en la redacción del diario ‘Pueblo’ y había obtenido la titulación como buzo de combate en el Centro de Buceo de la Armada, en Cartagena.

Tuvieron que transcurrir veinte años para tomar la decisión de subirse a su propio barco. Lo hizo ya como capitán de yate, que le permite navegar sin límite de esloras ni millas. Comenzó a repartir su vida entre sus dos grandes pasiones: la literatura y el mar. Desde entonces no ha parado. Cuando no escribe, navega.

¿El mar ayuda a dejar atrás la guerra?

Lo que me gustaba de ser reportero de guerra es que llevaba el mundo en una mochila; el resto desaparecía. En el barco ocurre lo mismo. Esos amaneceres inciertos, esa incertidumbre que me daba la guerra, me la da el mar -algo en el horizonte lo distrae y señala con el índice -¿Ves el Cabo de Palos?

Subirse al barco a bregar con las mareas es para Arturo Pérez-Reverte la prosecución de la guerra por otros medios. «Si no, envejecería mal. Todavía no me bastan sólo los libros. Por la edad, ya tendría que resignarme a la biblioteca, pero esos 25 o 30 años que han pasado desde que dejé de cubrir guerras, no los habría podido vivir solo con la biblioteca».

Pérez-Reverte se incorpora, ahora sí, para desplegar la vela de foque. Bajo el sol de las doce, la vela gualdrapea. El viento azota la tela y un sonido de vestido largo lo envuelve todo. El capitán inspecciona la maniobra con atención, revisa los valores de la bitácora y entonces, sólo entonces, apaga el motor y retoma la conversación.

-En el mar, como en la guerra y la vida, lo importante es mantenerse a flote -manipula botones que hacen que el timón se mueva solo-. Uno de los libros que más me gustan es ‘El cazador de barcos’, lo leí con veinte años. Justin Scott escribe que en el mar puedes hacerlo todo bien e igual hundirte, pero si eres un buen marino, al menos sabrás dónde te encuentras en el momento de morir.

Baja a los camarotes y reaparece con un sextante en la mano. Le gusta compartir sus conocimientos marítimos, y razones no le faltan. Ha leído más de 500 libros de náutica, cosmología y astronomía.

- Navegando he llegado a entender a los dioses , he podido comprender el rencor de los dioses en los clásicos. En una tormenta de 30, 35 o 40 nudos puedes llegar a conocer su maldad, porque son unos hijos de puta. He blasfemado en este barco, varias veces.

¿Cuántas?

Muchas.

Coge el sextante con ambas manos y lo alza para ver mejor las piezas que lo conforman.

- A las malas, con esto y una vela… -hace una pausa y extiende el artilugio- Sujétalo.

Manipula el aparato y conmina a hacer lo mismo. Toma unos quince minutos traerlo a la tierra firme de las bibliotecas.

¿Qué ha cambiado en sus lecturas, desde Homero a Conrad?

Yo antes era un espectador. Cuando Conrad me contaba cómo naufragaban en ‘El negro del Narciso’, yo era un testigo asombrado y fascinado, pero ahora las leo y sé que soy parte de ese mundo.

El cloqueo del timón es constante y en la grabación ahora transcrita sopla el viento con fuerza.

¿Qué? -Pérez-Reverte pone los brazos en jarra- ¿Vais a hacer un monográfico?

En un albergue de pescadores en Vivero, en pleno mar Menor, un grupo de marinos de piel curtida y cabello blanco hablan del Mediterráneo. Recuerdan, con los ojos iluminados, aquellas aguas en las que aún podían encontrarse ánforas griegas y una orilla que lucía el rostro limpio y no su aspecto actual de hormigón. Quien escucha es capaz de percibir cómo la memoria de ese mar los rejuvenece. El Mediterráneo, dicen, como quien saca brillo a una pepita de oro.

«Un barco no es una democracia», dice el patrón del velero, pendiente de cada detalle de la navegación

Este otoño Arturo Pérez-Reverte publica ‘El italiano’ (Alfaguara), una novela que comenzó a escribirse a la salida de un cine en Murcia hace cincuenta y ocho años . «Mi madre me llevó a ver una película inglesa, ‘Su mejor enemigo’, con Niven y Alberto Sordi. Los italianos quedan como unos cobardes. Al salir del cine mi padre me dijo: “No te creas que esto fue así. Hubo italianos muy valientes”, y me contó la historia de los buzos que atacaban Gibraltar».

Aquellos hombres permanecieron en su memoria y a ellos da voz en ‘El italiano’, que narra la relación entre Elena, una atenta y curtida librera, que reconoce en el buzo Teseo Lombardo al Ulises que llega a la orilla envuelto en un traje de caucho. Se trata de un hombre salido del mar en el que ella descubre al héroe que él mismo ignora ser. Teseo forma parte del grupo Orsa Maggiore, buzos de combate que voluntariamente se han alistado para luchar con la Italia de Mussolini en la Segunda Guerra Mundial y cuya misión es boicotear los barcos ingleses en Gibraltar. Hay nobleza en seres ordinarios enfrentados a circunstancias que los sobrepasan y que Pérez-Reverte describe con precisión y belleza, como si en lugar de imprimirlos en la mente del lector, los repujara.

«Es una novela sobre el Mediterráneo como patria . Los héroes que salen del mar están en el imaginario desde hace tres mil años y quise jugar con esa imagen. El Ulises que sale frente a Nausícaa», dice. En la biografía de Pérez-Reverte, mar y literatura forman una línea continua, la que separa océano del cielo, dos azules que se quitan la palabra.

A diferencia de ayer, esta mañana hay marejada y viento nordeste de 17 nudos. Tras esperar a que el puente de Estacio abriera sus puertas (lo hace cada dos horas), cinco veleros marchan en fila al encuentro con el Mediterráneo, lentos y elegantes como cisnes. El oleaje, ahora sí picado y peleón, golpea la proa y el poniente obliga a Pérez-Reverte a hacer una virada por avante, una maniobra que cambia la orientación de las velas y provoca que el velero se incline y ciña, muy pegado al viento.

El sol arrecia. Pérez-Reverte cubre su cabeza con una manga de algodón y maniobra concentrado, haciendo bordos contra el viento hasta dibujar con su trayectoria una línea quebrada. Transcurre casi una hora de navegación sin decir ni una palabra. El mar se explica a sí mismo y cambia de color según el lugar del barco desde el que se mire: azul desde la popa, y oscuro, casi negro, en la proa. Tenían razón los marinos del albergue: el Mediterráneo es antiguo como una memoria, una manta que se despliega a lo largo de una vida, como una carta de navegación.

Cuando el viento da tregua, Pérez-Reverte recorre el mar con la mirada como quien admira una proeza . Él, que se embarcó por primera vez con la colección Cadete Juvenil, a los quince ya conocía al Ahab de ‘Moby Dick’ y había leído dos veces la serie marinera de Patrick O’Brien y los ‘Capitanes intrépidos’ de Kipling. Tuvo que pasar el tiempo para leer ‘La línea de sombra’, a los 19 años. Desde entonces no ha dejado de navegar los mares de Conrad, tampoco los suyos. «Hemos tenido buena mar» le escucho decir. Al capitán del Corso el agua le enciende los ojos, a esta hora de un verde intenso.

«Cuando hice la primera comunión, mi madre pidió que me regalaran libros. Hice una gran biblioteca. ‘Moby Dick’ la leí con ocho o nueve años»

-Esto es navegar.

El escritor no dirá nada hasta llegar a puerto. Con el sonido del velero arando el mar es más que suficiente.




Itsukushima Shrine.


  Las cinco mejores novelas de Arturo Pérez-Reverte.


El capitán Alatriste (1996)

La obra que lanzó al estrellato y a lo más alto de las listas de ventas al antiguo reportero de guerra. El primero de las 7 entregas de aventuras protagonizadas por Diego Alatriste y Tenorio, soldado retirado que trabaja como espadachín a sueldo en el Madrid del siglo XVII. Fue objeto de una película, estrenada en 2006 y dirigida por Agustín Díaz Yanes, y de una serie que se emitió en 2015.

Un día de cólera (2007)

Basada en hechos reales, narra lo ocurrido en Madrid el 2 de mayo de 1808. A través de archivos y documentos históricos políticos y militares en inglés, español y francés, Pérez-Reverte construye su novela: la obra basada en los relatos de José Matoal Chico, persona que vivió en primera persona los hechos.

El húsar (1986)

La primera novela que escribió Pérez-Reverte narra la historia del joven subteniente del ejército de Napoléon Frederic Glüntz, ansioso por entrar en combate, hasta que descubre que el romanticismo que espera de la guerra es bien diferente a lo imaginado.

Territorio comanche (1994)

Con este libro Pérez-Reverte finalizó su carrera como reportero de guerra, para dedicarse a la escritura. Esta obra podría definirse como una autobiografía, ya que su historia se centra en las experiencias vividas en diferentes conflictos mundiales de dos periodistas, mientras cubren en la guerra de Bosnia. Asimismo, el autor narra con todo detalle la guerra desde dentro, bajo la piel (la del propio autor) de los periodistas que la cubren.

La sombra del águila (1993)

Esta novela corta parte de un hecho real acerca de la campaña de Rusia del año 1812, concretamente un combate complicado para las tropas de Napoleón. Se trata de una gran batalla de prisioneros españoles que se enrolan contra su voluntad en el ejército francés para intentar desertar pasándose al lado de Rusia. Debido a que el Emperador no comprende correctamente lo que sucede realmente, califica el movimiento como heroico y se encarga de mandar una caballería para auxiliarlo

El maestro de esgrima.

 

Novela de aventuras pero también policiaca, de traiciones y maniobras políticas en el Madrid galdosiano de 1868. El maestro de esgrima es la historia de un mundo de tahúres y mercachifles mantenido a distancia por un florete honorable. Pero es, sobre todo, una inquietante parábola sobre el poder del dinero, la ambición política y la extinción de los valores de honradez y fidelidad en este siglo XX que agoniza.



El maestro de esgrima, escrita en 1985 y publicada en 1988, es la segunda novela de Arturo Pérez-Reverte. Junto con La tabla de Flandes y El club Dumas, fue una de las obras que catapultaron a Arturo Pérez-Reverte al reconocimiento literario y artístico. Fue incluida en la lista de las 100 mejores novelas en español del siglo XX del periódico español El Mundo.

Trama

Ambientada en el Madrid galdosiano de 1868, está protagonizada por Jaime Astarloa, un maestro de esgrima que trabaja dando clases de florete a algunos nobles de la ciudad. Todo el escenario cambia cuando entra en juego una dama, que desea tomar clases de esgrima con Jaime Astarloa, y comienzan a suceder hechos que lo involucran y que él jamás iba a pensar que sucediesen.

Breve análisis de la obra

Todas las obras de Reverte están sesgadas por la misma característica, de tratar de rememorar lo antiguo, lo tradicional, lo olvidado, principalmente el honor y la honradez, valores que llevan al protagonista Don Jaime, a caer en las trampas que certeramente le tiende la joven Adela. El protagonista de esta obra es un maestro de esgrima, el cual vive en un mundo donde los duelos ya no se pelean como caballeros, con la espada en mano, sino que se solucionan con las sucias y ruidosas pistolas a pólvora. El protagonista y su arte (él se refiere así a la esgrima) se siente olvidado, ya que los jóvenes del Madrid de mediados del siglo xix lo toman como un deporte, un pasatiempo y no una forma de entender la vida.


El maestro de esgrima.

Sobre un esquema de novela de intriga, Arturo Pérez-Reverte presenta en El maestro de esgrima (1988), con afinadas pinceladas, el ambiente de una época y la psicología de unos personajes. En Madrid, en un tiempo cortesano y provinciano, bajo el reinado de Isabel lI, la política ameniza las tertulias con sus dimes y diretes, y sus avatares son ocasión para el nepotismo, la traición o la venganza.
El maestro de esgrima Jaime de Astarloa se contempla envejecer allí, viviendo más en el interior de sus recuerdos que en el mundo que le rodea. Todas sus vivencias pertenecen ya a una época pasada, y aunque se resigna con serenidad a asumir la realidad del otoño de su vida, conserva aún la ilusión de aportar a su profesión una genialidad perseguida durante años: un tiro certero, imparable y definitivo, su particular Grial, como con suave ironía lo califica don Luis de Ayala, marqués de los Alumbres, uno de sus clientes.
La irrupción en la rutina diaria del maestro de Adela de Otero, una bella y enigmática joven que solicita sus servicios para perfeccionar su técnica, con una estocada que Astarloa reserva sólo para sus discípulos más aventajados, infunde nueva savia a su vida y transforma su apacible calma en amable desasosiego.
Don Jaime de Astarloa es en cierto modo un quijote, no extravertido en el sentido clásico, sino más bien introvertido, teniendo para sí como un tesoro sus profundas convicciones acerca del honor, la honradez y la fidelidad. Estas cualidades pertenecen a un mundo que, si alguna vez existió, está cambiando, algo que Astarola se resiste a aceptar. Ahora priman otros valores, como el poder del dinero, la ambición política y el sentido práctico a cualquier precio.
Adela le utiliza para entrar en contacto con el marqués, con el que le es fácil entablar una relación que el maestro presentía y al mismo tiempo temía. Astarloa no quiere ni puede sentirse decepcionado, y prosigue su rutina de clases de esgrima, a pesar de que sus nuevos discípulos empiezan a tomar como un deporte lo que para él es no ya una técnica, sino todo un arte ligado a los lances de honor.
Pero los acontecimientos se precipitan: el ambiente político amenaza cambios profundos y el marqués de los Alumbres le confía un sobre lacrado con documentos de suma importancia. "¿Por qué yo, Excelencia?", pregunta el maestro. "Por algo elemental, don Jaime. Es usted el único hombre honrado que conozco." Posteriormente, Luis de Ayala aparece asesinado de un certero tiro de florete en el cuello. La estocada precisa (que Astarloa reconoce) y la desaparición de Adela le sumen en un mar de confusiones, y presiente lo peor.
Para tratar de encontrar una explicación, decide abrir el sobre lacrado, que contiene cartas comprometedoras que hablan de traiciones y sobornos, pero cuya relación con lo ocurrido no logra desentrañar. Esto le obliga a ponerse en contacto con un tertuliano asiduo, liberal y revolucionario de salón, con cuya ayuda espera encontrar el sentido de toda aquella correspondencia y, por ende, la pista del asesino. Pero el descubrimiento en el río del cadáver de una mujer desfigurada que, según todos los indicios, puede ser Adela, cambia las cosas. Cárceles, el tertuliano, ha desaparecido y también los papeles. Más tarde encontrarán a Cárceles torturado y a punto de morir, y entonces Astarloa cae en la cuenta de que él mismo, por oscuras razones, es el próximo objetivo.
Se dispone a pasar la noche en vela, armado y a la espera del asesino. Efectivamente, de madrugada entra en la casa un personaje conocido que explica todos los misterios que rodean el caso, porque a fin de cuentas ha ido, a pesar suyo, a matarlo. Desconcertado, el maestro pierde toda la ventaja que había preparado y se ve obligado a batirse en condiciones desfavorables con un florete de salón, con botón en la punta.
A punto de perecer en el lance, su intuición y experiencia le hacen vislumbrar una debilidad del adversario y una posibilidad de dar un tiro mortal, a pesar de todo. Por fin había descubierto su más preciado sueño, la más perfecta estocada surgida de la mente humana. Al alba, mientras un clamor de voces ilusionadas anunciaba la marcha al exilio de la reina y la llegada de nuevos hombres y nuevas esperanzas, en la alfombra de la galería de esgrima yacía tendido un cuerpo hermoso, en un charco de sangre.
RESUMEN DEL LIBRO

El argumento de esta obra de Perez-Reverte “El maestro de esgrima”, nos narra la vida de Don Jaime Astarloa, un eminente maestro de armas
que se ve involucrado sin saberlo en una oscura trama política que pondrá en peligro su vida y en la que están introducidas también las personas en las que este tenía mas confianza.
Todo empieza un día como otro cualquiera en el cual, Don Jaime y el marques de Ayala, un conocido político retirado conocido por todos por sus continuos enamoramientos practicaban la esgrima. Tras terminar la lucha, Jaime Astarloa recibe una carta en la que una tal Adela de Otero, requiere de sus servicios y desea concertar una cita.
Cuando Astarloa aparece en la casa de la mujer, preparado para aceptar a otro alumno más en su escuela privada, se entera, para su sorpresa, de que es la propia señora la que quiere recibir sus clases. Al principio se niega rotundamente, pero los encantos de ella no son pocos y llegan incluso a romper el muro de costumbres que el viejo maestro se había creado, convenciéndolo así para que le impartiera algunas lecciones.
Don Jaime le da clases durante varios días y disfruta mucho al averiguar que Adela de Otero no era ni mucho menos una principiante.

Ella aparte de pedirle que le enseñe el “golpe de los doscientos escudos”, de la creación del propio maestro, le pide también el favor de presentarle al marques de Ayala.

Don Jaime acepta ambas peticiones enseñándole su golpe más famoso y presentándole al marques. A partir de recibir sus honorarios no volvió a saber de ella, y el marques acudía cada vez menos a sus visitas semanales. Don Jaime quedó algo deprimido ya que se había hecho algunas ilusiones acerca de su relación con su alumna, pero estaba preparado para algo como esto así que continuo con su vida normal, solitaria como de costumbre, pero ahora, por alguna razón, a él le parecía más solitaria que nunca.
Un día, sin esperarlo, se presentó en su casa el marques, que le contó una historia acerca de unos papeles, que le entrego, ya que el viejo maestro era la persona en que más confiaba el ex político y el mismo no podía guardarlos. Le pidió que no los abriera bajo ninguna circunstancia, pero sabía de antemano que Don Jaime, siendo un caballero y una persona de honor, preferiría morir antes de abrir esos papeles secretos.
Poco tiempo después el marques apareció muerto. Esto entristeció a nuestro maestro de esgrima. Un inspector de policía apareció de inmediato en su vida haciéndole preguntas y buscando pruebas.

Don Jaime no entrego los papeles a la policía, ni dio información interesante ya que de todas maneras el no tenía ni idea de quien podría haberle querido matar. Con su antiguo compañero muerto ahora , Jaime penso que tal vez esos papeles podían estar relacionados con el asesinato. Tardo un buen rato, ya que le sabia mal hacerlo pero al final abrió el sobre que contenía los papeles y los leyó detenidamente. Allí vio reflejadas noticias y hechos políticos, y nombres de personas de las cuales solamente conocía a unas pocas.
Decidido a averiguar más decidió hacer una visita a un compañero de tertulias en un viejo café. Agapito Cárceles, un periodista que conocía de poco pero que estaba siempre metido en asuntos de política. Lo llevó a su casa y le enseño los documentos. Este pareció sorprenderse y afirmó que en esos papeles estaba la clave de un escandallo sin precedentes. Mientras lo leían la policía llamo a la puerta de Jaime y le pidieron que les acompañara. Dejando a Cárceles el cuidado de los papeles, Don Jaime acompaño al inspector que le había interrogado días antes hasta el deposito de cadáveres con la intención de reconocer un cuerpo. 
El inspector enseñó el cuerpo desnudo y destrozado de una mujer morena que Jaime pensó reconocer como el de la señora que le había contratado. Esto se ponía muy feo. Tras recuperarse del impacto, volvió a su casa sólo para encontrarse que el señor Cárceles había optado por marcharse, olvidando dejar los papeles en su sitio.

En su lugar había una nota en la que animaba a Don Jaime a no preocuparse. Este enfadado de verdad fue por la noche a buscarlo a su casa donde lo encontró, tras forzar una ventana, atado en la cama de pies y manos y sangrando abundantemente por muchas heridas abiertas en su piel. Allí mismo tuvo que luchar contra dos matones armados con pistolas usando su baston-estoque que siempre llevaba con él, haciéndoles poner pies en polvorosa.
 Acto seguido llamó a la policía que tras ver el espectáculo le dieron la enhorabuena a Don Jaime por seguir vivo, ya que según ellos, había sido como ganar la lotería, ya que tenia todas las papeletas para haber resultado herido por los desconocidos sicarios de alguien que deseaba esos papeles y que consiguió lo que buscaba.
La policía insta a Jaime a que se metiera en su casa y vigilara sus espaldas en todo momento y que estaba marcado que él era el siguiente implicado. Pero si alguien venía con malas intenciones, Don Jaime Astarloa estaría preparado para defenderse. Pistola y baston-espada al alcance de la mano, sentó en su escritorio y espero, y espero, acompañado por el único y leve sonido de las patas de un ratoncillo arrastrándose por su complejo de corredores y galerías personales en el techo de la casa. Don Jaime se sintió un poco mejor por no haber conseguido cazarlo días antes, cuando lo descubrió mientras realizaba una incursión a la despensa, lejos de la seguridad de su pequeña fortaleza. Alguien entro en la casa. Jaime se puso tenso. Alguien llego a la puerta del estudio. Jaime se puso más tenso. 
Alguien entro en la habitación y Jaime descubrió que se trataba de la difunta Adela de Otero, y como no era supersticioso ni creía en los fantasmas, pidió a Adela de Otero tan viva como siempre para regocijo de nuestro maestro, que le explicara con detalle que era lo que estaba pasando.
 Esta procedió a contarle toda su vida desde que era pequeña hasta el momento y ha desvelarle todas las claves del misterio y de las muertes quitándose su disfraz de educada alumna de esgrima y dejando ver su personalidad de experimentada asesina implicada en un complot para acabar con la vida del marques de Ayala. También le explico que estaba muy apenada por tener que matarle también a el igual que hizo con el marques y al igual que hizo con su criada (el cuerpo del deposito). Tras esto, tomaron un estoque cada uno y se enzarzaron en una singular lucha a muerte que acabo con la victoria de Don Jaime.
La vida de Jaime siguió de nuevo su cauce natural a partir de entonces dejando atrás las oscuras redes de la políticas y las penurias sentimentales, concentrado en la búsqueda de su único y verdadero sueño, encontrar la estocada perfecta.

LOS PERSONAJES:

Don Jaime Astarloa:

Es el protagonista del libro. Un hombre de delgadez extrema que le da un aspecto de fragilidad, pero que a pesar de su edad, es capaz de moverse como en su juventud largas y nudosas extremidades y una habilidad innata para manejar el estoque. A sus cincuenta y nueve años, era conocido por sus educados modales de renombrado caballero, maestro de armas más importante de Madrid y tranquilo y paciente contertulio en un viejo café llamado “El Progreso” y en el cual oía cada tarde la charla de sus compañeros de tertulia y sus discusiones sobre política.
Su vida ha sido muy monótona desde que se asentó en Madrid como maestro de armas, y su caudal siempre es el justo para llegar a fin de mes, aunque de vez en cuando se permite algún que otro capricho.
De joven su vida estaba inclinada hacia el ejercito, como se explica en la pagina 63. Tenía plaza segura en él, ya que era huérfano de héroe de guerra, pero un amor apasionado le llevó a batirse en duelo contra otro galante rival. Al derrotarlo tuvo que huir de allí y desde entonces su vida cambio para siempre. Su huida le llevó a París, lugar donde conoció al que sería su maestro por medio de un conocido, Lucien de Montespan.
Este, pronto descubrió las ocultas habilidades que Jaime Astarloa poseía para la esgrima. Le enseñó todo lo que podía enseñarle y le permitió acompañarlo por los viajes que hacía frecuentemente por toda Europa. Pero al pasar por Roma, decidieron establecerse allí. Jaime se hizo famoso por su habilidad y por sus clases, ya que su maestro le pasaba los alumnos más novatos para que este les iniciara en las nociones básicas de la esgrima. Volvió a enamorarse apasionadamente en Roma, pero esta vez el amor se marchó de forma natural. Sin embargo también se vio obligado a luchar para defender el nombre de su maestro, obteniendo más victorias y más fama.
Montespan empezó a notar los síntomas de la enfermedad que lo mataría años después y decidió viajar a Madrid. Su fiel discípulo lo acompañó una vez mas y se quedo junto a el hasta el día de su muerte.
Poco antes de morir este , Jaime tuvo que enfrentarse al que sería su contrincante mas temido, un zurdo que impartía clases sin pertenecer a la academia legalmente, al contrario que Jaime que se había hecho socio tiempo atrás y poseía su propio título. La academia le mando a él para arreglar el asunto. Y lo arregló con creces. Desde la muerte días después de Montean su vida se quedó allí en Madrid, buscando un sueño, la estocada imparable, la perfecta, aunque no lo conseguía llegó a crear un golpe muy efectivo al que llamó “el de los doscientos escudos” por el precio que ponía a todo aquel que deseara conocerlo.
Sus nociones sobre política son bastante pobres como se demuestra cuando caen en sus manos unos documentos de alto secreto del estado y no es capaz de reconocer más que unos pocos nombres. Además, según afirma el autor en la página 35 “A Jaime Astarloa le aburrían soberanamente las disputas sobre política que realizaban sus contertulios”

Adela de Otero:

Esta mujer aparece en el libro tras mandar una carta a Jaime de Astarloa citándolo en su casa para charlar sobre las clases de esgrima que ella deseaba recibir alegando que deseaba aprender “el golpe de los doscientos escudos” y el cual, el maestro dejaba bien claro no quería enseñarle, como se ve en la página 48
donde ella intenta convencerle con éxito. “A una mujer nunca...”

Soy demasiado viejo para cambiar los hábitos”. “Los tiempos cambian señor mío” Demasiado rápido para mi gusto”.

A pesar de todo al final Adela de Otero acaba aprendiendo el golpe.

Pero esta misteriosa mujer de esbelta y delgada figura, complexión firme, paso decidido y decididos ojos violeta, no tenía por única intención sacarle el golpe a Don Jaime, también deseaba algo más del buen maestro. 
Según cuenta en la pagina 246, un desengaño amoroso le hizo desear el suicidio siendo todavía muy joven, pero otro hombre entro en su vida, un hombre que impulsado sólo por un sentimiento de piedad y sin pedir nada a cambio, cuidó a la niña, cerro sus heridas y se convirtió en el padre que nunca había conocido, en el hermano que jamas tuvo, en el esposo que ya nunca tendría. 
Durante dos años el hombre se encargo de educar a esta niña para convertirla en una verdadera mujer El hombre no reparo en gastos para educarla. Maestros de baile, esgrima, equitación. Un día, él se vio obligado a volver a su país, con su mujer y sus hijos, pero la dejo a ella en una casa preciosa donde podría vivir una vida libre y tranquila. 
Durante siete años y a distancia, este hombre se encargo de que nada le faltase. Ella, que se sentía atada por una enorme deuda que había contraído a costa del favor le dijo según la pagina 247: ”Si alguna vez me necesitas, llámame, aunque sea para bajar a los infiernos”. Un día, ese hombre se metió en un problema relacionado con política y cometió un terrible error, el de financiar uno de los intentos revolucionarios de Prim. 
Pero al fracasar este movimiento y ser descubierto él como financiador del mismo, tuvo que traicionar a sus aliados para salvarse. De esto tenían noticia tres personas, dos de ellas murieron de muerte natural, pero la tercera seguía con vida. El marques de los Alumbres, que decidió aprovecharse de la situación para sacar dinero. Para ello se apoderó de unos documentos que explicaban la situación y extorsionó al hombre que había cuidado de Adela durante la mayor parte de su vida. Esta recibió el encargo de acabar con la vida del marques.
Y usaron a Jaime Astarloa como medio para lograrlo. Al final del libro Adela le ofrece a Jaime un pacto por el cual el no hablaría sobre lo que había averiguado tras tan larga serie de acontecimientos y ella no solamente lo dejaría con vida sino que también se ofrecería ella misma como parte del trato. Pero Jaime aleja su deseo más inmediato y se niega a ocultar el nombre de un asesino. 
Adela comprende que no conseguirá convencerlo y triste por ello intenta matarlo. Pero es ella la que es derrotada por Don Jaime de Astarloa.

LUIS DE AYALA  MARQUES DE LOS  ALUMBRES:

Este hombre de fuerte complexión, risa poderosa y simpática locura, es uno de los pocos que mantienen una relación más o menos estrecha con Jaime Astarloa. Tenía el cabello abundante y crespo, y rebosaba vitalidad, propenso al gesto ampuloso y a los arrebatos de pasión y de alegre camaradería. 
A sus cuarenta años, poseía una notable fortuna según afirmaban. Soltero y apuesto era un jugador arriesgado e impenitente mujeriego, el marques era el prototipo de aristócrata calavera que no había leído un libro en su vida pero que podía recitar de memoria la genealogía de cualquier caballo del los hipódromos de Londres, París, o Viena. Así lo describe Perez-Reverte en la página 18. 
Era el objeto de las murmuraciones de medio Madrid, y se contaban de él todo tipo de historias, aunque no todas ciertas. De su vida política se murmuraba poco ya que había sido fugaz, pero sus historias de faldas corrían en leguas por la ciudad, rumoreándose que algunos encumbrados esposos tenían sobrados motivos para pedirle satisfacción, pero que lo hicieran, eso era ya otra cosa. Cuatro o cinco le habían mandado sus padrinos, más por el que dirán que por otra cosa, y eso, aparte del madrugón, les había costado invariablemente apamanecer desangrándose sobre la hierba. Incluso afirmaban las lenguas de doble filo que en la lista de esos esposos se encontraba el mismísimo rey consorte. Tenía por costumbre enamorarse varias veces al mes y era un gran conocedor de los placeres de la vida.
Ocupó durante una corta época el puesto de ministro junto a su tío Vallespin. Fue ahí donde tuvo contacto con los oscuros asuntos que rodean a la política y ganó el acceso a los archivos del ministerio, de donde sacó cierta información que perjudicaba a cierto hombre. Él marques uso estos documentos para extorsionarle y sacar una buena tajada.
Varios años después, su acción sumada a la facilidad con que se entregaba a las mujeres le hicieron caer en manos de Adela de Otero, la cual durante una cena en su apartamento, intento sustraerle una especie de confesión y al no conseguirla lo mató con un estoque en su propia casa, en su propio salón, sin que el enorme corpachón de Luis de Ayala pudiese reaccionar de forma defensiva ya que estaba algo embriagado por el buen sabor del vino y los extraños juegos de su estupenda acompañante, que sería la última que conocería.

EN EL CAFÉ “EL PROGRESO”

Era un oasis de frescor en medio de la canícula madrileña en verano, dice el autor en la pagina 30, en invierno, olía constantemente a humedad y grandes manchas amarilleaban las paredes y techos.
Allí se reunía asiduamente un grupo singular para tratar diversos temas que acababan siempre en disputas entre ellos por razones de política
Agapito Cárceles tiene pinta de cura exclaustrado, y es uno de los primeros miembros del grupo y el que participa mas activamente en la obra. Este hombre malvivía dando sablazos a los conocidos y escribiendo artículos a periódicos casi desconocidos con el seudónimo, “El patriota embozado” nombre que hacia reír al grupo.
Se autoproclamaba republicano y antifederalista relatando sonetos antimonárquicos compuestos por el mismo por medio de varios ripios.
Don Lucas Rioseco es un hombre tranquilo, un caballero de buena familia venido a menos, misántropo, frisando los sesenta y cuya mayor afición era la de sacar de quicio al señor Cárceles, pues eran de diferentes ideologías políticas. Era viudo, sin hijos ni fortuna y era sabido por todos el que vivía por la caridad de sus buenas vecinas.
También estaba Marcelino Romero, que era profesor de piano en una escuela de señoritas, tísico, sensible y melancólico. Su mayor deseo era granjearse un nombre en el campo de la música profesional. También Antonio Carreño, que era funcionario de abastos. Pelirrojo y flaco, con barba cobriza muy curtida, semblante adusto y amigo de pocas palabras
Todos ellos son descritos de esta forma en las paginas 32 y 33.El más importante de todos ellos en la novela re Perez-Reverte es sin duda Agapito Cárceles ya que es el elegido por Jaime Astarloa durante la obra para descifrar el verdadero contenido de los documentos que se le entregaron. Al descubrir los secretos de estos papeles y viendo marcharse a Don Jaime, cogió los papeles para sí. 
Pero al igual que al maques de los alumbres, la avaricia rompió su saco, y fue asesinado en su propia casa por dos maleantes contratados para encontrar uno de los papeles, uno que Agapito Cárceles no tenía consigo.

UN POCO DE HISTORIA

El argumento del libro se desarrolla en el año 1868.  En la última etapa del reinado de Isabel II (1864-1868) fue de clara descomposición política. Junto a la crisis económica, aparecieron reiteradas sequías y problemas de adaptación de una economía que no había comenzado su desarrollo verdadero. Los nuevos grupos sociales en ascenso (clases medias y obrerismo) exigían un cambio en profundidad. La respuesta del régimen no fue otra que resistir mediante la fuerza. En el último momento, con Luis González Bravo, el régimen rozó el sistema dictatorial. 
El final llegó con la incruenta batalla de Alcolea (1868), que abrió las puertas de la Revolución de 1868, la cual supuso el destronamiento definitivo de Isabel II, quien en 1870 abdicó en su hijo Alfonso XII para favorecer la vuelta de la monarquía Borbónica a España.

Primer intento de acceder a un Estado democrático (1868-1874)

El pronunciamiento encabezado por el almirante Juan Bautista Topete en Cádiz a mediados de septiembre de 1868 consiguió, en pocos días y con el inestimable apoyo de Juan Prim, enviar al exilio a la reina Isabel II e introducir al país por una sinuosa senda regeneracionista. Durante el Sexenio Democrático comprendido entre 1868 y 1874, se vivió una intensa etapa de cambios políticos donde tuvieron cabida nuevas fórmulas democráticas de índole monárquica (Amadeo de Saboya) y republicana (I República), junto a ópticas territoriales del Estado de cuño descentralizador, federal, cantonal y, una vez más, fuertemente unitario.
Militares como Manuel Pavía y Martínez Campos, autores materiales de los levantamientos consumados en enero y diciembre de 1874, junto al político conservador Antonio Cánovas del Castillo, serán los responsables del doble retorno en 1875 a la forma de gobierno monárquica y a la dinastía borbónica de la mano de Alfonso XII, hijo de la destronada Isabel II.

Todas estas instituciones políticas del siglo XIX, son nombradas varias veces durante las charlas que mantenia Don Jaime de Astarloa con sus contertulios en ”el progreso”. Allí, se contaban las últimas noticias acerca de la guerra que se veia venir por motivo de la subida al trono. España estaba dividida y eso traería consecuencias que definirían el camino que iba a tomar la historia. Los avances de Prim, la preocupación de Narváez por los avances de Prim, las noticias de un inminente ataque por parte de este que estaba tomando posiciones para entrar en el país. Todo ello tiene su referencia en el libro en los capítulos en que aparece Jaime y sus compañeros en su café preferido. 
Por ejemplo: 25,26,27, donde se menciona que Prim y sus compañeros están en el destierro, lo que preocupa a muchos, ya que también se dice que prepara un movimiento llamado “la España con honra” y las dos partes especulaban decantándose una por la inminente abdicación de Isabel II y la otra parte formada por los liberales que se inclinaban mas hacia la llegada del sueño republicano. Luego se menciona algo en las páginas 100,101 y 102 donde los conversantes caballeros siguen especulando sobre la persona que reinara España cuando ya no lo haga Isabel II. 
En la 104 siguen opinando que Isabel dejara pronto su puesto actual, ya que sólo posee el apoyo de los moderados ahora y que Prim esta a punto de llegar al país. En estos textos y en muchos otros fragmentos que les siguen se habla del cambio que se esta efectuando en las opiniones de todos. En las páginas 151 y 152, triunfalmente Carreño anuncia la llegada de los lideres que tomaran partido en la guerra al país, afirmando “Es hora de elegir sitio en las barricadas”
Luego, la trama del libro descubre los documentos que Luis de Ayala dejó a su amigo Jaime de Astarloa. En ellos salen a relucir las intrigas políticas de Vallespín Andréu y Narváez, implicados en un asunto referente a las minas de plata de Cartagena. Por último, esta la carta que encuentra Jaime en su casa y que era el objetivo de Adela de Otero y de quien la mando. En ella se descubre el nombre de Cazorla Longo implicado en el asunto de las minas y agente infiltrado en las filas liberales a favor de Narváez y Vallespín. Toda esta historia terminara pronto, pues la revolución esta a la vista, como diría nuestro amigo Cárceles cuando aún podía.

PERSONAJES HISTORICOS QUE APARECEN EN “EL MAESTRO DE ESGRIMA”.

Narváez, Ramón María (1800-1868), político y militar español, presidente de gobierno en repetidas ocasiones desde 1844 hasta 1866, representante del Partido Moderado y una de las figuras claves durante el reinado de Isabel II.
Nació en 1800 en Loja (Granada). Durante el Trienio Liberal (1820-1823), participó en la neutralización de la sublevación absolutista de la Guardia Real, en 1822. Muerto el rey Fernando VII, participó en la primera Guerra Carlista, durante la cual se enemistó con el progresista Baldomero Espartero. Vivió exiliado en París durante la regencia de éste (1840-1843) y contribuyó a formar la Orden Militar Española, que promovía la sublevación contra el regente.
En mayo de 1844, declarada mayor de edad la reina Isabel II, fue nombrado presidente del Consejo de Ministros. Promovió la elaboración de una nueva Constitución, la moderada de 1845. Narváez fue siempre fiel a la reina y al sistema moderado. En su primer gobierno figuraron hombres como Alejandro Mon, ministro de Hacienda y promotor de una reforma fiscal que suprimió algunos tributos de carácter local; o Luis Mayans, que preparó el Concordato con la Santa Sede de 1851, en el que se llegó a un acuerdo respecto a la desamortización.
La obra del gobierno moderado de Narváez se aprecia en la racionalización administrativa, basada sobre todo en la centralización. En este sentido, es fundamental la ley de 8 de enero de 1845, relativa a la administración provincial y local. Para mantener el orden público, fue creada la Guardia Civil en 1844.
En 1851, después de su cuarto gobierno (1849-1851), Narváez fue sustituido por Juan Bravo Murillo. No participó en la revolución de 1854 ni en el gobierno del Bienio Progresista. Con el regreso de los moderados al poder presidió otros tres gabinetes (1856-1857;1864-1865 y 1866-1868), caracterizados por llevar a cabo una política represiva de cualquier movimiento revolucionario.
Murió en mayo de 1868 en Madrid, dejando al Partido Moderado sin su hombre fuerte y a la reina sin su principal valedor. Unos meses después, la denominada Revolución de 1868, articulada por progresistas y demócratas, provocaría la caída de Isabel II.

Prim y Prats, Juan (1814-1870), militar y político español, presidente del gobierno (1869-1870). Participó en varios pronunciamientos y encarnó la figura del militar liberal conspirador. Nacido en Reus (Tarragona) en una familia liberal, su fama de hábil militar se fraguó en la primera Guerra Carlista. Después de esta, fue elegido diputado progresista por Tarragona (1841), identificándose con Baldomero Espartero, contra quien se levantó en armas en 1843. La caída de éste propició su nombramiento como gobernador militar de Barcelona y la represión contra los radicales le otorgó fama de moderado.
 Después de ejercer de capitán general de Puerto Rico (1847-1848), se reincorporó a la vida parlamentaria y defendió el proteccionismo de la industria catalana. Fue nombrado capitán general de Granada durante el Bienio Progresista (1855-1856). Próximo a la Unión Liberal, en 1856 ascendió a teniente general y fue nombrado senador. Durante la guerra de Marruecos (1859-1860) intervino en las batallas de Castillejos y Tetuán, que le valieron el título de grande de España y el marquesado de Castillejos. En 1861 dirigió la participación española de la expedición europea a México. En 1862 abandonó la Unión Liberal e ingresó en el Partido Progresista.
 A partir de su destierro a Oviedo (1864) rompió con Ramón María Narváez y con Leopoldo O'Donnell y se dedicó a conspirar. Propugnó el Pacto de Ostende (1866) con los demócratas para derribar a la reina Isabel II. El 19 de septiembre de 1868, después de proclamar el manifiesto España con honra apoyado por Práxedes Mateo Sagasta y Manuel Ruiz Zorrilla, con la ayuda de Francisco Serrano Bedoya y Juan BautistaTopete, desembarcó en Cádiz. Mientras una parte del Ejército se dirigía a Madrid Prim conseguía las adhesiones de las ciudades de Andalucía, Cataluña y Levante. El gobierno provisional, presidido por Francisco Serrano, duque de la Torre, le encargó el Ministerio de Guerra. 
En junio de 1869 Prim asumió la presidencia del gobierno, sin abandonar el Ministerio. Defendió la monarquía constitucional e hizo gestiones para encontrar un rey. Presentó la candidatura de Amadeo de Saboya, que las Cortes aceptaron (noviembre de 1870). No pudo asistir a su llegada, ya que el 27 de diciembre de 1870 sufrió un atentado del que moriría.

González Bravo, Luis (1811-1871), político español, presidente del gobierno (1843-1844; 1868). Nació en Cádiz, progresista en su juventud, escribió en El Guirigay (1837-1838), desde el que atacó con saña al Partido Moderado y a la regente María Cristina de Borbón. Participó en la Revolución de 1840 pero se distanció de Baldomero Espartero, contribuyendo al movimiento que provocó su caída en 1843. Ya entonces había virado hacia el moderantismo y, con el apoyo de Ramón María Narváez, presidió el gobierno español entre diciembre de 1843 y mayo de 1844. Ejerció el poder de forma autoritaria, encarcelando a las oposiciones y desarmando a la Milicia Nacional. Creó también la Guardia Civil. 
En la última etapa de Isabel II dirigió el ministerio de Gobernación con métodos expeditivos (Noche de San Daniel, 1865) y, fallecido Narváez, asumió la presidencia del gobierno en abril de 1868 impulsando una política de ciega represión que no logró sino unir toda la oposición al régimen.

Serrano Bedoya, Francisco (1813-1882), militar y político español. Nacido en Quesada (Jaén), combatió en la I Guerra Carlista junto a Baldomero Espartero, de quien fue estrecho colaborador durante su regencia (1841-1843). Al caer Espartero, se exilió y conspiró contra los gobiernos moderados. Regresó a España en 1849 y, después de la revolución de 1854, fue diputado y ascendió a mariscal de campo. En 1855 fue nombrado gobernador militar de Madrid. Con los gobiernos de la Unión Liberal ocupó distintas capitanías generales. 
El gobierno conservador de Luis González Bravo lo confinó a Canarias en julio de 1868, pero escapó y se trasladó a Cádiz para participar en la Revolución de 1868. Durante el Sexenio Democrático (1868-1874) fue primero, nuevamente, director general de la Guardia Civil (cargo que ya había ocupado desde finales de 1865 hasta junio de 1866) y, más adelante, ministro de Guerra. Acabó aceptando la monarquía de Alfonso XII, quien lo nombró senador vitalicio. Falleció en 1882 en Madrid.

Espartero, Baldomero Fernández (1793-1879), militar y político español, regente del reino (1840-1843) y presidente de gobierno (1837; 1840-1841; 1854-1856). Hijo de un carretero de La Mancha, nació en Granátula (Ciudad Real) y estudió en el Seminario de Almagro. Militar con la guerra de la Independencia (1808), se hizo ingeniero en Cádiz (1810). Marchó posteriormente a luchar contra la independencia colonial americana (1815-1824). De regreso a España, se casó con una rica heredera de Logroño, María Jacinta Martínez, y ocupó varios destinos militares.
De ideas liberales, luchó contra los carlistas en la primera Guerra Carlista. Nombrado general en jefe del Ejército del Norte, dirigió el levantamiento del sitio de Bilbao (victoria de Luchana), por lo que la reina le recompensó con el título de conde de Luchana. 
Desde agosto a octubre de 1837 presidió un fugaz gabinete gubernamental. Fomentó hábilmente las divisiones entre los mandos carlistas, atrajo a Rafael Maroto hacia conversaciones de paz que terminaron en el Convenio de Vergara (31 de julio de 1839), que puso fin a la primera Guerra Carlista. Por este triunfo recibió el título de duque de la Victoria. Pacificó después el Maestrazgo, derrotando a Ramón Cabrera (1840).
Desde ese momento utilizó su prestigio y popularidad al servicio del progresismo. Nombrado presidente de gobierno en septiembre de 1840 (Ministerio-Regencia), con lo que sustituía a María Cristina de Borbón como regente; desde mayo del año siguiente, tras ser elegido por las Cortes, pasó a desempeñar la regencia hasta la segunda mitad de 1843. Buen militar, pero carente de talento político, reprimió duramente conspiraciones moderadas y republicanas. Expulsado del poder, vivió en Londres y en Logroño. Reapareció en la vida política junto a Leopoldo O'Donnell, con quien compartió el liderazgo político durante el Bienio Progresista (1854-1856), años en los cuales no en vano fue presidente del gobierno (desde julio de 1854 hasta julio de 1856).
Desde su retiro en Logroño fue un espectador pasivo de los acontecimientos, respetado por todos. Contempló el destronamiento de Isabel II (1868) y rechazó ocupar el trono de España ante el ofrecimiento de Juan Prim. El rey Amadeo I le concedió el título de príncipe de Vergara. La I República le respetó sus títulos. Restaurada la monarquía Borbónica, Alfonso XII le visitó en Logroño a su vuelta de las campañas victoriosas contra los carlistas del norte durante la tercera Guerra Carlista.

Isabel II (1830-1904), reina de España (1833-1868). Hija de Fernando VII y de su cuarta esposa, María Cristina de Borbón. Su nacimiento provocó problemas dinásticos, ya que hasta entonces el heredero era el hermano de Fernando VII, Carlos María Isidro, que no aceptó el nombramiento de Isabel como princesa de Asturias y heredera del trono, pese a que el rey hubiera derogado la prohibición de reinar a las mujeres (Ley Sálica).

Durante su minoría de edad fueron regentes su madre María Cristina, reina gobernadora hasta 1840, que se apoyó en los liberales para hacer frente al carlismo (primera Guerra Carlista, 1833-1839, provocada por el mencionado conflicto sucesorio), y el general Baldomero Espartero hasta 1843. A los trece años fue declarada mayor de edad. A los 16, después de numerosas conversaciones con potencias extranjeras, se la casó, contra su deseo, con su primo Francisco de Asís. Tuvo nueve hijos, algunos de los cuales murieron al nacer.

Olózaga, Salustiano de (1805-1873), político y abogado español, presidente de gobierno (1843). Nació en Oyón (Logroño). Perteneció a la Milicia Nacional de Madrid durante el Trienio Liberal (1820-1823). En 1834 fue nombrado jefe político (gobernador civil) de Madrid. Militó dentro del Partido Progresista. Diputado en varias ocasiones, participó en la elaboración de la Constitución de 1837. Embajador en París en 1840 y 1854. En 1843 fue presidente de Congreso y luego presidente de gobierno, cargo en el que duró unos días (desde el 20 de noviembre hasta el 5 de diciembre de 1843), acusado de coaccionar a la reina niña, Isabel II, para disolver las Cortes (Parlamento). 
Conspirador nato, estuvo detenido y desterrado en varias ocasiones. Su radicalismo democrático se acentuó a partir de 1855. Tras la Revolución de 1868, elegido diputado, presidió la comisión encargada de redactar la Constitución de 1869. De nuevo embajador en París, lugar donde murió.

Napoleón III (1808-1873), emperador de los franceses (1852-1870), creador del II Imperio Francés a mediados del siglo XIX, que gobernó hasta su derrota en la Guerra Franco-prusiana.

Carlos Luis Napoleón Bonaparte nació en París el 20 de abril de 1808. Era el menor de los tres hijos de Luis Bonaparte (rey de Holanda) y Hortensia Beauharnais, y sobrino de Napoleón I Bonaparte. Su familia había sido desterrada de Francia después de la caída de su tío, por lo que el joven se educó en Suiza y Baviera. Su madre le instruyó en la gloria de la leyenda napoleónica y orientó su camino para que restableciera el poder de los Bonaparte. El joven Luis escribió ensayos y tratados con el propósito de adquirir popularidad y exponer su programa político, en el que se presentaba como un reformador social de talante liberal, un militar con experiencia y un firme promotor del desarrollo agrícola e industrial. 
Encabezó entonces dos rebeliones destinadas a derrocar el régimen del rey Luis Felipe I de Orleans en 1836 y 1840. Fue condenado a cadena perpetua tras ser capturado en la última revuelta, pero consiguió escapar de prisión en 1846, atrayendo nuevamente la atención del pueblo sobre su persona.

Estos personajes participaron activamente en la historia de España configurándola de la forma que ya conocemos. Sus nombres aparecen en “El maestro de esgrima” en distintas ocasiones ya que conforman el trasfondo histórico de una novela con un argumento de misterio y asesinatos relacionado estrechamente con dicho trasfondo, que va absorbiendo a los personajes inventados por Arturo Perez-Reverte 


Madrid galdosiano.

Madrid galdosiano o Madrid de Galdós es el conjunto de escenarios geográficos, históricos y sociológicos que en la obra de Benito Pérez Galdós representan la ciudad y los habitantes del pueblo de Madrid. Una suma de grupos humanos tan diversos como las casas y calles que habitaron o los círculos y ocupaciones que compusieron su existencia literaria.​ El Madrid de Galdós, como el Londres de Dickens o el París de Balzac, conforma un entramado con una identidad propia en el contexto de la narrativa española del Realismo en la Literatura Universal.
​ Un mérito que, si ha de considerarse como tal, Galdós, sin duda, jamás pretendió; pues antes que literarias sus preocupaciones siempre tuvieron como objetivo «adentrarse en el alma española... descubrir el ser español, saber ¿qué es España?».​ Y su laboratorio singular fue la ciudad y el pueblo de Madrid.​

Quizá nadie mejor que María Zambrano, una de las más profundas analistas de la obra y persona de Galdós, para definir la importancia del concepto que encierran esas dos palabras, Madrid galdosiano, con estas otras, escritas pocos años antes de su muerte:
¿Será acaso Galdós el poeta de Madrid? Ese poeta que toda ciudad necesita para existir, para vivir, para verse también.
María Zambrano (en 1988)

 Galdós, vecino madrileño

Benito Pérez Galdós llegó a Madrid en el tren que le traía desde Alcázar de San Juan, después de un largo viaje desde su Canarias natal. Ocurrió a finales de septiembre de 1862 y el joven aspirante universitario tenía 19 años. Lo recibió «el Madrid isabelino, agradable, atractivo, simpático, de vida fácil, donde, aunque sea inexplicable, se podía vivir sin trabajar».

Recién llegado recaló por poco tiempo en el barrio de Lavapiés, en una pensión de la calle del Olivar; de allí se mudó a un segundo piso del número 3 de la calle de las Fuentes, a otra pensión más céntrica, cercana al Teatro de la Ópera de Madrid, donde se hospedaban sus paisanos Miguel Massieu y Fernando León y Castillo, compañero de colegio en Las Palmas de Gran Canaria, y que ya llevaba en la capital española dos años como estudiante de Derecho. Con el mayor de los León y Castillo acude el recién llegado a la capital española, a la tertulia de canarios que se reunía en el Café Universal de la Puerta del Sol, círculo en el que conoció a Luis Francisco Benítez de Lugo, atractivo personaje tinerfeño, octavo marqués de la Florida y seis años mayor que Galdós.​ 

Otro "domicilio alternativo o lugar de peregrinación" del joven Galdós fue el paraíso del Teatro Real, a cinco minutos de la pensión, una novedad apasionante para el melómano provinciano.

Tras pasar el verano de 1863 visitando a su familia en Las Palmas de Gran Canaria, a su regreso a Madrid para matricularse —con retraso de un mes— en las asignaturas del primer curso de Derecho, Galdós cambió de hospedaje, mudándose a una pensión en la calle del Olivo, entre la Gran Vía y Arenal. El establecimiento, propiedad de Jerónimo Ibarburu y su esposa Melitona Muela, aparecerá más adelante en su novela El doctor Centeno (1883) presentado como "pensión de doña Virginia", donde a lo largo de su obra entrarán y saldrán personajes (como Alejandro Miquis, que morirá en ella).

Sin vocación por sus estudios de Derecho, el joven curioso callejeaba «día y noche los barrios de Madrid, principalmente los populares e históricos, con un deseo casi físico de adueñarse de ellos...»

​ En ellos se convirtió Galdós en cirujano de barrios, gentes, edificios de la historia cotidiana madrileña de la segunda mitad del siglo xix. Como un personaje apenas entrevisto se lo veía en el Café de Naranjeros, en la plaza de la Cebada, el Café de las columnas (en Sol esquina a Espoz y Mina), el café Imperial (luego Café de Montaña) y el gran hogar que fue para Galdós el viejo Ateneo madrileño, cuando se encontraba en la calle de la Montera núm. 22, como aquel que dice, «a dos minutos» de su nueva casa de huéspedes.

Refugiado con sus compañeros de pensión en la calle del Olivo, vivió Galdós, aún mozo y por tanto impresionable, la sublevación del Cuartel de San Gil la tarde del 16 de junio de 1866, que tras el efímero «gemido de la conciencia nacional, abrumada», dejó sobre las calles del centro de Madrid «los despojos de la hecatombe y el rastro sangriento de la revolución vencida»

El joven idealista de 23 años ("con impulso maquinal que brotaba de lo más hondo de mi ser") dejó a un lado sus veleidades de dramaturgo incipiente y tomando unas cuartillas se lanzó por el largo y estrecho callejón que, sin él saberlo, lo llevaría a la gloria universal; en el encabezado podía leerse: "La Fontana de Oro, novela histórica".

Dos años después de aquella tarde aciaga pero reveladora, se iba a producir otro gran cambio en la vida madrileña de Galdós.​ Junto con una variopinta representación de familiares más o menos allegados,​ se instalan todos —los ocho— en el, entonces, número 8 de la calle Serrano, en un amplio y luminoso piso tercero de una de las primeras casas construidas en el barrio de Salamanca, justo frente al solar donde se estaba construyendo la Biblioteca Nacional.17​ Allí vivió el colectivo familiar durante seis años, hasta que en octubre de 1876 se trasladó a otro lujoso piso en el número 2 de la plaza de Colón, esquina a la ronda de Santa Bárbara (obra del arquitecto Lorenzo Álvarez Capra), compartido con sus dos hermanas.

Gracias a una colección de letras mercantiles firmadas por Galdós y conservadas por su nieto, Benito Verde Pérez-Galdós,19​ se enumeran una serie de domicilios relacionados con Galdós, que no fueron su vivienda habitual familiar, pero en los que de algún modo vivió, trabajó o pasó parte de su tiempo, por motivos comerciales u otros desconocidos aún para los biógrafos —al inicio del siglo xxi—; esas direcciones son: Hortaleza 29 (1881), Fuencarral 53 (1893), Santa Engracia 46 (1894) y San Mateo (1885). También aparece la calle de Hortaleza, como domicilio editorial, en el piso bajo del número 132, oficina conocida como la canariera y considerada el «consulado cultural canario en Madrid».

Desde ella movió sus peones en la gran partida del ajedrez editorial, que Galdós, tan buen escritor como mal empresario, perdió en un jaque final frustrado y litigante, que a punto estuvo de llevarlo a la ruina.

El penúltimo domicilio familiar de Galdós, en un barrio más modesto como era el de Gaztambide, fue una casa en el número 46 de la que fuera paseo de Areneros y a partir de 1903 calle de Alberto Aguilera,​ casi haciendo esquina con la que luego sería trazada como calle Gaztambide. En el piso principal de esa casa con jardincito, en un barrio entonces apacible, vivió Galdós hasta 1914. 

Desde ella se desplazó hasta el Congreso como diputado republicano por Madrid (1906-1914), y en ella fue operado de cataratas en mayo de 1911. Sin salir del barrio, sus años seniles, sin embargo, los pasó en un hotelito de ladrillo rojo del número 7 de la calle Hilarión Eslava, en compañía siempre vigilante de su sobrino o de Pepe, su criado. Queda noticia de que el incansable vecino de Madrid, ya ciego, dio su último paseo en coche por esta ciudad el 22 de agosto de 1919. No volvería a salir de casa. La uremia lo retuvo en cama a partir del 13 de octubre.

Los cafés madrileños, escenarios de sus tertulias.

Cafe Comercial, Glorieta de Bilbao, Madrid, Spain

De los más de 60 cafés que había en Madrid en su época, Benito Pérez Galdós frecuentó tres: el café Universal, que se encontraba en el actual número 14 de la Puerta del Sol; el café de Fornos -en la esquina de la calle de Alcalá con Virgen de los Peligros; y el café de la Iberia, en la Carrera de San Jerónimo, frente al teatro Reina Victoria. Ya no existe ninguno de ellos, ni quedan trazas que dejen constancia de su existencia en sus respectivas ubicaciones.

Originalmente una fonda para viajeros, el café La Fontana
de Oro inspiró la primera novela de Galdós en 1870.

Los personajes galdosianos también acudían a cafés donde se celebraban tertulias, como el veterano café Comercial, en la glorieta de Bilbao, que aparece en los Episodios Nacionales. Además, estos lugares de encuentro le sirvieron de fuente de inspiración, como es el caso del café La Fontana de Oro, fundado en el siglo XVIII como fonda de viajeros, que inspiró la primera novela de Galdós, publicada en 1870, a la que dio título. Reconvertido en bar irlandés, pero con la decoración del siglo XIX, su visita nos adentra en el Madrid galdosiano.

Biografía de Benito Pérez Galdós.



(Las Palmas de Gran Canaria, 1843 - Madrid, 1920) Novelista, dramaturgo y articulista español, máximo representante (junto con Leopoldo Alas «Clarín») de las corrientes realista y naturalista en la narrativa española. Benito Pérez Galdós nació en el seno de una familia de la clase media de Las Palmas, hijo de un militar. Recibió una educación rígida y religiosa, que no le impidió entrar en contacto, ya desde muy joven, con el liberalismo, doctrina que guió los primeros pasos de su carrera política.

Cursó el bachillerato en su tierra natal, y en 1867 se trasladó a Madrid para estudiar derecho, carrera que abandonó para dedicarse a la labor literaria. En 1870 apareció su primera novela, La sombra, de factura romántica, a la que siguió ese mismo año La fontana de oro, que parece preludiar los Episodios Nacionales.

Dos años más tarde, poco después de la muerte de su padre y mientras trabajaba como articulista para La Nación, Benito Pérez Galdós emprendió la redacción de los Episodios Nacionales, probablemente inspirado en los relatos de guerra de su progenitor, que había participado en la guerra contra Napoleón. El éxito inmediato de la primera serie, que se inicia con la batalla de Trafalgar, lo empujó a continuar con la segunda, que acabó en 1879 con Un faccioso más y algunos frailes menos. En total, veinte novelas enlazadas por las aventuras folletinescas de su protagonista.

Durante este período también escribió novelas como Doña Perfecta (1876) o La familia de León Roch (1878), obra que cierra una etapa literaria señalada por el mismo autor, quien dividió su obra novelada entre «Novelas del primer período» y «Novelas contemporáneas». Este segundo grupo se inicia en 1881, con la publicación de La desheredada. Según confesión del propio escritor, con la lectura de La taberna, de Zola, descubrió el naturalismo, lo cual cambió la manière de sus novelas, que incorporarán a partir de entonces métodos propios del naturalismo, como es la observación científica de la realidad a través, sobre todo, del análisis psicológico, aunque matizado siempre por el sentido del humor.

Bajo esta nueva manière escribió alguna de sus obras más importantes, como Fortunata y Jacinta (1886-1887), Miau (1888) y Tristana (1892). Todas ellas forman un conjunto homogéneo en cuanto a identidad de personajes y recreación de un determinado ambiente: el Madrid de Isabel II y la Restauración, en el que Galdós era una personalidad importante, respetada tanto literaria como políticamente.

En 1886, a petición del presidente del partido liberal, Práxedes Mateo Sagasta, Benito Pérez Galdós fue nombrado diputado de Puerto Rico, cargo que desempeñó (a pesar de su poca predisposición para los actos públicos) hasta 1890, con el fin de la legislatura liberal y, al tiempo, de su colaboración con el partido. También fue éste el momento en que se rompió su relación secreta con Emilia Pardo Bazán e inició una vida en común con una joven de condición modesta, con la que tuvo una hija.

Un año después, coincidiendo con la publicación de una de sus obras más aplaudidas por la crítica, Ángel Guerra, ingresó (tras un primer intento fallido en 1883) en la Real Academia Española. Durante este período escribió algunas novelas más experimentales, en las que, en un intento extremo de realismo, utilizó íntegramente el diálogo, como Realidad (1892), La loca de la casa (1892) y El abuelo (1897), algunas de las cuales adaptó también para la escena. El éxito teatral más importante, sin embargo, lo obtuvo con la representación de Electra (1901), obra polémica que provocó numerosas manifestaciones y protestas por su contenido anticlerical.

Durante los últimos años de su vida se dedicó a la política; en la convocatoria electoral de 1907 fue elegido por la coalición republicano-socialista, cargo que le impidió, debido a la fuerte oposición de los sectores conservadores, obtener el Premio Nobel. Paralelamente a sus actividades políticas, problemas económicos le obligaron a partir de 1898 a continuar los Episodios Nacionales, de los que llegó a escribir tres series más.

1 comentario:

  1. uno de los académicos mas importante de ultimos 30 años, un gran escritor español y lengua castellana

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