Bibliotecas y mi colección de libros

Lema

Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

miércoles, 1 de febrero de 2017

399.-La Real Biblioteca de España.-a

Biblioteca real

Introducción. 

La Real Biblioteca​ está ubicada en el Palacio Real de Madrid. Tanto esta biblioteca, en su día particular de los reyes de España y su familia y hoy gestionada por Patrimonio Nacional,​ como la actual Biblioteca Nacional, se deben al impulso creador del primer rey Borbón español, Felipe V.
La Real Biblioteca, antigua Librería de Cámara en el siglo XVIII, contó en su día con patrimonio no librario debido al concepto dieciochesco de gabinete de saberes, patrimonio que en parte conserva a través de su monetario y medallero. Felipe V creó así dos instituciones bien diferenciadas desde el principio: La Real Biblioteca o Librería Particular para uso de los monarcas y su familia, y la Real Biblioteca Pública, pensada especialmente para uso abierto. 
Esta segunda biblioteca, de fundación real, pasó a depender del Estado en 1836, bajo la tutela del Ministerio de la Gobernación, tomando el nombre de Biblioteca Nacional.

La Biblioteca Real tiene un espacio de 24 salas en el Palacio Real de Madrid .

La Real Biblioteca o Librería Particular.

En sus salas se custodian hoy unos 300 000 impresos, sobresaliendo entre sus fondos 263 incunables y 119 000 impresos de los siglos XVI al XIX inclusive. Además, hay 4755 manuscritos, 4169 obras musicales, 1027 piezas de fotografía histórica (álbumes, la fotografía suelta está en el Archivo General de Palacio), 4330 publicaciones periódicas, unas 7000 piezas de cartografía y unas 10 000 del fondo de Grabado y Dibujo, que está actualmente en proyecto de catalogación. 
De la cartografía manuscrita (unas 1600 piezas) se realizó catálogo en papel en 2010 tras la conclusión del proyecto de catalogación y de la colección de manuscritos hay catálogo general en cuatro volúmenes más dos de índices (1994ss) y otro específico de la Correspondencia del conde de Gondomar, en cuatro volúmenes (1999-2003). De la colección gondomariense se ha hecho asimismo de las alegaciones en Derecho (2002), y de papeles varios y de Historia (2003, 2005).

 También se han publicado catálogos en papel de los manuscritos musicales (2006) y, en la segunda mitad de los noventa del siglo XX, de los fondos de los conventos de patronato regio (Descalzas, Encarnación y Huelgas). Más allá de ser un depósito librario de grandes piezas, hoy la Real Biblioteca es un centro de investigación en historia del libro, abordándose en sus seminarios científicos no solamente realidades de sus colecciones sino aspectos de imprenta, encuadernación y otros.

Evolución de la biblioteca.

La biblioteca privada se fue organizando poco a poco en el piso principal, en el ala del ángulo este. Al principio con los volúmenes aportados por el propio rey, unos 6000 traídos de Francia, que se sumaron a los existentes en el viejo Alcázar, los que básicamente reunió Felipe IV en la Torre Alta. Todos ellos pasaron a la Real Pública tras el incendio de la Nochebuena de 1734, al salvarse por estar ubicada en el llamado Pasadizo de la Encarnación, que unía el Alcázar con este convento, realizado para que los miembros de la Familia Real visitaran a monjas de clausura de sangre real del convento de la Encarnación. Desde entonces, los que se adquieren sí que permanecen en la Librería de Cámara, que cobra fuerza con Carlos III al empezar a residir este soberano en el Palacio Nuevo, a mediados de los años sesenta. 
La Familia Real vivió en el viejo Palacio del Buen Retiro, hasta que concluyeron las obras del nuevo Palacio Real. La colección se fue ampliando durante los sucesivos reinados, colocándose los libros en estanterías cerradas.​ Durante el reinado de Carlos III hubo un aumento de ejemplares del libro impreso y se añadieron los curiosos manuscritos del sacerdote (matemático, botánico y lingüista) José Celestino Mutis que había estudiado las lenguas indígenas por tierras americanas y con cuyo material elaboró una serie de vocabularios de unas 100 palabras de cada idioma.
A través del Bibliotecario Mayor Juan de Santander, Carlos III promovió la edición española y la organización de la futura Imprenta Real mediante encargos de ediciones eruditas. Santander también dirigió el grabado de una colección completa de letras y la puesta en marcha de un taller de fundición que dependió de la propia biblioteca, regido por el académico y grabador Gerónimo Gil.

Con Carlos IV (1788-1808) se incrementó la biblioteca con colecciones particulares tales como la procedente del erudito historiador y lingüista Mayans y Siscar, cuya marca de posesión es manuscrita: «Exbibliotheca majansiae», y Francisco de Bruna (1719-1807), Oidor de la Audiencia de Sevilla.
Investigaciones recientes, sin embargo, han puesto de manifiesto que el sello tradicionalmente atribuido a Mayans, pertenece realmente al llamado deán de Teruel, en realidad chantre, Joaquín Ibáñez García. Por su parte, Francisco de Bruna es un buen ejemplo del hombre ilustrado propietario de una librería ilustrada de 3500 ejemplares entre los cuales hay 225 impresos y 35 manuscritos, buen número de incunables y demás volúmenes interesantes. 
Fue Carlos IV quien mandó traer las bibliotecas de dos colegios mayores desaparecidos: San Bartolomé de Salamanca, extinguido en 1798 y el Colegio Mayor de Cuenca, también en Salamanca, igualmente suprimido.

Diego Sarmiento de Acuña, conde de Gondomar y embajador en Inglaterra, llegó a poseer una inmensa biblioteca que ubicó en su palacio de Valladolid adaptando a tal efecto cuatro amplias salas. Un descendiente suyo vendió en 1806 la biblioteca al rey Carlos IV para incremento de la Real Biblioteca. Fue una gran aportación pues, además de los cuantiosos volúmenes, había un buen número de correspondencia manuscrita y particular.​ En torno a este año de 1806 se produjeron así ingresos muy relevantes en la Real Biblioteca, ordenando dicho volumen de piezas el bibliotecario Juan Crisóstomo Ramírez Alamanzón.

Fernando VII trajo consigo desde el exilio la mayoría de los libros que le prestó o donó su hermano infante Carlos durante su estancia en Valençay. Predominaban los de temas piadosos y también los dedicados al aprendizaje de la lengua francesa, gramáticas o libros de viajes, entre otros.

Bajo el reinado de Fernando VII se quitaron muchos pergaminos de las encuadernaciones, pues se consideraban que estaban en rústica y era indigno de la biblioteca real, y se cambiaron en el llamado taller de Juego de Pelota por unas pastas valencianas con orlas doradas muy características hoy de la Real Biblioteca por su altísimo número; muchas de ellas las ejecutó el encuadernador de Cámara Santiago Martín. Hasta la muerte de Fernando VII estuvo la Librería de Cámara en el ángulo este, el más soleado, el que da a la catedral de la Almudena, pero la viuda reina gobernadora, María Cristina de Borbón, decidió quedarse esa ala, llamada de san Gil, y trasladar los libros de uso real. 
En 1832 se trasladó así la biblioteca a la planta baja del ángulo noroeste. Siendo reina Isabel II se puso de moda hacer regalos de libros especiales, curiosos, lujosos o raros. Solían ser muy llamativos con encuadernaciones de terciopelo, broches y cantoneras de metal y muchos adornos en las cubiertas. 



Palacio real de Madrid


La moda continuó hasta la época de Alfonso XII que fue cuando el Bibliotecario Mayor, señor Zarco del Valle planteó la cuestión de rechazar tales regalos. Destaca entre todos esos libros un ejemplar llamado vulgarmente Libro de los Isidros, un tomo de gran envergadura que solía enseñarse a los visitantes en el día de la fiesta de San Isidro.

Poesías á S.M. el Rey Don Alfonso XII por el autor del libro “Cien páginas sobre la idea de un Príncipe político cristiano” de Saavedra Fajardo, escritos para el mismo Príncipe de Asturias en Madrid el año 1864 / J.M. de L.
Enc. s. XIX en plata de estilo heráldico. En planos, marco en plata y en ángulos torre, león, bomba de artillería y flor de lis en plata sobredorada; orla con incrustaciones de marfíl y plata describiendo motivos geométricos, y en centro planos motivos vegetales y arquitectónicos tallados en madera, con corona, escudo e inscripción real en plata sobredorada; lomo en terciopelo rojo; guardas de seda blanca. Sec. part. de S.M. el Rey. 18-II-1911

Incrustaciones de plata, incrustaciones de marfil, aplicaciones de
 plata sobredorada, aplicaciones de madera

Terciopelo rojo


Tiene el citado libro encuadernación de terciopelo color morado con repujados de plata, escudos reales y letras de a pulgada. Es tan voluminoso que son necesarios dos hombres para poderlo manejar. Su título es Cien páginas sobre la Idea de un Príncipe político cristiano y su autor es José María de Laredo, jurisconsulto y juez de paz de Madrid, que lo escribió en 1863. Se extendió de tal manera la fama de este libro que llegó a ser muy codiciado y motivo de un hurto el 13 de noviembre de 1900, desapareciendo parte de sus adornos externos. En 1906 el platero de la Casa Real restauró las tapas maltrechas por el robo.

Siglo XXI

En el reinado de Alfonso XII empezó ya la preocupación por hacer un recuento y catalogación de los fondos de la biblioteca. En el tiempo que se lleva de siglo XXI este trabajo está ya bastante bien resuelto con la edición de catálogos, por una parte los antiguos, pues algunos se editaron en la primera mitad del siglo XX, destacando los de Crónicas generales de España, a cargo de Ramón Menéndez Pidal, el de Lenguas de América, a cargo de Miguel Gómez del Campillo y el de Manuscritos de América, a cargo de Jesús Domínguez Bordona. 

La última sala de Biblioteca que añadieron a la biblioteca cuenta con una escalera oculta que les permitía a los monarcas salir de manera desapercibida, es decir, de incógnito. La Real Biblioteca es otro de los intentos del Patrimonio Nacional para crear una biblioteca digital para que las imágenes de los libros estén accesibles también por Internet. "Las cosas de palacio van despacio".
plano del palacio


Los fondos americanos. 

La Real Biblioteca es uno de los depósitos de fondos americanistas mas importantes de España. Estas colecciones son las siguientes:

La de Gondomar (Granvelle), con documentos sobre Virginia y las incursiones norteamericanas de Walter Raleigh y documentos impresos relativos a Colon, en la parte que procede exclusivamente de Gondomar, y con documentos sobre cronistas y otras cuestiones americanas en la parte procedente del cardenal Granvelle; la colección Palafox y Mendoza, capital para aspectos de la gobernación de Nueva España a mitad del siglo XVII, la colección Mutis de gramáticas y vocabularios en lenguas indígenas, reunidas por el jesuita; la colección Juan Bautista Muñoz, formada con los manuscritos de trabajo y los coleccionados por el cosmógrafo; y la colección Ayala, de gran riqueza en orden legislativo y jurídico para las Indias.

 Además, se comentan otros fondos manuscritos e impresos, la cartografía americana existente en la Real Biblioteca, y en proyecto digital “Manuscritos de America en las Colecciones Reales”.

Colección Juan de Palafox y Mendoza

En esta colección se integran materiales relacionados con Don Juan de Palafox y Mendoza , eclesiástico y administrador colonial español. Obispo de Puebla de los Ángeles, en 1642 desempeñó durante unos meses los cargos de virrey y arzobispo de México. Durante su mandato reformó los estudios universitarios. Como nuevo obispo de Puebla, tuvo enfrentamientos con los jesuitas por cuestiones de jurisdicción eclesiástica. Al volver a España (1649) ocupó el obispado de Osma. Fue autor, entre otras obras, del Sitio y Socorro de Fuenterrabía y Sucesos del año 1633 (1639), escrito a instancias de Felipe IV. Fue beatificado en el Vaticano el 5 de junio de 2011, por el Papa Benedicto XVI, declarando a Palafox y Mendoza, el Santo de la Nueva España.

Colección Juan Bautista Muñoz.

Juan Bautista Muñoz y Ferrandis dió nombre a esta colección que formó en el siglo XVIII con motivo del encargo del rey Carlos III de escribir la Historia del Nuevo Mundo. Con este objeto, Muñoz y Ferrandis se dedicó a extractar y copiar documentos de muy diversa procedencia en la España de la época formando de esta manera la colección que nos ocupa. (Para más información véase Catálogo de la colección de Juan Bautista Muñoz, Documentos interesantes para la historia de América. Tomo I-II-III, Real Academia de la Historia, Madrid 1955, 1956)
A la muerte de este historiador los manuscritos pasaron en un primer momento a la Biblioteca Real el 12 de agosto de 1799. Permanecieron allí hasta 1817 cuando el Rey envía 107 volúmenes a la Real Academia Española de la Historia. Los manuscritos de Muñoz se dividen en cinco grupos:
Grupo 1, compuesto de 95 volúmenes de los cuales 76 se entregaron a la Academia.
Grupo 2, con 18 volúmenes o legajos sobre asuntos de Indias cuyo destino no se conoce con exactitud.
Grupo 3, con 32 volúmenes que componen la Colección de las Memorias de la Nueva España que están, salvo 2, en la biblioteca de la Academia.
Grupo 4, con colecciones Misceláneas compuestas de 14 volúmenes.
Grupo 5, correspondiente a las obras de Muñoz.
La colección dispone de un magnífico catálogo en donde se describe el contenido de cada uno de los volúmenes que la componen.
Contiene documentos con amplia información sobre los grupos indígenas que poblaban el continente Iberoamericano, ya que, la documentación recogida por D. Juan Bautista Muñoz pertenece en gran parte al primer período de la conquista y colonización de América. Los documentos fueron extractados y copiados en archivos eclesiásticos y civiles probablemente a finales del siglo XVIII.

Cardenal Granvela

(Antonio Perrenot, señor de Granvela; Ornans, Franco Condado, 1517 - Madrid, 1586) Consejero de Felipe II de España. Era hijo de Nicolás Perrenot de Granvela, canciller del rey y emperador Carlos V, quien se había encargado de proporcionarle una posición influyente en la corte de los Austrias, a los que pertenecía entonces su país natal, el Franco Condado.

Bruna y Ahumada, Francisco de. Granada, 31.VII.1719 – Sevilla, 27.IV.1807. Oidor decano de la Real Audiencia de Sevilla, honorario del Supremo Consejo y Cámara de Castilla y del Estado, alcalde de los Reales Alcázares, caballero de la Orden de Calatrava.

Francisco de Bruna era el primogénito de Andrés de Bruna y de María Luisa de Ahumada. Su padre ostentó los más altos cargos de la magistratura española: oidor en Granada, presidente de la Audiencia de Mallorca, presidente de la Chancillería en Valladolid y consejero de Castilla. Su madre, natural de Ronda, era hermana del marqués de las Amarillas, que hizo una notable carrera militar en Italia y ocupó el virreinato de México.

Francisco tuvo tres hermanos: Bartolomé, oidor de la Real Audiencia de Sevilla; Fabiana, casada con José Navarro, oidor de la Real Audiencia de Sevilla, y Teresa, casada con Antonio Malte Meléndez, oidor también de la Real Audiencia de Sevilla. Aunque el mayorazgo de los Bruna se encuentra en Lucena, provincia de Córdoba, Francisco se educó en Sevilla, en el Colegio Universidad de Santa María de Jesús. A los diecinueve años, Francisco de Bruna actuaba ya como licenciado en Cánones y, en 1741, era catedrático consiliario y doctor en Cánones y Derecho. Desde tiempos tempranos compaginó su trabajo en la Universidad con la Magistratura y, en 1944, se contaba entre la nómina de los oidores de la Real Audiencia de los Grados de Sevilla. Vivió siempre en Sevilla y declinó cuantos ofrecimientos le hicieron para incorporarse a la Corte de Madrid, alegando razones de salud. Mantuvo, sin embargo, frecuente contacto con la capital a través de sus viajes y su correspondencia. Cuando ya había cumplido los cuarenta años, Francisco de Bruna casó con Mariana Villalón Salcedo, nacida en Málaga, con quien tenía parentesco por vía materna. La renuncia y profesión religiosa de las hermanas mayores de Mariana le permitieron heredar un mayorazgo en Vélez Málaga y el marquesado de Chinchilla. En el año 1765, Francisco de Bruna fue nombrado teniente de alcalde de los Reales Alcázares, Real Palacio del Lomo del Grullo y sus anejos. El territorio objeto de esta alcaldía era grande, como también lo eran sus privilegios, honores y derechos. Desde tiempos de Felipe II, la alcaldía de los Alcázares se había vinculado a la casa de Olivares. La Cédula concesionaria, de 1552, fue ampliada en sucesivas ocasiones y los Reyes añadieron a las primitivas nuevas concesiones territoriales y también otras que se tradujeron en rentas o tributos al Alcázar. El trabajo de Francisco de Bruna como teniente de alcalde se centró, en primer lugar, en contrarrestar los efectos del devastador terremoto que asoló Sevilla en 1755, mediante obras de consolidación y reforma del territorio afectado. Su gestión le permitió, además, sufragar con los excedentes del Alcázar un conjunto de instituciones y propuestas de carácter cultural. Así surgió la Escuela de las Tres Artes Nobles, origen de la Academia de Bellas Artes sevillana. También desarrolló e impulsó una notable actividad en el campo de la Arqueología que le permitió reunir una valiosa colección de piezas en los salones y patios del Alcázar bajo el título de “Inscripciones y Antigüedades de la Bética”. Aquellos salones albergaban también los cuadros y esculturas de la Escuela de las Tres Artes Nobles. Su particular afán coleccionista le llevó a tener, además, un pequeño museo de historia natural en su propia casa. Los inventarios de sus colecciones, muchas lamentablemente perdidas, dan muestra de la riqueza y el valor de las obras reunidas en ellas. Su labor de mecenazgo y su profundo interés por las artes y las letras le valieron el nombramiento como miembro de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, de la Real Academia Española y de la Real Academia de la Historia. Esta última institución —de la que Bruna fue académico honorario desde 1769— custodia sus manuscritos bajo el título de Colección de varias causas y papeles sabios y curiosos recibidos del Sr. D. Francisco de Bruna por su buen amigo y su favorecido Ciriaco González de Carvajal. En el tomo tercero del Apéndice a la Educación Popular (1755- 1777), Campomanes publicó las Reflexiones sobre las artes mecánicas de Bruna. Francisco de Bruna hizo compatible su trabajo de oidor y teniente de alcalde con otros cargos como administrador de las annatas, fiscalizador de algunos diezmos reales, juez protector del Hospital de San Lázaro, administrador de las Almonas del Jabón y protector de la Real Compañía de Fábricas y Comercios de San Fernando. Con el paso de los años, Francisco de Bruna llegó a ser oidor decano de la Real Audiencia de Sevilla y logró el título de preeminente por su dilatada carrera. Se le concedieron también los honores de la Cámara de Castilla y ocupó la regencia interina de la Audiencia en los albores del siglo xix. El Rey le otorgó la máxima distinción civil de aquella época: la correspondencia al Consejo de Estado. Tras una larga y fecunda vida falleció en Sevilla a los ochenta y ocho años de edad. Francisco de Bruna frecuentó los círculos ilustrados de la Sevilla del siglo xviii; participó en la tertulia de Pablo Olavide y asistió en ella a la lectura de El delincuente honrado que allí hizo su autor, Gaspar Melchor de Jovellanos, por primera vez. A mediados del siglo xviii, el Consejo de Castilla pidió informes a los intendentes de Sevilla, Córdoba, Jaén, Granada, La Mancha y Extremadura sobre la situación agraria en Andalucía. También solicitó informe a Francisco de Bruna como decano de la Real Audiencia de Sevilla. En opinión de Gonzalo Anes, el informe de Bruna, fechado en 1768, fue uno de los más realistas y coherentes. Frente a otras opiniones meramente teóricas, Bruna fundaba la suya en su trabajo como abogado, que le había permitido participar en numerosos litigios relacionados con problemas del campo. Poseía, además, una finca llamada La Serruela en Dos Hermanas, en la que, siguiendo la moda de su tiempo, quiso que se cultivara más terreno y que se fundaran dos pueblos. Aunque no había leído a Adam Smith —Bruna escribió su dictamen siete años antes de la publicación de La Riqueza de las Naciones—, demostró unos conocimientos en economía superiores a los que correspondían a un jurista de su tiempo. Su trabajo manifiesta alguna influencia de Olavide, cuyo informe Bruna había leído y calificado de muy completo. A pesar de ello, es probable que la certera visión de Andalucía que demostró Francisco de Bruna procediera, sobre todo, de su conocimiento práctico, su inteligencia y su capacidad de observación. El objetivo de Bruna en su informe era poner de manifiesto la situación de la Andalucía rural para que las leyes se ajustaran mejor a la realidad. Hizo una descripción exacta de los cortijos, su forma de cultivo y las gentes que los trabajaban. En su opinión, Andalucía era una de las zonas más fértiles de España y sus trabajadores eran eficaces en el campo. Rechazaban, sin embargo, por vanidad, otros trabajos que podían envilecerles, y, por lo general, eran poco ahorradores. La distancia entre los cortijos y las tierras de labranza impedían, en muchos casos, el desplazamiento diario de los labradores. Esto frenaba la incorporación de mujeres y niños al trabajo del campo, y restringía sus posibilidades de ganar un jornal en la temporada de la recogida de aceituna. Francisco de Bruna apuntaba en su informe el aumento del precio de los granos y la renta de la tierra que atribuía al crecimiento de la agricultura. La atención prestada por el Gobierno al campo y el cambio de actitud de los propietarios, que se envanecían de “tener labor y hablar de ella”, eran dos razones de peso para explicar este desarrollo. También lo era la libertad decretada en el comercio interior, la abolición de la tasa y la decadencia del comercio de Indias provocada por el traslado de la Casa de Contratación a Cádiz, que había hecho de los productos agrarios el principal objeto del mercado sevillano. El crecimiento agrario tenía su reflejo en el crecimiento de los pueblos y forzó, al mismo tiempo, el de los jornales, que aumentaron “más de un tercio”. El salario real debió también de aumentar porque Bruna apuntaba la mejora en el nivel de vida de los campesinos. Para fomentar el desarrollo agrario, era partidario de que el Estado actuara sin leyes violentas. No compartía la opinión de Olavide, que era favorable al reparto de las tierras de los cortijos entre los campesinos. El “arbitrio” de repartir los cortijos para impedir que hubiera grandes labradores haría desaparecer todo estímulo en ellos por la imposición de no ampliar sus tierras. Convenía, por tanto, que hubiera entre los labradores diversos tipos y que algunos tuvieran mayor cantidad de tierras, para que pudieran almacenar lo cosechado en años de abundancia y vender lo entrojado en años de escasez. Para aumentar la oferta de tierras y suavizar los precios, Bruna abogaba por los cercamientos y por el aumento de la superficie cultivada mediante la roturación de baldíos y dehesas. Los cercamientos permitirían esparcir a los labradores por los campos, cuidando una tierra propia a la que llegarían a amar y cuya mejora procurarían. El aumento de la superficie roturada daría mayor descanso a lo sembrado. La roturación de las tierras comunes debía hacerse con la única precaución de alternar labor y pasto en las que alimentaban a bueyes y yeguas. Estas tierras de baldíos podrían entregarse, preferentemente, a los pequeños labradores. También había que arrendar las dehesas, las tierras del clero regular, previamente cercadas, así como las tierras de mayorazgos y capellanías. Debía favorecerse la larga duración de los arriendos, a menos que el propietario fuera a cultivar la tierra o que el rentero no hubiera pagado su alquiler. Bruna era partidario de que los contratos fueran fijados con libertad y que se permitieran los subarriendos, aunque castigando a quienes cobraran más renta de la establecida en las escrituras, para evitar los abusos. Por último, Bruna se mostraba contrario a los privilegios de la Mesta y para evitarlos exigía que no hubiera tierra fuera de la jurisdicción de los labradores. No temía la desaparición del ganado con esta medida porque entendía que ambas actividades eran complementarias: el tiempo y el espacio que la labor le quitaba al ganado se lo devolvía mediante los pastos que producía durante el descanso y la paja que se recogía para el invierno. Aunque pensaba que no era preciso que desapareciera la trashumancia, pues los ganados podían alimentarse en las tierras que los labriegos dejaban en descanso, prefería, en último extremo, su desaparición: más valía comprar la lana en el exterior que criarla a costa de la ruina de la agricultura. Obras de ~: “Reflexiones sobre las artes mecánicas” (1678), ed. en Revista de Trabajo, 22 (1996), págs. 89-92; “Informe de D. Francisco de Bruna”, en G. Anes (ed.), Informes en el Expediente de Ley Agraria, Madrid, Instituto de Cooperación Iberoamericana-Quinto Centenario-Instituto de Estudios Fiscales, 1990, págs. 65-88.
Bibl.: F. Aguilar Piñal, La Real Academia Sevillana de Buenas letras en el Siglo xviii, Madrid, CSIC, 1966; G. Anes, “Pensamiento ilustrado sobre problemas agrarios en Andalucía: la aportación de Francisco de Bruna y Ahumada”, en G. Ruiz (coord.), Andalucía en el pensamiento económico, Málaga, Arguval, 1987; G. Anes, “Estudio preliminar”, en G. Anes (ed.), Informes en el Expediente de Ley Agraria, op. cit., págs. XIIIXC; J. Romero Murube, Francisco de Bruna y Ahumada, Sevilla, Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos de Sevilla, 1997; M.ª L. López Vidriero, Los libros de Francisco de Bruna en el Palacio del Rey, Sevilla, Patrimonio Nacional-Fundación El Monte, 1999; L. Perdices de Blas, “Bruna, Francisco de”, en L. Perdices de Blas y J. Reeder, Diccionario de Pensamiento económico de España, Madrid, Síntesis-Fundación ICO, 2003, págs. 96-98.


Bruna en la vida cultural sevillana.

En Sevilla fue amigo de Gaspar Melchor de Jovellanos y de eruditos locales que cultivaron su misma afición por los libros antiguos, como el conde del Águila​ Miguel de Espinosa y Tello de Guzmán. El contexto era el ambiente culto, tan distintivo, de la Ilustración sevillana, pero Bruna empezó en su gusto bibliófilo por los libros heredados de su padre, llegando a reunir a lo largo de su vida unos 3500 volúmenes bastante selectos. Su pasión por los libros no era sólo bibliófila sino social, de ahí su pronta pertenencia, nada más ser designado teniente de alcalde de los Reales Alcázares, a la Real Academia Sevillana de Buenas Letras,​ a la que pertenecieron también Agustín Montiano y Luyando, Vicente de los Ríos, Antonio de Capmany y Montpalau, Vicente García de la Huerta o Pedro Rodríguez Campomanes, prueba del alto nivel de la misma. Bruna fue muy protector de ella, cediendo un local en los mismos Reales Alcázares en su calidad de teniente de alcalde. Gracias a él se consiguió de Carlos III en 1771 una pensión anual de 2000 reales para su funcionamiento.
En el seno de la Sevillana de Buenas Letras pronunció algún discurso, como uno sobre restos arqueológicos romanos hallados en Cabeza de San Juan, en 1772, u otro en 1781 sobre Santiponce y un vestigio arqueológico en esta localidad. En la Real Biblioteca,​ se halla un manuscrito de su autoría sobre la marina de los griegos y romanos (RB, II/3095), prueba de lo poliédrico de sus intereses intelectuales, y que envió a Campomanes. También protegió a la Sociedad Patriótica de Sevilla, luego Sociedad Económica, fundada en 1775 y que instaló simismo en los Reales Alcázares. En 1779 pronunció en ella un importante discurso de materia económica. A él se debe que hubiera en la Sociedad una cátedra de matemáticas.

La librería de Bruna y su ingreso en la Real Biblioteca

Incrementó notablemente Bruna la biblioteca familiar a lo largo de su vida, siendo Sevilla una ciudad muy apropiada para ello ya que tras la expulsión de los jesuitas en 1767 hubo gran dispersión de libros de los colegios y conventos jesuíticos. Salieron de ellos así alto número de volúmenes, muchos de ellos valiosos. Se sabe que Bruna adquirió volúmenes procedentes de, por ejemplo, el más importante de la ciudad hispalense, el Colegio de san Hermenegildo, y asimismo de otros como el de Córdoba. Otras procedencias fueron el Sacromonte de su Granada natal.
De este modo, reunió un acervo bibliográfico relevante. Así, en 1797, Leandro Fernández Moratín elogiaba su biblioteca en alto grado, subrayando la presencia de incunables. En vida de Bruna se fijó en sus libros Carlos IV, monarca que gustaba de adquirir colecciones bibliográficas importantes, caso de las del I conde de Gondomar, Diego Sarmiento de Acuña, o del conde de Mansilla, Manuel Antonio Campuzano y Peralta, entre otras. El propio Bruna seleccionó antes de morir para el soberano algunos impresos selectos y un manuscrito, el Libro del Tesoro (RB, II/3011), en gratitud a su nombramiento de consejero de Estado, según señala María Luisa López-Vidriero.
Como se recoge en Avisos. Noticias de la Real Biblioteca (Año VII, N° 25, abril - junio, 2001):
​ "En julio de 1807, el ministro de la Audiencia de Sevilla, Francisco Díaz Bermudo, redactó un inventario que enumeraba la librería que Francisco de Bruna había dejado a su muerte. Su destino era la Biblioteca de Carlos IV. Con ese listado delante Ramírez de Alamanzón escogió, en octubre de 1807, doscientos veinticinco impresos y treinta y cinco manuscritos que quedaron en el Palacio Nuevo, sede de la Real Biblioteca Particular del monarca. De los libros que se dejaron para la Real Pública, actualmente la Biblioteca Nacional, no se tiene noticia precisa pero sabemos que su bibliotecario mayor, Pedro de Silva, también se sirvió del inventario hecho en Sevilla para proponer su propia selección.​ Así, tras su muerte en 1807, como ha explicado la actual Directora de la Real Biblioteca, María Luisa López-Vidriero, se empaquetan los treinta y cinco manuscritos y 225 impresos a cargo de Juan Agustín Ceán Bermúdez para la Librería de Cámara, origen de la actual Real Biblioteca. Sin duda, durante la visita regia a Sevilla en 1796 Bruna debió mostrar orgulloso su librería al monarca, que debió apreciarla al verla.
No obstante, la biblioteca de Bruna fue mucho más amplia y por ello hay piezas en otros depósitos relevantes, como la Hispanic Society of America.​ También hay piezas notabilísimas en la Biblioteca Nacional de España, como el incunable de Cicerón de De Officiis Paradoxa de Mainz, 1466, impreso por Petrus Schoeffer (BNE, INC/1258). En la Real Biblioteca, asimismo, hay algún incunable español, como el Viaje de la Tierra Sancta de Bernhard von Breydenbach (Zaragoza, Pablo Hurus, 1498, en I/181).
Por supuesto, muchos del XVI, como era propio de los ilustrados dieciochescos. Destacamos de éstos solo la Coronica d'Aragon de Lucio Marineo Sículo en la célebre edición de Valencia, Juan Jofre, 1524 (RB, I/B/31). Si se compara la biblioteca bruniana con la de otros camaristas de Castilla, caso de la muy voluminosa de Fernando José de Velasco, se observan coincidencias evidentes en tendencias de coleccionismo bibliofílico.
El granadino tuvo exlibris grabado, según muestra conservada en la Calcografía Nacional, pero en los libros de la Real Biblioteca ninguno lo luce, sino una marca de posesión sencilla pero incuestionable, una manuscrita "B".
​ Entre los intereses coleccionistas de don Francisco no solo estuvieron los raros impresos o los manuscritos, sino asimismo dibujos de maestros, de hecho, fue un gran impulsor de una escuela o academia de dibujo en la capital andaluza en la que también intervino Ceán Bermúdez, el cual ponderó el conjunto de pinturas, dibujos y diseños que tuvo el oidor decano en su célebre Diccionario -ver, I, XXI-XXII-.
Era muy conocido un importante libro de dibujos que tuvo con obra de Bartolomé Esteban Murillo, Juan de Valdés Leal, y otros, recopilado por una amistad de Murillo, Nicolás Omazur, y también tuvo el manuscrito original con las Constituciones de la Academia de Pintura que fundó Murillo en Sevilla en 1660.​ Los dibujos de Murillo y Valdés Leal se dispersaron en el XIX desde Sevilla y se encuentran hoy fuera de España. En 1775 logró una subvención real para la academia sevillana.
Piezas relevantes de la librería de Bruna
El conjunto lo formaban piezas relevantes pues el interés del Oidor era de coleccionismo anticuario y bibliofílico, haciéndose cargo de los libros el bibliotecario real Juan Crisóstomo Ramírez de Alamanzón. En 1999 apareció catálogo del fondo palatino en una bella edición. Efectivamente, destacan incunables, impresos del XVI y manuscritos, entre éstos, sobresale una de las copias más antiguas del Libro de linajes de Diego Fernández de Mendoza, de 1464 (RB, II/86), del que existen cientos de copias repartidas por el mundo, y asmismo el Libro de algunos de los ricos hombres y cavalleros hijos dalgo que se hallaron en la conquista de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla, de Juan Ramírez de Guzmán, de 1652 (RB, II/2980). También otros sobre historia local andaluza.
El ingreso en la Real Biblioteca de los libros de Bruna se produce en un momento dulce e importante en la historia de la misma, pues coincide con otros ingresos capitales, como fueron los de los libros de los Colegios mayores salmantinos (el de San Bartolomé y el de Cuenca), los de la Secretaría de Gracia y Justicia con diversas colecciones a su vez (las de José Antonio de Areche, Francisco de Zamora, Juan Bautista Muñoz, Dionisio Alcedo y Herrera y alguna más) y sobre todo con la del I conde de Gondomar, Diego Sarmiento de Acuña.

 

Catalán, pasó a Valencia, estableciéndose en la villa de Oliva, del partido... (continúa) Armas: Escudo partido: 1º, en azur, un brazo de carnación sosteniendo una rama de oliva, y 2º, en sinopIe, un caballero armado, jinete, en un caballo de plata, que pisa una sierpe de lo mismo.




Mayans y Siscar, Gregorio. Oliva (Valencia), 9.V.1699 – Valencia, 21.XII.1781. Bibliotecario real, jurista e historiador.

Primogénito de una familia de la pequeña nobleza local, siempre se sintió orgulloso de su título de generoso, que latinizó en sus obras jurídicas como generosus valentinus.
Su infancia se vio alterada por las convulsiones de la Guerra de Sucesión. Con motivo del desembarco de Basset en Altea (1705), la familia Mayans trasladó su residencia a Valencia, pero, después de la batalla de Almansa, todos acompañaron al archiduque Carlos a Barcelona.
La familiaridad de Pascual Mayans con el círculo del archiduque fue notable: recibió la encomienda de Museros y prestó dinero al conde de Oropesa, así como al teórico político Amor de Soria. El mismo Gregorio, siendo un adolescente, recibió de manos del archiduque el hábito de Santiago. En la Ciudad Condal asistió al Colegio de Cordelles, regido por los jesuitas, donde aprendió a la perfección la lengua latina, y condiscípulos suyos fueron los hermanos Finestres.
La familiaridad de Pascual Mayans con el círculo del archiduque fue notable: recibió la encomienda de Museros y prestó dinero al conde de Oropesa, así como al teórico político Amor de Soria. El mismo Gregorio, siendo un adolescente, recibió de manos del archiduque el hábito de Santiago. En la Ciudad Condal asistió al Colegio de Cordelles, regido por los jesuitas, donde aprendió a la perfección la lengua latina, y condiscípulos suyos fueron los hermanos Finestres.
La familiaridad de Pascual Mayans con el círculo del archiduque fue notable: recibió la encomienda de Museros y prestó dinero al conde de Oropesa, así como al teórico político Amor de Soria. El mismo Gregorio, siendo un adolescente, recibió de manos del archiduque el hábito de Santiago. En la Ciudad Condal asistió al Colegio de Cordelles, regido por los jesuitas, donde aprendió a la perfección la lengua latina, y condiscípulos suyos fueron los hermanos Finestres.

Fue el padre Julián quien realizó las gestiones para que el joven Gregorio marchara a Salamanca a completar los estudios de Derecho. Hizo más: preparó el ambiente salmantino para que recibiera cordial acogida, tanto por los profesores (José Borrull, futuro fiscal del Consejo de Indias, y Matías Chafreón) como por los jesuitas que intentaron que ingresara en la Compañía y que Mayans rechazó con rotundidad. En Salamanca pudo observar la decadencia de la Universidad pero, al mismo tiempo, descubrió la red de influencias que entrañaba la coaligación de los colegios mayores con los perniciosos efectos en la docencia universitaria. Como Salamanca había sido centro de una gloriosa escuela jurídica, Mayans pudo comprar tanto importantes obras de los más prestigiosos tratadistas (Antonio Agustín, Cujàs o Covarrubias) como manuscritos de los mejores catedráticos del XVI, en especial de Ramos del Manzano y Fernández de Retes. Ahora bien, Mayans no limitó su actividad intelectual al estudio del Derecho.
Gozó siempre de fama de latinista y colaboró con el profesor de Retórica. En ese sentido, fue designado para pronunciar el discurso de enhorabuena (Gratulatio) por la colación del grado de doctor de José Borrull.
Y tan orgulloso quedó de su Oratio que envió una copia a Manuel Martí, deán de Alicante, prestigioso humanista que había residido diez años en Roma, donde había establecido buenas relaciones con los intelectuales del momento (Gravina, Fabretti, Bianchini...) y había colaborado con el cardenal Sáenz de Aguirre en la edición de la Collectio maxima conciliorum Hispaniae et novi orbis (1693-1694) y en la preparación de la Bibliotheca Hispana vetus de Nicolás Antonio. Martí quedó asombrado del dominio del latín demostrado por Mayans y se convirtió en su mentor intelectual. Sea por razones académicas (no siendo colegial, debía soportar el sistema de las alternativas), sea por intereses familiares, Mayans rechazó siempre opositar a una cátedra en la Universidad de Salamanca. Decidió regresar a Valencia, presentar las conclusiones para el grado de doctor y opositar a la Cátedra de Código, que alcanzó en 1723. Ejerció la docencia durante diez años, que fueron intensos pero también polémicos. Publicó sus primeras obras jurídicas (Ad quinque Iurisconsultorum fragmenta commentarii, 1723 y Disputationum Iuris liber I, 1726), pero su apertura intelectual no gustó a todos sus colegas, que manifestaron su repulsa en el acto de la defensa de las conclusiones de un discípulo, hecho del que queda constancia por la Iusti Vindicii Relatio (1725). Como fue habitual en su vida, Mayans se interesó por múltiples aspectos culturales. Así, durante estos años de catedrático de Código, descubrió la belleza literaria de los clásicos castellanos. La Oración en alabanza de las eloquentissimas obras de don Diego Saavedra Fajardo (1725) constituye, junto con la Oración que exhorta a seguir la verdadera idea de la eloquencia española (1727), la primera censura seria contra el barroco decadente que dominaba la literatura española. También manifestó interés por la historia crítica, aunque en el aprendizaje recibió la censura de su mentor Martí. En 1725, Mayans publicó la Vida de san Gil, abad, y en 1727, la Vida de san Il(d)efonso. Las deficiencias metodológicas eran evidentes. La lectura de la Bibliotheca Hispana de Nicolás Antonio y el consejo que recibió de Martí de que leyera De re diplomatica de Mabillon marcaron el espíritu crítico de Mayans y despertaron su pasión por la historia. La situación de la Universidad de Valencia era incómoda. Con motivo de la abolición de los Fueros por Felipe V en 1707, la ciudad perdió el patronato de la Universidad. Pero en 1720, por medio del padre Confesor, los jesuitas lograron la devolución del Patronato y consiguieron la firma de la Concordia. La Universidad recobraba el Patronato, pero los jesuitas enseñarían la Gramática en aulas creadas por el Ayuntamiento. Mayans, pese a su amistad con los jesuitas, defendió los intereses de la Universidad, cuyos estatutos había jurado. Pero el fracaso mayor tuvo lugar en 1729. Sea por la ruptura con los jesuitas, sea por la metodología docente (mos gallicus frente al mos italicus) o por la simpatía austrina familiar, fue suspendido en sus pretensiones de alcanzar la pavordía de Derecho. Había preparado bien la estrategia (estudios, pero también influencias) y consideró el fracaso como una humillación. De hecho, cambió su vida. De ganar la pavordía, hubiera seguido la carrera eclesiástica dentro de la actividad docente universitaria; pero, rechazado, decidió abandonar Valencia y buscar una salida política a su capacidad intelectual. En 1730, aprovechó la oportunidad de que pasaran por Valencia dos extranjeros vinculados al mundo de las letras: el editor de Lyon Roque Deville y el bibliófilo alemán barón Schönberg. En los Deville pensó encontrar un medio para introducirse en el mundo cultural francés y conseguir el favor del cardenal Hércules Fleury, a quien quería dedicar los Tractatus academici de Juan de Puga. Dado el retraso en la edición (aparecieron en 1735), Mayans dedicó al cardenal sus Epistolarum libri sex (1732), aunque no obtuvo los frutos esperados. Fleury no contestó, y los Deville sólo publicaron Cartas de Nicolás Antonio y de Antonio de Solis (1733). Por su parte, la mediación de Schönberg le permitió entrar en contacto con Pierre D’Hondt, que publicó la Historia latina de Mariana y la continuación del padre Miñana (1733), con censuras, aprobaciones y dedicatorias redactadas por el mismo Mayans, aunque aparezcan en nombre de Jacinto Jover. Además, Schönberg puso a Mayans en contacto con J. B. Mencke, el director de Acta Eruditorum de Leipzig, en cuya revista publicó Gregorio un artículo latino: “Notitia literaria ex Hispania” en 1731, en que hacía una reseña de los últimos libros españoles, entre los que sobresalen el Teatro crítico de Feijoo y el Diccionario de la Real Academia Española. Pero el medio que le permitió abandonar Valencia fue el favor del cardenal Álvaro Cienfuegos, jesuita austracista exiliado en Roma. A Cienfuegos le confesó el austrino familiar así como las buenas relaciones mantenidas con el archiduque durante los años de residencia familiar en Barcelona, y Cienfuegos consiguió, por medio del prepósito general de la Compañía (Francisco Retz), una plaza en la Real Biblioteca de Madrid, gracias al director que era siempre un jesuita (en ese momento Guillermo Clarke). Conocidas las gestiones iniciadas por Cienfuegos, Mayans dedicó al padre Confesor uno de sus libros más bonitos, El orador christiano (1733), en el que, muchos años antes que el padre Isla, censuró con dureza el sermón barroco pero con método muy distinto. Con sistema pedagógico, utilizando los preceptos de la retórica clásica, Mayans planteaba la necesidad de que el predicador expusiera la palabra de Dios, basado en la Escritura y en los santos padres, y siguiendo el modelo de los humanistas cristianos españoles del siglo XVI (fray Luis de Granada y san Juan de Ávila). Nombrado bibliotecario real en octubre de 1733, Mayans, que era ambicioso, quiso obtener el favor de la Familia Real y dedicó el Espejo moral (1734) al infante don Felipe. Pero, sobre todo, pretendió, con el favor del marqués de la Compuesta —secretario de Estado de Gracia y Justicia— y del padre Confesor, ganar la voluntad de José Patiño, artífice de la política del Monarca. La pretensión iba dirigida a conseguir la plaza de cronista de Indias, pero fue rechazada por el sistema habitual: el silencio administrativo. No puede ocultarse la sospecha de que Patiño se mantuvo inflexible por razones políticas, porque conocía los antecedentes austrinos familiares, a pesar de que Mayans le había dedicado sus Cartas morales (1734), que constituía un plan de reforma cultural ambicioso y coherente. En ese plan, adquiría especial valor la historia crítica. Desde la exigencia de Mabillon, de que sólo el documento da validez al hecho histórico, se comprende la doble exigencia mayansiana: búsqueda y edición de fuentes documentales así como crítica en el estudio del pasado. En consonancia con ese espíritu, buscó los manuscritos de Nicolás Antonio, que se conservaban en la Real Biblioteca, y solicitó las obras inéditas de Mondéjar a sus herederos. Mayans tenía sus ideas en el campo de la jurisprudencia y en los aspectos estrictamente literarios. En el campo de la jurisprudencia, se apresuró a publicar el Diálogo de armas y linages de España de Antonio Agustín, con la Vida del autor (1734) que dedicó a Compuesta. También en este campo tuvo polémicas. El colegial J. J. Vázquez publicó Otium complutense (1734), en que censuraba a Mayans, y éste respondió con dureza en Disputatio de incertis legatis (1734). Polémica dura, aunque velada porque no aparecieron los nombres, fue la que mantuvo con Montiano y Nasarre. Éstos habían publicado en 1732 el Quijote de Avellaneda que alabaron calurosamente y, en contraste, censuraron los defectos que veían en el Quijote cervantino. Mayans mantenía buenas relaciones con el embajador de la Gran Bretaña, Benjamín Keene (que había subvencionado la edición de Epistolarum libri duodecim de Manuel Martí, 1735, preparada por Mayans), y fue Keene quien le encargó la redacción de la Vida de Miguel de Cervantes (1737), primera biografía del genial novelista. Pues bien, en ella, además de exaltar el mérito literario de Cervantes, censuraba, sin citar al autor, los juicios anticervantinos de Montiano. La Vida de Miguel de Cervantes no suscitó aparentemente la crítica de los émulos de Mayans, pero los Orígenes de la lengua española (1737), cuyos méritos fueron reconocidos por historiadores como Lapesa, provocó la dura censura del Diario de los literatos de España (1737). La réplica mayansiana en la Conversación de Plácido Veranio (1737) dio pie a la más dura crítica de Martínez Salafranca, que hizo público el texto del artículo publicado en Acta eruditorum, haciendo especial hincapié en el desprestigio que suponía una censura, aparecida en el extranjero, de instituciones nacionales (Real Academia Española, en su Diccionario) y de personas de gran prestigio (Feijoo). La clara acusación de antiespañol —bastante clara en el artículo de Salafranca— pesó como una losa sobre la persona del erudito. Pero la polémica no acabó ahí, pues uno de los redactores del Diario de los literatos, Francisco X. Huerta y Vega, publicó la España primitiva (1738). Aunque estaba avalada por las Reales Academias Española y de la Historia, de las que era miembro Huerta, la obra estaba basada en un falso cronicón. Descubierta la fuente, el Consejo de Castilla encargó la censura a Sarmiento y a Mayans. El benedictino rechazó la validez de la obra, pero Gregorio, que conocía el manuscrito fingido, que se conservaba en la Real Biblioteca, demostró la ficción y censuró al Diario y a las Reales Academias que habían aprobado la obra. La vida se le hizo difícil en Madrid y Mayans abandonó la corte en 1739. Establecido en su casa de Oliva, intentó continuar su actividad historiográfica con la creación de la Academia Valenciana (1742), con el fin de publicar las fuentes documentales relativas a la historia de España así como de las obras de los más famosos críticos (Nicolás Antonio, Mondéjar...). Pero la edición de la Censura de historias fabulosas (1742), que había dejado manuscrita Nicolás Antonio, desencadenó una violenta persecución. Delatada al Santo Oficio, no fue aceptada porque no atentaba contra la doctrina católica. En cambio, la delación fue acogida por el Consejo de Castilla, cuyo gobernador, el cardenal Molina, decretó el embargo de la Censura, de las galeradas de las Obras chronológicas de Mondéjar y de todos los manuscritos que atesoraba el erudito. Aunque a los pocos meses la Censura quedó libre, fueron devueltas las galeradas y los manuscritos, el golpe fue decisivo. La Academia Valenciana, que no se plegó a las exigencias de control de Montiano, no se recuperó y, aunque publicó las Obras chronológicas, desapareció en 1751. Por lo demás, retirado en Oliva, Mayans no tenía otro medio para seguir las corrientes culturales españolas y extranjeras que la correspondencia, y de hecho, el abundante epistolario conservado ha permitido seguir su trayectoria y actividad cultural. Así, entre sus corresponsales españoles aparecen desde ministros (Carvajal, Ensenada, Roda, Floridablanca) y políticos (el conde de Aranda, Campomanes, consejeros de Castilla) hasta obispos, religiosos y hombres de letras; además del grupo catalán de Cervera, simbolizado por José Finestres, hay que señalar sólo dos importantes historiadores: Enrique Flórez y Andrés Marcos Burriel. Al emprender Flórez su ambiciosa España sagrada, buscó colaboradores pero también el consejo de hombres de letras. De Mayans, en concreto, solicitó noticias sobre la geografía antigua de España y, sobre todo, el juicio sobre la División de obispados atribuida a Wamba. El manuscrito proporcionado por Mayans, obra de su hermano Juan Antonio, es la base de la teoría expuesta en la España sagrada sobre su ficción. Pero las discrepancias sobre la interpretación de la Era Hispánica, con un duro ataque de Flórez al criterio mayansiano, así como la distinta metodología aplicada en la historia eclesiástica (más crítico en Mayans, más conservador en Flórez) acabaron por romper la relación epistolar. Mejor acogida encontraron los consejos de Mayans en Burriel. El jesuita era generoso y deseaba aprender de las directrices del bibliotecario. La correspondencia cruzada demuestra el auténtico magisterio mayansiano, pero también el interés del jesuita por conseguir el reconocimiento oficial y, si posible fuera, el regreso de Gregorio a la corte. Mayans se opuso y, si bien no quiso colaborar en la Comisión de Archivos (creía que era una jugada política), sí orientó al jesuita en sus trabajos históricos. Con motivo del cambio de gobierno en 1754, se exigió a Burriel la entrega de los manuscritos copiados en la Comisión de Archivos, pero Mayans defendió la labor del jesuita, le disuadió del viaje a California como misionero y lamentó profundamente su muerte en 1762. Al margen de los aspectos culturales, Mayans nunca dejó de seguir con atención los vaivenes políticos. Con motivo de las polémicas que mediaron entre los Concordatos de 1737, firmado por Felipe V, y 1753, firmado por Fernando VI, se suscitaron una serie de polémicas. Respecto a la aplicación del Concordato de 1737, la polémica tuvo lugar entre el nuncio Enrico Enríquez y el fiscal de la Cámara del Consejo de Castilla Blas Jover. Pero detrás de Jover estaba Mayans, verdadero autor de las obras publicadas a nombre del fiscal. Así, entre los manuscritos autógrafos de este erudito, se encuentran cuatro obras regalistas: Memorial sobre la iglesia de Mondoñedo, Respuesta al Oficio del Nuncio Apostólico, Examen del Concordato de 1737 e Informe canónico-legal sobre la representación del Nuncio a Fernando VI, publicados, a nombre de Jover, en Madrid entre 1745 y 1747. El más radical es el Examen del concordato, que considera inválido, porque las concesiones de Roma ya estaban practicadas por los españoles y autorizadas por Concilios y Cortes. Firmado el Concordato de 1753, Ensenada quiso exaltar su éxito diplomático y encargó al jurista que era Mayans la redacción de unas Observaciones al concordato de 1753, pero, en el momento de enviar el texto a la prensa, el ministro no creyó conveniente hacer pública la obra: había conseguido las ventajas administrativas y la polémica podría constituir un inconveniente. Además de sus trabajos regalistas, continuó trabajando en sus intereses culturales. Así publicó Institutionum Philosophiae Moralis libri tres (1754) que venía a completar la reedición del Compendium philosophicum de Tosca. El deísmo, en sus manifestaciones en el derecho natural, constituía una preocupación, pero dejó las respuestas filosófica y jurídica, que quedaron manuscritas, Filosofía cristiana y Razonatoria y sólo vieron la luz pública en nuestros días con motivo del II centenario de su nacimiento. Más fructífera fue su actividad en el campo estrictamente literario. En 1757 publicó la Rhetórica, que suponía la superación de la retórica renacentista y, basada en los ejemplos tomados de la literatura española, constituyó uno de los modelos del buen estilo en los escritores de la segunda mitad del XVIII. Mayans siempre cuidó las relaciones culturales con los hombres de letras europeos y, desde Oliva, mantuvo abundante correspondencia. En algunos casos, continuó la ya iniciada durante sus años de residencia en Madrid. Éste es el caso de los portugueses Francisco de Almeida, censor de la Real Academia de Historia de Lisboa, y el conde de Ericeira. Ambos le apoyaron durante la persecución movida por el cardenal Molina, y de Almeida se valió para publicar las Disertaciones eclesiásticas de Mondéjar (Lisboa, 1747). Muertos en la década de 1740, Mayans inició nueva correspondencia con los colaboradores del ministro Pombal, entre otros, con Antonio Pereira, muy conocido en España por su Tentativa Theologica, de carácter acusadamente regalista, y con Manuel do Cenáculo Villas Boas, reformador de la Universidad de Coímbra y años después obispo de Beja. También continuó desde Oliva la correspondencia con Ludovico Antonio Muratori, de quien recibió De ingeniorum moderatione y De superstitione vitanda, que constituían el símbolo de la actitud del católico ilustrado, el equilibrio entre la razón y la fe. En cambio, Mayans ofreció a Muratori numerosas inscripciones latinas de la antigua Hispania, que el italiano publicó en sus Thesaurus novus veterum inscriptionum. Pero también encontró, desde Oliva, nuevos corresponsales. El más importante de todos fue Gerardo Meerman, pensionario de Rotterdam, rico y con interés por conocer los grandes autores de la jurisprudencia española. De hecho, Meerman se convirtió en el eje por donde el valenciano entró en contacto con personalidades e instituciones europeas. Establecida la correspondencia en 1747, Mayans aportó las obras de los juristas españoles, impresas y manuscritas, que fueron impresas en Novus thesaurus Iuris civilis et canonici (7 vols., 1751-1753). Como Meerman dedicó la obra a Mayans en su Conspectus, que servía de programa de suscripción, la fama del erudito se difundió por Europa. Además, el holandés se convirtió en el instrumento de conexión con personajes clave de la cultura europea. Con David Clement, editor de Hannover, que publicó Specimen bibliothecae hispano-maiansianae (1753), espléndido catálogo de los libros de los grandes humanistas que poseía en su biblioteca. También Meerman lo presentó a la Academia Latina de Jena, que lo nombró su socio. A su director, J. E. I. Walch envió Mayans un espléndido trabajo sobre las colecciones epigráficas, Introductio ad veterum inscriptionum historiam litterariam, recientemente publicado en 1999. Aunque es menester confesar que el trabajo exigido para hacer efectivo el nombramiento fue enviado a Jena por doble conducto (los embajadores del Imperio y del Reino Unido), no apareció en Alemania a causa de las turbulencias de la Guerra de los Siete Años. Vio la luz en Madrid, con el título Tractatus de hispana progenie vocis Ur (1779). Asimismo, fue Meerman quien puso a Mayans en relación con el editor ginebrino Gabriel Cramer. En su campaña de promoción de venta de sus libros, Cramer fue a Oliva y, si bien declinó imprimir las obras básicas de la cultura española, se convirtió en el intermediario para enviar los libros fundamentales de la Ilustración francesa: la Enciclopedia, el Espíritu de las leyes, entre otras. Y, en el caso concreto de Mayans, fue quien le puso en contacto con Voltaire. No sólo le envió las obras completas del señor de Ferney, sino que hizo de intermediario en la breve, pero curiosa, correspondencia cruzada entre Mayans y Voltaire, con un tema de fondo: la influencia de Calderón de la Barca en Corneille, en el contexto del valor del teatro español. Dos nuevos impresores suizos entraron en relación con Mayans: Samuel Tournes y Francisco Grasset. Uno de los miembros de la familia Tournes pasó por Oliva y se ofreció a publicar las obras de los grandes humanistas españoles del XVI. Como ya habían sido publicadas las de Vives y resultaba prácticamente imposible preparar una edición de Nebrija o de Pedro Juan Núñez, el autor escogido fue Sánchez de las Brozas. En efecto, en 1766 aparecía Opera omnia del Brocense (4 vols.), con la vida del autor escrita por Mayans, que lamentó que no incluyera la Minerva, que consideraba la obra básica del gran humanista. Y para finalizar la relación cultural con los impresores suizos, conviene aludir a Francisco Grasset, conocido por sus ediciones de Haller. Pasó por Oliva y se ofreció a cuanto deseara Mayans, pero sus promesas sólo llegaron en realidad a la publicación de unos discursos latinos de humanistas valencianos (Lausana, 1767). Con la llegada al poder de los manteístas, y concretamente de Manuel de Roda a la Secretaría de Estado de Gracia y Justicia, Mayans encontró mejor acogida en el gobierno. También contribuyó a ello el nombramiento como presidente del Consejo de Castilla del conde de Aranda, a quien había conocido en Valencia. Así, en 1766, fue agraciado con el nombramiento de alcalde de Casa y Corte y una pensión vitalicia. En ese momento, con la decisión ya tomada de expulsar a los jesuitas, Roda le encargó la redacción de un plan de estudios para las universidades españolas. Así nació Idea del nuevo método que se puede practicar en la enseñanza de las universidades de España. El plan mayansiano nunca fue puesto en práctica. Los ministros —y el fiscal Campomanes— utilizaron las ideas que interesaban para sus fines concretos. Confiado en las palabras del gobierno de que se encargara de colaborar en los aspectos que considerase oportunos, redactó una Gramática latina (1768-1770), pero se vio inmerso en un mundo de intereses y rivalidades. Al final, cansado de tanta polémica en el campo pedagógico —en gran parte suscitada por el afán de ocupar el vacío dejado tras la expulsión de los jesuitas— abandonó el campo universitario. Pese a sus diferencias con el arzobispo Fabián y Fuero, aceptó la invitación para publicar Opera omnia de Juan Luis Vives (1782-1790). La muerte le impidió ver finalizada la gran empresa, que llevó a cabo su hermano Juan Antonio. No se trata de una edición crítica, que él mismo nunca pretendió, sino de poner al alcance del estudioso un texto correcto del humanista. De hecho, fue una empresa que constituía el símbolo de su trabajo intelectual, como heredero del mejor humanismo español. Obras de ~: Collectio propositionum legalium disputationi proposita a doctore D. Gregorio Mayans et Siscar meritorum faciendi gratia ad obtinendam Iustiniani Codicis Cathedram, 1723; Ad quinque Iurisconsultorum fragmenta commentarii. Et ad legem Si fuerit V, de legatis III, recitatio extemporalis, 1723; Vida de san Gil Abad, 1724; Oración en alabanza de las eloquentíssimas obras de Don Diego Saavedra Fajardo, 1725; Disputationum Iuris liber I, 1726; Vida de san Ilefonso, arzobispo de la Santa Iglesia de Toledo, Primada de las Españas, 1727; Oración que exhorta a seguir la verdadera idea de la eloquencia española, 1727; Systema disputationum legalium propugnandum publice a don Gregorio Mayans, 1730; “Nova literaria ex Hispania”, en Acta eruditorum, septiembre de 1731, págs. 432-440; Epistolarum libri sex, 1732; Anti-Madalena. Diálogo entre Sophronio i Sophobulo (seud. de Vigilancio Cosmopolitano); Chocolata, sive in laudem potionis Indicae, quam apellant Chocolate, 1733; El orador christiano, ideado en tres diálogos, 1733; Espejo moral con reflecciones christianas, 1734; Cartas morales, militares, civiles i literarias de varios autores españoles, 1734 (Incluye una Carta dedicatoria a José Patiño, que publicó aparte con el título de Pensamientos literarios, 1734); Vida de D. Antonio Agustín, Arzobispo de Tarragona, 1734; Disputatio de incertis legatis, 1734; Notae ad Io. Burc. Menckenii de Charlataneria eruditorum declamationes, 1734; E. Martini, ecclesiae alonsis decani, vita, 1735; Reflecciones de Dn. Gregorio Mayans i Siscar sobre las Reglas de Ortografía de Nebrija, 1735; Vita Don Ioannis Pugae et Feijoo, 1735; Orígenes de la lengua española, 1737; Conversación sobre el Diario de los literatos de España, pseudónimo de Plácido Veranio, 1737; Vida de Miguel de Cervantes Saavedra, 1737; Ensayos oratorios, 1739; La edad de Christo, ms. 1739-1740; Idea y Constituciones de la Academia Valenciana, 1742; Prosodia compuesta por D. Gerónimo Grayas, 1742; Vida de Don Nicolás Antonio, 1742 (incluida en Censura de Historias Fabulosas); Chronicones impugnados, ms. 1742; “Prefación”, en M. de Mondéjar, Obras chronológicas, 1744; Carta a don Josef Berní [...], 1744; “Prefación”, en M. de Mondéjar, Advertencias a la Historia del P. Juan de Mariana, 1746; “Prefación”, en Corachán, Avisos de Parnaso, 1747; Advertencias de D. Miguel Sánchez dadas al Dotor Don Thomás Ferrandis de Mesa, seud., 1748; “Prefación y Vida de Miñana”, en Miñana, De bello rustico valentino, 1752; Disputationes Iuris, 1752; Francisci Ramos del Manzano Vita, I. Fernandez de Retes Vita,; Dissertatio qua Sacra Themidis Hispana Arcana et Bibliotheca Hispana historico-genealogica-heraldica vero suo auctori Io. Lucae Cortesio vindicantur, en Meerman, Novus thesaurus Iuris civilis et canonici, 1752 y 1753; Specimen bibliothecae hispano-maiansianae, 1753; Vita Thomae Vincentii Toscae, 1754; Institutionum Philosopiae Moralis libri tres, 1754; Gregorii Maaiansii, generosi valentini, vita, publicada a nombre de J. C. Strodtmann, 1756; Rhetórica, 1757; “Praefatio”, en Corachán, Mathesis sacra, 1757; Carta [...] escrita al dotor don Vicente Calatayud, 1760; “Prólogos”, en Esopo, Fábula, en Cicerón, Epístolas selectas, y en Terencio, Seis Comedias, 1760; Vida del maestro frai Luis de León [...], 1761; “Epistola Iosepho Finestresio et de Monsalvo”, en Finestres, Sylloge inscriptionum [...], 1761; Epistolae et scripta Elipandi illustrantes, en Froben, Alcuini opera, 1763; Epistola civitatis Valentiae ad [...] Clementeem XIII qua petit.ut [...] caussa beatificationis venerabilis Iosephi Oriol [...], 1763; Ad triginta Iurisconsultorum omnia fragmenta quae extant [...] commentarii, 1764; F. Sanctii Brocensis [...] Vita, 1766; Clarorum valentinorum [...] orationes selectae, 1767; Idea de un diccionario universal, egecutada en la Jurisprudencia civil, 1768; Idea de la Gramática de la lengua latina, 1768; Gramática de la lengua latina: Prosodia, Tullius, Mela, Apicius, Egemplos de las conjugaciones de los verbos, Terenciano, 1768-1770; Informe al tribunal de la Inquisición sobre Láminas de Granada, ms. 1770; Defensa del rei Witiza, 1772; “Carta al Sr. D. Antonio Valcárcel Pío de Saboya”, en Valcárcel, Medallas de las colonias [...], 1773; Cartas morales, 1773, 5 vols.; Organum rhetoricum et oratorium, concinnatum ex Arte rhetorica Aelii Antonii Nebrissensis cun notis, 1774; Vida de Publio Virgilio Marón, 1778; Tractatus de hispana progenie vocis UR, 1779; Orationes de algunos misterios de la Religión Christiana, 1779; Indice de libros de la Milicia Terrestre i Marítima, 1780; Idea editionis omnium operum I. L. Vivis valentini, 1780; I. L. Vivis valentini vita en Opera omnia, 1782; Concordato ajustado entre [...] Fernando VI y la Santidad de Benedicto XIV, en Semanario erudito, 1790; Arte de pintar, 1848 (las obras póstumas están incluidas en la edición crítica de todas las obras castellanas, en G. Mayans y Siscar, Obras completas, ed. de A. Mestre, Valencia, Publicaciones del Ayuntamiento de Oliva, 1983-1986, 5 vols.); “Idea del nuevo método que se puede practicar en las Universidades de España”, en M. y J. L. Peset, Mayans y la reforma universitaria, Valencia, Ayuntamiento de Oliva, 1975; Abece español de Gregorio Mayans, ed. de M.ª J. Martínez Alcalde, Madrid, Arco Libros, 1991; Filosofía cristiana: apuntamientos para ella, ed. de S. Rus Rufino, Valencia-Oliva, Diputación de Valencia-Ayuntamiento de Oliva, 1998; Razonatoria, ed. de A. Mestre, con próls. de J. M.ª López Piñero, V. Navarro y J. J. Garrido, Oliva-Valencia, Ayuntamiento de Oliva-Diputación de Valencia, 1999; Introductio ad veterum inscriptionum historiam littterariam, ed. de L. Abad y J. M. Abascal, Madrid, Real Academia de la Historia, 1999. Cartas: la mayor parte de la correspondencia de Mayans continúa inédita. Se han publicado hasta el momento: Cartas eruditas y críticas, en Semanario erudito, XVII (1789), que incluye correspondencia parcial con Blas Jover y con el conde de Aranda; Colección de cartas eruditas [...] a D. Joseph Nebot y Sans, por Jose Villarroya, 1791; Epistolario español, ed. de E. de Ochoa, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, 1870; Correspondencia literaria de D. Gregorio Mayans y Siscar, solamente con Cerdá y Rico, y no completa, en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 9 (1905) y 10 (1906); Cartas familiares y eruditas de Fray Luis Galiana a don Gregorio Mayans y Siscar, ed. de V. Castañeda, Madrid, Imprenta de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1923; Cartas de don Pedro Caro y Maza de Linaza, marqués de la Romana a don Gregorio Mayans y Siscar, ed. de A. Monzó, 1928; Inéditos de Gregorio Mayans y Siscar sobre el aprendizaje del Derecho, 1960, y Correspondencia de Gregorio Mayans y Siscar con Ignacio Jordán Asso del Río y Miguel de Manuel Rodríguez (1771-1780), que editó M. Peset Epistolario, 19 vols., que abarca médicos (entre otros Andrés Piquer), Burriel, M. Martí, Nebot, Pérez Bayer, Blas Jover, Juan Andrés, Cerdá y Rico, J. B. Muñoz, el canónigo J. B. Hermán, Martínez Pingarrón [...], y que continúa en curso. La edición ha sido preparada por V. Peset (1), A. Mestre (9), M. y J. L. Peset (1), Pere Molas (2), A. Alemany (1), V. León (2), P. Pérez García (3, en colaboración con A. Mestre); Epistolario de G. Mayans y el barón Schönberg, ed. de S. Aleixos y A. Mestre, Valencia, Departamento de Historia Moderna, Universitat de València, 2002. Bibl.: M. Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, Madrid, Imprenta de F. Maroto, 1880-1882, 3 vols.; Historia de las ideas estéticas, Madrid, Imprenta de A. Pérez Dubrull, 1883-1891, 8 vols.; M. Morel-Fatio, “Un erudit espagnol au xviiie siècle: D. Gregorio Mayans y Siscar”, en Bulletin Hispanique, XVII, 3 (1915), págs. 157-226; F. Lázaro Carreter, Las ideas lingüísticas en España durante el siglo xviii, Madrid, Revista de Filología Española, 1949 (anejo XLVIII); A. Mestre Sanchis, Ilustración y reforma de la Iglesia. Pensamiento políticoreligioso de don Gregorio Mayans y Siscar (1699-1781), Valencia, Ayuntamiento de Oliva, 1968; Historia, fueros y actitudes políticas. Mayans y la historiografía del xviii, Valencia, Ayuntamiento de Oliva, 1970; V. Peset, Gregori Mayans i la cultura de la Il.lustració, Barcelona-Valencia, Curial, 1976; F. López, Juan Pablo Forner et la crise de la conscience espagnole au xviiie siécle, Bordeaux, Institut d’Études Ibériques et Ibéro-américaines de l’Université de Bordeaux, 1976; L. Gil Fernández, “Estudios preliminar”, en G. Mayans, Emmanuelis Martini, ecclesiae alonensis decani, vita, scriptore Gregorio Maiansio, generoso valentino, Valencia, Ayuntamiento de Oliva, 1977; A. Mestre Sanchis, El mundo intelectual de Mayans, Valencia, Ayuntamiento de Oliva, 1978; M. Ruiz Veintemilla, “La polémica entre don Gregorio Mayans y el Diario de los literatos”, en Revista de Literatura, XLI, 82 (1979), págs. 69-130; D. Abbot, “Mayans and the Emergence of a Modern Rhetoric”, en Dieciocho, 4 (1981), págs. 155-163; VV. AA., Mayans y la Ilustración. Simposio Internacional en el Bicentenario de Gregorio Mayans y Siscar, Valencia, Ayuntamiento de Oliva, 1981; A. Mestre Sanchis, Perfil biográfico de don Gregorio Mayans y Siscar (1699-1781), Valencia, Ayuntamiento de Oliva, 1981; R. Lapesa, “Sobre los Orígenes de la Lengua Española de Gregorio Mayans”, en Estudios lingüísticos, literarios y estilísticos, Valencia, Universidad, 1987, págs. XI-XX; A. Mestre Sanchis, Influjo europeo y herencia hispánica. Mayans y la ilustración valenciana, Valencia-Oliva, Diputación-Ayuntamiento, 1987; F. López, “De La Celestine au Quichotte. Histoire et poétique dans l’oeuvre de Mayans”, en Bulletin Hispanique, CX, 1-2 (1988), págs. 215-249; A. Mestre Sanchis, Mayans y la España de la Ilustración, Madrid, Instituto de España, Espasa Calpe, 1990; J. Pérez Magallón, En torno a las ideas literarias de Mayans, Alicante, Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 1991; P. Álvarez de Miranda, Palabras e ideas: el léxico de la Ilustración temprana en España (1680-1760), Madrid, Real Academia Española, 1992; M.ª J. Martínez Alcalde, Las ideas lingüísticas de Gregorio Mayans, Valencia, Ayuntamiento de Oliva, 1992; J. Pérez Magallón, “Introducción”, en G. Mayans y Siscar, Escritos literarios, Madrid, Taurus, 1994; A. Mestre Sanchis, Don Gregorio Mayans y Siscar, entre la erudición y la política, Valencia, Institución Alfons el Magnànim-Diputación de Valencia, 1999; (coord.), Actas del Congreso Internacional sobre Gregorio Mayans y Siscar, Oliva, Ayuntamiento, 1999; Mayans, proyectos y frustraciones, Oliva, Ayuntamiento, 2003; Mayans y Siscar y el pensamiento ilustrado español contra el absolutismo, León, Universidad, 2007.

 

El Colegio Mayor de San Bartolomé, también conocido antiguamente como Colegio Mayor de Anaya o Colegio Viejo, es un colegio mayor adscrito a la Universidad de Salamanca y ubicado en Salamanca (España).

Biblioteca:
Su biblioteca era sin duda una de las más ricas en la Salamanca del siglo XV. Se conservan varios inventarios de los libros (datados entre 1433 y 1440) en un manuscrito conservado actualmente en la Bibiothèque Nationale de Francia (Ms. esp. 524). Al extinguirse el colegio sus manuscritos se trasladaron hacia 1802 a la biblioteca particular del rey en Madrid y volvieron a Salamanca en 1954. De estos libros hizo inventario el obispo de Salamanca Antonio Tavira, del que se conservan varias copias en la Biblioteca Nacional de Madrid. En cuanto a los impresos, parece que también por esas fechas el director del Seminario de Nobles de Madrid viajó a Salamanca para seleccionar algunos libros de los colegios mayores, pues la biblioteca del seminario se había quemado (el inventario se encuentra en el Archivo Histórico Nacional, Univ., leg. 688). Como ocurre con otros colegios mayores, como los de Oviedo y del Arzobispo, no son frecuentes las marcas de posesión explícitas. La más habitual es un simple «Viejo», o «Colegio Viejo», aludiendo a su antigüedad (también se denominaba «viejo» el Colegio menor de Pan y Carbón, pero sus fondos se incorporaron al Real Seminario de San Carlos, en Salamanca, y actualmente forman parte de la colección de la Universidad Pontificia de Salamanca). En otras ocasiones el nombre del colegio aparece más explícitamente:
«Es de la librería del colejio viejo, de S. Bartolome, mayor de Salamanca» (BG/2741).

 

El Colegio Mayor de Cuenca era uno de los seis colegios mayores españoles clásicos, y uno de los cuatro de Salamanca (el segundo por antigüedad, tras el de San Bartolomé).
Fundado en 1500 por el obispo de Málaga, Diego Ramírez de Fuenleal (o de Villaescusa) (1459-1537), natural de Villaescusa de Haro, Cuenca, y antiguo colegial del San Bartolomé de Salamanca. 

 


Diego Sarmiento de Acuña, I conde de Gondomar y señor de las Villas y Casa de Gondomar (Astorga, 1 de noviembre de 1567 - Haro, 2 de octubre de 1626) fue un noble y diplomático español, caballero de la orden de Calatrava, y embajador de España en Inglaterra entre 1613 y 1622.
Fue el más avisado y experto embajador español de la Edad Moderna, merecedor de epítetos como el "Embajador de España" y el "Maquiavelo español". Amigo personal de Jacobo I de Inglaterra, tuvo un papel muy destacado en la política inglesa del período, en especial en el mantenimiento de la paz entre Inglaterra y España, liderando la facción católica y pro-española de la Corte inglesa.

Bibliofilo.

El conde de Gondomar fue un reconocido bibliófilo, que reunió una rica y variada colección de libros manuscritos e impresos. Su pasión por los libros y su reconocida erudición lo llevaron a buscar y seleccionar los más variados ejemplares para su biblioteca, que llegó a ser una de las más célebres de su época. En comparación con otras bibliotecas de los siglos XVI y XVII, la suya era principesca. En la Biblioteca Nacional se conserva el inventario que hizo uno de sus bibliotecarios en 1623 (ed. Manso, 1996). Entonces la biblioteca contaba con unos seis mil quinientos cuerpos o volúmenes.
El recuento es aproximado según los criterios que se empleen. Así, Michel y Ahijado estimaron unos siete mil trescientos volúmenes. En esa fecha había más fondos en Gondomar y Madrid. En 1775 la biblioteca de los condes de Gondomar ascendía a 8174 volúmenes. Las cifras son elevadas en relación con las de otras grandes bibliotecas nobiliarias de la época. La del conde-duque de Olivares, una de las más famosas por la calidad y el valor de sus obras, tenía dos mil setecientos impresos y mil cuatrocientos manuscritos. La biblioteca del conde de Gondomar fue comprada a finales de 1805 por Carlos IV y, al año siguiente, pasó a engrosar los fondos de la llamada biblioteca particular de Su Majestad, que contaba con excelentes joyas literarias.
La mayor parte de los fondos manuscritos e impresos hoy se custodian en la Real Biblioteca, en la Biblioteca Nacional, en la Real Academia de la Historia, en el Archivo Histórico Nacional, en el Archivo del Reino de Galicia, en el Archivo Provincial de Valladolid y en algunas bibliotecas y archivos privados como el de Malpica y el de la Casa de Alba. Gondomar coleccionó documentos relativos a su vida y a su casa, alcanzando fama entre los genealogistas de su tiempo, figurando su genealogía y su biografía en nobiliarios e historias. Su condición de erudito y bibliófilo le llevó a reunir su correspondencia y encuadernarla formando libros por orden cronológico para guardarla en las estanterías de su biblioteca de la Casa del Sol (sólo la Real Biblioteca conserva unas treinta mil cartas). Su personalidad es una de las mejor documentadas de su tiempo por la riqueza de correspondencia privada y oficial y por los papeles de los Consejos en los que quedaron reflejadas sus actuaciones. Sus valiosos manuscritos preservan la memoria de la Monarquía: los epistolarios de los Acuña y Londoño, de Luis de Requesens, del cardenal Granvela, etc.

 

José Celestino Bruno Mutis y Bosio (Cádiz, España, 6 de abril de 1732-Santafé de Bogotá, Virreinato de Nueva Granada, 11 de septiembre de 1808) fue un sacerdote, botánico, geógrafo, matemático, médico y docente español de la Universidad del Rosario, en Santafé de Bogotá, universidad donde actualmente reposan sus restos. Es uno de los principales autores de la Escuela Universalista Española del siglo XVIII.

 La recopilación de vocabularios, hoy en la Real Biblioteca Gracias a la emperatriz Catalina la Grande de Rusia se llevó a cabo la recopilación de vocabularios y gramáticas indígenas que realizó Mutis. La zarina quería un gran diccionario de todas las lenguas conocidas, que llegó a hacerse, y se dirigió a Carlos III para que le facilitara gramáticas y vocabularios de las lenguas americanas. Accedió el soberano y se expidieron Reales órdenes a los virreyes y gobernadores de Indias para que remitieran a la corte las que pudieran allegarse. En Nueva Granada, concretamente en Bogotá, se le confió la misión al Padre Mutis, auxiliado por sus fieles Diego de Ugalde, canónigo, y Anselmo Álvarez, presbítero. El cosmógrafo de Indias Juan Bautista Muñoz dejó una relación de los papeles de idiomas de indios que reunieron (RAH, ms. 9/4855, ff. 77-79v). Gracias a ellos se recopilaron las gramáticas chibcha, mosca y saliba y el diccionario de lengua achagua. Tras esta labor, Carlos III, consciente de su valor, no los remitió a Rusia y ordenó su ingreso en su Librería de Cámara mediante Real Orden de 13 de noviembre de 1787. En 1928 se publicó su catálogo bajo el título de Lenguas de América, ya que en la colección se encuentran más de los mencionados, escritos por otras personas y que Mutis reunió, considerando que un vocabulario debía constar de por lo menos cien palabras. Son diecinueve los volúmenes con vocabularios y gramáticas, escuetos de extensión y en tamaño octavo y doceavo principalmente, que entraron en la Real Biblioteca9​ en febrero de 1789. Van del manuscrito II/2910 al II/2929 y algunos son copia, de hecho, el primer volumen lo es y se fecha la copia tras la Real Orden indicada, es el Arte y vocabulario de la lengua achagua, que es de los jesuitas Alonso de Neira y Juan Ribero, siendo trasuntado en 1762. En realidad se formó bastante antes pues Neira murió en 1703 y Ribero en 1736. El segundo y tercer volumen forma el Vocabulario andaqui-español, el cuarto es un Vocavolario para la lengua arauca, datado en 1765, el quinto es un Vocabulario de español a caribe, fechado en 1774 y del franciscano Martín de Taradell, el sexto y séptimo es otro vocabulario en lengua ceona, que se copió como consta en julio de 1788, el octavo y noveno se forman con voces del idioma guama, copiados en Bogotá en diciembre de 1788, el noveno volumen es un Cathesismo en guaraní y castellano, y que se fecha en Corrientes en octubre de 1789; el décimo es un vocabulario en guarauno e incluye un arte de confesar guaraunos, el undécimo es un Breve compendio de lengua pariagoto, el duodécimo es una gramática, confesionario y vocabulario en lengua mosca, los dos siguientes son otro vocabulario en mosca, de 1612 pero en copia del XVIII, el II/2925 y 2926 son voces castellanas en lengua motilona, hecho por el capuchino Francisco Javier de Alfaro, siendo copiados asimismo en julio de 1788. El siguiente es una copia sacada en diciembre de ese año por fray Jerónimo José de Lucena de tres vocabularios en lengua otomaca, taparita y yarura. Los dos últimos de la colección, por fin, los manuscritos II/2928-29 son un catecismo de la lengua de la provincia de Páez, en el idioma de la nación murciélaga o huaque, sacados en julio de 1788.

Algunos son originales pero la mayoría son copia de otros originales, muchos de los cuales se han perdido o no existen otros testimonios escritos, por lo que adquieren la relevancia de originales. Son, en conjunto, un verdadero tesoro dentro de los fondos americanistas de la Real Biblioteca y un ejemplo del interés hispano por preservar para el futuro uno de los elementos capitales de las culturas indígenas, su lengua.



 



Itsukushima Shrine.


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