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viernes, 6 de julio de 2012

96.-Homero, la Iliada y la Odisea.-a

Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma; Katherine Alejandra Del Carmen  Lafoy Guzmán; 

  

Homero
anllela camila  hormazabal moya

Homero.

(Siglo VIII a.C.) Poeta griego al que se atribuye la autoría de la Ilíada y la Odisea, los dos grandes poemas épicos de la antigua Grecia. En palabras de Hegel, Homero es «el elemento en el que vive el mundo griego como el hombre vive en el aire». Admirado, imitado y citado por todos los poetas, filósofos y artistas griegos que le siguieron, es el poeta por antonomasia de la literatura clásica, a pesar de lo cual la biografía de Homero aparece rodeada del más profundo misterio, hasta el punto de que su propia existencia histórica ha sido puesta en tela de juicio.


Las más antiguas noticias sobre Homero sitúan su nacimiento en Quíos, aunque ya desde la Antigüedad fueron siete las ciudades que se disputaron ser su patria: Colofón, Cumas, Pilos, Ítaca, Argos, Atenas, Esmirna y la ya mencionada Quíos. Para Simónides de Amorgos y Píndaro, sólo las dos últimas podían reclamar el honor de ser su cuna.
Aunque son varias las vidas de Homero que han llegado hasta nosotros, su contenido, incluida la famosa ceguera del poeta, es legendario y novelesco. La más antigua, atribuida sin fundamento a Herodoto, data del siglo V a.C. En ella, Homero es presentado como el hijo de una huérfana seducida, de nombre Creteidas, que le dio a luz en Esmirna. Conocido como Melesígenes, pronto destacó por sus cualidades artísticas, iniciando una vida bohemia. Una enfermedad lo dejó ciego, y desde entonces pasó a llamarse Homero. La muerte, siempre según el seudo Herodoto, sorprendió a Homero en Íos, en el curso de un viaje a Atenas.
Los problemas que plantea Homero cristalizaron a partir del siglo XVII en la llamada «cuestión homérica», iniciada por François Hédelin, abate de Aubignac, quien sostenía que los dos grandes poemas a él atribuidos, la Ilíada y la Odisea, eran fruto del ensamblaje de obras de distinta procedencia, lo que explicaría las numerosas incongruencias que contienen. Sus tesis fueron seguidas por filólogos como Friedrich August Wolf. El debate entre los partidarios de la corriente analítica y los unitaristas, que defienden la paternidad homérica de los poemas, sigue en la actualidad abierto.

La obra de Homero.

La iconografía grecorromana ha consagrado el noble rostro barbado de un anciano ciego como el de Homero. Esta es la imagen que ha atribuido la tradición al poeta que escribió la Ilíada y la Odisea, los dos poemas épicos con que se inaugura la literatura griega y la occidental y cuyo vigor lírico y narrativo permanece fresco desde hace miles de años. Su nombre y sus obras han alcanzado la gloria y alimentado mitos, narraciones y leyendas a través de los siglos, sin que hayan perdido su fuerza original.
La mayor parte de la literatura griega se nutrió del inmenso caudal de leyendas y tradiciones que desde tiempos remotos se transmitía oralmente de generación en generación. También la poesía épica se transmitía oralmente en sus orígenes: un aedo o un rapsoda la cantaba o recitaba de memoria ante un público que desconocía la escritura. Los aedos eran músicos ambulantes que cantaban poemas épicos acompañándose con instrumentos de cuerda; los rapsodas recitaban sin cantar, llevando el ritmo con los golpes de un bastón.
La perfección y la calidad de la Ilíada y la Odisea, considerados obras maestras de la literatura occidental, sólo se explica por la existencia de toda una tradición previa sobre la Guerra de Troya que aedos y rapsodas fueron elaborando y refinando durante siglos y que culmina en los grandiosos poemas homéricos. A pesar de que Homero se sirve de los procedimientos de la tradición oral, es indudable que en ambos poemas hay un propósito poético, un plan y una estructura que revela la actividad de un poeta consciente de su arte.

La naturaleza oral del estilo de la Ilíada y la Odisea es indudable. Esta certidumbre se debe a la repetición cada cierto tiempo de unas determinadas fórmulas ("la Aurora de dedos rosados", "Aquiles, el de los pies ligeros"), siempre en las mismas condiciones métricas. Después de un largo período de transmisión oral, el texto se habría fijado en su forma definitiva en Atenas durante el siglo VI a.C., por iniciativa del tirano Pisístrato.
En sus poemas, Homero no trazó una historia completa de la Guerra de Troya (que conocemos por otros fuentes), sino que escogió dos episodios de la leyenda troyana para recrearlos. Así, en la Ilíada se narra el último año de la Guerra de Troya, aunque el episodio central sea la disputa entre dos héroes griegos: Aquiles y Agamenón. La Odisea, que parece ser la más moderna de las dos composiciones atribuidas a Homero, relata las aventuras y penalidades de Ulises (héroe que desempeña un papel secundario en la Ilíada) en el viaje de regreso desde Troya hasta su patria, Ítaca, y el castigo que inflige a los pretendientes de su esposa, Penélope, que le creían muerto.
Homero fue el poeta más admirado de la Antigüedad. Sus obras transmitían conocimientos y enseñanzas relativas a variados aspectos (estratégicos y militares; los astros y el firmamento; cuestiones morales y comportamientos de los seres humanos; las relaciones de los dioses con los hombres) y dieron la forma considerada canónica de la genealogía de los héroes y dioses griegos. Por todo ello sirvió de referencia cultural y religiosa para las generaciones posteriores.

La Ilíada

La Ilíada relata el décimo año de la Guerra de Troya (o de Ilión, nombre griego de la ciudad, de donde procede el título de Ilíada). Su núcleo argumental es la célebre Cólera de Aquiles. El héroe griego Aquiles ha sido despojado de su esclava Briseida por Agamenón, jefe del ejército aliado griego que tiene sitiada la ciudad de Troya para rescatar a Helena. A causa de esta decisión injusta, Aquiles se enemista con Agamenón y resuelve no participar más en los combates.
Gracias a su ausencia y a otros sucesos, los troyanos, liderados por Héctor, consiguen importantes victorias, y aunque el mismo Agamenón se humilla y le pide que regrese a la lucha, Aquiles se niega. Será precisa la muerte de Patroclo, su mejor amigo, a manos del héroe troyano Héctor (hijo de Príamo, rey de Troya), para que Aquiles deponga su actitud. Aquiles jura vengar a Patroclo, se lanza ferozmente a la lucha y vence a Héctor. Su furia parece irrefrenable: ata a su carro por los pies el cadáver de Héctor y lo arrastra con la cabeza por el polvo alrededor de la tumba de Patroclo.

Después, frente a las súplicas del padre de Héctor, Príamo, se despierta su compasión y accede a devolverle el cadáver de su hijo. La obra termina con los funerales que se celebran en honor de Patroclo y Héctor. A este argumento humano, digamos, es preciso añadir la intervención de los antropomórficos dioses griegos, que, movidos por pasiones e intereses similares a los de los hombres, participan en la acción, favoreciendo o perjudicando a personajes de uno y otro bando.
La Ilíada consta de 15.693 versos agrupados en 24 cantos. El Canto I comienza con la cólera de Aquiles. Es posible que los Cantos II-XI sean interpolaciones de otros poetas, pues se apartan del núcleo narrativo principal. Hoy se cree que el propio Homero los intercaló deliberadamente para crear un efecto de retardación, técnica que también se emplea en la Odisea. En los cantos XII-XXIV se vuelve al tema de principal y la acción se precipita rápidamente hacia el desenlace. La narración en tercera persona se combina con los diálogos entre los personajes. Los antecedentes y consecuencias de la guerra y el origen y destino de los personajes se dan por sabidos; porque, efectivamente, el público al que se dirigía el poema conocía perfectamente la historia completa de la Guerra de Troya.
Como ya señaló Aristóteles en su Poética, uno de los grandes aciertos de Homero en la Ilíada fue precisamente no contar toda la Guerra de Troya, sino concentrar la atención del relato sobre un elemento determinado: la cólera de Aquiles. La sucesión de violentas emociones por las que pasa el ánimo del héroe (cólera, amistad, odio, sed de venganza, compasión) constituye el motor de la acción. En realidad la Ilíada, aun siendo un poema heroico, es también y sobre todo un drama. Lo que domina en él, por encima del heroísmo y la violencia, es la humanidad que trasluce. En los dos últimos cantos (funerales de Patroclo y de Héctor), prevalecen la piedad y la compasión. No hay vencedores ni vencidos: hay un duelo por los muertos.

La Odisea

Frente a la Ilíada, calificada siempre de epopeya guerrera, se considera a la Odisea (de Odiseo, nombre griego de Ulises) como una narración de aventuras marinas. Un poco más breve (12.110 versos en 24 cantos), relata el difícil regreso de Ulises desde Troya hasta su patria, Ítaca.
La Ilíada es una narración lineal; la Odisea, en cambio, presenta una compleja y original organización temporal, que sería muy imitada. Pueden apreciarse claramente tres partes. Los cantos I-IV son conocidos como La Telemaquia y relatan las investigaciones que efectúa Télemaco sobre el paradero de su padre, Ulises. Asimismo se presenta la situación de Penélope, la fiel esposa de Ulises, asediada por los pretendientes que pretenden casarse con ella para apoderarse del reino.
Desde el canto V al XII (segunda parte) se cuentan las últimas aventuras de Ulises. Se hallaba retenido en la Isla de Ogigia por la ninfa Calipso, la cual, por orden del dios Hermes, le permite marchar. Ulises construye una barca y llega al País de los Feacios, donde es recogido por Nausica, hija del rey, que lo conduce al Palacio. El rey Alcínoo lo acoge hospitalariamente y le proporciona un barco con el que Ulises logrará llegar a Ítaca.

El viaje de Ulises.

Dentro de este apartado, en los cantos IX-XII Ulises relata a los feacios, en el transcurso de una cena, todas sus aventuras desde que partió de Troya hasta llegar a la Isla de Ogigia. Estos cantos constituyen por lo tanto una analepsis, o en terminología moderna tomada del cine, un flashback. Por ello se dice que la ordenación temporal de la obra es del tipo in media res, es decir, empieza por el medio, relata luego los antecedentes (creando así un efecto de retardación) y continúa hasta el final.
Estas dos primeras partes confluyen en la tercera, que relata la venganza. Ulises desembarca en Ítaca y se reúne con su hijo Telémaco. Ambos trazan un plan para eliminar a los pretendientes. Ulises, disfrazado de mendigo, vence en un concurso de tiro con arco que había convocado Penélope para escoger marido, y a continuación se da a conocer y mata a los pretendientes. Y, finalmente, tiene lugar el feliz reconocimiento de Penélope y Ulises (cantos XIII-XXIV).
En la Ilíada encontramos personajes heroicos, que se guían por su valor militar y su sentido del honor, sin que sea posible decantarse por ninguno de ellos, ni establecer culpables ni inocentes. En la Odisea, en cambio, vemos claramente un protagonista, Ulises, que se enfrenta a otros personajes caracterizados negativamente: los pretendientes.
Las cualidades de Ulises son básicamente dos: la inteligencia, que le permite sortear los peligros y salir vencedor en todas las situaciones, y la humanidad, que se percibe en su amor a su familia y la nostalgia por su patria. Pero ya no es un héroe militar, sino un hombre que lucha por su vida y su familia. Y puede usar engaños y trucos para lograr sus objetivos, lo cual lo distancia de la ética heroica y militar de la Ilíada. De Penélope destaca su ya proverbial fidelidad, y en Telémaco se advierte cómo la situación de Ítaca lo curte y lo va haciendo un hombre. Los pretendientes, en cambio, son un compendio de defectos. Orgullosos y egoístas, sólo buscan apoderarse de las riquezas del reino de Ulises.

El estilo de ambos poemas se caracteriza por el uso de fórmulas épicas y comparaciones. Las fórmulas épicas son repeticiones de expresiones, versos o grupos de versos. Héroes y dioses, por ejemplo, suelen ser siempre descritos con la misma expresión: se habla entonces de epítetos épicos. Y del mismo modo, el poeta suele emplear las mismas expresiones o incluso los mismos grupos de versos para describir el amanecer, la preparación de un banquete, la muerte de un combatiente, el lanzamiento de las flechas o las picas, etc.
Durante mucho tiempo se pensó que ello era una falta del poema, y por esta razón se consideraban superiores poemas épicos como la Eneida de Virgilio. Sin embargo, el uso de fórmulas épicas es característico de la poesía épica oral de todas las épocas y países: facilita la memorización al recitador y sirve como recurso para rellenar el verso manteniendo su métrica (las fórmulas siempre cumplen los requisitos rítmicos del hexámetro) o cubrir olvidos. Las comparaciones son también abundantes y a menudo extensas. Por otra parte, las diferencias entre la Ilíada y la Odisea en materia de lengua y estilo son notables. En la Odisea, por ejemplo, se observa una mayor sensibilidad hacia el paisaje, que se materializa en frecuentes descripciones.

La cuestión homérica.

La concepción de la Odisea por Aristóteles como un trabajo de la vejez de Homero no es para nada imposible según la crítica actual; y si la Ilíada es el más temprano de ambos poemas (como parece probable por su estructura más simple y por la mayor frecuencia en la Odisea de formas lingüísticas relativamente tardías), la Odisea podría haberse creado siguiendo el mismo modelo de composición monumental que estableció la Ilíada. Como ambas epopeyas difieren no sólo en su construcción sino en varios otros detalles, no resulta inverosímil considerarlas obra una de la madurez y la otra de la vejez del poeta, como señalaron algunos eruditos en la Antigüedad.
Pero también es aceptable, sostienen otros, la propuesta de ciertos gramáticos alejandrinos, los llamados corizontes (separatistas) que atribuyen la Odisea a otro poeta, el cual, siguiendo el modelo homérico de la Ilíada, habría compuesto esta obra alrededor del año 700 a.C. La llamada "cuestión homérica" adquirió gran importancia con la escuela alemana, en los trabajos analíticos de Fiedrich August Wolf (1795), de Karl Lachmann (1837), de Gotfried Hermann y de numerosos continuadores que negaban, por diferentes razones, la existencia histórica de la figura de Homero, o bien le reconocían, a lo sumo, una modesta intervención como compilador. Bajo la óptica histórico-filológica todo aparecía anónimo y Homero sólo era un nombre. La crítica moderna rectificó esta perspectiva volviendo a considerar la muy probable existencia de un único y extraordinario poeta, sin que por ello pueda hablarse de unanimidad en las innumerables cuestiones que suscita el problema de la autoría.

El fondo histórico

No es frecuente encontrar en la historia de las civilizaciones que una de ellas se inicie, en el terreno literario, de forma tan brillante como la civilización griega. Hoy día se sabe la razón de ello: los dos poemas atribuidos a Homero, la Ilíada y la Odisea, hunden sus raíces en el mundo micénico, en esa cultura griega del II milenio a.C. Los poemas de Homero no reflejan ninguna civilización real, pero en ellos hay indudables vestigios de una sociedad y de unos acontecimientos que, aunque idealizados, encierran un núcleo de verdad histórica. Así, más que el inicio de la cultura literaria griega, Homero fue la culminación del mundo griego del II milenio a.C. Es evidente que la civilización micénica o aquea produjo, entre otras formas de expresión artística, epopeyas que, transmitidas por tradición oral, fueron el núcleo a partir del cual los poetas jónicos crearon la Ilíada y la Odisea.
La ciudad de Troya o Ilión se encontraba situada en la parte asiática del Helesponto y controlaba todo el comercio de la zona al ser ruta obligada en el paso de los Dardanelos. El enfrentamiento armado conocido como Guerra de Troya, de claro carácter comercial, pudo haber sido el último esfuerzo del mundo micénico, en franca decadencia, contra un poder extranjero. Sin embargo, en el relato homérico, la guerra fue entablada por los aqueos, dirigidos por el rey de Micenas, Agamenón, con la intención de rescatar a Helena, esposa de su hermano Menelao y la mujer más hermosa del mundo, que había sido raptada por el príncipe troyano Paris. El sitio se prolongó durante diez años; la Ilíada narra únicamente una parte del décimo año.
Tras la muerte de Aquiles, herido en el talón por Paris, la guerra concluyó gracias a la estratagema ideada por Ulises, quien construyó un caballo de madera para introducirlo en la ciudad de Troya con los más valientes de entre los griegos en su vientre. La ciudad fue saqueada, incendiada y reducida a cenizas. La Odisea es el relato del regreso de Ulises, y su mundo es distinto al de la Ilíada; el poema parece más tardío e idealiza la experiencia de la colonización griega a lo largo del Mediterráneo.

Durante mucho tiempo se creyó que las historias de la Guerra de Troya no eran más que mitos y leyendas creadas o transmitidas por Homero. Pero en el siglo XIX, el joven alemán Heinrich Schliemann se sintió tan fascinado por la lectura de la Ilíada y la Odisea que, convencido de que tenían una base real, se propuso descubrir la antigua Troya.
Se dedicó a los negocios y trabajó duramente para conseguir el dinero para las excavaciones, al tiempo que estudiaba arqueología y lenguas antiguas para adquirir los conocimientos necesarios. Finalmente, con cuarenta y ocho años y dueño de una fortuna, Schliemann se estableció en una aldea de Turquía cerca de la cual supuso que debían hallarse los restos de la ciudad. Inició las excavaciones en la colina de Hissarlik y poco después descubrió no una, sino seis ciudades superpuestas. Hubo que rendirse a la evidencia: un arqueólogo aficionado había descubierto Troya.
Entre los muchos tesoros que encontró, el más famoso es una máscara de oro, a la que Schliemann llamó la Máscara de Agamenón (sin ningún fundamento, obviamente). No contento con ello, viajó por la Grecia continental y descubrió nada menos que la antigua Micenas. La muerte le sobrevino antes de poder establecer cuál de los distintos niveles encontrados en Troya correspondía a la ciudad del relato homérico. Algunos de sus colaboradores propusieron que la Troya homérica coincidía con los niveles VI o VIIa. Este último ofrecía evidencias de haber sido destruido por un incendio en una fecha próxima al año 1250 a.C.

Gracias a los descubrimientos de Schliemann sabemos hoy de la existencia de la llamada civilización micénica. Ésta se desarrolló entre los siglos XVIII y XI antes de Cristo, y se extendió por toda la Grecia continental, las islas y Creta. Era una civilización avanzada, que conocía la escritura (se encontraron inscripciones con nombres de algunos dioses y héroes de la Ilíada), y lo suficientemente poderosa para medirse con los egipcios y los hititas.
Es casi seguro que, hacia el año 1200 antes de Cristo, las ansias expansionistas de la civilización micénica toparon con Troya. Troya, por su poder y su situación estratégica, controlaba las ricas rutas comerciales entre el Mediterráneo y Mar Negro. Al dominar los estrechos que unían ambos mares, los troyanos podían comerciar libremente e imponer elevados peajes a los barcos extranjeros, lo cual aseguraba su prosperidad. Los intereses comerciales provocarían, por lo tanto, numerosos enfrentamientos entre Micenas y Troya.
Con toda probabilidad, pues, la Ilíada nos habla de unas civilizaciones y de unos conflictos que verdaderamente existieron, y que, al cabo de varios siglos, eran aún conocidos por transmisión oral. Tanto la Ilíada como la Odisea reflejan en tono épico las gloriosas hazañas de un pasado poblado de héroes, pero a la vez, aunque sin aludir a un periodo histórico claramente identificable, encierran un núcleo de verdad histórica: la expansión micénica por Oriente y la colonización griega.



  

¿Fue realmente Homero el creador de la Ilíada y la Odisea tal y como las conocemos? 
¿Son la Ilíada y la Odisea los únicos poemas épicos que hubo en la antigua Grecia?

 En caso de que hubiera más, ¿eran también de Homero? Hace décadas que los especialistas buscan respuesta a estas incógnitas. No podemos asegurar nada con total certeza. Esto es lo que llamamos “la cuestión homérica” desde que, hace ya casi un siglo, se empezara a dudar de la existencia de Homero como autor de los poemas épicos.
Sin embargo, para los antiguos, Homero había sido su autor. No les cabía ninguna duda. Siete pequeñas obras biográficas, aparte de otras bizantinas, y la que conocemos con el título del Certamen de Homero y Hesíodo, pertenecientes todas ellas a la Antigüedad tardía, ofrecen datos sobre su supuesta vida, tomados a su vez de obras anteriores, hoy perdidas. Hablan acerca de su lugar de nacimiento, de dónde murió y de sus viajes por distintas ciudades griegas, sobre todo de la costa jonia, hoy Turquía.

El uso de fórmulas repetitivas.

Sabemos que tanto la Ilíada como la Odisea circularon de manera oral quizá durante siglos en distintas versiones antes de convertirse en un texto escrito definitivo. 

¿Cómo es posible que un poema escrito por un supuesto único autor tuviera tal cantidad de variantes hasta su puesta por escrito? 

¿A qué se deben las incongruencias argumentales? 

Milmam Parry y, a su muerte, Albert B. Lord, buscaron las raíces de estos poemas comparándolos con la tradición oral épica de la antigua Yugoslavia. Esta sigue aún viva. Vieron que, en la composición y transmisión de los poemas, la formularidad era un elemento esencial.

¿En qué consiste dicha técnica? 

Cuando leemos la Ilíada o la Odisea, observamos que determinados epítetos se repiten constantemente. De este modo, Agamenón es “soberano de hombres”, la Aurora “de dedos rosados”, Aquiles “de pies ligeros”, Néstor “de meliflua voz”, etc. Esto es lo que consideramos fórmulas y nuestros poemas están plagados de ellas.

Se observó que el cantor podía cubrir con ellas diferentes secciones de los hexámetros, el verso heroico griego. Comprendieron que este sistema de composición pertenecía a un repertorio improvisado por cantores profesionales, que en la antigua Grecia se llamaban aedos (en la épica serbocroata se denominan guslaris). Sus composiciones tienen una forma lingüística y métrica concretas y son constantemente introducidas en la composición a medida que se iba improvisando para mantener en la memoria el pasado heroico.

Una biografía inconsistente

El uso continuo de estas fórmulas en la Ilíada y la Odisea planteaba dudas sobre la existencia de un único autor de los poemas. Al mismo tiempo, se pudo probar la inconsistencia de los datos biográficos, que sólo ponían en evidencia nuestra absoluta ignorancia acerca de Homero. Hoy se tiende a considerar su nombre desde la tradición mítica, al igual que otros famosos cantores de la Antigüedad griega, como Orfeo, Museo, Arión, etc. Homero representa la tradición oral, transmitida de generación en generación, de una manera de componer la épica por los aedos, que se acompañaban de la forminge, un instrumento de cuerda.
Además del uso de fórmulas, y de la poca fiabilidad de los supuestos datos biográficos, hay más características que indican más de un único autor. Por ejemplo: la lengua de los poemas no es uniforme. Si el poeta era jonio, ¿por qué encontramos abundantes rasgos de otros dialectos griegos antiguos? 
Además del jonio, hay elementos de origen eolio o ateniense. Incluso algunos son de un dialecto conocido como arcadiochipriota, posiblemente de tradición micénica.

Ausencia de rasgos dorios

Misteriosamente, los poemas no tienen rasgos dorios, un dialecto crucial en la literatura posterior a Homero, que buscó sus argumentos en los poemas épicos, (por ejemplo, en la tragedia ática). Esto plantea problemas: en primer lugar, porque si hay una supuesta tradición épica micénica, no se explica que los aqueos, continuadores de la cultura micénica en el continente, la perdieran tras la caída de los palacios micénicos hacia el 1200 AEC; y, en segundo lugar, porque si dicha tradición épica es posterior a la desaparición de la cultura micénica, los poemas deberían tener rasgos de la lengua doria.
Aquí es cuando Atenas y sus tiranos, especialmente Pisístrato, entran en la historia de nuestros poemas. Entre el 546 y el 514 AEC, Atenas vivió un momento de gran auge económico y, consecuentemente, cultural. Es el momento de reorganización de las Grandes Panateneas. También entonces nace el teatro, en el 534. 
Sus gobernantes quisieron mostrar al resto del mundo heleno la nueva potencia de esta pólis. Las distintas variantes de la Ilíada y la Odisea que circulaban se pusieron por escrito en una única versión, que es en gran medida la que ha llegado a nosotros. La conocemos como la redacción pisistrática. Era obligatorio cantarla y/o recitarla durante varias jornadas en los festivales atenienses.

Los otros “Homeros”

¿Qué sucede, entonces, con los demás ciclos épicos que se le atribuían? 

Los antiguos pensaban que Homero también había sido el autor de la Tebaida, de los Himnos, del Margites, de los Nostoi, los Cypria, etc. La investigación actual rechaza plenamente esta posibilidad. Conocemos los nombres de unos cuantos compositores épicos: en zona eolia, Lesques de Lesbos y Hesíodo y Quersias de Beocia; también a Estásimo y Hegesias de Chipre, a Eugamón de Cirene y a los áticos Hegesino y Onomácrito, además de diez jonios. De todos ellos, sólo Hesíodo habla de sí mismo como autor de sus obras, la Teogonía y Los trabajos y los días.

En resumen, no sabemos cuándo tomaron su forma definitiva la Ilíada y la Odisea. No obstante, la redacción pisistrática es la teoría más consistente debido a los novedosos rasgos atenienses de los poemas. Además de la inclusión de aticismos en los poemas, a partir del 520 AEC proliferan los vasos áticos con motivos homéricos, cuando antes no habían sido tan frecuentes, y la incineración de cadáveres, que aparece en los poemas, se practica en Atenas desde el 464 AEC.

Ello nos lleva a pensar que esta tradición oral culminó en una puesta por escrito ateniense a cargo de los tiranos de la pólis. Su fin es claro: una útil propaganda del nuevo poder adquirido. Por todo ello, Homero no puede ser considerado su autor, en el sentido moderno de la palabra, aunque ello no afecta a la calidad de las dos primeras obras de la literatura griega, patrimonio de todos nosotros.


  

El estilo poético de Homero.


Cualquiera que haya abierto alguna vez la Odisea o la Ilíada conocerá la existencia de numerosos obstáculos que dificultan la lectura. Habrá experimentado cómo sus expectativas lectoras eran burladas una y otra vez, y cómo sus categorías estéticas más elementales se mostraban impotentes para lidiar con esos grandes y viejos poemas. En las obras de Homero se repiten muchas veces los mismos versos y hay numerosas interrupciones que contrarían nuestra exigencia de unidad y coherencia narrativa.
La Ilíada relata la ira y ausencia de Aquiles del combate de los aqueos contra Troya. La Odisea, por su parte, detalla las vicisitudes del retorno de Odiseo, responsable de la caída de Troya, a su lugar de origen, la isla de Ítaca.
La lectura de ambos poemas pide abandonar la costumbre de imponer categorías y expectativas modernas a los textos griegos antiguos. También reclama que se aprecien uno por uno los rasgos de estilo poético sin los cuales Homero no sería Homero. Y por “Homero” entendemos la figura o figuras que, alrededor de finales del siglo VIII a. e. c., compusieron mediante la escritura dos grandes poemas enraizados en una larguísima tradición oral. Sea cual fuera su autoría y proceso de composición, lo cierto es que la Ilíada y la Odisea poseen rasgos formales comunes y un estilo único.
Los poemas homéricos son inconfundibles: expansivos, parsimoniosos, ociosos incluso. Homero siempre tiene tiempo, no se aburre nunca. Son también poemas sumamente atentos, cuidadosos, perceptivos: se fijan en los detalles hasta el agotamiento.
Nos parece que están llenos de digresiones superfluas, listas interminables de nombres y lugares, reduplicaciones gratuitas y repeticiones enervantes. Pero esto, más que derrotarnos, debiera estimularnos.
¿Qué visión del mundo se expresa en este estilo redundante, tranquilo y moroso? ¿Por qué es capaz de admirarlo todo –una fuente, un cetro, un muslo ensangrentado– con ese extremo placer y esa intensa atención?

Adjetivos y digresiones

Característico del estilo homérico es el uso de combinaciones formulares de nombres y adjetivos, por ejemplo: “Afrodita la dorada”, “hombres comedores de pan”, “cabezas sin vida de los muertos”. Estas combinaciones son una marca de la composición poética oral improvisada, y su función estética resume el significado general del estilo de Homero.
Los epítetos formulares nos obligan a dedicar nuestra atención a aquello que modifican. No adjetivan de forma caprichosa, sino descubriendo la esencia diferencial, la verdad fundamental: la tierra es “la que a tantos alimenta”; los ancianos son “los que mucho han soportado”, etc.
Este rasgo se amplía en las digresiones a propósito de objetos o guerreros, a menudo personajes que se presentan una sola vez en el poema y lo hacen para morir. En la Ilíada los hombres no desaparecen en el anonimato total. Es su último momento y el poeta escribe su epitafio:
 “Eneas mató a Medón, el hijo bastardo de Oileo, exiliado de su patria por doble asesinato”. 
No era un guerrero menor ni un hombre cualquiera. Era un ser único, por eso la atención y el homenaje.

Jarrón que muestra a Aquiles al acecho de Troilos.

Las digresiones más famosas son probablemente la descripción del escudo de Aquiles en la Ilíada y la historia de la cicatriz de Odiseo en la Odisea, que Erich Auerbach hizo célebre en su obra Mímesis. No son rellenos superfluos ni tienen mero valor ornamental. Son parte esencial de la figura del poema.
Aquiles necesita un nuevo escudo para volver al campo de batalla y vengar la muerte de Patroclo, su amigo irreemplazable, y el dios Hefesto le forja el escudo más asombroso que hayan visto nunca ojos mortales. La cicatriz de Odiseo es la señal de identidad que su nodriza reconoce mientras lava sus pies pensando que es solo un mendigo –Odiseo retorna a casa bajo ese disfraz–. Si lo descubriese, todo el plan de retorno se echaría a perder.
Las digresiones son esenciales no solo porque cumplen una función narrativa determinada –la historia de la cicatriz de Odiseo eleva el suspense y la tensión del momento–, sino porque abundan en la capacidad de prestar atención plena a cada detalle: en Homero cada detalle es importante, interesante, bello, único.

Repetición y ritual

Otro rasgo de estilo llamativo para el lector contemporáneo es la recurrencia de versos y tiradas de versos similares.

Cada vez que amanece un nuevo día, los poemas lo proclaman:

 
“Aurora, la de velo de azafrán, se esparcía sobre la tierra”. Y cada vez que los hombres terminan de consumir alimentos se concluye que “expulsaron el deseo de bebida y comida”.

Naturalmente se producen variaciones en la repetición, pero lo importante es reconocer que Homero no describe los acontecimientos de modo azaroso, sino que dispone de un conjunto de esquemas rutinarios para describir la partida de un barco, la acogida de un extranjero, un baño, un sacrificio, un juramento, un duelo o una súplica.
Son las llamadas “escenas típicas”, bloques narrativos que contienen una serie repetible de elementos con los que los oyentes antiguos estarían familiarizados. De este conocimiento previo dependía que pudiesen detectar eventuales desvíos u omisiones en el modelo y evaluar no solo el éxito o el fracaso de la escena, sino también de la ceremonia (el sacrificio, el duelo, la súplica, etcétera).

Independencia y unidad.

Los epítetos, las digresiones y las escenas típicas manifiestan la capacidad de ver las cosas una por una, separadamente, sin necesidad de relacionarlas exhaustivamente con otras ni con el conjunto total. Esta independencia se observa también en el hecho de que en estos poemas las escenas poseen cierta consistencia y autonomía propias.
Esto ha motivado una reflexión acerca de si es o no adecuado aproximarse a Homero desde la expectativa de la “unidad orgánica” de la obra de arte, es decir, presuponiendo que en un poema las partes han de subordinarse jerárquicamente al conjunto. En la escritura de Homero esta expectativa no se cumple del todo. Hay unidad, pero también cierta inorganicidad esencial a la figura del poema.
En Homero las cosas tienen protagonismo por ser sencillamente lo que son. Lo mismo ocurre con las escenas y también con los versos, los hexámetros dactílicos, cada uno de ellos un logro artístico individual. Un hexámetro dactílico es una secuencia de seis dáctilos –una sílaba larga y dos breves– hasta un punto de corte. El ritmo de la poesía griega se basa en la cantidad de las sílabas y es por esto que hoy no puede replicarse.
La poética homérica ha sido vinculada a menudo con la pintura sobre vasos de estilo geométrico, en la cual la primacía no la tiene de manera exclusiva el cuadro total, sino cada parte y cada elemento tomados por separado.

Estilo y pensamiento.

Un reto aún mayor para los lectores modernos es poder comprender por qué la referencia a ciertos personajes inmortales forma parte de la capacidad poética de resaltar la belleza y la singularidad de cada cosa.

La presencia ubicua de los dioses ensancha el horizonte mortal del poema. Ellos son los espectadores honoríficos de las vidas humanas, que, por esta razón, no pasan desapercibidas ni son del todo insignificantes. Son además antagonistas y benefactores: aman y odian, socorren y desbaratan planes. A Aquiles le tiran del pelo, sonríen escuchando las fabulaciones de Odiseo, riñen con duras palabras a Helena cuando se resiste a la cama de Paris y advierten a Diomedes del límite que un mortal jamás traspasará. Las figuras de los dioses no son solo un recurso narrativo de primer orden, sino también una manera de aumentar la fascinación y la distinción de todo lo que aparece y acontece en el poema.
Que algo “sea” dios o tenga un dios detrás es en efecto la máxima expresión de un mundo lleno de presencias vivas y fuerzas majestuosas que los lectores modernos quizá ya no quieren o no pueden soportar.


  

Cuestión homérica.


Herramientas.

La llamada cuestión homérica es el debate sobre la existencia del poeta griego Homero. Es también la discusión que se ha producido en torno a la verdadera identidad del autor de la Ilíada y la Odisea y, por lo tanto, a la paternidad y formación de las obras que se le atribuyen.

Significado de Homero.

En griego antiguo su nombre es Ὅμηρος (Hómēros). Muchas etimologías​ han sido propuestas para ese nombre, idéntico a la palabra griega que significa 'rehén'. Una teoría especifica que este nombre se originó de una sociedad de poetas llamada Ὁμηρίδαι (Homerídae, Homéridas), que literalmente significa 'hijos de rehenes' o 'descendientes de prisioneros de guerra'. 
Como esos hombres no eran enviados a la guerra, pues se dudaba de su lealtad en el campo de batalla, no podían ser muertos en ella, así que eran comisionados a conmemorarla con la poesía épica para recordar eventos pasados, ocurridos en el tiempo anterior a que la instrucción llegara al círculo de poetas.

Debate en la Antigüedad.

Este debate tuvo sus raíces en la Antigüedad. Se conservan siete biografías de Homero, todas posiblemente legendarias, diferentes y algunas bastante remotas, aunque tiene especial crédito una que lo hace natural de Quíos y ciego. Asimismo, se le atribuyeron muchas obras, no solo esas dos: Calino hizo suya la Tebaida,​ ciclo sobre el tema de Los siete contra Tebas, que posteriormente dramatizaría Esquilo;​ Arquíloco y Aristóteles le asignaron la composición del Margites; y Píndaro, la Cipriada,4​ un poema sobre los hechos anteriores a la guerra de Troya; el historiador Tucídides, por su parte, lo creía autor del Himno a Apolo Delio​ y también hay otros himnos que le han sido atribuidos.

En el periodo helenístico los gramáticos alejandrinos Jenón​ y Helánico​ llegaron a la conclusión, a partir de las diferencias y las contradicciones de todo tipo que hallaron entre la Ilíada y la Odisea, que solo la primera de estas epopeyas había sido compuesta por Homero, por lo que fueron llamados «corizontes» (o 'separadores'). Su opinión fue rechazada por gramáticos alejandrinos más afamados como Aristarco de Samotracia, Zenódoto de Éfeso y Aristófanes de Bizancio.​

Debate en los siglos XVIII y XIX.

Precedidos por las especulaciones de François Hédelin​ en su obra póstuma Conjeturas académicas sobre la "Ilíada" (Conjectures académiques sur l'Iliade, 1715), así como de Giambattista Vico en ese mismo siglo, el debate volvió con fuerza a comienzos del siglo xix, cuando el filólogo Friedrich August Wolf cuestionó la unidad de los poemas homéricos al entender, a partir del estudio de la forma y el fondo de estas epopeyas y sus contradicciones internas en su obra Introducción a Homero (Prolegomena ad Homerum, 1795),que ambos se habían formado a partir de poemas orales menores compuestos en épocas diferentes por distintos aedos y rapsodas y que fueron refundidos en un solo texto alrededor del siglo vi a. C., cuando el tirano Pisístrato designó una comisión de personas instruidas para reunir los poemas de Homero y fijar un texto único. 
Esta teoría se avenía bien con la creencia del Romanticismo en un Volksgeist, 'genio o espíritu del pueblo', autor colectivo y anónimo de una poesía nacional. Karl Lachmann acreditó la teoría de los cantos autónomos en sus Consideraciones sobre la Ilíada de Homero (Betrachtungen über Homers Ilias, 1837), y la teoría siguió desarrollándose con las aportaciones fundamentales de Adolf Kirchhoff​ y de Ulrich von Wilamowitz-Moellendorff en sus Investigaciones homéricas (Homerische Untersuchungen, 1884).

Así pues, surgieron dos posturas enfrentadas respecto a la unidad en la autoría de los poemas homéricos que, con matices, sobreviven en la actualidad:

  • Los analistas defienden la intervención de varias manos distintas en la elaboración de cada uno de los poemas homéricos, que además serían producto de la recopilación de pequeñas composiciones populares preexistentes.
  • Frente a ellos se halla un punto de vista unitario que sostiene que cada uno de los poemas homéricos tiene una concepción global y una inspiración creativa que impide que puedan ser resultado de una compilación de poemas menores.
Algunos de los defensores del punto de vista unitario, sin embargo, señalan que las diferencias existentes entre ambos poemas sugieren la presencia de un autor distinto para cada uno de ellos.

Debate en el siglo xx.

En el siglo xx todavía siguió profundizándose en las ideas de Wolf con los trabajos de Eduard Schwartz​ y muchos otros hasta hacerse una cuestión prácticamente interminable. Sin embargo, como el origen de los poemas en la poesía oral tradicional ha sido universalmente admitido, la cuestión homérica ha retrocedido en importancia o, en menor medida, ha sido drásticamente reformulada.

Teoría oral.

Los eruditos generalmente aceptan, con base en los estudios de Milman Parry y Albert Lord, que la Ilíada y la Odisea son el producto de una tradición oral transmitida a través de varias generaciones. Las fuentes antiguas ya señalaban que los poemas homéricos eran interpretados y transmitidos oralmente. Un análisis de la estructura y el vocabulario de ambas obras muestra que los poemas contienen frases repetidas regularmente, incluyendo la repetición de versos completos. Parry afirmó que los trozos de lenguaje repetitivo, llamados «fórmulas», fueron heredados por el poeta de sus predecesores.

Según Albert Lord en las notas de su obra The Singer of Tales
Los poetas dentro de la tradición oral, como Homero, crean y modifican sus cuentos mientras que los realizan. Así, Homero pudo «tomar prestados» de otros autores, pero ciertamente, él impuso un estilo propio a su obra.
Dominique Casajus, especialista en el tema de la oralidad y la escritura de la poesía, es uno de los antropólogos contemporáneos interesado en las discusiones relativas a la cuestión homérica,16​ sobre la que examinó en particular el papel de Jean-Jacques Rousseau.

Escuela neoanalítica

Una escuela denominada neoanalítica, fundada en 1996 por autores como Ken Dowden,18​ ha interpretado los poemas homéricos en relación con el oralismo como resultado de la obra de un poeta que fue a la vez recopilador y creador, a partir de material que le había llegado de manera oral.


  

Civilización micénica.
mascara de agamenon


La civilización micénica se desarrolló en el período del Heládico reciente, es decir, la última parte de la Edad del Bronce, entre 1700-1050 a. C. aproximadamente. Representa la primera civilización avanzada de la Grecia continental con sus estados palaciales, organización urbana, obras de arte y sistema de escritura.​ Entre los centros de poder que surgieron en su seno destacaron Micenas —que da nombre a toda esta civilización— Pilos, Tirinto y Midea en el Peloponeso; Orcómeno, Tebas y Atenas en la Grecia Central, Yolco en Tesalia y Cnosos en Creta. En otros lugares del Mediterráneo también han aparecido algunos asentamientos que tuvieron fuertes vínculos con los micénicos.
La Grecia micénica estuvo dominada por una élite social guerrera y consistía en una red de estados palaciales dirigidos por reyes que desarrollaron unos rígidos sistemas jerárquicos, políticos, sociales y económicos. Los micénicos introdujeron diversas innovaciones en los campos de la ingeniería, la arquitectura y la infraestructura militar. Su sistema de escritura silabario, el Lineal B, ofrece los primeros registros escritos del griego antiguo, mientras que la religión micénica ya incluía varias divinidades que luego formarían parte de los dioses olímpicos.
El mundo micénico pereció durante el colapso de la Edad del Bronce Final en el Mediterráneo oriental para ser relevado por la llamada Edad Oscura griega, un período de transición del que poco conocemos y que daría paso a la Época arcaica, en la que ocurrieron giros significantes desde formas de organización socioeconómicas centralizadas en los palacios a descentralizadas y se introdujo el trabajo extensivo del hierro. Sobre el final de esta civilización se han propuesto varias teorías, entre ellas la de la invasión dórica o actividades conectadas con los Pueblos del mar. También se han defendido explicaciones como desastres naturales o cambios climáticos. El período micénico se convirtió en escenario histórico de gran parte de la literatura y la mitología griegas.

Mapa del Mediterráneo oriental y Oriente Medio con los reinos más destacados en el momento del apogeo de la civilización micénica.


La Civilización Micénica tiene como centro geográfico Micenas, ciudad fortificada en la comarca de Argólida, situada en la península del Peloponeso.
Esta civilización llamada también Creto-micénica por seguir la tradición de la primera, se desarrollo entre los años 1 600 y 1 104 a.C. año en que los Dorios procedentes del norte, la invadieron y destruyeron.
Entre otros centros culturales micénicos destacan: Tirinto situado más al sur de Micenas, próximo al mar y Troya, ubicada en Asia Menor, cerca del Elesponto.

1. Actividad comercial.

Para comprender la cultura micénica en su conjunto es preciso conocer las relaciones, que unían a los pueblos de la cuenca mediterránea y fue precisamente el comercio el medio de comunicación y de intercambio material y cultural. Se exportaba principalmente vino, aceite de oliva y productos manufacturados de cobre y bronce.
En muchos puntos geográficos vivía una población extranjera que tomó contacto con la civilización y quizás fue gobernada por los pueblos creto-micénicos.

Existen pruebas del comercio micénico:

  • Al este, a lo largo del litoral de Asia Menor, la ciudad de Mileto alcanzó un envidiable desarrollo económico. Asimismo, en Siria del norte, el centro comercial micénico fue la ciudad de Ugarit, actual Ras Shamra.
  • Al oeste, extendieron sus actividades por el sur de Italia, donde fundaron la factoría de Taras (hoy Tarento). Continuaron con Sicilia, Cerdeña y las costas francesas hasta España.
  • Al sur, Egipto situado al noreste del continente africano fue un excelente mercado a las exportaciones micénicas.
Con mayores detalles, Siria les proporcionaba cobre y estaño; España, estaño y plata; Cerdeña, plata; Egipto y Nubia, oro; los países del Mas Báltico, ámbar; Chipre, cobre; del sur de África procedía el marfil. También se supone que en esta época trabajaba las antiguas minas de estaño del sudoeste de Inglaterra.

2. Desarrollo cultural

La civilización micénica, heredó en muchos aspectos los elementos culturales de los cretenses pero al entrar en contacto con los pueblos de Oriente, alcanzó su máximo desarrollo cultural.

2.1 Arquitectura.

Se destaca Micenas, por sus extraordinarias murallas ciclópeas.
El acceso principal esta construido por la puerta de leones, llamada así por una losa que descansa sobre un dintel de la puerta, sobre cuya superficie hay dos leones en relieve flanqueado simétricamente por una columna.
A las generaciones posteriores les fue imposible creer que estas enormes construcciones fuesen erigidas por la mano del hombre, razón suficiente para ver en ellas una obra de seres mitológicos, cíclopes, seres gigantescos con un solo ojo en la mitad de la frente.
Del mismo periodo datan también las tumbas gigantescas de cúpulas, las mayores construcciones de bóveda que hay en el mundo. Mil años mas tarde los romanos construyeron el panteón, de acuerdo con este modelo.
Sobre un promontorio construyeron la acrópolis o ciudadela, que servia a su vez como palacio y templo.
Introdujeron la bóveda y el techado a dos aguas o en doble pendiente, cuyos caracteres se perpetuaron hasta los tiempos de la Grecia Clásica.

2.2 Cerámica.

Después de la caída de Knossos, la supremacía artística paso a Micenas, cuyos artistas continuaron la tradición cretense, sin variar en lo fundamental, los gustos o motivos decorativos. Lo mismo ocurrió con la metalurgia y otras artes.

2.3 La escritura.

Se han encontrado muchos archivos constituidos por tablillas de arcilla. Los ingleses Michael Ventris y Jhon Chadwick develaron el secreto de la escritura silábica (llamada lineal B por oposición a la lineal A, más antigua y la jeroglífica minoica primitiva) muy de moda en el siglo XV a.C., comprobaron que el lenguaje de estas inscripciones es el griego, la misma que utilizaron Platón y Homero, muchos siglos después.

2.4 Religión

Conocieron numerosos dioses del Olimpo, los mismos que fueron venerados en los siguientes siglos tales como: Atenea, Poseidón, Pean (Apolo), Enialios (Ares), Zeus, Hera y Dionisio. Con respecto a esta última divinidad, Homero no lo dio lugar en el Olimpo, motivo por el cual se piensa que procedía de Oriente.
Esta Brillante Civilización finalizo en el siglo XII a.C. cuando los dorios invadieron el Peleponeso.

Continuidad y memoria.

La ruptura creada por los «siglos oscuros» es tal que la civilización micénica parece caer en el olvido y sus características sociales y políticas desaparecen. En el aspecto cultural, se debaten los elementos de continuidad. Un primer punto es el hecho de que la lengua griega se conserve durante este periodo, aunque se olvide la escritura micénica, y que al final de la Edad Oscura los griegos se dirigieran al Próximo Oriente para adoptar su alfabeto.
 El vocabulario del periodo micénico puede entenderse porque tiene mucho en común con el del griego antiguo, pero los significados de las palabras sufren notables cambios entre periodos, lo que hace referencia a los cambios que se producen en la civilización de Grecia. La arqueología también muestra muchos cambios, como se ha visto anteriormente: el sistema palacial micénico desaparece alrededor del 1200 a. C., y luego los demás rasgos materiales de la civilización micénica desaparecen en el transcurso del siglo xii a. C., en particular sus estilos cerámicos.
 El abandono de muchos yacimientos micénicos es otro indicador de la radicalidad de la ruptura que se produjo en esa época, así como de los cambios en las prácticas de enterramiento, asentamiento y también en las técnicas arquitectónicas. Se derrumba un sistema, luego una civilización, y se gesta algo nuevo, sobre nuevos cimientos. El hecho de que los datos arqueológicos sigan siendo limitados nos impide, sin embargo, medir plenamente el alcance de la ruptura que se produjo, sus modalidades y su ritmo.
La cuestión del alcance de la ruptura entre la Edad del Bronce y la Edad Oscura se plantea a menudo en el ámbito de la religión. Las tablillas micénicas han indicado que los griegos de este periodo ya adoraban a las principales deidades conocidas de las épocas arcaica y clásica, con algunas excepciones. Pero la estructura del panteón parece mostrar diferencias significativas, y son pocas las continuidades que se desprenden del estudio de los rituales y el vocabulario religioso,140​ aunque el sacrificio a los dioses era ya el acto central del culto, siguiendo unos principios que parecen corresponderse con los de los períodos históricos.
 Además, poco o nada se sabe de las funciones y poderes que encarnaban las deidades del periodo micénico, por lo que la comparación suele limitarse a los nombres: pero nada permite afirmar que el Zeus del periodo micénico tenga los mismos aspectos que el de los periodos arcaico y clásico. En cuanto a la cuestión de la continuidad de los lugares de culto, no es más obvia de resolver: ciertamente hay huellas de ocupación micénica en ciertos santuarios importantes de la antigüedad clásica (Delfos, Delos), pero nada indica con seguridad que se traten de santuarios. De hecho, muy a menudo, cuando hay continuidad de ocupación, surge un santuario durante la Edad Oscura de un sitio micénico que no tiene una función religiosa evidente, con algunas excepciones (como Epidauro o Agia Irini, esta última en la isla de Ceos). 
Esto implica al menos la conservación de un recuerdo del periodo micénico, aunque sea borroso, que asegura la continuidad de la ocupación e incluso la atribución de un aspecto sagrado a un yacimiento. Pero los santuarios del primer milenio a. C., con sus templos y témenos, no se parecen en nada a los identificados para el periodo micénico, lo que parece indicar una profunda ruptura en las creencias y prácticas religiosas.
Otra cuestión recurrente es hasta qué punto las narraciones homéricas, y más ampliamente los ciclos épicos, proporcionan información sobre el periodo micénico. Esto se remonta a la época de los descubrimientos de Schliemann, quien vincula explícitamente sus hallazgos en Micenas y Troya con las epopeyas homéricas (que guiaron sus investigaciones), y en ello le siguen los historiadores y arqueólogos de las décadas siguientes.
 Uno de los pioneros de la historia de la religión y la mitología griegas, Martin P. Nilsson, consideraba que las narraciones heroicas se referían al periodo micénico, ya que varios lugares importantes de este periodo se presentan como reinos principales (Micenas, Pilos), y también que documentan un periodo en el que la institución real es primordial, lo que corresponde bien a la época micénica. Además, vio en la iconografía micénica antecedentes de ciertos mitos griegos. Pero estas interpretaciones distan mucho de ser unánimes, ya que las imágenes micénicas son objeto de varias explicaciones muy divergentes, varios lugares importantes del periodo micénico no están atestiguados en los textos épicos y algunos reinos importantes de las epopeyas no han dejado rastro de la época micénica (en primer lugar Ítaca, la patria de Odiseo).
 Desde la década de 1950, con la traducción de las tablillas micénicas, que permitió mejorar el conocimiento de esta civilización, luego los trabajos de M. I. Finley, y los descubrimientos arqueológicos que siguieron, el consenso que ha surgido es que los textos homéricos no describen el mundo micénico, que era muy anterior a la época de su escritura (alrededor de la segunda mitad del siglo viii a. C.) y muy diferente de lo que se muestra en estos relatos. Se ha propuesto que los textos no se basan en la época micénica, sino en la sociedad del período de su redacción y en la del período inmediatamente anterior (es decir, la Edad Oscura), añadiendo al mismo tiempo reminiscencias de la época micénica. Así, se ha propuesto que los textos homéricos conservarían algunos recuerdos auténticos de las tradiciones rituales de la Edad del Bronce.
 En un pasaje de la Ilíada (X,260-271) se describe con precisión un casco de colmillos de jabalí similar a los conocidos en la época micénica), mientras que este tipo de objeto es desconocido en el período homérico, lo que indica que el conocimiento de algunos elementos de la cultura material micénica puede haber sobrevivido.



  

Escritura Lineal B







Definición

La escritura lineal B era el sistema de escritura usado por la civilización micénica de la Edad de Bronce del Mediterráneo. Era una escritura silábica que se utilizó para el griego micénico desde en torno a 1500 hasta en torno a 1200 a.C. Fue descifrada por Michael Ventris en 1952, por lo que nos ha proporcionado un conocimiento inestimable de la cultura micénica y sus interacciones con las demás civilizaciones mediterráneas de la época.

Escrituras silábicas del Antiguo Egeo

Hay dos sistemas de escritura destacables que ya se usaban durante la Edad de Bronce en el Egeo antes del Lineal B. Por un lado, estaba la escritura jeroglífica cretense, usada desde alrededor de 2000 hasta 1650 a.C., y por el otro la escritura lineal A, que se usó desde alrededor de 1850 hasta 1450 a.C. La civilización minoica (en torno a 2000 hasta en torno a 1450 a.C.) utilizaba ambos sistemas. Esta civilización se centraba en Creta y después se expandió a otras islas, tales como Tera, Rodas y las Cícladas. Ninguno de estos sistemas se ha descifrado todavía, pero se sabe que se utilizaban con propósitos administrativos y religiosos, más comúnmente en forma de inscripciones en tablillas de barro. Mientras que la escritura jeroglífica cretense fue cayendo en desuso poco a poco, la Lineal A se usaba en toda Creta para finales del siglo XVI a.C.

 La escritura lineal A estaba compuesta de al menos 90 caracteres, que se pueden agrupar en signos silábicos, ideogramas y símbolos que denotan números y fracciones. Además, se creaban monogramas juntando dos o tres símbolos. En torno a al 70 % de los símbolos del Lineal A vuelven a aparecer en la escritura lineal B de la Grecia micénica. Al igual que la civilización micénica de la Grecia continental acabó dominando culturalmente a la minoica y apropiándose de ciertos elementos culturales de esta a partir de mediados del siglo XV a.C., también se absorbieron algunos elementos de la escritura minoica, anterior, en el sistema de escritura micénico.

La civilización micénica

La civilización micénica (en torno a 1700-1100 a.C.) alcanzó su apogeo entre los siglos XV y XIII a.C. a medida que se fue extendiendo para controlar Grecia, empezando por el Peloponeso. Con el tiempo los micénicos llegaron a controlar el territorio desde Creta hasta las Cícladas. Aunque tenían influencias minoicas a causa de los tratos comerciales con esta civilización, los micénicos eran más militaristas y comerciaron incluso más lejos que los minoicos, con las culturas de Levante y con Egipto. 
Más allá de las relaciones comerciales, no está clara la relación política exacta entre los más de 100 centros micénicos esparcidos por Grecia. Tenían lazos culturales distintivos, y uno de ellos era el idioma y la escritura en forma de Lineal B. Al igual que los minoicos, los micénicos construyeron grandes complejos palaciegos que funcionaban como centros del comercio y la administración. Es precisamente en estos grandes centros donde se encuentran casi todos los artefactos inscritos con Lineal B.

Características y desciframiento del Lineal B

La escritura lineal B aparece normalmente en tablillas de arcilla, que suelen ser rectángulos pequeños pensados para que el escriba los sujetara con una mano mientras grababa las inscripciones con la otra. Una forma alternativa, pero más rara, eran las tablillas en forma de hoja. Curiosamente, no es raro encontrar marcas de los dedos o las palmas de los escribas en la arcilla. Entre las demás fuentes que encontramos de escritura lineal B hay jarras de estribo, vasijas grandes de arcilla, nódulos de arcilla usados a modo de sello, etiquetas de arcilla para las jarras almacenadas y en sellos tallados que tienen otras marcas que no forman parte de la escritura. 
La mayoría de los artefactos, especialmente las tablillas de arcilla, datan del siglo XIII a.C., pero también hay ejemplos del siglo XIV a.C. Estos últimos son principalmente de Cnosos, donde se descubrieron los primeros ejemplos de la escritura durante las excavaciones realizadas por Arthur Evans (1851-1941) en marzo de 1900.

La escritura lineal B se resume de la siguiente manera en la Enciclopedia de historia antigua:

La escritura era silábica, con signos fonéticos que representaban una vocal o una consonante y una vocal: la ciudad de Amnisios, por ejemplo, se escribía a-mi-ni-so. También había signos para los números e ideogramas pictográficos utilizados para representar cosas que querían contar los escribas. (4093)

El Diccionario clásico de Oxford entra en más detalle:

La escritura, que va uniformemente de izquierda a derecha, se compone de signos de tres tipos. (1) Bienes, incluidos animales y gente se escriben con signos especiales llamados ideogramas o logogramas, que en origen eran pictóricos pero que a menudo evolucionaban hasta adoptar un patrón irreconocible. Estos se escriben antes de los números para mostrar qué es lo que se está contando. Hay signos de esta clase que denotan fracciones de unidades principales de volumen y peso. (2) Los numerales tienen una base de diez y los signos para 1, 10, 100, 1.000 y 10.000 se repiten hasta nueve veces. (2) Los signos silábicos (menos de 90) normalmente se componen de una consonante seguida de una vocal y se usan para deletrear los nombres y las palabras del vocabulario. 
Hay signos para las cinco vocales, pero no se indica si son largas o cortas. También hay un número pequeño de signos compuestos de consonante+semivocal+vocal. Las palabras se dividen, pero los monosílabos se tratan como parte de la palabra anterior o la siguiente. (1206)


Una de las dificultades para descifrar la escritura lineal B radicaba en la escasez de ejemplos encontrados. Incluso en el enclave principal de Micenas tan solo se encontraron 70 tablillas de lineal B. Esto se debe a que las tablillas estaban pensadas como documentos a corto plazo, y las que han sobrevivido hasta la actualidad lo hicieron gracias a que se cocieron en fuegos accidentales. Por suerte, hay miles de otros artefactos inscritos en micenas aparte de las tablillas descubiertas.
 Otros artefactos con inscripciones pintadas y tablillas también se han encontrado en otros lugares micénicos, tales como Pilos (el lugar más importante en cuanto a tablillas de Lineal B), Tebas, Tirinto, La Canea, Agios Vasilios y Midea. Resulta curioso que muy pocos artefactos con inscripciones se hayan encontrado en asentamientos más pequeños, cosa que no ocurre con la escritura lineal A. Gracias a las excavaciones que continúan en Grecia, hoy en día los arqueólogos cuentan con más de 5.000 ejemplos de escritura lineal B en arcilla solamente.

LA ESCRITURA LINEAL B SE USABA PRINCIPALMENTE PARA LA DOCUMENTACIÓN EN TABLILLAS DE ARCILLA TEMPORALES.

A pesar de las dificultades de tener un uso administrativo limitado y de ser secciones de texto cortas, la escritura lineal B fue descifrada por el arquitecto Michael Ventris (1922-1956) en 1952, que procedió a publicar su investigación en colaboración con John Chadwick. De repente, los estudiosos podían acceder al idioma de los griegos de la Edad de Bronce y extender sus conocimientos remontándose cinco siglos más de lo que había sido posible hasta entonces. 
Sin embargo, hay una condición: "el Lineal B no es adecuado para reproducir de manera satisfactoria el idioma griego, por lo que cada grupo de signos, es decir, cada palabra, se puede leer de varias maneras" (Alexiou, 130). 
Teniendo en cuenta esto y la naturaleza abstracta de muchos de los signos del Lineal B, a veces los historiadores discuten sobre el significado completo de un texto dado.


Usos de la escritura lineal B

La escritura lineal B se usaba principalmente para llevar registros, así que tenemos tablillas de arcilla con listas de cosas como alimentos (por ejemplo grano, higos, aceitunas, aceite de oliva y vino), ganado (por ejemplo ovejas, vacas, cabras y cerdos), armas (por ejemplo flechas, lanzas, jabalinas y espadas), muebles y materias primas como lana, madera, metales y marfil. Algunos documentos son más que una simple lista y apuntan la distribución de las materias primas a los centros de manufacturación, las concesiones de tierras, los repartos de bienes, el armamento expedido, las convocatorias de guerreros y remeros y la distribución de guerreros a lugares específicos.

Aunque el Lineal B se usaba principalmente con fines administrativos y económicos, este sistema de escritura nos provee información, aunque de manera indirecta, sobre otros aspectos de la cultura micénica. Las propias tablillas de Lineal B son prueba de que los grandes complejos palaciegos de la Grecia micénica controlaban de una manera u otra grandes territorios a su alrededor, no solo a través del comercio y la acumulación de bienes, sino también mediante la coordinación del trabajo. 

Gracias al desciframiento de la escritura lineal B sabemos que en la sociedad micénica había gobernantes, funcionarios, sacerdotes, dependientes del palacio, artesanos y artesanas, guerreros, pastores, mano de obra forzada y esclavos y esclavas.

 La gran cantidad de tablillas de escritura lineal B encontrada en Pilos les ha permitido a los arqueólogos descubrir que "solo se han identificado una docena de manos, por lo que está claro que la alfabetización estaba restringida a un pequeño segmento de la población" (Cline, 682).

LAS TABLILLAS DE LINEAL B DOCUMENTAN LAS OFRENDAS HECHAS A LOS DIOSES DURANTE LOS RITUALES RELIGIOSOS, ENTRE LAS QUE HAY GRANO, MIEL, ESPECIAS, TEXTILES Y ACEITES PERFUMADOS.

Gracias a las tablillas sabemos que los palacios micénicos gestionaban sectores específicos de la industria, tales como el textil, el armamento y las herramientas de bronce, las armaduras, la cerámica, los carruajes, el cristal y los perfumes. Curiosamente, hay muy pocas tablillas relativas al comercio de exportación de estos bienes, que se sabe que era muy dinámico gracias a otras fuentes arqueológicas. Claramente, la escritura lineal B les permitió a los micénicos maximizar la productividad hasta tal punto que se convirtieron en comerciantes principales del antiguo Mediterráneo. 

Además, las referencias frecuentes a la manufacturación de armadura, carruajes y armas, así como las menciones de la destinación de guerreros y remeros a áreas costeras vulnerables en las tablillas de Lineal B (casi el 50 %) ilustran la capacidad de los micénicos de defenderse vigorosamente contra las civilizaciones rivales.

Otra área iluminada por la escritura lineal B es la religión micénica. Sabemos que honraban a los dioses con banquetes y ofrendas dedicadas en santuarios y sagrarios. Los dioses olímpicos que asociamos con la cultura griega posterior, tales como Zeus, Poseidón, Hera, Atenea, Artemisa, Ares, Hermes y Dioniso aparecen todos en los registros micénicos. Curiosamente también hay otras deidades que no llegaron a la religión de la Grecia arcaica ni clásica. Por ejemplo, los micénicos adoraban a ciertas versiones femeninas de Zeus y Poseidón, llamadas Diwia y Posidaia respectivamente. 

Las tablillas documentan las ofrendas hechas a los dioses durante los rituales religiosos, entre las que hay grano, miel, especias, textiles y aceites perfumados. Otras tablillas enumeran productos que se recogían para su consumo durante los rituales religiosos, como por ejemplo carne, vino y queso. La escritura lineal B también ha revelado que los micénicos tenían un calendario religioso con festivales específicos a lo largo de todo el año. Por último, las tablillas también muestran que el sacerdocio micénico, en el que había puestos para hombres y mujeres, tenía una jerarquía distintiva.

La decadencia de Micenas

Hoy en día se siguen debatiendo acaloradamente las razones por las que la civilización micénica acabó desapareciendo, algo que ocurriría por etapas desde alrededor de 1230 a.C. hasta cerca de 1100 a.C. Sabemos que varios sitios fueron destruidos entre 1250 a.C. y 1200 a.C. a medida que el sistema de palacios fue decayendo. No todos los lugares fueron destruidos, pero para alrededor de 1100 a.C., la mayoría de los enclaves micénicos habían quedado reducidos a simples villas. 
Las guerras con los pueblos del Mar, los desastres naturales, la sobrepoblación, los disturbios internos y el cambio climático puede que contribuyeran a la desaparición de la civilización micénica y, con ella, la desaparición de la escritura lineal B. 
No hay conexión entre la escritura lineal B y el alfabeto griego que los griegos arcaicos adoptaron de los fenicios, aunque el idioma micénico hablado se considera un dialecto del idioma griego posterior, y tiene similitudes particulares con el arcadio clásico y el chipriota.



  

Prehistoria.

La prehistoria (del latín præ- 'antes de' y de historia 'historia, investigación, noticia'; este último un préstamo del griego ιστορία) es, según la definición tradicional, el período de tiempo transcurrido desde la aparición de los primeros homininos, antecesores del Homo sapiens, hasta que tenemos constancia de la existencia de documentos escritos,​ algo que ocurrió en primer lugar en el Oriente Próximo hacia el 3300 a. C., y posteriormente en el resto del planeta.​ No obstante, en su acepción clásica, se vincula con una prehistoria ligada a la historia natural. Según otros autores, la prehistoria terminaría en algunas regiones del mundo antes, con la aparición de las sociedades complejas que dieron lugar a los primeros estados y civilizaciones.
Según las nuevas interpretaciones de la ciencia histórica, la prehistoria es un término carente de significado real en el sentido que fue entendido durante generaciones. Si se considera a la Historia, tomando la definición de Marc Bloch, como el «acontecer humano en el tiempo», todo es Historia existiendo el ser humano, y la prehistoria podría, forzadamente, solo entenderse como el estudio de la vida antes de la aparición del primer homínido en la tierra. Desde el punto de vista cronológico, sus límites están lejos de ser claros, pues ni la llegada del ser humano ni la invención de la escritura tienen lugar al mismo tiempo en todas las zonas del planeta.
Por otra parte, hay quienes defienden una definición de esta fase o, al menos, su separación de la Historia Antigua, en virtud de criterios económicos y sociales en lugar de cronológicos, pues estos son más particularizadores (es decir, más ideográficos) y aquellos, más generalizadores y por tanto, más susceptibles de proporcionar una visión científica.
En ese sentido, el fin de la prehistoria y el inicio de la historia lo marcaría una estructuración creciente de la sociedad que provocaría una modificación sustancial del hábitat, su aglomeración en ciudades, una socialización avanzada, su jerarquización, la aparición de estructuras administrativas, de la moneda y el incremento de los intercambios comerciales de larga distancia.
 Así, no sería muy correcto estudiar dentro del ámbito de la prehistoria sociedades de carácter totalmente urbano como los incas y mexicas en América, el Imperio de Ghana y el Gran Zimbabue en África o los jeméres en el sudeste asiático, que solamente son identificados con este período por la ausencia de textos escritos que de ellos tenemos3​ (los mayas han entrado hace muy poco plenamente en la Historia al haberse descifrado sus glifos, que tienen valor fonético, por lo que forman un sistema completo de escritura).

Es considerado un campo académico o especialidad muy ligada a la Arqueología, la Paleontología y la geología histórica.

Periodización

La prehistoria se divide en múltiples épocas, que según qué sistemas pueden verse agrupadas en distintas etapas principales. Tradicionalmente en los países de habla hispana (aunque también aplicado por algunos otros expertos), ha sido dividida a grandes rasgos en dos etapas aplicables para la mayoría de regiones del mundo: la Edad de Piedra y la Edad de los Metales (que abarca las edades de Cobre, de Bronce y de Hierro.


  

La Edad de Piedra.

La Edad de Piedra o también Etapa Lítica​ es el período de la prehistoria que abarca desde que los seres humanos empezaron a elaborar herramientas de piedra hasta el descubrimiento y uso de metales. La madera, los huesos y otros materiales también fueron utilizados (cuernas, cestos, cuerdas, cuero, u otros), pero la piedra (y, en particular, diversas rocas de rotura concoidea, como el sílex, el cuarzo, la cuarcita, la obsidiana) fue utilizada para fabricar herramientas y armas, de corte o percusión. Sin embargo, esta es una circunstancia necesaria, pero no suficiente, para la definición de este período, ya que en él tuvieron lugar fenómenos fundamentales para lo que sería nuestro futuro: la evolución humana, las grandes adquisiciones tecnológicas (fuego, herramientas, vestimenta), la evolución social, los cambios climáticos, la diáspora del ser humano por todo el mundo habitable (ecúmene), desde su cuna africana, y la revolución económica desde un sistema recolector-cazador, hasta un sistema parcialmente productor (entre otras cosas).

El rango de tiempo que abarca este período es ambiguo, discutido y variable según la región en particular. Aunque es posible hablar de este período en concreto, para el conjunto de la humanidad, no hay que olvidar que algunos grupos humanos nunca desarrollaron la tecnología de la fundición de metales, y por tanto quedaron sumidos en una edad de piedra hasta que se encontraron con culturas tecnológicamente más desarrolladas. Sin embargo, en general, se considera que este período comenzó en África hace 2,8 millones de años, con la aparición de la primera herramienta humana (o prehumana).
​ A este período le siguió el Calcolítico o Edad del Cobre y, sobre todo, la Edad de Bronce, durante la cual, las herramientas de esta aleación llegaron a ser comunes; esta transición ocurrió entre 6000 a. C. y 2500 a. C.
Tradicionalmente, se divide esta Edad en Paleolítico, con un sistema económico de caza-recolección, y Neolítico, en el que se produce la revolución hacia el sistema económico productivo agropecuario (agricultura y ganadería)


Edad de metales.

Línea del tiempo de la Edad de los Metales en el Viejo Mundo

  

Recreación pictórica de una fragua de Hierro

La Edad de los Metales es una de las tres grandes etapas tecnológicas en las que tradicionalmente se ha subdividido a la prehistoria euroasiática. Comienza en el 6000 a. C. y termina en el 1000 a. C. Por definición, es el periodo que siguió a la Edad de Piedra y durante el cual el ser humano empezó a fabricar objetos de metal fundido.​ La existencia de procesos metalúrgicos es indispensable para adscribir una cultura arqueológica a esta etapa, ya que los metales nativos eran trabajados por martilleado desde las fases iniciales del Neolítico.
​ Siguiendo este criterio, la Edad de los Metales comenzaría con las primeras evidencias de fundición del cobre, que son del VI milenio a. C. (en Anatolia y los montes Zagros) y acabaría con la progresiva entrada en la historia de cada región (en Europa esto se produjo durante el I milenio a. C.). En Mesopotamia y Egipto coincide ya con el desarrollo de la escritura y por tanto la metalurgia allí es plenamente histórica.
Los primeros indicios de metalurgia en Europa proceden de la península de los Balcanes, alrededor del 4500 a. C., y son de origen autóctono. Para el resto del continente, las evidencias aparecen durante la segunda mitad del IV milenio a. C., aunque su generalización y el consecuente abandono de la piedra como elemento básico para la fabricación de artefactos solo se materializó con la llegada del hierro. En el Egipto faraónico, debido a la escasez de materia prima, esta sustitución nunca se llegó a producir.​
La definición de Edad de los Metales, sin embargo, no es de uso académico común en todos los países e idiomas.

 


Biblioteca Personal.

Tengo un libro en mi colección privada .- 


Itsukushima Shrine.

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