obras completas |
Biografía.
(Jean-Baptiste Poquelin; París, 1622 - id., 1673) Dramaturgo y actor francés. Nacido en una familia de la rica burguesía comerciante, su padre desempeñaba el cargo de tapicero real. Molière perdió a su madre a la edad de diez años. Alumno en el colegio jesuita de Clermont hasta 1639, se licenció en la facultad de derecho de Orleans, en 1642.
Molière se relacionaba entonces con el círculo del filósofo epicúreo Gassendi y de los libertinos Chapelle, Cyrano de Bergerac y D'Assoucy. En 1643, haciéndose ya llamar Molière, fundó L'Illustre Théâtre junto con la comediante Madeleine Béjart; dirigida por ella, primero, y luego por él mismo, la joven compañía intentó establecerse en París, pero el proyecto fracasó en 1645, por falta de medios, y Molière permaneció unos días arrestado por deudas.
Recorrió entonces las regiones del sur de Francia, durante trece años, con el grupo encabezado por Dufresne, al que sustituyó como director a partir de 1650. Es probable que la compañía representara entonces tragedias de autores contemporáneos (Corneille, entre otros) y las primeras farsas de Molière, a menudo constituidas por guiones rudimentarios sobre los cuales los actores improvisaban al estilo de la commedia dell'arte.
La compañía se estableció en París, con el nombre de Troupe de Monsieur, en 1658, y obtuvo su primer éxito importante con la sátira Las preciosas ridículas, un año después. En 1660 creó el personaje de Sganarelle (al cual recuperaría muchas veces en otras obras y al que siempre interpretó él mismo) en la comedia del mismo nombre; pero Molière, que perseguía la fama de Corneille y Racine, no triunfó en el género de la tragedia: Don García de Navarra, obra en la que había invertido mucho esfuerzo, fracasó rotundamente. La escuela de las mujeres (1662) fue su primera obra maestra, con la que se ganaría el favor de Luis XIV.
Los detractores del dramaturgo criticaron su matrimonio con Armande Béjart, celebrado unos meses antes; veinte años más joven que él, no se supo nunca si era hermana o hija de Madeleine (en cuyo caso Molière podría haber sido su padre, aunque la crítica moderna ha desmentido esta posibilidad). Luis XIV apadrinó a su primer hijo, que murió poco después de su nacimiento, en 1664. En respuesta a las acusaciones de incesto, Molière escribió El impromptu de Versalles, que le enemistó con cierta parte de la clase influyente de París.
En 1663, mientras llevaba las tragedias de Racine al escenario y organizaba festivales en el palacio de Versalles, presentó los tres primeros actos de su Tartufo. El sentido irreverente y sacrílego que sus enemigos veían en sus obras generó una agria polémica que terminó con la prohibición de la obra (lo mismo que sucedería con Don Juan o El festín de piedra) tras sólo quince representaciones.
Acosado por sus detractores, especialmente desde la Iglesia, el principal apoyo de Molière era el favor del rey, que, sin embargo, resultaba caprichoso: las pensiones se prometían pero no se pagaban, y el autor hubo de responder a las incertidumbres económicas de su compañía abordando una ingente producción; en la temporada siguiente escribió cinco obras, de las que sólo El médico a palos fue un éxito.
Los problemas con el Tartufo, que proseguían, y las dificultades para mantener la compañía fueron quebrando su salud, mientras disminuía su producción; sin embargo, en estos años aparecen algunas de sus mejores obras: El misántropo, El avaro o El enfermo imaginario.
En 1673, durante la cuarta representación de esta última obra, sintió unos violentos dolores; trasladado a su casa, murió a las pocas horas. El rey debió intervenir para que la Iglesia le concediera el derecho a tierra santa, si bien fue enterrado de noche y prácticamente sin ceremonia.
El gran mérito de Molière consistió en adaptar la commedia dell'arte a las formas convencionales del teatro francés (para lo que unificó música, danza y texto y privilegió casi siempre los recursos cómicos) y en luchar contra las hipocresías de su tiempo mediante la ironía.
Asunto Molière-Corneille.
El llamado asunto Molière-Corneille recoge la sospecha existente en ciertos círculos sobre la autoría de las obras de Molière, que algunos adjudican a Pierre Corneille.
¿Es Molière una obra maestra de Pierre Corneille?
Fue con este título como Pierre Louÿs anunció en 1919 en las páginas de la revista literaria Comédia haber descubierto un engaño literario. Según él, Molière no habría escrito sus obras y Pierre Corneille sería su escritor a sueldo, autor de las obras cuya fama y reconocimiento recaerían en Corneille.
Posteriormente esta idea, que fue duramente criticada, ha sido retomada en varias ocasiones. En la década de 1950 fue el novelista Henri Poulaille, posteriormente en 1990, fue el abogado belga Hippolyte Wouters. Frédéric Lenormand es el autor de una novela basada en esta idea, "L'ami du genre humain", editada en 1993. El dramaturgo Pascal Bancou desarrolló también esta hipótesis en su obra L'Imposture comique en 2000 (interpretada en el Théâtre de la Huchette). En 2003, sería Dominique Labbé quien anuncie haber resuelto este enigma literario con la ayuda de herramientas estadísticas. Todavía hoy, los argumentos y los métodos utilizados por Labbé siguen generando críticas.
Polémica
La polémica comenzó cuando el poeta Pierre Louÿs encuentra en la obra de Molière l'Amphitryon una versificación similar a la de Corneille. Los partidarios de la hipótesis del engaño la argumentaron basándose en este hecho y en otros de carácter histórico. Entre ellos, los detractores de Molière destacaban que no hubiese dejado ningún manuscrito, ni un esbozo de alguna de sus obras, ni un borrón, ni siquiera una nota. Basándose en este hecho, dudaban que Molière pudiera haberse transformado repentinamente en un autor de su talla a la edad de 37 años. Según Wouters, este sería el único caso « de un autor mediocre hasta los 40 años que se convierte no sólo en un autor profundo, sino en una de las más hermosas plumas de su época. » Habría que destacar también los términos normandos que aparecen en los textos de Molière y que sólo Corneille hubiese podido utilizar... Estas coincidencias hiciero que Poulaille, Louÿs y Wouters pensaran que ambos autores llegaron a alguna clase de acuerdo en 1658, cuando Molière visitó Ruan, la ciudad natal de Corneille. Esta fecha constituiría un punto de inflexión en la obra de Molière, puesto que su primer éxito se produciría en 1659 con Les Précieuses ridicules.
¿Cómo pudo Corneille, uno de los más grandes dramaturgos de su época, haber aceptado ser el negro de un autor de comedias? Es posible que fueran las necesidades económicas la que le empujaron a hacerlo, ya que a la fecha de los primeros escritos de Molière, hacía ya varios años que Corneille no había escrito nada. Algunos investigadores apuntan la posibilidad de que Corneille deseara pasar a la posteridad como autor de tragedias, el género más valorado dentro del teatro, y no quisiera desprestigiar su imagen escribiendo comedias. Así, escribir las comedias bajo el nombre de otro le habría permitido resolver los problemas de su economía permaneciendo en el anonimato. Habría que indicar también que la colaboración entre Corneille y Molière era conocida y no se ocultaba, así Corneille acabó la versificación de Psyché, y así lo indicó Molière en el prefacio de la obra.
En 2004, Denis Boissier publica un estudio que retoma el tema. Se tituló « L'Affaire Molière : la grande supercherie littéraire ».
A título anecdótico, cabría señalar que Hippolyte Wouters creó a partir de este tema una pieza de teatro Le Destin de Pierre, estrenada en 1997 en el Hotel Astoria de Bruselas.
El estudio estadístico de Dominique Labbé.
A pesar de los datos indicados más arriba éstos no pueden ser considerados como pruebas fehacientes. Dominique Labbé, investigador del CERAT y del Institut d'Etudes Politiques de Grenoble, especializado en la aplicación de la estadística en estudios lingüísticos, hizo un análisis científico sobre esta cuestión.
Original: Sa méthode consiste à mesurer la distance intertextuelle entre deux textes. Cette distance est « la somme des différences entre les fréquences de tous les vocables du plus petit texte comparé à ceux de tous les échantillons aléatoires possibles à la taille du plus petit que l'on peut extraire du plus grand ».
Traducción: Su método consiste en medir la distancia intertextual entre dos textos. Esta distancia es "la suma de las diferencias entre las frecuencias de todos los vocablos del texto más pequeño comparado con los de todas las muestras aleatorias posibles para la talla del más pequeño que se puede extraer del más grande"
La distancia relativa permite obtener un valor comprendido entre 0 y 1. Si todas las palabras se emplean en los dos textos con la misma frecuencia, la distancia relativa es 0. Si los textos no tienen ninguna palabra en común la distancia es 1. Esta distancia se utiliza para medir la similitud de ambos textos. Para realizar el estudio son necesarias numerosas precauciones previas, es muy importante el tamaño de los textos a comparar, ya que debe ser superior a las 5000 palabras, también resulta imprescindible lematizar (enlace roto disponible en Internet Archive; véase el historial, la primera versión y la última). ambos textos (hay que distinguir las palabras homónimas, referenciar los distintos géneros de una misma palabra,... etc).
Después de un muestreo sobre numerosos textos de todo tipo, Labbé llegó a la conclusión de que dos textos con una distancia intertextual inferior o igual a 0,20 son forzosamente del mismo autor. Entre 0,2 y 0,25 probablemente sean del mismo autor, o escritos en la misma época, pertenecen al mismo género, tienen la misma temática o bien argumentos similares. Entre 0,25 y 0,40 es difícil definir la autoría de un texto anónimo, y por encima de 0,40, puede concluirse que los autores son distintos, o bien los textos son de temáticas muy diferentes.
Labbé aplicó su algoritmo a los textos de Molière y de Corneille. El resultado fue que los textos adjudicados a Molière eran en realidad obra de Corneille. El sistema de Labbé daba una distancia intertextual con los textos de Corneille inferior a 0,25. Rápidamente se levantaron numerosas voces críticas con este resultado, así que Labbé empleó la técnica de las colocaciones que compara el sentido que se le da a una palabra en función de su ubicación dentro del texto, es decir, considerando « el vocabulario que rodea la palabra pivote dentro de un espacio limitado - generalmente referido a la frase - considerando además el orden de las palabras. » El método consiste en observar qué palabras hay en la frase que contiene cierta palabra - por ejemplo, amor - y calcular la frecuencia con la que aparece. Comparando la colocación de las palabras cœur (corazón), amour (amor), aimer (amar), madame (señora) y monsieur (señor), en los textos de Molière, Corneille y de Racine, Labbé llega a las mismas conclusiones que con el método de la distancia interlexical.
Según Labbé, la paternidad de los textos de Molière posteriores a 1659 habría que adjudicársela a Corneille sin ninguna duda.
Las críticas de los literatos
La publicación del artículo en una revista científica holandesa suscitó una viva polémica. Algunos criticaban el propio método empleado por Labbé, destacando la falta de precaución en el uso de algoritmos y la mala interpretación de los resultados. Otras críticas se basaban en los antecedentes de esta investigación. Así, aunque no parezca ser un hecho de excesivo peso a la hora de refutar los resultados de Labbé, cabría destacar que Louÿs, el primero en haber percibido las similitudes en las obras de ambos autores, había sido autor de otra superchería. Así, había hecho pasar sus poemas por traducciones de obras griegas.
George Forestier, titular de la cátedra de estudios teatrales del siglo XVII de la Sorbona, publicó una réplica a los trabajos de Labbé,2 donde retoma los argumentos históricos que incitan a pensar que estamos en presencia de un engaño. Forestier indica primeramente que en vida de Molière, muchos le reprocharon multitud de pecados: fue acusado de plagiar a autores italianos y españoles, de limpiar las memorias escritas por autores de la época, de ser bobo, sin olvidar que también se le acusó de haberse casado con su propia hija. Sin embargo, ni siquiera sus peores enemigos dudaron nunca de la autoría de sus obras.
Acerca del hecho de que no haya llegado hasta nuestros días ningún escrito de puño y letra de Molière, destaca que lo mismo sucede con Corneille y Racine, a excepción de algunas notas conservadas por algún descendiente, ya que, en aquella época, no se acostumbraba a conservar los manuscritos después de su publicación.
En cuanto a la repentina conversión de Molière en un genio teatral a tan avanzada edad, Forestier piensa que no es tal, ya que su obra muestra una auténtica progresión desde su primera gran comedia « L'École des femmes ». También pone el ejemplo de Umberto Eco que escribió su primera novela « El Nombre de la Rosa » con 48 años. Sobre su estancia en Ruan, las obras que estrenó los cuatro años posteriores a su regreso eran todas anteriores a este viaje y es transcurrido este periodo que estrena « L'École des femmes », comedia en verso compuesta por cinco actos.
Por otra parte, según Forestier, la tesis de que Corneille tuviera problemas económicos es una leyenda. En efecto Corneille murió rico y su traslado a París en 1662 es la consagración de su éxito.
Además de estos argumentos, Forestier destaca el hecho de que los hermanos Pierre y Thomas Corneille organizaron un complot contra L'École des femmes, obra en la que Molière se burla abiertamente de los títulos nobiliarios de los Corneille. Así que resultaría poco probable que Corneille escribiera una obra en la que se mofara de su hermano y de él mismo.
Finalmente, destaca que durante el periodo en el que supuestamente Molière habría hecho uso del talento de Corneille, este había publicado L'Office de la Sainte Vierge, una obra que debió suponerle un enorme trabajo de traducción y de versificación, por lo tanto difícilmente hubiera tenido tiempo de escribir también para Molière.
Obras
El médico volador (Le Médecin volant, 1645)
El atolondrado o los contratiempos (L'Étourdi ou les Contretemps, 1655)
El doctor enamorado (Le Docteur amoureux, 1658)
Las preciosas ridículas (Les précieuses ridicules, 1659)
Sganarelle (1660)
Don García de Navarra (Dom Garcie de Navarra)(1660)
La escuela de los maridos (L'école des maris, 1661)
La escuela de las mujeres (L'École des femmes, 1662)
La crítica de la escuela de las mujeres (La critique de l'école des femmes)
El casamiento forzado (Le Mariage Forcé, 1662)
La princesa de Élide (La Princesse d'Élide, 1664)
Tartufo (Tartuffe, 1664)
Don Juan (Dom Juan, 1665)
El misántropo o El atrabiliario enamorado (Le Misanthrope ou l'Atrabilaire amoureux, 1666)
El médico a palos (Le Médecin malgré lui, 1666)
Georges Dandin (1668)
El avaro (L'Avare, 1668)
Anfitrión (Amphitryon, 1668)
El señor de Pourceaugnac (Monsieur de Pourceaugnac, 1669)
El burgués gentilhombre (Le Bourgeois gentilhomme, 1670)
Los enredos de Scapin (Les Fourberies de Scapin, 1671)
La condesa de Escarbañás (La comtesse d'Escarbagnas, 1671)
Las mujeres sabias (Les Femmes savantes, 1672)
El enfermo imaginario (Le Malade imaginaire, 1673)
El 15 de febrero de 1665 se estrena su obra Don Juan (Dom Juan), inspirada en El burlador de Sevilla, atribuida a Tirso de Molina, a través del Festin de Pierre ou Le fils criminel de Nicolas Drouin, llamado Dorimond (1659), pero solo llega a las quince representaciones, pues tras el cierre cuaresmal de los teatros el partido dévote presiona tan fuertemente a Molière que es él mismo el que no repone la obra. Se critica en ella la figura del libertino, que Molière conoce tan bien y al que hace decir a su criado Sganarelle lo siguiente:
Nadie se avergüenza ya de comportarse así: la hipocresía es una moda. Y un vicio que está de moda viene a ser como una virtud. El mejor papel que se puede desempeñar en estos tiempos es el de hombre de bien. Y el profesar la hipocresía ofrece ventajas admirables. Es un arte cuya impostura se respeta siempre. Y, aunque se descubra, nadie se atreve a criticarla. Todos los otros vicios están expuestos a la censura y cada cual es libre de atacarlos abiertamente. Pero la hipocresía es un vicio privilegiado que amordaza todas las bocas con su mano fuerte y goza en paz de una impunidad soberana. El hipócrita, a fuerza de mojigatería, llega a formar una unión estrecha con los hombres del partido devoto que topar con uno es echárselos a todos encima, hasta aquellos que obran de buena fe, según la opinión general. Hasta aquellos, digo, de cuyos sentimientos religiosos nadie puede dudar, se dejan engañar siempre por los otros, caen de lleno en los lazos que les tienden los santurrones y apoyan ciegamente con sus actos a aquellos falsarios. ¿A cuántos crees tú que conozco que, gracias a esta estratagema, lograron reparar hábilmente los desórdenes de su mocedad, se embozaron en la capa de la religión y, con hábito tan respetado, han conservado el derecho a ser los más perversos del mundo? Por más que se sepan sus intrigas y se les conozca tal cual son, no dejan de disfrutar de la estima general. Con humillar de vez en cuando la cabeza, lanzar algún que otro suspiro de mortificación o poner los ojos en blanco, hallan perdonados todo desmán comisible. So techo tan favorable pretendo encontrar mi salvación, poniendo mis negocios a buen recaudo [...] Y, si por acaso viviera a ser descubierto, vería cómo, sin dar yo un paso, se interesaban por mí todos los cofrades y salían a defenderme contra quien fuere. En suma, este es el verdadero modo de hacer impune cuanto me apetezca: me convertiré en censor de las acciones ajenas; a todos juzgaré mal y solo tendré buena opinión de mí. [...] Hostigaré a mis enemigos: les acusaré de impíos [...] Así es como hay que aprovecharse de las flaquezas, así es como un hombre juicioso se acomoda a los vicios de su época.
Fue Dom Juan, tras Tartufo, la comedia más censurada y perseguida de Molière. La obra no se repuso hasta 1677, y solamente en una versión expurgada y versificada por Thomas Corneille. En cuanto a su edición, hizo falta esperar al año 1683 para que un librero de Ámsterdam publicara el texto íntegro. En vez de "Dios" se ponía la palabra "Cielo" y en vez de "Iglesia", "templo". Sin embargo, la compañía recibe por fin el apoyo del rey, quien concede una pensión de 7000 libras a sus cómicos y la autoriza a llamarse "Compañía Real". El 14 de diciembre de 1665 estrena una farsa tradicional, El amor médico, pero Molière cae gravemente enfermo.
Muerte.
Estrena en 1666 dos obras maestras, El misántropo (Le Misanthrope) y El médico a palos / Le Médecin malgré lui. En El misántropo expresa su amargura tras separarse de Armande e introduce un nuevo tipo de necio, un hombre de elevados principios morales que critica constantemente la debilidad y estulticia de los demás y, sin embargo, es incapaz de ver los defectos de Célimène, la muchacha de la que se ha enamorado y que encarna a esa sociedad que él condena.
Generalmente en las representaciones de teatro se dice que trae mala suerte vestirse de verde en Francia, dado que Molière supuestamente habría sufrido el ataque estando en el teatro vestido de este color. Pero esto es controvertido; aunque la superstición existe, Molière iba vestido entonces de color amaranto, y cada país tiene su propio color prohibitivo en el teatro: en España es el amarillo, en Inglaterra el azul, y en Italia es el morado.
A pesar de la prohibición de que los actores fueran enterrados en el terreno sagrado de un cementerio porque eran “inmorales”, su viuda solicitó ayuda al rey y este permitió su entierro.
Sus restos descansan en Père-Lachaise y su epitafio, escrito por él en latín, dice:
Aquí yace Molière el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto, y de verdad que lo hace bien.
Jean Racine.
Les Plaideurs. Comédie.
C. Barbin, 1669.
A C T E V R S
Dandin, juge.
Léandre, fils de Dandin.
Chicanneau, bourgeois.
Isabelle, fille de Chicanneau.
La Comtesse.
Petit Jean, portier.
L’Intimé, secrétaire.
Le Souffleur.
La Scene est dans une Ville de Basse Normandie.
LES
PLAIDEVRS.
COMEDIE.
A C T E I.
S C È N E PREMIERE.
PETIT JEAN traînant un gros ſac de procès.
Ma foi ! ſur l’avenir bien fou qui ſe fira :
Tel qui rit vendredi, dimanche pleurera.
Un juge, l’an paſſé, me prit à ſon ſervice ;
Il m’avait fait venir d’Amiens pour être Suiſſe.
Tous ces Normands voulaient ſe divertir de nous :
On apprend à hurler, dit l’autre, avec les loups.
Tout Picard que j’étais, j’étais un bon apôtre,
Et je faiſais claquer mon fouet tout comme un autre.
Tous les plus gros monſieurs me parlaient chapeau bas ;
Monſieur de Petit Jean, ah ! gros comme le bras !
Mais ſans argent l’honneur n’eſt qu’une maladie.
Ma foi ! j’étais un franc portier de comédie :
On avait beau heurter & m’ôter ſon chapeau,
On n’entrait pas chez nous ſans graiſſer le marteau.
Point d’argent, point de Suiſſe, & ma porte était cloſe.
Il eſt vrai qu’à Monſieur j’en rendais quelque choſe :
Nous comptions quelquefois. On me donnait le ſoin
De fournir la maiſon de chandelle & de foin ;
Mais je n’y perdais rien. Enfin, vaille que vaille,
J’aurais ſur le marché fort bien fourni la paille.
C’eſt dommage : il avait le cœur trop au métier ;
Tous les jours le premier aux plaids, & le dernier,
Et bien ſouvent tout ſeul ; ſi l’on l’eût voulu croire
Il y ſerait couché ſans manger & ſans boire.
Je lui diſais parfois : Monſieur Perrin Dandin,
Tout franc, vous vous levez tous les jours trop matin.
Qui veut voyager loin ménage ſa monture.
Buvez, mangez, dormez, & faiſons feu qui dure.
Il n’en a tenu compte. Il a ſi bien veillé
Et ſi bien fait qu’on dit que ſon timbre eſt brouillé.
Il nous veut tous juger les uns après les autres.
Il marmotte toujours certaines patenôtres
Où je ne comprends rien. Il veut, bon gré, mal gré,
Ne ſe coucher qu’en robe & qu’en bonnet carré.
Il fit couper la tête à ſon coq, de colère,
Pour l’avoir éveillé plus tard qu’à l’ordinaire ;
Il diſait qu’un plaideur dont l’affaire allait mal
Avait graiſſé la patte à ce pauvre animal.
Depuis ce bel arrêt, le pauvre homme a beau faire,
Son fils ne ſouffre plus qu’on lui parle d’affaire.
Il nous le fait garder jour & nuit, & de près :
Autrement, ſerviteur, & mon homme eſt aux plaids.
Pour s’échapper de nous, Dieu ſait s’il eſt allègre.
Pour moi, je ne dors plus : auſſi je deviens maigre,
C’eſt pitié. Je m’étends, & ne fais que bailler.
Mais, veille qui voudra, voici mon oreiller.
Ma foi, pour cette nuit, il faut que je m’en donne !
Pour dormir dans la rue, on n’offenſe perſonne.
Dormons.
S C È N E II
Petit Jean, L’Intimé.
L’INTIMÉ
Ay, Petit Jean ! Petit Jean !
PETIT JEAN
L’Intimé !
Il a déjà bien peur de me voir enrhumé
L’INTIMÉ
Que diable ! ſi matin que fais tu dans la rue ?
PETIT JEAN
Eſt-ce qu’il faut toujours faire le pied de grue ?
Garder toujours un homme, & l’entendre crier ?
Quelle gueule ! Pour moi, je crois qu’il eſt ſorcier.
L’INTIMÉ
Bon !
PETIT JEAN
Je lui diſais donc, en me grattant la tête,
Que je voulais dormir. Préſente ta requête
Comme tu veux dormir, m’a-t-il dit gravement.
Je dors en te contant la choſe ſeulement.
Bonſoir.
L’INTIMÉ
Comment bonſoir ? Que le diable m’emporte
Si… Mais j’entends du bruit au-deſſus de la porte.
S C È N E III
Petit Jean, L’Intimé, Dandin.
DANDIN
Petit Jean ! L’Intimé !
L’INTIMÉ à Petit Jean
Paix !
DANDIN
Je ſuis ſeul ici.
Voilà mes guichetiers en défaut, Dieu merci.
Si je leur donne temps, ils pourront comparaître.
Çà, pour nous élargir, ſautons par la fenêtre.
Hors de cour !
L’INTIMÉ
Comme il ſaute !
PETIT JEAN
Ho ! monſieur ! je vous tiens.
DANDIN
Au voleur ! Au voleur !
PETIT JEAN
Ho ! nous vous tenons bien,
L’INTIMÉ
Vous avez beau crier.
DANDIN
Main forte ! l’on me tue !
S C È N E I V
Petit Jean, L’Intimé, Dandin, Léandre.
LÉANDRE
Vite un flambeau ! j’entends mon père dans la rue.
Mon père, ſi matin, qui vous fait déloger ?
Où courez-vous la nuit ?
DANDIN
Je veux aller juger.
LÉANDRE
Et qui juger ? Tout dort.
PETIT JEAN
Ma foi ! Je ne dors guères.
LÉANDRE
Que de ſacs ! Il en a juſques aux jarretières.
DANDIN
Je ne veux de trois mois rentrer dans la maiſon.
De ſacs & de procès j’ai fait proviſion.
LÉANDRE
Et qui vous nourrira ?
DANDIN
Le buvetier, je penſe.
LÉANDRE
Mais où dormirez vous, mon père ?
DANDIN
À l’audience.
LÉANDRE
Non, mon père, il vaut mieux que vous ne ſortiez pas.
Dormez chez vous ; chez vous faites tous vos repas.
Souffrez que la raiſon enfin vous perſuade ;
Et pour votre ſanté…
DANDIN
Je veux être malade.
LÉANDRE
Vous ne l’êtes que trop. Donnez vous du repos ;
Vous n’avez tantôt plus que la peau ſur les os.
DANDIN
Du repos ? Ah ! ſur toi tu veux régler ton père ?
Crois-tu qu’un juge n’ait qu’à faire bonne chère,
Qu’à battre le pavé comme un tas de galants,
Courir le bal la nuit, & le jour les brelans ?
L’argent ne nous vient pas ſi vite que l’on penſe.
Chacun de tes rubans me coûte une ſentence.
Ma robe vous fait honte : un fils de juge ! Ah ! fi !
Tu fais le gentilhomme. Hé ! Dandin, mon ami,
Regarde dans ma chambre & dans ma garde-robe
Les portraits des Dandins : tous ont porté la robe ;
Et c’eſt le bon parti. Compare prix pour prix
Les étrennes d’un juge à celles d’un marquis :
Attends que nous ſoyons à la fin de décembre.
Qu’eſt-ce qu’un gentilhomme ? Un pilier d’antichambre.
Combien en as-tu vu, je dis des plus huppés,
À ſouffler dans leurs doigts dans ma cour occupés,
Le manteau ſur le nez, ou la main dans la poche ;
Enfin pour ſe chauffer, venir tourner ma broche !
Voilà comme on les traite. Hé ! mon pauvre garçon,
De ta défunte mère, eſt-ce là la leçon ?
La pauvre Babonnette ! Hélas ! lorſque j’y penſe,
Elle ne manquait pas une ſeule audience !
Jamais, au grand jamais, elle ne me quitta.
Et Dieu ſait ſi ſouvent ce qu’elle en rapporta :
Elle eût du buvetier emporté les ſerviettes,
Plutôt que de rentrer au logis les mains nettes.
Et voilà comme on fait les bonnes maiſons. Va,
Tu ne ſeras qu’un ſot.
LÉANDRE
Vous vous morfondez là,
Mon père. Petit Jean, ramenez votre maître,
Couchez-le dans ſon lit ; fermez porte, fenêtre ;
Qu’on barricade tout, afin qu’il ait plus chaud.
PETIT JEAN
Faites donc mettre au moins des garde-fous là-haut.
DANDIN
Quoi ? L’on me mènera coucher ſans autre forme ?
Obtenez un arrêt comme il faut que je dorme.
LÉANDRE
Hé ! par proviſion, mon père, couchez-vous.
DANDIN
J’irai ; mais je m’en vais vous faire enrager tous :
Je ne dormirai point.
LÉANDRE
Hé bien ! à la bonne heure !
Qu’on ne le quitte pas. Toi, L’Intimé, demeure.
S C È N E V
L’Intimé, Léandre.
LÉANDRE
Je veux t’entretenir un moment ſans témoins.
L’INTIMÉ
Quoi ? vous faut-il garder ?
LÉANDRE
J’en aurais bon beſoin,
J’ai ma folie, hélas ! auſſi bien que mon père.
L’INTIMÉ
Ho ! vous voulez juger ?
LÉANDRE
Laiſſons là le myſtère.
Tu connais ce logis ?
L’INTIMÉ
Je vous entends enfin :
Diantre ! l’amour Vour tient au cœur de bon matin.
Vous me voulez parler ſans doute d’Iſabelle.
Je vous l’ai dit cent fois : elle eſt ſage, elle eſt belle ;
Mais vous devez ſonger que Monſieur Chicaneau
De ſon bien en procès conſume le plus beau.
Qui ne plaide-t-il point ? Je crois qu’à l’audience
Il fera, s’il ne meurt, venir toute la France.
Tout auprès de ſon juge, il s’eſt venu loger :
L’un veut plaider toujours, l’autre toujours juger,
Et c’eſt un grand haſard s’il conclut votre affaire,
Sans plaider le curé, le gendre & le notaire.
LÉANDRE
Je le ſais comme toi. Mais malgré tout cela,
Je meurs pour Iſabelle.
L’INTIMÉ
Et bien épouſez-la.
Vous n’avez qu’à parler, c’eſt une affaire prête.
LÉANDRE
Hé ! cela ne va pas ſi vite que ta tête.
Son père eſt un ſauvage à qui je ferais peur.
À moins que d’être huiſſier, ſergent ou procureur,
On ne voit point ſa fille ; & la pauvre Iſabelle,
Inviſible & dolente, eſt en priſon chez elle.
Elle voit diſſiper ſa jeuneſſe en regrets,
Mon amour en fumée & ſon bien en procès.
Il la ruinera ſi l’on le laiſſe faire.
Ne connaîtrais-tu pas quelque honnêtre fauſſaire
Qui ſervît ſes amis, en le payant, s’entend,
Quelque ſergent zélé ?
L’INTIMÉ
Bon ! l’on en trouve tant !
LÉANDRE
Mais encore ?
L’INTIMÉ
Ah ! monſieur ! ſi feu mon pauvre père
Était encor vivant, c’était bien votre affaire.
Il gagnait en un jour plus qu’un autre en ſix mois ;
Ses rides ſur ſon front gravaient tous ſes exploits.
Il vous eût arrêté le caroſſe d’un prince ;
Il vous l’eût pris lui-même ; & ſi dans la province
Il ſe donnait en tout vingt coups de nerf de bœuf,
Pour père pour ſa part en embourſait dix-neuf.
Mais de quoi s’agit-il ? Suis-je pas fils de maître ?
Je vous ſervirai.
LÉANDRE
Toi ?
L’INTIMÉ
Mieux qu’un ſergent peut-être.
LÉANDRE
Tu porterais au père un faux exploit ?
L’INTIMÉ
Hon ! hon !
LÉANDRE
Tu rendrais à la fille un billet ?
L’INTIMÉ
Pourquoi non ?
Je ſuis des deux métiers.
LÉANDRE
Viens, je l’entends qui crie.
Allons à ce deſſein rêver ailleurs.
S C È N E VI
Chicaneau, Petit Jean.
CHICANEAU
La Brie,
Qu’on garde la maiſon, je reviendrai bientôt.
Qu’on ne laiſſe monter aucune âme là-haut.
Fais porter cette lettre à la poſte du Maine.
Prends-moi dans mon clapier trois lapins de garenne,
Et chez mon procureur porte-les ce matin.
Si ſon clerc vient céans, fais-lui goûter mon vin.
Ah ! donne-lui ce ſac qui pend à ma fenêtre.
Eſt-ce tout ! Il viendra me demander peut-être
Un grand homme ſec, là, qui me ſert de témoin,
Et qui jure pour moi lorſque j’en ai beſoin :
Qu’il m’attende. Je crains que mon juge ne ſorte :
Quatre heures vont ſonner. Mais frappons à ſa porte.
PETIT JEAN
Qui va là ?
CHICANEAU
Peut-on voir monſieur ?
PETIT JEAN
Non.
CHICANEAU
Pourrait-on
Dire un mot à monſieur ſon ſecrétaire ?
PETIT JEAN
Non.
CHICANEAU
Et monſieur ſon portier ?
PETIT JEAN
C’eſt moi-même.
CHICANEAU
De grâce,
Buvez à ma ſanté, monſieur.
PETIT JEAN
Grand bien vous faſſe !
Mais revenez demain.
CHICANEAU
Hé ! Rendez donc l’argent.
Le monde eſt devenu, ſans mentir, bien méchant.
J’ai vu que les procès ne donnaient point de peine :
Six écus en gagnaient une demi-douzaine.
Mais aujourd’hui je crois que tout mon bien entier
Ne me ſuffirait pas pour gagner un portier.
Mais j’aperçois venir Madame La Comteſſe
De Pimbeſche. Elle vient pour affaire qui preſſe.
S C È N E VII
Chicaneau, La Comteſſe.
CHICANEAU
Madame, on n’entre plus.
LA COMTESSE
Hé bien ! l’ai-je pas dit ?
Sans mentir, mes valets me font perdre l’eſprit.
Pour les faire lever c’eſt en vain que je gronde ;
Il faut que tous les jours j’éveille tout mon monde.
CHICANEAU
Il faut abſolument qu’il ſe faſſe celer.
LA COMTESSE
Pour moi, depuis deux jours, je ne lui puis parler.
CHICANEAU
Ma partie eſt puiſſante, & j’ai lieu de tout craindre.
LA COMTESSE
Après ce qu’on m’a fait, il ne faut plus ſe plaindre.
CHICANEAU
Si pourtant j’ai bon droit.
LA COMTESSE
Ah ! monſieur, quel arrêt !
CHICANEAU
Je m’en rapporte à vous. Écoutez, s’il vous plaît.
LA COMTESSE
Il faut que vous ſachiez, monſieur, la perfidie…
CHICANEAU
Ce n’eſt rien dans le fond.
LA COMTESSE
Monſieur, que je vous die…
CHICANEAU
Voici le fait. Depuis quinze ou vingt ans en çà
Au travers d’un mien pré, certain ânon paſſa,
S’y vautra, non ſans faire un notable dommage,
Dont je formais ma plainte au juge du village.
Je fais ſaisir l’ânon. Un expert eſt nommé,
À deux bottes de foin le dégât eſtimé.
Enfin, au bout d’un an, ſentence par laquelle
Nous ſommes renvoyés hors de cour. J’en appelle.
Pendant qu’à l’audience on pourſuit un arrêt,
Remarquez bien ceci, madame, s’il vous plaît,
Notre ami Drolichon, qui n’eſt pas une bête,
Obtient pour quelque argent un arrêt ſur requête,
Et je gagne ma cauſe. À cela, que fait-on ?
Mon chicaneur s’oppoſe à l’exécution.
Autre incident : tandis qu’au procès on travaille,
Ma partie en mon pré laiſſe aller ſa volaille.
Ordonné que ſera fait rapport à la cour
Du foin que peut manger une poule en un jour :
Le tout joint au procès enfin, & toute choſe
Demeurant en état, on appointe la cauſe,
Le cinquième ou ſixième avril cinquante-ſix.
J’écris ſur nouveaux frais. Je produis, je fournis
De dits, de contredits, enquêtes, compulſoires,
Rapports d’experts, tranſports, trois interlocutoires,
Griefs & faits nouveaux, baux & procès-verbaux.
J’obtiens lettres royaux, & je m’inſcris en faux.
Quatorze appointements, trente exploits, ſix inſtances,
Six-vingts productions, vingt arrêts de défenſes,
Arrêt enfin. Je perds ma cauſe avec dépens
Eſtimés environ cinq à ſix mille francs.
Eſt-ce là faire droit ? Eſt-ce là comme on juge ?
Après quinze ou vingt ans ! Il me reſte un refuge :
La requête civile eſt ouverte pour moi.
Je ne ſuis pas rendu. Mais vous, comme je voi,
Vous plaidez ?
LA COMTESSE
Plût à Dieu !
CHICANEAU
J’y brûlerai mes livres.
LA COMTESSE
Je…
CHICANEAU
Deux bottes de foin, cinq à ſix mille livres !
LA COMTESSE
Monſieur, tous mes procès allaient être finis ;
Il ne m’en reſtait plus que quatre ou cinq petits :
L’un contre mon mari, l’autre contre mon père,
Et contre mes enfants. Ah ! monſieur ! la miſère !
Je ne ſais quel biais ils ont imaginé,
Ni tout ce qu’ils ont fait ; mais on leur a donné
Un arrêt par lequel, moi vêtue & nourrie,
On me défend, monſieur, de plaider de ma vie.
CHICANEAU
De plaider !
LA COMTESSE
De plaider.
CHICANEAU
Certes le trait eſt noir.
J’en ſuis ſurpris.
LA COMTESSE
Monſieur, j’en ſuis au déſespoir.
CHICANEAU
Comment ? lier les mains aux gens de votre ſorte !
Mais cette penſion, madame, eſt-elle forte ?
LA COMTESSE
Je n’en vivrai, monſieur, que trop honnêtement.
Mais vivre ſans plaider, eſt-ce contentement ?
CHICANEAU
Des chicaneurs viendront nous manger juſqu’à l’âme,
Et nous ne dirons mot ! Mais, s’il vous plaît, madame,
Depuis quand plaidez-vous ?
LA COMTESSE
Il ne m’en ſouvient pas,
Depuis trente ans, au plus.
CHICANEAU
Ce n’eſt pas trop.
LA COMTESSE
Hélas !
CHICANEAU
Et quel âge avez-vous ? Vous avez bon viſage.
LA COMTESSE
Hé, quelque ſoixante ans.
CHICANEAU
Comment ! c’eſt le bel âge
Pour plaider.
LA COMTESSE
Laiſſez faire, ils ne ſont pas au bout :
J’y vendrai ma chemiſe ; & je veux rien ou tout.
CHICANEAU
Madame, écoutez-moi. Voici ce qu’il faut faire.
LA COMTESSE
Oui, monſieur, je vous crois comme mon propre père.
CHICANEAU
J’irais trouver mon juge.
LA COMTESSE
Oh ! oui, monſieur, j’irai.
CHICANEAU
Me jetter à ſes pieds.
LA COMTESSE
Oui, je m’y jetterai :
Je l’ai bien réſolu.
CHICANEAU
Mais daignez donc m’entendre.
LA COMTESSE
Oui, vous prenez la choſe ainſi qu’il la faut prendre.
CHICANEAU
Avez-vous dit, Madame ?
LA COMTESSE
Oui.
CHICANEAU
J’irais ſans façons
Trouver mon juge.
LA COMTESSE
Hélas ! que ce monſieur eſt bon !
CHICANEAU
Si vous parlez toujours, il faut que je me taiſe.
LA COMTESSE
Ah ! que vous m’obligez ! je ne me ſens pas d’aiſe.
CHICANEAU
J’irais trouver mon juge, & lui dirais…
LA COMTESSE
Oui.
CHICANEAU
Vois !
Et lui dirais : Monſieur…
LA COMTESSE
Oui, monſieur.
CHICANEAU
Liez-moi…
LA COMTESSE
Monſieur, je ne veux point être liée.
CHICANEAU
À l’autre !
LA COMTESSE
Je ne la ſerai point.
CHICANEAU
Quelle humeur eſt la vôtre ?
LA COMTESSE
Non.
CHICANEAU
Vous ne ſavez pas, madame, où je viendrai.
LA COMTESSE
Je plaiderai, monſieur, ou bien je ne pourrai.
CHICANEAU
Mais…
LA COMTESSE
Mais je ne veux pas, monſieur, que l’on me lie.
CHICANEAU
Enfin, quand une femme en tête a ſa folie…
LA COMTESSE
Fou vous-même.
CHICANEAU
Madame !
LA COMTESSE
Et pourquoi me lier ?
CHICANEAU
Madame…
LA COMTESSE
Voyez-vous, il ſe rend familier.
CHICANEAU
Mais, madame…
LA COMTESSE
Un craſſeux, qui n’a que ſa chicane,
Veut donner des avis !
CHICANEAU
Madame !
LA COMTESSE
Avec ſon âne !
CHICANEAU
Vous me pouſſez.
LA COMTESSE
Bonhomme, allez gardez vos foins.
CHICANEAU
Vous m’excédez.
LA COMTESSE
Le ſot !
CHICANEAU
Que n’ai-je des témoins ?
S C È N E VIII
Petit Jean, La Comteſſe, Chicaneau.
PETIT JEAN
Voyez le beau Sabbat qu’ils font à notre porte.
Meſſieurs, allez plus loin tempêter de la ſorte.
CHICANEAU
Monſieur, ſoyez témoin…
LA COMTESSE
Que Monſieur eſt un ſot.
CHICANEAU
Monſieur, vous l’entendez, retenez bien ce mot.
PETIT JEAN
Ah ! Vous ne deviez pas lâcher cette parole.
LA COMTESSE
Vraiment, c’eſt bien à lui, de me traîter de folle !
PETIT JEAN
Folle ! Vous avez tort. Pourquoi l’injurier ?
CHICANEAU
On la conſeille.
PETIT JEAN
Oh !
LA COMTESSE
Oui, de me faire lier.
PETIT JEAN
Oh ! monſieur !
CHICANEAU
Juſqu’au bout, que ne m’écoute-t-elle ?
PETIT JEAN
Oh ! madame !
LA COMTESSE
Qui, moi, ſouffrir qu’on me querelle ?
CHICANEAU
Une crieuſe !
PETIT JEAN
Hé ! paix !
LA COMTESSE
Un chicaneur !
PETIT JEAN
Holà !
CHICANEAU
Qui n’oſe plus plaider.
LA COMTESSE
Que t’importe cela ?
Qu’eſt-ce qui t’en revient, fauſſaire abominable,
Brouillon, voleur !
CHICANEAU
Et bon, & bon, de par le diable !
Un ſergent ! un ſergent !
LA COMTESSE
Un huiſſier ! un huiſſier !
PETIT JEAN
Ma foi, juge & plaideurs, il faudrait tout lier.
ACTE ſecond
S C È N E I
Léandre, L’Intimé.
L’INTIMÉ
Monſieur, encore un coup, je ne puis pas tout faire :
Puiſque je fais l’huiſſier, faites le commiſſaire.
En robe ſur mes pas il ne faut que venir,
Vous aurez tout moyen de vous entretenir.
Changez en cheveux noirs votre perruque blonde.
Ces plaideurs ſongent-ils que vous ſoyez au monde ?
Hé ! lorſqu’à votre père ils vont faire leur cour,
À peine ſeulement ſavez-vous s’il eſt jour.
Mais n’admirez-vous pas cette bonne comteſſe
Qu’avec tant de bonheur la fortune m’adreſſe ;
Qui, dès qu’elle me voit, donnant dans le panneau,
Me charge d’un exploit pour monſieur Chicaneau,
Et le fait aſſigner pour certaine parole,
Diſant qu’il la voudrait faire paſſer pour folle,
Je dis folle à lier, & pour d’autres excès
Et blaſphèmes, toujours l’ornement des procès ?
Mais vous ne dites rien de tout mon équipage ?
Ai-je bien d’un ſergent le port & le viſage ?
LÉANDRE
Ah ! fort bien.
L’INTIMÉ
Je ne ſais, mais je me ſens enfin
L’âme & le dos ſix fois plus durs que ce matin.
Quoi qu’il en ſoit, voici l’exploit & votre lettre :
Iſabelle l’aura, j’oſe vous le promettre.
Mais, pour faire ſigner le contrat que voici,
Il faut que ſur mes pas vous vous rendiez ici.
Vous feindrez d’informer ſur toute cette affaire
Et vous ferez l’amour en préſence du père.
LÉANDRE
Mais ne va pas donner l’exploit pour le billet.
L’INTIMÉ
Le père aura l’exploit, la fille le poulet.
Rentrez.
S C È N E II
Iſabelle, L’Intimé.
ISABELLE
Qui frappe ?
L’INTIMÉ
Ami. C’eſt la voix d’Iſabelle.
ISABELLE
Demandez-vous quelqu’un, monſieur ?
L’INTIMÉ
Mademoiſelle,
C’eſt un petit exploit que j’oſe vous prier
De m’accorder l’honneur de vous ſignifier.
ISABELLE
Monſieur, excuſez-moi, je n’y puis rien comprendre.
Mon père va venir qui pourra vous entendre.
L’INTIMÉ
Il n’eſt donc pas ici, mademoiſelle ?
ISABELLE
Non.
L’INTIMÉ
L’exploit, mademoiſelle, eſt mis ſous votre nom.
ISABELLE
Monſieur, vous me prenez pour un autre, ſans doute :
Sans avoir de procès, je ſais ce qu’il en coûte ;
Et ſi l’on n’aimait pas à plaider plus que moi,
Vos pareils pourraient bien chercher un autre emploi.
Adieu.
L’INTIMÉ
Mais permettez…
ISABELLE
Je ne veux rien permettre.
L’INTIMÉ
Ce n’eſt pas un exploit.
ISABELLE
Chanſon.
L’INTIMÉ
C’eſt une lettre.
ISABELLE
Encor moins.
L’INTIMÉ
Mais liſez.
ISABELLE
Vous ne m’y tenez pas.
L’INTIMÉ
C’eſt de monſieur…
ISABELLE
Adieu.
L’INTIMÉ
Léandre.
ISABELLE
Parlez bas.
C’eſt de monſieur… ?
L’INTIMÉ
Que diable ! On a bien de la peine
À ſe faire écouter : je ſuis tout hors d’haleine.
ISABELLE
Ah ! L’Intimé, pardonne à mes ſens étonnés ;
Donne.
L’INTIMÉ
Vous me deviez fermer la porte au nez.
ISABELLE
Et qui t’aurait connu déguiſé de la ſorte ?
Mais donne.
L’INTIMÉ
Aux gens de bien ouvre-t-on votre porte ?
ISABELLE
Hé ! donne donc.
L’INTIMÉ
La peſte…
ISABELLE
Oh ! ne donnez donc pas.
Avec votre billet retournez ſur vos pas.
L’INTIMÉ
Tenez. Une autre fois ne ſoyez pas ſi prompte.
S C È N E III
Chicaneau, Iſabelle, L’Intimé.
CHICANEAU
Oui, je ſuis donc un ſot, un voleur, à ſon compte ?
Un ſergent s’eſt chargé de la remercier,
Et je lui vais ſervir un plat de mon métier.
Je ſerais bien fâché que ce fût à refaire,
Ni qu’elle m’envoyât aſſigner la première.
Mais un homme ici parle à ma fille ! Comment ?
Elle lit un billet ? Ah ! c’eſt de quelque amant.
Approchons.
ISABELLE
Tout de bon, ton maître eſt-il ſincère ?
Le croirai-je ?
L’INTIMÉ
Il ne dort non plus que votre père.
Il ſe tourmente ; il vous…
(Apercevant Chicaneau)
fera voir aujourd’hui
Que l’on ne gagne rien à plaider contre lui.
ISABELLE
C’eſt mon père ! Vraiment, vous leur pouvez apprendre
Que ſi l’on nous pourſuit, nous ſaurons nous défendre.
Tenez, voilà le cas qu’on fait de votre exploit.
CHICANEAU
Comment ! C’eſt un exploit que ma fille liſoit !
Ah ! tu ſeras un jour l’honneur de ta famille :
Tu défendras ton bien. Viens, mon ſang, viens ma fille.
Va ! je t’achèterai le Praticien françois.
Mais, diantre ! il ne faut pas déchirer les exploits.
ISABELLE
Au moins, dites-leur bien que je ne les crains guère :
Ils me feront plaiſir. Je les mets à pis faire.
CHICANEAU
Hé ! ne te fâche point.
ISABELLE
Adieu, monſieur.
S C È N E IV
Chicaneau, L’Intimé.
CHICANEAU
Or çà,
Verbaliſons.
CHICANEAU
Monſieur, de grâce, excuſez-la :
Elle n’eſt pas inſtruite ; & puis, ſi bon vous ſemble,
En voici les morceaux que je vais mettre enſemble.
L’INTIMÉ
Non.
CHICANEAU
Je le lirai bien.
L’INTIMÉ
Je ne ſuis pas méchant :
J’en ai ſur moi copie.
CHICANEAU
Ah ! le trait eſt touchant.
Mais, je ne ſais pourquoi, plus je vous enviſage,
Et moins je me remets, monſieur, votre viſage.
Je connais force huiſſiers.
L’INTIMÉ
Informez-vous de moi :
Je m’acquitte aſſez bien de mon petit emploi.
CHICANEAU
Soit. Pour qui venez-vous ?
L’INTIMÉ
Pour une brave dame,
Monſieur, qui vous honore, & de toute ſon âme,
Voudrait que vous vinſſiez, à ma ſommation,
Lui faire un petit mot de réparation.
CHICANEAU
De réparation ? Je n’ai bleſſé perſonne.
L’INTIMÉ
Je le crois : vous avez, monſieur, l’âme trop bonne.
CHICANEAU
Que demandez-vous donc ?
L’INTIMÉ
Elle voudrait, monſieur,
Que devant des témoins vous lui fiſſiez l’honneur
De l’avouer pour ſage & point extravagante.
CHICANEAU
Parbleu, c’eſt ma comteſſe !
L’INTIMÉ
Elle eſt votre ſervante.
CHICANEAU
Je ſuis ſon ſerviteur.
L’INTIMÉ
Vous êtes obligeant,
Monſieur.
CHICANEAU
Oui, vous pouvez l’aſſurer qu’un ſergent
Lui doit porter pour moi tout ce qu’elle demande.
Hé quoi donc ? les battus, ma foi, paieront l’amende !
Voyons ce qu’elle chante. Hon… Sixième janvier,
Pour avoir fauſſement dit qu’il fallait lier
Étant à ce porté par eſprit de chicane,
Haute & puiſſante dame Yolande Cudaſne,
Comteſſe de Pimbeſche, Orbeſche, & caetera,
Il ſoit dit que ſur l’heure il ſe tranſportera
Au logis de la dame, & là, d’une voix claire,
Devant quatre témoins aſſistés d’un notaire,
Zeſte ! ledit Hiérôme avouera hautement
Qu’il la tient pour ſensée & de bon jugement.
Le Bon. C’eſt donc le nom de votre ſeignerie ?
L’INTIMÉ
Pour vous ſervir. Il faut payer d’effronterie.
CHICANEAU
Le Bon ! Jamais exploit ne fut ſigné Le Bon.
Monſieur Le Bon !
L’INTIMÉ
Monſieur.
CHICANEAU
Vous êtes un fripon.
L’INTIMÉ
Monſieur, pardonnez-moi, je ſuis fort honnête homme.
CHICANEAU
Mais fripon le plus franc qui ſoit de Caen à Rome.
L’INTIMÉ
Monſieur, je ne ſuis pas pour vous déſavouer :
Vous aurez la bonté de me le bien payer.
CHICANEAU
Moi, payer ? En ſoufflets.
L’INTIMÉ
Vous êtes trop honnête :
Vous me le paierez bien.
CHICANEAU
Oh ! tu me romps la tête.
Tiens, voilà ton paiement.
L’INTIMÉ
Un ſoufflet ! Écrivons :
Lequel Hiérome, après pluſieurs rébellions,
Aurait atteint, frappé, moi ſergent, à la joue,
Et fait tomber, d’un coup, mon chapeau dans la boue.
CHICANEAU
Ajoute cela.
L’INTIMÉ
Bon : c’eſt de l’argent comptant ;
J’en avais bien beſoin. Et, de ce, non content,
Aurait avec le pied réitéré. Courage !
Outre plus, le ſusdit ſerait venu, de rage,
Pour lacérer ledit préſent procès-verbal.
Allons, mon cher monſieur, cela ne va pas mal.
Ne vous relâchez point.
CHICANEAU
Coquin !
L’INTIMÉ
Ne vous déplaiſe,
Quelques coups de bâton, & je ſuis à mon aiſe.
CHICANEAU
Oui-da : je verrai bien s’il eſt ſergent.
L’INTIMÉ en poſture d’écrire.
Tôt donc,
Frappez : j’ai quatre enfants à nourrir.
CHICANEAU
Ah ! pardon !
Monſieur, pour un ſergent, je ne pouvais vous prendre ;
Mais le plus habile homme enfin peut ſe méprendre.
Je ſaurai réparer ce ſoupçon outrageant.
Oui, vous êtes ſergent, monſieur, & très ſergent.
Touchez là : vos pareils ſont gens que je révère ;
Et j’ai toujours été nourri par feu mon père
Dans la crainte de Dieu, monſieur, & des ſergents.
L’INTIMÉ
Non, à ſi bon marché l’on ne bat point les gens.
CHICANEAU
Monſieur, point de procès !
L’INTIMÉ
Serviteur. Contumace,
Bâton levé, ſoufflet, coup de pied. Ah !
CHICANEAU
De grâce.
Rendez-les-moi, plutôt.
L’INTIMÉ
Suffit qu’ils ſoient reçus,
Je ne les voudrais pas donner pour mille écus.
S C È N E V
Léandre, Chicaneau, L’Intimé.
L’INTIMÉ
Voici fort à propos monſieur le Commiſſaire.
Monſieur, votre préſence ici eſt néceſſaire.
Tel que vous me voyez, monſieur ici préſent
M’a d’un fort grand ſoufflet fait un petit préſent.
LÉANDRE
À vous, monſieur ?
L’INTIMÉ
À moi, parlant à ma perſonne.
Item, un coup de pied ; plus, les noms qu’il me donne.
LÉANDRE
Avez-vous des témoins ?
L’INTIMÉ
Monſieur, tâtez plutôt :
Le ſoufflet ſur ma joue eſt encore tout chaud.
LÉANDRE
Pris en flagrant délit, affaire criminelle.
CHICANEAU
Foin de moi !
L’INTIMÉ
Plus, ſa fille, au moins ſoi-diſant telle,
A mis un mien papier en morceaux, proteſtant
Qu’on lui ferait plaiſir, & que d’un œil content
Elle nous défiait.
LÉANDRE
Faites venir la fille.
L’eſprit de contumace eſt dans cette famille.
CHICANEAU
Il faut abſolument qu’on m’ait enſorcelé :
Si j’en connais pas un, je veux être étranglé.
LÉANDRE
Comment ? battre un huiſſier ! Mais voici la rebelle.
S C È N E VI
Léandre, Iſabelle, Chicaneau, L’Intimé.
L’INTIMÉ
Vous le reconnaiſſez ?
LÉANDRE
Hé bien, mademoiſelle,
C’eſt donc vous qui tantôt braviez notre officier,
Et qui ſi hautement oſez nous défier ?
Votre nom ?
ISABELLE
Iſabelle.
LÉANDRE
Écrivez. Et votre âge ?
ISABELLE
Dix-huit ans.
CHICANEAU
Elle en a quelque peu davantage ;
Mais n’importe.
LÉANDRE
Êtes-vous en pouvoir de mari ?
ISABELLE
Non, monſieur.
LÉANDRE
Vous riez ? Écrivez qu’elle a ri.
CHICANEAU
Monſieur, ne parlons pas de mari à des filles ;
Voyez-vous, ce ſont là des ſecrets de familles.
LÉANDRE
Mettez qu’il interrompt.
CHICANEAU
Hé ! je n’y penſais pas.
Prends bien garde, ma fille, à ce que tu diras.
LÉANDRE
Là, ne vous troublez point. Répondez à votre aiſe.
On ne peut pas rien faire ici qui vous déplaiſe.
N’avez-vous pas reçu de l’huiſſier que voilà
Certain papier tantôt ?
ISABELLE
Oui, monſieur.
CHICANEAU
Bon cela.
LÉANDRE
Avez-vous déchiré ce papier ſans le lire ?
ISABELLE
Monſieur, je l’ai lu.
CHICANEAU
Bon.
LÉANDRE
Continuez d’écrire.
Et pourquoi l’avez-vous déchiré ?
ISABELLE
J’avais peur
Que mon père ne prît l’affaire trop à cœur,
Et qu’il ne s’échauffât le ſang à ſa lecture.
CHICANEAU
Et tu fuis les procès ? C’eſt méchanceté pure.
LÉANDRE
Vous n’avez donc pas détruit ce papier par dépit,
Ou par mépris de ceux qui vous l’avaient écrit ?
ISABELLE
Monſieur, je n’ai pour eux ni mépris ni colère.
LÉANDRE
Écrivez.
CHICANEAU
Je vous dis qu’elle tient de ſon père :
Elle répond fort bien.
LÉANDRE
Vous montrez cependant
Pour tous les gens de robe un mépris évident.
ISABELLE
Une robe toujours m’avait choqué la vue ;
Mais cette averſion à préſent diminue.
CHICANEAU
La pauvre enfant ! Va, va, je te marierai bien,
Dès que je le pourrai, s’il ne m’en coûte rien.
LÉANDRE
À la juſtice donc vous voulez ſatisfaire ?
ISABELLE
Monſieur, je ferai tout pour ne pas vous déplaire
L’INTIMÉ
Monſieur, faites ſigner.
LÉANDRE
Dans les occaſions,
Soutiendrez-vous au moins vos dépoſitions ?
ISABELLE
Monſieur, aſſurez-vous qu’Iſabelle eſt conſtante.
LÉANDRE
Signez. Cela va bien, la juſtice eſt contente.
Çà, ne ſignez-vous pas, monſieur ?
CHICANEAU
Oui-da, gaîment.
À tout ce qu’elle a dit je ſigne aveuglément.
LÉANDRE à Iſabelle.
Tout va bien. À mes vœux le ſuccès eſt conforme :
Il ſigne un bon contrat écrit en bonne forme,
Et ſera condamné tantôt ſur ſon écrit.
CHICANEAU
Que lui dit-il ? Il eſt charmé par ſon eſprit.
LÉANDRE
Adieu. Soyez toujours auſſi ſage que belle :
Tout ira bien. Huiſſier, ramenez-la chez elle.
Et vous, monſieur, marchez.
CHICANEAU
Où, monſieur ?
LÉANDRE
Suivez-moi.
CHICANEAU
Où donc ?
LÉANDRE
Vous le ſaurez. Marchez, de par le Roi.
CHICANEAU
Comment ?
S C È N E VII
Léandre, Chicaneau, Petit Jean.
PETIT JEAN
Holà ! quelqu’un n’a-t-il point vu mon maître ?
Quel chemin a-t-il pris ? la porte ou la fenêtre ?
LÉANDRE
À l’autre !
PETIT JEAN
Je ne ſais qu’eſt devenu ſon fils ;
Mais pour le père, il eſt où le diable l’a mis.
Il me redemandait ſans ceſſe ſes épices,
Et j’ai tout bonnement couru juſqu’aux offices
Chercher la boîte au poivre ; & lui, pendant cela,
Eſt diſparu.
S C È N E VIII
Dandin, Léandre, Chicaneau, L’Intimé, Petit Jean.
DANDIN
Paix ! paix ! que l’on ſe taiſe là.
LÉANDRE
Hé ! grand Dieu !
PETIT JEAN
Le voilà, ma foi, dans les gouttières.
DANDIN
Quelles gens êtes vous ? Quelles ſont vos affaires ?
Qui ſont ces gens de robe ? Êtes-vous avocats ?
Çà, parlez.
PETIT JEAN
Vous verrez qu’il va juger les chats.
DANDIN
Avez-vous eu le ſoin de voir mon ſecrétaire ?
Allez lui demander ſi je ſais votre affaire.
LÉANDRE
Il faut bien que je l’aille arracher de ces lieux.
Sur votre priſonnier, huiſſier, ayez les yeux.
PETIT JEAN
Ho ! Ho ! Monſieur !
LÉANDRE
Tais-toi, ſur les yeux de ta tête,
Et ſuis-moi.
S C È N E IX
Dandin, Chicaneau, La Comteſſe, L’Intimé.
DANDIN
Dépêchez ; donnez votre requête.
CHICANEAU
Monſieur, ſans votre aveu, l’on me fait priſonnier.
LA COMTESSE
Hé, mon Dieu ! j’aperçois Monſieur dans ſon grenier.
Que fait-il là ?
L’INTIMÉ
Madame, il y donne audience.
Le champ vous eſt ouvert.
CHICANEAU
On me fait violence,
Monſieur, on m’injurie ; & je venais ici
Me plaindre à vous.
LA COMTESSE
Monſieur, je viens me plaindre auſſi.
CHICANEAU & LA COMTESSE
Vous voyez devant vous mon adverſe partie.
L’INTIMÉ
Parbleu ! je me veux mettre auſſi de la partie.
CHICANEAU, LA COMTESSE & L’INTIMÉ
Monſieur, je viens ici pour un petit exploit.
CHICANEAU
Hé, meſſieurs, tour à tour expoſons notre droit.
LA COMTESSE
Son droit ? Tout ce qu’il dit ſont autant d’impoſtures.
DANDIN
Qu’eſt-ce qu’on vous a fait ?
CHICANEAU, LA COMTESSE & L’INTIMÉ
On m’a dit des injures.
L’INTIMÉ
Outre un ſoufflet, monſieur, que j’ai reçu plus qu’eux.
CHICANEAU
Monſieur, je ſuis couſin de l’un de vos neveux.
LA COMTESSE
Monſieur, père Cordon vous dira mon affaire.
L’INTIMÉ
Monſieur, je ſuis bâtard de votre apothicaire.
DANDIN
Vos qualités ?
LA COMTESSE
Je ſuis comteſſe.
L’INTIMÉ
Huiſſier.
CHICANEAU
Bourgeois.
Meſſieurs…
DANDIN
Parlez toujours : je vous entends tous trois.
CHICANEAU
Monſieur…
L’INTIMÉ
Bon ! le voilà qui fauſſe compagnie.
LA COMTESSE
Hélas !
CHICANEAU
Hé quoi ! déjà, l’audience eſt finie ?
Je n’ai pas eu le temps de lui dire deux mots.
S C È N E X
Léandre, Chicaneau, La Comteſſe, L’Intimé.
LÉANDRE
Meſſieurs, voulez-vous bien nous laiſſer en repos ?
CHICANEAU
Monſieur, peut-on entrer ?
LÉANDRE
Non, monſieur, ou je meure.
CHICANEAU
Hé, pourquoi ? j’aurai fait en une petite heure,
En deux heures au plus.
LÉANDRE
On n’entre point, monſieur.
LA COMTESSE
C’eſt bien fait de fermer la porte à ce crieur.
Mais moi…
LÉANDRE
L’on n’entre point, madame, je vous jure.
LA COMTESSE
Ho ! monſieur, j’entrerai.
LÉANDRE
Peut-être.
LA COMTESSE
J’en ſuis sûre.
LÉANDRE
Par la fenêtre donc ?
LA COMTESSE
Par la porte.
LÉANDRE
Il faut voir.
CHICANEAU
Quand je devrais ici demeurer juſqu’au ſoir.
S C È N E XI
Petit Jean, Léandre, Chicaneau, La Comteſſe, L’Intimé, Dandin.
PETIT JEAN
On ne l’entendra pas, quelque choſe qu’il faſſe.
Parbleu ! je l’ai fourré dans notre ſalle baſſe,
Tout auprès de la cave.
LÉANDRE
En un mot comme en cent,
On ne voit point mon père.
CHICANEAU
Hé bien donc ! Si pourtant
Sur toute cette affaire il faut que je le voie.
Mais que vois-je ? Ah ! c’eſt lui que le ciel nous renvoie !
LÉANDRE
Quoi ? Par le ſoupirail !
PETIT JEAN
Il a le diable au corps.
CHICANEAU
Monſieur…
DANDIN
L’impertinent ! Sans lui j’étais dehors.
CHICANEAU
Monſieur…
DANDIN
Retirez-vous, vous êtes une bête.
CHICANEAU
Monſieur, voulez-vous bien…
DANDIN
Vous me rompez la tête.
CHICANEAU
Monſieur, j’ai commandé…
DANDIN
Taiſez-vous, vous dit-on.
CHICANEAU
Que l’on portât chez vous…
DANDIN
Qu’on le mène en priſon.
CHICANEAU
Certain quartaut de vin.
DANDIN
Hé ! je n’en ai que faire.
CHICANEAU
C’eſt de très bon muſcat.
DANDIN
Redites votre affaire.
LÉANDRE
Il faut les entourer ici de tous côtés.
LA COMTESSE
Monſieur, il va vous dire autant de fauſſetés.
CHICANEAU
Monſieur, je vous dis vrai.
DANDIN
Mon Dieu, laiſſez-la dire !
LA COMTESSE
Monſieur, écoutez-moi.
DANDIN
Souffrez que je reſpire.
CHICANEAU
Monſieur…
DANDIN
Vous m’étranglez.
LA COMTESSE
Tournez les yeux vers moi.
DANDIN
Elle m’étrangle… Ay ! ay !
CHICANEAU
Vous m’entraînez, ma foi !
Prenez garde, je tombe.
PETIT JEAN
Ils ſont, ſur ma parole,
L’un & l’autre encavés.
LÉANDRE
Vite, que l’on y vole.
Courez à leur ſecours. Mais au moins je prétends
Que monſieur Chicaneau, puiſqu’il eſt là-dedans,
N’en ſorte d’aujourd’hui. L’Intimé, prends-y garde.
L’INTIMÉ
Gardez le ſoupirail.
LÉANDRE
Va vite, je le garde.
S C È N E XII
Léandre, La Comteſſe.
LA COMTESSE
Miſérable ! il s’en va lui prévenir l’eſprit.
Monſieur, ne croyez rien de tout ce qu’il vous dit ;
Il n’a point de témoins : c’eſt un menteur.
LÉANDRE
Madame,
Que leur contez-vous là ? Peut-être ils rendent l’âme.
LA COMTESSE
Il lui fera, monſieur, croire ce qu’il voudra.
Souffrez que j’entre.
LÉANDRE
Oh non ! perſonne n’entrera.
LA COMTESSE
Je le vois bien, monſieur, le vin muſcat opère
Auſſi bien ſur le fils que ſur l’eſprit du père.
Patience, je m’en vais proteſter comme il faut
Contre monſieur le juge & contre le quartaut.
LÉANDRE
Allez donc, & ceſſez de nous rompre la tête.
Que de fous ! je ne fus jamais à telle fête.
S C È N E XIII
Dandin, Léandre, L’Intimé.
L’INTIMÉ
Monſieur, où courez-vous ? C’eſt vous mettre en danger ;
Et vous boitez tout bas.
DANDIN
Je veux aller juger.
LÉANDRE
Comment ! mon père ! Allons, permettez qu’on vous panſe.
Vite, un chirurgien.
DANDIN
Qu’il vienne à l’audience.
LÉANDRE
Hé ! mon père ! arrêtez…
DANDIN
Ho ! je vois ce que c’eſt :
Tu prétends faire ici de moi ce qui te plait ;
Tu ne gardes pour moi reſpect ni complaiſance :
Je ne puis prononcer une ſeule ſentence.
Achève, prends ce ſac, prends vite.
LÉANDRE
Hé ! doucement,
Mon père. Il faut trouver quelque accomodement.
Si pour vous, ſans juger, la vie eſt un ſupplice,
Si vous êtes preſſé de rendre la juſtice,
Il ne faut point ſortir pour cela de chez vous :
Excercez le talent, & jugez parmi nous.
DANDIN
Ne raillons point ici de la magiſtrature :
Vois-tu ? je ne veux point être un juge en peinture.
LÉANDRE
Vous ſerez, au contraire, un juge ſans appel,
Et juge du civil comme du criminel.
Vous pourrez tous les jours tenir deux audiences :
Tout vous ſera chez vous matière de ſentences.
Un valet manque-t-il de rendre un verre net,
Condamnez-le à l’amende, ou, s’il le caſſe, au fouet.
DANDIN
C’eſt quelque choſe. Encor paſſe quand on raiſonne.
Et mes vacations, qui les paiera ? Perſonne ?
LÉANDRE
Leurs gages vous tiendront lieu de nantiſſement.
DANDIN
Il parle, ce me ſemble, aſſez pertinemment.
LÉANDRE
Contre un de vos voiſins…
S C È N E XIV
Dandin, Léandre, Petit Jean, L’Intimé.
PETIT JEAN
Arrête ! arrête ! attrape !
LÉANDRE
Ah ! c’eſt mon priſonnier, ſans doute, qui s’échappe !
L’INTIMÉ
Non, non, ne craignez rien.
PETIT JEAN
Tout eſt perdu… Citron…
Votre chien… vient là-bas de manger un chapon.
Rien n’eſt sûr devant lui : ce qu’il trouve, il l’emporte.
LÉANDRE
Bon ! voilà pour mon père une cauſe. Main-forte !
Qu’on ſe mette après lui. Courez tous.
DANDIN
Point de bruit.
Tout doux. Un amené ſans ſcandale ſuffit.
LÉANDRE
Çà, mon père, il faut faire un exemple authentique ;
Jugez ſévèrement ce voleur domeſtique.
DANDIN
Mais je veux faire au moins la choſe avec éclat.
Il faut de part & d’autre avoir un avocat.
Nous n’en avons pas un.
LÉANDRE
Hé bien ! il en faut faire.
Voilà votre portier & votre ſecrétaire.
Vous en ferez, je crois, d’excellents avocats ;
Ils ſont fort ignorants.
L’INTIMÉ
Non pas, monſieur, non pas.
J’endormirai Monſieur tout auſſi bien qu’un autre.
PETIT JEAN
Pour moi, je ne ſais rien ; n’attendez rien du nôtre.
LÉANDRE
C’eſt ta première cauſe, & l’on te la fera.
PETIT JEAN
Mais je ne ſais pas lire.
LÉANDRE
Hé ! l’on te ſoufflera.
PETIT JEAN
Je vous entends, Oui, mais d’une première cauſe,
Monſieur, à l’avocat, revient-il quelque choſe ?
LÉANDRE
Ah fi. Garde-toi bien d’en vouloir rien toucher.
C’eſt la cauſe d’honneur, on l’achète bien cher.
On ſème des billets par toute la famille ;
Et le petit garçon, & la petite fille,
Oncle, tante, couſins, tout vient, juſques au chat,
Dormir au plaidoyer de monſieur l’avocat.
DANDIN
Allons nous préparer. Çà, meſſieurs, point d’intrigue.
Fermons l’œil aux préſents, & l’oreille à la brigue.
Vous, maître Petit Jean, ſerez le demandeur ;
Vous, maître L’Intimé, ſoyez le défendeur.
ACTE troiſième
S C È N E I
Chicaneau, Léandre, Le Souffleur.
CHICANEAU
Oui, Monſieur, c’eſt ainſi qu’ils ont conduit l’affaire.
L’huiſſier m’eſt inconnu, comme le commiſſaire.
Je ne mens pas d’un mot.
LÉANDRE
Oui, je crois tout cela ;
Mais, ſi vous m’en croyez, vous les laiſſerez là.
En vain vous prétendez les pouſſer l’un & l’autre,
Vous troublerez bien moins leur repos que le vôtre.
Les trois quarts de vos biens ſont déjà dépenſés
À faire enfler des ſacs l’un ſur l’autre entaſſés
Et dans vne pourſuite à vous-meſme funeſte,
Vous en voulez encore abſorber tout le reſte
Ne vaudroit-il pas mieux, ſans ſoucis, ſans chagrins,
Viure en Pere jaloux du bien de ſa famille,
Pour en laiſſer vn jour le fonds à voſtre Fille ;
Que de nourrir vn tas d’Officiers affamez,
Qui moiſſonnent les champs que vous auez ſemez,
Dont la main toûjours pleine, & toûjours indigente,
S’engraiſſe impunément de vos Chapons de rente ?
Le beau plaiſir d’aller tout mourant de ſommeil
A la porte d’vn Iuge, attendre ſon reſveil,
Et d’eſſuyer le vent qui vous ſouffle aux oreilles
Tandis que Monſieur dort, & cuue vos bouteilles ;
Ou bien ſi vous entrez, de paſſer tout vn jour
A conter, en grondant, les carreaux de ſa cour !
Hé, Monſieur, croyez-moy, quittez cette miſere.
CHICANEAV
Vrayment, vous me donnez vn conſeil ſalutaire ;
Et deuant qu’il ſoit peu ie veux en profiter :
Mais ie vous prie au moins de bien ſolliciter.
Puis que Monſieur Dandin va donner audiance,
Ie vais faire venir ma Fille en diligence.
On peut l’interroger, elle eſt de bonne foy :
Et meſme elle ſçaura mieux répondre que moy.
LEANDRE
Allez & reuenez, l’on vous fera juſtice.
LE SOVFFLEVR
Quel homme !
S C È N E II
Léandre, Le Souffleur.
LÉANDRE
Je me ſers d’un étrange artifice ;
Mais mon père eſt un homme à ſe déſespérer ;
Et d’une cauſe en l’air il le faut bien leurrer.
D’ailleurs j’ai mon deſſein, & je veux qu’il condamne
Ce fou qui réduit tout au pied de la chicane.
Mais voici tous nos gens qui marchent ſur nos pas.
S C È N E III
Dandin, Léandre, L’Intimé, Petit Jean, Le Souffleur.
DANDIN
Çà, qu’êtes-vous ici ?
LÉANDRE
Ce ſont les avocats.
DANDIN
Vous ?
LE SOUFFLEUR
Je viens ſecourir leur mémoire troublée.
DANDIN
Je vous entends. Et vous ?
LÉANDRE
Moi ? Je ſuis l’aſſemblée.
DANDIN
Commencez donc.
LE SOUFFLEUR
Meſſieurs…
PETIT JEAN
Ho ! prenez-le plus bas :
Si vous ſoufflez ſi haut, l’on ne m’entendra pas.
Meſſieurs…
DANDIN
Couvrez-vous.
PETIT JEAN
Ô ! Mes…
DANDIN
Couvrez-vous, vous dis-je.
PETIT JEAN
Oh ! monſieur ! je ſais bien à quoi l’honneur m’oblige.
DANDIN
Ne te couvre donc pas.
PETIT JEAN ſe couvrant.
Meſſieurs… Vous, doucement ;
Ce que je ſais le mieux, c’eſt mon commencement
Meſſieurs, quand je regarde avec exactitude
L’inconſtance du monde & ſa viciſſitude ;
Lorſque je vois, parmi tant d’hommes différents,
Pas une étoile fixe, & tant d’aſtres errants ;
Quand je vois les Céſars, quand je vois leur fortune ;
Quand je vois le ſoleil, & quand je vois la lune ;
Quand je vois les États des Babiboniens[1]
Tranſférés des Serpents[2] aux Nacédoniens[3] ;
Quand je vois les Lorrains[4], de l’État Dépotique[5]
Paſſer au Démocrite[6], & puis au Monarchique ;
Quand je vois le Japon…
L’INTIMÉ
Quand aura-t-il tout vu ?
PETIT JEAN
Oh ! pourquoi celui-là m’a-t-il interrompu ?
Je ne dirai plus rien.
DANDIN
Avocat incommode,
Que ne lui laiſſiez-vous finir ſa période ?
Je ſuais ſang & eau, pour voir ſi du Japon
Il viendrait à bon port au fait de ſon chapon ;
Et vous l’interrompez par un diſcours frivole.
Parlez donc, avocat.
PETIT JEAN
J’ai perdu la parole.
LÉANDRE
Achève, Petit Jean : c’eſt fort bien débuté.
Mais que font là tes bras pendants à ton côté ?
Te voilà ſur tes pieds droit comme une ſtatue.
Dégourdis-toi. Courage ! allons, qu’on s’évertue.
PETIT JEAN remuant les bras.
Quand… je vois… Quand… je vois…
LÉANDRE
Dis donc ce que tu vois.
PETIT JEAN
Oh ! dame ! on ne court pas deux lièvres à la fois.
LE SOUFFLEUR
On lit…
PETIT JEAN
On lit…
LE SOUFFLEUR
Dans la…
PETIT JEAN
Dans la…
LE SOUFFLEUR
Métamorphoſe…
PETIT JEAN
Comment ?
LE SOUFFLEUR
Que la métem…
PETIT JEAN
Que la métem…
LE SOUFFLEUR
pſycose…
PETIT JEAN
Pſycose…
LE SOUFFLEUR
Hé ! le cheval !
PETIT JEAN
Et le cheval…
LE SOUFFLEUR
Encor !
PETIT JEAN
Encor…
LE SOUFFLEUR
Le chien !
PETIT JEAN
Le chien…
LE SOUFFLEUR
Le butor !
PETIT JEAN
Le butor…
LE SOUFFLEUR
Peſte de l’avocat !
PETIT JEAN
Ah ! peſte de toi-même
Voyez cet autre avec ſa face de carême
Va-t’en au diable.
DANDIN
Et vous, venez au fait. Un mot
Du fait.
PETIT JEAN
Hé ! faut-il tant tourner autour du pot ?
Ils me font dire auſſi des mots longs d’une toiſe,
De grands mots qui tiendraient d’ici juſqu’à Pontoiſe.
Pour moi, je ne ſais point tant faire de façon
Pour dire qu’un mâtin vient de prendre un chapon.
Tant y a qu’il n’eſt rien que votre chien ne prenne ;
Qu’il a mangé là-bas un bon chapon du Maine ;
Que la première fois que je l’y trouverai,
Son procès eſt tout fait, & je l’aſſommerai.
LÉANDRE
Belle concluſion, & digne de l’exorde !
PETIT JEAN
On l’entend bien toujours. Qui voudra mordre y morde.
DANDIN
Appelez les témoins.
LÉANDRE
C’eſt bien dit, s’il le peut :
Les témoins ſont fort chers, & n’en a pas qui veut.
PETIT JEAN
Nous en avons pourtant, & qui ſont ſans reproche.
DANDIN
Faites-les donc venir.
PETIT JEAN
Je les ai dans ma poche.
Tenez : voilà la tête & les pieds du chapon.
Voyez-les & jugez.
L’INTIMÉ
Je les récuſe.
DANDIN
Bon !
Pourquoi les récuſer ?
L’INTIMÉ
Monſieur, ils ſont du Maine.
DANDIN
Il eſt vrai que du Mans il en vient par douzaine.
L’INTIMÉ
Meſſieurs…
DANDIN
Serez-vous long, avocat ? dites-moi.
L’INTIMÉ
Je ne réponds de rien.
DANDIN
Il eſt de bonne foi.
L’INTIMÉ d’un ton finiſſant en fauſſet.
Meſſieurs, tout ce qui peut étonner un coupable
Tout ce que les mortels ont de plus redoutable,
Semble s’être aſſemblé contre nous par haſar :
Je veux dire la brigue & l’éloquence. Car
D’un côté, le crédit du défunt m’épouvante ;
Et, de l’autre côté, l’éloquence éclatante
De maître Petit Jean m’éblouit.
DANDIN
Avocat,
De votre ton vous-même adouciſſez l’éclat.
L’INTIMÉ
Oui-da, j’en ai pluſieurs…
(du beau ton.)
Mais quelque défiance
Que nous doive donner la ſusdite éloquence,
Et le ſusdit crédit, ce néanmoins, Meſſieurs,
L’ancre de vos bontés nous raſſure, d’ailleurs.
Devant le grand Dandin l’innocence eſt hardie ;
Oui, devant ce Caton de baſſe Normandie,
Ce ſoleil d’équité qui n’eſt jamais terni :
Victrix cauſa diis placuit, ſed victa Catoni.
DANDIN
Vraiment, il plaide bien.
L’INTIMÉ
Sans craindre aucune choſe,
Je prends donc la parole, & je viens à ma cauſe.
Ariſtote, primo, peri Politicon,
Dit fort bien…
DANDIN
Avocat, il s’agit d’un chapon
Et non point d’Ariſtote & de ſa Politique.
L’INTIMÉ
Oui ; mais l’autorité du Péripatétique
Prouverait que le bien & le mal…
DANDIN
Je prétends
Qu’Ariſtote n’a point d’autorité céans.
Au fait.
L’INTIMÉ
Pauſanias, en ſes Corinthiaques…
DANDIN
Au fait.
L’INTIMÉ
Rebuffe…
DANDIN
Au fait, vous dis-je.
L’INTIMÉ
Le grand Jacques…
DANDIN
Au fait, au fait, au fait.
L’INTIMÉ
Harmeno Pul, in Prompt…
DANDIN
Ho ! je te vais juger.
L’INTIMÉ
Ho ! vous êtes ſi prompt !
(vite)
Voici le fait. Un chien vient dans une cuiſine ;
Il y trouve un chapon, lequel a bonne mine.
Or celui pour lequel je parle eſt affamé,
Celui contre lequel je parle autem plumé ;
Et celui pour lequel je ſuis prend en cachette
Celui contre lequel je parle. L’on décrète :
On le prend. Avocat pour & contre appelé ;
Jour pris. Je dois parler, je parle, j’ai parlé.
DANDIN
Ta, ta, ta, ta. Voilà bien inſtruire une affaire !
Il dit fort poſément ce dont on n’a que faire,
Et court le grand galop quand il eſt à ſon fait.
L’INTIMÉ
Mais le premier, Monſieur, c’eſt le beau.
DANDIN
C’eſt le laid.
A-t-on jamais plaidé d’une telle méthode ?
Mais qu’en dit l’aſſemblée ?
LÉANDRE
Il eſt fort à la mode.
L’INTIMÉ d’un ton véhément.
Qu’arrive-t-il, Meſſieurs ? On vient. Comment vient-on ?
On pourſuit ma partie. On force une maiſon.
Quelle maiſon ? Maiſon de notre propre juge !
On briſe le cellier qui nous ſert de refuge !
De vol, de brigandage on nous déclare auteurs !
On nous traîne, on nous livre à nos accuſateurs.
À maître Petit Jean, Meſſieurs. Je vous atteſte :
Qui ne ſait que la loi Si quis canis, Digeſte,
De Vi, paragrapho, Meſſieurs, Caponibus,
Eſt manifeſtement contraire à cet abus ?
Et quand il ſerait vrai que Citron, ma partie,
Aurait mangé, Meſſieurs, le tout, ou bien partie
Dudit chapon : qu’on mette en compenſation
Ce que nous avons fait avant cette action.
Quand ma partie a-t-elle été réprimandée ?
Par qui votre maiſon a-t-elle été gardée ?
Quand avons-nous manqué d’aboyer au larron ?
Témoin trois procureurs, dont icelui Citron
A déchiré la robe. On en verra les pièces.
Pour nous juſtifier, voulez-vous d’autres pièces ?
PETIT JEAN
Maître Adam…
L’INTIMÉ
Laiſſez-nous.
PETIT JEAN
L’Intimé…
L’INTIMÉ
Laiſſez-nous.
PETIT JEAN
S’enroue.
L’INTIMÉ
Hé laiſſez-nous. Euh ! euh !
DANDIN
Repoſez-vous,
Et concluez.
L’INTIMÉ d’un ton peſant.
Puis donc, qu’on nous, permet, de prendre,
Haleine, & que l’on nous, défend, de nous, étendre,
Je vais, ſans rien omettre, & ſans prévariquer,
Compendieuſement énoncer, expliquer,
Expoſer, à vos yeux, l’idée univerſelle
De ma cauſe, & des faits, renfermés, en icelle.
DANDIN
Il aurait plus tôt fait de dire tout vingt fois,
Que de l’abréger une. Homme, ou qui que tu ſois,
Diable, conclus ; ou bien que le ciel te confonde.
L’INTIMÉ
Je finis.
DANDIN
Ah !
L’INTIMÉ
Avant la naiſſance du monde…
DANDIN, bâillant.
Avocat, ah ! paſſons au déluge.
L’INTIMÉ
Avant donc
La naiſſance du monde, & ſa création,
Le monde, l’univers, tout, la nature entière
Était enſevelie au fond de la matière.
Les éléments, le feu, l’air, & la terre, & l’eau,
Enfoncés, entaſſés, ne faiſaient qu’un monceau,
Une confuſion, une maſſe ſans forme,
Un déſordre, un chaos, une cohue énorme :
Unus erat toto naturae vultus in orbe,
Quem Graeci dixere chaos, rudis indigeſtaque moles.
LÉANDRE
Quelle chute ! Mon père !
PETIT JEAN
Ay ! monſieur ! Comme il dort !
LÉANDRE
Mon père, éveillez-vous.
PETIT JEAN
Monſieur, êtes-vous mort ?
LÉANDRE
Mon père !
DANDIN
Hé bien ? hé bien ? Quoi ? Qu’eſt-ce ! Ah ! ah ! quel
[homme !
Certes, je n’ai jamais dormi d’un ſi bon ſomme.
LÉANDRE
Mon père, il faut juger.
DANDIN
Aux galères.
LÉANDRE
Un chien,
Aux galères ?
DANDIN
Ma foi ! je n’y conçois plus rien :
De monde, de chaos, j’ai la tête troublée.
Hé ! concluez.
L’INTIMÉ lui préſentant de petits chiens.
Venez, famille déſolée ;
Venez, pauvres enfants qu’on veut rendre orphelins :
Venez faire parler vos eſprits enfantins.
Oui, meſſieurs, vous voyez ici notre miſère :
Nous ſommes orphelins ; rendez-nous notre père,
Notre père, par qui nous fûmes engendrés,
Notre père, qui nous…
DANDIN
Tirez, tirez, tirez.
L’INTIMÉ
Notre père, meſſieurs…
DANDIN
Tirez donc. Quels vacarmes !
Ils ont piſſé partout.
L’INTIMÉ
Monſieur, voyez nos larmes.
DANDIN
Ouf ! Je me ſens déjà pris de compaſſion.
Ce que c’eſt qu’à propos toucher la paſſion !
Je ſuis bien empêché. La vérité me preſſe ;
Le crime eſt avéré : lui-même il le confeſſe.
Mais s’il eſt condamné, l’embarras eſt égal.
Voilà bien des enfants réduits à l’hôpital.
Mais je ſuis occupé, je ne veux voir perſonne.
S C È N E I V
Chicaneau, Iſabelle, Dandin, Léandre, L’Intimé, Petit Jean, Le Souffleur.
CHICANEAU
Monſieur…
DANDIN
Oui, pour vous ſeuls l’audience ſe donne ;
Adieu. Mais, s’il vous plaît, quel eſt cet enfant-là ?
CHICANEAU
C’eſt ma fille, Monſieur.
DANDIN
Hé ! tôt, rappelez-la.
ISABELLE
Vous êtes occupé.
DANDIN
Moi ! Je n’ai point d’affaire.
Que ne me diſiez-vous que vous étiez ſon père ?
CHICANEAU
Monſieur…
DANDIN
Elle ſait mieux votre affaire que vous.
Dites. Qu’elle eſt jolie, & qu’elle a les yeux doux !
Ce n’eſt pas tout, ma fille, il faut de la ſagesse.
Je ſuis tout réjoui de voir cette jeuneſſe.
Savez-vous que j’étais un compère autrefois ?
On a parlé de nous.
ISABELLE
Ah ! Monſieur, je vous crois.
DANDIN
Dis-nous : à qui veux-tu faire perdre la cauſe ?
ISABELLE
À perſonne.
DANDIN
Pour toi je ferai toute choſe.
Parle donc.
ISABELLE
Je vous ai trop d’obligation.
DANDIN
N’avez-vous jamais vu donner la queſtion ?
ISABELLE
Non ; & ne le verrai, que je crois, de ma vie.
DANDIN
Venez, je vous en veux faire paſſer l’envie.
ISABELLE
Hé ! monſieur, peut-on voir ſouffrir des malheureux ?
DANDIN
Bon ! Cela fait toujours paſſer une heure ou deux.
CHICANEAU
Monſieur, je viens ici pour vous dire…
LÉANDRE
Mon père,
Je vous vais en deux mots dire toute l’affaire :
C’eſt pour un mariage. Et vous ſaurez d’abord
Qu’il ne tient plus qu’à vous, & que tout eſt d’accord.
La fille le veut bien ; ſon amant le reſpire ;
Ce que la fille veut, le père le déſire.
C’eſt à vous de juger.
DANDIN ſe raſſeyant.
Mariez au plus tôt :
Dès demain, ſi l’on veut ; aujourd’hui, s’il le faut.
LÉANDRE
Mademoiſelle, allons, voilà votre beau-père :
Saluez-le.
CHICANEAU
Comment ?
DANDIN
Quel eſt donc ce myſtère ?
LÉANDRE
Ce que vous avez dit ſe fait de point en point.
DANDIN
Puiſque je l’ai jugé, je n’en reviendrai point.
CHICANEAU
Mais on ne donne pas une fille ſans elle.
LÉANDRE
Sans doute, & j’en croirai la charmante Iſabelle.
CHICANEAU
Es-tu muette ? Allons, c’eſt à toi de parler.
Parle.
ISABELLE
Je n’oſe pas, mon père, en appeler.
CHICANEAU
Mais j’en appelle, moi.
LÉANDRE
Voyez cette écriture.
Vous n’appellerez pas de votre ſignature ?
CHICANEAU
Plaît-il ?
DANDIN
C’eſt un contrat en fort bonne façon.
CHICANEAU
Je vois qu’on m’a ſurpris : mais j’en aurai raiſon.
De plus de vingt procès ceci ſera la ſource.
On a la fille, ſoit ; on n’aura pas la bourſe.
LÉANDRE
Hé ! monſieur, qui vous dit qu’on vous demande rien ?
Laiſſez-nous votre fille, & gardez votre bien.
CHICANEAU
Ah !
LÉANDRE
Mon père, êtes-vous content de l’audience ?
DANDIN
Oui-da. Que les procès viennent en abondance,
Et je paſſe avec vous le reſte de mes jours.
Mais que les avocats ſoient déſormais plus courts.
Et notre criminel ?
LÉANDRE
Ne parlons que de joie.
Grâce ! grâce ! mon père.
DANDIN
Hé bien, qu’on le renvoie ;
C’eſt en votre faveur, ma bru, ce que j’en fais.
Allons nous délaſſer à voir d’autres procès.
FIN.
Babyloniens.
Perſans.
Macédoniens.
Romains.
Deſpotique.
Démocratique
No hay comentarios:
Publicar un comentario