Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Francia Marisol Candia Troncoso; Maria Francisca Palacio Hermosilla;
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Umberto Eco y Wikipedia Dentro de su particular visión de los medios de comunicación, ha reflexionado sobre internet y en concreto sobre Wikipedia, de la que tiene una opinión ambivalente, resultado de la tensión entre la necesidad de integración y el rechazo de los rasgos negativos, descrita aquí en relación con su concepto apocalípticos e integrados: ... antes los apocalípticos eran los que criticaban y rechazaban. Hoy son los que critican, pero a la vez usan estas cosas, así que es un discurso interno: yo soy muy crítico con Wikipedia, porque contiene noticias falsas. Las hay también sobre mí, falsas y no falsas, pero utilizo Wikipedia, porque si no, no podría trabajar. Mientras escribo, por ejemplo, Tirso de Molina y no me acuerdo de cuándo nació, voy a Wikipedia y lo miro, en cambio antes tenía que coger la enciclopedia y tardaba media hora. Antes los apocalípticos no usaban estas cosas: escribían a mano con la pluma de ganso. |
EXTREVISTA. Umberto Eco: "Desgraciadamente, el futuro de Europa será Italia" Después de la experiencia profesional, ¿qué hemos aprendido de la vida? Sobre esta premisa conversarán con Vicente Verdú destacadas personalidades de distintos ámbitos en esta serie de entrevistas que se publicarán mensualmente. La lección del profesor. Se debate entre el odio visceral hacia los deportistas y el amor a sus nietos. A sus 78 años, el profesor sigue en plena forma. Con él arranca esta serie de entrevistas sobre las lecciones de la experiencia. La figura de Umberto Eco es tanto mayor cuanto más tiempo pasa. Y no sólo en sentido intelectual, sino que su cuerpo se ha multiplicado casi por dos, y hasta su peso, su apostura y su firmeza. Posee casi todos los atributos de las personas amables que nunca se olvidan y una conversación que mueve a la alegría y la risa con frecuencia. Con 38 honoris causa en su haber, confiesa que a menudo debe renunciar a la aceptación de otro más, en parte porque ya conoce de sobra la ceremonia, el laudatio y todos esos inconvenientes de la reverencia universitaria, pero también porque ¿para qué realizar fatigosos viajes que ni le ponen ni le quitan nada? Pero hay excepciones. Y una fue Sevilla hace un par de meses. De siempre, dice, quiso conocer esta importante ciudad, y la cita que tenía concertada con la Universidad para el pasado noviembre coincidió, dice, "con que cogí una bronquitis tremenda, con mucha fiebre, y no pude viajar".
Espías del siglo XIX en la nueva novela de Umberto Eco "Mi mujer también quedó muy frustrada con aquella circunstancia y ahora, que retrasaron amablemente el acto, es ella la que no ha podido acudir. Pero volveremos. Sevilla es una ciudad maravillosa que siempre deseamos conocer". ¿Cuántos libros ha publicado Umberto Eco? Casi un sinfín entre ensayos y novelas. Desde su primer trabajo sobre santo Tomás de Aquino (El problema estético en santo Tomás de Aquino en 1956) hasta su última narración: La misteriosa llama de la reina Loana (2004). Nació en Alessandria, una ciudad italiana del Piamonte, el 5 de enero de 1932, y con sus 78 años impresiona el vigor mental y la arrolladora fuerza vital que imprime a sus respuestas, a sus críticas, sus reflexiones y sus ademanes. Lleva un sombrero que le otorga un carácter entre antiguo e intrigante inspector y se apoya en un bastón que, ateniéndonos a su brío, bien podría partir en la cabeza de un enemigo o de un tonto. La diversidad de sus trabajos, en la televisión, en las editoriales o en la universidad, y la capacidad mental para obtener oportunamente los puestos académicos a que aspiraba han contribuido a enriquecer su sabiduría, pero acaso fue, al revés, su extraordinaria condición de sabio la que ha inspirado una obra tan universal, conocida en medio centenar de idiomas y multiplicada por millones de ejemplares. Empezando por el principio: ¿Que cómo empecé la experiencia intelectual de mi vida? Pues mire, entré enseguida a trabajar, tras terminar en la universidad, en la televisión cuando la televisión estaba empezando, allá por 1954. ¿Y qué hacía en la televisión? Era un funcionario en las oficinas, no salía en la pantalla, pero fue una experiencia enorme. Entonces se hacía todo en directo, así que podía ocurrir que también nosotros, los funcionarios, tuviéramos que ayudar si algo no funcionaba. Yo tenía entonces 22 años. Me acababa de licenciar en la Universidad de Turín y por un milagro me presenté a una oposición de televisión y la gané junto a otras personas. ¿En Turín? No, en Milán. Lo gané junto a otras personas también bastante conocidas: una fue Gianni Vattimo, el filósofo, y la otra, Giulio Colombo, que ha sido director de L'Unità, etcétera. Y esto determinó, sin duda, mi interés por los problemas de la comunicación. ¿Su licenciatura en qué había sido? Sobre la estética medieval, algo completamente distinto. La televisión fue una experiencia muy importante para mí. No hice nada interesante, pero vi montones de cosas, porque la televisión en aquella época era un lugar en el que uno, al pasar por un pasillo, se podía encontrar a Ígor Stravinski o a Bertolt Brecht. A mí me ocurrió. Todo pasaba por allí... Después lo tuve que dejar, porque sólo observaba lo que pasaba, pero no hacía nada interesante y me fui a trabajar a la editorial Bompiani, que sigue siendo mi editor. Entre tanto, continuaba mis estudios y mis investigaciones, obtuve varios títulos universitarios, empecé a trabajar en editoriales y comencé a dar clases en la universidad, así que en 1975, cuando conseguí la plaza definitiva en Bolonia, dejé lo que estaba haciendo. ¿Y entonces se casó usted? Usted quiere saberlo todo. Verá: lo primero que hice antes en la editorial, donde luego dirigí las colecciones de filosofía, fue un gran libro ilustrado, La historia de las invenciones, que había que paginar. No sé si usted ha visto mis dos últimas diversiones, la Historia de la belleza y la Historia de la fealdad. Pues bien, resulta que al final de mi vida me he puesto a hacer lo mismo, libros ilustrados. Había allí un gran diseñador gráfico, Bruno Munari, que era uno de los más importantes diseñadores italianos del siglo. Un día llevó a un ayudante que vino a ser una diseñadora alemana que estudiaba historia del arte y, así, accidentalmente nos casamos. Lleva cincuenta años en Italia, pero continúa siendo alemana. ¿Y tuvo hijos? El año 1962 fue muy importante en mi vida, porque me casé, engendré a mi primer hijo, que nació al año siguiente, publiqué el libro que me dio más fama en esa época, Obra abierta, y murió mi padre. Así que de pronto me convertí en adulto, era yo el padre. ¿Estaba usted muy unido a su padre? Sí. ¿Su padre, qué era? Un empleado en una empresa privada. Sí, teníamos una buena relación. ¿Y cuántos hermanos eran ustedes? Yo tengo una hermana. Y luego tuve dos hijos: un hijo y una hija. Mi hijo ha trabajado durante 12 años en Nueva York, en el mundo editorial. Ahora trabaja en la oficina de prensa de RBS en Roma y mi hija es arquitecta. Eso es todo. Ah, y tengo dos nietecitos, de nueve años y medio y de uno y medio. ¿Qué le gustan mucho? Ser abuelo es un trabajo maravilloso. Porque se tienen todos los placeres y las ventajas y ninguna responsabilidad. Claro que sí. Publica, pues, 'Obra abierta', triunfa internacionalmente y después llega su otra gran obra de referencia, 'Apocalípticos e integrados', en la sociedad de masas. Apocalípticos e integrados quizá sea mi libro de ensayos más conocido en el mundo español, España e Hispanoamérica, no sé por qué. En realidad no era un proyecto. Como le he dicho, me interesaban los problemas de la comunicación de masas, la televisión, etcétera, y escribía ensayos en alguna revista. De repente convocaron la primera oposición para una cátedra de comunicación, oposición que no la ganó nadie porque en esa época no había una definición de lo que fuera comunicación de masas. Se presentó la gente más diversa: un sociólogo, un psicólogo, un historiador. Así que el tribunal ya no sabía bien lo que era un comunicador. Pero como para toda oposición hay que tener publicaciones, reuní todos esos ensayos de revista, que por casualidad se convirtieron en Apocalípticos e integrados. Y hay que decir que me ayudó mi editor, Valentino Bompiani, uno de los más célebres editores italianos junto con Mondadori. Como aquí Carlos Barral, personajes ya históricos. Bompiani era más viejo y tenía una excepcional dote para inventar títulos. Por ejemplo, en el caso de Obra abierta, yo tenía entonces que hacer un libro para Einaudi, que me había pedido Calvino. Pero Bompiani me dijo: "¿Por qué no reúnes estos ensayos que ya tienes publicados?".
Y atajó:
¿Cómo lo titulo? ¿Forma e indeterminación de las poéticas contemporáneas?". "Está usted loco". Cuando ya reuní la colección de ensayos para Apocalípticos e integrados, me volvió a preguntar:
Se fue a mirar el último ensayo, cortísimo, de tres páginas, que se titulaba Apocalípticos e integrados, y declaró: "El libro se titula así". Le dije: "Tenga en cuenta que no tiene que ver con los otros ensayos, habría que explicarlo". "Pues escribes una nueva introducción y lo explicas". Y escribí una introducción de 40 páginas que cambió todo el libro y lo convirtió en Apocalípticos e integrados. ¿Y no le parece que ahora estamos en una fase igual, de 'Apocalípticos e integrados'? Un corte entre quienes defienden los valores perdidos y deploran el presente como una degeneración cultural y moral. Sí, eso mismo era un debate típico de aquella época en la que los filósofos, los intelectuales, todavía no conseguían comprender el mundo tecnológico de la comunicación, así que existía esta división entre los que hacían comunicación de masas y, digamos, los aristócratas intelectuales, que no la entendían. Pero hoy es distinto, porque los más aristócratas de los intelectuales entienden perfectamente estos problemas, usan Internet. Es, en todo caso, no una crítica desde fuera, sino desde dentro, de intelectuales que usan medios de masas, ven la televisión, usan el ordenador y pueden a la vez criticarlo. Así que me resultaría muy difícil decir hoy:
Pero esa queja de que ya la gente no se relaciona personalmente debido a la omnipresencia de Internet
Esa es la crítica que hacemos todos. Pero antes los apocalípticos eran los que criticaban y rechazaban. Hoy son los que critican, pero a la vez usan estas cosas, así que es un discurso interno: yo soy muy crítico con Wikipedia, porque contiene noticias falsas. Las hay también sobre mí, falsas y no falsas, pero utilizo Wikipedia, porque si no, no podría trabajar. Mientras escribo, por ejemplo, Tirso de Molina y no me acuerdo de cuándo nació, voy a Wikipedia y lo miro, en cambio antes tenía que coger la enciclopedia y tardaba media hora. Antes los apocalípticos no usaban estas cosas: escribían a mano con la pluma de ganso. ¿Y usted cree sobre sí mismo que ha tenido una percepción especialmente acertada de la sucesivas situaciones culturales? Mire, el profesor Vázquez da mañana un discurso sobre mí, y dice que he sido de los que han intentado comprender y criticar el momento en que vivimos. Formo parte de una generación para la que el presente era el ambiente natural: viajábamos en avión, en coche, veíamos televisión, mientras que toda una generación anterior veía la cultura como rechazo del presente. Se encerraban en su torre de marfil y no querían saber nada de lo que ocurría. Yo pertenezco a una generación que ha pensado que el intelectual tiene que hallarse comprometido con el presente y, por tanto, con todos sus aspectos. Tenemos respecto al presente, nosotros los jóvenes que no tenemos más que ochenta años, una actitud diferente de la de nuestros padres o de la de nuestros maestros. ¿Ha echado de menos algo en su trayectoria profesional? ¿Habría querido hacer otra cosa en algún momento? Yo creo que mi generación ha sido muy afortunada, porque llegamos con 13 o 14 años al final de la guerra, nuestros hermanos mayores murieron o no pudieron acabar los estudios. Nosotros llegamos mientras había una expansión económica. Hemos tenido todo. Mi hijo y también los estudiantes más jóvenes no han tenido todas estas posibilidades. Nosotros hemos sido una generación que debería avergonzarse de lo afortunada que ha sido: nos han dado todas las posibilidades. Yo no puedo quejarme de nada; si acaso, de haber aprovechado mal todas estas posibilidades. Los que tenían diez años más que nosotros, o murieron o tuvieron una vida muy difícil. Esto explica también la tremenda paradoja por la que mi generación sigue estando en el poder: tendríamos que estar en el hospicio de los pobres ancianos, deberían estar en el poder los que tienen 30 o como mucho 40 años. Y no es que queramos estar en el poder, es que nos lo piden y estamos obligados. Estar en el poder no quiere decir ser jefe del Gobierno, sino director de la colección, director de la revista, de la editorial. Estamos condenados a quedarnos en el poder porque las generaciones siguientes no han tenido las oportunidades que nosotros hemos tenido. Ahora ya serían casi dos generaciones las que han pasado en blanco. Unos son los estudiantes del 68. Un momento muy difícil. Y los de después, peor todavía. Naturalmente, tengo estudiantes de 30 años que son buenísimos, son unos genios, pero el porcentaje es bajo. Nosotros, en un 80% hemos ocupado todos los espacios; estos los ocupan en un 30%. Produce una gran melancolía. La sensación un poco de mala conciencia, también. Nosotros deberíamos estar tumbados en una hamaca leyendo y dando buenos consejos. ¿Y cómo encuentra Italia actualmente con Berlusconi en el centro de todo? Antes se decía que el futuro de Europa sería Estados Unidos. Hoy, desgraciadamente, el futuro de Europa será Italia. La Italia de Berlusconi anuncia situaciones análogas en muchos otros países europeos: donde la democracia entra en crisis, el poder acaba en las manos de quien controla los medios de comunicación. Así es que no se preocupen por nosotros, preocúpense por ustedes mismos. ¿Y tiene usted alguna esperanza de que Internet sea una contribución democrática a la crisis democrática actual? Siempre digo que la televisión es buena para los pobres y mala para los ricos. Es decir, la televisión ha enseñado a todos los italianos a hablar italiano, los que no tenían escuelas aprendieron por televisión dónde estaba India. En cambio, los que tenían escuelas, al ver la televisión se vuelven más estúpidos, así que la televisión es buena para los pobres y mala para los ricos. Pero no ricos en sentido económico, nosotros somos los ricos. Y lo mismo ocurre con Internet: en ciertos países, como China, es un instrumento fundamental para poder pasar informaciones y noticias que de otro modo no llegarían. En otros países donde estas noticias pueden llegar, puede ser una forma de encerrar a los jóvenes en una soledad totalmente virtual, fuera de la realidad. Pero Internet no es una sola cosa, es muchas cosas. Es como un libro: ¿Un libro es bueno o malo? Si pone Mein Kampf es malo, si pone La Biblia es bueno. Y lo mismo Internet: es un instrumento que en muchos casos ha cambiado nuestra vida, nuestra capacidad de documentación, de comunicación, etcétera. Y en otros casos se presta a difundir noticias falsas. Uno nunca sabe si lo que le llega a través de Internet es verdadero o falso. Esto no ocurre con los periódicos o con los libros, porque más o menos uno sabe que El País es algo distinto a Abc, que Le Figaro es algo distinto a Libération. Y según el periódico que compra, sabe cuál es la posición del periódico, y se fía o no se fía. Y lo mismo los libros: si uno ve que un libro es de Mondadori o de Columbia University, se piensa que alguien quizá ha elegido este libro y ha impedido que se publicaran otras cosas, pero si ve un editor extraño, no puede saberse nada de antemano. Con Internet no se sabe nunca quién habla. ¿Y no pasará eso en Internet también, que habrá marcas, o editoriales, lugares de confianza? No, porque cualquiera puede conectarse: yo, usted o un señor X que está loco, mientras que este señor X no puede montar una editorial o un periódico, necesita gentes que le apoyen. Hay filtros sociales: antes de que alguien haga un periódico están los que le dan dinero, los periodistas. Hay filtros: a través del que le da el dinero, de los periodistas, sabemos que es fascista, o comunista. En cambio, con Internet, el señor Fulano no se sabe quién es. Usted y yo, que somos personas de cierta cultura, podemos darnos cuenta muchas veces de si el que hace el sitio de Internet está loco o no, pero si es un sitio sobre física nuclear, usted no se da cuenta, y yo tampoco. Así que imagine a los jóvenes que utilizan Internet en la escuela y pueden encontrar un sitio racista, un sitio negacionista
Y no saben hasta qué punto creerlo o no. ¿Y qué piensa de esta oleada que proclama la bondad del saber de las muchedumbres, las fuentes abiertas, el pensamiento compuesto por los muchos que acuden a la Red? Ya se lo he dicho: Internet es como los libros, puede haber libros buenos y malos. Por ejemplo: en política, hoy, en Italia, con una crisis de los partidos, se están creando zonas que en italiano se llaman de sociedad civil, que se manifiestan, pero que no son de un partido. Todos estos se comunican a través de Internet, y pueden reunir a 300.000 personas. En este sentido, Internet se convierte en un instrumento muy importante de libertad. De igual modo, un joven, desde su casa, va a dar con un sitio en el que le dicen que el Holocausto nunca tuvo lugar, o con un sitio pornográfico. El último artículo que he escrito dice: "Busquemos en Internet a Padre Pío"; reflejaba los 1.400.000 sitios en que aparecía este nombre. Busquemos a Jesús: 3.500.000. Busquemos porno: 130.000.000. Porno gana por 100 veces a Jesucristo. ¿Qué hacemos frente a esta inmensidad de mensajes? Por un lado, Internet puede ser un instrumento de liberación para los jóvenes chinos que consiguen decir cosas que el régimen impide que se digan, pero del mismo modo puede estar corrompiendo por la abundancia de mensajes sexuales que les llegan. Antes, el político medio entendía el sexo como un momento de descanso: cuando había ganado la batalla de Austerlitz. ¿Pero con quién practicaba el sexo? Con la condesa Castiglione, con Sarah Bernhardt, con mujeres que valían la pena. Ahora estos políticos no lo entienden como un descanso después del trabajo, sino como lugar del trabajo, y se conforman con putillas. Piense en la historia de los sacerdotes: antes el sacerdote vivía en la rectoría y sólo veía al ama de llaves, fea y con bigote, y leía L'Osservatore Romano. Ahora ve la televisión todas las tardes y ve senos, culos, y luego decimos que se convierte en pedófilo. El pobre diablo tiene ante sí una serie de provocaciones. El pobrecillo tiene que ver todas las noches en la televisión pública cosas que antes. Y lo mismo ocurre en el mundo político: es toda una degeneración. Y lo mismo Internet: son los que ven los 130.000.000 de sitios pornográficos en lugar de los 3.000.000 de sitios sobre Jesús. Quizá en este ascenso de los movimientos sociales que hemos dicho se esté fraguando el germen de una democracia distinta, porque ¿Cómo seguir soportando la idea de que un Gobierno sea elegido para cuatro años y que durante esos cuatro años no se les pueda despedir, tal como si hubieran sacado una plaza de funcionarios? Desde luego no hemos reflexionado lo suficiente sobre el hecho de que hemos llegado al final de la democracia representativa. Cuando en Estados Unidos vota sólo el 50% de los ciudadanos, y uno debe elegir entre dos candidatos, es elegido con el 25%. Candidatos que no son elegidos por el pueblo, sino por la organización interna. ¿A quién representa este candidato? ¿A cuántos ciudadanos representa? ¿Cuál es la diferencia con el sistema soviético, en el que el Sóviet Supremo elegía tres candidatos, luego discutían y elegían a uno? Que en Estados Unidos existe el control de la sociedad civil, los lobbies, las organizaciones culturales y religiosas, industriales, hay una serie de poderes que controla el poder central, y que en la Rusia estalinista no existía. Pero no es una democracia representativa. Estamos llegando a una crisis trágica de la democracia: seguimos simulando que existe la democracia representativa y que soy yo, el ciudadano, el que elige a mis representantes, pero no es cierto. El nacimiento de estos movimientos sociales fuera de los partidos, que en Italia se llaman los Violetas y se reúnen vía Internet, pueden ser el futuro, o la corrección de una democracia representativa en crisis. Así que yo no soy de los que dicen que se cierre Internet. Habrá que ver qué pasa. Igual que Italia fue el laboratorio del fascismo, que luego copió España, en este momento es el laboratorio del berlusconismo, y habrá que ver qué pasa. ¿Y cómo definiría el berlusconismo, que según usted será el destino de Europa? Es un peronismo europeo, aunque no ha llevado al Gobierno a una actriz. ¿Prepara ahora un ensayo o una novela? Una novela, pero yo no hablo nunca de mis novelas. Como El péndulo de Foucault me llevó ocho años, la última novela me llevará otros tantos contando desde la aparición de La misteriosa llama de la reina Loana, en 2004. ¿Y cómo es que escogió la novela? Le iba bien con el ensayo, ¿Cuál fue la razón que le llevó a escribir 'El nombre de la rosa'? Es una pregunta que muchos me han hecho, y no tengo una respuesta, así que he dado diez respuestas distintas y todas verdaderas. Uno: porque me apetecía. ¿Por qué haces el amor con esa mujer? Porque te apetece. Sin más explicaciones. Dos: porque siempre me ha gustado narrar, solo que le contaba historias a mis hijos, y cuando crecieron se las conté a algún otro. Porque siempre he contado historias. También mis ensayos son narrativos. Porque en 1975 conseguí la cátedra y no podía desear nada más en la vida. Tenía la cátedra, mis libros se traducían a varias lenguas, y ¿Qué hago ahora? Entonces se me ocurrió responder a un nuevo desafío, hacer algo nuevo. Porque un día vino a verme una amiga y me dijo que estaba preparando una colección de novelas policiacas escritas por no narradores: se lo estaba pidiendo a políticos, sociólogos. Todos libros de cien páginas. Yo le dije que no, que no podía escribir un libro policiaco; en primer lugar porque no sé escribir los diálogos; además, si tuviera que escribir un libro sería una locura medieval y tendría 500 páginas. Llegué a casa y empecé a redactar una lista de nombres. La otra respuesta es que tenía casi 50 años. A los 50, los señores dejan plantada a la mujer y se fugan con una bailarina. Yo, en cambio, escribí una novela: menos dispendioso y menos pecaminoso. Las razones son infinitas y ninguna. La única es esta: mire la línea de mi vida, llega hasta aquí, se para y vuelve a empezar. ¿Qué quiere decir esto? Que aquí tuve un accidente, perdí la memoria y empecé una nueva existencia; o que aquí dejé de ser sólo un profesor y empecé a ser un novelista, a ganar más dinero, y mi vida cambió. ¿Y con qué ha recibido más satisfacciones, con las novelas o con los ensayos? No lo sé. Obviamente, mis ensayos vendían 10.000 copias, y las novelas, 1.000.000. Pago más impuestos escribiendo novelas que escribiendo ensayos, pero la satisfacción. No lo sé, ahora se publican muchos libros sobre mí. Algunos, sobre mi actividad narrativa, y otros, sobre mí. Algunos me hacen enfadar, porque parece que no han entendido nada; pero no sé si me producen más placer los unos o los otros. ¿Y en Italia se encuentra bien como intelectual? ¿Se considera altamente respetado? Bueno, no me lanzan huevos cuando hablo pero me aprecian mucho más en Francia, Alemania, Estados Unidos o España que en Italia. Esto es obvio, normal. Los franceses, por ejemplo, se creen que culturalmente son los mejores del mundo y en cuanto alguien les gusta deciden que es francés. Han decidido que Leonardo es francés, Modigliani es francés, Picasso es francés, y a mí me consideran francés. Y debo decir que en Francia gozo de una popularidad conmovedora, también porque el primer país extranjero al que fui, con 20 años, fue Francia. Me enamoré de París y me ocurre un fenómeno extraño: si estoy en Milán, en el tren, y alguien me dice: "Mira, Umberto Eco", me fastidia un poco, porque preferiría estar tranquilo, solo. Cuando esto me pasa en la plaza de la Sorbona, soy feliz. ¿Ha vivido en Francia? Tengo una casa en París y voy de vez en cuando. No he vivido nunca más de un mes o dos. Yo creo que por lo menos la mitad de los franceses creen que soy francés. ¿Y cómo se encuentra de salud? ¿También le interesa esto? Me duele la rodilla y tengo hiperglucemia. ¿Se cuida? Sí, bebo sólo whisky, que no tiene azúcar. El doctor dice que es peor que beba, pero no tiene azúcar. ¿Y desde cuándo lleva bastón? Desde hace un año, para la rodilla. Tengo un dolor en el menisco por la pérdida del cartílago. Yo digo: Delenda cartilago, ¿Comprende? Como Delenda Cartago. Pero toda mi vida, mi sueño fue andar con un bastón. Así que ahora tengo cuatro bastones: uno del XIX, este napolitano y dos más. Estoy encantado de llevar bastón: los coches se paran; si se te cae algo al suelo, te lo recogen. Yo pensaba siempre, cuando era joven, que me gustaría salir de casa e ir hasta el bar con un bastón y que en la puerta de todas las tiendas la gente me saludara y me dijera: "¿Cómo está, profesor?". Es maravilloso. ¿No ha hecho deporte? Sólo natación. ¿Pero le ha gustado el fútbol? No, no. Caminar, siempre. En Nueva York me hacía 60 manzanas. Ahora no. Ahora paso tres meses al año nadando. De los demás deportes, nada. Odio a los deportistas, espero que se maten todos entre sí. ¿Pero el fútbol, hablando de asuntos de masas, nunca le ha interesado? No, no. En mi juventud fui campeón de auto-gol. Tengo los pies planos. Mis compañeros de clases jugaban el partido y yo preparaba los carteles, pero no participaba. Y muchos que han hecho deporte se han muerto diez años antes que yo. ¿Y pintaba? Dibujos. Por diversión. Y toqué también la flauta, pero ahora me duelen los pulgares. Por lo demás, nada. Bueno, tiene muchas satisfacciones más. Los nietos. La lección del profesor "Dejé de ser sólo un profesor, empecé a ser un novelista, a ganar más dinero, y mi vida cambió". Umberto Eco (Alessandria, Piamonte, 1932) recuerda así su tránsito hasta convertirse en autor de 'best sellers' como 'El nombre de la rosa'. El prestigioso semiótico, ensayista y crítico literario mantiene todo su vigor mental a los 78 años. "El intelectual tiene que hallarse comprometido con el presente. Nosotros los jóvenes, que no tenemos más que ochenta años, tenemos respecto al presente una actitud diferente a la de nuestros padres o a la de nuestros maestros". |
Necrología de Umberto Eco. Odiaba los lugares comunes y las frases hechas, y tal vez para evitar las inevitables —“Italia está de luto”, “Ahora somos más pobres”, “El hombre que lo sabía todo”—, el escritor, filósofo y semiólogo italiano Umberto Eco dispuso que la noticia de su muerte, acaecida la noche del viernes 19 de febrero de 2015, a los 84 años en su casa de Milán, fuese acompañada por la de la publicación de un nuevo libro, como una invitación a recoger el testigo de su mirada crítica, a veces divertida y a veces voraz, de ese ensayo del mundo que es Italia. “A la hora de su muerte”, dijo el editor Mario Andreose tras dar el pésame a su familia, “los deseos de Eco eran coherentes con su vida profundamente laica”. Su despedida, por tanto, se celebrará el martes en un acto civil en el Castello Sforzesco, una joya arquitéctonica del siglo XV que el autor de El nombre de la rosa (vendió 30 millones de ejemplares) y El péndulo de Foucault podía ver desde la ventana de su casa. A la mañana siguiente de conocerse la noticia, los alumnos de Eco se acercaron a la plaza Castello para, silenciosamente, dejar rosas blancas bajo la casa de un maestro que, como escribe Juan Cruz, “era un sabio que conocía todas las cosas simulando que las ignoraba para seguir aprendiendo”. Esa es la clave. Umberto Eco nunca atropelló a nadie con su infinita sabiduría. De ahí que, de todos los artículos laudatorios que publica la prensa italiana, tal vez el que menos chirría con el carácter de Il Professore sea el del periodista Gianni Rotta en La Stampa de Turín: “Filósofo, padre de la semiótica, escritor, profesor universitario, periodista, experto en libros antiguos: en cada una de sus almas Umberto Eco era una estrella internacional, pero con sus estudiantes, lectores, colegas, jamás Eco exhibió la pose snob que tal vez otros escritores sí habrían adoptado de haber publicado best sellers como El nombre de la rosa o El péndulo de Foucault. Umberto Eco reía, se informaba de las novedades y —encendiendo un cigarro— contaba la última broma antes de presentar una nueva teoría lingüística”. Ese, y muchos otros, era el intelectual que ahora despide Italia. Abandono de la fe Hijo de comerciantes, Umberto Eco nació en la ciudad piamontesa de Alessandria en 1932. Formó parte activa de los movimientos juveniles de Acción Católica, estudió Filosofía en Turín y se doctoró en 1954 con una tesis sobre la estética de Santo Tomás de Aquino, quien, según publicó entonces en una nota irónica, tuvo mucho que ver con su descreimiento progresivo y su abandono final de la Iglesia católica. Aquella nota rezaba: “Se puede decir que él, Tomás de Aquino, me haya curado milagrosamente de la fe”. Tras doctorarse, Eco se estableció en Milán, participó en un concurso de la RAI —la televisión pública italiana— que venció y que lo convirtió en compañero del periodista Furio Colombo y del filósofo Gianni Vattimo en una aventura siempre enfocada a difundir el mundo de la cultura. A sus coetáneos les asombraba, como subraya Gianni Rotta, que “un semiólogo, un crítico, todo un filósofo, se ocupase de cómics, o que un profesor predicase que, para entender la cultura de masa, antes hay que amarla, que no se puede escribir un ensayo sobre las máquinas flipper sin haber jugado con ellas”. Durante los años sesenta trabajó como profesor agregado de Estética en las universidades de Turín y Milán y participó en el Grupo 63, publicando ensayos sobre arte contemporáneo, cultura de masas y medios de comunicación. Entre estos ensayos los más conocidos son Apocalípticos e integrados y Obra abierta. El semiólogo también fue catedrático de Filosofía en Bolonia, en la que puso en marcha la Escuela Superior de Estudios Humanísticos, conocida como la Superescuela, porque su objetivo es difundir la cultura entre licenciados con un alto nivel de conocimientos. También fue fundador de la Asociación Nacional de Semiótica, de la que aún era su secretario. SU LIBRO PÓSTUMO APARECE EL PRÓXIMO FIN DE SEMANA A finales del pasado mes de noviembre 2015, Umberto Eco —junto a Sandro Veronesi, Hanif Kureishi y Tahar Ben Jelloun— decidió fundar una nueva editorial, La nave di Teseo, tras oponerse sin éxito a la fusión entre Mondadori y el grupo RCS. Fue la última batalla de un escritor que desde hacía dos años luchaba contra el cáncer sin perder jamás tres de los rasgos de su carácter: la curiosidad, la ironía y un vaso de whisky . “Ha trabajado hasta el final”, contaba ayer el editor Mario Andreose, “exceptuando los tres últimos días. Escribía y escribía, era un trabajador formidable. A pesar de que desde hacía dos años tenía problemas de salud, continuaba trabajando”. En su libro póstumo Pape Satàn Aleppe —construido a partir de las columnas que publicaba en el semanario L’Espresso—, está, según su editor, “la historia de los últimos 15 años, de ahí su subtítulo: Crónicas de una sociedad líquida”. Dice su editor que hay pasajes que son de una comicidad espléndida, y otros en los que Eco “analiza la identidad del papa Francisco, al que tenía en gran estima”. Su publicación se ha adelantado al próximo fin de semana. La última de las obras de su fecunda carrera, Año cero, una mirada crítica del gran experto de la comunicación sobre la crisis del periodismo. La trama de Año cero está ambientada en 1992, un año clave de la historia italiana por el caso Tangentopolis, y se desarrolla en la redacción de un periódico en ciernes donde confluyen todas las plagas que golpeaban el país: la logia masónica P2, las Brigadas Rojas, el fin de una era y la aparición de otra con Silvio Berlusconi a punto de saltar al escenario. Eco combatió a Berlusconi —su antítesis total— de forma frontal, pero a quien le preguntaba si el protagonista turbio de su novela estaba inspirado en el líder de Forza Italia, le respondía: “Si quiere ver en Vimecarte un Berlusconi, adelante, pero hay muchos Vimecarte en Italia”. Tras su muerte, tanto políticos como intelectuales han intentado apresar su personalidad. Según el jefe del Gobierno italiano, Matteo Renzi, Umberto Ecco fue “un gran italiano y un gran europeo”. Por su parte, el presidente de Francia, François Hollande, se acercó un poco más al referirse a él como un inmenso humanista, que se interesaba por todo y que estaba “igual de cómodo con la Historia medieval que con los cómics”. Como subrayó Hollande, “nunca se cansó de aprender y de transmitir su inmensa erudición con elocuencia y humor”. En cierta ocasión, Umberto Eco dijo: “El que no lee, a los 70 años habrá vivido solo una vida. Quien lee habrá vivido 5.000 años. La lectura es una inmortalidad hacia atrás”. El viernes a las 22.30, en Milán, frente al castillo Sforzesco, Italia perdió un pedazo de inmortalidad. |
CÓMIC LIBROS NOVELA GRÁFICA UMBERTO ECO. 8 junio, 2023 Fernando Díaz de Quijano “Cuando tengo ganas de relajarme leo un ensayo de Engels, si en cambio quiero mantenerme ocupado, leo a Corto Maltés”. No nos cansamos de mencionar el valor cultural de los cómics, pero en caso de que quede algún “apocalíptico”, ahí va esta cita de Umberto Eco (Alessandria, 1932-Milán, 2016), el reputado semiólogo y novelista italiano, que fue un gran amante del noveno arte. Esta frase suya precede a la adaptación en viñetas que su compatriota Milo Manara (Luson, 1945) ha hecho de su celebérrima novela El nombre de la rosa, cuyo primer tomo —en total habrá dos— acaba de publicar en español la editorial Lumen. Eco, que adquirió una gran fama internacional en 1980 con aquel rompedor thriller histórico de elevada calidad literaria, que concibió en realidad como un divertimento, se declaró admirador de la obra de Manara, del mismo modo en que Manara ha reconocido al escritor entre sus muchas influencias. Esta afinidad mutua ha hecho que la editorial italiana La nave di Teseo, fundada por el propio Eco, y sus herederos encargaran a Manara la tarea de realizar la primera adaptación de El nombre de la rosa a la novela gráfica. No solo la sombra de la novela original es alargada; también lo es la de la célebre película (más popular incluso que la novela) que dirigió Jean-Jacques Annaud en 1986. Dicen que un clavo saca a otro clavo, así que, para sacudirse toda influencia inconsciente de la película, lo primero que hizo Manara fue ponerle al fraile franciscano Guillermo de Baskerville, el protagonista de la obra, la cara de Marlon Brando en lugar de la de Sean Connery, que fue quien interpretó el personaje principal en la película. Pregunta. ¿Cómo ha afrontado el encargo de trasvasar al cómic una obra tan conocida como El nombre de la rosa? Respuesta. Por una parte me pareció una propuesta maravillosa, pero por otro lado me daba un poco de miedo porque me sacaba de mi ambiente habitual y me preguntaba si decepcionaría a mis lectores con una historia en versión masculina, pero rápidamente me di cuenta de que era un falso problema, porque la novela es tan maravillosa, tan rica, con tantos detalles y aspectos que trata, que el único problema fue mantener la belleza del libro y su estructura portante, pero quitando todo lo demás.
P. Umberto Eco era un gran aficionado al cómic y admirador de su trabajo. ¿Lo conoció personalmente? ¿Cómo lo recuerda? R. Sí, nos vimos un par de veces, pero Hugo Pratt lo conocía mucho mejor que yo. Le encantaban los cómics, siempre lo decía. En su novela La misteriosa llama de la reina Loana habla de un hombre que ha perdido la memoria y la va recuperando a través de los cómics que había leído siendo niño. Es una declaración de amor hacia los cómics. La cita que abre el libro también demuestra que Eco daba a los cómics un valor cultural que ahora está extendiéndose en Italia y España, y en Francia desde hace mucho tiempo. P. ¿Ha tratado de ser fiel a la novela? ¿De qué manera ha influido la película? R. La película no me ha influido en absoluto, el esfuerzo más grande que he hecho ha sido olvidarme de ella, que vi y me gustó mucho, evidentemente, pero quise partir solo de la novela. Espero haber sido bastante fiel. He reducido el texto pero no he cambiado ni una palabra, ni una coma. Me enorgullece que el hijo de Eco, Stefano Eco, me dijera que reconocía en este libro la novela de su padre, y que de todas las versiones que se han hecho la mía es la que mejor refleja la esencia del libro. P. El fan más fiel de Milo Manara esperará con impaciencia encontrar algún desnudo, pero para ello hay que esperar a las últimas páginas, cuando el joven Adso de Melk, el narrador de la historia, se encuentra con una joven que se desnuda ante él. R. He respetado la cronología del libro, y el episodio de la chica ocurre hacia la mitad del libro, por eso quise cerrar la primera parte con esta aparición. La segunda parte también empezará con la relación verdadera que hay entre la chica y Adso de Melk. Es una representación especialmente poética del erotismo, pero hay que decir que el erotismo está presente en todo el libro, porque ya en el comienzo, en las disputas entre Guillermo y otros monjes, este habla de forma explícita de un erotismo morboso. Y, tras el fallecimiento del monje joven que da comienzo a la historia, enseguida se empieza a hablar de la posibilidad de una relación sexual de la víctima con otro monje.
P. ¿Cómo empezó su interés por el dibujo y por el dibujo erótico en particular? R. De niño me gustaba tanto dibujar que mi madre me tenía que echar de casa para que jugara con otros niños. Para mí la felicidad estaba en dibujar. La mayoría de los niños lo dejan cuando empiezan a hablar, abandonan el dibujo como herramienta de interrelación, y la minoría siguen dibujando y por tanto perfeccionándose. Yo formo parte de los que siguieron ese camino. Hice un bachillerato artístico y los modelos en las clases estaban desnudos, por tanto cuando ya tenía edad para apreciar el desnudo femenino, lo veía todos los días. Cada día teníamos que dibujar durante cuatro o cinco horas, para mí ha sido totalmente natural vincular mi capacidad de dibujar a la representación del cuerpo femenino y el erotismo en general. Por tanto, cuando descubrí la posiblidad de relatar una historia a través del cómic, descubrí la felicidad y la posiblidad de que se convirtiese en un trabajo remunerado, que me ha permitido no hacer otra cosa que dibujar. He conseguido dedicarme a lo que me gusta y eso es una suerte enorme que muy poca gente tiene. P. Entonces, ¿fue más la admiración por la anatomía humana o el deseo sexual lo que le empujó al cómic erótico? R. Ambas cosas. Si bien reconozco la belleza masculina, para mí la belleza femenina tiene un erotismo que no implica necesariamente el deseo de unirme carnalmente con la modelo, pero sí una seducción. Esto no lo percibo en el desnudo masculino, donde sí puedo ver potencia, fuerza, cierta dignidad como en las estatuas de bronce grecolatinas o las renacentistas de Miguel Ángel. El desnudo masculino es grandioso y poderoso, pero la representación del desnudo femenino tiene que ver con la conmoción que provoca la verdadera belleza. P. ¿Recibió críticas negativas cuando empezó a hacer historietas e ilustraciones eróticas? R. Sí, cuando empecé, hacia 1968, había una oposición por parte de los sectores más conservadores. En todo el mundo, Italia incluida, había cargas policiales cuando los estudiantes protestábamos contra la Bienal de Venecia porque considerábamos que promovía el arte burgués. Los padres no querían que sus hijas salieran a la calle en minifalda, así que ellas las escondían en sus bolsos y se cambiaban fuera de casa. A mí me prohibían ir con vaqueros a clase. Luego la sociedad fue cambiando y los profesores de ahora son los contestatarios del 68. "El mayor acto de censura que he sufrido no fue por el erotismo, sino por un tema político. Para mí fue un honor". P. ¿Le han tachado alguna vez de machista por su trabajo? R. Alguna vez sí, pero muy pocas veces. Realmente el mayor acto de censura que he sufrido no fue por el erotismo, sino por un tema político. Un semanario surafricano, todavía durante el apartheid, antes de la época de Mandela, publicó una página con una lista de libros vetados. Tres de ellos eran míos. Pertenecían a la serie Las aventuras de Giuseppe Bergman, que no era en absoluto erótica. Esos libros narraban las aventuras africanas y asiáticas del personaje. Lo que más me asombraba era que alguien en Sudáfrica supiera de mi existencia y, más aún, que hubiese entendido el potencial revolucionario que se escondían en aquellas historias. Para mí ha sido un honor enorme, tengo este periódico enmarcado en mi casa junto con todos los galardones que me han dado. P. La política es un tema importante en su obra. Su juventud y sus comienzos en el mundo de la ilustración y el cómic coincide con los años de plomo de Italia. En España hemos oído hablar últimamante más que de costumbre sobre aquella época, a través de la serie Exterior noche, sobre el caso de Aldo Moro, o el último libro de Mario Calabresi, sobre el asesinato de su padre, el comisario Luigi Calabresi, por parte de la extrema izquierda. ¿Cómo recuerda usted aquellos años? R. Tengo una memoria muy vívida de aquellos años y me gusta que haya nombrado el libro de Calabresi, porque 1968 se considera como el origen del terrorismo en Italia y, por lo tanto, de las Brigadas Rojas. Esto es engañoso, porque el primer acto de terrorismo en Italia tuvo lugar en 1969, con el atentado de la Piazza Fontana de Milán, un ataque de bandera falsa perpetrado por neofascistas y orquestado por elementos desviados de los servicios secretos italianos y de la CIA, dentro de la Operación Gladio para minar el poder del comunismo. En el curso de las investigaciones llevadas a cabo por el comisario Calabresi, fue arrestado un anarquista, Giuseppe Pinelli, que fue asesinado arrojándolo por una ventana. El interrogatorio lo llevó a cabo Calabresi, y a él lo mataron en represalia por la muerte de Pinelli. No obstante, entiendo que Mario Calabresi quiera defender la memoria de su padre.
P. ¿Qué opina de la inteligencia artificial aplicada al arte? Es uno de los debates más vivos actualmente en el terreno de la cultura. R. Yo soy mayor y no creo que la inteligencia artificial me reemplace, pero en el futuro creo que podrá reemplazar todos los trabajos creativos. Me la imagino retroalimentándose y creando libros sin parar, todos los libros posibles, como en La biblioteca de babel de Borges. Por una parte me parece fascinante; por otra, aterrador. |
Grupo del 63.
El Grupo 63 (en italiano: Gruppo 63) fue un movimiento de neo vanguardia que surgió en Italia en el año 1963. Fue fundado tras un evento dedicado a un festival de música contemporánea intitulado «Semana Internacional de la Música Nueva», organizado por Francesco Agnelo en el Hotel Zagarella, en la ciudad de Palermo, los días 3 al 8 de octubre. En el festival tomaron parte un grupo de escritores, críticos y músicos, entre los cuales estaban Nanni Balestrini, Edoardo Sanguineti, Alberto Arbasino, Renato Barilli y Umberto Eco. Historia Siguiendo al Grupo 47 de la cultura germánica, el grupo italiano nació en un momento político y artístico controvertido, en el cual la apertura cultural italiana, pretendida por los artistas e intelectuales relacionados con el Grupo, se opone al conservadurismo perpetrado por la dictadura fascista. En este sentido, los que adherían al Grupo 63 intentaban romper con el paradigma artístico identificado con el arte del antiguo régimen, utilizando para ello, un lenguaje experimental tanto en la música, como en la poesía y en las artes plásticas. Oponiéndose por lo tanto al establishment literario italiano -principalmente a una forma de realismo inspirada en la literatura enraizada en el régimen socialista ruso-, el Grupo criticaba el conservadurismo del arte italiano frente a las nuevas tecnologías de comunicación especialmente los medios masivos de comunicación, que inauguraran formas alternativas de integración entre el arte y el público. Por acercarse, en alguna medida, a los medios de comunicación masivos, aunque sin un encomio declarado, los artistas del Grupo 63 fueron tildados de «neocapitalistas» por las personalidades antagónicas. El grupo organizaba reuniones anuales en las que realizaban debates y lecturas de nuevas obras, y en junio de 1967 comenzaron a publicar Quindici , revista mensual que presentaba los trabajos teóricos y literarios de los integrantes. La publicación del periódico continuó hasta agosto de 1969, cuando los conflictos sociales (en particular, la respuesta del grupo al desarrollo del movimiento de protesta estudiantil) provocaron disensiones y la desintegración del grupo. Algunos miembros del grupo continuaron sus aventuras literarias de forma individual; otros asumieron un papel más activo en las actividades políticas populares. La lista de participantes en las cinco reuniones, Solonte (3-8 de octubre de 1963), Reggio Emilia (1-3 de noviembre de 1964), Palermo (3-6 de septiembre de 1965), La Spezia (10-12 de junio de 1966 ) y Fano (26-28 de mayo de 1967) y la lista de reseñas y artículos que mencionan al grupo se puede encontrar en el apéndice de Angelo Guglielmi y Renato Barilli , Gruppo 63. Critica e teoria , Feltrinelli, Milán, 1976; nueva edición Testo & immagine, Turín, 2003. Época Composición de lugar: Italia a principios de los 60. El boom económico estaba en su apogeo, las contradicciones sociales (entre apego a la tradición y empuje hacia la modernidad, entre desarrollo del norte y subdesarrollo del sur) emergían con una fuerza inédita, crecían consumo y producción, pero también las fuerzas sindicales, todo el mundo se podía comprar un Fiat 500 y un televisor, y todo el mundo participaba en huelgas larguísimas: vale decir, el país era una olla en ebullición. En el plano de lo simbólico letrado también reinaba cierta quietud antes de la tempestad; la literatura vivía de ecos lejanos de la corriente neorrealista -aunque a nivel literario ésta nunca haya tenido el mismo impacto que tuvo en el cine-, los escritores se movían entre socialismo real y sentimentalismo, la poesía estaba encerrada en un hermetismo cada vez más cristalino. Había un gran estancamiento, entonces, que empezó a agrietarse cuando en 1961 salió una pequeña antología poética: sus autores se autoproclamaban I Novissimi y eran cinco poetas de entre 26 y 37 años, que deshacían todo lo que se había construido sobre las cenizas futuristas, durante el rappel à l’ordre empezado en los tardíos años 20 y nunca culminado. En esta antología saltaba, definitivamente, cualquier huella de métrica; el léxico se ampliaba monstruosamente hacia terrenos desconocidos, incluyendo neologismos, lenguas muertas y extranjeras; se acumulaban poesías que jugaban con los recovecos de psiques arrasadas por la Guerra Fría, los automatismos de la ultraindustralización e incluso la despersonalización. Lo que pareció sólo un pequeño escándalo, acotado al mundillo de la poesía, dos años después estalló a gran escala, llamando la atención también del público “general”, ya que el ruido llegó pronto a la prensa nacional. Desde una recién nacida casa editorial, Feltrinelli (hoy coloso del sistema editorial italiano), Enrico Filippini, filósofo y traductor del alemán que un tiempito antes había asistido en Berlín a una reunión del Grupo 47, y Nanni Balestrini, el poeta más joven de los Novissimi, decidieron organizar un evento parecido a los encuentros de los escritores alemanes: tenía que congregar a todos los que no estaban conformes con el mundo literario del momento y desarrollar enfrentamientos francos de poéticas distintas, siguiendo la sugerencia teutona de leer trabajos in progress y confrontarse despiadadamente con respecto a las obras. Así, los primeros días de octubre de 1963, Palermo se llenó de una veintena de escritores: entre los más destacados, todos los Novissimi (Edoardo Sanguineti, Antonio Porta, Elio Pagliarani y Alfredo Giuliani), más novelistas que luego serían de los más importantes del país en las décadas sucesivas (Alberto Arbasino, Giorgio Manganelli, Francesco Leonetti) y críticos de punta como Angelo Guglielmi (que en los años 90 revolucionaría RAI 3, el “canal de izquierda” de la televisión estatal) y el hoy archinotorio y omnipresente Umberto Eco. La gran apuesta para todos los integrantes de Gruppo 63 (así se bautizaron) era sobre todo lingüística: la esclerosis de una lengua ya demasiado literaria, cuando no totalmente desgastada por el uso massmediológico, debía ser curada, porque el lenguaje, según Sanguineti y otros, era la sede misma de la ideología. ¿El medicamento? Un aggiornamento hiperconsciente de los instrumentos puestos a disposición por las vanguardias históricas varias décadas antes. La antinovela, la antipoesía, la desestructuración, el extrañamiento, se volvieron las “reglas” que hacían temblar el parnaso de aquel entonces: Alberto Moravia los declaró simplemente ilegibles, Pier Paolo Pasolini se enojó porque disentía con cualquier “experimentalismo” que no fuese tradicionalismo maquillado, Carlo Cassola y Giorgio Bassani se indignaron porque alguien del grupo los definió dos “lialas” (Liala era una exitosa escritora de novelones rosas). En realidad, Gruppo 63 fue, antes que nada, el desahogo de unas enormes ganas de actualización cultural de los agentes culturales más vivaces del momento, frente a todo lo nuevo y ya no tan nuevo que circulaba en el mundo: Ferdinand de Saussure, los primeros brotes del estructuralismo, el pop, etcétera. No fue el único escape de la frustración de los que operaban con instrumentos ya oxidados en un mundo que brillaba: alrededor del grupo, en la nebulosa neovanguardista, se formaron muchos otros grupos, igual de guerreros, y, en varios casos, más osados todavía (y, sin dudas, más under y a menudo polémicos con su hermano mayor). Para la cultura oficial y oficialista italiana, Gruppo 63 fue un shock que perduró por un largo tiempo: cualquier analista estaría tentado a pensar que la “neovanguardia” fue el gran síntoma del malestar de las letras itálicas que estaba instalado desde hacía lustros, ya que hasta fines del siglo XX, en cada aniversario surgían nuevas polémicas, como si fuesen herpes periódicos de índole psicosomática: lo que más parecía molestar era que el grupo se publicitase como antiestablishment, cuando casi todos sus integrantes estaban en posiciones institucionales (en las universidades y en las editoriales), y que sus componentes teorizaban mucho, pero al mismo tiempo producían -decían los críticos- pocas obras significativas. Sin embargo, dichas diatribas casi siempre revelaban más el estado de parálisis de los escritores italianos, que se rehusaban a ensuciarse las manos con algo que no fuese una “novela bien escrita” o una “poesía profunda”, que las verdaderas culpas de Gruppo 63, ya que el gran proyecto de ciertos neovanguardistas era, declaradamente, hacer saltar el sistema desde adentro. Básicamente todos sus miembros se ganaron, por medio de de sus libros, lugares destacados en los manuales literarios posteriores. No hay que olvidar, además, que su existencia reverberó incluso fuera de los confines italianos: para quedarnos sólo en el mundo hispanohablante, podemos citar una suerte de reunión clandestina del grupo en la Barcelona franquista de 1967, organizada por la brasileña Beatriz de Moura, que al año siguiente fundó, con Óscar Tusquets, la editorial Tusquets; y la publicación en 1969, por la editorial venezolana Monte Ávila, de las actas de la segunda reunión palermitana de 1965 sobre “la novela experimental”. Consolidación y caída Si bien en las crónicas se habla de Gruppo 63 como si fuera algo homogéneo, es evidente que no era así: había autores fuertemente politizados, como Sanguineti y Balestrini, otros más moderados, como Giuliani y Renato Barilli, otros con intereses preponderantemente surrealistas, como Adriano Spatola y Giordano Falzoni, y luego había actitudes que rozaban lo posmoderno (todavía por nacer) como las de Manganelli y Arbasino -más metatextuales que proyectadas hacia “afuera”-; se puede deducir que en el grupo circulaba cierto machismo, dado que sólo un puñado de mujeres pudieron, en momentos distintos, integrarse a él, frente a decenas de hombres. También por esa razón -por ese coacervo de instancias a menudo contradictorias entre sí- nunca llegaron, ni desearon hacerlo, redactar un manifiesto, como hasta aquel punto habían hecho todos los soi-disant vanguardistas. Sin embargo, siempre fue vital para la neovanguardia italiana mantenerse activa y compacta: por ende, por un lado se organizaban reuniones todos los años, en distintas ciudades, en las que se agregaban y borraban intelectuales de diferentes orígenes, empujando la multidisciplinariedad (a menudo las reuniones tenían muestras, piezas teatrales y conciertos como corolarios) y el hibridismo (algunas de sus vertientes más poderosas fueron la poesía visiva y la concreta). Por el otro, editaban revistas que hoy en día resultan las más buscadas y “frescas” de la época: entre otras, Marcatrè, Malebolge, Il Verri y Quindici. Esta última se suele “usar” para explicar cómo naufragó, allá por 1969, el grupo. En efecto, Quindici fue el primer periódico en la historia moderna del país cuyos dueños eran los mismos redactores (todos escritores) y ambicionó, desde el principio, tener una difusión enorme, dada su naturaleza literaria: se imprimían unos 10.000 ejemplares, cuyo fin, según afirmaba su primer editorial, era “propagar dudas y arruinar certezas, ser, en definitiva, un sano elemento de desorden”. Empero, la idea de salir de los cafés literarios para llegar a las masas no resistió el impacto con la realidad. Como no podía ser de otra forma, su hundimiento (y el del proyecto Gruppo 63 en su totalidad) fue una cuestión política. Al agrandarse el fenómeno del Mayo del 68, se produjo un quiebre en la redacción de Quindici -que se podría definir como el tabloide en el que todo el who’s who neovanguardista se daba cita, y en el que se incluían también voces que provenían de otros ámbitos, pero siempre disonantes- cuando una parte de ésta quiso aliarse con los estudiantes y obreros en lucha, mientras la otra se amparó en el hortus conclusus de las letras (aunque las posiciones fuesen, naturalmente, mucho más complejas). De hecho, cuando la apertura a las contestaciones se hizo mayoritaria, la revista llegó a una situación paradójica: logró tirajes impensables, más de 20.000 copias, pero de alguna forma pareció declarar definitivamente muerto el universo cerrado de los libros -vale decir, su origen mismo-, ya desmantelado por los acontecimientos históricos (algunos sectores del público estudiantil y de la izquierda, además, criticaban ásperamente la nueva vanguardia como expresión del poder). Durante el verano de 1969 no sólo se clausuró la revista, sino que el mismo Gruppo 63 dejó de existir. En los últimos diez años, fallecidos en el ínterin muchos de los miembros originarios -incluido Sanguineti, quien fue su más sólido actor, tanto a nivel teórico como creativo-, los roces históricos con la academia y el público parecen aplacados para siempre. No hay que sorprenderse (el mismo Sanguineti habló desde el principio de una “vanguardia que ya sabe que terminará en el museo”) si ya no aparecen opiniones contrarias a los festejos que se tributan a quienes quedan del Gruppo 63 (y este 2013 vio muchas de esas celebraciones en Italia). Preocupa más lo difícil que resulta tan sólo imaginar la posibilidad, hoy, de que un grupo de intelectuales -con pensamientos disímiles, pero con la idea clara de que el statu quo debe cambiar- decida hacer frente común para subvertir las reglas literarias (y no) dominantes. Con o sin éxito, eso poco importa. Obras. Nanni Balestrini e Alfredo Giuliani (a cura di), Gruppo 63. La nuova letteratura. Palermo 1963, Milano, Feltrinelli, 1964. N. Balestrini (a cura di), Il romanzo sperimentale. Palermo 1965, Milano, Feltrinelli, 1966. Renato Barilli e Angelo Guglielmi (a cura di), Gruppo 63. Critica e teoria, Milano, Feltrinelli, 1976; n. ed. Torino, Testo & immagine, 2003. Lucio Vetri, Letteratura e caos, Milano, Mursia, 1992. Renato Barilli, La neoavanguardia italiana: dalla nascita del "Verri" alla fine di "Quindici", Bologna, Il Mulino, 1995; nuova ed. Lecce, Manni, 2007. Fabio Gambaro, Invito a conoscere la neoavanguardia, Milano, Mursia, 1996. Fausto Curi, La poesia italiana d'avanguardia, Napoli, Liguori, 2001. Aa.Vv., Il Gruppo 63 quarant'anni dopo: atti del Convegno di Bologna (8-11 maggio 2003), Bologna, Pendragon, 2005. Luigi Weber, Con onesto amore di degradazione. Romanzi sperimentali e d'avanguardia nel secondo Novecento italiano, Bologna, il Mulino, 2007. Quindici: una rivista e il Sessantotto, a cura di Nanni Balestrini, con un saggio di Andrea Cortellessa, Milano, Feltrinelli, 2008. Eugenio Gazzola (a cura di), Malebolge. L'altra rivista delle avanguardie, Reggio Emilia, Diabasis, 2011. Massimiliano Borelli, Prose dal dissesto. Antiromanzo e avanguardia negli anni Sessanta, Modena, Mucchi editore, 2012. Francesco Muzzioli, Gruppo '63. Istruzioni per la lettura, Roma, Odradek, 2013. Nanni Balestrini (a cura di), Il romanzo sperimentale. Palermo, 1965; seguito da Con il senno di poi (a cura di A. Cortellessa), Roma, L'orma editore, 2013. Federico Fastelli, Il nuovo romanzo. La narrativa d'avanguardia nella prima fase della postmodernità, Firenze, FUP, 2013. |
Umberto Eco entre la historia y la crítica a las redes sociales: “Internet es un peligro para el ignorante”
A sus 80 años, en 2012, Umberto Eco seguía plenamente activo y dando entrevistas. Mostrándose con una personalidad arrasadora, extrovertido y sobre todo muy lenguaraz, en las conversaciones con los medios no perdía ocasión para defender todo aquello que oliera al pasado y mostrarse crítico ante los elementos más nuevos. En ese año, en charla con el medio XLSemanal, despachó una defensa del libro en formato papel, a contrapelo de los nuevos formatos electrónicos, como la Kindle o los audiolibros.
“Soy coleccionista de libros. Defendí la supervivencia del libro junto con Jean-Claude Carrière en el volumen Nadie acabará con los libros. Lo escribimos por motivos estéticos y gnoseológicos [relativos al conocimiento]. El libro sigue siendo el medio ideal para aprender. No necesita electricidad y puedes subrayar todo lo que te parezca. Considerábamos imposible leer textos en el monitor de un ordenador. Pero de eso hace ya unos dos años”.
Aunque de todos modos, la vorágine de los tiempos lo obligó a realizar ciertas concesiones, como comprarse un elegante iPad y terminó reconociendo sus virtudes.
“En mi último viaje por Estados Unidos tenía que llevar conmigo 20 libros y mi brazo no estaba para muchos trotes. Por eso acabé por comprarme un iPad. Fue útil para transportar tantos volúmenes. Empecé a leer con el aparato ese y no me pareció tan malo. De hecho, me encantó. Así que ahora leo mucho con el iPad, ¿se lo puede creer? Pues sí. Incluso así, creo que las tabletas y los e-books sirven más como auxiliares de lectura. Son más prácticos para el entretenimiento que para el estudio. Me gusta subrayar y escribir notas, interferir en las páginas de un libro. Eso todavía no es posible con una tableta”.
La importancia del libro para Eco no era casual. Es uno de los hilos argumentativos de su brillante novela El nombre de la rosa (1980), ambientada en el siglo XIV, donde mezcló lo histórico con lo policial. El formato libro es un protagonista de la novela: los monjes de la abadía benedictina en el norte de Italia -donde llegan Guillermo de Baskerville y Adso de Melk- son copistas que trabajan el libro de manera artesanal; en los libros aparecen huellas que dan una clave para resolver los crímenes que sacuden a la abadía, y los libros son defendidos con celo por el bibliotecario español Jorge de Burgos, un monje veterano y ciego que recuerda al argentino Jorge Luis Borges. Por lo demás, un homenaje que el autor reconoció.
El nombre de la rosa le dio una llegada a nivel masivo a su autor. En entrevistas posteriores reconoció que -sin quererlo- creó un género literario particular, algo así como una “novela negra erudita”.
“En El nombre de la rosa combiné erudición y novela de suspense. El libro ayudó a crear un tipo de literatura que veo con buenos ojos. Hay muchas cosas interesantes. Me gusta Arturo Pérez-Reverte, con sus fantasías que recuerdan a las aventuras de Dumas y Emilio Salgari que yo leía de niño”, dijo en 2012.
Aunque también lamentaba que su idea haya sido copiada hasta el cansancio.
“Dan Brown me irrita profundamente porque parece un personaje inventado por mí. En lugar de asumir que las teorías conspiratorias son falsas, Brown las da por verdaderas, poniéndose del lado del personaje, sin cuestionar nada. Es lo que hizo en El código Da Vinci. Es el mismo contexto de El péndulo de Foucault. Pero él parece que prefirió acercarse a la historia para simplificarla. Eso provoca una oleada de mitificaciones. Hay muchos lectores que se creen todo lo que Dan Brown escribe, aunque, la verdad, no puedo criticarlos por ello”.
Fue tanto su interés por lo artesanal que representa un libro, que incluso la escribió a mano. Así lo contó poco después de haberla publicado en charla con el matutino italiano La Repubblica.
“Todos piensan que la novela fue escrita en computadora, o que usé máquina de escribir. En realidad, la primera versión fue hecha con lapicera. Pero recuerdo que pasé un año entero sin escribir una sola línea. Leía, hacía dibujos, diagramas, en suma, inventaba un mundo. Dibujé cientos de laberintos y plantas de abadías, basándome en otros dibujos, y en lugares que visitaba”.
El éxito -inesperado para alguien que siempre fue académico- lo hizo sentirse algo ahogado.
“Es fatal sentirse acorralado -dijo a La Repubblica-. Por otro lado, constatar que en torno de El nombre de la rosa se editaron miles de páginas de crítica, centenares de ensayos, libros y textos de monografías -la última me llegó la semana pasada- me hace sentir bastante obligado a pronunciarme sobre algunas cuestiones de poética. Es legítimo que un autor declare cómo trabaja, mientras que la crítica interviene respecto del modo en que se lee un libro.
Tanto fue así que en 1987 publicó algo que los escritores suelen hacer poco: un libro sobre su libro. Apostillas a El nombre de la rosa, se llamó, y en un formato de tratado, habló sobre cómo fue creando la novela que le dio nombre. Además, vio cómo se llevó al cine, en un filme de 1986 dirigido por Jean-Jacques Annaud y estelarizado por Sean Connery, como Guillermo de Baskerville, y Christian Slater como Adso de Melk, claro que este último aparece con el hábito café de los franciscanos, en vez del negro de los benedictinos, como en la novela.
Umberto Eco versus internet
En sus últimos años, Eco vio quizás la gran revolución tecnológica de fines del siglo XX y comienzos del XXI. La era digital. Como buen semiótico, se interesó en estudiar el fenómeno que cruza la tecnología y la comunicación, pero su análisis distaba de ser generoso. En 2012 indicó en XLSemanal:
“Internet no selecciona la información. Hay de todo por ahí. La Wikipedia presta un antiservicio al internauta. El otro día publicaron algunos chismes sobre mí y no me quedó más remedio que intervenir y corregir varios errores y absurdos. Internet todavía es un mundo salvaje y peligroso. Todo surge ahí sin jerarquía. La inmensa cantidad de cosas que circulan por la Red es mucho peor que la falta de información. El exceso de información provoca la amnesia. Demasiada información hace mal. Cuando no recordamos lo que aprendemos, acabamos pareciéndonos a los animales. Conocer es cortar y seleccionar”.
“Si uno sabe qué sitios y bancos de datos son de confianza, entonces sí, tendrás acceso al conocimiento. Ahora bien: usted y yo, que gozamos de cierta riqueza de conocimientos, podemos aprovechar mejor Internet que aquel pobre señor que está comprando salami en la charcutería de ahí enfrente. En ese sentido, la televisión era útil para el ignorante, porque seleccionaba la información que él podría precisar, aunque fuera información estúpida. Internet es un peligro para el ignorante porque no filtra nada. Solo es buena para quien ya conoce y sabe dónde está el conocimiento. A largo plazo, el resultado pedagógico será dramático. Veremos multitudes de ignorantes usando Internet para las estupideces más diversas. juegos, conversaciones banales y búsqueda de noticias irrelevantes”.
Por ello, planteaba que era indispensable ejercer un sentido crítico al sumergirse en la web. Así lo comentó en El Mundo:
“Una de las primeras cosas que habría que enseñar a los niños es cómo filtrar noticias en internet, a distinguir las verdaderas de las falsas. Un ejercicio podría ser elegir un argumento y buscarlo en 10 sitios distintos. Haciendo una comparación se podría crear un sentido crítico. Hay síndromes del complot que resulta muy fácil demostrar que son mentira y otros que no tanto. Por ejemplo, esa idea de que los estadounidenses no llegaron a la Luna y que las imágenes que se ven son una reconstrucción que se hizo en un estudio. ¿Cuál es el argumento contrario? Que si esto hubiese sido así, los soviéticos lo hubiesen dicho y demostrado. Pero si se callaron, es que no había ninguna prueba y, por tanto, es una estupidez. O ‘Los protocolos de los sabios de Sion’, cuya falsedad se demostró hace 100 años, pero en internet sigue circulando y en las bibliotecas árabes está entre los libros más consultados”.
“No estoy seguro de que internet haya mejorado el periodismo, porque es más fácil encontrar mentiras en internet que en una agencia como Reuters”, agregó en la misma charla.
Por ello no extraña su dura posición ante las redes sociales.
“Le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”, dijo en La Stampa junio de 2015.
Umberto Eco falleció el 19 de febrero de 2016 en su casa en Milán a las 22:30 hora local, producto de un cáncer.
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