Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara; Demetrio Protopsaltis Palma; Katherine Alejandra Del Carmen Lafoy Guzmán;
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Autora.
Margarita de Angulema, llamada también Margarita de Francia, Margarita de Navarra o Margarita de Orleans (Angulema, Francia, 11 de abril de 1492 - Odos, Altos Pirineos, 21 de diciembre de 1549), fue una noble francesa, princesa de la primera rama de Orleans de la dinastía de los capetos, duquesa consorte de Alençon (1509-1525) y reina consorte de Navarra (1527-1549). Orígenes familiares Hija de Carlos de Orleans (1459-1496), conde de Angulema y de Luisa de Saboya. Carlos de Orleans era descendiente directo de Carlos V de Francia y pretendiente a la corona francesa tras la muerte sin descendencia de Carlos VIII de Francia. Vida A los dos años Margarita y su familia se trasladan de Angulema a Cognac, donde nacieron su hermano, el futuro rey de Francia Francisco I y la propia Margarita. Gracias a su madre, Margarita aprendió latín y griego. Hacía seis años que su padre había fallecido cuando su madre intentó casarla a los diez años de edad con el príncipe de Gales Enrique VIII de Inglaterra, pero el enlace fue rechazado. Posteriormente estuvo prometida a Gastón de Foix, sobrino de Luis XI de Francia, pero éste falleció antes de la boda. Fue una mujer muy influyente en su época, especialmente a partir de 1515 cuando su hermano fue coronado rey de Francia, desempeñando un importante papel político. Asimismo fue una mujer muy avanzada en su tiempo, ya que se atrevió a escribir y publicar poesías. Fue apreciada por su carácter abierto, su cultura y por haber hecho de su corte un brillante centro del humanismo. Acogió con agrado los inicios de la Reforma difundiendo el evangelismo y el platonismo.
Nupcias y descendencia El 3 de diciembre de 1509 se casa, en primeras nupcias, con el duque de Alençon Carlos IV, con el que no tuvo hijos. Tras enviudar, el 24 de enero de 1527 se casa con Enrique II de Albret, rey de Navarra, de esta unión nacieron: Juana III de Navarra (1528-1572), llamada Juana de Albret, reina de Navarra. Juan de Navarra (1530), murió muy joven. Margarita de Angulema falleció el 21 de diciembre de 1549 en el castillo de Odos.Dados sus vínculos con los movimientos protestantes, hubo gran especulación respecto a la fe en la que murió, pero se sabe con casi absoluta certeza que murió siendo católica. Recibió la extremaunción de manos del monje franciscano Gilles Caillau, y una misa se celebró en su honor en la catedral de Léscar, donde están enterrados los miembros de la familia real de Navara, misa a la que asistieron numerosos prelados de la iglesia. Su obra literaria Un poema: Espejo del alma pecadora (1531) atacado por la Sorbona tras su reedición en 1533, necesitó la intervención de Francisco I. El libro está plagado de ideas evangélicas que hacen de la fe y de la caridad principio de la salud. A esta obra le siguieron numerosos poemas basados en los Cantos espirituales de los que Margarita utilizaba la estructura poética de canciones profanas sustituyéndola por textos religiosos. Las Margaritas de la Margarita de las princesas (1547), una recopilación de textos. En 1542, Margarita escribe el Heptamerón, a semejanza del Decamerón de Boccaccio, que ya se conocía desde 1414. Pero no puede acabarlo, ya que la muerte le sobreviene antes de terminar la obra. El Heptámeron recoge 72 relatos que se desarrollan durante siete días. Como en la obra de Boccaccio, los relatos se inscriben en una historia cerrada. Diez viajeros se reúnen en una abadía, donde una tremenda tempestad les deja incomunicados. A fin de entretenerse, cada uno de ellos cuenta una historia, bien real, bien inventada, dando lugar con ello a un ameno diálogo suscitado por los comentarios de los oyentes. Biografía de Real Academia de Historia. Margarita de Angulema o de Navarra. La “Décima” Musa, La Cuarta Gracia. Angulema (Francia), 11.IV.1492 – Odos-en-Bigorre (Francia), 21.XII.1549. Reina de Navarra y escritora. Era hija de Luisa de Saboya y de Carlos de Orleans, conde de Angulema, primo hermano del rey de Francia Luis XII, al que se consideraba como jefe de la familia. Por ello, cuando Carlos murió, se llevó a la Corte a su familia. Margarita y su hermano Francisco se educaron junto al Rey en Blois y en Amboise. Francisco casó con Claudia, hija única, del rey Luis XII. Por tanto, cuando éste murió (1515), el trono pasó a Francisco, y Margarita se convirtió en una de las primeras damas de la Corte. Era dos años mayor que su hermano y tenían una estrecha relación, y su mayor edad hacía que Francisco siempre la tuviera en gran consideración. Durante la primera época de su vida, en que residió en la Corte francesa, tuvo una importante actuación política de colaboración con su hermano Francisco I, al que apoyó incondicionalmente, además contribuyó a su formación cultural convirtiendo la Corte en un foco de ideas humanistas. Margarita es un ejemplo de los ideales de la época, pues se dio en ella la paradoja propia del humanismo que, junto a una gran curiosidad intelectual, demostró una gran piedad y preocupación religiosa que mantuvo siempre, pero, al mismo tiempo, fue autora de una serie de cuentos libertinos recogidos en el Heptameron. Margarita casó (1509) en primeras nupcias con Carlos, III duque de Alenzon y condestable de Francia. Cuando enviudó, casó (1527) en segundas nupcias con el rey de Navarra Enrique Albret. Navarra había quedado reducida a un pequeño reino al Norte del Pirineo, tras la conquista del territorio navarro meridional por Fernando el Católico (1512), la nueva capital fue Saint-Jean-Pied-de-Port. Pronto fue madre de una niña, la futura reina Juana Albret de Navarra, puesto que Margarita no logró que ningún otro hijo viviera. Juana casó con Antonio de Borbón, duque de Vendome, y fue madre del rey de Francia Enrique IV Borbón, el cual accedió a la Corona a la muerte sin sucesión de Enrique III (1607), alegando los derechos de su abuela Margarita de Angulema a la Corona francesa. Su posición como hermana del Rey, junto con sus matrimonios, unidos a su inteligencia y buena formación, hicieron que tuviera un importante papel político en la Corte francesa. Cuando Francisco fue derrotado por el ejército de Carlos V y hecho prisionero en la batalla de Pavía (1525), se le trasladó a Madrid como prisionero. Ella no dudó en viajar a esta ciudad para consolarle por su cautiverio y cuidarle en su enfermedad. Sobre todo, le proporcionó auxilios espirituales, ya que era una mujer creyente y piadosa, aunque con una religiosidad propia. Recorrió Cataluña en septiembre de 1525 y tras la mejoría de Francisco se trasladó a Toledo a negociar con Carlos V la libertad de su hermano. La entrevista duró del 4 al 14 de octubre y Margarita logró su propósito. Tras su segunda boda, se trasladó a Navarra, donde residió, pero no por ello abandonó totalmente la Corte francesa y mantuvo gran influencia sobre su hermano Francisco y sobre su marido y no dejó de intervenir en los asuntos políticos. Por ello, nunca fue bien considerada por la Corte española, en primer lugar, por su decidido apoyo a su hermano Francisco I, enemigo del emperador Carlos V y, después, por su boda con el rey de Navarra, que no mantenía tampoco buenas relaciones con la Monarquía hispana, por la reciente conquista de la Navarra meridional. La intervención en la política del momento la hizo tomar partido en los conflictos religiosos que asolaban a Europa en aquellos años originados por el enfrentamiento entre católicos y reformistas. No obstante, su dedicación por la escritura fue prioritaria. Era una mujer muy inteligente y desarrolló una gran formación cultural y puede considerarse como ejemplo de educación humanista para una princesa. Desde los cuatro años, su madre, que era italiana y, por tanto, mucho más próximas a los principios renacentistas, se ocupó de su instrucción basándola en la lectura de los autores clásicos y las Sagradas Escrituras. Llegó a conocer, además del francés, el italiano, que eran sus lenguas maternas, y el latín, el alemán, el hebreo, el griego y el español, que estudió. Y siempre tuvo una profunda preocupación teológica, aunque sus escritos no fueron todos sobre Teología. Además, como la Corte navarra era muy proclive a los protestantes, pudo desarrollar más libremente sus ideas y dedicarse a su formación cultural, por lo que acabó protegiendo no sólo a los humanistas, sino también a los protestantes. Mantuvo buenas relaciones con Calvino y Melachton. Se rodeó de personalidades del momento, como el erudito Robert Estienne y los escritores y poetas Bonaventura des Périers, Mellin de Saint Geldis y Marot. Rabelais debió de sentir admiración hacia ella, pues le dedicó una de sus obras. Su dedicación intelectual la llevó a ser autora de varias obras, unas poéticas y otras de carácter filosófico y teológico. Los títulos más importantes son: Diálogo en forma de visión nocturna (1523), sus primeras poesías, El espejo del alma pecadora (1531), El Navío (1547), donde manifiesta su dolor por la muerte de su hermano Francisco, Margaritas de la Margarita de las Princesas (1547), donde está recogida la mayor parte de sus poemas, Misterio de Navidad, Últimas poesías de carácter religioso. También escribió una serie de comedias, algunas de carácter bíblico y otras profanas. Su obra literaria tiene una importancia notable, pero no ha tenido gran difusión ni reconocimiento si exceptuamos el Heptameron (1558-1559). Su consejero y director espiritual fue Guillaume Briçonnet, obispo de Meaux, en el que encontraba eco a su pensamiento religioso, y, junto con Jacques Lefèbvre d’Etaples, formaron el conocido como Cenáculo de Meaux. Margarita consideraba y defendía que a través de la oración las almas llegaban a la unión con Dios y que las Sagradas Escrituras debían ser traducidas y leídas en francés, no en latín, para que todos los fieles las entendieran y pudieran interpretarlas. Era contraria a cierta jerarquía eclesiástica y, en Meaux, participó en reuniones clandestinas en las que se discutía sobre teología y se denunciaba la degradación a la que había llegado el papado, incluso se quemaron indulgencias en la puerta de la catedral, lo que suponía una grave desviación y acercamiento al protestantismo. Sus obras fueron cuestionadas desde el primer momento por su proximidad con las ideas luteranas. En el Diálogo (1523) defendía la teoría de que sólo con la gracia y la fe las almas podían justificar sus actos para conseguir la salvación, este principio es muy próximo a las ideas de Lutero. Margarita pudo llevar a cabo esta política, gracias a la tolerancia de su hermano Francisco I en cuestiones religiosas, ya que además de la enemistad de Francia con el Imperio hispano, el Rey tenía cierta inclinación, en parte por influencia suya, a las ideas reformistas y puede afirmarse que ella favoreció la introducción del protestantismo en Francia, a pesar de que no comulgase totalmente con todas las ideas reformistas pues rechazada la idea de la predestinación que era fundamental en los movimientos luteranos. Tras su boda con el rey de Navarra, con el que nunca tuvo buenas relaciones, pero sobre el que ejerció una influencia paralela a la que ejercía sobre su hermano, encontró una buena acogida a sus ideas en este reino, donde las ideas reformistas estaban muy extendidas. Pero cuando escribió un tratado espiritual de poesía teológica, denominado El espejo del alma pecadora (1531), la Facultad de Teología de la Sorbona no dudó en condenar la obra, a pesar de las presiones que recibieron por parte de la Corona. En este texto expresaba su doble preocupación religiosa y cultural y causó tal escándalo que, incluso, se pensó incluirla en el Índice de libros prohibidos por el papado. No se llegó a este extremo por su posición e influencia, pero no se pudo impedir que el Colegio de Navarra, pues aquí era Reina, criticara duramente el escrito, sobre todo por haber osado una mujer disputar sobre herejías y fue condenada por sectaria y visionaria. En los primeros tiempos del reinado de su hermano Francisco I, que frenaba los excesos de los católicos intransigentes franceses, tuvo una mayor libertad de actuación en la Corte. En los últimos tiempos del reinado de Francisco I, éste tuvo que acatar por motivos políticos los dictados de Roma, lo que dio lugar a que Margarita perdiese poder. La situación se hizo más difícil para ella tras la muerte del Rey, que dio paso a un período de predominio de los defensores a ultranza del catolicismo y se inició una fuerte política represora contra las desviaciones reformistas. Como ejemplo de la intolerancia dominante, se llegó a la quema de herejes en la hoguera y, por tanto, los ideales de Margarita eran muy duramente cuestionados, pues aunque no abrazó el protestantismo, tampoco seguía fielmente la doctrina católica romana. Ella se había construido una religiosidad propia, muy espiritual y de una gran unidad con la divinidad. En su poema “Prisiones de la Reina de Navarra”, narra el proceso seguido, gracias a la oración y las penitencias, para culminar el camino de ascensión mística hasta llegar al conocimiento de la divinidad. Es una obra de gran profundidad teológica, no estrictamente fiel con los principios católicos, pero que tampoco se puede encuadrar totalmente dentro de las ideas reformistas. La postura religiosa de Margarita estaba mucho más relacionada con la corriente evangélica; esta corriente buscaba la confluencia de las doctrinas protestantes con las católicas para evitar de esta manera la separación dentro de la Iglesia cristiana. Además, Margarita tenía una fuerte influencia neoplatónica e iluminista, que la alejaba de la ortodoxia católica y la acercaba a los principios evangélicos. El texto de mayor renombre de Margarita es conocido como Heptameron en el que se recopilan setenta y dos relatos, son cuentos breves, cómicos la mayoría, y profanos muy relacionados con los ideales renacentistas, sigue la moda literaria iniciada con el Decameron de Bocaccio. En esta obra se manifiesta otra faceta del pensamiento de Margarita menos profundo y trascendente que sus textos de teología y que demuestran una faceta humorística y muy vitalista, relacionada con el pensamiento burgués, que cuestiona de una forma festiva toda una serie de defectos y vicios de la sociedad. Pensaba reunir cien cuentos contados durante diez días por otras tantas personas, que habían quedado aisladas por el desbordamiento de un río, pero murió cuando sólo habían llegado al séptimo día. No se sabe si este escrito fue elaborado a lo largo de la vida de Margarita, o si lo había hecho de joven y en los últimos tiempos de su vida lo estaba retocando. Se sabe que había encargado en 1531 la traducción al francés del Decamerón de Bocaccio a Antoine Le Maçon, que se publicó en 1545 dedicado a Margarita. Es posible que en 1546 ya estuviera terminado, aunque la publicación no se hizo hasta 1558-1559. La obra tuvo un gran éxito sucediéndose las ediciones y gozando de una gran difusión, siendo traducida a los principales idiomas. En este texto no se siguen los preceptos de la moral cristiana, sino más bien los postulados del ideal burgués. La crítica es ácida y divertida, sobre todo con respecto a los clérigos, sin duda son los frailes franciscanos quienes sufren de una forma más insistente las críticas y se les presenta como promiscuos, ávidos de riqueza y de una falsa piedad. Por el contrario, en otros cuentos aparecen clérigos ejemplares que se contraponen a los relajados. En este texto, en realidad, también se pretende la reforma de la Iglesia en lo referente a la relajación de las costumbres, pero aquí lo hace de una forma divertida y mucho más asequible que en sus textos poéticos y teológicos, para, de esta forma, llegar a un público más numeroso. Margarita de Angulema fue una mujer de su época, que compartió los ideales del humanismo y que pretendió vivir de acuerdo con ellos, por lo que se preocupó por el desarrollo cultural y por las cuestiones religiosas, y pretendió, ya que consideraba que su posición le autorizaba para ello, influir en la sociedad y modificar aquellos aspectos en los que no estaba de acuerdo. De ahí su gran preocupación religiosa y sus numerosos escritos en esta materia. No tuvo ningún reparo en cuestionar aquello que no consideraba correcto, tanto en la práctica del catolicismo como dentro de las ideas reformadoras. Su posición como hermana del rey de Francia y esposa del rey de Navarra la facultaron para ello. Aunque ella sufrió críticas en vida, otra mujer que no hubiera gozado de su influencia hubiera sido duramente perseguida por su dedicación a la escritura y, sobre todo, por escribir sobre teología. Aunque ha sido considerada por muchos como reformista, es más correcto considerarla como evangélica, ya que en sus escritos hay un reconocimiento de la religión católica y una defensa de muchas de sus prácticas y otro tanto hace con las ideas reformistas. Asimismo, tampoco hay en ella un rechazo total hacia la Iglesia católica, como hacían los defensores de la reforma protestante, y tampoco una aceptación total hacia los nuevos principios. Lo cual demuestra su postura evangélica. Su pasión por la literatura hizo que se la conociera como La Décima Musa y La Cuarta Gracia. Obras de ~: Diálogo en forma de visión nocturna, 1523 (ed. Dialogue en forma de vision nocturne, Helsinki, 1983); El espejo del alma pecadora, 1531 (ed., intr. y notas de J. L. Allaire, München, W. Fink, 1972); Marguerites de la Marguerite des princesses, Lyon, 1547; Heptamerón, 1558-1559 (ed. y trad. de M.ª S. Arredondo, Madrid, Cátedra, 1991); Lettres de Marguerite d’Angoulême, Paris, 1641-1642; Oeuvres et nouvelles, Amsterdam, 1698; Oeuvres complètes, Paris, 1852 (ed. Estrasburgo- Nueva York, Heitz-G. E. Strechert & co., 1924); Les dernières poésies de Marguerite de Navarre [...], intr. de A. Lefranc, Paris, A. Colin & Cie., 1896; Théâtre Profane, Paris-Genève, 1978. Bibl.: F. Genin, Nouvelles lettres de la Reine de Navarre adressées au roi François I, Paris, 1842; A. J. M. Lefranc, Les idées religieuses de Marguerite de Navarre d’après son oeuvre poétique, Paris, 1898 (reimpr. Gevève, Slatkine Reprints, 1969); P. Jourda, Marguerite d’Angouleme, duchesse d’Alençon, reine de Navarre (1492-1549), Paris, 1930, 2 vols.; L. Fevbre, Amour sacré, Amour profane. Autour de l’Heptaméron, Paris, 1944; R. Lebègue, “Réalisme e apprèt dans la langue des personnages de l’Heptaméron”, en La littérature narrative d’imagination, Paris, 1961; E. Telle, L’oeuvre de Marguerite d’Angouleme, Reine de Navarre, et la querelle des Femmes, Genève, 1969; J. Palermo, “L’historicité des desvisants de l’Heptaméron”, en Revue Historique et Literaire (1969), págs. 193-202; E. V. Telle, L’ouvre de Marguerite d’Anglouleme, reine de Navarre et la Querelle des Femmes, Genève, 1979 (reimpr.); H. Heller, “Marguerite of Navarre and the reformers of Meaux”, en Bibliothèque d’Humanisme et Renaissance, XXIII (1971), págs. 272-310; Ph. Lajarte, “L’Heptaméron et le ficinisme”, en Revue des Sciences Humaines, 3 (1972), págs. 339- 371; M. Tetel, Maguerite de Navarre’s “Hepteméron”: Themes, language and structure, Duke, 1973; Ch. Martineau y M. Veissière (eds.), Briçommet, Marguerite d’Angouleme. Correspondance, 1521-1524, Genève, Droz, 1975, 1979, 2 vols.; N. Cazauran, L’Heptaméron de Marguerite de Navarre, Paris, 1976; M. M. de la Garanderie, Le dialogue des Romanciers: Une nouvelle lecture de L’Heptaméron de Marguerite de Navarre, Paris, 1977; R. Reynolds, Les devisants de l’Heptaméron dix personnages en quête d’audience, Washington, 1977; M. P. Hazera- Ripaoui, Une version des nouvelles de Marguerite de Navarre: Edition commentée du ms. fr. 1513 de la Biblioteque Nationale, Lyon, 1979; P. Sommers, “Marguerite de Navarre’s Heptaméron: the case for the cornice”, en The French Review, 57, 6 (1984), págs. 786-793; M. P. de Saint Léger, “Margarita de Navarra: Querelle des Femmes y feminismo”, en Studia Zamorensia Philología, VII (1986), págs. 257-264; J. A. González Alcaraz, L’Heptaméron. Estudio literario, Murcia, 1988; N. Cazauran, “Les citations bibliques dans L’Heptaméron”, en VV. AA., Mélanges Robert Aulotte. Prose et prosateurs de la Renaissance, Paris, 1988, págs. 153-163; S. Hanon, Le vocabulaire de “l’Heptaméron” de Marguerite de Navarre: index et concordance, Paris, Champión-Slatkine, 1990; M. Bideaux, Marguerite de Navarre: “l’Heptaméron” de l’enquête au débat, Mont-de-Marsan, Editions Interuniversitaires, 1992; M.ª S. Arredondo Sirodey, “La recepción de l’Heptaméron en Espagne: Raissons d’une absance”, en VV. AA., Marguerite de Navarre, 1492-1992. Actes du colloque International de Pau, Pau, 1994, págs. 189-204; “Las mujeres del Heptameron de la crítica tradicional a la dignificación femenina”, en VV. AA., Actas del IX Simposio de la Sociedad Española de literatura general comparada, I. La mujer: Elogio y vituperio, Zaragoza, Sociedad Española de Literatura General y Comparada, 1994, págs. 49-58; J. Llanos García, “El desarrollo del pensamiento religioso en el Heptaméron de Margarita de Navarra”, en M.ª del M. Grana Cid (ed.), Las sabias mujeres, II. Siglos XIII al XVI: homenaje a Lola Luna, Madrid, Asociación Cultural Al-Mudayna, 1996, págs. 173-182. |
Biblioteca personal.
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LITERATURA DE NAVARRA Los manuales, repertorios y tratados de literatura navarra abren sus páginas con la cuestión de si hay o no en sentido estricto una literatura navarra. La opinión mayoritaria era hasta hace unos años que el arte de las bellas letras no era en Navarra el más favorecido ni el de más amplia nómina de cultivadores ilustres. En los últimos tiempos se ha llegado a negar la existencia de una literatura navarra y un estudioso, Fernando González Ollé, ha propuesto una vía intermedia al hablar de “historia literaria de Navarra”, urdida con nombres destacados en diversos géneros y épocas. Si una literatura se define por sus mitos, sus escuelas y períodos propios, es evidente que no hay una literatura propiamente navarra: no hay carácter que pueda identificarse como navarro ni en los temas ni en los argumentos, personajes y desarrollos de la mayoría de los autores; y cuando aparece, no tiene entidad histórica bastante para definir una literatura. Además, la historia política y lingüística condiciona en buena medida nuestro juicio sobre la historia literaria de Navarra. A veces, se consideran autores navarros los anteriores a la misma existencia del etnónimo, o los nacidos en lugares que aún no pertenecían al reino de Navarra, o los que vivieron en tierras que sí le pertenecieron pero después pasaron a otras coronas, o los oriundos que escribieron en otras tierras y aparecen insertos en otras culturas literarias. Finalmente, respecto a los autores navarros en euskera, se aplica el criterio insostenible, pero explicable por las circunstancias de la lengua y de su difusión escrita, de que pasen por literarios textos como los catecismos que por propia naturaleza rehuyen la intención y calidad imprescindibles para tal calificación. En general, en los intentos bibliográficos se confiere rango literario a muchos autores que carecen de valor, aunque a veces sean intelectuales y especialistas de primer orden cuya dimensión literaria sólo puede apreciarse cuando se necesita hinchar la nómina de escritores. Estos excesos mellan el rigor y rebajan la verdadera talla de los escritores de calidad, ponderados en términos parecidos a los prodigados con plumas sin interés ni densidad propia. Como resumen de estas líneas, acaso quepa concluir que, en general, al hablar de literatura navarra o de historia literaria de Navarra, nos referimos a textos escritos aquí o debidos a autores nacidos en Navarra. La historia literaria de Navarra puede abrirse con los poemas latinos emilianenses y de Albelda*, además de los códices admirados y copiados por San Eulogio* en su viaje (848) por monasterios navarros. También es latino de mediados del siglo IX, el poema dedicado a Leodegundia* Versi domna Leodegundia regina, conservado en el Códice de Roda*, texto imperfecto pero revelador de una alta cultura literaria y acaso más tópico que descriptivo de la realidad musical de Pamplona, que es como casi siempre se ha leído. El primer texto literario navarro es el Cantar de Roncesvalles*, conservado en parte, redactado en romance navarro; la letra corresponde a la primera década del siglo XIV. Son cien versos sin relación con el Cantar de Roldán. La Edad Media ofrece las glorias tudelanas de los judíos Yehudá ha-Leví*, Abraham ibn Ezra* y Benjamín de Tudela*, que siguen hoy mereciendo ediciones y estudios. Tudelano era también Guilhem, autor (hacia 1210) de la primera parte de la Cansó de la Crozada sobre la guerra contra los albigenses. El caso contrario es el de Guilhem Anelier*, de Tolosa, autor del poema que narra la guerra de la Navarrería en 1277. Pero sin duda los grandes nombres de la época son Teobaldo I*, Guillem de Machaut* -primer nombre de su siglo como músico y poeta- al servicio de Carlos II, y Carlos de Aragón, Príncipe de Viana*. El Renacimiento presenta en el siglo XVI la aparición del primer libro en vascuence -con título en latín-, de Bernat Dechepare*, y la obra de P. de Axular*, urdacitarra considerado sin discusión como el mejor prosista en euskera. En el mismo siglo florece Jerónimo Arbolanche* y nacen José de Sarabia*, conceptuado como el “príncipe de los poetas navarros”, porque “a todos ellos los supera por la perfección expresiva” de su única obra, Canción real a una mudanza. Pedro Malón de Chaide* cascantino, cuya prosa le merece lugar destacado en las letras hispanas, así como fray Diego de Estella*. Miguel de Dicastillo*, tafallés y cartujo en Zaragoza, se inscribe ya en el barroco y su Aula de Dios es, pese a desigualdades evidentes, la obra de aliento poético más sostenido y dilatado. La abundancia de impresos navarros del XVIII, con la aparición además de las Sociedades de Amigos del País, no aportan apenas nombres y obras de interés. Cabe, en todo caso, subrayar la actividad de Cristóbal María Cortés y Vitas*, tudelano premiado en Madrid (1784) por su tragedia Atahualpa, y un nombre rescatado hace poco, Manuel Pedro Sánchez-Salvador Berrio*, estudiado por Felicidad Patier que ha editado sus obras poéticas, impresas ya en el siglo XIX. Esa centuria aporta nombres como Joaquín Ignacio Mencos y Manso de Zúñiga*, poeta y académico; Francisco Navarro Villoslada*, con el que Navarra conoce su primera novela digna de consideración, Amaya, y los grupos que por vez primera animan revistas y empresas literarias e intelectuales, como los reunidos en la “Asociación Euskara“*. Algunos de esos nombres, como Arturo Campión*, J. Iturralde* o H. de Olóriz*, aguaron sus prometedores comienzos literarios con otras materias, y cubrieron el primer cuarto de siglo actual. Después llegaron los representantes de la generación que dominó hasta los años 60, de la que destacan Félix Urabayen*, Eladio Esparza*, José María Iribarren*, Manuel Iribarren*, Ángel María Pascual*, Rafael García Serrano*. El pasado reciente La situación de hoy es sin duda alguna el producto de una cierta inquietud creativa experimentada a finales de los años 70 y principios de los ochenta que condujo a algún entusiasta a hablar de “renacimiento” o de “florecimiento” de las letras navarras. La afortunada conjunción de autores jóvenes y mayores, de algunos títulos de autor navarro en colecciones nacionales prestigiosas, la aparición de varias revistas, la publicación de los primeros estudios con vocación de análisis riguroso y, en fin, la convocatoria de premios locales bien dotados y con aspiración de rigor crearon un clima favorable como no se había conocido durante décadas. Ya no era preciso remontarse a los Iribarren, a Pascual o a los poetas de “Pregón” para encontrar un testimonio digno de las letras navarras. Toda una generación de escritores -poetas, fundamentalmente- contaba ya con un bagaje suficiente de libros o de colaboraciones en revistas e incluso había conseguido consolidar el proyecto literario colectivo más duradero del siglo, en navarra: la revista “Río Arga”. Ángel Urrutia, Jesús Mauleón, Víctor Manuel Arbeloa, Jesús Górriz, Carlos Baos, Salvador Muerza, Charo Fuentes, Manuel Martínez Fernández de Bobadilla y José Luis Amadoz, entre otros, componían una nómina estimable de autores que pese a la desigual calidad de sus aportaciones y de las diferencias estéticas y temáticas tuvo la virtud de propiciar la vida literaria -si se me permite la expresión- y de estimular a autores más jóvenes o inéditos que pronto se aproximaron a su propuesta. Es el caso de Juan Ramón Corpas, de Ángel de Miguel, de Alfredo Díaz de Cerio o de Fernando Garde. A esta tarea de fomento y estímulo se le añadió otra no menos desdeñable de apertura a la obra de los mayores; José María Pérez Salazar y el transterrado Ángel Gaztelu, por poner los dos ejemplos más valiosos. Fuera del círculo de los poetas mencionados obtenían interesantes resultados otros autores entre los que destacaba de manera singular el mejor de nuestros prosistas anteriores a las jóvenes generaciones: Pablo Antoñana, que para entonces había publicado varias novelas y un sin número de artículos literarios en prensa y que sin ningún género de dudas había creado uno de los mundos literarios más personales y característicos de la narrativa española de la época. Refractario a la ceremonia social de la literatura y víctima de la ignorancia general, tendría que esperar a los años ochenta para que su aportación fuera reconocida al menos en Navarra. Si en aquellos años preguntáramos a un lector o a un crítico forastero cuál era el más representativo de los escritores navarros, no nos habría mencionado, sin embargo, a Antoñana. Para escándalo de muchos, quien más alto mostraba el pendón de Navarra era Ramón Irigoyen, traductor de los poetas griegos y poeta él mismo, autor de dos poemarios (Cielos e inviernos y Los abanicos del caudillo) de los que quedó más la anécdota que la sustancia y la alta calidad poética de versos inolvidables. A la misma generación de escritores pertenecían otros de trayectoria más intermitente y escasamente asociada a grupos y corrientes como Fernando Videgáin (autor de obras en prosa siempre relacionadas con la recreación histórica), Ignacio Ochoa de Olza (Iñaki Desormais), Victoriano Bordonaba y Pedro Lozano. Los prosistas jóvenes Uno de los principales indicios de renovación literaria vendría aportado por la aparición de jóvenes prosistas de cierta importancia. Con todo lo que de relativo pueda tener un juicio de esta clase, hay que reconocer el efecto positivo que en tal sentido tuvo la creación del premio “Navarra” de novela corta -que comparte convocatoria con el “Arga” de poesía y el “Xalbador” de creación literaria en euskera- por parte de la Caja de Ahorros Municipal de Pamplona en las primeras ediciones y hoy copatrocinado por el Gobierno de Navarra. La convocatoria restringida para autores navarros, condición ya desaparecida de las bases por razones obvias, dio en compensación a su vicio de localismo el fruto de algunos libros valiosos y el descubrimiento de autores claves en el panorama literario navarro de hoy. Junto a los consagrados Antoñana, Videgáin o Mauleón -conocido por su poesía, pero no así como narrador hasta El tío de Jaimerena su primera novela, distinguida con este galardón-, el premio permitió conocer el primer trabajo narrativo de Miguel Sánchez Ostiz (Los papeles del ilusionista), para entonces ya reconocido como poeta. El historial del premio ofrece asimismo un libro soberbio, hoy casi inencontrable, que pese a no adecuarse a las bases fue especialmente recomendado por el jurado de la correspondiente edición: “Pamplonario”, de Ignacio Aranaz. Tanto el de Sánchez Ostiz como el de Aranaz, cada uno a su modo, eran la advertencia de una renovación, de la búsqueda de otra manera de escribir prosa en Navarra; el primero, creando mundos narrativos propios, intimistas, próximos al espacio de la lírica; el segundo, aportando una mirada nueva sobre lo cotidiano, lejos del rancio costumbrismo de otras épocas. Otro premio, el “Sésamo”, que años atrás había recaído en Pablo Antoñana, consagró a un joven escritor con una novela notablemente más renovadora, al menos en términos formales: Javier Eder y su Bajo la noche, un complejo experimento narrativo. Por los mismos años comienza a conocerse la obra de una promoción de nuevos poetas que rondan los veinte años y cuyas poéticas aparecen marcadas por signos evidentes de transformación, José Antonio Vitoria, Fernando Luis Chivite, Santiago Beruete, Maite Pérez Larumbe o Michel Gaztambide son quizás los más característicos de la nueva sensibilidad, que nada tiene de uniforme ni repetitivo sino que, al contrario, ofrece entre sus rasgos acusados el del individualismo y la búsqueda de lenguajes y espacios literarios propios. Revistas y periodismo literario Fenómeno singular de los inicios de esta década fue la creación de la revista literaria “Pamiela”. Su corta vida como publicación propiamente literaria -a los pocos números derivaría hacia la miscelánea próxima al llamado “fanzine”- no fue óbice para que aglutinara, en un deliberado intento de renovación, a los más significativos representantes de las generaciones jóvenes. Firmaron los primeros sumarios de la revista, dedicada tanto a la creación como a la crítica o a la información bibliográfica, Javier Eder, Miguel Sánchez Ostiz, Víctor Moreno, Pello Lizarralde, José Antonio Vitoria, entre los escritores locales más conocidos. Pero también otros creadores navarros que por distintos avatares residían fuera de Navarra o habían regresado a ella recientemente: Santiago Echandi, Carlos Ansó, Vicente Huici o el zamorano Jesús Ferrero, muy vinculado a Pamplona desde su adolescencia. Casi simultáneamente se produce otro hecho al que quizás no se ha prestado la atención que merece, pero que sin embargo determina mucho de lo que literariamente ha sucedido en Navarra durante la década; es la aparición de un periodismo literario local, que lejos de acoger una “literatura menor” sirve de vía de expresión a importantes prosistas y que, indirectamente, despierta curiosidad hacia la obra de nuestros creadores entre los lectores menos interesados. Salvo las notas de Goiti -Fernando Pérez Ollo- en el “Diario de Navarra”, las columnas dominicales de Pablo Antoñana allá por los años sesenta o las colaboraciones literarias de Víctor Manuel Arbeloa, la voluntad de estilo no había estado presente en la prensa local. Mutatis mutandis, lo que ahora sucede se aproxima más al periodismo de la primera mitad de siglo que al del pasado inmediato. Y ahí estacan de manera particular el propio Pablo Antoñana, Sánchez Ostiz, Aranaz, Eder, en una línea de continuidad que llega hasta hoy y a la que se han ido incorporando, de muy distinta manera y con desigual acierto, autores como Juan Ramón Corpas Mauleón, Charo Fuentes, Víctor Moreno, Emilio Echavarren, Toño Sanz, Iñaki Desormais, por citar sólo a los más constantes. En cualquier caso, el papel de los periódicos locales como órganos de difusión de la literatura comienza a ser relevante; prueba de ello es la creación de secciones fijas de crítica de libros -hoy a cargo de José Luis Martín Nogales en “Diario de Navarra” y de Javier Eder en “Navarra hoy”- y de hechos tan significativos como la recuperación de la técnica del folletón para el rescate de obras literarias. Estudios y recuperaciones Del creciente interés hacia nuestra literatura habla también la aparición de estudios críticos hasta entonces poco frecuentes. La obra de los escritores navarros contemporáneos no se había considerado digna de atención salvo en algunos casos tan aislados como desafortunados, que oscilan entre la complacencia chovinista y la falta de fundamento metodológico o incluso de rigor informativo. Es el profesor y poeta Miguel D´Ors quien por primera vez ensaya una aproximación objetiva-aunque breve- a la historia de la poesía más reciente. A él le sucederán artículos, trabajos de investigación y publicaciones de distintos autores que van desde la reseña crítica de las obras que se van editando hasta los estudios globalizadores, las antologías o los ensayos de interpretación de la situación actual. Los trabajos de Tomás Yerro, Martín Nogales, Urrutia o Charo Fuentes son testimonio de esta preocupación. Tampoco resulta ajeno al crecimiento de nuestra literatura el intento de recuperar la obra de escritores navarros de este siglo que por una u otra razón habían sido olvidados o menospreciados. El esfuerzo ha sido evidente, sobre todo, en el caso de Ángel María Pascual -de quien se reeditó (1987), compilados en libro, una serie de artículos dispersos bajo el título de “Silva curiosa de historias”- y en el de Félix Urabayen, objeto de homenajes, reediciones -la última, de “El barrio maldito”, con prólogo de Manuel Bear, (1988)- y estudios críticos. En busca de nuevos ámbitos Pero en cualquier caso uno de los textos más importantes con que se enfrentan nuestros escritores es la salida del ámbito de lo local y lo regional, la huida de la endogamia en busca de horizontes no sólo más congruentes con su mundo literario -que, eso sí, salvo raras excepciones se ha emancipado y desembarazado del localismo- sino más necesarios como mercado. El recuento de los escritores nacidos, en Navarra que han obtenido éxitos en el mundo literario nacional acaso sólo sirva para desmentir el viejo argumento de nuestra escasa disposición a las letras. Casos como los de Rafael Conte, Serafín Senosiáin, Koldo Artieda, Ángel Amézqueta, Manuel Hidalgo, José María Cabodevilla, Jesús Ballaz o Juan José Benítez no hablan sino de trayectorias personales que han discurrido fuera de Navarra y que poco o nada influyen en el panorama nuestro de hoy. Lo que el escritor que vive y trabaja en Navarra reclama es un mejor acceso a las grandes editoriales, un cauce para la difusión de su trabajo más allá de la revista local o de la edición limitada. Miguel Sánchez Ostiz es el escritor navarro que ha alcanzado el máximo reconocimiento nacional de estos momentos. Creador de un mundo literario personal e inconfundible, ha visto su obra publicada en editoriales de prestigio, ha ganado (1989) el Premio Herralde de novela con la gran ilusión, ha sido candidato al premio nacional de literatura y ha recibido críticas elogiosas tanto por su obra poética como por sus novelas y dietarios y colecciones de artículos. Colabora con asiduidad en el más interesante suplemento literario nacional y es el promotor de la principal revista literaria surgida nunca en Navarra, excepción hecha quizás de la singular experiencia de “Jerarquía” en los años treinta: “Pasajes”, dirigida al principio conjuntamente por Sánchez Ostiz, Senosiáin y Eder. La buena consideración que “Pasajes” ha obtenido entre críticos y especialistas ha servido sin duda para que la sociedad literaria vuelva la vista con más interés hacia lo que sucede en Navarra. En cierto modo ha sido un fenómeno paralelo al acaecido con la editorial “Pamiela”, que lleva la iniciativa de los más importantes proyectos literarios que tienen lugar en Navarra. Nacida tras la huella de la revista del mismo nombre, tuvo como primer objetivo la publicación de obras de autor navarro. A este propósito se debe la arriesgada serie de textos poéticos donde comenzaron publicando Santiago Echandi o Ramón Eder o el descomunal y originalísimo “Tras la ciudad sin tí”, de Javier Mina. Además de crear una colección específica para autores noveles (“El caminante”, con apoyo institucional) y de ser la primera editorial navarra sistemáticamente preocupada por editar obras literarias en euskera, ha conseguido incorporar a sus colecciones autores tan prestigiosos como Juan Perucho, Luis Suñén, Carlos Pujol o Antonio Muñoz Molina. Nuevos indicios Si tuviéramos que juzgar sólo por los signos externos, la efervescencia de iniciativas públicas y particulares haría pensar en un panorama francamente halagüeño; véanse algunos ejemplos: En Navarra ha surgido la que se presenta como “primera revista del cuento literario español”, “Lucanor”, dirigida por J.L. Martín Nogales y José Luis González; las instituciones financian varios programas de ayuda para los jóvenes creadores, desde una colección editorial hasta la convocatoria anual de varias becas para proyectos de escritura; en Estella, de la mano de José Javier Corres, renace la revista “Elgacena”, ahora con proyección internacional; se imprime también en Pamplona “Archipiélago”, revista de pensamiento promovida por Pamiela; perviven otras publicaciones como “Aska” -cuyo cuadernillo central se reserva para muestras de autores inéditos- o “Korrok” -en euskera-; convocan premios literarios, además de los citados, el Ayuntamiento de Pamplona y la sociedad Bilaketa de Aoiz, por citar sólo los principales; aun en clara desproporción respecto a la producción en castellano, crece el número de buenos escritores navarros en euskera: Iñaki y Patxi Zabaleta, Eduardo Gil Bera, Patxi Perurena, Aingeru Epalza, Bixente Serrano Izco; y asoma la más reciente promoción de poetas, entre los que destacan Juan Gracia Armendáriz, Alfonso Pascal, José Javier Alfaro y Francisco Javier Laborda y de vez en cuando el lector interesado encuentra sorpresas agradables, como la de Ramón Andrés, que además de dos antologías anotadas de la poesía de Bocángel y del Romanticismo ha firmado un reciente poemario que da noticia de una sensibilidad singular. |
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