Resurrección de Tolstoi.
(en ruso, Воскресение, Voskreséniye), es una novela de León Tolstói publicada por primera vez en 1899, fue su última novela. Tolstói la fue sacando inicialmente en el periódico Niva recaudando dinero para los dujobori. La novela versa sobre la injusticia de las leyes humanas y la hipocresía de la iglesia institucionalizada. Resumen. El joven noble militar Dmitri Ivánovich Nejliúdov vuelve a saborear la vida civil un tiempo en un pueblo cercano a Nizhni Nóvgorod. Lleva una vida agradable con recepciones mundanas, sus numerosos amigos, un casamiento inminente (concertado) con una hija de familia noble y un brillante porvenir en la armada. Durante su estancia, es convocado como jurado a un tribunal, lo que le supone una gran tortura ya que una de los acusados es su primer amor, Ekaterina Máslova culpada de envenenamiento y que acaba en una cárcel siberiana. Recepción y censura. Fue vivamente esperada y tuvo mucho éxito en su publicación, aunque más tarde no ha logrado la notoriedad que sus predecesoras. Algunos críticos tacharon muchos de sus personajes de monodimensionales y acusaron a Tolstói de no ahondar mucho en detalles. La novela fue muy censurada además y no se editó completa hasta 1936. En el libro 2, el capítulo XXI, menciona la homosexualidad considerada delito en Rusia. COMENTARIO. Escrita en la década de los noventa y publicada en 1899, Resurrección es la tercera y última novela de Tolstói. Frente a la majestuosidad serena y monumental de Guerra y Paz y la escritura pasional de Ana Karenina, se distingue, en primer lugar, por la simplicidad de la intriga y la unidad y el dinamismo de la acción. Narra la seducción de una joven sirvienta pueblerina, Katiusha Máslova, a manos de su señor, el príncipe Nejliúdov. La joven se convierte en prostituta y después es acusada de robo y asesinato y condenada injustamente por un jurado presidido precisamente por el príncipe, el cual siente remordimientos de su mala acción y experimenta una suerte de resurrección moral intentando salvar a la joven y redimirla de su condena, llegando incluso a ofrecerle el matrimonio y, al final de la obra, a descubrir el cristianismo. La trama, propia de un folletín, es verídica. Le fue contada a Tolstói por su amigo Koni, célebre jurista ruso. En sus nueve años de gestación, que dieron lugar a tres borradores diferentes, la fábula inicial se convirtió en la obra más ambiciosa de su autor. En ella Tolstói reconcilia sus ideas religiosas, estéticas y morales (expuestas principalmente en los ensayos ¿En qué consiste mi fe? y ¿Qué es el arte?) con la poderosa intuición artística de su prosa de ficción. La historia de amor de Nejliúdov y Katiusha no constituye el núcleo de la novela. La verdadera acción comienza en el juicio, cuando Nejliúdov reconoce a Katiusha. De esta manera la historia sentimental cede el paso al drama social, a un reportaje novelado sobre los tribunales, las prisiones y los presos. Y éste se transforma al final, en revelación de la verdad mediante la exposición de las ideas religiosas de Tolstói. Ahora bien, la aparente sencillez constructiva de esta intriga de amor, renuncia y sacrificio es sólo externa. Si se lee a la luz de la conciencia, Resurrección parece haber sido concebida por su autor como continuación, y en cierta manera inversión, de Crimen y castigo de Dostoievski, y constituye, ciertamente, una obra compleja y contradictoria. El tema de la novela, presente ya en el título –un concepto clave del cristianismo– es la resurrección moral, entendida como regeneración espiritual del ser humano. Resurrección es, ante todo, la respuesta del escritor a la sociedad de su época, pero también a ¿Qué hacer?, la famosa novela social de Chernishevski. En este sentido, es una novela en blanco y negro, de luces y sombras, que presenta, a modo de contraste, una implacable denuncia de las injusticias sociales, y, en concreto, de la persecución de las ideas religiosas y políticas. Basándose en una inmensa documentación y en sus propias observaciones, Tolstói revela la cara oculta de la sociedad rusa: el conmovedor universo humano de las cárceles. A diferencia de las Memorias de la casa muerta de Dostoievski y de La isla de Sajalín, de Chéjov, Tolstói presenta la impresionante odisea de los condenados (presos comunes, políticos y de conciencia) contrapuesta a un radical fresco satírico de los verdugos y explotadores, la aristocracia terrateniente y el clero. Frente al remordimiento, el sufrimiento y el horror, Tolstói propone el autoperfeccionamiento moral a través de la vía del arrepentimiento que conduce a una filosofía del olvido y el perdón. A la violencia revolucionaria, el pensador ruso opone la no violencia como modo de vida. Así, el descenso a los infiernos del universo carcelario es un viaje iniciático que despierta la aletargada conciencia de Nejliúdov –alter ego del escritor– y le conduce a renunciar a su vida ociosa y privilegiada, el lujo y las ambiciones mundanas, a partir en busca de una vida completamente nueva y auténtica. Resurrección es una vuelta de tuerca en el género de la novela, una singular amalgama de ficción ideológica y de utopía milenarista, que ha sido considerada en algunas ocasiones como novela tendenciosa y visionaria, novela panfleto y obra militante de comunión. La mirada dura, brutal y satírica de Tolstói no propone una reforma de la sociedad, sino del ser humano. La visión apocalíptica de la sociedad rusa de finales del XIX es expuesta por él como imprescindible «cura de desilusión», y aspira a la utopía de una sociedad sin justicia y sin prisiones. Puesto que «cada hombre lleva en sí mismo los gérmenes de todas las cualidades humanas», la verdadera vida comienza cuando triunfa el espíritu. A juicio de Tolstói, la verdad del arte consiste en representar la verdad de la vida. Precisamente por eso, la novela concluye con el descubrimiento de lo que para él constituye una verdad sencilla e incontrovertible: «El único medio para salvarse del terrible mal que hace sufrir a los seres humanos consiste en que la gente se reconozca siempre culpable ante Dios y, por tanto, incapaz de castigar ni de corregir a otras gentes». El objetivo de la vida consiste, entonces, en «establecer el reino de los cielos en la tierra» cumpliendo la voluntad divina: «El primer mandamiento consiste en que el hombre no debe matar, irritarse ni despreciar a sus hermanos; si se enojare ha de reconciliarse con su adversario antes de ofrecer un sacrificio a Dios, es decir, antes de rezar. El segundo mandamiento dice que el hombre no debe cometer adulterios ni codiciar a una mujer por su belleza, y una vez casado ha de permanecer fiel. El tercer mandamiento, que el hombre no debe prometer nada por medio del juramento. El cuarto mandamiento, que el hombre no debe pagar ojo por ojo, sino ofrecer la otra mejilla cuando le hieren la diestra; debe perdonar las ofensas, soportarlas con resignación y no negar nada de lo que le pidan sus semejantes. El quinto mandamiento, que el hombre no debe odiar a sus enemigos ni luchar contra ellos, sino amarlos, ayudarles y servirles». En estos cinco preceptos se condensa la propuesta humanista y ecuménica, de base cristiana, de Tolstói. Por otra parte, como señala Víctor Andresco en su breve introducción, la arrolladora recepción de Resurrección en todo el mundo marcó un hito en la novela moderna y situó a Tolstói en el epicentro de la modernidad y de la concepción de la literatura como elemento formador de la conciencia. La obra fue recibida con entusiasmo en Occidente e interpretada como alegato a favor de una regeneración moral; como conciencia y testimonio de la crisis espiritual de la época; como crítica de la Iglesia ortodoxa rusa, satirizada en la escena de la liturgia de los capítulos 39 y 40 de la primera parte, por los cuales –entre otros motivos– fue excomulgado Tolstói; y, como «espejo de la revolución rusa de 1905», una crítica implacable –en palabras de Lenin– «de la explotación capitalista, la denuncia de las violaciones ejercidas por el Gobierno, la comedia de la justicia y de la administración del Estado, la revelación de toda la profundidad de las contradicciones entre el aumento de las riquezas, las conquistas de la civilización y el aumento de la miseria, el embrutecimiento y los sufrimientos de las masas obreras». Sin embargo, si bien encontramos en ella la denuncia de una justicia de clase al servicio de los privilegiados, lo que en verdad se cuestiona es el principio mismo de la justicia humana. En España fue traducida ya en 1900 por Augusto Riera y contó con un prólogo de Clarín. En 1903 fue adaptada como obra dramática por Julio Ayuso y Gonzalo Jover. Desde entonces hasta hoy se han sucedido diversas traducciones al castellano, siendo las más notables las de Laura e Irene Andresco (en la edición de las Obras Completas de Aguilar, las cuales, sin embargo, no comprenden la obra ensayística del autor ruso) y la de José Laín Entralgo (Clásicos Planeta) ambas con algunos capítulos suprimidos por la censura. Esta nueva y extraordinaria traducción (o, para ser más exactos, retraducción) realizada por Víctor Andresco merece ser elogiada y recomendada, pues devuelve al original ruso una calidad literaria y una fidelidad inusuales en las numerosas y a menudo indigestas traducciones de novela clásica rusa al español. A su vez, hace evidente la necesidad actual de emprender la retraducción de los grandes clásicos rusos, tales como el propio Tolstói, Dostoievski, Chéjov, Gógol y Turguéniev. |
León Tolstói. (Liev Nikoláievich Tolstói; Yasnaia Poliana, 1828 - Astapovo, 1910) Escritor y reformador ruso. Junto con Fiódor Dostoievski, es el más destacado representante de la novela realista en Rusia, como lo fueron Balzac, Stendhal y Flaubert en Francia o Galdós y «Clarín» en España. Hijo del noble propietario y de la acaudalada princesa María Volkonski, Tolstói viviría siempre escindido entre esos dos espacios simbólicos que son la gran urbe y el campo, pues si el primero representaba para él el deleite, el derroche y el lujo de quienes ambicionaban brillar en sociedad, el segundo, por el que sintió devoción, era el lugar del laborioso alumbramiento de sus preclaros sueños literarios. El muchacho quedó precozmente huérfano, porque su madre falleció a los dos años de haberlo concebido y su padre murió en 1837. Pero el hecho de que después pasara a vivir con dos tías suyas no influyó en su educación, que estuvo durante todo este tiempo al cuidado de varios preceptores masculinos no demasiado exigentes con el joven aristócrata. En 1843 pasó a la Universidad de Kazán, donde se matriculó en la Facultad de Letras, carrera que abandonó para cursar derecho. Estos cambios, no obstante, hicieron que mejorasen muy poco sus pésimos rendimientos académicos, y probablemente no hubiera coronado nunca con éxito su instrucción de no haber atendido sus examinadores al alto rango de su familia. Además, según cuenta el propio Tolstoi en Adolescencia, a los dieciséis años carecía de toda convicción moral y religiosa, se entregaba sin remordimiento a la ociosidad, era disoluto, resistía asombrosamente las bebidas alcohólicas, jugaba a las cartas sin descanso y obtenía con envidiable facilidad los favores de las mujeres. Regalado por esa existencia de estudiante rico y con completa despreocupación de sus obligaciones, vivió algún tiempo tanto en la bulliciosa Kazán como en la corrompida y deslumbrante ciudad de San Petersburgo. Al salir de la universidad, en 1847, escapó de las populosas urbes y se refugió entre los campesinos de su Yasnaia Poliana natal, sufriendo su conciencia una profunda sacudida ante el espectáculo del dolor y la miseria de sus siervos. A raíz de esta descorazonadora experiencia, concibió la noble idea de consagrarse al mejoramiento y enmienda de las opresivas condiciones de los pobres, pero aún no sabía por dónde empezar. De momento, para dar rienda suelta al vigor desbordante de su espíritu joven, decidió abrazar la carrera militar e ingresó en el ejército a instancias de su amado hermano Nicolás. Pasó el examen reglamentario en Tiflis y fue nombrado oficial de artillería. El enfrentamiento contra las guerrillas tártaras en las fronteras del Cáucaso tuvo para él la doble consecuencia de descubrirle la propia temeridad y desprecio de la muerte y de darle a conocer un paisaje impresionante que guardará para siempre en su memoria. Enamorado desde niño de la naturaleza, aquellos monumentales lugares grabaron en su ánimo una nueva fe panteísta y un indeleble y singular misticismo. Al estallar la guerra de Crimea en 1853, pidió ser destinado al frente, donde dio muestras de gran arrojo y ganó cierta reputación por su intrepidez, pero su sensibilidad exacerbada toleró con impaciencia la ineptitud de los generales y el a menudo baldío heroísmo de los soldados, de modo que pidió su retiro y, tras descansar una breve temporada en el campo, decidió consagrarse por entero a la tarea de escribir. Lampiño en su época de estudiante, mostachudo en el ejército y barbado en la década de los sesenta, la estampa que se hizo más célebre de Tolstoi es la que lo retrata ya anciano, con las luengas y pobladas barbas blancas reposando en el pecho, el enérgico rostro hendido por una miríada de arrugas y los ojos alucinados. Pero esta emblemática imagen de patriarca terminó por adoptarla en su excéntrica vejez tras arduas batallas para reformar la vida social de su patria, empresa ésta jalonada en demasiadas ocasiones por inapelables derrotas. Durante algún tiempo viajó por Francia, Alemania, Suiza..., y de allí se trajo las revolucionarias ideas pedagógicas que le moverían a abrir una escuela para pobres y fundar un periódico sobre temas didácticos al que puso por nombre Yasnaia Poliana. La enseñanza en su institución era completamente gratuita, los alumnos podían entrar y salir de clase a su antojo y jamás, por ningún motivo, se procedía al más mínimo castigo. La escuela estaba ubicada en una casa próxima a la que habitaba Tolstoi y la base de la enseñanza era el Antiguo Testamento. Pronto fue imitada por otras, pero su peligrosa novedad, junto a los ataques del escritor contra la censura y a su reivindicación de la libertad de palabra para todos, incluso para los disidentes políticos, despertó las iras del gobierno, que a los pocos años mandó cerrarla. Era uno de los primeros reveses de su proyecto reformador y uno de los primeros encontronazos con las fuerzas vivas de Rusia, aunque no sería el único. Sus discrepancias con la Iglesia Ortodoxa también se hicieron notorias al negar abiertamente su parafernalia litúrgica, denunciar la inútil profusión de iconos, los enrarecidos ambientes con olor a incienso y la hipocresía y superficialidad de los popes. Además, cargó contra el ejército basándose en el Sermón de la Montaña y recordando que toda forma de violencia era contraria a las enseñanzas de Jesucristo, con lo que se ganó la enemistad juramentada no sólo de los militares sino del propio zar. Incluso sus propios siervos, a los que concedió la emancipación tras el decreto de febrero de 1861, miraron siempre a Tostoi, hombre tan bondadoso como de temperamento tornadizo, con insuperable suspicacia. A pesar de ser persona acostumbrada a meditar sobre la muerte, el trágico fallecimiento de su hermano Nicolás, acaecido el 20 de septiembre de 1860, le produjo una extraordinaria conmoción y, al año siguiente, se estableció definitivamente en Yasnaia Poliana. Allá trasladará en 1862 a su flamante esposa Sofía Behrs, hija de un médico de Moscú con quien compartió toda su vida y cuya abnegación y sentido práctico fue el complemento ideal para un hombre abismado en sus propias fantasías. Sofía era entonces una inocente muchacha de dieciocho años, deslumbrada por aquel experimentado joven de treinta y cuatro que tenía a sus espaldas un pasado aventurero y que además, con imprudente sinceridad, quiso que conociese al detalle sus anteriores locuras y le entregó el diario de su juventud donde daba cuenta de sus escandalosos desafueros y flirteos. Con todo, aquella doncella (que le daría trece hijos) no titubeó ni un momento y aceptó enamorada la proposición de unir sus vidas, contrato que, salvando períodos tormentosos, habría de durar casi medio siglo. Merced a los cuidados que le prodigaba Sofía en los primeros y felices años de matrimonio, Tolstoi gozó de condiciones óptimas para escribir su asombroso fresco histórico titulado Guerra y paz, la epopeya de la invasión de Rusia por Napoleón en 1812, en la que se recrean nada menos que las vidas de quinientos personajes. El abultado manuscrito fue pacientemente copiado siete veces por la esposa a medida que el escritor corregía; también era ella quien se ocupaba de la educación de los hijos, de presentar a las niñas en sociedad y de cuidar del patrimonio familiar. La construcción de este monumento literario le reportó inmediatamente fama en Rusia y en Europa, porque fue traducido enseguida a todas las lenguas cultas e influyó notablemente en la narrativa posterior, pero el místico patriarca juzgó siempre que gozar halagadamente de esta celebridad era una nueva forma de pecado, una manera indigna de complacerse en la vanidad y en la soberbia. Si Guerra y paz había comenzado a publicarse por entregas en la revista El Mensajero Ruso en 1864 y se concluyó en 1869, muchas fueron después las novelas notables que salieron de su prolífica pluma; sus obras completas pueden llenar casi un centenar de volúmenes. La principal de ellas es Ana Karenina (1875-1876), donde se relata una febril pasión adúltera, pero también son impresionantes La sonata a Kreutzer (1890), curiosa condenación del matrimonio, y la que es acaso más patética de todas: La muerte de Iván Ilich (1885). Al igual que algunos de sus personajes, el final de Tolstoi tampoco estuvo exento de dramatismo y el escritor expiró en condiciones bastante extrañas. Había vivido los últimos años compartiendo casi todo su tiempo con depauperados campesinos, predicando con el ejemplo su doctrina de la pobreza, trabajando como zapatero durante varias horas al día y repartiendo limosna. Muy distanciado de su familia, que no podía comprender estas extravagancias, se abstenía de fumar y de beber alcohol, se alimentaba de vegetales y dormía en un duro catre. Por último, concibió la idea de terminar sus días en un retiro humilde y el octogenario abandonó su hogar subrepticiamente en la sola compañía de su acólito el doctor Marivetski, que había dejado su rica clientela de la ciudad para seguir los pasos del íntegro novelista. Tras explicar sus razones en una carta a su esposa, partió en la madrugada del 10 de noviembre de 1910 con un pequeño baúl en el que metió su ropa blanca y unos pocos libros. Durante algunos días nada se supo de los fugitivos, pero el 14 de noviembre Tolstoi fue víctima de un grave ataque pulmonar que lo obligó a detenerse y a buscar refugio en la casa del jefe de estación de Astapovo, donde recibió los cuidados solícitos de la familia de éste. Sofía llegó antes de que falleciera, pero no quiso turbar la paz del moribundo y no entró en la alcoba hasta después del final. Le dijeron, aunque no sabemos si la anciana pudo encontrar consuelo en esa filantropía tan injusta para con ella, que su últimas palabras habían sido: "Amo a muchos." En cierto modo, la biografía de León Tolstoi constituye una infatigable exploración de las claves de esa sociedad plural y a menudo cruel que lo rodeaba, por lo que consagró toda su vida a la búsqueda dramática del compromiso más sincero y honesto que podía establecer con ella. Aristócrata refinado y opulento, acabó por definirse paradójicamante como anarquista cristiano, provocando el desconcierto entre los de su clase; creyente convencido de la verdad de los evangelios, mantuvo abiertos enfrentamientos con la Iglesia Ortodoxa y fue excomulgado; promotor de bienintencionadas reformas sociales, no obtuvo el reconocimiento ni la admiración de los radicales ni de los revolucionarios; héroe en la guerra de Crimea, enarboló después la bandera de la mansedumbre y la piedad como las más altas virtudes; y, en fin, discutible y discutido pensador social, nadie le niega hoy haber dado a la imprenta una obra literaria inmensa, una de las mayores de todos los tiempos, donde la epopeya y el lirismo se entreveran y donde la guerra y la paz de los pueblos cobran realidad plásticamente en los lujosos salones y en los campos de batalla, en las ilusiones irreductibles y en los furiosos tormentos del asendereado corazón humano. |
Biblioteca privada
Tengo un volumen en biblioteca privada.
La novela Resurrección de Tolstoi; y El maestro y Margarita de Mijaíl Bulgákov, son dos obras maestras de literatura rusa y soviética, reflejan las sociedades que tuvieron que vivir.
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