Bibliotecas y mi colección de libros

Lema

Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

miércoles, 4 de septiembre de 2013

167.-Libro sobre La oratoria sagrada en los siglos XVI y XVII a

Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; 

 Oratoria sagrada.

 Oratoria sagrada es el subgénero de la oratoria que se utiliza por los predicadores. Se vincula estrechamente con el género deliberativo o político.

En el cristianismo se denomina sermón u homilía al discurso de tema religioso, por lo general pronunciado desde un lugar elevado, especialmente habilitado al efecto (el púlpito), por el oficiante durante la misa o el ministro del servicio religioso de que se trate; pero también en otras circunstancias o por otros clérigos o incluso seglares.
Los predicadores solían llevar preparado lo que iban a decir mientras que los más ejercitados improvisaban. En ocasiones, algunos "notarios" copiaban los sermones valiéndose para ello de "notas" o abreviaturas.


  

Fray Hortensio Félix Paravicino (C. 1609), por El Greco
 (Museo de Bellas Artes de Boston).


-Libro sobre  La oratoria sagrada en los siglos XVI y XVII  de Félix Herrero Salgado.

Fundación Universitaria Española, Madrid, 1996-1998, 2 vols. 539 + 734 páginas

Esta obra constituye el más valioso esfuerzo teorizador y sistematizador de los realizados hasta la fecha en la materia. El libro de Herrero marca, pues, un hito capital histórico-crítico

En su pionero “Sermonario clásico. Con un ensayo sobre la oratoria sagrada” (1942), se lamentaba D. Miguel Herrero García de que “la historia de nuestra elocuencia sagrada sea el mayor vacío que hay en nuestra literatura”; de que, a su respecto, “se puede decir que se ignora todo”. En el día de hoy, contando ya con diversas monografías al respecto -véase la bibliografía crítica de F. Cerdán (1985)-, puede decirse con moderado optimismo que se ignora “casi todo”. A remediar esta increíble laguna dedica Félix Herrero el libro que hoy reseñamos.

El autor comenzó su trabajo en 1963, cuando catalogaba los casi cinco mil sermones sueltos de antiguos predicadores hispánicos de la biblioteca de don Miguel. Según declara él mismo, el contacto con aquel río de ignota literatura, disfrutado apresuradamente en un principio, examinado críticamente después, le fascinó. Treinta años de trabajo le han permitido fichar alrededor de dos millares de predicadores y cerca de seis mil sermones de la más diversa índole. Es suficiente, sin duda, para acometer la redacción de esta obra, que constituye el más valioso esfuerzo teorizador y sistematizador de los realizados hasta la fecha. El libro de Herrero marca, en este sentido, un hito capital histórico-crítico en la materia.
Proyectado en cuatro generosos volúmenes -los tres primeros dedicados a nuestro Siglo de Oro, y el último al XVIII-, los dos publicados hasta ahora nos informan ampliamente sobre el tema. El primero estudia, en efecto, el estado actual de las investigaciones al respecto, traza una síntesis de la predicación cristiana hasta el siglo XVI, analiza lo relativo al predicador y su público, la variedades de este género literario y su retórica, lengua y estilo -el examen de los tratados de predicación es prácticamente exhaustivo-. En cuanto al volumen segundo, centrado en la oratoria de dominicos y franciscanos, representa un esfuerzo de síntesis muy difícil de superar. Creo que Félix Herrero ha salido airoso de tan ardua tarea, teniendo en cuenta sobre todo que en estas páginas se analiza la labor de dos órdenes religiosas altamente especializadas: la Orden de Predicadores en la oratoria teológica, y la Orden Franciscana, portaestandarte de la predicación popular.
La literatura tiene mucho que ver con estos textos venerables. La enorme tensión dialéctica que, desde los orígenes del Cristianismo, se establece en torno al papel de la retórica en la difusión del mensaje evangélico permite agrupar el sermonario aquí estudiado en dos grandes bloques: el de los predicadores que aceptan la eficacia de una preceptiva convencional de la oratoria sacra -san Juan de la Cruz decía que “el buen estilo y retórica y buen término hace mucho al caso al predicador”-, y el de los que defienden el agustiniano “rudius loquere” -”¿qué importa que me condene el gramático, con tal que todos me entiendan?”-, apelando a una lengua genialmente transgresiva que encuentra en su ascética y encendida autenticidad su mejor timbre de belleza.
El libro de Félix Herrero contiene infinidad de datos históricos, doctrinales y literarios relativos a estas y otras cuestiones. En sus páginas vemos cuánto, cuán variamente y con qué espíritu y maestría se predicó en la España del Siglo de Oro. En su preocupación por este arte, sobre todo durante el Barroco, veía Emilio Orozco reflejada la tendencia a la representación dramática -el arte de síntesis- que redimió en belleza tantas bizarrías de aquel siglo desmesurado. 
En 1670 escribía el P. Francisco de Ameyugo en su “Retórica sagrada y evangélica” que “aquellos son verdaderos oradores eclesiásticos que tratan las cosas divinas sabia y elocuentemente, con suave salud y una saludable suavidad, porque tanto cuanto más se apetece en la palabra divina la dulzura y suavidad, tanto más aprovecha la doctrina a la salud”. 
No es extraño que unos textos nacidos bajo estas convicciones abunden en hallazgos literarios. Y es que, como decía fray Diego de Estella a fines del XVI, el predicador ha de ser como el arquitecto, que después de buscar buenos materiales, no descansa hasta disponerlos con armonía y belleza.

  


Félix Herrero Salgado, La Oratoria sagrada en el siglo xviii. I. Bibliografía, Madrid, Fundación Universitaria Española, 2009, 852 p.

Francis Cerdan
p. 178-182

Bibliographical reference

Félix Herrero Salgado, La Oratoria sagrada en el siglo xviii. I. Bibliografía, Madrid, Fundación Universitaria Española, 852 p. (ISBN: 978-84-7392-713-2008; Monografías, 122.)


1 En 1997 escribía yo en Criticón: «Con la publicación del importante volumen de Félix Herrero Salgado, La oratoria sagrada en los siglos xvi y xvii, en la Fundación Universitaria Española, se puede decir que las palabras de don Miguel Mir [“La historia de nuestra elocuencia sagrada es el mayor vacío que hay en nuestra literatura] quedan definitivamente caducas, y que los que se interesan por este aspecto de nuestra literatura y de la cultura española en los Siglos de Oro disponen en adelante de una obra maestra que es ya una verdadera Historia de la predicación en el citado periodo, un libro que servirá en adelante de ineludible referencia» (69, 1997, p. 144). 
Terminaba yo la reseña de este libro anunciando la promesa del autor de publicar otros tres tomos, promesa que ha cumplido con generosidad. En efecto, desde ese año de 1996, Herrero ha publicado cuatro tomos más de la oratoria sagrada de los Siglos de Oro, en los que estudia la predicación en las distintas Órdenes religiosas y en el Clero secular, y este primer tomo de la oratoria sagrada del siglo xviii. Tampoco hay que olvidar que ya un cuarto de siglo antes, en 1971, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid publicó su Aportación bibliográfica a la Oratoria sagrada española, en que se dio 5.340 fichas de sermones localizados de los siglos xvi-xx, a los que antecede una Introducción y siguen los correspondientes Índices de materias y de autores. Loable, pues, la dedicación de Félix Herrero al estudio de la predicación española y muy beneficiosa e imprescindible para quienes nos dedicamos a su investigación.

2 Paso al análisis de este primer tomo de la oratoria sagrada del siglo xviii, y lo hago con las mismas palabras con que comienza su libro el autor:

1 Por “sermones” entiéndase sermonarios —compuestos de unos treinta sermones— y “sermones sueltos”, p (...)

En los cinco tomos de mi obra anterior, La Oratoria sagrada en los siglos xvi y xvii [F.U.E., 1996-2006], traté de dar una visión de lo que fue la predicación en los llamados Siglos de Oro; ahora me propongo estudiar en dos tomos la Oratoria sagrada del siglo xviii. Este primer tomo es esencialmente bibliográfico: una relación nominal de 2.132 predicadores de 20 Órdenes religiosas y del Clero secular con las fichas de sus 3.777 sermones localizados 1, a la que preceden unas páginas de Introducción que sirven de presentación de la temática de esas oraciones sagradas y del ambiente histórico en que los oradores sagrados las predicaron.
En el segundo tomo entraré en el estudio retórico y temático de los sermones, que constará, según el esquema en mí habitual, de dos partes:
— como premisa: exposición de lo que de la Oratoria sagrada del xviii escribieron los retóricos contemporáneos y han escrito críticos posteriores; pervivencia de la oratoria barroca; influencia de la oratoria francesa; concepto que los predicadores tenían de lo que debía ser la predicación y de lo que, a su juicio, era la predicación de su tiempo.
— análisis de la oratoria sagrada del xviii desde un punto de vista general, y su práctica en algunos oradores notables y en las misiones.

3 Hecha esta tan esquemática Presentación, Herrero entra en la Introducción (pp. 11-77) exponiendo, con cita de Domínguez Ortiz, el ambiente histórico-religioso del llamado Siglo de las Luces, en que los oradores sagrados predicaron sus oraciones. Transcribo:

2 Antonio Domínguez Ortiz, Carlos III y la España de la Ilustración, Madrid, Alianza Editorial, 1989, (...)


La tendencia secularizante de la época actual constituye, en cierta medida, un obstáculo para apreciar la importancia que los temas religiosos tenían en los pasados siglos, cuando la Iglesia era poderosa, lo mismo en el plano temporal que en el espiritual, y la religiosidad era componente esencial de todas las actividades humanas. [...] En el siglo xviii los comienzos de las descristianización eran visibles en varios países europeos: en España no sólo el ateísmo sino el puro deísmo eran prácticamente inexistentes; incluso los personajes, los ministros que han pasado a la historia como volterianos y descreídos, eran en el fondo tan creyentes como los demás. Interesa, sin embargo, distinguir entre la Iglesia como institución, cuyo funcionamiento suscitaba muchas reservas, cuya reforma, en los aspectos temporales, se reclamaba desde muchos sectores, y la Iglesia como comunidad de fieles que profesaban una fe, de la que nadie quería apartarse 2.

Los cientos de sermones —escribe ahora Herrero—, cuya ficha y localización doy en este tomo, dan fe de que las autorizadas palabras de Domínguez Ortiz expresan fielmente la religiosidad del siglo. Porque estos sermones, olvidados en los viejos anaqueles de las bibliotecas, fueron en su tiempo verbo vivo y elocuente que hablaban desde el púlpito no sólo de vicios y virtudes, infierno y gloria, o sea, del camino hacia la vida eterna, sino también de todo cuanto concernía a la vida terrenal; toda la vida de la nación quedaba reflejada en los sermones predicados a una sociedad esencialmente providencialista.

4 Expuestos ya estos dos principios, fundamentales para la comprensión de la oratoria sagrada del siglo xviii —religiosidad del pueblo español y representatividad social de la predicación escrita—, y antes de entrar en la parte propiamente bibliográfica, su clasificación, el autor da unas oportunas notas sobre el sermón: razones de su publicación, diferencia entre sermón predicado y sermón impreso, sermonarios y sermones sueltos.

La «Clasificación de los sermones» constituye la parte central de la Introducción (pp. 22-77). Siguiendo un criterio litúrgico, Herrero establece una división temática en cinco tipos de sermones. Cada una de las divisiones lleva un breve comentario, la indicación de la cantidad de sermones sueltos y sermonarios que le pertenecen y los respectivos números que llevan en la Relación bibliográfica. (En esta reseña, los números entre paréntesis indican la cantidad de sermones o sermonarios).

6—Sermones de tiempo ordinario: Cuaresma (23 sermonarios y 46 sermones sueltos). El autor trae como introducción unas bellas palabras de José María Pemán: «El Ciclo litúrgico de las fiestas del año es una cosa llena de humanidad, de gracia y belleza. Siguiendo el curso intenso y dramático de la vida de Cristo, nos va asociando, sucesivamente, a todas las emociones humanas. Es como un sucederse de climas y estaciones dentro del alma: nieves, flores, vientos, huracanes". Dentro del Ciclo, la Cuaresma es el centro de la predicación del año: en todas las iglesias de las ciudades y de los pueblos y en las iglesuelas de las aldeas resuena la palabra grave del orador sagrado llamando a la penitencia y a la conversión.

7—Sermones de la Santísima Trinidad y de Cristo (268). Pocos son los sermones que tienen por tema central el misterio de la Santísima Trinidad (21), debido, sin duda, a su cargazón de doctrina especulativa, y éstos predicados en las Universidades y en los Capítulos de las Órdenes religiosas. En cambio, son numerosos los dedicados a Cristo, 12 sermonarios de temas variados y 235 sermones sueltos que celebran las alegrías o sienten los dolores de su vida (54), la institución y festividades del Santísimo Sacramento (126), el nuevo culto al Sagrado Corazón (10), la devoción a sus sagradas imágenes en sus distintas advocaciones (45).

8—Sermones de María Santísima (574). Las ocasiones para un sermón de la Virgen eran casi infinitas; por eso no es de extrañar que Herrero haya localizado y dé en la Bibliografía de este libro 28 sermonarios y 546 sermones sueltos. De éstos 125 recorren la vida de la Virgen, 149 se dedican a su Inmaculada Concepción y 272 a celebrar las festividades que el pueblo dedicaba a las innumerables imágenes que con distintas advocaciones jalonaban y jalonan la geografía española.

9—Sermones de los Santos (947). Tres fines se propone la Iglesia Católica en la celebración de las festividades de los Santos: que los fieles conozcan sus virtudes, que traten de imitarlas y que alaben a Dios que engrandeció a hombres y mujeres como nosotros para que fuesen nuestros modelos e intercesores. La abundancia de santos patronos de Órdenes religiosas, de Hermandades y Cofradías, de ciudades y pueblos y la facilidad con que quienes encargaban el sermón de su festividad costeasen su publicación, explican la gran cantidad de sermones sueltos que pasaban a la imprenta. Herrero registra en su libro 10 sermonarios de Santos y 937 sermones sueltos; de éstos enumera 648, que comprenden Santos Ángeles (19), San Elías (7), Santos allegados a Cristo (48, de los cuales 36 de San José), Apóstoles (71, de los cuales 30 del Apóstol Santiago, Patrón de España), Santos Padres (30, de éstos 19 de San Agustín), Doctores de la Iglesia (72, de éstos 68 del Angélico Doctor de las Escuelas), de Papas (19, de los cuales 15 de San Pío V), Fundadores de Religiones (158, de los cuales 22 de San Francisco de Asís, 21 de San Ignacio de Loyola y 12 de Santo Domingo), Santos españoles y Santos universales (224, de ellos 25 de Santa Teresa de Jesús, 19 de San Juan de la Cruz y 31 de San Luis Gonzaga, Patrón de los Estudios de la Compañía de Jesús). Otros Santos (289).

10—Sermones de circunstancias (1.489). Dado el carácter providencialista de la religiosidad española, no es de extrañar que cualquier circunstancia tuviese su manifestación en el púlpito. La muerte es la circunstancia que toca con más frecuencia en la vida del hombre; de ahí que sean los sermones fúnebres los más numerosos: 995. Más no todas las muertes son iguales; sólo la muerte de los notables sube al púlpito y baja a la imprenta, como se aprecia en la relación de la Bibliografía: sermón de honras fúnebres de Papas (11), de Obispos (269), de Generales de Religiones (57), Familia Real (372, de los cuales, 52 en la muerte de Felipe V, 40 en la de Luis I, 24 en la de Fernando VI, 69 en la de Carlos III, 91 en las de las Reinas, 25 en memoria de Reyes anteriores, 71 en el fallecimiento de Reyes extranjeros); de Nobles (130) y de personajes notables cuyas honras se celebraron en la Capilla de la Universidad de Salamanca (156). Sermones hay (264) que se predican en circunstancias religiosas especiales: celebración de Capítulos (56), oposiciones a canonjías (9), profesiones religiosas (54), o bendición de templos, capillas o retablos (145). Grupo especial forman los sermones predicados en circunstancias de tipo social, cultural o militar (230), como son catástrofes, en especial el terremoto de Lisboa de 1755 (43), acción de gracias por beneficios concedidos (81), instituciones de caridad, culturales y económicas (52), guerras y paces (54).

11 Como queda apuntado al comienzo de esta reseña, Domínguez Ortiz, al igual que otros historiadores del Siglo de las Luces, hacen hincapié en señalar el carácter providencialista de los españoles de la época. Al púlpito subían las inquietudes tanto espirituales como temporales de los pueblos; cualquier circunstancia: el nacimiento de un príncipe, la muerte de un rey, paces y guerras, fundación de una Sociedad Económica, apertura de una escuela, bendición de un templo, fiestas populares, calamidades públicas —inundaciones, pestes, terremotos—, reclamaba de inmediato el sermón correspondiente como parte esencial del acontecimiento. Lo hemos podido apreciar en la lectura de los esquemas de los cinco clases de sermones (sermones de tiempo ordinario, de la Santísima Trinidad y Cristo, de la Santísima Virgen, de Santos, y sermones ocasionales) en que Herrero ha agrupado cientos de sermones —algo más de tres mil— de la Bibliografía. Verdadera mina, pues, de ricos filones, desgraciadamente poco explotados aún, la que se les ofrece a los investigadores para el estudio de cualquier tema, sea religioso, social, político, cultural, económico e, incluso, militar. Habría que añadir, por otra parte, que estos sermones sueltos —folletos de 25-40 páginas— fueron predicados por los más famosos, no me atrevo a decir que los mejores, predicadores del momento, elegidos por los responsables de los actos celebrados.

12 Sólo quisiera hacer mención particular de algunos sermones. De tema religioso, los que se refieren al Santísimo Sacramento y a la Inmaculada Concepción. Como dice Herrero: «Circunstancias históricas y religiosas especiales hicieron que España se convirtiera en adalid de la defensa del Sacramento. Y luchó contra sus enemigos desde la cátedra, desde el púlpito, en los campos de batalla, desde los escenarios y desde las calles engalanadas con flores y reposteros». Desde el púlpito, lo avalan los 126 sermones fichados en la Bibliografía. Lo mismo que los 149 sermones predicados en honor de la Inmaculada Concepción de la Virgen Santísima son exponente claro de la creencia del pueblo español desde el Medioevo en este misterio mariano; el púlpito fue la mejor cátedra desde donde con más eficacia se propagó y defendió y desde donde se alentó a los fieles a confesarlo y a defenderlo.

13 En las oraciones fúnebres desfilan Papas y Obispos, jerarcas que gobiernan la Iglesia; Generales de las Órdenes Religiosas, poderosas legiones al servicio de la misión salvífica de la Iglesia; Reyes, que rigen los pueblos; Nobles, dueños y señores de vidas y haciendas; y también ese numeroso grupo de personajes notables, catedráticos en su mayoría, rectores del pensamiento y de la sana doctrina de la Iglesia, que recibieron el último adiós en la Capilla de San Jerónimo de la Universidad de Salamanca, llamada por algunos «Cristiana y Mayor Atenas del Mundo». En todas estas oraciones fúnebres, predicadas por prestigiosos oradores sagrados, pueden encontrarse datos biográficos o noticias de la época que pasan desapercibidas para los historiadores, ya que la mayoría de los predicadores, desoyendo a los preceptistas de la oratoria sagrada, que reclamaban una orientación del sermón hacia la consideración de la muerte como enseñanza religioso-moral, consumían la mayor parte de la hora del discurso en enfatizar los hechos y virtudes, reales o in-ventados, del difunto con detalles biográficos muy ilustrativos y anécdotas, a veces, muy curiosas.

14 Un buen número de sermones giran en torno a dos novedades del también llamado Siglo del Despotismo Ilustrado: el cambio de dinastía y el movimiento de culturización del pueblo. El título de 79 sermones ofrece una detallada secuencia de la vida del primer rey Borbón, Felipe V, desde su llegada a España: entrada en Madrid el 18 de febrero de 1701, coronación, celebración de Cortes en Barcelona; campañas en Italia y Portugal, avatares de la Guerra de Sucesión (cerco y huida de Barcelona, salida de Madrid y vuelta a Madrid, el pueblo castellano acompaña a su Rey con sus oraciones, actos de desagravio ante los sacrilegios de las tropas herejes enemigas, celebración de las grandes victorias, exequias por los soldados muertos en el campo de batalla); abdicación en su hijo Luis I; acontecimientos familiares (oraciones por la salud de la familia real, cumpleaños, nacimiento de los hijos). Las 52 oraciones fúnebres de Felipe V el Animoso son también rico tesoro de noticias: los predicadores se adentran no sólo en su vida espiritual; también se detienen en describir, y a veces con minuciosos detalles, las actuaciones políticas y sociales de su reinado.

15 Muchos de los predicadores del Setecientos pertenecieron a la llamada Ilustración cristiana y practicaron con fervor su espíritu. Entre ellos, algunos notables obispos, como José Climent, Francisco Armañá, Felipe Bertrán, Antonio Tavira, Antonio de Lorenzana, que con la palabra y con las obras trataron de mejorar las condiciones culturales, económicas y, lógicamente, religiosas de sus pueblos. En los sermones de estos obispos y en las oraciones fúnebres que a la muerte de algunos de ellos se predicaron, y en centenares de sermones de otros predicadores ilustrados se pueden encontrar noticias sobre la fundación y el espíritu de las nuevas escuelas, de instituciones culturales y científicas y de las famosas Sociedades Económicas y Patrióticas de Amigos del País. Herrero da la relación de 34 de ellas, empezando por la famosa Sociedad Vascongada de Amigos del País.

16 Sólo queda que agradecer a Herrero su inmensa labor y esperar que salga el tomo segundo que, a partir de tan nutrida bibliografía, podrá ofrecernos el estudio retórico y el análisis temático de la oratoria sagrada del siglo xviii.

Notas.

1 Por “sermones” entiéndase sermonarios —compuestos de unos treinta sermones— y “sermones sueltos”, piezas oratorias de unas treinta páginas, que forman la inmensa mayoría de los 3.777 fichados, como puede apreciarse en la Bibliografía.

2 Antonio Domínguez Ortiz, Carlos III y la España de la Ilustración, Madrid, Alianza Editorial, 1989, p. 141.




  

François de Salignac de La Mothe, conocido como François Fénelon.


Fénelon, François de Salignac de La Mothe (Castillo de Fénelon, 1651–Cambrai, 1715)

Escritor y eclesiástico francés, autor de una obra que se caracteriza por su dimensión religiosa, pedagógica y política. Entre sus escritos sobresalen De l’éducation des filles (1687), de marcado carácter pedagógico, y la Explication des maximes des saints (1697), obra en la que expone su posición favorable a la doctrina quietista. Pero, sobre todo, hay que destacar Les aventures de Télémaque (1699), que con las Fables (1701) y los Dialogues des morts (1712) fueron fruto de su labor como preceptor del duque de Borgoña, heredero del trono. Tras caer en desgracia, Fénelon fue nombrado arzobispo de Cambrai, donde prosiguió con su reflexión política y estética (Lettre à l’Académie, 1714).

El Télémaque fue la obra que cimentó su fama. Entre 1700 y 1704 aparecieron las primeras traducciones a las principales lenguas europeas, aunque la versión en castellano (anónima) no vio la luz hasta 1713 en La Haya (A. Moetjens). Las reimpresiones de dicha edición española, completa o más o menos abreviada y modificada, se sucedieron con éxito a lo largo del siglo XVIII, a partir de la de 1723 en Madrid (F. del Hierro), erróneamente atribuida a cierto Francisco Medel. 
A finales de siglo apareció por fin una nueva traducción española: la de José de Covarrubias (M., Imprenta Real, 1797–1798), en quien hay que destacar su conocimiento de un texto que le parecía esencial para educar el gusto, lo que no le evitó críticas furibundas por parte de Antonio de Capmany. A la traducción de Covarrubias hay que añadir la de Agustín García de Arrieta (M., B. Cano, 1799), quien se había preocupado por hacer una versión eminentemente poética y en buen castellano.

 Ambas traducciones allanaron el camino a la que fue la principal referencia española del Telémaco a lo largo del siglo XIX: la publicada en 1803 en Madrid (M. Repullés) por Fernando Nicolás de Rebolleda, en la que se permite libertades respecto al original que le parecieron legítimas y necesarias, por lo que no se libró de recibir críticas de otros traductores como Mariano Antonio Collado, autor de una nueva versión del Telémaco (Valencia, J. de Orga, 1832). La traducción de Rebolleda alcanzó numerosas reediciones, publicadas en España y en Francia, más o menos retocadas o manipuladas, utilizadas a menudo –siguiendo una constante europea desde el siglo XVIII– para la enseñanza del francés. No obstante, las ediciones del Telémaco en castellano continuaron a lo largo del siglo XX, entre las que destacan la versión realizada en 1954 por Manuel Sacristán (B., Fama), la de Ramón Pin de Latour (B., Iberia, 1958; reed. B., Orbis, 1985) y una mexicana de 1998 (Porrúa), que utiliza el antiguo texto de la edición de París de 1733, sin olvidar una traducción al euskera, Telemake, Ulisen semearen gertakuntzak, adaptación de la que realizó Jean–Pierre Duvoisin en 1833, por Patri Urkizu (Donostia, Elkar, 1988).

Tampoco han faltado traducciones españolas de L’éducation des filles, con títulos diversos, como el Tratado de la educación de las hijas, versión de Remigio Asensio (B., Piferrer, 1820; reed. Mairena del Aljarafe, Extramuros, 2007), la anónima Educación de las niñas (B., J. Rubió, 1829), el De la educación de las jóvenes, traducción de José M.ª Borrás de Cuadras (B., Sociedad General de Publicaciones, 1911) y La educación de las niñas, versión de M.ª Luisa Navarro (M., Espasa–Calpe, 1919); existe también una versión en catalán: L’educació de les noies, realizada por Concepció Balanzó (B., Barcino, 1927).

De los Diálogos de los muertos existe sólo una versión de mediados del siglo XVIII, realizada por Miguel José Fernández (M., Muñoz del Valle, 1759), que ha tenido varias reimpresiones (la última, de 1922). En cuanto a las Fábulas e historias maravillosas, existe la versión de Alberto Laurent (B., Edicomunicación, 1997).

Bibliografía

M.ª Aurora Aragón, «Una teoría de la traducción en el siglo XVIII: Covarrubias» en M.ª L. Donaire & F. Lafarga (eds.), Traducción y adaptación cultural: España–Francia, Oviedo, Universidad de Oviedo, 1991, 531–539.

Antonio de Capmany, Comentarios con glosas críticas y joco–serias sobre la nueva traducción castellana de las aventuras de Telémaco, Madrid, Sancha, 1798.

Elena Carpi, «Traduzioni spagnole delle Aventures de Télémaque nel Settecento» en M. E. L. Guidi & M. Cini (eds.), Le avventure delle «Aventures». Traduzioni di «Télémaque» di Fénelon tra Sette e Ottocento, Pisa, Edizioni ETS, 2017, 147–159.

Françoise Étienvre, Rhétorique et patrie dans l’Espagne des Lumières, París, Champion, 2001.

Juan García Bascuñana, «Télémaque en Espagne (1699–1799). Réception, traductions, malentendus», Documents pour l’Histoire du Français Langue Etrangère ou Seconde 30–31 (2003), 89–101.

Joaquín Hernández Serna & Carmen Vera, «Les aventures de Télémaque de Fénelon en España», Estudios Románicos 15 (2003–2006), 41–70.

Esther Juan, «Les professeurs–traducteurs du XIXe siècle ou Télémaque revisité», Documents pour l’Histoire du Français Langue Etrangère ou Seconde 30–31 (2003), 153–165.

Brigitte Lépinette, «Las traducciones españolas de un texto europeo: el Télémaque (1699) de Fénelon y su recepción en España», Quaderns de Filologia. Estudis Lingüístics 1 (1994), 63–82.

Brigitte Lépinette, «Heureux ceux qui s’instruisent en se divertissant! (Télémaque, liv. 12). À propos de Télémaque en Espagne (fin XVIIIe–début XIXe)», Documents pour l’Histoire du Français Langue Etrangère ou Seconde 30–31 (2003), 102–116.

Carmen Vera, «À propos des Aventures de Télémaque de Fénelon», Documents pour l’Histoire du Français Langue Etrangère ou Seconde 30–31 (2003), 166–177.

M.ª Elena de la Viña & Eugenia Fernández Fraile, «Les Aventures de Télémaque dans l’enseignement du français langue étrangère en Espagne», Documents pour l’Histoire du Français Langue Etrangère ou Seconde 30–31 (2003), 117–132.

Imagen del Castillo de Fénelon tomada en 2008

François de Salignac de la Mothe Fénelon.

Conocido obispo y escritor, nacido en el Castillo de Fenelon en Perigord (Dordogne) el 6 de agosto de 1651 y muerto en Cambrai, el 7 de enero 1715. Provenía de una familia de noble cuna, pero de pocos medios. Su ancestro mas famoso fue Bertrand de Salignac (m. 1599), que luchó en Metz bajo el duque de Guisa y fue embajador en Inglaterra; también François de Salignac I, Louis de Salignac I, Louis de Salignac II y François de Salignac II, obispos de Sarlat entre 1567 y 1688.

Fénelon era el segundo de tres hijos de Pons de Salignac, Conde de La Mothe-Fénelon por su segunda esposa, Louise de La Cropte. Debido a su delicada salud, la infancia de Fenelon transcurrió en el castillo de su padre con un tutor, gracias al cual se interesó por los clásicos y consiguió un considerable conocimiento de la literatura griega que tuvo mucha importancia en su desarrollo mental. A los 12 años fue enviado a la cercana universidad de Cahors donde estudió retórica y filosofía y obtuvo su primer grado. Como ya había expresado su intención de entrar en la Iglesia, uno de sus tías, el marqués Antoine de Fenelón, amigo de Monseñor Olier y de S. Vincent de Paul, le envió a París y lo colocó en el Collège du Plessis, cuyos estudiantes seguían el curso de teología en la Sorbona.
Fenelon se hizo amigo allí de Antoine de Noailles que después sería cardenal arzobispo de París y mostró un talento tan decidido que a la edad de 15 fue elegido para predicar un sermón público que realizó admirablemente. Para facilitar su preparación para el sacerdocio, el marqués envió a su sobrino al seminario de Saint-Sulpice (alrededor de 1672), que entonces dirigía Mons. Tronson, pero el joven fue colocado en la pequeña comunidad reservada para los eclesiásticos cuya salud no les permitía seguir los excesivos ejercicios del seminario. En esta famosa escuela de la que siempre se acordaba con afecto, Fenelon profundizó no solo en la práctica de la piedad y virtudes sacerdotales sino sobre todo en la sólida doctrina católica lo que le salvó más tarde el Jansenismo y del Galicanismo.

Treinta años después, en una carta a Clemente XI, se congratula de su preparación en manos de M. Tronson en lo relativo a la fe y obligaciones de la vida eclesiástica. Hacia 1675 fue ordenado sacerdote y pensó dedicarse a las misiones en oriente, aunque esta idea fue olvidada pronto y se unió a la comunidad de S. Sulpicio entregándose a las obras del sacerdocio especialmente la predicación y la catequesis.
En 1678 Harlay de Champvallon, arzobispo de París encargó a Fenelon la dirección de la casa de "Nouvelles-Catholiques", una comunidad fundada en 1634 por el arzobispo Jean-François de Gondi para jóvenes mujeres protestantes que estaban a punto de entrar en la iglesia o conversos que requerían ser reforzados en su fe. Era una nueva forma delicada de apostolado que se presentaba a Fenelon y que requería todos los recursos de sus conocimientos teológicos, su persuasiva elocuencia y magnética personalidad.
En los últimos años se había criticado su conducta habiendo sido tachado intolerante, aunque no había razón para ello y hasta los autores protestantes de la "Encyclopédie des Sciences Religieuses" lo niegan; su veredicto sobre Fenelon es que en justicia hay que decir que él que en el esfuerzo por las conversiones empleó siempre la persuasión más que la severidad.

Cuando Luis XIV revocó el Edicto de Nantes, por el que Enrique IV había garantizado la libertad del culto publico a los protestantes, se eligió a misioneros entre los mejores oradores del momento, como Bourdaloue, Fléchier y otros y fueron enviados a los lugares de Francia donde había más herejes para trabajar en su conversión. Por sugerencia de su amigo Bossuet, Fenelon fue enviado con cinco compañeros a Santonge, donde manifestó gran dedicación, aunque sus métodos estaban siempre atemperados por la amabilidad.
Según el cardenal Bausset, indujo a Luis XIV a retirar todas las tropas y todas las muestras de fuerza de los lugares que visitaba y es cierto que insistió y propuso, métodos con los que el rey no siempre estaba de acuerdo. “Cuando hay que conmover a los corazones”, escribió a Seignelay, “la fuerza no sirve de nada. La convicción es la única conversión.
“En vez de fuerza el empleaba la paciencia, establecía clases y distribuía Nuevos Testamentos y catecismos en el idioma vernáculo. Sobre todo ponía énfasis especial en predicar y que los predicadores fueran gente amable que instruyeran no solo para ganarse la confianza de los oyentes”.
Es cierto, como se ha demostrado documentalmente, que no siempre repudió las medidas de fuerza pero solo las permitió como último recurso. Su severidad se limitó a exiliar de sus pueblos a los recalcitrantes o a limitar a otros con multas de cinco “sous” u obligar a asistir a las instrucciones religiosas en las iglesias. Y ni siquiera pensaba que los predicadores debieran abogar abiertamente por estas medidas; de forma similar, no le gustaba que se supiera el nombre del autor de los panfletos católicos contra los ministros protestantes que propuso que se imprimieran en Holanda. Esto era ciertamente un exceso de prudencia, pero prueba, al menos, que Fenelon no simpatizaba con la vaga tolerancia fundada en el escepticismo que los racionalistas del siglo dieciocho le atribuyeron. 
En estas cuestiones compartía las opiniones de todos los grandes católicos de su tiempo. Con Bossuet y S. Agustín mantenía que “estar obligado a hacer el bien es siempre una ventaja y que los herejes uy cismáticos, cunado eran obligado a poner su atención en la consideración de la verdad, con el tiempo dejaba a un lado sus erróneas creencias, mientras que si la autoridad no les hubiera obligado nunca habrían considerado estas cuestiones”.

Antes y después de la misión en Santonge, que solo duró unos pocos meses (1686-1687), Fenelon hizo muchos amigos. Ya lo era Bossuet, el gran obispo que estaba en el culmen de su fama, consultado por todos como el gran oráculo de la Iglesia de Francia. Fenelon le mostró la mayor deferencia y le visitó en su casa de campo en Alemania asistiendo a sus conferencias espirituales y a sus clases sobre la Escrituras en Versalles. Inspirado por él, y quizá por sugerencia suya, Fenelon escribió por entonces "Réfutation du système de Malebranche sur la nature et sur la grâce", en el que ataca con gran valentía y en profundidad las teorías del famoso oratoriano sobre el optimismo, la creación y la encarnación. Fenelon no quiso publicar este tratado, ni anotado por Bossuet; hasta 1829 no vio la luz. Los primeros amigos de Fenelon en este periodo eran los duques de Bauvilliers y de Chevreuse, dos cortesanos influyentes, que sobresalían por su piedad y que se habían casado con dos hijas de Colbert, ministro de Luis XIV. 
Una de ellas, la duquesa de Beauvilliers, madre de ocho hijas, pidió a Fenelon consejo sobre su educación. Su respuesta fue el "Traité de l'education des filles"en el que insiste en que la educación comience muy pronto y que instrucción de la niñas en todos los deberes de su futura condición de vida. La educación religiosa ha de ser tal que les permita refutar herejías si fuera necesario. Aconseja un curso de estudios mucho más serio de lo que era costumbre. Las niñas deben ser eruditas sin pedantería y ser educadas de forma concreta, sensible, agradable y prudente de manera que se les ayude en sus habilidades naturales. En muchas cosas su pedagogía iba por delante de su tiempo y aún se puede aprender mucho de él.

El duque de Beauvilliers, que fue el primero en utilizar el "Traité de l'education des filles", en su propia familia, fue nombrado director de los estudios los nietos del rey Luis XIV. Enseguida se aseguró de que Fenelon fuera el tutor del mayor de ellos, el duque de Borgoña. El puesto era muy importante puesto que la formación del futuro rey de Francia estaba en sus manos, pero no carecía de dificultades, debido al carácter altivo y violento del discípulo. Fenelon se dedicó a su tarea con todo su interés y dedicación. Todo, desde los temas latinos y sus versiones se dirigía a domar su tempestuoso espíritu. Con este propósito escribió la “Fábulas” y sus "Dialogues des Morts", pero sobre todo su "Télémaque", en el que bajo el disfraz de una ficción agradable enseñaba al joven príncipe lecciones de autocontrol y todos los deberes propios de de su alta posición.

Los resultados fueron maravillosos. El historiador Saint-Simon, en general hostil a Fenenlón, dice:”:
 "De cet abîme sortit un prince, affable, doux, modéré, humain, patient, humble, tout appliqué à ses devoirs." (De este abismo salió un príncipe afable, dulce, moderado, humano, paciente, humilde y aplicado enteramente a sus deberes). 
Se ha preguntado si no fue demasiado bien. Cuando el príncipe se convirtió en un hombre de estado, su piedad parecía excesivamente refinada; se examinaba continuamente a si mismo razonando los pros y los contras hasta ser incapaz de llegar a una solución, paralizada su voluntad por miedo de hacer lo incorrecto. Sin embargo, estos defectos de carácter. Contra los cuales Fenelon fue el primero en protestar en sus cartas, no se mostraron en su juventud. Alrededor de 1695 todos los que trataron al príncipe estaban admirados por el cambio.

Para premiar al tutor, Luis XIV le dio, en 1694, la abadía de Saint-Valéry, con sus rentas anuales de 14.000 libras. La Academia la abrió las puertas y Madame de Maintenon, la esposa morganática del rey, comenzó a consultarle en asuntos de conciencia, en la regulación de la casa de Saint-Cyr, que acaba de abrir para la educación de las jóvenes. Poco después quedó vacante la sede arzobispal de Cambrai, una de las mejores de Francia y el rey se la ofreció a Fenelón, indicándole además que quería que siguiera instruyendo duque de Borgoña. Fenelon fue consagrado en agosto de 1969 por Bossuet en la capilla de Saint-Cyr. El futuro del joven prelado parecía brillante, cunado cayó en profunda desgracia.
La causa fue su relación con Madame Guyon, a la que había conocido en la sociedad de sus amigos los Beauvilliers y los Chevreuses. Ella había nacido en Orleans, que dejó a los 28 años, viuda y madre de tres niños, embarcada en una especie de apostolado místico, bajo la dirección del P. Lacombe, un barnabita.

Después de muchos viajes a Ginebra, por la Provenza e Italia, plasmó sus ideas en dos obras "Le moyen court et facile de faire oraison" y "Les torrents spirituels". En un lenguaje exagerado característico de su mente visionaria presentó un sistema demasiado claramente basado en el Quietismo de Molinos, que acababa de ser condenado por Inocencio XI, en 1687. Sin embargo había diferencias entre los dos sistemas. Mientras que para Molinos la perfección terrenal del hombre consistía en un estado de interrumpida contemplación y amor, que dispensaría al alma de toda virtud activa y lo reduciría a la absoluta inacción, Madame Guyon rechazaba con horror las peligrosas conclusiones de Molinos respecto al cese de la necesidad de ofrecer resistencia positiva a la tentación. De hecho, en todas sus relaciones con el P. Lacombe, así como con Fenelon, nunca se puso en duda su virtuosa vida. Al poco de su llegada a parís conoció a muchas personas piadosas de la corte y de la ciudad, entre ellas a Madame de Maintenon y a los duques de Beauvilliers y Chevreuse, que se la presentaron a Fenelon.
 A su vez, él se sintió atraído por su piedad, su amplia espiritualidad, el encanto de su personalidad y de sus libros. No tardó mucho el obispo de Chartres, en cuya diócesis estaba Saint-Cyr, comenzó a cuestionarse sobre la mente de Madame de Maintenon cuestionando la ortodoxia de las teorías de Madame Guyon. Esta, entonces, pidió que se sometieran sus libros a una comisión eclesiástica compuesta por Bossuet, de Noailles, entonces obispo de Châlons, más tarde arzobispo de París y M. Tronson superior de Saint-Sulpice. Después del examen que duró seis meses, la comisión publicó su decisión en treinta y cuatro artículos conocidos como "Articles d' Issy", por el lugar cerca de París donde estaba asentada la comisión. Estos treinta y cuatro artículos fueron firmados por Fenelon y por el obispo de Chartres y por los miembros de la comisión, condenando muy brevemente las ideas de Madame Guyon, y haciendo una cierta explicación de la doctrina católica sobre la oración. Madame Guyon se sometió a la condena, pero sus ideas siguieran expandiéndose en Inglaterra y los protestantes, que siguieron reimprimieron sus libros, han seguido expresando su simpatía por sus puntos de vista. Cowper tradujo algunos de sus himnos a versos ingleses y Thomas Digby (Londres 1805) y Thomas Upam (New York, 1848), tradujeron su autobiografía al inglés. Sus libros pronto fueron olvidados en Francia.

De acuerdo con la decisión tomada en Issy, Bossuet escribió sus instrucciones sobre los "Etats d' oraison", como explicación de los 34 artículos., Fenelon rehusó firmarlo, porque su honor le prohibía condenar a una mujer que ya había sido condenada. Para explicar su punto de vista de los "Articles d'Issy", se apresuró a publicar la "Explication des Maximes des Saints", un tratado bastante árido en cuarenta y cuatro artículos, cada uno de los cuales estaba dividido en dos párrafos, uno exponiendo la verdadera y otro la falsa doctrina sobre el amor de Dios. En su obra distingue claramente cada paso en el camino de ascensión a la vida espiritual. El punto de llegada final del alma cristiana es el amor puro de Dios sin mezcla de interés propio, un amor que ni teme el castigo ni desea el premio.

Los medios llegar a este fin, señala Fenelon, son los que dese hace mucho tiempo han señalado los místicos católicos, es decir la santa indiferencia, el alejamiento, al auto abandono, la pasividad; a través de todos estos estados el alma es llevada a la contemplación. Apenas se había publicado el libro de Fenelon cuando ya tuvo mucha oposición. El rey estaba enfadado. Le disgustaban las novedades religiosas y reprochó a Bossuet por no haberle avisado de las ideas del tutor de su nieto. Nombró a los obispos de Meaux, Chartres y París para examinar la obra de Fenelon y seleccionar los pasajes que debían condenarse, pero el mismo Fenelon envió el libro a la Santa sede para que fuera juzgado (27 abril, 1697).
 Enseguida estalló un enorme conflicto, particularmente entre Bossuet y Fenelon: ataques y réplicas se sucedieron demasiado rápidamente para ser analizadas aquí. Los escritos de Fenelon sobre el tema llenan seis volúmenes, sin hablar de las 646 cartas sobre el quietismo con las que probó ser un hábil polemista, muy versado en las cosas espirituales, dotado de una gran inteligencia y agilidad mental que no siempre se distingue bien en el uso y abuso del sentido. 
Después de u largo examen por parte de los consultores y cardenales del Santo Oficio, que duró más de dos años y que les ocupó 132 sesiones, por fin condenaron "Les Maxims des Saints" (12 marzo, 1699) por contener proposiciones que, en el sentido obvio de las palabras, o por la secuencia de los pensamientos, eran “temerarias, escandalosas, malsonantes, ofensivas a los oídos piadosos, perniciosa en la práctica y falsas de hecho”. 23 proposiciones fueron seleccionadas por haber incurrido en la censura, pero el papa de ninguna manera dejaba implícito que aprobaba el resto del libro.

Fenelon se sometió enseguida. “Nos adherimos a este breve”, escribió en una carta pastoral en la que hacía saber la sus fieles la decisión de Roma, “y la aceptamos no solo para las 23 proposiciones, sino para todo el libro, simplemente, absolutamente y sin sombra de reserva”.

La mayoría de sus contemporáneos juzgaron su sumisión adecuada admirable y edificante. En tiempos más recientes, sin embargo, cartas sueltas han permitido a los críticos dudar de su sinceridad. En nuestra opinión unas pocas palabras escritas impulsivamente y en contradicción con todo el tenor de la vida del escritor, no justifican tan grave acusación. Hay que recordar, también, que en la reunión de los obispos para recibir el breve de condena, Fenelon declaró que dejaba aparte su propia opinión y aceptaba el juicio de Roma y que si este acto de sumisión parecía incompleto estaba dispuesto a hacer lo que Roma dijera. La Santa Sede nunca requirió nada más que este acto espontáneo mencionado.

Luis XIV, que había hecho todo lo posible para que las "Maximes des Saints", fueran condenadas había ya castigado al autor ordenándole que permaneciera dentro de los límites de su diócesis. Molesto después por la publicación de "Télémaque", en el que veía una crítica a su persona y a su gobierno, nunca se dejó convencer de que retirara su orden. Fenelon se sometió sin queja ni lamento y se entregó completamente al servicio de sus fieles. Con unos ingresos de 200.000 libras y 800 parroquias, algunas en territorio español, Cambrai, que había vuelto a ganar Francia en 1678, era una de las sedes más importantes del reino. Fenelón dedicó varios meses al año a visitar a su archidiócesis, sin que le interrumpiera ni siquiera la Guerra de Sucesión Española, durante la cual ejércitos opuestos acamparon en su territorio. Los capitanes de esos ejércitos, llenos de veneración por su Fenelon, le dejaron moverse libremente. 
El resto del año lo pasaba en el palacio episcopal de Cambrai, donde con sus familiares y amigos, los Abbés de Langeron, de Chanterac y de Beaumont, llevó una vida normal, de regularidad monástica. Cada año daba un curso en cuaresma en una parroquia importante de su diócesis y en las fiestas principales predicaba en su propia catedral. 
Sus sermones eran breves y sencillos, compuestos después de una breve meditación y nunca escritos, con la excepción de algunos que predicó en ocasiones más importantes, y no se han conservado. Las relaciones con sus clérigos estaban rodeadas de condescendencia y cordialidad “Sus sacerdotes”, dice Saint-Simon, "para los que se hacía a si mismo padre y hermano, le llevaban en sus corazones”. Se interesó profundamente en su formación en sus seminarios, asistiendo a los exámenes de los que se iban a ordenar, dándoles charlas durante sus retiros. Presidía los concursos par asignación de beneficios y preguntaba a los párrocos sobre las calificaciones de los candidatos.

Fenelon fue siempre irreprochable y en sus paseos conversaba frecuentemente con los que se encontraba. Le encantaba visitar a los campesinos en sus casas, interesándose por sus alegrías y tristezas y evitando apenarles aceptaba el simple regalo de su hospitalidad. Durante la Guerra de Sucesión Española las puestas de su palacio se abrieron a todos los pobres que se refugiaron en Cambrai. Las habitaciones y escaleras se llenaron de ellos y sus jardines y vestíbulos protegían a sus animales. Aun se le recuerda en la vecindad de Cambrai y los paisanos aun dan a sus hijos el nombre de Fenelon, como el de un santo.

A pesar de estar completamente dedicado a la administración de su diócesis, nunca perdió de vista los intereses generales de la Iglesia. Esto quedó patente cuando el Jansenismo, durmiente durante casi treinta años, se despertó de nuevo con ocasión del famoso Cas de Conscience, en el que un escrito anónimo trató de dar nueva vida a la “cuestión de ley” y “cuestión de facto” (question de droit et question de fait), admitiendo que la Iglesia podía legalmente condenar las famosas cinco proposiciones atribuidas a Jansenio, pero negando que pudiera obligar a cualquier otro a creer que de de hecho se podían encontrar en el “Augustinus” de aquel escritor.

Fenelon multiplicó publicaciones de toda índole contra la herejía revivida; escribió cartas, instrucciones pastorales, memoranda, en francés y en latín, que llenan varios volúmenes de sus obras. Se puso a combatir los errores del Cas de Conscience, a refutar la teoría conocida como” respetuoso silencio” y a ilustrara Clemente XI sobre al opinión publica francesa. El P.Quesnel arrojó leña al fuego de la controversia con sus "Reflexions morales sur le Nouveau Testament", que fue solemnemente condenado con la bula "Unigenitus" (1713).
Fenelon defendió este famoso documento pontificio en una serie de diálogos que tenían la intención de influir en hombres de mundo. Su celo contra el error era grande, pero siempre era amable en el que erraba: Saint-Simon pudo decir: Los Países Bajos estaban llenos de jansenistas y la diócesis de Cambrai, en particular, abundaban mucho. En ambos sitios encontraron siempre un refugio pacífico y estaban contentos de vivir allí pacíficamente, bajo el que era su enemigo con la pluma. No temían al arzobispo que aunque se oponía a sus creencias no destruía su tranquilidad.”
A pesar de la multiplicada de trabajos, Fenelon siempre encontró tiempo para mantener una intensa correspondencia con sus familiares, amigos, sacerdotes y de hecho con todo el que buscara su consejo. En esta masa de correspondencia, diez volúmenes nos han llegado, donde podemos ver al Fenelon director de las almas. Hay entre ellos gentes de todas las esferas de la vida, hombres y mujeres, religiosos, soldados, cortesanos, sirvientes, entre ellos Madam de Maintenon, de Gramont, de la Maisonfort, de Montebron, de Noailles, miembros de la familia Colbert, el marqués de Seignelay, el duque de Chaulnes, y sobre todo los duques de Chevreuse y de Beauvilliers, sin olvidar al duque de Borgoña. Fenelon muestra que posee las cualidades que exige a los directores, paciencia, conocimiento del corazón humano y de la vida espiritual, disposición ecuánime, firmeza y rectitud, “junto con una tranquila alegría muy distante de cualquier fingida antipática austeridad”.

A cambio exigía docilidad de mente y sumisión total de la voluntad. Intentaba guiar a las almas al amor puro de Dios, en lo que era humanamente posible, porque, aunque los errores de sus "Maximus des Saints" ya no aparecen en las cartas de dirección, sigue siendo el mismo Fenelon, con el mismo deseo de auto abandono, con las mismas tendencias, conservadas todas, sin embargo, dentro de los limites debidos; porque como él mismo dice:
”este amor de Dios no requiere a todos los cristianos que practiquen austeridades como los de los antiguos eremitas solitarios, sino meramente que sean sobrios, justos y moderados en el uso de las cosas útiles”; y la piedad no requiere, “ como los asuntos temporales una larga y continua aplicación”; “ la práctica de la devoción no es en absoluto incompatible con los deberes de la vida”. 
El deseo de enseñar a sus discípulos la forma de armonizar los deberes de la religión con los de la vida diaria sugiere a Fenelon toda clase de consejos, a veces muy inesperados en la pluma de un director, especialmente cuando cundo trata con sus amigos de la corte. Esto ha dado ocasión a algunos de sus críticos para acusarle de ambición y de tener tanta ambición en controlar el estado como en dirigir a las almas.

Sus ideas políticas se muestran sobre todo en las cartas al duque de Borgoña. Además de un gran número de cartas, le envió, a través de sus amigos los duques de de Beauvilliers y de Chevreuse, un "Examen de conscience sur les devoirs de la Royauté", 9 documentos sobre la Guerra de Sucesión Española y los "Plans de Gouvernement, concretes avec le Duc de Chevreuse". Si añañdimos el "Télémaque", la "Lettre à Louis XIV", el "Essai sur le Gouvernement civil", y las "Mémoires sur les precautions à prendre après la mort du Duc de Bourgogne", nos encontramos con una completa exposición de sus ideas políticas.

Indicaremos solo los puntos en que son originales, en la época en que se escribieron. El Gobierno ideal, para Fenelon era una monarquía limitada por la aristocracia. El rey no debía tener poder absoluto; tenia que obedecer las leyes que hiciera en cooperación con la nobleza. En otras ocasiones debía ser asistido por los Estados Generales que debían, por asambleas provinciales, que eran como consejos del rey más que asambleas representativas. El Estado debía ocuparse de la educación, debía controlar los protocoles sociales con leyes suntuarias y prohibir a ambos sexos matrimonios inapropiados (mésalliances). Los brazos temporal y espiritual debían ser dependientes uno de otro, pero ayudándose mutuamente. Su estado ideal está descrito con mucha sabiduría en sus escritos políticos donde se hallan muchas observaciones notablemente juiciosas pero utópicas.

Fenelon se interesó también por la literatura y la filosofía. Dacier, secretario perpetuo de la Académie Française, le pidió en nombre de la institución, que les manifestara en qué proyectos debían ocuparse, desde su punto de vista, una vez terminado el "Dictionnaire". Fenelon contestó en su "Lettre sur les occupations de l'Académie Française", una carta aun muy admirada en Francia. Trata de la lengua francesa, de la retórica, poesía, historia y de los escritores antiguos y modernos exhibiendo una inteligencia equilibrada familiarizada con todas las obras maestras de la antigüedad, viva de simplicidad y encanto, seguidora de las tradiciones clásicas, pero abierta discretamente a nuevas ideas (especialmente en historia) también a ciertas teorías quiméricas, al menos en lo poético.

Por entonces el futuro regente, duque de Orleans, le consultaba sobre muchos y diferentes asuntos. Este príncipe, escéptico más por las circunstancias que por la fuerza de la razón, aprovechó la aparición de su "Traité de l'existence de Dieu" para consultarle sobre el culto debido a Dios, la inmortalidad del alma y la libre voluntad. Fenelon contestó en una serie de cartas, de las que solo las tres primeras son repuestas a las dificultades propuestas por el príncipe. En conjunto forman una continuación del "Traité de l'existence de Dieu", cuya primera parte había sido publicada en 1712, sin el conocimiento de Fenelon.

La segunda parte apareció en 1718, después de la muerte del autor. Aunque era una obra casi olvidad de su juventud, fue muy bien recibida y pronto fue traducida al inglés y al alemán. Gracias a estas cartas y a este tratado sabemos algo de su postura ante la filosofía. Está influido tanto por S. Agustín como por Descartes. Para Fenelon los más fuertes argumentos de la existencia de Dios eran los que se basaban en las causas finales y en la idea de infinito, ambos desarrollados a lo largo de muchas páginas con encanto literario, más que con precisión y originalidad Los últimos años de Fenelon fueron tristes por las muertes de sus amigos.
 Hacia finales de 1710 perdió al Abbe de Langeron, compañero de toda la vida, en febrero de 1712 murió el duque de Borgoña, su discípulo y nos meses después el duque de Chevreuse; el de Beauvilliers en agosto de 1714. Fenelon les sobrevivió unos pocos meses. Aun pidió al rey que nombrase un heredero que fuese firme contra el Jansenismo y que ayudase al establecimiento de los Sulpicianos en su seminario. Con él desaparece uno de los más ilustres miembros del episcopado francés, ciertamente uno de los hombres más interesantes de su época. Debió su éxito exclusivamente a sus talentos y admirables virtudes. 
El renombre de tuvo en vida, creció tras su muerte. Desafortunadamente, su fama entre los protestantes se debió a su oposición a Bossuet y entre los filósofos, al hecho de que se opuso y fue castigado por Luis XIV. Precursor es para ellos un precursor de su propio escepticismo tolerante y de su filosofía al margen de la fe, un precursor de Rousseau, junto al que le colocaron en la fachada del panteón. La publicación de sus cartas ha manifestado los contrastes de su carácter, mostrándole al mismo tiempo antiguo y moderno, cristiano y profano, místico y estadista, demócrata y aristócrata, amable y obstinado, franco y sutil. Quizás no hubiera parecido más humano sui hubiera sido un hombre menos importante; sea o lo que fuere permanece como un o de las figura más atractivas, brillantes y sorprendentes que ha producido la iglesia católica.

La más conveniente y mejor de las ediciones de sus obras es la que empezó Lebel en Versalles en 1820 y fue terminada en París por Leclere en 1830. Comprende veintidós volúmenes, además de otros once de cartas sin contar uno de índices., treinta y tres en total agrupados bajo cinco títulos

 (I) Teológicos y de controversia (Vols. I-XVI), de los que el principal es "Traité de l'existence et des attributs de Dieu", cartas sobre varios temas metafísicos y religiosos; "Traité du ministère des pasteurs"; "De Summi Pontificis auctoritate", "Réfutation du système du P. Malebranche sur la nature et la grâce"; "Lettre à l'Evêque d'Arras sur la lecture de l'Ecriture Sainte en langue vulgaire", obras sobre el Quietismo y el Jansenismo. 
(2) Obras sobre temas morales y espirituales (Vols. XVII y XVIII): "Traité de l'éducation des filles"; sermones o obras de piedad 
(3) 24 sobreasuntos pastirales (XVIII).
 (4) Obras literarias (Vols. XIX-XXII): "Dialogues des Morts"; "Télémaque"; "Dialogues sur l'éloquence".
 (5) Escritos politicos (Vol. XXII): "Examen de conscience sur les devoirs de la Royauté"; variso memorandos sobre la Guerra de Sucesión española; "Plans du Gouvernement concertes avec le Duc de Chevreuse".

La correspondencia incluye cartas a amigos de la corte, como Beauvilliers, Chevreuse, y el duque de Borgoña; cartas de dirección y cartas sobre el Quietismo. Hay que añadir la "Explication des rnaximes des Saints sur la vie lnterieure" (Paris, 1697).

Fuentes

DE RAMSAY, Histoire de vie et des ouvrages de Fénelon (London, 1723), De BAUSSET, Histoire de Fénelon (Paris. 1808); TABARAND, Supplement aux histoires de Bossuet et de Fénelon (Paris, 1822), De BROGLIE, Fenelon a Cambrai (Paris, 1884); JANET, Fénelon (Paris, 1892); CROUSLE, Fénelon et Bossuet (2 vols., Paris, 1894); DRUON, Fénelon archeveque de Cambrai (Paris, 1905); CAGNAC, Fénelon directeur de conscience (Paris, 1903); BRUNETIRE en La Grande Encyclopedie, s.v.; IDEM, Etudes critiques sur l'histoire de la Iitterature française (Paris, 1893); DOUEN, L'intolerance de Fénelon (2d ed., Paris,1875); VERLAQUE, Lettres inedites de Fénelon (Paris, 1874)); IDEM, Fénelon Missionnaire (Marseilles, 1884); GUERRIER, Madam Guion, sa vie, sa doctrine, et son influence (Orléans, 1881); MASSON, Fénelon et Madame Guyon (Paris, 1907): DELPHANQUE, Fénelon et la doctrine de l'amour pur (Lille, 1907): SCANNELL, François Fénelon in lrish Eccl. Record, XI, (1901) 1-15, 413-432.


Hortensio Paravicino y Arteaga.


Biografía

Paravicino y Arteaga, Hortensio. Félix de San Juan. Madrid, XI.1580 – 12.XII.1633. Trinitario (OSST), predicador real y poeta.

Más conocido hoy por su magnífico retrato pintado por El Greco que por las ediciones de sus sermones, de su obra poética o de sus tratados en prosa, fray Hortensio Paravicino fue, en el Madrid de Felipe III y en los primeros años del reinado de Felipe IV, una personalidad de suma notoriedad. Nació hijo ilegítimo de Mucio Paravicino, noble milanés, y de Ana de Arteaga, oriunda de Guipúzcoa. Según parece, Mucio Paravicino y Ana de Arteaga no llegaron a casarse formalmente según las reglas de la Iglesia establecidas por el Concilio de Trento. Después de unos desposorios más o menos secretos, Mucio partió a Italia para recobrar su hacienda, proyectando venir a establecerse en España y celebrar entonces las velaciones del casamiento. Pero el niño nació durante el viaje del padre a Italia y fue bautizado en la parroquia de San Sebastián, sita en la calle de Atocha. A los pocos días, la madre murió de sobreparto. 
A su regreso, Mucio hizo grandes demostraciones de dolor, tomó el luto, organizando solemnes honras fúnebres a la difunta y no abandonó al niño. Lo entregó a una nodriza, Estefanía de Zorrilla, y a su esposo, Francisco de Morales, que vivían en la calle del Príncipe, donde acogieron al recién nacido huérfano y lo criaron durante su primera infancia. El niño tuvo una educación muy cuidada, demostrando gran precocidad intelectual, ya que, según todos los primeros biógrafos, sabía leer, escribir y contar perfectamente a los cinco años, habiéndose familiarizado con el latín.
Hacia 1588, Mucio Paravicino casó con Leonor Camarena y de esa unión nacieron dos varones, Francisco, futuro conde de Sangrá, y Tomás. El joven Hortensio vino a vivir a casa de su padre, en el mismo barrio, y se crió entonces con sus hermanastros. La madrastra no supo demostrarle el menor cariño y el niño se consolaba con su padre. Fue mandado poco después al Colegio jesuita de Ocaña, donde coincidió con Francisco de Quevedo, su exacto coetáneo.

A los catorce años se matriculó en la Universidad de Toledo, pasando seguidamente, en 1595, a la de Salamanca, donde oyó los cursos de Derecho civil y Cánones, cultivando ya la poesía y haciendo vida de estudiante rico. A los diecisiete años, recibió del cardenal Alberto de Austria, arzobispo de Toledo, el derecho de obtener prebendas y beneficios eclesiásticos. Prosiguió sus estudios, sin llegar a graduarse. En el curso del último año del siglo XVI, Hortensio, cumplidos ya los diecinueve, escogió la vida religiosa y entró en el noviciado del Convento de los trinitarios calzados de Salamanca. En enero de 1600, según declaraciones posteriores del interesado y de varios testigos, su padre le obligó a renunciar a su herencia. Poco después, el 18 de abril de 1600, fray Hortensio hizo su profesión y lo mandaron al Convento-Universidad de Santo Tomás de Ávila, donde prosiguió sus estudios, llegando a graduarse de maestro en Teología. En octubre de 1602, los superiores trinitarios le mandaron volver a Salamanca y matricularse en la Universidad para convalidar sus grados. Sacó poco después los grados de bachiller, de licenciado y seguidamente, en enero de 1603, el de maestro en Teología. El acto despertó interés y curiosidad en Salamanca, dada la corta edad del doctorando, pero también, parece, manifestaciones de hostilidad.
Poco después, el joven doctor y maestro en Teología fue nombrado lector de esa Facultad en el Colegio de Salamanca, y más tarde opositor a las Cátedras de su Universidad, asistiendo normalmente a sus claustros o juntas. Varios biógrafos han señalado que Paravicino fue mandado a Valladolid, donde entonces residía la Corte. No hay prueba documental, pero consta que entre 1603 y 1605 fray Hortensio no asistió a ningún claustro de primavera, mientras que estaba presente en los de verano y otoño. Podría ser, pues, que, recién ordenado de sacerdote, fuera enviado a la Corte para predicar los sermones de Semana Santa. En octubre, noviembre y diciembre de 1605, fray Hortensio participó en los claustros de la Universidad, y por aquel entonces se sitúa el episodio de su ingreso en la Orden de los Trinitarios Descalzos.
En diciembre de 1605, en efecto, viajó a Salamanca el reformador fray Juan Bautista de la Concepción para visitar su fundación, en la que vivían unos diez frailes. Había oído hablar del joven maestro fray Hortensio, que demostraba cierta inclinación hacia la reforma de la Descalcez. Fray Hortensio fue a menudo al mesón en el que vivían los descalzos a conversar con el reformador. Al poco tiempo, algunos días después de morir el padre maestro Estrella que había tenido gran influencia sobre él, fray Hortensio pidió el hábito de trinitario descalzo y lo recibió de manos del propio reformador, escogiendo el nombre de fray Félix de San Juan. Las discrepancias entre las dos ramas de los trinitarios, los calzados llamados “del paño” y los descalzos que habían de perpetuarse hasta la actualidad, explican que este episodio haya sido ocultado e incluso negado por los cronistas calzados. Pero, en realidad, se conocía el caso desde el siglo XVII, ya que el mismo reformador lo dejó detalladamente contado en sus escritos. Como era de suponer, los frailes “del paño” y los catedráticos de la Universidad hicieron todo lo posible para que fray Hortensio desistiera y se volviera a su Orden calzada y a la labor docente de la Universidad. Fray Félix de San Juan (alias fray Hortensio) se resistió durante cuatro semanas. Pero a las solicitaciones y persuasiones de sus antiguos hermanos de hábito o compañeros de banco, pronto se añadieron otras razones originadas por disensiones internas a la comunidad de los jóvenes frailes descalzos.
Antes de finales de enero de 1606, Paravicino acabó por reintegrar su Orden de Trinitarios calzados.
A poco tiempo, en ese mismo año de 1606, el provincial de Castilla, fray Rafael Díaz, lo destinó al Convento de Madrid para que ejercitara la predicación en la Villa y Corte. En abril de 1606, en el Capítulo Provincial, fray Hortensio fue elegido definidor de su provincia y a partir de entonces estuvo radicado en el Convento de la calle de Atocha. No obstante, consta en los libros de Salamanca que siguió asistiendo a los claustros de la Universidad hasta mayo de 1607.

Muy pronto empezó a predicar desde el púlpito del Convento de la Santísima Trinidad y de las diferentes iglesias parroquiales o conventuales de Madrid. Poco se sabe sobre esos primeros años madrileños. Conforme crecía su éxito y su fama de orador sagrado, fray Hortensio fue ampliando el círculo de sus relaciones en la Corte y en el mundo de las letras, tanto en Madrid como en Toledo. Muy rápidamente integró el grupo de poetas que giraban en torno a Lope de Vega y escribió las primeras censuras para sus libros, frecuentando con el Fénix numerosas academias literarias y justas poéticas. En 1609, muy probablemente, conoció a Góngora, trabando con él una profunda amistad, a pesar de los diecinueve años que los separaban. Paravicino fue uno de los primeros lectores del Polifemo y de las Soledades. Al final de su vida, el vate cordobés designó a fray Hortensio como uno de sus ejecutores testamentarios. También en ese mismo año de 1609 conoció a El Greco, quien hizo de él dos magníficos retratos, particularmente el más conocido, conservado hoy en el Museo de Bellas Artes de Boston. Todavía no se han documentado las relaciones de Paravicino con el Convento trinitario de Toledo y la vida cultural toledana en esos años en que Lope de Vega vivía en la Ciudad Imperial. Lo seguro es que fray Hortensio redactó en 1609 una censura para la Jerusalén conquistada de Lope, obra cuya impresión fue cuidadosamente preparada por Baltasar Elisio de Medinilla en Toledo. 
Más tarde escribió otras muchas censuras para obras del Fénix y de sus amigos en particular para la Limpia Concepción de la Virgen Señora nuestra, de Medinilla. Las estrechas relaciones de amistad entre fray Hortensio y el grupo de poetas y literatos que rodeaban a Lope no dejan lugar a dudas. Recientemente, la crítica literaria ha focalizado su atención sobre ese grupo presentado como posible autor colectivo del falso Segundo tomo del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, publicado bajo el seudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda en 1614. Bajo el impulso de Lope de Vega, varias plumas, principalmente la de Baltasar de Medinilla, pudieron haber colaborado. No sería extraño que Paravicino tuviera conocimiento del caso, participando directamente o no, en la obra colectiva.
Por entonces, Paravicino no cuidaba de dar sus sermones a la imprenta, pero crecía su fama y frecuentemente algunos nobles de la Corte o entidades como el Hospital de los Italianos o el Consejo de Italia le encargaban prédicas para marcadas ocasiones.
En 1616 Paravicino participó en el sonado evento religioso y literario de las fiestas organizadas en Toledo por el cardenal Bernardo de Sandoval y Rojas para la capilla de Nuestra Señora del Sagrario, y en las relaciones de esas fiestas se imprimió por primera vez un sermón suyo.
En ese mismo año de 1616, los trinitarios eligieron como ministro del Convento de Madrid a fray Hortensio, y al mismo tiempo recibió el cargo de comisario visitador para la provincia de Andalucía. Varias veces recibió de sus hermanos de hábito cargos importantes: dos veces fue elegido provincial de Castilla, en 1618 y en 1627, otra vez visitador de Andalucía y también otra vez ministro del Convento de Madrid.

En octubre de 1617, fray Hortensio formó parte de la numerosa comitiva que acompaña a la Familia Real y toda la Corte para participar en las suntuosas fiestas que el omnipotente privado, el duque de Lerma, organizó en la villa de su título. Para la solemne dedicación de la iglesia mayor se le encargó a Paravicino la predicación del sermón. Se lució notablemente el predicador, llevándose un general aplauso. Felipe III decidió entonces otorgarle a fray Hortensio el cargo de predicador real. Paravicino tuvo que someterse a la habitual información de limpieza de sangre. El proceso de esa información fue largo y dificultoso, dadas las condiciones del nacimiento y la desaparición de la fe de bautismo del candidato, el cual contaba no obstante con el firme apoyo del capellán mayor y patriarca de las Indias, el cardenal Diego de Guzmán. Al final se impuso una “verdad oficial” y fray Hortensio recibió el prestigioso título. Todos los documentos y las piezas de esa información se conservan en el expediente C 7720/1 del Palacio Real de Madrid y han sido modernamente editados en su totalidad. El caso es muy revelador de cómo se podían vencer entonces las mayores dificultades.
A partir de ese momento y durante más de quince años, Paravicino siguió inmerso en la vida de la Corte y en los acontecimientos diarios de la vida literaria de Madrid, predicando con asiduidad, dando sólo de vez en cuando a la estampa algún sermón suyo de especial ocasión o componiendo versos. Su celebridad no dejó de granjearle ataques y censuras que culminaron en 1627, con el conocido episodio de la sátira de Calderón de la Barca en El Príncipe constante. Pero Paravicino siguió con rotundo éxito su carrera de predicador cortesano, apoyado por el Rey, la Familia Real, el conde-duque y muchos grandes y títulos. En su convento de la calle de Atocha vivía la regla de su hábito con ciertas exenciones, con criados para ayudarle: en su celda tenía una rica biblioteca y recibía la visita de numerosos nobles y de los más notables ingenios de la Corte. Alternaba el desempeño de los cargos de su Orden, la predicación en la Capilla Real, en las iglesias o en los conventos y los diversos quehaceres literarios.

En 1633, fray Hortensio estaba a punto de recibir la sede episcopal de Lérida cuando su salud se alteró gravemente.
Estando un día de noviembre predicando ante el Rey y el nuncio, le dio un achaque muy fuerte y se desmayó. Felipe IV, muy condolido, le mandó la asistencia de los médicos de Cámara. Pero la etapa final de la enfermedad duró pocos días: el ataque definitivo le ocurrió el 6 de diciembre. Recibió el viático tres días después y la extremaunción al cabo de otros tres días. Murió el 12 de diciembre. El entierro fue muy concurrido, en presencia del Rey, de la Reina y de numerosos grandes y cortesanos. Las honras fúnebres se celebraron ocho días después, con igual asistencia real y cortesana, predicando fray Cristóbal de Torres, uno de los más brillantes continuadores de fray Hortensio. Esta oración fúnebre, muy en el estilo de Paravicino, quedó como ejemplo del atractivo que había ejercido su oratoria y como testimonio de su influencia.
Personalidad de los tiempos del Barroco, Paravicino vivió plenamente las contradicciones de su siglo: mundano y ligero o incluso manierista en su poesía profana, procuró ser ingenioso o conceptista en su poesía religiosa. En sus sermones, sin olvidar el mensaje evangélico y la voluntad de adoctrinar a sus oyentes, censurando sus defectos, Paravicino se mostró ante todo atento a la elegancia del discurso. Siempre se afanó por lograr un efecto de novedad hacia un auditorio más deseoso de divertimiento mundano o de placer literario que de austera espiritualidad. Por lo tanto, la moral que predicó fue una moral para fieles que vivían “en el mundo”, sin ascetismo ni misticismo.

Nutrido de las fuentes tradicionales, se valió a menudo de la Biblia, de los grandes autores clásicos griegos y latinos, de los padres de la Iglesia y de los escolásticos. Pero nunca se perdía en la erudición gratuita o la frivolidad. Su estilo selecto y refinado, sin llegar a la oscuridad que a veces se le achacó, queda supeditado a un pensamiento que nunca incurre en la facilidad. Marcado desde su juventud por los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola, Paravicino desarrolló a menudo en su poesía religiosa la “composición de lugar”, ofreciendo versos descriptivos y coloristas. Lector asiduo de Séneca, participó de la corriente del neo-estoicismo cristiano del siglo XVII.
Ya perceptibles en sus versos, los principios estoicos se manifiestan en sus sermones para culminar en un importante tratado al que ponía la última mano poco antes de morir, la Constancia cristiana, que quedó inédita (ms. 9/2076 de la Real Academia de la Historia de Madrid).
Poco inclinado a editar sus obras, Paravicino distribuía generosamente sus manuscritos. Sólo diez sermones circunstanciales, predicados a raíz de un acontecimiento de la vida de la Corte, fueron impresos en vida del autor, pero han llegado al presente más de cien discursos evangélicos y oraciones fúnebres.
Después de su muerte, sus amigos reunieron sus papeles y publicaron sus versos bajo el título de Obras Pósthumas, Divinas y Humanas de Don Félix de Arteaga.
Los trinitarios de Madrid juntaron sus sermones y dieron a la estampa varios sermonarios a lo largo del siglo XVII. La edición más completa y más autorizada fue realizada en el siglo XVIII por el provincial de Castilla, fray Alonso Cano.

Obras de ~: Sermón a la Presentación de la Virgen, Madrid, 1616; Epitafios a Felipe III, Madrid, 1621; Sermón del Augustísimo nombre de María, Madrid, 1622; Oración fúnebre a Fray Simón de Rojas, Madrid, 1624; Panegírico funeral a Felipe III, Madrid, 1625; Sermón de Santa Isabel, Madrid, 1625; Panegírico funeral a la Reina Margarita de Austria, Madrid, 1628; Sermón de Santa Teresa, Madrid, 1628; Sermón a Jesucristo desagraviado, Madrid, 1633; Oración fúnebre a la Infanta Sor Margarita de la Cruz, Madrid, 1633; Oraciones Evangélicas de Adviento y Quaresma, Madrid, 1636, 1639, 1645 y 1647; Obras Pósthumas, Divinas y Humanas de Don Félix de Arteaga, Madrid, 1641; Oraciones Evangélicas en las festividades de Cristo y su Santísima Madre, Madrid, 1638, 1640 y 1647; Oraciones Evangélicas y Panegíricos Funerales, Madrid, 1641 y 1646; Oraciones Evangélicas o Discursos Panegyricos y Morales, ed. de fr. A Cano, Madrid, 1766, 6 vols.; Sermones Cortesanos, ed., intr. y notas de F. Cerdán, Madrid, Castalia-Comunidad de Madrid, 1994.

Bibl.: E. Alarcos García, “Los sermones de Paravicino”, en Revista de Filología Española, XXIV (1937), págs. 162-197 y 249-319; E. J. Gates, “Paravicino, the gongorist poet”, en Modern Lenguajes Review, XXXIII (1938), págs. 540-546; P. G. Millán [seudónimo de E. Alarcos], “Paravicino y El Greco”, en Castilla, I, Valladolid, 1941, págs. 139-142; F. Cerdán, “Bibliografía de Fray Hortensio Paravicino”, en Criticón, 8 (1979), págs. 1-149; J. A. Rodríguez Garrido, “Persuasión retórica y estilo culterano en los sermones de Hortensio Paravicino”, en Boletín del Instituto Riva-Agüero (Lima), 13 (1984-1985), págs. 285-295; F. Cerdán, Catálogo general de los sermones de Fray Hortensio Paravicino, Toulouse, Hélios, 1990; Honras Fúnebres y Fama Póstuma de Fray Hortensio Paravicino, Toulouse, Hélios, 1994; Paravicino y su familia según el expediente 7720/1 del Palacio Real de Madrid y otros documentos, Toulouse, Hélios, 1994; Études sur Fray Hortensio Paravicino et la prédication de son temps (ed. microfichas), Lille, Universidad, 1995.

  

José María Bellido Morillas.



Andújar, España 1981. Licenciado en Filología hispánica, Doctor Europeo de Filosofía (Universidad de Bolonia), investigador contratado (Filología griega, Universidad de Granada).

Presidente de la Asociación Pedro Cubero de cooperación y Altos Estudios (Granada) y “Doctor Europaeus” en Filosofía (Universidad de Bolonia, 2007), es también licenciado en Filología hispánica y Guía Oficial de Turismo (2014). Ha colaborado en diversas revistas como El Catoblepas, Revista de Literatura o Communio: revista católica internacional o Intersticios. También escribe periódicamente en la revista de economía y política Confusión de confusiones.


COMUNA Y CIUDAD DE BRUSELAS.

Bandera municipal.



La ciudad de Bruselas ( en francés : Bruxelles o Ville de Bruxelles ) es la capital de Bélgica, de la Comunidad Flamenca , de la Comunidad Francesa y de la Región de Bruselas-Capital. El municipio tiene aproximadamente 194.000 habitantes, de los cuales aproximadamente un tercio vive en el histórico Pentágono, aproximadamente la mitad en la extensión norte , en los submunicipios de Laeken , Neder-over-Heembeek y Haren y el resto en los barrios alrededor de Avenue Louise . Bois de la Cambre. (juntos la extensión sur  y en la extensión oriental, el distrito europeo , la mayor parte del cual también pertenece al municipio.
El municipio de Bruselas es el quinto municipio más grande de Bélgica en términos de población. Toda la Región de Bruselas Capital, a menudo llamada simplemente Bruselas , incluye un total de 19 municipios con aproximadamente 1,2 millones de habitantes. El área urbana , incluidos los suburbios, tiene más de 1,8 millones de habitantes, lo que la convierte en la más grande del país.

Bruselas creció alrededor de un castillo en una isla del Senne . Cuando la ciudad se expandió, se construyeron las primeras murallas , de las cuales aún se conservan algunas partes. Pronto resultó ser demasiado pequeño y se construyó una segunda muralla pentagonal. Esto incluía siete colinas: Koudenberg , St.-Michielsberg, Warmoesberg , Kunstberg , St.-Pietersberg, Sablon y el Jardín Botánico
De este segundo muro, sólo queda sobre el suelo la torre de la Puerta de Halle ; Durante la construcción de la estación de metro Munthof se encontraron muros de contención subterráneos.
La ciudad se convirtió sucesivamente en la capital del Ducado de Brabante , las Diecisiete Provincias , los Países Bajos del Sur , el Reino Unido de los Países Bajos (junto con Amsterdam ), Bélgica , la Comunidad Flamenca , la Comunidad Francesa y la Región de Bruselas-Capital y es la capital de la Unión Europea .

En 1853, la zona del Barrio Europeo se anexó a la extensión oriental de Bruselas, en 1864 el Bois de la Cambre y la Avenue Louise que conducía a él siguieron con la extensión sur de Bruselas y en 1921 el municipio experimentó su mayor expansión. con la anexión de Haren , Laeken, Neder-Over-Heembeek y la extensión norte.

Subdivisiones1.-Bruselas
2.-Laeken
3.-Neder-Over-Heembeek
4.-Haren
Superficie 
 • Total32.61 km²

Laeken (Laeken en francés o Laken en neerlandés y alemán) es un área residencial al noroeste de comuna de Bruselas,  que hasta 1921 era una ciudad independiente. Cuenta con seis estaciones de metro, una biblioteca pública, un cementerio y otros edificios importantes, entre ellos el famoso Atomium, el parque de la exposición universal, Brupark, la residencia de los duques de Brabante, los invernaderos reales de Laeken, la iglesia neogótica de Nuestra Señora.
Alberga también el Castillo Real de Laeken donde reside la familia real belga desde la ascensión del rey Leopoldo I y donde Napoleón I firmó la declaración de guerra contra Rusia.
El Castillo Real de Laken fue construido entre 1782 y 1784 por Charles De Wailly, en 1890 fue destruido parcialmente y restaurado por Charles Girault.

La mención más antigua de Laeken ( Lacha ) data del año 1080. El pueblo dependía de la ciudad de Bruselas desde la Edad Media. Tras la invasión francesa de 1795 se convirtió en municipio independiente.
Laeken adquirió especial importancia cuando la entonces gobernadora María Cristina de Austria hizo construir el castillo de Laeken en 1784 , convirtiéndolo en residencia real.
Emile Bockstael fue alcalde de este municipio de 1872 a 1920. Durante su mandato, Laeken pasó de ser una zona rural a un suburbio de Bruselas. En 1898, Bockstael, junto con el rey Leopoldo II, trazó los planos para la urbanización de Laeken. El rey compró gran parte del municipio para ampliar el parque alrededor del castillo. El centro de Laeken se amplió con bulevares como el Bockstaellaan hacia la aldea de Heizel en Laeken . Al mismo tiempo, el municipio se convirtió en un centro industrial, gracias a su proximidad al puerto de Bruselas y a las líneas ferroviarias. Como resultado, también surgieron barrios obreros. La Juventud de Trabajadores Católicos fue fundada en Laeken por Jozef Cardijn , que era capellán en Laeken en 1912.
Debido a la ampliación del puerto, la mala situación financiera de Laeken y la presencia de la residencia real, el municipio de Laeken fue anexado a Bruselas en 1921. El monumental ayuntamiento de Bockstaelplein se terminó de construir en 1919, por lo que sólo sirvió como ayuntamiento de pleno derecho durante dos años.
El rey puso a disposición zonas para exposiciones y un parque. Esta zona se convirtió en Heysel , donde se celebraron dos exposiciones mundiales , en 1935 y 1958. De las ferias mundiales quedan numerosos edificios, como el Atomium y la Expo de Bruselas.

Neder-Over-Heembeek es una zona urbana y antiguo municipio parte de la comuna de Bruselas desde 1921. Se encuentra en el noroeste, encajado entre Bruselas Laeken , Vilvoorde y el canal marítimo de Bruselas-Escalda . Neder-Over-Heembeek tiene una superficie de 4,33 km² y cuenta con más de 17.000 habitantes.

Historia

Las antiguas menciones a la ciudad de Heembeek se remontan al siglo VII. En el lugar se crearon dos lugares de culto, las parroquias de Over-Heembeek en el sur y Neder-Heembeek en el norte, que quedaron bajo el patrocinio de la abadía de Dielegem en 1112 y 1155 respectivamente . Neder-Heembeek se encontraba aguas abajo y Over-Heembeek aguas arriba en Heembeek. Las dos parroquias permanecieron independientes durante siglos y administrativamente los pueblos también pertenecían a dos señoríos . En el siglo XVI se excavó el canal Bruselas-Escalda hacia el este a lo largo del Senne .
Las parroquias separadas se fusionaron en 1814. En 1813 , Neder-Over-Heembeek se convirtió en municipio independiente mediante la fusión de los entonces municipios de Over-Heembeek y Neder-Heembeek. El municipio permanecería independiente durante más de 100 años hasta que fue incorporado a la ciudad de Bruselas en 1921 . 
Sólo después de su incorporación a Bruselas comenzó realmente la urbanización y afrancesamiento del pueblo . Durante los siglos XIX y XX, la industria se estableció a lo largo del canal.

Haren es una zona urbana y desde 1921 parte de la ciudad belga de Bruselas. Anteriormente fue un municipio independiente. 

Historia 

El pueblo se desarrolló principalmente entre dos colinas: Dobbelenberg en el norte y Harenberg en el sur. Al final del Antiguo Régimen, Haren se convirtió en  un municipio.  
A mediados del siglo XIX se pavimentaron las primeras calles del centro del pueblo y alrededores). El 5 de mayo de 1835 se inauguro la primera línea ferroviaria del continente europeo. Haren tendrá una estación en esta línea ferroviaria, que desde 1880 se conocerá como estación Haren-Noord. 
Durante la Primera Guerra Mundial, los ocupantes alemanes construyeron un aeropuerto en Haren, que posteriormente se amplió hasta convertirse en el primer aeropuerto nacional de Bélgica. En 1921, el municipio de Haren fue anexado a la ciudad de Bruselas.  La primera terminal de aviones y la terminal más antigua de Bélgica fue demolida en 2007 para dar paso a los edificios de la OTAN.
Una pequeña parte de la localidad sigue siendo hoy una zona residencial. El pueblo todavía tiene un carácter rural, pero está completamente rodeado de vías férreas y zonas industriales. Por eso el pueblo está sólo ligeramente afrancesado. La población constituye sólo una pequeña minoría dentro de la metrópoli de Bruselas y, por tanto, tiene poco peso político.

No hay comentarios:

Publicar un comentario