Francisco Pizarro González. Conquistador del Perú. |
(Trujillo, 16 de marzo de 1478-Lima, 26 de junio de 1541) fue un conquistador español que, a principios del siglo XVI, lideró la expedición que inició la Conquista del Perú. Posteriormente sería nombrado gobernador de Nueva Castilla, con sede de gobierno en la Ciudad de los Reyes. Se le recuerda por haber logrado imponerse sobre el Imperio incaico con ayuda de diversos cacicazgos locales, conquistando el mencionado Estado imperial cuyo centro de gobierno se ubicaba en el actual Perú, además de establecer una dependencia española sobre él. Si bien tuvo el título de marqués, fue realmente «marqués sin marquesado». Tras la emancipación de la Corona de Su Majestad el Rey, sus descendientes tuvieron el título de marqueses de la Conquista, pero con el nombre de Atavillos. Sin embargo, es muy posible que en razón de su lealtad a la Corona le fuera como honra concedido el título de marqués de los Atavillos, siendo este el título utilizado por el cronista don Francisco López de Gómara en su Historia General de las Indias, capítulo CXXXII. También fue referido como marqués por Pedro Cieza de León en su libro Chrónica del Perú. Para sus huestes indígenas era conocido como Apu (‘jefe’, ‘señor’, ‘general’) o Machu Capitán (‘viejo capitán’) Biografía Hijo natural del capitán Gonzalo Pizarro, desde muy joven participó en las guerras locales entre señoríos y acompañó a su padre en las guerras de Italia. En 1502 embarcó en la flota que llevaba a las Indias a Nicolás de Ovando, el nuevo gobernador de La Española. Hombre inquieto y de fuerte carácter, Francisco Pizarro no logró adaptarse a la vida sedentaria del colonizador, razón por la que decidió participar en la expedición de Alonso de Ojeda que exploró América Central (1510) y luego en la de Vasco Núñez de Balboa que descubrió el océano Pacífico (1513). Entre 1519 y 1523, sin embargo, se instaló en la ciudad de Panamá, de la cual fue regidor, encomendero y alcalde, lo que le permitió enriquecerse. La conquista del Perú. Conocedor de los rumores que hablaban de la existencia de grandes riquezas en el Imperio de los incas, decidió unir la fortuna que había amasado con la de Diego de Almagro para financiar dos expediciones de conquista (1524-1525 y 1526-1528), que se saldaron con sendos fracasos. A causa de las penalidades sufridas en el segundo intento, Pizarro se retiró a la isla del Gallo con doce hombres, mientras Almagro iba a Panamá en busca de refuerzos. Los «trece de la fama» aprovecharon para explorar parte de la costa oeste de América del Sur, región que denominaron Perú, tal vez por la proximidad del rio Virú, y tuvieron constancia de la existencia de una gran civilización. No obstante, ante la negativa del gobernador de Panamá a conceder más hombres a Almagro, en 1529 Pizarro viajó a España a fin de exponer sus planes al rey Carlos V, quien, en las capitulaciones de Toledo (26 de julio de 1529), lo nombró gobernador, capitán general y adelantado de las nuevas tierras, designación real que provocó el recelo y la frustración de Almagro. De regreso en Panamá (1530), Pizarro preparó una nueva expedición de conquista, y en enero de 1531 embarcó con un contingente de 180 hombres y 37 caballos hacia Perú. Informado de la guerra que enfrentaba al emperador inca Atahualpa con su hermanastro Huáscar, el 16 de noviembre de 1532 el conquistador español se entrevistó en la ciudad de Cajamarca con Atahualpa y, tras exhortarle sin éxito a que abrazase el cristianismo y se sometiera a la autoridad de Carlos V, lo capturó en un sangriento ataque por sorpresa. El inca acordó con los extranjeros llenar de oro, plata y piedras preciosas una habitación a cambio de su libertad, pero de nada le sirvió cumplir su parte del pacto, pues Pizarro, reforzado por la llegada de Almagro al frente de un centenar de arcabuceros, acusó a Atahualpa de haber ordenado el asesinato de Huáscar desde la prisión y de preparar una revuelta contra los españoles, y ordenó su ejecución, que se cumplió el 29 de agosto de 1533. A continuación se alió con la nobleza inca, lo cual le permitió completar sin apenas resistencia la conquista de Perú, empezando por Cuzco, la capital del Imperio (noviembre de 1533), y nombrar emperador a Manco Cápac II, hermano de Huáscar. Poco después, Pizarro y Almagro se enemistaron por la posesión de Cuzco, y si bien primero unieron sus fuerzas para sofocar la rebelión indígena dirigida por Manco Cápac II contra el dominio español (1536), acabaron por enfrentarse abiertamente en la batalla de las Salinas, en abril de 1538. Derrotado y prisionero, Almagro fue procesado, condenado a muerte y ejecutado por Hernando Pizarro, hermano del conquistador (8 de julio de 1538). La venganza de los partidarios de Almagro, liderados por su hijo Diego de Almagro el Mozo, se produjo el 26 de junio de 1541, fecha en que Pizarro murió asesinado en su palacio de Lima, ciudad que él mismo había fundado a orillas del río Rímac seis años antes. |
Francisco Pizarro González Real Academia de Historia. Pizarro González, Francisco. Marqués de los Atabillos (I). Trujillo (Cáceres), c. 1478 – Lima (Perú), 26.VI.1541. Conquistador del Imperio de los Incas, gobernador de la Nueva Castilla, fundador de Lima. Francisco Pizarro, el futuro conquistador del Incario, nació en la extremeña Trujillo, ciudad con gran abolengo desde el temprano Medioevo. Fue hijo bastardo de Gonzalo Pizarro, apodado El Largo, y también El Romano. La madre de Francisco fue una mujer del pueblo de nombre Francisca González, criada del Monasterio de las Freilas de la Puerta de Coria, en Trujillo. El hidalgo se desentendió muy pronto de esta aventura y Francisca González tuvo que buscar refugio en la casa de su madre, donde nació el futuro conquistador. La niñez de Francisco transcurrió como la de cualquier otro niño modesto de la villa, dentro de una pobreza que, en ningún caso, llegó a la miseria. Es posible que el niño y más tarde muchacho, en algún momento, se hubiera dedicado a cuidar cerdos. Lo cierto es que cansado de esa vida, hacia 1493, Francisco Pizarro se junta con unos caminantes y marcha hacia la ciudad de Sevilla que por entonces vivía el deslumbramiento del éxito del primer viaje colombino, descubridor del Nuevo Mundo. Nada se sabe sobre el paradero ni las actividades que desarrolló Francisco Pizarro entre 1499 y 1501. Es posible que sobreviviera, con muchos trabajos y penurias, en Sevilla mientras encontraba la ocasión para embarcarse con destino a las Indias. Finalmente logró su deseo y en 1502 zarpó con destino al Nuevo Mundo en la flota que iba al mando de frey Nicolás de Ovando, gobernador de la Isla Española, llegando a la ciudad de Santo Domingo en abril del año antes mencionado. A partir de ese momento Francisco Pizarro iniciará una larga y laboriosa vida castrense. Pizarro no pasaba de ser un simple soldado que debía ir constantemente en diversas huestes con el propósito de pacificar a indios alzados o también a la tarea de fundar villas y fuertes. Hacia 1509 Francisco Pizarro, siempre como hombre de infantería, zarpa del puerto de la Beata a órdenes de Alonso de Ojeda, quien iba en pos del descubrimiento y conquista de la Nueva Andalucía. Junto a Ojeda, Pizarro está presente en la fundación del fortín de San Sebastián, el cual será el primero de su género en el continente, quedando al mando de él como lugarteniente de su jefe durante la ausencia definitiva de éste. Acatando sus órdenes reunió a la tropa y la llevó de regreso en dos bergantines, naufragando uno de ellos y salvándose Pizarro y otros castellanos en el otro. En plena navegación Francisco Pizarro se encuentra con Martín Fernández de Enciso, socio de Ojeda, y lo sigue a Cenú y Darién, lugar este último donde Enciso funda la primera ciudad en el continente americano, Santa María de la Antigua, donde Pizarro recibe un solar y queda avecindado en ella. Se puede advertir que ya para 1510 Francisco Pizarro era un “baqueano”, es decir, un hombre conocedor y con experiencia de la vida en Indias y, por ello, Ojeda le había nombrado su lugarteniente. Pizarro, iletrado pero prudente como pocos, logró mantenerse al margen de las querellas políticas aferrándose a su situación de hombre de armas. Por esta razón Núñez de Balboa lo envía al frente de un grupo explorador a las tierras del cacique Careta. Por órdenes de Balboa exploró el río de San Juan y vuelve, ya como lugarteniente de Balboa, a las tierras del cacique Careta que terminó aliándose con los españoles. Pizarro y una tropilla bajo su mando sigue la exploración y arriba a las posesiones del cacique Comagre. Allí, el hijo de éste, llamado Panquiaco, les habla de un lugar donde había abundancia de oro y Pizarro también recaba información de la existencia de un océano austral. Ocupando siempre el cargo de lugarteniente de Vasco Núñez de Balboa, Pizarro es uno de los hombres que estará presente el 25 de septiembre de 1513, cuando se aviste el llamado Mar del Sur (Océano Pacífico), ingresando a sus aguas en pos del pendón de Castilla que enarbolaba Balboa y tomando posesión del inmenso mar el 29 de septiembre del año antes mencionado. En 1518 el capitán Pedrarias Dávila le encomienda a Pizarro que tome prisionero a Vasco Núñez de Balboa, lo cual cumplirá en el Golfo de San Miguel. Pedrarias nombrará a Pizarro regidor del primer Cabildo que se establece en la ciudad de Nuestra Señora de la Asunción de Panamá, situada sobre el Mar del Sur, y hasta allí acudieron multitud de hombres, mujeres y comerciantes, lo que produjo un acelerado crecimiento de dicha ciudad (1521). Pizarro es elegido alcalde ordinario de Panamá. Para 1522 Pizarro es capitán de la guardia del gobernador Pedrarias Dávila y lo acompaña a la fundación de la ciudad de Santiago de los Caballeros de Natá, retornando poco después a Panamá. En octubre del año antes mencionado la posición social y económica de Francisco Pizarro recibe un significativo impulso, pues se le destina un reparto de indios tributarios cuyo número ascendía a ciento cincuenta en la Isla de Taboga. Para el mes de julio de 1523 la ciudad de Panamá experimenta una gran conmoción. Acababa de regresar Pascual de Andagoya de un viaje explorador al Señorío de Virú, Pirú o Perú. Ya por entonces las noticias de la existencia de territorios abundosos en oro y plata eran cada vez más precisas. Pizarro tenía formada una sociedad de bienes con Diego de Almagro, otro baqueano como él. A esta sociedad se agregaría el clérigo Hernando de Luque, quien se desempeñaba como maestrescuela de la Catedral del Darién. Entre los tres socios llegaron a juntar aproximadamente 18.000 pesos de oro. Su objetivo era llegar, por Levante, a esas ricas tierras de oro que Pascual de Andagoya había desistido de explorar. Francisco Pizarro sería el capitán de la hueste, Almagro el encargado de aprovisionarla y Luque se ocuparía de todos los trámites de carácter burocrático y de evitar que otras personas se interpusieran en ese cometido que tantas esperanzas había despertado entre los tres socios. El 14 de noviembre de 1524 levó anclas en Panamá una pequeña carabela llamada Santiago o Santiaguillo. Allí iba Pizarro con ciento doce hombres. El piloto, muy importante por su experiencia, era Hernán Pérez Peñate. La singladura prosiguió hasta el Puerto de Piñas, donde apenas se detuvieron para continuar a Puerto Deseado arribando finalmente, cuando ya concluía el año 1524, al que llamaron Puerto del Hambre, como recuerdo de los grandes sufrimientos que tuvieron en una región de manglares absolutamente inhóspita y agresiva. Prosiguiendo su viaje navegaron deteniéndose en puntos a los cuales iban dotando de nombres como las bocas de los ríos de Los Mojones, de Los Saltos, de la Vela, Tunse, etc. En abril estaban en el Fortín del Cacique de Las Piedras, en el llamado río de La Espera. Allí Pizarro y sus hombres tuvieron que rechazar un fuerte ataque de los indios. El propio caudillo de la hueste sufrió siete heridas, por suerte ninguna grave. A estas alturas ya no cabía duda de que la expedición había sido un fracaso y la mayoría de los hombres insistía en volver a Panamá. Pizarro se obstinó en retirarse solo hasta Chochama, en el Golfo de San Miguel, donde esperó a Diego de Almagro, quien llegó a ese punto en julio de 1525. Durante el tiempo que Almagro salió con otra carabela en busca de Pizarro, descubrió el río San Juan. El piloto de esta embarcación era Bartolomé Ruiz, quien habría de jugar un papel importantísimo en estas navegaciones. Cuando Pedrarias se enteró del fracaso de Pizarro, tomó la decisión de destituirlo. Luque y Almagro tuvieron que actuar con gran habilidad para convencer a Pedrarias que no tomara decisiones apresuradas y le diera a Pizarro otra oportunidad. En este punto Pedrarias cedió a los ruegos con la condición de que Almagro también fuera capitán, al igual que Pizarro, respondiendo ambos de las futuras jornadas que emprendieran. En el segundo viaje zarpan de Chochama. Esta vez van ambos capitanes: Pizarro y Almagro y llevan dos carabelas, la Santiago y la San Cristóbal. Su primera medida es atacar e incendiar el Fortín del Cacique de Las Piedras, que a partir de ese momento recibirá el nombre de Puerto Quemado. Prosiguen luego hasta desembarcar en el delta del río San Juan donde obtienen un botín cuyo valor es aproximadamente de 15.000 pesos castellanos. Luego de una breve estada en dicho lugar continúan hasta la Isla de la Magdalena y la Costa de Barbacoas, desde donde deciden regresar al estuario del río San Juan. En ese punto Pizarro y Almagro trazan las futuras operaciones y deciden que el piloto Bartolomé Ruiz explore siempre con rumbo al sur. La orden se cumple de inmediato mientras la hueste se queda durante casi seis meses en San Juan. El viaje de Bartolomé Ruiz fue trascendental, pues tuvo un encuentro con la llamada balsa tumbesina, es decir, una balsa de grandes proporciones tripulada por indios de Tumbes que tenía una vela parecida a la de las carabelas. Allí Ruiz y sus compañeros pudieron recoger las primeras noticias que evidenciaban la existencia, todavía mucho más hacia el sur, del Imperio incaico. La larga espera de la hueste se alivió en algo gracias a que Almagro fue a Panamá para retornar con alimentos y algunos hombres de refuerzo. Cuando recibieron las noticias de Bartolomé Ruiz decidieron seguir hacia San Mateo, Atacámez y llegaron a la Isla del Gallo. Las desavenencias entre los socios se hacían más constantes. Pizarro y su gente —estamos en mayo de 1527— deciden quedarse en la inhóspita Isla del Gallo, mientras Almagro iba a Panamá en busca de refuerzos, a la par que llevaba consigo a los soldados que ya no deseaban continuar en una expedición desafortunada. La estada de Pizarro y su pequeña hueste en la Isla del Gallo fue una etapa durísima, en la mayoría de esos hombres primaba el deseo de regresar a Panamá. Francisco Pizarro seguía firme en su decisión de no volver sin evidencias de un éxito futuro. Utilizando la astucia, uno de los descontentos había enviado con los hombres de Almagro un ovillo de lana, como obsequio a la esposa del gobernador, dentro del cual se escondía un papel con una copla donde se motejaba a Pizarro de carnicero y a Diego de Almagro de recogedor. Gobernaba Panamá Pedro de los Ríos, quien decidió enviar a Juan de Tafur con una carabela con el encargo de recoger a Pizarro y a todos sus hombres. Fue entonces cuando tuvo lugar el famoso episodio que consagraría a los Trece de la Fama. Pizarro, según la historia mezclada con leyenda, trazó con su puñal una raya en la húmeda playa pidiendo que los que quisieran seguir acompañándole la cruzaran. Sólo trece de sus soldados decidieron seguir su suerte. Pizarro y sus acompañantes, abandonados por Tafur, improvisaron una balsa para dirigirse a la Isla de la Gorgona, donde pudieron ser alcanzados por la carabela de Bartolomé Ruiz. A bordo de ella siguieron navegando hacia el Sur, tocando en el Cabo Santa Elena, en el río de la Concepción y en la Isla de Puná. Pero lo sorprendente lo encontraron los españoles en el pueblo incaico de Tumbes, donde pudieron apreciar de una manera que no dejaba la menor duda que se encontraban en los linderos de un gran reino, cuyas riquezas podrían ser extraordinarias. Llenos de esperanza siguieron explorando, siempre al sur, donde pudieron recoger objetos de oro y plata y primorosos tejidos. Pizarro ya no necesitaría esforzarse para convencer a los incrédulos del éxito que se podía alcanzar. Regresó entonces a Panamá, donde Pedro de los Ríos comenzó a ponerle una serie de trabas, por lo que los socios decidieron que Francisco Pizarro, a quien consideraban el más caracterizado, viajara a España para obtener una Capitulación directamente con la Corona. Pizarro partió con rumbo a España desde el puerto de Nombre de Dios, entre septiembre y diciembre de 1528. Los primeros días de febrero de 1529, Pizarro viajó a Toledo. Un mes más tarde, en junio, Francisco Pizarro y la Corona pudieron ponerse de acuerdo para que esta última otorgara una Capitulación, que por haber sido concedida en Toledo, el 26 de julio de 1529, llevó el nombre de esta ciudad, que lo autorizaba a conquistar la llamada Nueva Castilla, el nombre burocrático hispano que tendría el Perú. En ese documento Francisco Pizarro recibía el nombramiento de gobernador, adelantado y alguacil mayor del Perú. Almagro era reconocido hidalgo y nombrado alcalde de la Fortaleza de Tumbes, la ciudad incaica que tanto había impresionado a los conquistadores. Hernando de Luque obtenía el obispado de esa ciudad todavía no fundada y, además, el título de Protector de los Indios. Los Trece de la Isla del Gallo recibieron hidalguías y si ya lo eran, obtuvieron el honor de ser considerados Caballeros de Espuela Dorada. Pizarro viajó a Trujillo, su ciudad natal, donde conoció a sus medio hermanos, Hernando (hijo legítimo), Juan y Gonzalo Pizarro, bastardos como él. Igualmente se enteró de que tenía un hermano materno: Francisco Martín de Alcántara. La nueva que llevaba Francisco Pizarro era deslumbrante y, por esta razón, sus hermanos, otros parientes y buen número de habitantes de Trujillo y extremeños en general decidieron engancharse en su banderín y viajaron a Sevilla para embarcarse, luego de tres meses de aprestos en Sanlúcar de Barrameda. Corrían los últimos días de 1530. En total Pizarro llevaba cuatro navíos. Tocaron en Santa Marta para arribar finalmente a Nombre de Dios. Allí les esperaba ansiosamente Almagro pero las albricias se trocaron muy rápidamente en reproches. Almagro no estaba de acuerdo con el tenor de la Capitulación, en donde los honores e incluso el hábito de la Orden de Santiago eran para Pizarro. Otro elemento de crispación fue la presencia de los hermanos de Francisco Pizarro, sobre todo la de Hernando, quien asumió de facto el papel de vocero de la familia. Para remediar la enemistad entre Pizarro y Almagro fue necesaria la mediación de Hernando de Luque, Gaspar de Espinosa, Nicolás de Ribera y otros castellanos de buena voluntad. La situación se había salvado pero el recelo entre los viejos socios no desaparecería jamás. Decididos a la conquista del Perú se compraron dos navíos grandes, se reclutó más hombres en Panamá, se compró bastimento, algunos caballos y todo lo necesario para la navegación. Luego de bendecir las banderas se procedió al zarpe desde Panamá el 20 de enero de 1531. En este tercer viaje, definitivo y venturoso, Pizarro llevaba ciento ochenta hombres y treinta y siete caballos. Llegan a Atacamez, Cancebí y a Coaque, a finales de febrero, donde la hueste tuvo que vivaquear durante siete meses ya que la mayoría de los hombres fueron acometidos por una epidemia de verrugas que estuvo a punto de conducirlos al fracaso. Ya repuestos siguieron avanzando, de Norte a Sur, y utilizando balsas pasaron a la isla de Puná a fines de noviembre. La estancia en Puná se prolonga algunos meses y a principios de abril Pizarro desembarcó en Tumbes. Corría el mes de mayo de 1532. Desde este punto marcharon a San Miguel de Tangarará, donde el 15 de agosto Francisco Pizarro funda la primera ciudad hispana en el Perú. Los castellanos tenían ya un centro de operaciones que, entre otras cosas, podía servirles como lugar para reagruparse en caso de ser necesaria una retirada. Ahora el gran interés de Pizarro era conocer al monarca indígena y sabía que para ello tendría que internarse en territorio desconocido y obviamente lleno de peligros. En un ámbito totalmente distinto al que habían conocido hasta entonces en Tierra Firme. En circunstancias que Pizarro llevaba a cabo su primer intento descubridor, había muerto el inca Huayna Capac, uno de los más poderosos conquistadores del Imperio Andino. Su desaparición trajo consigo la desavenencia entre dos de sus hijos que alegaban derechos para ocupar el Trono. Uno de ellos era Huáscar y el otro Atahualpa. La pugna entre ambos hermanos terminó en una guerra en la cual Huáscar resultó vencido y prisionero. Además de esta circunstancia política anómala al momento de la conquista hay que tomar en cuenta que muchos pueblos dominadas por los incas desde el Cuzco, como los Huancas o los Chachapoyas, entre otros, vieron en los españoles a los aliados que podrían ayudarlos para romper con la dominación cuzqueña. Pizarro supo aprovechar estas disensiones y conseguiría leales aliados indígenas. Pizarro partió de San Miguel de Piura en busca de Atahualpa el 24 de septiembre de 1532. La marcha hacia Cajamarca fue una verdadera proeza de valor ante lo desconocido. Entre jinetes y peones Pizarro llevaba ciento sesenta hombres, que había podido reclutar gracias al arribo a territorio peruano de Hernando de Soto y Sebastián de Belalcázar. Desde meses atrás Pizarro y Atahualpa habían iniciado una serie de contactos en donde los hombres del inca trataban de espiar a esas gentes para ellos con costumbres tan distintas a las suyas. Finalmente el 15 de noviembre de 1532 Pizarro y los suyos estaban en Cajamarca donde el inca aguardaba rodeado de un ejército de miles de hombres y de un boato realmente excepcional. Pizarro distribuyó a sus hombres en dos pelotones de caballería y él se puso al frente de los infantes. Su única posibilidad de triunfo era el factor sorpresa. Atahualpa, por su parte, pecó de excesiva confianza, la cual tenía un asidero real: su inmensa superioridad numérica. Con toda la majestuosidad de un monarca, Atahualpa inició la marcha hacia la plaza de Cajamarca donde lo esperaba la emboscada de los españoles. Pizarro dio la orden, se disparó un pequeño cañoncillo y unos pocos arcabuces y al gritó de “Santiago” los pelotones de caballería, donde los equinos llevaban preteles de cascabeles para hacer mayor ruido, embistieron a los confiados hombres del inca que no atinaron a una defensa eficaz y sólo buscaron defender a su Monarca muriendo muchos de ellos estoicamente a su lado. Atahualpa fue arrancado de las lujosas andas en que era llevado a hombros y con ello el triunfo estaba asegurado para los españoles, pues nadie osaba efectuar ningún movimiento si el inca no lo ordenaba. Bernard Lavallé, en su biografía de Francisco Pizarro, apunta que antes del ataque de los españoles en Cajamarca el sacerdote dominico fray Vicente de Valverde puso en práctica “el Requerimiento”, es decir, conminó al inca para que se sometiera al Monarca hispano y abjurase de su idolatría. Estas palabras, sin duda mal transmitidas por un joven intérprete indio, sólo causaron el desprecio de Atahualpa. El trato que dispensó Pizarro al inca cautivo fue generoso. Impidió cualquier tipo de vejámenes. Atahualpa ya tenía muy claro que el interés de los españoles estaba centrado en el oro y la plata y por ello, poco a poco, con el correr de las semanas fue urdiendo una propuesta con la que pensaba salvar la vida e incluso obtener la libertad: ofrecer un fabuloso rescate en metales preciosos que colmaría las más exageradas ambiciones de los castellanos. Fue entonces cuando el inca dijo que entregaría a los españoles una habitación llena de oro y otras dos iguales llenas de plata en un plazo de dos meses. Inicialmente el inca hizo su propuesta porque temía que los españoles pudieran matarlo. Pizarro pudo haberlo hecho, pero es evidente que apreciaba su valor como rehén y no había escatimado esfuerzos para capturarlo vivo. Ahora, a su alivio al ver que los indios seguían obedeciéndolo en su prisión, se sumaba la imaginable alegría al enterarse que además le traerían un rescate totalmente fantástico a su propio campamento. Por estas razones aceptó sin vacilar. Casi inmediatamente partieron veloces mensajeros enviados por el inca ordenando que se enviara a Cajamarca objetos de oro y plata con la mayor prisa. Mientras tanto Pizarro ordenó a su hermano Hernando que con una tropilla de jinetes bajara a la costa, lo que le permitió llegar hasta el famoso santuario de Pachacamac. En Cajamarca los españoles tomaron conocimiento de la existencia de la ciudad del Cuzco, donde abundaba el oro, pues era la capital del Imperio. De más está decir que ahora el interés de los castellanos estaba centrado en marchar lo antes posible en pos de esa ciudad. En abril de 1533 llegó a Cajamarca Diego de Almagro con un importante refuerzo de hombres a caballo y peones. La gente de Almagro no podría participar del reparto de los metales preciosos producto del rescate de Atahualpa. Almagro entonces tuvo que soportar la presión de sus hombres que le pedían emprender inmediatamente el camino hacia el Cuzco. Es aquí donde Francisco Pizarro tuvo que hacer prevalecer la fuerza de su carácter para impedir cualquier tipo de amotinamiento. Mientras pasaban los días, sudorosos cargadores indios llegaban con los ricos metales y se iba cumpliendo la entrega del rescate. En esas circunstancias los hombres de Almagro y también algunos de los de Pizarro agrandaron el rumor de que un ejército incaico se aproximaba a Cajamarca con el propósito de salvar al inca. Esta conspiración, cuya veracidad nunca pudo ser probada, fue el motivo para que se iniciara un proceso contra Atahualpa. Pizarro dudó sobre la necesidad de este trámite, pero finalmente cedió a las presiones y se inició el juicio. Atahualpa era acusado de haber ordenado desde su prisión el asesinato de su hermano Huáscar, vencido y prisionero. Se le acusaba también de polígamo, idólatra, de haber usurpado el trono incaico y de incestuoso. Finalmente se produjo la sentencia y el inca fue condenado a morir en la hoguera, salvo que antes de ello aceptara las aguas del bautismo. Atahualpa no tuvo más remedio que optar por esto último y recibió la muerte mediante garrote vil el 26 de julio de 1533. Ya se había ordenado la fundición de los metales preciosos, y todos los presentes en la captura del inca, de acuerdo a su rango, recibieron ingentes sumas. La parte que le tocó a Francisco Pizarro, a sus hermanos y a Diego de Almagro fue verdaderamente fabulosa. También se apartó el quinto del Rey, o sea, la porción que le correspondía del tesoro y se dispuso que Hernando Pizarro lo condujera a España para entregárselo al Monarca. Los testimonios más cercanos a los hechos indican que Francisco Pizarro no fue partidario de la ejecución del inca, pero tampoco se opuso de una manera férrea a que se llevara a cabo. Muerto Atahualpa los españoles se encontraron ante la necesidad de elegir un inca, para evitar la anarquía entre los indios. El designado fue Túpac Huallpa, hermano de Atahualpa, que por supuesto estaba supeditado a las órdenes de Pizarro. Efectuado el reparto del rescate ya nada los detenía en Cajamarca e iniciaron la marcha hacia el Cuzco. En el camino falleció misteriosamente Túpac Huallpa y los españoles finalmente ingresaron al Cuzco el 14 de noviembre de 1533. Pocos meses más tarde, para ser más precisos el 23 de marzo de 1534, Francisco Pizarro realizó la fundación española del Cuzco. Poco después marchó a Jauja, ciudad fundada meses antes, donde recibió a Rodrigo de Mazuelas, quien le traía documentos de España, siendo el más importante de ellos una Real Cédula que aumentaba su gobernación veinticinco leguas al sur de Chincha. Pizarro hizo de Jauja su centro de operaciones durante los meses siguientes y comenzó a otorgar depósitos de indios a sus soldados. A fines de diciembre Pizarro y su comitiva llegan a Pachacamac. Durante ese año que terminaba había nacido en Jauja una hija del conquistador extremeño, cuya madre era Inés Huaylas Ñusta, hija del inca Huayna Capac. El de 1535 sería un año muy importante en la vida de Pizarro. Desde Pachacamac envió a tres jinetes con el encargo de recorrer el valle del Rimac e informar si era propicio para fundar ahí la capital de su gobernación de la Nueva Castilla, ya que Jauja no había reunido las condiciones necesarias. Los hombres misionados por Pizarro retornaron a Pachacamac con noticias favorables y entonces Pizarro marchó al valle del Rimac donde fundaría el 18 de enero la Ciudad de los Reyes, que muy pronto se conocería con el nombre de Lima, actual capital de la República del Perú. Antes de continuar debemos retroceder un año en este relato de la vida de Francisco Pizarro. De una manera sorpresiva se supo que Pedro de Alvarado, adelantado de Guatemala, estaba en Quito, que pertenecía a la gobernación de Pizarro. De inmediato se dictaron disposiciones para impedir que Alvarado, cuyo ímpetu era muy conocido, tomara decisiones difíciles de solucionar. Belalcázar partió desde San Miguel, en la costa, y lo propio hizo Almagro, desde el Cuzco, con el propósito de darle alcance y saber cuáles eran sus intenciones. En realidad Alvarado buscaba posesionarse del Cuzco y, si esto no era posible, se hubiera conformado con Quito. Sin embargo, no tenía autorización real para realizar ni una ni otra cosa. Había logrado reunir una importante hueste donde militaban hombres que posteriormente jugarían un rol importante en la conquista y población del Incario. Ante la firme posición de los delegados de Pizarro, Pedro de Alvarado optó por aceptar 100.000 pesos de oro a cambio de entregar a Pizarro la mayor parte de los navíos que lo habían acompañado, y a su hueste. Luego de la fundación de Lima, del reparto de solares y de la entrega de indios a sus hombres y a diversas órdenes religiosas, se inicia para Francisco Pizarro una etapa de intensa actividad. El 5 de marzo de 1535 funda la ciudad de Trujillo. Por esos días se enteró que Diego de Almagro había recibido de la Corona el título de gobernador de la Nueva Toledo. Los límites de las gobernaciones de la Nueva Castilla y la Nueva Toledo serían, muy poco después, la causa del rompimiento definitivo entre Pizarro y Almagro. Pizarro marchó al Cuzco donde arribaría los primeros días de junio y allí conferenció con Almagro para planear la conquista de Chile, que llevaría adelante el Gobernador de la Nueva Toledo. Aparentemente se había renovado la amistad entre los socios, pero la mutua desconfianza nunca desaparecería. Finalizaba el año de 1535 y Pizarro regresó a Lima. Allí llegó su hermano Hernando, procedente de España, que le trajo excelentes noticias. La Corona le concedía setenta leguas al sur de su gobernación, quedando así anuladas las veinticinco que se le había otorgado anteriormente. Pizarro nombró a su hermano Hernando teniente de gobernador en el Cuzco, y él decidió continuar en Lima. Ese año, no se sabe en qué mes, nació en la futura capital del Perú, Gonzalo Pizarro Yupanqui, segundo hijo de Francisco Pizarro y de Inés Huaylas Ñusta. Luego de una corta visita a Trujillo, Pizarro retornó a Lima a inicios de mayo de 1536 donde angustiados mensajeros lo esperaban para noticiarlo que Manco Inca había iniciado una gran sublevación en el Cuzco y que los españoles, entre los que se encontraban sus hermanos Hernando, Juan y Gonzalo, corrían gravísimo peligro de perder la vida. Esa sublevación también avanzó sobre Lima, pero le dio tiempo a Pizarro para enviar hasta cinco expediciones de socorro con destino al Cuzco. Todos los españoles fueron muertos en el camino, a excepción de algunos hombres que iban en el último contingente que pudieron retornar a Lima. Pizarro había ya enviado también urgentes mensajes pidiendo auxilio a Panamá, Nicaragua y México. Mientras tanto un gran ejército inca, a principios de agosto de 1536, puso cerco a la flamante capital de la Nueva Castilla. La hueste incaica estaba al mando de Tito Yupanqui. En septiembre llegaron los primeros refuerzos al mando de Alonso de Alvarado y luego de una cruenta lucha los españoles consiguen dar muerte a Tito Yupanqui, con lo cual sus soldados se desconcertaron y emprendieron la retirada hacia el Cuzco. Inmediatamente después Pizarro dispuso que Alonso de Alvarado marchara al Cuzco con una expedición para socorrer a esa ciudad. La llegada de Almagro de retorno de su fracasada expedición a Chile hizo que el cerco se levantara y Manco Inca y sus hombres más adictos buscaron refugio en la agreste zona de Vilcabamba. El peligro de la gran insurrección india había pasado. Ahora el problema volvía a ser la relación entre los viejos socios convertidos en gobernadores. Almagro pretendía quedarse con la ciudad del Cuzco, cosa que provocó el inmediato rechazo de Pizarro. Lo cierto era que resultaba muy difícil, por la falta de conocimiento real de los territorios, trazar los límites entre ambas gobernaciones. Almagro había conseguido sorprender a la hueste de Alonso de Alvarado y de esa manera se había generado un clima de beligerancia armada entre los dos gobernadores. Almagro bajó con sus hombres hacia la costa y fundó en Chincha una ciudad que Pizarro juzgó quedaba dentro de su gobernación. Nuevamente se propuso la mediación para evitar un conflicto. Pizarro y Almagro se entrevistaron en Mala, un lugar costeño ubicado entre Lima y Chincha. Esto tuvo lugar el 13 de noviembre de 1537. Lo que pretendía ser una nueva reconciliación estaba fracasada desde sus inicios, pues ambos gobernadores recelaban el uno del otro. Sin embargo, la habilidad de Francisco Pizarro logró que Almagro pusiera en libertad a sus hermanos Hernando y Gonzalo que estaban presos en el Cuzco. El otro hermano, Juan, había muerto intentando asaltar la fortaleza de Sacsahuaman. Para los consejeros de Almagro éste fue un gran error, pues no se equivocaban al pensar que Hernando Pizarro tomaría el manejo de la controversia y sería implacable contra Almagro. Con el respaldo de su hermano Francisco, Hernando Pizarro formó un ejército que marchó hacia el Cuzco en busca de Almagro. Éste se encontraba muy enfermo y dejó el mando de sus hombres a Rodrigo Orgóñez. En esta circunstancia ni Hernando Pizarro ni Almagro pensaban en una solución pacífica sino en un choque de armas, que tuvo lugar en el campo de Las Salinas, en las proximidades del Cuzco, el 26 de abril de 1538. Pizarristas y almagristas lucharon con ferocidad verdaderamente increíble teniendo como mudos espectadores a miles de indios. La victoria se inclinó por el bando pizarrista y Almagro fue apresado, se le inició proceso y, finalmente, se le condenó a muerte. Éste es uno de los temas controvertidos en la biografía de Francisco Pizarro. Permaneció en Lima y “dejó hacer” a su hermano Hernando. A Diego de Almagro se le cortó la cabeza en el Cuzco el 8 de julio de 1538. Las noticias de la rivalidad entre Pizarro y Almagro habían llegado a la Corte, quien decidió enviar al licenciado Cristóbal Vaca de Castro, quien traía reales provisiones para asumir la gobernación de la Nueva Castilla en el caso de que Pizarro hubiera muerto. Por diversas circunstancias la navegación de Vaca de Castro fue penosa y tardó muchos meses en arribar al Perú. Mientras tanto, Francisco Pizarro marchó nuevamente al Cuzco, donde nació, a inicios de 1539, su hijo Francisco Pizarro Yupanqui, engendrado en la ñusta Angelina Yupanqui, bisnieta de Pachacutec. El 29 de enero de 1539 Pizarro fundó la ciudad de San Juan de la Frontera de Huamanga. Por esos días recibió una Real Cédula del emperador Carlos V concediéndole un marquesado. Francisco Pizarro volvió al Cuzco y desde allí envió una carta al Emperador agradeciéndole el título nobiliario que podría complementarse con el nombre de Atabillos, de tal suerte que fuera el Marquesado de los Atabillos. En los primeros meses de 1540 ya Pizarro estaba en su capital. Se sentía al margen de empresas guerreras e hizo públicas las Ordenanzas para el Buen Gobierno del Perú y el Bienestar de los Indios. Por este tiempo también se dedicaba a labores de carácter administrativo otorgando “entradas” y repartimientos de indios. José Antonio del Busto dice que la vida de Pizarro era plácida y de una gran sencillez: “Las tardes las gastaba en visitar a los vecinos, aceptándoles algún dulce o vaso de vino. En tales visitas no admitía que lo llamasen Marqués rogándoles que lo tratasen de Señoría, algo más acorde con su cargo de capitán general”. A finales de 1540 nació en Lima su hijo Juan Pizarro Yupanqui, que tuvo como madre a la ñusta Angelina Yupanqui. El año 1541 se inició con siniestras murmuraciones y una evidente crispación generada por los partidarios de Almagro que vivían en Lima en la mayor pobreza. Se decía que ellos habían proclamado al hijo mestizo de Diego de Almagro, quien tenía el mismo nombre que su padre y el apelativo El Mozo, como su jefe, y que compraban armas, haciendo los mayores sacrificios, con el propósito de dar muerte a Francisco Pizarro. Pizarro desdeñó los rumores de la conspiración y lo único que hizo fue procurar quedarse la mayor parte del tiempo en su casa. Llegó finalmente el domingo 26 de junio de 1541 cuando un grupo de almagristas, aproximadamente veinte o treinta, asaltó la morada de Pizarro a los gritos de “¡Viva el Rey! ¡Mueran tiranos!”. Pizarro se hallaba conversando con un nutrido grupo de personas, quienes al escuchar los gritos homicidas escaparon en la mejor forma que pudieron. Pizarro se había puesto apresuradamente una cota y, según el cronista Pedro Cieza de León, al tomar su espada dijo: “Vení, acá, vos, mi buena espada, compañera de mis trabajos”. Y salió con ella a batirse con denuedo indesmayable. Pizarro se defendió con brío juvenil mientras apostrofaba de traidores y felones a los almagristas. Viendo que la lucha se prolongaba, los asesinos empujaron a Diego de Narváez que fue atravesado por la espada de Pizarro. Aprovechando ese instante Martín de Bilbao le dio una estocada en la garganta. Luego se echaron todos sobre él y le dieron estocadas y puñaladas hasta que cayó al suelo, clamando: “¡Confesión!”. Entonces Juan Rodríguez Barragán, antiguo criado suyo y hombre de viles pasiones, tomó una alcarraza llena de agua y se la quebrantó en la cabeza diciéndole: “¡Al infierno! ¡Al infierno os iréis a confesar!”. Y así rindió la vida el gran capitán, heroicamente como había vivido, “sin desmayo alguno en el corazón, y nombrando a Cristo como buen español”. Dadas las circunstancias, el entierro de Pizarro tuvo que hacerse de noche y a escondidas para evitar que se profanara el cadáver. El 26 de junio de 1891, al conmemorarse el 350 aniversario de la muerte de Francisco Pizarro, tuvo lugar en la Catedral de Lima una solemne ceremonia en la cual el Cabildo Eclesiástico entregó al Concejo Provincial de la capital del Perú los restos del capitán extremeño para que reposaran definitivamente en la capilla de los Reyes Magos de la Iglesia Metropolitana limeña. En 1977, en circunstancias que se hacía diversas remodelaciones en la cripta de la Catedral de Lima se encontró accidentalmente, detrás de una pared, una caja de plomo en cuya tapa se leía esta inscripción: “Aquí está la cabeza del señor marqués don Francisco Pizarro que descubrió y ganó los Reynos del Pirú y puso en la Real Corona de Castilla”. A partir de ese momento el arqueólogo Hugo Ludeña comenzó una exhaustiva investigación multidisciplinaria, con la colaboración de importantes especialistas nacionales y extranjeros, con el propósito de resolver si eran éstos los verdaderos despojos de Pizarro. Las conclusiones de los trabajos, que duraron varios años, fueron definitivas: ésos, y no los que se guardaban en la urna de cristal desde 1891, eran los vestigios del marqués gobernador. En enero de 1985, durante el gobierno del presidente Fernando Belaunde Terry, los restos auténticos reemplazaron a los apócrifos y fueron colocados en una remodelada y hermosa capilla de la Catedral de Lima. El cronista Pedro Pizarro describe a Francisco Pizarro así:
Según Raúl Porras Barrenechea, Pizarro es el arquetipo del conquistador español: heroico, ambicioso, anárquico. Considera también a Pizarro como la figura más arrogante de la conquista de América pues no hay quien más a tono supiera armonizar la vida con la muerte. Bibl.: P. Cieza de León, “Guerra de Salinas”, en Guerras Civiles del Perú, Madrid, Librería de la viuda de Rico, s. f.; R. Porras Barrenechea, Las Relaciones Primitivas de la Conquista del Perú (Los cronistas del descubrimiento. Pedrarias - Andagoya - Candia. Cronistas de la Conquista - Cartas de los Licenciados Gama y Espinosa, 1533; G. Prescott, Historia de la Conquista del Perú, Madrid, Imprenta y Librería Gaspar de Roig, Editores, 1851; Las R elaciones de la Conquista del Perú. Francisco de Jerez y Pedro Sancho (1532-1533), Lima, Imprenta y Librería Sanmarti y Cía., 1917; Historia de los Incas y Conquista del Perú. Suma y Narración de los Incas por Juan Diez de Betanzos y Relación de la Conquista del Perú por Miguel de Estete (Crónicas de 1533 a 1552), Lima, Imprenta y Librería Sanmarti y Cía., 1924; R. Porras Barrenechea, El Testamento de Pizarro, París, Imprimeries Les Presses Modernes, 1936; El Capitán Cristóbal de Mena, París, Imprimeries Les Presses Modernes, 1937; P. Pizarro, Relación del descubrimiento y conquista de los reinos del Perú, Buenos Aires, Editorial Futuro, 1944; G. Fernández de Oviedo y Valdez, Historia General y Natural de las Indias, Asunción, Imprenta de la Editorial Guarania, 1944; A. de Zárate, Historia del Descubrimiento y Conquista del Perú, Lima, Imprenta Miranda, 1944; R. Porras Barrenechea, Cedulario del Perú, Lima, Imprenta Torres Aguirre, 1944; A. de Herrera, Historia General de los Hechos de los Castellanos en las Islas y Tierra Firme del Mar Océano, Buenos Aires, Imprenta Continental, 1945; D. de Trujillo, Relación del Descubrimiento del Reyno del Perú, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1948; A. de Borregan, Crónica de la Conquista del Perú, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano- Americanos, 1948; F. López de Gomara, Historia General de las Indias, Barcelona, Imprenta de Agustín Núñez, 1954; Garcilaso Inca de la Vega, Los Comentarios Reales de los Incas, Lima, Librería Internacional del Perú, 1960; J. Lockhart, Los de Cajamarca, Lima, Editorial Milla Batres, 1972, 2 vols.; E. Guillén, Versión inca de la conquista, Lima, Editorial Milla Batres, 1974; R. Cúneo Vidal, Vida del Conquistador del Perú, Don Francisco Pizarro, Lima, Gráfica Morson, 1978; J. Hemming, La conquista de los incas, México, Fondo de Cultura Económica, 1982; J. A. del Busto Duthurburu, La pacificación del Perú, Lima, Librería Studium, 1984; G. Lohmann Villena, Francisco Pizarro, Testimonios, Documentos Oficiales, Cartas y Escritos Varios, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Departamento de Historia de América “Fernández de Oviedo”, 1986; P. Cieza de León, Crónica del Perú, Tercera Parte, Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, Academia Nacional de la Historia, 1989; R. Varón Gavai, La Ilusión del Poder. Apogeo y decadencia de los Pizarro en la conquista del Perú, Lima, Instituto de Estudios Peruanos-Instituto Francés de Estudios Andinos, 1996; J. A. del Busto Duthurburu, Pizarro, Lima, Ediciones COPE, 2000, 2 vols.; B. Lavallé, Francisco Pizarro. Biografía de una conquista, Lima, Instituto de Estudios Peruanos-Embajada de Francia en el Perú-Instituto Riva Agüero, 2005; J. A. del Busto Duthurburu, Marchas y navegaciones en la conquista del Perú, Lima, Instituto Riva Agüero, 2006; J. M.ª González Ochoa, Francisco Pizarro (Trujillo, 1478-Lima, 1541), Trujillo (Cáceres), Palacio de Barrantes Cervantes, 2009; R. Porras Barrenechea, Pizarro, el fundador, Lima, Fondo Editorial de la Universidad Ricardo Palma, 2016; E. Mira Caballos, Francisco Pizarro. Una nueva visión de la conquista del Perú, Barcelona, Crítica, 2018; A. Espino López, Plata y Sangre. La conquista del Imperio Incaico y las Guerras Civiles del Perú, Madrid, Desperta Ferro Ediciones, 2019. |
El marquesado de la Conquista.
El marquesado de la Conquista es un título nobiliario español, que sin denominación fue otorgado el 8 de enero de 1531 por el rey Carlos I a Francisco Pizarro, conquistador del Perú. Tras la rebelión de Gonzalo Pizarro durante las Guerras civiles entre los conquistadores del Perú, el Pacificador del Perú, Pedro de la Gasca, sugirió al rey Carlos I de España que se alejara del Perú a los litigantes de este marquesado, por miedo al poder que tenía la familia de Pizarro, lo cual provocó que Francisca Pizarro Yupanqui (legítima heredera por la real cédula del 12 de octubre de 1537) sea enviada a España y el título quede retenido por la Corona, fenómeno similar tendrían a futuro los marqueses de Santiago de Oropesa. El título fue revalidado por el rey Felipe IV el 8 de enero de 1631 con la denominación de «la Conquista» a favor de Juan Hernando Pizarro, bisnieto del conquistador, considerado el primer titular. El 19 de noviembre de 1771 el rey Carlos III le otorgó la grandeza de España. Marqueses de la Conquista. Juan Hernando Pizarro, I marqués de la Conquista. Era hijo de Francisco Pizarro Pizarro (que a su vez era hijo de Francisca Pizarro Yupanqui y Hernando Pizarro, por tanto, nieto del conquistador Francisco Pizarro), y de su esposa Estefanía de Orellana. Por sentencia de 4 de marzo de 1649, le sucedió: Fernando de Orellana Pizarro, II marqués de la Conquista. Por sentencia de fecha desconocida de 1676, le sucedió: Beatriz Jacinta Pizarro Manrique (m. 13 de febrero de 1690), III marquesa de la Conquista. Le sucedió: Francisco Pizarro de Godoy (m. 9 de septiembre de 1687), IV marqués de la Conquista. Le sucedió su hermano: Pedro Antonio Pizarro de Godoy (m. 27 de abril de 1699), V marqués de la Conquista. Casó en 1695 con Mariana de Quiñones y Oviedo.6 Le sucedió su hijo: Pedro Jacinto Eugenio Pizarro de Godoy y Quiñones (m. 17 de noviembre de 1736), VI marqués de la Conquista. Le sucedió su sobrina materna: María Bernarda Somoza y Pizarro (m. 3 de mayo de 1740), VII marquesa de la Conquista. Le sucedió su hermana: Luisa Vicenta Somoza y Pizarro (m. 7 de mayo de 1756), VIII marquesa de la Conquista. Le sucedió: Agustín de Orellana Pizarro y Orense (m. 6 de junio de 1806), IX marqués de la Conquista, grande de España. Le sucedió su hijo: Jacinto de Orellana Pizarro y Contreras (m. 3 de noviembre de 1814), X marqués de la Conquista, grande de España. Le sucedió su hijo Agustín de Orellana Pizarro de la Plata (m. 11 de febrero de 1829), XI marqués de la Conquista, grande de España. El 24 de marzo de 1839 por real carta de sucesión y real carta de confirmación de 6 de abril de 1848 ambas de la reina Isabel II de España, le sucedió su hijo: Jacinto Telesforo de Orellana y Díaz (baut. Trujillo, 8 de enero de 1819-27 de junio de 1899), XII marqués de la Conquista, grande de España y X marqués de Albayda, senador vitalicio, senador por la provincia de Cáceres y senador por derecho propio. Contrajo dos matrimonios. El primero el 3 de junio de 1839 con María Josefa de Avecía y Velasco (m. 21 de diciembre de 1842).7 Después de enviudar, se casó el 24 de junio de 1848 con María de la Asunción Pérez-Aloe y Elías (m. 19 de diciembre de 1909). El 2 de marzo de 1900, le sucedió su hijo de su segundo matrimonio: Agustín de Orellana y Pérez-Aloe, XIII marqués de la Conquista, grande de España. El 25 de septiembre de 1929, le sucedió su hija: María de la Asunción de Orellana y Ulloa, XIV marquesa de la Conquista, grande de España.2 El 30 de diciembre de 1961, le sucedió: Antonio Pérez de Herrasti y Orellana (m. 11 de octubre de 1974), XV marqués de la Conquista, grande de España, XIII marqués de Albayda grande de España,7 IV conde de Antillón y II conde de Padul. Era hijo de María de la Concepción de Orellana Pizarro y Maldonado (m. 17 de septiembre de 1927), XII marquesa de Albayda y de su esposo Antonio Pérez de Herrasti y Pérez de Herrasti, IV IV conde de Antillón7 y hermano de Isidoro Pérez de Herrasti y Pérez de Herrasti, I conde de Padul. Casó el 2 de julio de 1924 con Matilde de Narváez y Ulloa, hija de los II marqueses de Oquendo. El 24 de septiembre de 1975, le sucedió su hijo: Antonio Pérez de Herrasti y Narváez (m. 29 de diciembre de 1996), XVI marqués de la Conquista, grande de España, XIV marqués de Albayda grande de España, y V conde de Antillón, Soltero, sin descendencia. El 1 de junio de 1998, le sucedió su hermano: Ramón Pérez de Herrasti y Narváez (Madrid, 22 de octubre de 1927-ibíd. 13 de octubre de 2017), XVII marqués de la Conquista, grande de España, VI conde de Antillón,13 XIV marqués de Albayda grande de España y III conde de Padul, Casó con Begoña de Urquijo y Eulate (m. 2007). Le sucedió su hija: María Pérez de Herrasti y Urquijo, XVIII marquesa de la Conquista, grande de España,17 XVI marquesa de Albayda grande de España,18 VII condesa de Antillón,1 y IV condesa de Padul. Casó con Íñigo Méndez de Vigo Montojo (Tetuán, protectorado español de Marruecos, 21 de enero de 1956), IX barón de Claret. |
Estación Las Rejas. |
Las Rejas es una estación ferroviaria que forma parte de la red del Metro de Santiago, línea 1, entre las estaciones Pajaritos y Ecuador de la línea 1, es una estación subterránea.
La estación Las Rejas debe su nombre al antiguo Fundo Las Rejas, el cual ocupaba gran parte de la zona donde se encuentra ubicada actualmente. Este fundo fue de gran importancia en el pasado y ha dejado su huella en el desarrollo de la comunidad y en la denominación tanto del barrio como de la avenida principal.
El Fundo se destacó por ser una extensa área de terreno ubicada en los alrededores de la estación. Durante muchos años, fue un lugar de gran importancia para la agricultura y la ganadería en la región. Su nombre, "Las Rejas", se debe a las antiguas rejas que rodeaban las instalaciones del fundo, marcando e delimitando su territorio en el pasado.
Este antiguo fundo dejó una fuerte impresión en la comunidad, siendo reconocido como un elemento característico de la zona. Al construirse la estación de metro en este lugar, se tomó la decisión de nombrarla "Las Rejas" como un homenaje y reconocimiento al pasado histórico y agrícola de la región.
El nombre de la estación Las Rejas se ha mantenido a lo largo de los años como un recordatorio de las raíces y tradiciones que han marcado el desarrollo de la zona. Además, ha contribuido a la identidad local y a la conexión emocional que los habitantes de la zona tienen con su estación de metro.
El fundo se parcelo, y comenzó a urbanizarse en la segunda mitad del siglo XX, con construcciones de villas y poblaciones.
Se ubica en la intersección de la avenida Las Rejas con la avenida La Alameda del Libertador Bernardo O'Higgins, a la altura del 5.500, en el límite entre las comunas de Lo Prado y Estación Central.
La estación tiene una interesante historia y una ubicación estratégica que la convierten en un punto clave dentro del sistema de transporte del área metropolitana de Santiago, fue seleccionada para iniciar las obras de construcción del Metro de Santiago en el año 1969, y fue inaugurada el 15 de septiembre de 1975.
En la planificación del Metro de Santiago, se decidió que la estación Las Rejas sería una de las primeras en ser construidas en la línea 1. Esta selección se debió a las características estratégicas de la zona y su relevancia dentro de la ciudad, está ubicada entre dos grandes arterias transporte, en la intersección de la Avenida Las Rejas, que forma parte del anillo interior de Santiago, con la Alameda del Libertador Bernardo O'Higgins, en un punto de la ciudad que brinda conexiones clave tanto dentro del metro como con otros medios de transporte.
Un centro trasporte de la ciudad.
Gracias a su ubicación en la intersección de la Avenida Las Rejas con la Alameda del Libertador Bernardo O'Higgins, la estación Las Rejas se encuentra en un lugar de fácil acceso para los habitantes de urbe. Este cruce vial importante no solo facilita la entrada y salida de la estación, sino que también permite una conexión fluida con el tránsito vehicular y otros medios de transporte, principalmente los autobuses de la RED.
La estación Las Rejas del Metro de Santiago se caracteriza por su flujo constante y moderado de pasajeros. Con una afluencia diaria promedio de 44,107 personas, esta estación es uno de los puntos de conexión clave entre el metro y el sistema de autobuses de la ciudad.
A lo largo del día, la estación recibe un flujo constante de pasajeros, lo que la convierte en un lugar de tránsito activo y dinámico. Sin embargo, durante las horas punta, este flujo se incrementa significativamente, ya que muchas personas utilizan esta estación como punto de partida o destino final en sus trayectos diarios.
Es común observar afluencia masiva de pasajeros en la estación durante las horas de mayor movimiento, lo que demuestra su importancia como un punto de transporte crucial en la red de transporte público de Santiago.
Punto de transbordo de RED
La estación Las Rejas también destaca por su función como punto de transbordo entre el Metro y el sistema de autobuses de la ciudad. Aquí, los pasajeros pueden realizar una conexión práctica y eficiente entre ambos medios de transporte, lo que les permite completar sus trayectos de manera rápida y cómoda.
Principal flujo de pasajeros utilizan el eje de la Avenida Pajaritos con destino a las comunas de Maipú y Pudahuel. El hecho de que Maipú sea la comuna más grande del país y una "ciudad dormitorio" para los trabajadores del sector centro y oriente de la capital explica el explosivo aumento de flujo a horas determinadas.
Otro flujo de pasajeros es la avenida Las Rejas es una arteria vial que recorre los sectores nor y surponiente de la ciudad. Forma parte del anillo interior de Santiago y pasa por las comunas de Renca, Quinta Normal, Lo Prado, Estación Central y Cerrillos.
El entorno de la estación Las Rejas.
La estación Las Rejas se encuentra en un entorno que combina conjuntos residenciales, comerciales minorista, mayoristas y recintos hospitalarios construidos en diversas épocas y estilos arquitectónicos,. Esta mezcla de elementos da vida y diversidad al área circundante.
Conjuntos residenciales y comercio minorista.
En las proximidades de la estación Las Rejas se pueden encontrar diversos conjuntos residenciales. Estos conjuntos, que datan de mediados del siglo XX, dotan de una ambiente residencial agradable a la zona. Los edificios tipo block son característicos de esta área, ofreciendo viviendas para múltiples familias de clase media y trabajadora.
En Las Rejas Sur, se ubican varias villas como Villa Japón y poblaciones, como ejemplo en el año 1957 se inauguró la Población Obrera Las Rejas, proyecto impulsado por la Compañía Chilena de Electricidad.
En las Rejas Norte, comenzó a construir villas para clase media en la segunda mitad del siglo XX, y fábricas.
Además de los conjuntos residenciales, también abunda el comercio minorista en el entorno de la estación. Tiendas de diferentes rubros, como tiendas de barrio, mercados y pequeños negocios, se encuentran a corta distancia de la estación Las Rejas. Estos comercios brindan a los residentes y visitantes la posibilidad de realizar compras de conveniencia sin necesidad de alejarse mucho de su hogar o del punto de transbordo del metro.
Presencia de recintos hospitalarios
El entorno de la estación Las Rejas también cuenta con la presencia de recintos hospitalarios. Estos establecimientos ofrecen servicios de atención médica y contribuyen a la salud y bienestar de la comunidad local, como la Clínica Hospital del Profesor, la Clínica Bicentenario y el Hospital Clínico Mutual de Seguridad.
Renovacion urbanistica, los "Guetos verticales". En la segunda década del siglo XXI, comenzó la construcción de una gran edificios de gran altura habitacionales, en zona de Las Rejas, en la Comuna de Estación Central.
Edificios súper densos en Estación Central. La palabra gueto es alarmante. Acompañada de fotografías de edificios transversalmente calificados como una monstruosidad, difundidas por autoridades en redes sociales, se transforma en un escándalo. En el ejercicio de identificar los principales guetos de Chile realizado hace algunos años por la consultora Atisba , la definición de gueto dada es la de “unidades espaciales de gran tamaño, homogéneamente pobres, alejadas de los centros y con poca oferta de servicios, lo que genera fenómenos de exclusión y marginalidad”. Más allá de que la acción de etiquetar (y con ella, estigmatizar) guetos tiene aspectos problemáticos, esta definición reconoce que la distancia de centros y servicios está en el corazón de la definición de un gueto. En ese sentido, la etiqueta utilizada en los emblemáticos edificios de Estación Central, bautizados como “guetos verticales”, es poco precisa: estos cuentan con una localización más bien privilegiada en el Gran Santiago, y son en parte el producto de dinámicas inmobiliarias propias de una ciudad en que los residentes están dispuestos a sacrificar tamaño de vivienda con tal de acceder a mejores localizaciones. Como bien destacó Isabel Brain hace unos días en una columna en La Tercera, la etiqueta de gueto para este caso estigmatiza injustificadamente a los residentes de estos edificios. Más allá de la distinción semántica respecto a si llamarlos o no guetos, lo que interesa aquí es que tal etiqueta ha permitido individualizar estos edificios como un caso excepcional, como si la monstruosidad desplegada ahí pudiese acordonarse por fuera para luego decir, con cierta razón, que esto es un escándalo. Nos hemos acostumbrado a una visión binaria en que estos casos excepcionales, son vistos como una anomalía del sistema y no como una materialización de este; como una aberración de la norma y no como la cristalización más genuina del tipo de acuerdos normativos que hemos construido y sobre los que se construye la ciudad. Revisar la historia de los edificios súper-densos de Estación Central es una buena manera de entender que, más allá del escándalo y la aberración, nos enfrentamos a un problema sistémico que requiere de respuestas que den cuenta de tal complejidad, y no sólo de respuestas estrechas para casos excepcionales.
LA HISTORIA TRAS LOS EDIFICIOS SÚPER-DENSOS Los edificios súper-densos de Estación Central están levantados en un polígono delimitado por las avenidas 5 de Abril, Ecuador, Exposición y Las Rejas que carece de una normativa específica que regule las edificaciones. Eso explica, en parte, porqué los permisos que permitieron levantar los edificios de esta polémica –emitidos desde 2014 por la Dirección de Obras de esa comuna- contemplaron densidades residenciales de 15.000 habitantes por hectárea, según se indica en los permisos de edificación, mientras la densidad promedio de la comuna de Estación Central es de 79 habitantes por hectárea. En circunstancias normales, la altura y densidad de los edificios debería estar regulada por el Plan Regulador Comunal (PRC) de Estación Central. Pero ese PRC no existe para la zona debido a una serie de circunstancias que pasaremos a revisar. Estación Central se creó en 1985 a partir de las zonas periféricas de las comunas de Santiago, Quinta Normal, Pudahuel y Maipú. Debido a ello, la normativa urbana de la nueva comuna quedó compuesta por dos fuentes: la que regía en aquellas zonas que ya contaban con un Plan Regulador Comunal (PRC), como el sector norte (normado por el PRC de Santiago vigente en 1985); y el Plan Intercomunal de Santiago (PIS, de 1960), cuya normativa sobre densidades y alturas tenía preeminencia sobre la normativa comunal. En el polígono que analizamos, en 1980 el PIS fue modificado por el “Plan Seccional Alameda Poniente” que se impuso al existente PRC de Santiago. Irónicamente, esta modificación quería incentivar las alturas en el polígono individualizado hasta en 15 pisos. Sin embargo, en 1994 tanto el PIS como el citado Plan Seccional fueron derogados por el Plan Regulador Metropolitano de Santiago (PRMS) el cual, de acuerdo a la normativa vigente desde 1992, no puede regular alturas. Así, dado que lo que el PRC de Estación Central nunca reguló este polígono y que la normativa intercomunal (PRMS) dejó sin efecto las restricciones de altura, este sector quedó sin normativa específica, cuestión que se mantiene hasta hoy. Esa ausencia de normativa, sin embargo, no autoriza a hacer cualquier cosa, pues de todos modos la zona está regida por las reglas generales contenidas en la Ordenanza General de Urbanismo y Construcciones (OGUC). Al contrario de lo que se ha dicho, esa normativa general sí regula límites de altura para los edificios a partir de cómo estos se agrupan (es decir, cómo se relacionan con el resto de las edificaciones y con los límites del predio). Para los edificios aislados de otros o pareados, ante la ausencia de PRC el límite son rasantes (líneas en determinados grados que se trazan desde el espacio público). El problema, sin embargo, es que no existe una norma que defina explícitamente la limitación de la altura en los casos de edificios continuos (aquellos que extienden su fachada de deslinde a deslinde). Este tipo de construcciones, que son los que se levantaron en Estación Central, tienen como límite la altura que establece la norma de planificación territorial, que en este caso no existe. En mayo del 2016 el Ministerio de Vivienda y Urbanismo aclaró que si en un lugar no hay una norma de altura, no pueden aprobarse edificios continuos (ver Circular 313 de la División de Desarrollo Urbano). Pero antes de ese pronunciamiento, desde 2014, una serie de empresas inmobiliarias solicitaron permisos de edificación en el polígono en cuestión. Su argumento fue que, al no existir un límite de altura en las normas generales para edificios de agrupación continua, era el desarrollador inmobiliario el que lo establecía. Adoptando este análisis, entre 2014 y 2016 la Dirección de Obras de Estación Central aprobó 75 proyectos de edificios de entre 30 y 43 pisos, sin límite de altura ni densidad u ocupación del suelo (es decir, sin limitar qué porcentaje del terreno podía ser construido) para el polígono descrito. En otras palabras, ante la ausencia de normativa explícita, tanto los actores privados como públicos actuaron como si el cielo fuera el único límite pero un negocio inmobiliario. Una interpretación como esa no considera las normas generales y su espíritu orientado al bien común. Solo el ingenio en la interpretación de la normativa y la astucia para aprovechar los aparentes vacíos en un contexto de debilidad regulatoria urbana permitió que desarrolladores inmobiliarios obtuvieran los más de 70 permisos de la Dirección de Obras. Ello inscribe a estos edificios súper-densos en el grupo de las astutas estrategias desplegadas por la industria inmobiliaria para eludir las normas urbanísticas y producir efectos en la ciudad que nunca fueron buscados por el legislador, y que parecen más bien ser el producto del descriterio. LOS INGENIOSOS El ingenio interpretativo es un fenómeno recurrente en la planificación urbana y la obtención de permisos. Estrategias innovadoras de algunas empresas inmobiliarias incluyen desde limitar el número de estacionamientos a 149 unidades para evitar la realización de Estudios de Impacto Vial, el cual es necesario a partir de los 150 estacionamientos; terrenos que se subdividen y se vuelven a fusionar para obtener mayor altura y densidad, aprovechando beneficios urbanísticos creados para incentivar la construcción en paños más extensos; o loteos de terrenos que acceden a 10 centímetros de calle para no quedar sin conexión a la calle, (de manera de evitar la ejecución de urbanización que encarecería el proyecto). Lo cierto es que estas conductas, que han sido objetadas por el Ministerio de Vivienda y Urbanismo, han contado con que la literalidad de la ley parece permitirlas, criterio que la Contraloría ha aplicado favoreciendo e incentivando este ingenio inmobiliario. La estrategia de usar las normas urbanísticas con un objetivo distinto al que se planteó por el regulador, se ha asumido como parte del legítimo ejercicio del interés particular inmobiliario. Este tipo de interpretación beneficia a quién puede obtener más de la norma urbanística, que en términos inmobiliarios es aquel desarrollador que tenga “más ingenio y creatividad” en su interpretación: quien logra generar un método que permita agregar pisos a un proyecto, por ejemplo, puede pagar más por un lote de terreno. En consecuencia, quien mejor interpreta la normativa y sus límites, adquiere una posición ventajosa en la gestión inmobiliaria. Tal como el abogado tributarista Francisco Saffie argumenta para criticar la distinción entre la elusión y la evasión tributaria, en el campo urbanístico se separa la forma de lo sustantivo de la norma. Y la literalidad hace que efectos no previstos puedan ser aplicados en el espacio construido. En el caso de Estación Central, como se dijo, el MINVU a través de la Circular 313 generó una herramienta para frenar el ingenio inmobiliario que permitió la aprobación de los edificios súper-densos. Sin embargo, actualmente existen requerimientos ante la Contraloría General de la República que pretenden dejar sin efecto la Circular 313 y restituir la interpretación que hizo posible la consolidación de los edificios súper-densos. Empresas inmobiliarias activamente defienden la interpretación que posibilitó la construcción de los mega-edificios. No se trata solamente, entonces, de que meramente exista una “debilidad en la planificación” que lleve a una “suma de decisiones individuales que produzcan mal espacio urbano” como señaló el presidente del Comité Inmobiliario de la CChC, Bernardo Echeverría. La posición de que no exista norma de altura para este tipo de edificios es activamente defendida por la CChC. En otras palabras, la creatividad a la hora de interpretar la norma es un activo de la industria inmobiliaria. La estrategia de separar la forma del objeto de la norma es aún más crítica en contextos de debilidad institucional como es el caso del PRC de Estación Central. Sin embargo, la incapacidad de controlar el descriterio urbano no se agota en la inexistencia de un PRC. Por ejemplo, los encargados de fiscalizar son los Direcciones de Obras Municipales, que no cuentan con presupuesto robusto, equipos o incentivos que permitan contrarrestar presiones inmobiliarias. Los diversos actores que podrían monitorear dicha fiscalización, no cuentan por lo general con herramientas para modificar el destino de estas construcciones: Primero, si un Director de Obras no aplica correctamente la normativa urbanística mediante el otorgamiento de un permiso de edificación, ninguno de sus superiores -el Alcalde o el Secretario Regional Ministerial- puede hacer mucho para invalidar sus permisos o corregir administrativamente sus funciones. Más aún, la Contraloría ha sido firme en considerar que aquellos permisos que fueron aprobados por un Director de Obras, aún en contravención de la LGUC y la OGUC, cuentan con la buena fe de los terceros, en este caso los terceros que presentaron el proyecto. Por su parte, la comunidad que circunda un edificio generalmente se entera de la existencia de un anteproyecto o de un permiso de edificación con posterioridad a que este ingresó a la Municipalidad, limitando su campo de acción. Y por último, nuestra normativa permite que la figura de Revisores Independientes (la totalidad de los mega-edificios de Estación Central contó con uno), sean contratados por el desarrollador inmobiliario; los revisores fiscalizan el cumplimiento de la normativa técnica, que incluye el largo de pasillos, tamaño de escaleras, alto de los departamentos y un sin número de decisiones normadas por la OGUC. Al ser fiscalizadas por alguien que es contratado por el mismo desarrollador inmobiliario, las motivaciones del revisor independiente para encontrar errores a su mandante son, por decirlo de alguna manera, bastante leves. Si bien las alturas y densidades de los edificios súper-densos de Estación Central son excepcionales, el uso literal de la normativa que atenta en contra del principio del bien común no lo es, contribuyendo al descrédito de los procesos de participación y a la desconfianza en las instituciones. Lejos de ser un caso excepcional, los edificios súper-densos de Estación Central son otra prueba de los efectos de la interpretación literal en nuestro sistema urbano. LA NORMALIZACIÓN DEL DESCRITERIO Tal y como hemos revisado, la existencia de la inusitada cantidad de edificios en una zona particular en Estación Central se debe a hechos más complejos que la inexistencia de un PRC. A pesar de las numerosas reflexiones que se han tomado la agenda mediática en las últimas semanas, creemos que es importante sumar al debate una reflexión sobre lo predecible de este tipo de resultados en el contexto chileno cuando no existen normas urbanas, así como cuando se separa el objeto de la forma de la norma. Sabemos con certeza que la aprobación de un PRC para el ya famoso polígono de Estación Central no terminará ni con los padecimientos de la zona ni con futuros problemas de la planificación en Chile, en particular en aquellas zonas que no cuentan con un PRC (un tercio de las comunas del país) o con aquellas comunas que cuentan con normas desactualizadas. Nuestro sistema administrativo ha privilegiado un criterio formalista para interpretar la norma, sin que existan principios generales y transparentes que permitan dotar de sentido a nuestras normas urbanas. Los edificios construidos en Estación Central en el contexto de la inexistencia de un PRC debiesen permitirnos discutir no sólo sobre la urgencia de normas urbanísticas, sino también sobre qué hacer cuando estas normas específicas no existen. La posibilidad de gestión por parte de las Municipalidades o de autoridades Regionales para estos casos, generando espacios de negociación activa, dotando a las autoridades de competencias para determinar qué tipo de desarrollo serán admitidos, es una posibilidad que a nuestro entender debe y está siendo estudiada por el MINVU. Si bien las dimensiones y densidad que hicieron que estos edificios se ganaran el apodo de “guetos” pueden ser excepcionales (y son ciertamente escandalosas), el marco que posibilita su construcción no está dada por la excepcionalidad. Contamos con un sistema urbano que ha preferido poner los acentos en normas de zonificación más que en espacios de negociación, donde los distintos actores sociales y vecinales puedan participar y llegar a acuerdos.
Referencias bibliográficas: Atisba (2010). Guetos en Chile. Santiago: Atisba Estudios y Proyectos Urbanos. Hermansen, P., Rasse, A. and Salcedo, R. (2008). Surviving the ghetto: youth strategies to cope with violence and despair. The case of Santiago public housing projects. Paper presented at conference Canada and the Americas: Multidisciplinary Perspectives on Transculturality. Toronto, Canada. Sabatini, F. and Brain, I. (2008). La segregación, los guetos y la integración social urbana: mitos y claves. Revista EURE, Vol. 34, No 103, 5-26. Salcedo, R. (2010). The Last Slum: Moving from Illegal Settlements to Subsidized Home Ownership in Chile. Urban Affairs Review, 46(1), 90–118. |
METRO DE SANTIAGO. |
Material rodante. El material rodante del Metro de Santiago consiste básicamente en trenes automotores. Estos son alimentados por energía eléctrica con una tensión de 750 voltios (V) de corriente continua (CC), mediante un tercer riel en líneas 1, 2, 4, 4A y 5 o a través de catenaria rígida en líneas 3 y 6. Operan en un 90 % del tiempo con un sistema completamente automatizado, quedando el conductor encargado principalmente de controlar el tren en caso de emergencia y el cierre de las puertas. En líneas 3 y 6 operan 100 % de manera automática. La trocha utilizada es de 1435 mm. Las líneas 1, 2 y 5 están diseñadas para el uso de trenes con rodadura neumática, mientras que las líneas 3, 4, 4A y 6 diseñadas para trenes con rodadura férrea. El nombre de cada uno de los trenes surge de su tipo de rodadura, junto a Santiago, y el año de inicio de la fabricación. Esto se materializa de la siguiente manera NS-74 para Neumático Santiago año 1974 o AS-2014 para Acero Santiago año 2014, por ejemplo. |
Metro de estilo soviético. El Metro de Moscú, también conocido como el Palacio del Pueblo, fue inaugurado en 1935 bajo el mandato de Stalin. Es uno de los más largos y densos del mundo, el tercero después de Londres y Nueva York. Es conocido también por la decoración de muchas de sus estaciones, reflejo del arte del realismo socialista, siendo verdaderos monumentos arquitectónicos premiados en numerosas ocasiones, 44 de sus estaciones están catalogadas como patrimonio cultural. Arquitectónicamente, es un verdadero museo subterráneo, cada una de sus estaciones es única, y muchas de las construidas en la época soviética son reconocidas como obras maestras de la arquitectura, con muestras de elementos estilo Imperio, Art Deco, arquitectura gótica y motivos nacionales rusos. Conecta el centro de la ciudad con las zonas industriales y residenciales y es utilizado por aproximadamente 9.2 millones de personal al día.
Concepto El objetivo principal del proyecto fue proporcionar transporte barato y adecuado a la gente de Moscú y que a la vez sirviera de propaganda al régimen soviético. Los diseños arquitectónicos opulentos tenían la intención de pronosticar un futuro brillante para el imperio, ya que los principios rectores del diseño eran «svet» (luz) y «sveltloe budushchee» (futuro brillante). Muchas de las estaciones presentan bustos de líderes soviéticos como Lenin o murales con elementos de propaganda soviéticos estándar como el Homo Sovieticus. La mayor parte de la arquitectura y decoración se construyó con la intención de ser un escaparate para artistas, ideales e íconos soviéticos.
Estaciones Aunque todas las estaciones presentan características únicas, bellas y valiosas, algunas son realmente notables, no sólo porque ilustran la evolución en los estilos arquitectónicos, sino que también se refieren a aspectos ideológicos específicos o eventos históricos, glorificando la vida del país y sus naciones y héroes individuales. Entre ellas destacan: Mayakovskaya (Маяковская) Reconocida como una obra maestra del Art Deco, fue la primera estación con columnas profundas del mundo, ganando el Gran Premio Internacional de Arquitectura de París en 1937 y de Nueva York en 1939. En su decoración participó el arquitecto Alexey Dushkin y el artista Alexander Deineka. Aunque la plataforma es más estrecha que otras estaciones similares, Mayakovskaya es increíblemente ligera y elegante. Su sala de columnas de tres naves es prácticamente translúcida. Las columnas, muy espaciadas, revestidas de acero inoxidable y granito rojo fluyen hacia el techo abovedado blanco con mosaicos incrustados. Komsomolskaya on the Koltsevaya Line (Сокольническая Кольцевая линия) Esta estación de la línea roja está considerada como una de las más bellas de todo el sistema. Diseñada por Dmitry Chechulin y A. Tarkhov fue de las primeras en ser inaugurada (1935) El techo presenta paneles de mosaico hechos de vidrio de cobalto y piedras semipreciosas, que cuentan la historia del pueblo ruso que lucha por su independencia, desde la antigua Rusia a la revolución del siglo XX. Ploshchad Revolyutsii (Площадь Революции) Obra maestra de Alexander Dushkin y Matvey Manizer, un popular escultor soviético, su nombre significa Plaza de la Revolución y fue inaugurada en 1938. Su diseño estaba relacionado con la construcción de un cine cercano, como espacio de entretenimiento, pero los planes cambiaron y se decidió que sería dedicada a los héroes de la revolución de 1917. La estación se convirtió en una galería de heroicos personajes de la revolución, con 80 esculturas de bronce decorando las cuatro esquinas de sus 20 pilares. Taganskaya (Таганская) Inaugrada en 1950 su arquitectura muestra cierta tendencia gótica. Sus bóvedas semicirculares están encajadas en los afilados triángulos de los paneles de mayólica, que evolucionan en idénticos patrones triangulares en el techo. Tres colores dominan los paneles: blanco, crema y azul claro. Entremezclado con los motivos góticos, destaca un patrón puramente ruso de “kokoshniks” triangulares ricamente decorados colocados entre cada arco. Se cree que las piedras del Serpukhov Kremlin, un monumento arquitectónico ruso de los siglos XVI-XVII que fue desmantelado en 1934, se utilizaron para decorar la primera estación. También se afirma que el mármol utilizado en la construcción del metro proviene de la Catedral de Cristo Salvador de Moscú, que fue demolida en 1931. Sus estaciones fueron construidas con mármol rojo y blanco y decoradas con gran lujo de estatuas, granitos, mosaicos, pinturas y arañas de cristal. Metro de Tashkent, otro ejemplo estilo metro soviético. |