Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara; Demetrio Protopsaltis Palma; Katherine Alejandra Del Carmen Lafoy Guzmán;
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Aldaba Ediciones S.A Heráldica de Aragón. Materia: Heráldica Heráldica Española. El diseño Heráldico. Luis F. Messía de la Cerda y Pita. Aldaba Ediciones S.A Título: HERÁLDICA ESPAÑOLA. El diseño Heráldico Editorial: Ed. Edimat., Madrid. Año de publicación: 1998 Encuadernación: Hardcover Condición del libro: Buen Estado. Ejemplar firmado: Firma del anterior propietario. Tipo de libro: Libro Índice Introducción. Aclaraciones. El Diseño Heráldico. ¿Qué es la Heráldica?. Contorno o Forma Exterior de los Escudos. Escudo de Armas Español. Partes del Escudo. Particiones. Los Esmaltes. Piezas. Mantelado. Formulario. Numeración de los Cuarteles. Los Muebles o Figuras. Términos Heráldicos Importantes. Como Explicar los Escudos. Adornos Exteriores Vocabulario Heráldico. Bibliografía. Indice Onomástico. Heráldica Española. El diseño Heráldico. Luis F. Messía de la Cerda y Pita. Aldaba Ediciones S.A |
El heraldista Messía de la Cerda, fallecido el 15 de febrero de 1992, fue académico de número de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía; creador de las Jornadas de Heráldica que el mismo impartió en sus dos primeras ediciones los años 1989 y 1991; y autor de las obras “Heráldica de Pontevedra”, y “Labras Heráldicas del Museo de Pontevedra, las ruinas de Santo Domingo” y “Heráldica Española, el Diseño Heráldico”. Historia Fue fundada en 1988, teniendo su antecedente en la Asociación de Estudios Genealógicos y Heráldicos creada en 1985 por un grupo de genealogistas y heraldistas que se reunían desde 1978. En 1994 la Real Academia Matritense fue designada por la Confédération Internationale de Généalogie et d'Héraldique como la representante española. Ese mismo año fue admitida por Confederación Española de Centros de Estudios Locales (CECEL). Dos años más tarde, el Instituto de España la aceptó como Academia Asociada. Por Decreto 13/1999, de 28 de enero, del Consejo de Gobierno de la Comunidad de Madrid, se reconociera a la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía como Corporación de Derecho Público y su carácter de órgano consultivo de la Comunidad en heráldica y genealogía, de forma que la Real Academia se constituyó en la Comisión de Heráldica Municipal de Madrid, y miembro nato del Consejo de Cultura de dicha Comunidad Autónoma. Apellido Los apellidos Mesia y de la Cerda, se enlazaron por el casamiento de Don Arias Diaz Mesia con Doña Mencía de la Cerda, biznieta del infante Don Alonso de la Cerda; y los descendientes de tan esclarecido enlace conservaron ambos apellidos, llamándose M. de la Cerda. Don Luis M. de la Cerda y su muger Doña Leonor de la Cerda, fueron primeros señores y fundadores de la casa, estado y mayorazgo de la Vega de Armijo por merced del rey Don Juan II, otorgada en el año 1442; y este fué el orígen de los marqueses de la Vega de Armijo. Don Fernando M. de la Cerda, tercer marques de la Vega de Armija, fué veinte y cuatro perpétuo de la ciudad de Córdoba, capitan de caballos corazas y caballero de la órden de Santiago. Son sus armas: Cuartelado; el primero y el cuarto de Castilla y Leon; el segundo y tercero de Francia; el gefe de la casa de Córdoba; y la bordura de azur y ocho escudetes de plata cargados de cinco puntos o roeles de azur. El estudio del escudo heráldico familiar nos "habla" de quienes formaron el origen de la familia M., pues esa era su función, la de manifestar a los demás sus elementos diferenciales. Los esmaltes del arma de los M. pregonan los siguientes valores: el Azur corresponde al símbolo del agua, de la continuidad de la vida, es un color de nobleza, belleza, castidad y fidelidad, además otras virtudes caracterizaban a la familia, tales como la abundancia económica, la perseverancia, la suerte, la fama y el afán de victoria. |
La Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía es una institución, como su nombre indica, dedicada al estudio y divulgación de la genealogía, la heráldica y disciplinas afines; y tiene su sede en la Villa de Madrid. Entre sus principales actividades, registradas así en sus estatutos, se encuentra la defensa y conservación del patrimonio histórico, el fomento de los estudios sobre emblemas, banderas, armerías y símbolos locales, así como el estudio, la divulgación y el conocimiento científico de los honores, distinciones, y la búsqueda y análisis de las fuentes demográficas históricas. Esta institución recibió en 2010 por parte del estado una subvención de 5 300 euros. Entre sus académicos se encuentra el historiador y genealogista Jaime de Salazar y Acha, que entró a formar parte de esta institución en 1988, donde años después desempeñó el cargo de censor, luego vicedirector y por último director. Ha servido de inspiración para crear los estatutos de otras academias, como la Asociación Sevillana de Heráldica y Genealogía "Argote de Molina", aunque esta no cuenta con el título de Real, como la Matritense, cuando el rey Juan Carlos I aceptó el cargo de director de Honor Perpetuo el 17 de abril de 1989. Entre sus colaboraciones se encuentra la participación en la "Fundación Cultural de la Nobleza Española" y los "Cursos presenciales anuales de Experto en Heráldica, Genealogía y Derecho Nobiliario" de la Universidad Complutense. En 1992, tras haber enviado esta academia un informe al ayuntamiento valdepeñero sobre el escudo de armas que debería usar el municipio, este lo aprobó por unanimidad. |
EL BLASÓN ESCRITO: LA HISTORIA DE LOS LIBROS DE HERÁLDICA José Antonio Vivar del Riego Esta charla va a versar sobre los libros de heráldica. Creo que es un tema muy interesante tanto por tratarse de la principal vía que nos permite conocer esta ciencia y, por lo tanto, interpretar correctamente al resto de las fuentes, como por que este tipo de libros constituyen un patrimonio bibliográfico especialmente valioso. Intentaré que este paseo no resulte demasiado aburrido, así que evitaremos entrar en cuestiones técnicas que nos distraerían de nuestro objetivo: ver de una manera gráfica la evolución de las ideas heráldicas a lo largo de los siglos. Vamos a hacer un recorrido cronológico, desde las manifestaciones más antiguas hasta la actualidad. En cuanto al ámbito geográfico, no sólo estudiaremos textos de heráldica españoles. Como todos sabemos, las influencias en la heráldica española han venido a través de la francesa y, a mayor distancia, de Alemania e Inglaterra, así que veremos múltiples ejemplos de estos y otros países. Desde el punto de vista material, digamos que nos ocuparemos de las siguientes clases de libros: - Los textos de teoría de la heráldica, entre los cuales incluimos los tratados, diccionarios, ensayos, manuales y estudios sobre temas concretos. - Los armoriales y otras recopilaciones de blasones, que constituyen la parte práctica de nuestra disciplina, por cuanto que recopilan los escudos existentes en la realidad...o en la ficción. - Aquellos otros libros que presentan un alto contenido de cuestiones heráldicas, aunque su objeto principal sea alguna otra ciencia más o menos relacionada con la nuestra, especialmente la genealogía o la nobiliaria. Eludiremos, pues, el estudio de libros en los que la presencia de la heráldica no constituye la parte principal; así como el de las revistas y publicaciones periódicas, de gran importancia desde su aparición en el siglo XIX y que hoy tienen un campo abierto en las posibilidades de difusión que permite internet, campo que muy pocas de ellas se han decidido a estrenar. Hecha esta salvedad, comenzamos nuestro viaje. Siglo XIII. LOS PRIMEROS ARMORIALES. No vamos a discutir que la heráldica hizo su aparición a mediados del siglo XII. Sin embargo, durante 100 años no conocemos ningún libro de heráldica que nos permita atisbar el primer desarrollo de nuestra ciencia. ¿Cuál es la razón de este vacío? Los primeros balbuceos de la heráldica tienen un carácter eminentemente práctico: nos encontramos ante un código de identificación que asume algunos elementos preexistentes y que se desarrolla por los propios interesados, los guerreros que tienen que luchar cubiertos por sus elementos de defensa, que van asumiendo por propio interés este sistema de reconocimiento. Sin embargo, poco a poco, este código deja de ser algo tan restringido. En tiempos de paz, los caballeros pasean sus blasones por toda Europa y los lucen en justas y torneos. Y otras clases sociales, tanto civiles como eclesiásticos, sienten la tentación o la necesidad de identificarse mediante símbolos iconográficos, y adoptan este sistema. La aparición de los libros de heráldica ya sólo era cuestión de tiempo. Y así, a mediados del siglo XIII empezamos a encontrar los primeros vestigios de blasones plasmados sobre el papel: se trata de lo que se conoce como rollos de armas, traducción del francés “Rôle d’Armes” o del inglés “Roll of Arms”. Entre los primeros rollos de armas que se conservan están el “Rollo Glover” de hacia 1253, y el llamado “Rollo de armas de Bigot”, que se ha fechado al año siguiente. Lamentablemente, no me ha sido posible encontrar ninguna imagen para ilustrar estos primeros pasos de la heráldica: sin duda se hallan perdidas en los intrincados laberintos de las entidades de gestión de los derechos de reproducción. Sí he podido encontrar una fotografía de una página de otro de los Rollos de armas más primitivos: el llamado Herald’s Roll, fechado veinte años después, hacia 1270. Como vemos, se trata de un diseño muy primitivo, en el que predomina la claridad en la imagen sobre la estética. Todavía no abundan las particiones, y los diseños son de una gran simplicidad. Además, podemos apreciar un detalle que se repetirá en sucesivos armoriales del ámbito británico: los escudos se presentan acolados entre sí, pegados el uno al otro, formando un friso en cada una de las filas que componen sus páginas. ¿Qué razones llevan a plasmar sobre papel estas series de escudos? Por una parte, van haciendo su aparición unos profesionales que, entre sus competencias, tendrán la de reconocer a los caballeros a través de sus escudos. Estos profesionales, los heraldos, plasmarán en papel estos repertorios para su propia consulta y para trasmitir sus conocimientos. Por otra parte encontramos rollos de armas ocasionales en los que se representan los blasones de los participantes en algún tipo de ceremonia, torneo o batalla: en este caso, nos encontramos ante la prueba más palmaria de la penetración que la heráldica va teniendo la sociedad. Los blasones se comportan como símbolos de identificación tan fiables como el retrato y más precisos que éste. Siglo XIV. LOS PRIMEROS TRATADOS Al inicio del siglo XIV los libros de heráldica siguen siendo los mismos armoriales que hemos visto en los años anteriores. Tal vez sean más extensos, tal vez más elaborados. Y sobre todo, más frecuentes. Sin embargo, empieza a descubrirse la tendencia hacia la barroquización: cada vez encontramos más ejemplos de libros de escudos bellamente adornados, en los que el artífice dedica más tiempo a los detalles: cimeras, ornamentos exteriores del escudo, o animales heráldicos, etc.... Así podríamos hablar de Armoriales como el de Bellenville, o del Rollo de Armas de Zurich, elaborado hacia 1340, un libro que contiene 450 escudos y 28 banderas. Los escudos se encuentran colocados a la valona, es decir, inclinados un tercio sobre la vertical, como si estuvieran colgados de la pared por el tiracol, y además ostentan unas cimeras tremendamente aparatosas. Es la tendencia que se implantará en el ámbito alemán. Fijémonos en que, por ahora, las cimeras guardan una relación bastante directa con el contenido del escudo. Más adelante, los armoriales germanos mostrarán una progresiva complicación de este elemento, reflejada en una mayor aparatosidad y colorido, y en un progresivo apartamiento entre el contenido del escudo y el tema de la cimera, de modo que esta deja de ser una reiteración para convertirse en un complemento. Otro ejemplo muy conocido es el “Codex Manesse”. Se trata de un cancionero iluminado, fechado alrededor del año 1300. Aunque propiamente no sea un libro de heráldica, la importancia de este texto es capital: sus ilustraciones de escenas cortesanas se encuentran plagadas de blasones alusivos a sus protagonistas. Se trata de iluminaciones serenas y detalladas, que transmiten la idea de un especial mimo por parte del artífice. Vemos esta preciosa miniatura que presenta un retrato imperial en actitud cortesana, con compañía de músicos; y una segunda lámina que representa una escena de caza con halcones. Llegados a España, también encontramos ejemplos muy valiosos de armoriales. Pero si hay un armorial en la España del XIV que podamos considerar “de primera división”, este es sin duda el “Libro de los Caballeros de la Cofradía de Santiago”. Se trata de un bellísimo armorial manuscrito, cuyas ilustraciones representan a los caballeros de aquella cofradía burgalesa con un afán retratístico evidente, a caballo, con sus blasones en los escudos y gualdrapas de las monturas. Una cuestión que no conviene olvidar, aprovechando el comentario de este libro, es que los armoriales manuscritos son libros vivos. Su naturaleza de registro de armas supone que muchos de ellos hayan acrecido el número de blasones representados a medida que transcurrían los años. No es normal, bien es cierto, encontrarnos con casos como el del presente, que se inicia hacia 1338 y adiciona sus últimos registros hacia el siglo XVII, como se puede observar en una de sus últimas páginas, en la que los caballeros representados ya no visten al uso de la Edad Media, sino que recuerdan más a los retratos de los conquistadores de Indias. Abandonamos el tema de los armoriales, sin salir del siglo XIV. Y es que durante esta centuria se produce una de las grandes novedades en nuestra ciencia: hacen aparición los primeros tratados de heráldica. Es lógico pensar que la mayor implantación y complejidad de la heráldica diera lugar a la necesidad de plasmar por escrito sus normas y usos, y de sistematizar los conocimientos de los heraldos. Y este paso se da durante el siglo XIV. El primer tratado del que se tiene noticia es el conocido como “De Heraudie”, del que vuelvo a lamentar no poseer ninguna imagen. Sin embargo no es algo que tenga excesiva importancia, dado que este texto permaneció encuadernado en un tomo mayor, sin que tuviera ninguna difusión ni influencia posterior. Según las referencias que tengo, se trata de un texto en verso, bastante breve, escrito en anglo-normando, en el que se cuenta cómo el “oficio del heraldo es describir las armas, los colores y las propiedades que se encuentran en las armas.” Más suerte tuvo el segundo de los tratados conocidos. Se trata del titulado “Tratado de Insignias y armas”, del jurista italiano Bartolo de Sassoferrato, quien lo compuso hacia el final de su vida el año 1359. Aquí podemos ver el comienzo de este tratado en un manuscrito coetáneo. Bartolo tuvo una gran influencia en su época, y sus escritos se difundieron por toda Europa, durante varios siglos. En este tratado habla de los diferentes tipos de armas que existen y de las formas de representarlas, y aborda uno de los temas de mayor relevancia jurídica de la ciencia heráldica: el de la capacidad de las personas para ostentar blasones. En España se considera que el primer escrito de carácter heráldico es el debido al Infante Don Juan Manuel quien, hacia 1345 (tres lustros antes que Bartolo) escribió un pequeño “Tratado sobre las armas que fueron dadas a su padre”. Realmente no hablamos de un tratado de heráldica, sino de un pequeño escrito en el que D. Juan Manuel narra las circunstancias cuasi legendarias por las que se impuso su padre en “Tractatus de insigniis et armis” nombre de Manuel, describe los elementos de su escudo de armas, y aporta una explicación simbólica de los mismos. SIGLO XV. LLEGA LA IMPRENTA El siglo XV tiene mucha importancia en nuestra materia. Pervive la visión que hemos estudiado en el siglo anterior, pero hay dos hechos que merece la pena destacar y que marcarán el devenir de las etapas siguientes. El primero de ellos es la consolidación y extensión de la imprenta. Gutemberg desarrolla su invento hacia 1450. En los años posteriores se produce un desarrollo muy rápido del arte de imprimir, que se extiende por toda Europa como una mancha de aceite. El resultado, en cuanto al tema que nos interesa, es doble. Por una parte, los tratados de heráldica se hacen más accesibles, lo que invita a más autores a ocuparse de la cuestión, abriéndose nuevas perspectivas para el conocimiento heráldico. Por otra parte, los armoriales modifican su filosofía: a las utilidades que antes hemos visto como repertorios de blasones se añade la conversión del armorial en objeto de lujo. La nobleza reacciona a la vulgarización del libro encargando unos armoriales cada vez más extensos y más artísticos, alcanzando en ocasiones unas altísimas cotas estéticas. De hecho, podemos decir que en el siglo XV se inicia una época de esplendor de los armoriales que durará al menos dos siglos. El segundo de los hechos es la deriva que se empieza a observar hacia explicaciones míticas, legendarias y simbólicas de los blasones. A partir de esta época y hasta la llegada de la Ilustración, la heráldica vendrá mediatizada por familias que se autoasignan antepasados míticos, tratadistas que fabulan sobre los blasones de personajes anteriores al origen de la heráldica e incluso de personajes legendarios o mitológicos, y de explicaciones grandilocuentes de los elementos heráldicos en una clave simbólica en lo que supone un claro acercamiento al terreno de la emblemática. Comenzaremos por estudiar la cuestión de los tratados de heráldica. Como siempre, es la heráldica francesa la que va marcando la pauta, y así nos encontramos con tratadistas como el heraldo Sicilia u Honoré de Bouvet, con su “Arbol de Batallas”. Estudiemos al primero de ellos: Sicilia, quien ejerció como heraldo del rey Alfonso V de Aragón, ha sido identificado como Jean Courtois. Se le atribuyen algunos de los tratados más famosos en la historia de la heráldica: “El blasón de armas” o el conocido como “El blasón de colores”, que conoció varias ediciones. Este tratado se compone de dos partes: la primera, titulada “De la manera de blasonar los colores de las armerías”, y “De la manera de blasonar todos los colores sin armerías para enseñar a hacer libreas, divisas y su blasón”. En España, el siglo XV español conoció a algunos tratadistas de renombre, entre los cuales hay que mencionar a Diego de Valera, autor de títulos como su “Espejo de la verdadera nobleza”, de 1441, o su “Tratado de Armas”, en el que sigue los criterios de Sassoferrato. Pero vamos a estudiar el libro de Ferrán de Mexía conocido como “Nobiliario Vero” (“Libro intitulado nobiliario perfetamente copylado y ordenado por el onrrado cavallero Ferrant d Mexía veynte quatro de Jahen”), publicado en el año 1493, y en el que concurre la curiosa circunstancia de que muchos lo consideran el último incunable español. Este tratado pretende estudiar distintas cuestiones en relación con la nobleza, comenzando ¡cómo no! por Adán y Eva. Al efecto de nuestro estudio nos interesa sobre todo el final de la obra, a partir del capítulo “Do se muestran las formas de los escudos de armas”. Es en este momento donde el impresor de Sevilla Pedro Brun, haciendo uso de su mejor arte con las prensas, intercala tanto entre el texto como a los márgenes los más variados diseños de escudos, vestiduras o banderas. Se trata de diseños sencillos, como corresponde a los primeros pasos de las artes gráficas, pero a su vez resultan perfectamente calculados en su utilidad didáctica, como se puede apreciar en esta página. Volvemos al estudio de los armoriales, para los que el siglo XV supone una época de brillantez. Todavía están mayoritariamente realizados a mano, y cada vez van adquiriendo un mayor lujo en sus ilustraciones, lo que los convierte en carísimas obras de arte bibliográficas. Dos ejemplos de ello: este armorial inglés, llamado “Libro de la Jarretera de William Bruges”, de 1430, en el que se recogen retratos de los caballeros de esa Orden con sus respectivos blasones; o este otro alemán, el “Armorial Scheibler” comenzado hacia el año 1450. Este armorial resulta particularmente espectacular: contiene más de 600 blasones pintados a toda página y con aparatosos lambrequines y cimeras. He escogido como ejemplo este escudo que recoge una de las cargas heráldicas más curiosas que conozco: un animal que parece, casi con toda seguridad, un castor. Algo tiene que envidiar este otro armorial, español, realizado a caballo entre los siglos XV y XVI: “Armas de los condes, vescondes, vervesores, marqueses, barones etc. de Cataluña, de Castilla, de Portugal, de Navarra y de Aragón y de Valencia, con las rentas que cada uno tiene”. Sus iluminaciones son algo más toscas, pero tiene la particularidad de que aporta el curioso dato de las rentas de cada noble citado. Así, en esta página podemos leer: “Duque de Alba, Marqués de Coria, Conde de Salvatierra, Señor de la Puente de Congosto, cuyo apellido es de la casa de Toledo. Tiene de renta 50.000 ducados”. Mucho más humilde es este “Armorial de los Atondo”, realizado a partir de 1475 y concebido como armorial de familia. Sus diseños heráldicos resultan mucho más toscos que los anteriores, y en sus textos se mezclan conceptos básicos de heráldica con anotaciones de historia familiar, tales como nacimientos o matrimonios. Nos encontramos pues, ante un armorial para un estricto uso privado dentro del círculo del linaje vasco de Atondo. Siglo XVI. LA MITIFICACIÓN El siglo XVI continúa en la línea de lo que hemos estudiado en el siglo XV. Si en la pasada centuria hablábamos de un enriquecimiento en la elaboración de armoriales, ahora veremos más libros de armas y más ricos. Si hablábamos de un proceso de mitificación de la ciencia heráldica, en esta ocasión veremos que es una tendencia que se amplifica y se consolida. Sin embargo, en España encontraremos ejemplos de historiadores que abordan el conocimiento de la heráldica desde el estudio de sus fuentes, evitando caer en las tendencias fabuladoras del momento. Además, la propia evolución del arte de la imprenta hace que nos encontremos con libros impresos cada vez mejor elaborados y con mejores ilustraciones. Sigamos el mismo orden que hemos utilizado hasta el momento, y comencemos por el estudio de los tratados. Un clásico es “El blasón de armerías” publicado en Francia por Jérôme de Bara en 1579. Este libro, al igual que otros muchos de la época, asumirá posturas simbólicas y cuestiones legendarias, pero empieza a mostrar un tratamiento ordenado y razonable, que se refleja en láminas en la que las descripciones de los blasones van acompañadas de explicaciones adicionales de cierto interés. Sin embargo, en esta ocasión nos interesa centrarnos en la tratadística hispana. Como ya hemos apuntado, los historiadores españoles que tratan temas heráldicos se desvinculan de estas corrientes que vienen de Europa, y desarrollan la heráldica sobre las fuentes sobre las que construyen sus tratados. Ello no obsta para que, de cuando en cuando, intenten lucir alguna genealogía de forma poco ortodoxa. El mejor ejemplo es sin duda el clasiquísimo “Nobleza del Andalucía”, del estudioso Gonzalo Argote de Molina. Vemos aquí la primera edición, de 1588, que constituye un monumental volumen de cerca de 800 páginas. Argote estudia los orígenes de los distintos linajes y corporaciones nobles asentados en Andalucía, y su devenir a lo largo de los siglos. Desde el punto de vista heráldico este libro es un tesoro: cuenta con numerosas ilustraciones de escudos de linajes nobles, todas ellas bellamente trabajadas, bien que estampadas a una sola tinta. A este respecto, un dato curioso es que existe un ejemplar de este libro que tiene todas las ilustraciones iluminadas a mano, conservado en la Biblioteca de la Fundación Lázaro Galdiano, en Madrid. Se trata de un trabajo muy pulcro, hasta el punto de que se pensó que podía tratarse del ejemplar del propio Argote, que lo hubiera mandado pintar para su propio gusto y utilidad. Dejamos el tema de los tratados y volvemos a retomar a los armoriales. Dijimos hace un momento que en el siglo XVI los armoriales son cada vez más, y más ricos en su elaboración. Casi podemos hablar de una moda en determinadas aristocracias, una moda que va más allá de la propia ostentación para caer dentro de los terrenos del coleccionismo. Se elaboran armoriales de los más diversos grupos sociales, armoriales de personajes reales o míticos, armoriales de personas anteriores o posteriores a la heráldica,... El caso es compilar largas listas de blasones y decorarlas con las mejores y más vistosas ilustraciones. Veamos algunos ejemplos: Comencemos por nuestra vecina Francia, donde encontramos una colección de armoriales publicados por el rey de armas Jean le Féron en el año 1555, titulados todos ellos “Catálogo des los muy ilustres...almirantes,... cancilleres,... duques y condestables,... grandes maestres,... mariscales, etc.. de Francia” . En concreto vemos un ejemplo del volumen dedicado a duques y condestables. Este es un claro ejemplo de la tendencia mitificadora que se imponía en los heraldistas de toda Europa: Féron no tiene ningún reparo en censar una serie de escudos de nobles desde la época de los Capetos, varios cientos de años antes del nacimiento de la heráldica, a los que asigna un escudo, que blasona con todo detalle, por supuesto al gusto de su propia época, como podemos observar aquí. Nada tienen que ver estos armoriales, realizados con procedimientos tipográficos, con nuestro siguiente ejemplo: se trata de un armorial italiano de muchísima extensión (ocupa quince tomos) y de riquísima factura, titulado “Insignias de los pontífices romanos y de los cardenales”,que se ejecutó a partir del año 1540. El escudo que mostramos es, nuevamente, un escudo fantástico: se trata de las armas atribuidas al antipapa Benedicto X, que ejerció su mandato entre los años 1058 y 1059, un siglo antes del nacimiento de la heráldica. De todos modos, hay que reconocer que se trata de una bellísima lámina, como el resto de las que componen el armorial. Un contraste lo encontramos pasando a Alemania, donde vemos dos armoriales manuscritos: el primero sin grandes pretensiones artísticas, titulado “Escudos de la nobleza alemana originarios de la Alemania sudoccidental”; y el segundo bellísimo, el “Libro de la nobleza de la ciudad de Absburgo”, que se atribuye a Paul Hektor Mair, en el que priman los aspectos artísticos de los retratos en efigie. Llegamos por fin a España. No son muchos los armoriales españoles que podemos mostrar, pues en nuestra tierra no caló tan honda la moda europea de formar colecciones de blasones. La razón, como se ha apuntado en diversas ocasiones, puede estar en las distintas circunstancias sociales y culturales de los reinos hispanos; podemos verlo incluso como un aspecto más de la austeridad cortesana que se dio en España con respecto a las cortes de otras naciones Europeas. Un ejemplo interesante podría constituirlo el armorial de Steve Tamborino, estudiado por Martín de Riquer en sus tratados sobre “Heráldica castellana en tiempos de los Reyes Católicos” y sobre “Heráldica catalana”. O bien el llamado “Libro de armería del Reino de Navarra”, que ha dado lugar a sendos estudios realizados por Juan José Martirena y Faustino Menéndez Pidal. En realidad, de este armorial se conserva una copia, realizada en la época que estamos estudiando; el original, que se conoce como “Libro viejo”, y que tenía funciones de registro heráldico, se consideró perdido y dio lugar a la copia hoy existente, que supuso una reconstrucción de su contenido. Esta copia se ha fechado en 1572, y en ella podemos ver los rasgos de austeridad y ausencia de ornamentos que hemos comentado. Terminamos con esto el estudio del siglo XVI. Pero antes de pasar a la siguiente centuria, vamos a hacer un alto para volver a Alemania, donde me gustaría estudiar un armorial muy particular. El “Armorial propio de la nobleza alemana", y que se atribuye a Nicolás Bretschi, fue comenzado hacia 1515 aunque se desarrolló durante décadas. Se trata de un armorial en la línea de los que hemos visto, con diseños heráldicos muy elaborados, caracterizados por sus complicadas cimeras y lambrequines. La particularidad que presenta este armorial es que se encuentra incompleto, que contiene bastantes páginas en blanco o a medio hacer, lo que nos permitirá observar cómo se creaban estas maravillosas obras de arte. Cabe la posibilidad de que el libro se encuadernara originariamente con hojas blancas sin ningún tipo de impresión, como ésta, que es una de las 3 últimas hojas vírgenes del final de la obra. Se puede apreciar la encuadernación en el lado izquierdo, así como lo que parece un trazo que representa una cabeza humana, tal vez un esbozo de una cimera. El primer paso para crear este armorial consistió en crear el diseño básico: en el caso de esta página consiste en un conjunto de 4 panoplias, pareadas dos a dos, de las que sólo un par incorporan el diseño de sendas cimeras. Este diseño previo muestra una labor de imprenta o, al menos, de estampado. Sabemos que en aquella época este tipo de trabajos se hacían por medio de la xilografía, mediante planchas de madera grabadas. Solía usarse el boj u otra madera de gran dureza, que permitiera su uso en la prensa sin un deterioro inmediato. El siguiente paso sería el del diseño de los escudos, que vemos esta diapositiva. Resulta un poco chocante que el artífice esbozara directamente sobre el libro y que dejara a medio hacer algunos de los diseños, pero eso nos permite ver ejemplos como el de esta página, en la que vemos el primer boceto de una de las cimeras, en concreto la del cuarto escudo. A continuación se prepararían las propias armas de los blasones. Es lo que vemos en esta otra página en la que se encuentran abocetados los escudos, tanto en sus armas como en sus cimeras, y con indicación escrita de los esmaltes de cada pieza. El siguiente paso es el de la aplicación de los colores. En esta página vemos la aplicación de uno de ellos, en este caso el amarillo para el oro, primero aplicado de una forma muy tosca, que luego, tras un arduo proceso artístico, llega a conseguir la intensidad y expresividad del cromatismo heráldico, como en esta otra página. Un último apunte: ¿y si hay que hacer alguna modificación? En aquella época había que acudir a ciertos rudimentos, como es el caso de esta página en la que el artífice ha sustituido los dos blasones inferiores por uno sólo mediante el procedimiento de la tijera y el engrudo. Siglo XVII. LA SISTEMATIZACIÓN Adentrémonos en el siglo XVII, una centuria que nos va a proporcionar cambios de mucho interés. Brevemente podemos decir que en materia de teoría de la heráldica van a hacer su irrupción los autores sistematizadores y racionalistas, de los que ya habíamos visto antecedentes durante el siglo anterior. Ello no supone un abandono radical de las tendencias mitificadoras, pero sí nos muestra la existencia de una pugna entre las dos ideas, que terminarán ganando los sistematizadores. En cuanto a los armoriales, de nuevo es la imprenta la responsable de su evolución. Los armoriales impresos, antes escasos y ciertamente toscos, van comiendo el terreno a los manuscritos iluminados. Seguiremos encontrando ejemplos señeros de esta tendencia, pero en este caso tienen la batalla perdida frente al libro impreso. Más adelante veremos algunos ejemplos interesantes. Empecemos, nuevamente, por la tratadística. Y aquí se hace imprescindible comenzar por la figura del jesuita francés Claude-François Menestrier, quien revolucionó la manera de escribir sobre heráldica, y cuya influencia perdura hoy en día. Menestrier escribió sobre historia, caballería, emblemática, y, sobre todo, heráldica, a la que dedicó diversos tratados, de los que vemos su “Método del blasón”, que publicó en el año 1688, y que vio sucesivas ediciones en los años 1728, 1754 y 1780, lo que da idea de la difusión que tuvo en su época. En esta obra, Menestrier concentra su experiencia de años de estudio de la heráldica, que van dando lugar a una metodología para el abordaje de esta ciencia, que sigue vigente en la actualidad. Cuando diferenciamos entre piezas de primer y segundo orden, o entre figuras naturales y artificiales, estamos utilizando un sistema de clasificación que se sedimenta a través de las obras del P. Menestrier. Una particularidad de esta obra es que está redactada a modo de catecismo, mediante preguntas y respuestas a través de las cuales se van desarrollando las distintas lecciones que conforman método, como se puede observar en esta figura. Sin embargo, no hay que pensar que Menestrier es el padre de la sistematización de la ciencia heráldica, sino más bien la cumbre del movimiento en su época. Otros tratados coetáneos intentan, en mayor o menor medida, aplicar una sistemática a esta ciencia, como es el caso de los del Padre Pietrasancta, que inventó el sistema de notación cromática mediante líneas, los de Marc de Vulson, Señor de la Colombière, o este “El arte heráldico”, de Jules Baron. El siglo XVII en España no nos muestra grandes tratados de heráldica que se inserten dentro de la tradición sistematizadora. Son libros que vendrán con un cierto retraso, ya entrado el siglo XVIII. Sin embargo, en lo que se refiere a la visión historicista que ya hemos visto, el siglo XVII presentara nuevos ejemplos, como son las obras de Nicolás Antonio, Esteban de Garibay, y Luis de Salazar y Castro, de quien vemos su “Historia genealógica de la Casa de Lara” publicada en 1696. Salazar intitula su obra de una forma muy significativa, como “justificada con instrumentos, y escritores de inviolable fe”. Como puede verse no se trata de un libro de heráldica sino más bien de una historia de linaje sustentada sobre un estudio genealógico, que sin embargo trata las cuestiones heráldicas con abundancia y rigor. Es el caso de esta página, en la cual encontramos el estudio de don Alonso Manrique, arzobispo de Burgos, encabezado con el dibujo de sus armas. Pasemos a los estudios de los armoriales. Como ya hemos apuntado, la imprenta va ganando terreno en materia de calidad y perfección artística, y los manuscritos van reduciendo su campo de acción. Sin embargo, la propia evolución de las modas, irá llevando a una progresiva escasez de grandes armoriales artísticos, a la par que crece el número de los de carácter privado, libros que parecen originales de publicaciones que nunca llegaron a la imprenta, o colecciones de apuntes personales. Un ejemplo de armorial impreso es el de Johann Siebmacher, alemán, de principios del siglo XVII. Se trata de un armorial impreso a una sola tinta; aunque en este caso presentamos una lámina de un ejemplar coloreado. Sin embargo, en algunos escudos se puede apreciar con claridad la indicación de los colores por medio de letras. El ejemplo contrario lo encontramos en este armorial episcopal italiano, “Armas de los cardenales, arzobispos y obispos Florentinos” y fechado hacia 1630. Como podemos observar, se trata de un armorial más tosco que otros que vimos en el siglo pasado, aunque sus diseños no pierden una cierta tendencia a la ornamentación lujosa. En Francia encontramos un precioso ejemplo de repertorio de blasones con el libro “Blasones de los caballeros de la Orden del Toisón de Oro”, escrito por Jean Jacques Chifflet en 1632. Se trata de una recopilación bilingüe, escrita en francés y latín, de las armas de los caballeros del Toisón (Ordinis Velleris Aurei), compuesto mediante el sistema de la doble columna. Este libro resulta muy interesante por cuanto que supone un desarrollo poco frecuente del lenguaje heráldico en lengua latina. Llegamos a España, donde tampoco encontraremos grandes armoriales como los de los siglos pasados. Sin embargo, iremos al extremo contrario para mostrar una curiosidad por la que siento un especial cariño. Se trata de un manuscrito anónimo, conservado en la Biblioteca Nacional, titulado “Armas y linajes de los Grandes y Señores, Duques, Condes, Marqueses, Varones”, dedicado en especial a la nobleza sevillana. Se trata de una colección de apuntes a mano alzada, concebidos para uso particular. Sus explicaciones no pasan de ser anotaciones, y los diseños son sólo ingenuos apuntes de las figuras de cada escudo, destinados a una consulta rápida o tal vez a servir de base a un trabajo posterior de mayor enjundia. Sin embargo, este manuscrito me hace reflexionar:
En definitiva: no hay nada nuevo bajo el sol. Antes de abandonar esta centuria vamos a hacer una última parada en una de las cuestiones más curiosas con las que me he encontrado en mi periplo: los libros sobre juegos didácticos. La máxima de instruir deleitando no es un invento moderno, y ya en el siglo XVII encontramos ejemplos de juegos desarrollados para enseñar la heráldica de forma fácil y divertida. El primer ejemplo que conozco es un librito de 1672 catalogado como del Padre Menestrier. Se titula “El camino del honor. Juego de armerías”, y, declara en el primer párrafo que “Este juego, que es una imitación del Juego de la Oca, para aprender el Blasón divirtiéndose, representa la mayor parte de las figuras que componen las armerías, con las marcas de honor de las principales dignidades de la iglesia, de la toga y de la espada, que son la vías más habituales por las que se adquieren la nobleza y los blasones.” No dispongo del diseño del tablero, pero se encuentra perfectamente descrito a lo largo de la obra. También del Padre Menestrier, es este “El juego de cartas del blasón”, diseño de una baraja en la que cada palo es sustituido por una “familia” de escudos ordenados según naciones. Mostramos aquí el palo que corresponde a los escudos de España y de Portugal en el que, como vemos, las tres figuras son los Reyes de España y un caballero de Santiago como sota, seguido por otras cartas con escudos de duques, marqueses, condes, barones, caballeros, prelados y ciudades de ambas naciones. Siglo XVIII. ÉPOCA DE RECAPITULACIÓN El siglo XVIII, en materia de bibliografía heráldica, es bastante difícil de caracterizar. Si acaso podemos decir, en pocas palabras, que se abre el abanico de los intereses de los estudiosos de esta ciencia. En este siglo encontraremos que se consolidan las ideas de los sistematizadores, de modo que la heráldica se convertirá en una ciencia ceñida a reglas cada vez más estrictas. Sin embargo, esta corriente coexistirá con las tradiciones mitificadoras, demasiado arraigadas en la literatura heráldica como para que se destierren de un plumazo. Los tratadistas conservarán referencias a la mitología o a la más rancia antigüedad como citas de autoridad de autores antiguos, en coexistencia con ideas racionalistas más propias del siglo de la Ilustración. Por otra parte, este siglo acentúa la decadencia de los armoriales manuscritos, que acabará en su práctica extinción, a la par que aumenta la elaboración recopilaciones descriptivas de blasones, realizadas con un carácter sistemático, que anticipan la eclosión que veremos en el siglo XIX. Sin embargo, si una cosa caracteriza a la heráldica del XVIII es, en mi opinión, que es una heráldica que por fin tiene la capacidad de mirar atrás. Durante los siglos anteriores, los estudiosos han reflejado en sus libros el presente de su heráldica. A lo sumo, han plasmado sus investigaciones históricas, pero sólo en el sentido de reflejar las armas de tal o cual personaje pretérito. En el siglo XVIII, sin dejar de avanzar por su senda, los estudiosos son capaces de echar la vista hacia quienes les han precedido, y reflexionan sobre las tendencias de sus antecesores. La heráldica ya no sólo es una realidad presente, sino también una realidad histórica. Tal vez esta tendencia resulte pobre en este siglo, pero es donde se abrirá la puerta para los estudios históricos de los siglos XIX y XX. Empecemos, como siempre, por la tratadísitica. Y lo haremos por este tratado francés titulado “Tratado histórico y muy curioso de antiguas enseñas y estandartes franceses”, publicado en 1782 por Auguste Galland. En este caso nos encontramos ante un tratado arquetípico de la visión recapituladora de la heráldica durante este siglo. Ya no sólo es que el blasón ilustre con mayor o menor fortuna al texto histórico, sino que se escribe la historia de los blasones o, en este caso, de las banderas. Ahora vemos una verdadera curiosidad: se trata de un texto polaco, editado en 1742, “Heráldica”, escrito por Josef Alexandre Jablonowski. Este tratado, del que como ustedes comprenderán no puedo dar mayores referencias, destaca por sus bellísimos grabados, especialmente los dedicados a la genealogía. En España, este siglo presenta algunos de sus tratados más clásicos. Nos estamos refiriendo a la “Ciencia Heroyca” del Marqués de Avilés, a la “Adarga catalana” de Francisco Xavier de Garma, publicado en 1753, o al “Compendio heráldico” escrito por el clérigo Pedro Josef de Aldazábal y Murguía. Todos ellos recurren a una misma sistemática y presentan influencias muy parecidas. Detengámonos en el primero de ellos, la “Ciencia Heroyca”, publicado en 1725 por D. José de Avilés Iturbide, primer marqués de Avilés. Se trata de una obra arquetípica en cuanto a lo que ya hemos comentado: por una parte pretende una sistematización muy depurada de la heráldica hasta llegar a una casuística tan extrema que no encuentra ejemplos entre los blasones españoles. Por otra parte, asume de una manera acrítica pretendidos blasones de personajes mitológicos, bíblicos o de la antigüedad clásica. En líneas generales esta obra supone una transposición de modelos franceses, tanto en lo que se refiere a los textos como a los grabados. No olvidaré mencionar que este libro cuenta con una reciente edición moderna, que fue prologada por el que fuera nuestro presidente Dámaso Ruiz de Clavijo. Continuamos por el estudio de los armoriales. Como ya hemos dicho, en este siglo pasa la moda y cada vez son menos las elites que gastan su dinero en la confección de libros de armas. Sin embargo, encontramos en España algún trabajo interesante, como este manuscrito titulado “Haraldo cathalán de los primeros nobles que se conocieron en su conquista”,elaborado en 1701, del que sólo conocemos el primer tomo. Su aspecto, sobre todo la precisión de los dibujos, sugiere que tal vez nos encontramos ante la preparación de un libro que nunca llegó a la imprenta. Por el contrario, cada vez vamos a encontrar un mayor número de repertorios de blasones, que en la mayoría de los casos no aportan ilustraciones. Uno de los múltiples ejemplos es este “Nobiliairio de los Países Bajos”, de 1760, que adopta la forma de un repertorio de la nobleza nacional, aportando el blasonamiento de cada uno de los nobles biografiados. En materia de repertorios heráldicos encontramos otra curiosidad en España: la edición del clásico de la literatura valenciana “Trovas de mosén Jaume Febrer, caballero, en que trata de los linajes de la conquista de la ciudad de Valencia y su reino”. Estas Trovas se suponen escritas en el siglo XIII, aunque parece tratarse de una obra apócrifa del XVII; pero es a finales del siglo XVIII cuando, dentro de estas tendencias recapituladoras de la heráldica, se rescatan en una preciosa edición bilingüe que aquí vemos. Pero donde mejor se aprecian las tendencias recapituladoras es en la publicación de bibliografías, que constituyen un aspecto más de la sistematización de nuestra ciencia. Uno de los ejemplos más conocidos es el de la “Bibliotheca hispánica histórico genealógico heráldica”, de Gerhard Ernest Franckenau, de 1724, redactado en latín, que da noticia de multitud de obras y escritos varios sobre heráldica, nobiliaria, genealogía, y áreas afines. Siglo XIX. HISTORIADORES RECOPILADORES La heráldica del siglo XIX es un totum revolutum, una coctelera donde se mezclan las más diversas tendencias de los siglos anteriores. Pero todo ello, con una orientación muy clara: la visión de la historia. Por supuesto que podemos discutir el concepto y los métodos del historiador decimonónico, pero no se puede negar que el trabajo que se hizo durante ese siglo en los más diversos frentes, revolucionó la concepción de la heráldica y aun hoy sigue teniendo una utilidad de primer orden. La publicación de fuentes, los estudios sectoriales, los repertorios variados (tanto recuperados de otras épocas como de nueva factura), la elaboración de diccionarios, o el acopio sistemático de datos para la consulta del investigador, son sólo algunos de los aspectos que caracterizan los libros de heráldica de esta época. No es algo chocante: al fin y al cabo estamos ante el siglo del despegue de la ciencia, el siglo en el que todos los ámbitos del saber se desarrollan, sentando las bases para el gran estallido de conocimiento en el siglo XX. Si empezamos, como en ocasiones anteriores, por los tratados, podemos encontrar obras de gran calado en el ámbito británico. Allí florecen una serie de heraldistas como Charles Boutell, Arthur Charles Fox-Davies, o la dinastía de los Burke, que abordan en sus obras un estudio científico de la disciplina. John Burke y su hijo John Bernard, este último Rey de Armas de Ulster, realizaron numerosas publicaciones en el campo de la nobiliaria, la genealogía y la heráldica, como el conocido anuario “Burke’s Peerage”, o esta “Historia genealógica y heráldica de los Baronets ingleses extintos y vacantes”. Un texto curioso es el de Thomas Moule titulado “La Heráldica del pescado”, ingenioso tratadito sobre escudos que blasonan figuras de peces. Podemos ver libros similares que hablan sobre el tratamiento heráldico de las flores, o sobre la presencia de la heráldica en la literatura, como es el caso de este “Heráldica en la Historia, Poesía y Novela”, de 1858, que tiene la particularidad de que fue escrito por una mujer: Ellen J. Millington. Y para rematar el capítulo de curiosidades, presentemos una pequeña joya del año 1878, “La cómica historia de la Heráldica”. Como su propio nombre indica, nos encontramos ante un tratamiento humorístico de la heráldica, como muestran estos dibujos que explican los conceptos de “pila” y de “forro”. ¿Cuál es la importancia de este libro? Creo que fue Freud quien explicó que la risa requiere de un lenguaje común de todos cuantos la participan. Seguramente en este foro nadie se reiría de un chiste que base su gracia en conceptos de física nuclear avanzada, pongo por caso. Sin embargo, en el siglo XIX tiene cabida un libro cuyo humor se fundamenta en retorcer las ideas de la heráldica, lo cual nos certifica que nuestra ciencia ha alcanzado a lo largo del tiempo un cierto grado de penetración social que la hacen apta para ser entendida –y reída- por un estrato significativo de la población lectora. El siglo XIX es también el siglo de la lexicografía, y así empezaremos a encontrar diccionarios de heráldica, como el “Diccionario de divisas históricas y heráldicas” de Adolphe de Chassant, en 1878, interesante referencia para la localización de escudos familiares a través de sus divisas y gritos de guerra. Otro ejemplo de diccionario, y con esto pasamos a hablar de los repertorios de blasones, es el “Diccionario Histórico y del Blasón”, publicado en 1886 por uno de los grandes de la heráldica italiana, Godofredo di Crollalanza, en el que hace acopio de blasones de familias italianas con indicación geográfica de la procedencia, ordenadas sólo de forma alfabética, a diferencia de repertorios anteriores en los que el criterio alfabético era subsidiario del jerárquico, el geográfico u otros. Mencionábamos antes la publicación durante el siglo XIX de repertorios rescatados de siglos anteriores. El caso más significativo es el del “Armorial General” de D’Hozier, enorme labor de registro oficial de blasones que se ordenó en Francia a finales del siglo XVII. Las peripecias de Hozier y de su red de oficinas de registro son dignas de ser contadas en otra ocasión. Lo que aquí nos importa es que en el siglo XIX se publicaron multitud de recopilaciones sectoriales de blasones literal y confesamente saqueados de los registros del Armorial General. Es como si se hubieran publicado múltiples explotaciones de una única base de datos. Un ejemplo es este “Armorial General del Poitou”, publicado por Passier en 1887. Sin embargo, en materia de repertorios es absolutamente obligado mencionar el otro gran “Armorial General”. Me refiero a la magna obra del alemán Juan Bautista Riestap, quien preparó un diccionario de blasones a nivel europeo tan exhaustivo como le permitieron los medios de la época: más de 130.000 escudos. Vemos aquí la edición francesa de 1887, en la que podemos observar la abigarrada masa de información manejada. Por último, mencionemos dos grandes repertorios de tratadistas españoles, publicados de forma casi simultánea. Se trata del “Nobiliario de los reinos y señoríos de España”, que Francisco Piferrer publicara en 1857, y del “Diccionario Histórico, Genealógico y Heráldico de las familias ilustres de la monarquía española”, compilado por el que fuera rey de armas D. Luis Vilar y Pascual, y publicado a partir de 1859. Ambas obras, que podrían tomarse por un precedente de los trabajos de los García Carraffa en el siguiente siglo, presentan una visión que aúna el estudio genealógico con el propiamente heráldico, completándose en el caso de Vilar con una serie de artículos sobre temas generales de variado interés. Siglo XX. DE TODO UN POCO Llegamos al final de nuestra andadura: el siglo XX. Nos tomaremos la licencia de hacer llegar el siglo XX hasta la actualidad. Al fin y al cabo, en los siete años que llevamos de XXI, nuestra materia no ha sufrido ningún cambio radical con respecto de los postulados anteriores. Vamos a tratar sobre las tendencias de la bibliografía del siglo XX pero, por supuesto, sin profundizar en cada caso particular. La variedad de ejemplos que podríamos encontrar es tan amplia, que particularizar en cada caso nos podría llevar otro tanto que el tiempo que llevamos hasta ahora. Abordaremos la cuestión desde un esquema lo más sencillo posible. A mi modo de ver, el panorama bibliográfico de las últimas décadas, sin ánimo de ser exhaustivo, se caracteriza por algunas de estas notas: a) A las tendencias que hemos visto hasta ahora, se añade una más: lo que pudiéramos llamar un enfoque “sociológico”, que intenta superar las visiones simbólicas y mitificadoras, las sistematizadoras, y las meramente historicistas, aunque lo consigue sólo con desigual fortuna. La razón es muy simple. No sólo nos encontramos con que los enfoques anteriores siguen muy arraigados en la literatura heráldica; además tenemos que consentir que esta visión sociológica no puede rechazar de plano esas otras interpretaciones, pues ellas, en sí mismas, forman parte del objeto de su estudio. Así, desde este enfoque no se puede rechazar un tratado de carácter simbólico del siglo XVI, pues los hombres del siglo XVI pensaban en esa clave simbólica. Ejemplo de ello son las obras de Pastoreau, Neubecker o, en España, de Martín y Riquer. b) Ha habido un crecimiento de los estudios sectoriales y locales, con el inconveniente de que en la mayoría de las ocasiones la heráldica es abordada por investigadores que carecen de la mínima formación en la materia, con resultados bastante pobres. El gran vehículo para estos estudios son las revistas especializadas, los libros de temas locales, y las publicaciones oficiales, a través de las cuales se ha ido fraguando un corpus de trabajos que suele tener un interés muy dispar que va desde lo interesante a lo desastroso, pero que es un primer paso hacia un conocimiento de una parte de la realidad de la heráldica que siempre había quedado en penumbra. c) Se ha avanzado en la edición y estudio de fuentes, especialmente en lo que se refiere a armoriales antiguos. Tradicionalmente la Heráldica ha quedado un tanto relegada en esta materia debido a la dificultad de reproducir obras eminentemente gráficas, como los armoriales. El siglo XX ha venido a tapar este agujero gracias a la evolución de las técnicas de impresión. Así podemos acceder a ediciones de armoriales antiguos a precios razonables, a ediciones realizadas por casas como la Librería París-Valencia, que nos permiten acceder a dignas reproducciones a precios populares, o a carísimas ediciones de bibliófilo prohibitivas para un buen número de bolsillos (empezando por el mío). d) También se ha avanzado en libros de carácter instrumental para el investigador, especialmente en repertorios bibliográficos y catálogos de manuscritos. El abordaje sistemático de la catalogación de fondos de impresos y manuscritos es un instrumento de primera para el investigador. Por eso se agradece tanto la publicación de este tipo de obras de bibliografía, aunque se echa de menos que no sean más accesibles. e) Los textos de heráldica de entidades territoriales, y especialmente sobre heráldica municipal, están empezando a salir del anonimato gracias al esfuerzo de ayuntamientos, diputaciones y comunidades autónomas, aunque su difusión sea bastante escasa. f) Y por último, se venden muchos libros divulgativos, en ocasiones magníficamente editados, pero cuyo contenido suele resultar poco atrayente por no decir francamente decepcionante. Tal vez resulte demasiado atrevido calificar de “libros divulgativos” a los textos que hoy día, con periodicidad casi matemática, aparecen en las librerías. Solemos encontrarnos con textos que repiten por enésima vez los mismos tratados de hace dos siglos, con repertorios de blasones ilustrados, con recopilaciones de apellidos que hacen pasar por genealogía unos meros apuntes copiados de cualquier enciclopedia. ¿Sirven para algo estos libros? En el fondo, sí: son para muchos la primera puerta por la que se entra al mundillo de la heráldica. Si luego hay suerte, se pasará a curiosear otros libros más serios, a disfrutar de reproducciones de libros antiguos, a leer algún estudio sobre algún tema más o menos cercano,... Y si no hay suerte, ese libro de escudos tan bonito que nos regalaron un día por nuestro cumpleaños, continuará en la estantería viendo pasar los años y esperando en la intimidad de sus pastas a que algún día alguien repare en lo vistoso de su lomo y lo coja, siquiera sea para hojearlo. Supongo que, a lo largo de este paseo por los libros de heráldica, más de uno habrá detectado lagunas. Soy consciente de ello. Por una parte, el tiempo es limitado y uno no puede hablar de todo lo que le gustaría. Se impone seleccionar entre los contenidos disponibles aquellos que más caracterizan una determinada idea, otros que resultan especialmente bonitos, e incluso alguno que sentimos que nos gusta especialmente porque “nos lo pide el cuerpo”. Pero también hay un segundo argumento. Cuando he planteado esta charla, me he impuesto como reto el presentar un material que esté accesible para todo el mundo a través de internet. Creo que lo he conseguido en gran medida. A lo largo de toda la charla muy pocas son las imágenes fruto de un escaneado de libros de mi biblioteca. Excepto los libros presentados en el capítulo del siglo XX y algún que otro anterior, todo el resto del material se encuentra disponible en internet, en sitios absolutamente legales, de donde se puede descargar de manera libre y gratuita. Si hace unos años internet era el gran basurero, hoy día va camino de convertirse en la biblioteca mundial, gracias en gran medida a proyectos de digitalización que están revalorizando el patrimonio bibliográfico al permitir un acceso más universal y una mejor conservación de los fondos. Yo animo a todos a que inviertan su paciencia y su línea de ADSL en bucear en la red. Con un poco de suerte y otro poco de intuición pueden encontrar tesoros como los que hemos visto esta tarde. Y para mí, ha sido una inversión muy rentable. Muchas gracias |
Heraldistas.
Alberto Montaner Frutos (Zaragoza, 3 de octubre de 1963), es un filólogo hispanista y arabista, historiador y poeta, especializado en la Edad Media y el Siglo de Oro y, más concretamente, en estudios cidianos, tanto históricos como literarios. Destacan, además, sus trabajos sobre épica, historia del léxico y onomástica, emblemática general, codicología, bibliografía y ecdótica, y epistemología de las ciencias humanas. Ha publicado, asimismo, varios libros de poesía. Nacido en Zaragoza, donde inició su carrera académica, destacó desde muy joven con un trabajo sobre la figura del Cid como héroe mítico y simbólico, elaborado antes de comenzar sus estudios universitarios, que lo hizo merecedor, con diecisiete años, del decimotercer Premio European Philips Contest for Young Scientists and Inventors; publicado unos años más tarde por el Museo e Instituto Camón Aznar con el título de El Cid: mito y símbolo. La precocidad y calidad del trabajo le hizo acreedor de una mención a su labor por parte del reputado hispanista Alan Deyermond:
Se licenció en Filología Hispánica por la Universidad de Zaragoza (1986), donde fue becario del Plan General de Formación del Personal Investigador, y en Filología Semítica por la Universidad Complutense de Madrid (1988), donde se doctoró en Filología en 1994 con la tesis doctoral Almiqdād: Una leyenda islámica árabe y aljamiada, dirigida por Federico Corriente. Ha desarrollado su carrera docente en la Universidad de Zaragoza, donde ha sido sucesivamente Profesor Asociado de Bibliografía, desde 1989, Titular de Literatura Española desde 1996 y Catedrático de la misma área de conocimiento desde 2007. Actualmente es. además, subdirector de su Instituto Universitario de Investigación en Patrimonio y Humanidades, estando también al frente del Área de Filología y Comunicación. Compagina su actividad docente e investigadora en dicha Universidad con la desarrollada en la Institución «Fernando el Católico» (Diputación Provincial de Zaragoza-CSIC), como Secretario Científico de la Cátedra de Emblemática «Barón de Valdeolivos», habiendo sido previamente director del Área de Investigación y Publicaciones Periódicas de dicha institución (1997-2007) y de la Unidad de Estudios Árabes e Islámicos del extinto Instituto de Estudios Islámicos y del Oriente Próximo, centro mixto de las Cortes de Aragón, la Universidad de Zaragoza y el CSIC (2004-2011). Su intensa carrera profesional lo ha llevado a ser profesor invitado en prestigiosas universidades, como la Universidad Pedagógica A. I. Gertsen, San Petersburgo (1990), la Universidad de Oxford (1992); la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (2002, 2004, 2013 y 2015); la Universidad Autónoma del Estado de México (2002); la Escuela Normal Superior de Lyon (2003, 2005, 2006 y 2010); la Universidad Carlos III (2004); la Universidad de Buenos Aires (2005); la Sorbona (2006, 2010 y 2016); la Universidad de California en Berkeley (2007); la Universidad de Zúrich (2015) y la Universidad de Stanford (2017). Labor investigadora En su amplia faceta investigadora, ha dedicado su atención a diversos campos del saber, desde el ara versificada latina de Diana (del siglo II) hasta la poesía de Luis Alberto de Cuenca o la narrativa de Arturo Pérez-Reverte, pasando por el Cantar de mio Cid, el Libro de buen amor, la Celestina o el Quijote. Obra Tiene publicados más de trescientos artículos y capítulos de libro en revistas científicas y obras especializadas, y alrededor de cincuenta libros, entre monografías y ediciones literarias. De entre su cuantiosa producción científica cabe mencionar los siguientes trabajos, agrupados por líneas de investigación: Materia cidiana A partir del premiado trabajo El Cid: mito y símbolo (1987), una de sus líneas prioritarias de investigación ha sido la materia cidiana, inicialmente en el terreno literario, pero también en el histórico. Entre sus muchos trabajos sobre el tema pueden destacarse sus ediciones (consideradas de referencia) del Cantar de mio Cid (1993, con sucesivas versiones corregidas y ampliadas en 2007, 2011 y 2016, las dos últimas en el marco de la Biblioteca Clásica de la Real Academia Española) y del Carmen Campidoctoris o Poema Latino del Campeador (2001, en colaboración con Ángel Escobar). En el terreno histórico, pueden mencionarse El Cid en Aragón (1998) y Guerra en Šarq Al’andalus: Las batallas cidianas de Morella (1084) y Cuarte (1094) (2005, en colaboración con Alfonso Boix). Estudios épicos El estudio de la materia cidiana lo encaminó a interesarse por otras manifestaciones de la poesía épica, tanto en su vertiente hispánica como comparada. En particular, se ha ocupado de la épica de las sociedades de frontera en las tradiciones románica, bizantino-eslava e islámica, en contribuciones como «Introducción a la épica de frontera» (2004) y «Consideraciones en torno a la épica de frontera» (2018), perspectiva que ha aplicado también al estudio del Quijote, con «La historia del capitán cautivo y la tradición épica de frontera» (2006). Estudios hispanoárabes El interés por los textos épico-caballerescos lo llevó a editar El recontamiento de al-Miqdâd y al-Mayâsa (1988) en aljamía y, a partir de ahí, a profundizar en las relaciones literarias y culturales hispanoárabes, con especial atención a la literatura aljamiada. En este terreno pueden citarse su colaboración, con tres capítulos, en la monumental obra colectiva La Aljafería (1998), el panorama crítico sobre la edición de textos aljamiados publicado en Romance Philology (2006) o el monográfico de Poesía en el Campus dedicado a la poeta tetuaní contemporánea Lamiae El Amrani (2008). Historia del léxico y onomástica. Del estudio de la aljamía pasó al de los arabismos y el de los préstamos de las lenguas semíticas y otras del Oriente Medio, como el persa o el turco, llegando finalmente a la historia del léxico y la onomástica iberorromances, en sus contribuciones al Dictionary of Arabic and Allied Loanwords (2008), de Federico Corriente, o al Lexicon Latinitatis Medii Aevi Regni Legionis (2010), dirigido por Maurilio Pérez González, a las que pueden añadirse la serie Historias de Palabras, que se publica en la revista Rinconete desde 2012, o su monografía Ciento cincuenta apellidos aragoneses (2017). Historiografía medieval y áurea. Las estrechas relaciones entre la épica y la cronística medievales se estudian en trabajos como «La mora Zaida, entre historia y leyenda (con una reflexión sobre la técnica historiográfica alfonsí)» (2005) o «Lo épico y lo historiográfico en el relato alfonsí del Cerco de Zamora» (2016). Además de las crónicas alfonsíes, ha prestado su atención a la obra de Juan Fernández de Heredia, de Antonio Beccadelli y de los historiadores aragoneses del Siglo de Oro, en particular Bartolomé Leonardo de Argensola y Miguel Martínez del Villar. También se ha ocupado de los aspectos conceptuales de esta producción, en «Historicidad medieval y protomoderna: lo auténtico sobre lo verídico» (2014) o «Épica, historicidad, historificación» (2015). Historia literaria del pensamiento jurídico-político. La evolución de la materia cidiana lo condujo también a interesarse por las relaciones entre literatura, historia y pensamiento jurídico-político en la Edad Media y el Siglo de Oro, sobre todo a través de la historiografía y el teatro. Pueden citarse en este apartado trabajos como Política, historia y drama en el cerco de Zamora: La «Comedia segunda de las Mocedades del Cid» de Guillén de Castro (1989), «La legitimación del poder en los autos sacramentales de Calderón» (1995) o el monográfico Literatura medieval y Derecho, coordinado para El Cronista del Estado Social y Democrático de Derecho (2013). Historia literaria de la magia Un trabajo precoz como «San Alberto Magno y la Alquimia» (1980) abre otra línea de trabajo del interés de Alberto Montaner, centrada en la historia de la magia y disciplinas afines, que solo afloraría mucho tiempo después, en el extenso volumen Señales, Portentos y Demonios: La magia en la literatura y la cultura españolas del Renacimiento (2014, preparado en colaboración con Eva Lara). Otros trabajos en esta línea son «La magia y sus formas en la literatura del Siglo de Oro» (2016), «Cervantes ante la astrología» (2018) o «Voces y conceptos del ocultismo decimonónico: En torno al Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano» (2020). Emblemática General. Desde su primera publicación, «El pendón aragonés» (1977), pasó paulatinamente de interesarse por la heráldica a contribuir al desarrollo de una nueva disciplina centrada en los emblemas como signos de identificación, conformada como tal en el seno de la ya citada Cátedra de Emblemática «Barón de Valdeolivos». En ese marco, fue coeditor de las Actas del I Congreso Internacional de Emblemática General (2004) y secretario de redacción (1995-2013) y subdirector (2014-2016) de la revista Emblemata. Entre sus aportaciones en este campo destacan la influyente monografía El señal del rey de Aragón: historia y significado (1995) y la reciente aportación «Materiales para una poética de la imaginación emblemática» (2019). Codicología, bibliografía y ecdótica. Un decenio como profesor de Bibliografía se tradujo en la aparición del Prontuario de bibliografía: Pautas para la realización de descripciones, citas y repertorios (1999) y de «La bibliografía aragonesa: Periodización y estudios sobre manuscritos» (2006). Junto a estos trabajos más generales, la mayoría de sus aportaciones se relacionan con los problemas de la transmisión textual y de la edición filológica de textos. A cuestiones conceptuales se dedican trabajos como «Emendatio, buena forma y entropía» (1994) o «Variantes de transmisión, error textual y sesgo cognitivo» (2020), mientras que otros se centran en la aplicación de nuevas tecnologías, como «Ecdótica, paleografía y tratamiento de imagen» (1994) o «The Medievalist’s Gadget: Hyperspectral Photography and the Phantom Scribe» (2008). Epistemología de las Ciencias Humanas. La problemática de la crítica textual supuso la vuelta a la reflexión sobre la teoría y la metodología de los estudios literarios (que ya se había manifestado en la introducción de El Cid; mito y símbolo) y, de modo más amplio, de las Ciencias Humanas, en trabajos como «En defensa del sentido literal: De la interpretación a la explicación en el estudio de la literatura» (2010), «Juan Ruiz, Lǐ Yú y las maqāmāt o los límites factuales del multiculturalismo» (2011), «El criterio frente al dogma: Cuestiones epistemológicas al hilo de los estudios medievales y renacentistas» (2012) o «La evolución del concepto de filología desde la Revista de Filología Española» (2018). Obra poética. Además de su extensa producción científica, ha publicado varios poemarios: Mysteria cordis (1984), Furor jamás cansado (1985), Las frondas del ocaso (1985), Tras sus doradas huellas (1986), Á en mourir (1989), Teatro de delicias (1993) y Memoria de apariencias (2004) y Flores de Lichtenberg, con fotografías de Ricardo Guixà (2017). En su poesía se trasluce la raíz clásica de su vasta erudición. |
Luis Vilar y Pascual, Mocholi y Pradas (m. 1893) fue un historiador, biógrafo y genealogista español Biografía No consta su fecha y lugar de nacimiento. Fue cronista y rey de armas de reina Isabel II, caballero de la orden militar de San Juan de Jerusalén y diputado e individuo de varios cuerpos literarios y científicos. Redactó el Anuario de la nobleza española con el origen, progresos y vicisitudes de la Corona de España, etc (Madrid, 1879), colaboró en Revista Española y dirigió La Caridad en la Guerra, una revista filantrópica de la Cruz Roja, desde que se trasladó de Pamplona a Madrid en 1871; desde agosto de 1872 esta publicación empezó a titularse Boletín de la Cruz Roja. Vilar era presidente de la comisión de socios y propaganda del entonces joven organismo y fue un convencido católico, como demuestra el folletín incluido en esta publicación, que se debe a su pluma, Arte de hallar la verdadera felicidad. En 1879 fue retirado de la dirección de la revista en favor de Pedro Miguel Ortega. Casó (1844) con Francisca de Alfonso y Giner en la parroquial de San Pedro, Valencia, y tuvo dos hijas. |
HERALDICA ESPAÑOLA. La tradición y el arte de la heráldica aparecieron por primera vez en España casi al principio del siglo XI d. C. y su origen fue similar a otros países de Europa: la necesidad de caballeros y nobles de distinguirse unos de otros en el campo de batalla, en las justas y torneos. Los caballeros llevaban armadura de pies a cabeza y a menudo ocupaban posiciones de liderazgo, por lo que era esencial poder identificarlos en el campo de batalla. Características El diseño de los escudos mismos, a excepción de las reglas de la heráldica, dependía del propietario, y a veces el diseño tenía un significado o simbolismo específico. Originalmente, cualquiera podía llevar (exhibir) armas. Más tarde, se convirtió en una práctica más para la nobleza. Hasta el final de la Edad Media, solo se usaban las armas paternas, pero luego se mostraban las armas paternas y maternas. Los escudos de los abuelos materno y paterno fueron empalados (el escudo se cortó por la mitad verticalmente, mostrando las armas respectivas en cada mitad). Durante los siglos XVIII y XIX, la nobleza utilizó el uso de cuatro cuarteles (el escudo se cortó en cuatro partes y el diseño de las armas de cada abuelo se colocó en cada cuarto). El orden de visualización fue: Abuelo paterno Abuelo materno Abuela paterna Abuela materna Descenso de armas españolas El descenso de las armas y títulos españoles difiere de gran parte de Europa en que pueden heredarse a través de las mujeres. Además, la ilegitimidad no impidió el descenso de armas y títulos. Las grandes familias españolas creían que un pedigrí familiar podría verse más dañado por la falta de lealtad que por la ilegitimidad. De hecho, las patentes de nobleza de muchas familias españolas contenían legados a ramas ilegítimas en caso de que no se encontraran herederos legítimos. Estilo y práctica El estilo y la práctica de la heráldica española siguen la rama ibérica de la tradición heráldica latina, que también incluye la heráldica portuguesa, con la que comparte muchas características. La forma más común de escudo heráldico utilizado en España es el estilo ibérico (también conocido como "peninsular", "español" o "portugués") que tiene una forma simple, cuadrada en la parte superior y redonda en la parte inferior. Los cargos que se muestran en el armorial español pueden representar eventos históricos o hechos de guerra. También se caracterizan por un uso generalizado de orlas y bordes alrededor del exterior del escudo. Además de los bordes, España y Portugal reúnen armas más convencionalmente por acuartelamiento. La heráldica ibérica también permite palabras y letras en el escudo, una práctica que se considera incorrecta en el norte de Europa. Las cimeras y los yelmos también son comunes en España y Portugal. Definiciones El "escudo" de armas, o más correctamente la composición, en España está conformado por el escudo como tal, un manto que puede ser simplemente dibujado u ornamentado, un casco (opcional) o una corona si es para un miembro de la nobleza y un lema (opcional). En la heráldica española, lo que se coloca en el escudo es lo más importante. En la heráldica inglesa, escocesa e irlandesa se pueden encontrar muchos accesorios adicionales que no se encuentran o usan con frecuencia en la heráldica española. Pueden incluir, además del escudo, un casco, un manto (capa de tela), una corona (un círculo de seda con cordón de oro y plata enrollado y colocado para cubrir la unión entre el casco y la cresta), la cimera, el lema, jefe, soportes (animales reales o ficticios o personas que sostienen el escudo), la partición (lo que los soportes sostienen), estandartes y alféreces (banderas personales), coronas de rango, insignias de las órdenes de caballería y divisas. En general, cuanto más viejas son las armas, más simple o sencillo es la composición. |
Heráldica Británica.
Biblioteca Personal.
Tengo un libro en mi colección privada .-
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