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Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

sábado, 23 de julio de 2011

35.-Escudos de Armas de Familia Franco (Bahamonte) a

  

Francisco Franco Bahamonde​. 
Escudo heráldico de Francisco Franco donde se representan las armas de sus cuatro 
apellidos: primer cuartel: Franco; segundo: Bahamonde; tercero: Salgado-Araújo;
 y cuarto: Pardo de Andrade

(Ferrol, 4 de diciembre de 1892-Madrid, 20 de noviembre de 1975) fue un militar y político español, jefe de Estado de España, desde 1936 a 1975.


  



I señora de Meirás

María del Carmen Polo y Martínez-Valdés.

 (Oviedo, 11 de junio de 1900 - Madrid, 6 de febrero de 1988), I señora de Meirás, fue la esposa de Francisco Franco, militar y  político español que ejerció como jefe de Estado de España desde 1939 hasta 1975. Era popularmente conocida como doña Carmen o la Collares.
Señora de Meirás


Polo Martínez-Valdés, María del Carmen. Señora de Meirás (I). Oviedo (Asturias), 11.VI.1900 – Madrid, 6.II.1988. Consorte.

Primogénita de una familia de la clase media ovetense, su padre, Felipe Polo Flórez, abogado y propietario, pertenecía a una familia oriunda de Palencia —los Polo-Vereterra—, y la madre, Ramona Martínez- Valdés y Martínez-Valdés, a una ilustre familia de San Cucao, localidad muy próxima a la capital asturiana.
Además de Carmen, el matrimonio tuvo tres hijos más: Felipe, Isabel y Ramona (conocida en el círculo íntimo y familiar como Zita).
Ramona Martínez-Valdés falleció en 1914 y los hijos quedaron al cuidado de varias institutrices y de su tía paterna, Isabel Polo Flórez de Vereterra.
Llegada la adolescencia, Carmen Polo ingresó en los mejores colegios de religiosas de la capital del Principado, pasando, sucesivamente, por las ursulinas y las salesianas. En el verano de 1917 conoció a Francisco Franco Bahamonde, y tuvo la oportunidad de conversar con el joven militar en una romería típica asturiana. Comenzó así un largo noviazgo que debió vencer varios obstáculos: las reticencias familiares al enlace, la juventud de la novia y las continuas idas de Franco hasta el teatro de operaciones africano.

A pesar de todos los contratiempos, la boda se celebró en la céntrica iglesia de San Juan el Real de Oviedo, el 22 de octubre de 1923, tras seis años de noviazgo. Tras una breve luna de miel que incluyó una audiencia con el rey Alfonso XIII para agradecerle su padrinazgo, el matrimonio se instaló en Ceuta, donde pasó tres años. Llegó el ascenso de Franco al generalato en febrero de 1926. En el mes de junio falleció el padre de Carmen Polo, Felipe Polo, y el 14 de septiembre vino al mundo la única hija del entonces joven matrimonio: María del Carmen Franco Polo.
Los traslados del general Franco imponían a su familia sucesivas residencias a lo largo y ancho de España: Madrid, Zaragoza, La Coruña, Baleares, Canarias...
Con la incorporación de Franco al levantamiento militar contra la República, Carmen Polo y su hija se embarcaron en un crucero alemán que les llevó hasta La Haya, tras una breve estancia en Bayona; el 23 de septiembre de 1936 se reunió toda la familia en Cáceres. Apenas una semana más tarde, Franco ascendió a la máxima jefatura de la rebelión. El matrimonio residió a lo largo de la Guerra en Salamanca y en Burgos.

Finalizada la Guerra, el matrimonio Franco se asentó en Madrid, primero en el palacio de Viñuelas y, desde marzo de 1940, en el palacio de El Pardo, que será hogar de la familia durante treinta y cinco años.
El 10 de abril de 1950, María del Carmen, la única hija del matrimonio, se casó con Cristóbal Martínez- Bordíu. El joven matrimonio, acompañado de Carmen Polo, fue recibido en audiencia por el papa Pío XII el 7 de mayo de 1950. Apenas pasado un año, el 26 de febrero de 1951, la joven pareja dio su primer nieto al matrimonio Franco: era una niña y recibió el nombre de María del Carmen.
La vida familiar de los Franco volvió al primer plano social cuando la nieta casó con Alfonso de Borbón- Dampierre el 8 de marzo de 1972.
Durante estos años, Carmen Polo asistió al deterioro físico y mental de su marido, quien, tras varios achaques y operaciones, falleció la madrugada del 20 de noviembre de 1975.
Con la máxima jefatura del Estado en manos de Juan Carlos I, la viuda de Franco recibió una merced real al concedérsele el señorío de Meirás, con carácter de Grandeza de España, título que recuerda el nombre del palacio coruñés que por suscripción popular fue regalado al matrimonio Franco en 1938.
El 31 de enero de 1976, la señora de Meirás abandonó definitivamente el palacio de El Pardo, instalándose en la madrileña calle Hermanos Bécquer de Madrid.
El último trauma en la vida de Carmen Polo llegó el 7 de febrero de 1984, con la muerte en accidente de tráfico de su bisnieto Francisco de Borbón Martínez- Bordiú, hijo de su nieta María del Carmen. El entierro fue uno de los últimos actos públicos en los que la señora de Meirás se dejó ver ante las cámaras.
Celosa de su privacidad, el estado de salud de la señora de Meirás se fue agravando, hasta que finalmente, a causa de una neumonía y mientras dormía, la muerte la sorprendió la mañana del 6 de febrero de 1988. Su entierro tuvo lugar en el panteón que la familia Franco tiene en el cementerio de El Pardo.

Bibl.: F. Franco Salgado-Araujo, Mis conversaciones privadas con Franco, Barcelona, Planeta, 1976; R. Garriga, La Señora del Pardo. España a sus pies, Barcelona, Planeta, 1977; J. Navarro, Señora presidenta, Barcelona, Plaza y Janés, 1999; P. Franco, Nosotros los Franco, Barcelona, Planeta, 1980; J. Pardo, Las damas del franquismo, Madrid, Temas de Hoy, 2000; P. Preston, Palomas de guerra. Cinco mujeres marcadas por el enfrentamiento bélico, Barcelona, Plaza y Janés, 2001, págs. 353, 428, 470 y 479.

  

María del Carmen Franco Polo. 
Duquesa de Franco


(Oviedo, Asturias, 14 de septiembre de 19261​-Madrid, 29 de diciembre de 2017)​ duquesa de Franco, marquesa consorte de Villaverde y grande de España fue una aristócrata española, hija del Jefe de Estado español, Francisco Franco y de su esposa María del Carmen Polo, señora de Meirás.

Cristóbal Martínez-Bordiú.

  


Cristóbal Martínez-Bordiú y Ortega (Mancha Real; 1 de agosto de 1922-Madrid; 4 de febrero de 1998), x marqués de Villaverde, duque consorte de Franco y grande de España, fue un cardiólogo, cirujano y aristócrata español, popularmente conocido como «el Yernísimo» por su matrimonio con Carmen Franco, hija del dictador Francisco Franco.

Era hijo de José María Martínez y Ortega (1890-1970) y de María de la O Esperanza Bordiú y Bascarán (1896-1980), ix marquesa de Villaverde, xiv condesa de Morata de Jalón, vii condesa de Argillo (título por el que se la solía conocer), xvi baronesa de Gotor y xvi baronesa de Illueca
En su bautismo, fue apadrinado por su tío político, el abogado José María Sanchiz Sancho, esposo de Enriqueta Bordiú y Bascarán.
Escudo de Cristóbal Martínez-Bordiú, X marqués de Villaverde

Título académica.

Se doctor en Medicina en la Universidad de Madrid.

Título nobiliario.

Marqués de Villaverde.
Duque consorte de Franco.
Grande de España.

Distinciones honoríficas.

Caballero Gran Cruz de la Real Orden de Isabel la Católica (20 de enero de 1976).
Caballero Gran Cruz de la Orden Civil de Sanidad.
Caballero de la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén.
Medalla de Oro de la Orden al Mérito Turístico (18 de julio de 1970).


Descendencia.

  

1).-María del Carmen Martínez-Bordiú y Franco, (26 de febrero de 1951). Se casó con (1) Alfonso de Borbón y Dampierre el 8 de marzo de 1972 y se divorció en 1982, teniendo dos hijos. Se volvió a casar con (2) Jean-Marie Rossi en 1984, con quien tuvo una hija. Posteriormente, contrajo un tercer matrimonio en 2006 con (3) José Campos García y se divorció en 2013.


Francisco de Asís de Borbón y Martínez-Bordiú (1972-1984)
Luis Alfonso de Borbón y Martínez-Bordiú (25 de abril de 1974).
María Cynthia Rossi y Martínez-Bordiú (28 de abril de 1985).

  

2).-María de la O Martínez-Bordiú y Franco, (19 de noviembre de 1952). Casada con Rafael Ardid Villoslada. Con descendencia:
Francisco de Borja Ardid y Martínez-Bordiú (20 de diciembre de 1975).
Jaime Rafael Ardid y Martínez-Bordiú (28 de septiembre de 1976).
Francisco Javier Ardid y Martínez-Bordiú (7 de abril de 1987).


  

3).-Francisco Franco y Martínez-Bordiú, (9 de diciembre de 1954). Cuando nació, las Cortes franquistas alteraron mediante una ley "ad hominem" el orden de sus apellidos. II Señor de Meirás (Grande de España) y XI Marqués de Villaverde; casado (1) en 1981 con María de Suelves y Figueroa, descendiente de Francisco de Paula de Borbón y Castellví, hija del marqués de Tamarit; y (2) con Miriam Guisasola Carrión (2001):

Francisco Franco de Suelves (30 de noviembre de 1982).
Juan José Franco de Suelves (29 de septiembre de 1985).
Álvaro Franco y Guisasola (15 de agosto de 1994).
Miriam Franco y Guisasola (5 de febrero de 1996).

  

4).-María del Mar Martínez-Bordiú y Franco,  (6 de julio de 1956). Divorciada de Joaquín José Giménez-Arnau Puente, Jimmy. Con descendencia. Casada en segundas nupcias con Gregor Tamler. Se divorciaron en 1991. No tuvieron descendencia.
Leticia Giménez-Arnau y Martínez-Bordiú (25 de enero de 1979).



  

5).-José Cristóbal Martínez-Bordiú y Franco,  (10 de febrero de 1958). Divorciado de María José Toledo López, Jose. Con descendencia:
Daniel Martínez-Bordiú y Toledo (11 de junio de 1990).
Diego Martínez-Bordiú y Toledo (4 de mayo de 1998).


  

6).-María de Aránzazu Martínez-Bordiú y Franco (16 de septiembre de 1962). Casada con Claudio Quiroga Ferro.



  

7).-Jaime Felipe Martínez-Bordiú y Franco, (8 de julio de 1964). Divorciado de Nuria March Almela. Con descendencia:
Jaime Martínez-Bordiú y March (13 de noviembre de 1999).



TÍTULOS DE NOBLEZA.


  



En campo de púrpura, una banda, de oro, engolada en dragantes, del mismo metal, y acompañada de dos columnas, la de abajo surmontada de una corona imperial y la leyenda «Plus», y la de arriba de la corona nacional y la leyenda «Ultra». El escudo colocado sobre la Cruz Laureada de San Fernando.


El Ducado de Franco es un título nobiliario español con grandeza de España creado el 26 de noviembre de 1975 por el rey Juan Carlos I y otorgado a María del Carmen Franco y Polo, por entonces marquesa consorte de Villaverde ‘en atención a las excepcionales circunstancias y merecimientos que en ella concurren

El Señorío de Meirás es un título nobiliario español creado,​ con carácter personal, el 26 de noviembre de 1975 con Grandeza de España para María del Carmen Polo Martínez-Valdés por el rey Juan Carlos I de España. El nombre proviene por el pazo que la familia Franco tiene en Galicia y que disfrutan como residencia privada. Su único titular iba a ser María del Carmen Polo y Martínez Valdés, viuda del dictador General Franco. Cuando ésta falleció en febrero de 1988, el título desapareció. 
Sin embargo, meses más tarde el título fue reclamado​ por Francisco Franco y Martínez-Bordiú, nieto de la anterior titular, y al no reclamarlo nadie de la familia que tuviese más derecho al título que él, un mes más tarde el rey firmó un decreto por el que el nieto mayor de Franco fuese nuevo titular del señorío de Meirás.

  

El Marquesado de Villaverde.




El Marquesado de Villaverde es un título nobiliario español creado el 1 de abril de 1670 por el rey Carlos II, a favor de Francisco Sanz de Cortés y Borao, de noble y poderosa familia del reino de Aragón. Fue  Corregidor de Zaragoza.

Posteriormente, en 1675, Francisco Sanz de Cortés y Borao compró legalmente las propiedades y títulos de conde de Morata de Jalón, barón de Gotor y barón de Illueca a su última poseedora, Ana María Martínez de Luna (cambiado a Manrique de Luna), quién ya era III duquesa de Galisteo, y VIII condesa de Osorno, y no tenía ningún descendiente.

Historia de los marqueses de Villaverde.

Francisco Sanz de Cortés y Borao, I marqués de Villaverde, posteriormente, por compra VI conde de Morata de Jalón, barón de Gotor y barón de Illueca, todos en el reino de Aragón. Le sucedió su hijo:

José Antonio Sanz de Cortés y Coscón, II marqués de Villaverde, VII conde de Morata de Jalón, barón de Gotor, barón de Illueca. Le sucedió su hijo:

Miguel Sanz de Cortés y Fernández de Heredia, III marqués de Villaverde, VIII conde de Morata de Jalón, barón de Gotor, barón de Illueca. Le sucedió:

Juan María Sanz de Cortés y Connock, IV marqués de Villaverde, IX conde de Morata de Jalón, barón de Gotor, barón de Illueca. Le sucedió su hermana:

María Luisa Sanz de Cortés y Connock, V marquesa de Villaverde, X condesa de Morata de Jalón, baronesa de Gotor, baronesa de Illueca. Le sucedió su sobrina:

María Soledad Muñoz de Pamplona y Sanz de Cortés,VI marquesa de Villaverde, XI condesa de Morata de Jalón, IV condesa de Argillo, baronesa de Gotor, baronesa de Illueca.
Casó con Juan Garcés de Marcilla y Azuara. Le sucedió su hijo:

José Garcés de Marcilla y Muñoz de Pamplona (1807-1883), VII marqués de Villaverde, XII conde de Morata de Jalón, V conde de Argillo, barón de Gotor, barón de Illueca.
Casó con Rosa Prendergast y Gordon, dama de la Orden de la Reina María Luisa. Sin descendientes. Le sucedió su sobrino:

Luis Bordiú y Garcés de Marcilla, VIII marqués de Villaverde, XIII conde de Morata de Jalón, VI conde de Argillo, barón de Gotor, barón de Illueca.
Casó con María del Carmen de Prat y Sánchez-Salvador. Le sucedió, de su hijo Cristóbal Bordiú y de Prat casado con María de la O de Bascarán y Reina, la hija de ambos, su nieta:

María de la O Esperanza Bordiú y Bascarán, IX marquesa de Villaverde, XIV condesa de Morata de Jalón, VII condesa de Argillo, baronesa de Gotor, baronesa de Illueca.
Casó con José María Martínez y Ortega. Le sucedió su hijo:

Cristóbal Martínez-Bordiú, X marqués de Villaverde.
Casó con Carmen Franco y Polo, hija única del dictador Francisco Franco y de su esposa Carmen Polo. Le sucedió su hijo:

Francisco Franco y Martínez-Bordiú (antes Francisco Martínez-Bordiú y Franco), XI marqués de Villaverde, II señor de Meirás. Actual marqués de Villaverde.

Linajes.

Sanz de Cortés
Muñoz de Pamplona
Garcés de Marcilla
Bordiú
Martínez-Bordiú.

Títulos nobleza relacionados.

El condado de Morata de Jalón es un título nobiliario español creado el 12 de abril de 1538 por el rey Carlos I a favor de Pedro Martínez de Luna y Urrea, señor de las baronías de Gotor y de Illueca, IV virrey de Aragón, de Cataluña y de Valencia,​ asociado a la localidad zaragozana de Morata de Jalón.

Armas: En campo de gules, un menguante de plata y campaña de plata.

El condado de Argillo es un título nobiliario español creado el 21 de marzo de 1776, por el rey Carlos III, con el vizcondado previo de Pomer, a favor de Miguel Muñoz de Pamplona y Pérez de Nueros, Señor del Quiñón (finca agrícola) de Argillo, cerca de Calatorao, provincia de Zaragoza.

Barón de Gotor- En el año 1250 Jaime I el Conquistador otorgó el título y las tierras de la baronía de Gotor a su ahijado, conocido como Jaime de Mallorca por su nombre cristiano. Este hombre fue hijo del último valí almohade de Mallorca. Cuando Jaime I conquistó la Isla el joven tenía 13 años. Cuenta la historia que el Conquistador decidió adoptarlo y procuró que se educase en el cristianismo. El joven tomó el nombre de Jaime y se casó con María de Alagón. El regalo del batallador fue la baronía de Gotor, castillo que compró a los monjes de Piedra. Uno de los descendientes del hijo del valí de Mallorca fue D. Pedro Martínez de Luna y Gotor, el Papa Luna.
Después de la Reconquista, la villa fue señorío de la casa de Illueca, del linaje de los Martínez de Luna, una de las ocho casas nobles de Aragón. De esa época es la construcción más notable de Gotor, el convento de Nuestra Señora de la Consolación, de la orden de los dominicos, erigido en el siglo xvi.
Con el tiempo el título formó parte del patrimonio de los Condes de Morata y cuando Dª Apolonia Martínez de Luna vendió sus títulos estos se unieron al de Marqués de Villaverde. 

Barón de Illueca.-

Linajes
Casa de Luna
Sanz de Cortés
Muñoz de Pamplona
Garcés de Marcilla
Bordiú

  

Francisco Sanz de Cortes y Borao, nacido en su casa familiar de la plaza de san Felipe el 21 de julio de 1623, cursó sus estudios en la Universidad sertoriana de Huesca. Fue Doctor en Derecho, experto abogado y hombre de negocios. Éste fue el que compró los bienes y los títulos de los Martínez de Luna. Francisco Sanz poseía cerca de Barbastro una pardina o despoblado, llamado de Villaverde, y consiguió que la madre de Carlos II otorgase el título de marqués, que le fue concedido por Real Cédula de 1 de abril de 1670. Fue, como su padre, Regidor Perpetuo de Zaragoza y del Consejo del Rey. En sus tiempos de estudiante en Huesca conoció a Isabel-Juana Coscón y Cortés, de la Casa de los vizcondes de Torresecas, contrayendo primeras nupcias, casando en segundas con Ana-María de Heredia y Sanz de Latrás. Murió en 1686.

El proceso de aprehensión del condado de Morata se basaba en que su comprador, el marqués de Villaverde, no tenía parentesco alguno con la vendedora. Cosa cierta, por lo que a los Sanz de Cortes convenía emparentar con los antiguos propietarios del condado, los Luna. Con este fin casó a su heredero José Sanz de Cortes y Coscón con María-Antonia Fernández de Heredia y Ximénez-Cerdán, hija de los marqueses de Bárboles y condes de Contamina, parientes de los Martínez de Luna.

 Este parentesco fue decisivo para la conclusión del pleito entre los Villaverde y los Sástago y Montijo. El duque de Villahermosa, que era el más duro rival, se apartó del proceso al recibir una fuerte compensación económica de los Sanz de Cortes, a lo que se opuso Carlos de Borja y Aragón, ya que carecía de descendencia directa.


El Linaje de los Martínez de Luna.

Familia de los LUNA.



Armas heráldicas de los Luna
|
Familia noble aragonesa oriunda de Navarra, de donde procede un tal Martín Gómez, pariente de Bacalla, que se distinguió en la toma de Luna en tiempos del rey Sancho Ramírez, en 1094. Sus hijos fueron Lope Ferrench de Luna, cabeza del linaje de los luna; Martín de Luna, cabecera de la rama de los Martínez de Luna; y Lope de Luna, arranque de los López de Luna. Cada una de las ramos adoptó armas heráldicas peculiares. Una usa escudo de gules con un creciente de plata ranversado y la punta del mismo en plata y es la llamada rama de Illueca; otros prefieren escudo cortado, en su primer cuartel en campo de plata una luna jaquelada de cuatro órdenes de oro y sable y segundo cuartel jaquelado en oro y sable (la llamada rama de Ricla). Otros usan escudo de plata con un creciente jaquelado en oro y sable y ranversado.
De Ferrench descendieron los condes de Luna, que poseyeron el señorío de la villa hasta que ésa pasó a la Corona de Aragón. Los Martínez de Luna, no sólo se extendieron en Aragón sino también en tierras castellanas; cabe destacar a Lope Martínez de Luna, que intervino en 1212 en

la batalla de Las Navas de Tolosa; Sancho Martínez de Luna, que sirvió a Jaime I hacia 1223, o Jaime Martínez de Luna, que participó en las guerras de los castellanos Enrique II y Pedro I; este tronco de los luna dio también dos figuras notables para la historia de la Iglesia, como fueron Pedro Martínez de Luna, que tras llegar a cardenal fue elegido papa con el nombre de Benedicto XIII, siendo uno de los principales responsables del Cisma de Occidente, o su sobrino, homónimo, arzobispo de Toledo. Muchos otros descendientes de esta familia desempeñaron cargos relevantes, ya en la Corte, ya en el seno de la Iglesia, ya en la administración pública, transcendiendo las fronteras aragonesas y los límites cronológicos de las Edad Media. (Ángel Canellas López / María José Sánchez Usón)

Los Martinez de Luna, ricos hombres de sangre y naturaleza de Aragón. Familia noble aragonesa descendiente del hijo segundo del fundador del apellido Luna, Bacalla, conquistador de la localidad zaragozana de Luna en tiempos del rey Sancho Ramírez.

Orígenes.

A este linaje pertenecen los señores de Illueca, Condes de Morata y Conde de Argillo, que se tuvo por una de las ocho casas nobles de Aragón. Las armas heráldicas de este apellido consisten en escudo con una luna de plata ranversada en campo de gules. A esta familia pertenecieron entre otros individuos de nota, Sancho, coetáneo de Jaime I de Aragón, quien dio muerte a Pedro de Ahones en 1223, su hijo Pedro que fue el primer señor de Almonacid de la Sierra y contemporáneo del suceso de los Corporales de Daroca, Juan que casó con Teresa Pérez de Gotor, obteniendo así Illueca y la Baronía de Gotor y padre de Pedro, Benedicto XIII (papa) en la obediencia de Aviñón; ya en el siglo XVI pertenece al linaje Pedro, que fue primer Condes de Morata y virrey de Aragón.



Martínez-Bordiú.
 

  

Apellido Bordiu.



Trae por armas: Escudo de gules cuartelado en sotuer, 1º y 4º un árbol de su color arrancado; y 2º y 3º una torre de plata.


El apellido Bordiu es uno de los más antiguos de España y tiene una rica historia que se remonta a la época medieval. Este apellido es de origen aragonés y se ha extendido por toda la península ibérica y otros países del mundo. En este artículo, exploraremos el significado, origen y la historia detrás del apellido Bordiu.

Orígenes del apellido Bordiu.

El apellido Bordiu tiene su origen en la región de Aragón, España. Se cree que proviene del término «bordón», que significa bastón o vara larga, y que era utilizado por los pastores para guiar a sus rebaños. De esta manera, el apellido Bordiu estaría relacionado con la actividad ganadera y pastoril de la zona.
Los primeros registros del apellido Bordiu datan del siglo XV, y se encuentran en la localidad de Almudévar, en la provincia de Huesca. Desde allí, la familia se extendió por diferentes regiones de España, como Navarra, La Rioja y Castilla y León.
Uno de los miembros más destacados de la familia Bordiu fue José María Bordiu y Bascarán, Conde de Argillo y Marqués de Villaverde, quien fue un importante político y empresario español durante el siglo XIX. También es conocido por ser el abuelo materno de la Duquesa de Franco, Carmen Martínez-Bordiú.
En la actualidad, el apellido Bordiu se encuentra presente en diferentes partes del mundo, especialmente en América Latina y Estados Unidos, donde muchos descendientes de la familia emigraron en busca de nuevas oportunidades.

Significado y simbolismo del apellido Bordiu.

El apellido Bordiu es de origen español y tiene una larga historia que se remonta al siglo XVIII. El significado del apellido es incierto, pero se cree que puede estar relacionado con la palabra «bordón», que significa bastón o vara larga. También se ha sugerido que puede tener un origen francés, derivado de la palabra «bourde», que significa granja o casa de campo.
El apellido Bordiu ha sido llevado por varias personalidades importantes a lo largo de la historia, incluyendo a la familia del dictador español Francisco Franco. El apellido también ha sido utilizado en la literatura y el cine, como en la novela «La familia de Pascual Duarte» de Camilo José Cela y en la película «La caza» de Carlos Saura.
En cuanto al simbolismo del apellido Bordiu, se ha asociado con la fuerza y la determinación, ya que la vara larga o el bastón pueden ser vistos como símbolos de poder y autoridad. 
También se ha relacionado con la vida en el campo y la naturaleza, debido a su posible origen francés como «bourde» o granja. En cualquier caso, el apellido Bordiu tiene una rica historia y significado que lo hacen interesante de explorar.

Influencia del apellido Bordiu en la cultura y la historia

El apellido Bordiu es uno de los más conocidos en la historia y la cultura española. Su origen se remonta al siglo XVIII, cuando la familia Bordiu se estableció en la ciudad de Zaragoza. Desde entonces, este apellido ha dejado una huella indeleble en la historia de España, gracias a la influencia de sus miembros en la política, la cultura y la sociedad en general.
Uno de los miembros más destacados de la familia Bordiu fue José María Bordiu y Bascarán, Conde de Argillo y Marqués de Villaverde. Este noble español fue uno de los principales colaboradores del dictador Francisco Franco durante la Guerra Civil española y la posterior dictadura franquista. Además, su hija, Carmen Franco y Polo, se convirtió en una de las mujeres más influyentes de la España del siglo XX, gracias a su matrimonio con el médico Cristóbal Martínez-Bordiú, nieto del Conde de Argillo.
Pero la influencia del apellido Bordiu no se limita a la política y la sociedad. También ha dejado su huella en la cultura española, gracias a la obra de artistas como el pintor José Bordiu y el escritor José María Bordiu. Este último es conocido por su obra «El hombre que se parecía a Orestes», una novela que retrata la vida de un hombre que se ve obligado a huir de su país debido a la represión política.
En resumen, el apellido Bordiu ha sido una presencia constante en la historia y la cultura española durante siglos. Desde la política hasta la literatura, la familia Bordiu ha dejado su huella en todos los ámbitos de la sociedad española, convirtiéndose en una de las familias más influyentes y reconocidas del país.

Cristóbal Bordiú y Góngora.

Fecha de nacimiento: estimado entre 1775 y 1835 
Defunción:

Luis Bordiu Garces de Marcilla, VIII marqués de Villaverde.

Fecha de nacimiento: 1846, Paris, Île-de-France, Francia
Defunción: 01 de julio de 1921, Sabiñán, Zaragoza, Aragón, España


Cristóbal Bordiú y Prat, IX marqués de Villaverde.
Fecha de nacimiento: 12 de octubre de 1864
Defunción: 17 de diciembre de 1907 

María de la O Esperanza Bordiú y Bascarán, VII. condesa de Argillo.

Fecha de nacimiento: 19 de diciembre de 1896, Madrid, España.
Defunción: 12 de diciembre de 1980, Mancha Real, Jaén,España

Cristóbal Martínez-Bordiú.-Marqués de Villaverde.

Nacido el 1 de agosto 1922  - Mancha Real, Espagne
Fallecido el 4 de febrero de 1998  - Madrid, a la edad de 75 años


  

MARTÍNEZ
(ANDALUCÍA)




Se trata de un apellido patronímico que, como tantos otros, no tienen relación entre sí los distintos solares de esta denominación. Es un derivado del nombre propio Martín. Pero lo que interesa es conocer su origen, es decir, el lugar de su procedencia, tal cosa sí está en condiciones de informarlo: Las casas más antiguas que se conocen de Martínez estuvieron ubicadas en Asturias y Galicia.
En Guipúzcoa se estableció otra rama de los Martínez. En la villa de Palencia, del partido judicial de Vergara. Un miembro de esta familia Francisco Martínez, pasó a Chile, dando origen a una rama de este apellido en aquel país americano. En el lugar de Cos, del partido judicial de Cabezón de la Sal, moró una familia muy antigua del linaje Martínez, con línea en América.

Armas.

Según Juan Baños de Velasco, los Martínez de Andalucía, traen: Escudo cuartelado: 1º y 4º, en campo de plata, tres panelas, de azur, puestas en triángulo, y 2º y 3º, en campo de oro, dos barras de azur.

Genealogía.

Tomás Martínez Rodríguez.

Fecha de nacimiento: 1818
Lugar de Nacimiento: Cambil, Jaén, España

Andrés Martínez y Cobo de Guzmán

Fecha de nacimiento: 1840
Lugar de Nacimiento: Mancha Real, Jaén, Andalucía, España
Defunción: 19 de diciembre de 1919 

 José María Martínez Ortega.

Nacido el 24 de octubre de 1890 - Mancha Real, Espagne
Fallecido el 10 de noviembre de 1970 - Mancha Real, Espagne, a la edad de 80 años.

 Cristóbal Martínez-Bordiú.-Marqués de Villaverde.

Nacido el 1 de agosto 1922 - Mancha Real, Espagne
Fallecido el 4 de febrero de 1998 - Madrid, a la edad de 75 años

                                                                                ANEXO

  


Los Infantes de Aragón.

 Infantes de Aragón (en el sentido de las agujas del reloj desde arriba)): Alfonso, Juan, Maria, Enrique, Leonor, Pedro.


Los Infantes de Aragón son, por antonomasia, los siete hijos, cinco varones y dos hembras, del rey Fernando I de Aragón y Leonor de Alburquerque, condesa de Alburquerque y tía del rey, célebres por su protagonismo durante la Guerra civil castellana entre 1437 y 1445.
Nacieron y se educaron en Castilla, y pasaron a Aragón tras la elección de su padre como rey en Caspe, sin dejar por ello de estar vinculados de alguna manera a la tierra castellana.
 Fueron:

Alfonso V de Aragón, más conocido como Alfonso el Magnánimo, rey de Aragón, nacido en Medina del Campo en 1394, casado con su prima hermana María de Castilla;

María de Aragón (reina de Castilla), nacida en Medina del Campo en 1396, reina consorte de Castilla por su matrimonio con su primo hermano Juan II de Castilla;

Juan II de Aragón, nacido en Medina del Campo en 1397, rey consorte de Navarra y rey propietario de la Corona de Aragón, padre de Fernando II de Aragón;

Enrique, infante de Aragón, conde de Alburquerque, duque de Villena, conde de Ledesma y gran maestre de la Orden de Santiago desde los diez años hasta su muerte, nacido en Medina del Campo en 1400, casado el primersa nupcias con su prima hermana Catalina de Castilla;

Leonor, nacida en 1402, reina consorte de Portugal por su matrimonio con Eduardo I de Portugal;

Pedro, conde de Alburquerque, nacido en 1406, y

Sancho, maestre de la orden de Alcántara desde los ocho años, murió a los diecisiete.

Su padre, deseoso del engrandecimiento de su casa, les encomendó al fin de sus días que se mantuvieran unidos y leyesen la crónica del rey don Pedro; tuvieron destacado protagonismo en Castilla durante el reinado de Juan II de Castilla, todos ellos intervinieron políticamente en la corte de su primo el castellano, tomando parte en todo tipo de revueltas, conspiraciones y objetivos ambiciosos, que chocaron siempre, como es de suponer, con la rivalidad del condestable de Castilla, D. Álvaro de Luna, en una constante sucesión de sangrientas luchas.
Los infantes de Aragón provocaron una situación política compleja, puesto que en tanto herederos de la Corona de Aragón y defensores de sus intereses políticos, poseían a la vez extensos y ricos patrimonios territoriales en Castilla, reino del que eran natales todos y en el que participaron activamente en cuestiones políticas. Como es lógico pensar, esta situación estructural, acompañada de diversos matices políticos coyunturales, introdujo un grave desequilibrio en la política castellana del Cuatrocientos.

El planteamiento de Fernando de Antequera

Fernando de Antequera fue hijo de Juan I de Castilla. Su hermano Enrique, primogénito y legítimo, estaba llamado a suceder a su padre como rey de Castilla, y como tal la sucesión se verificó en 1390. Sin embargo, este rey, que ha pasado a la historia con el apodo de el Doliente ('el enfermo', en vocabulario de la época medieval), levantaba ciertas dudas con respecto a su salud y, en último caso, a su descendencia, ya que durante mucho tiempo no tuvo hijos. Piénsese que, en caso fallecer Enrique III sin tener hijos legítimos, el heredero era el propio Fernando. A pesar de que más tarde tuvo un comportamiento modélico en cuanto a sus aspiraciones al trono castellano, lo cierto es que Fernando se esforzó durante toda su vida por ser rey de Castilla. El primer golpe de efecto lo llevó a cabo casándose con su tía, hermana de su padre, la infanta Leonor de Alburquerque, hija del conde Sancho de Trastámara. Leonor de Alburquerque, apodada la Ricahembra, aportó al matrimonio una extensa dote territorial que, andando el tiempo, se convertiría en la base económica de los infantes de Aragón: Haro, Briones, Ledesma, Alburquerque...

Más allá de la pretensión de Fernando por reinar, el infante se relevó desde el principio como un excelente analista de la compleja situación política castellana. Supo rápidamente comprender cuál había sido la causa de las anteriores desgracias: el excesivo celo de los parientes cercanos al rey, denominados por la historiografía con el nombre de epígonos Trastámaras, cuyo nivel de preeminencia y rentas hacía de ellos una elite demasiado susceptible de injerencias en el poder real. Sobre este soporte estructural, a Fernando de Antequera le benefició una extraña coincidencia coyuntural que sirvió para alcanzar la cima de sus expectativas: en 1410, con la muerte sin descendencia legítima del rey de Aragón, Martín I el Humano, comenzó la carrera de presentación de candidaturas para ocupar el trono aragonés. Los compromisarios de la Corona, reunidos en Caspe, aceptaron en 1412 a Fernando de Antequera como monarca de Aragón (véase: Compromiso de Caspe).

Por esta razón, el plan diseñado por Fernando de Antequera fue el siguiente: su hijo Alfonso heredaría la Corona de Aragón, mientras que Juan y Enrique dirigirían los intereses del linaje en Castilla, ayudados por sus otros hermanos y hermanas. Manteniendo cada uno sus intereses particulares y, sobre todo, con la unión del clan ante todo tipo de sucesos, la estabilidad de ambos reinos quedaría garantizada y sus sucesores se convertirían en garantes de la paz en Castilla y en Aragón. Pero, como se ha dicho, la unión de todos ellos era el aspecto fundamental del plan de Fernando de Antequera para el monopolio político de los infantes de Aragón.

Posesiones de los infantes de Aragón

Además del primogénito, Alfonso, que sucedió a su padre apenas dos años más tarde de que éste fuese coronado (1416), cuando en la historiografía medieval se habla de los infantes de Aragón se está hablando sobre todo de Juan de Aragón (futuro monarca de Navarra y de Aragón), que era, en Castilla, señor de Lara y duque de Peñafiel, y de Enrique de Aragón, maestre de la Orden de Santiago, marqués de Villena, conde de Alburquerque y señor de Ledesma. Ambos, como jefes del partido aragonesista de Castilla, se ampararon en estas posesiones territoriales para ejercer una profunda presión política a su primo, el rey Juan II de Castilla, presión que, poco a poco, fue chocando con los intereses propios de la Corona de Aragón a la que asimismo representaban.

Los otros dos hijos varones de Fernando de Antequera tuvieron una participación secundaria en la política de la época, siempre al abrigo de sus hermanos mayores. Sancho de Aragón fue elegido maestre de la Orden de Alcántara en 1409 por intercesión de su padre, pero falleció siendo un adolescente en 1416. Por su parte, Pedro de Aragón, fue el brazo derecho de su hermano Enrique en casi todas las disputas políticas de éste, pero también falleció joven: en 1435, en la famosa batalla de Ponza, cuando se encontraba ayudando a su hermano mayor, el rey Alfonso el Magnánimo, en el asedio de Nápoles. Por lo que respecta a las hijas, ambas fueron prometidas en matrimonios ventajosos para perpetuar la hegemonía del linaje de Fernando de Antequera en la península: la infanta María de Aragón se casó en octubre de 1418 con su primo, el rey castellano Juan II, mientras que la infanta Leonor se desposó con el rey Duarte de Portugal. Precisamente la boda de Leonor con Duarte dio soporte al más amplio despliegue ideológico del proyecto político de los infantes de Aragón, con motivo de la celebración de las famosas fiestas de Valladolid (1428), donde la infanta hizo una breve parada en su camino hacia Portugal. Allí tuvo lugar uno de los más famosos pasos de armas del medievo hispano, el Paso de la Fuerte Ventura, donde el infante Enrique, a la vez de holgarse con la celebración lúdica, emitió toda una serie de imágenes de poder con claras intenciones políticas, ante el asombro de los asistentes.

El proyecto político de los infantes de Aragón.

Poco bastó para que esa pretendida unión de los infantes preconizada por Fernando de Antequera se rompiera. Nada más fallecer el primer monarca Trastámara aragonés, en 1416, las tensiones entre Juan y Enrique comenzaron, ya que los nobles castellanos emprendieron una campaña para hacer jefe del partido aragonesista en Castilla a uno en detrimento del otro. A esta situación se unió, en unos casos, las vacilaciones de uno (Juan) y la ambición de otro (Enrique), como se puso de manifiesto en el famoso atraco de Tordesillas (1420), en el que Enrique de Aragón se atrevió nada menos que a secuestrar a su primo el rey Juan II. La tensión subsiguiente entre los hermanos quebró la pretendida unidad paterna y, además, fue el resquicio por donde el hábil Álvaro de Luna, entonces un simple contino real, se introdujo de lleno en la política castellana, defendiendo la teórica superioridad autoritaria del monarca.

Es tópico referirse al enfrentamiento entre los infantes de Aragón y Álvaro de Luna como el eje vertebrador de la política castellana durante el largo reinado de Juan II, que abarcó prácticamente la primera mitad del siglo XV (1406-1454). Sin embargo, por encima de diferencias personales entre los personajes implicados, lo que se puso en juego fueron dos modelos distintos de entender el poder, dos apreciaciones teóricas encaminadas a distinguir "cómo estoviese el rey más libre para regir sus regnos, e si para esto estaría el condestable cerca d'él o non, e así mesmo de los que por él eran en la cámara del rey" (recogido por Suárez Fernández, Los Trastámara, p. 100). Por ello, a pesar de que pueda parecer que la realidad escondía algo tan humano como la ambición de un estamento, el nobiliario, o sus miembros, en participar en las cuestiones de gobierno, en la afirmación de que el rey necesitaba ser libre para ejercer su poder subyacía uno de los principales fundamentos de la monarquía castellana. 

Esta teoría, sazonada de autoritarismo regio, fue la que hipotéticamente defendió Álvaro de Luna, quien, no obstante, gobernó muchas veces a su antojo, a modo de privado o valido, con la total displicencia de Juan II al respecto. Sin embargo, aunque el condestable Luna en muchos casos actuó movido por la simple ambición preceptiva al estamento al que pertenecía, siempre mantuvo la bandera del autoritarismo regio, idea ésta que, en la teoría política medieval, quedaba sancionada con el conocido aforismo Quod princeps placuit, habet legis vigorem ('Lo que place al Príncipe, tiene vigor de ley').

Por contra, los infantes de Aragón defendieron un esquema político basado en la necesidad de que el monarca gobernase de acuerdo a sus notables, con la participación efectiva del estamento nobiliario en los asuntos de gobierno y sin que la voluntad del rey pudiese imponer su voluntad personal. Esta línea política estaba basada en tanto en la antigua concepción de la monarquía feudal, según la cual el rey no era sino el más principal entre todo el estamento nobiliario (rex primus inter pares), como en otro tipo de teorías políticas pactistas que, sobre todo, se aplicaban en la Corona de Aragón, también representadas genéricamente mediante otro aforismo latino: Quod omnes tangit, ab omnibus aprobetur ('Lo que a todos atañe, por todos sea aprobado').

La principal debilidad del proyecto, a posteriori, estuvo en la incapacidad de los infantes de Aragón para desdoblarlo: en Castilla querían ser pactistas y que el rey gobernase con sus notables, pero en Aragón, como reyes que eran, nunca cedieron ante las peticiones de Cortes o nobles. Pero, a su vez, el bando aragonesista en Castilla, es decir, los partidarios de los infantes de Aragón, tuvo una gran importancia en el devenir político del reino, pues el programa defendido por los infantes atrajo a un gran número de nobles castellanos que, hartos del excesivo protagonismo del condestable Álvaro de Luna, se aprestaron a defender la idea preconcebida por Fernando de Antequera.

La pugna contra don Álvaro de Luna

Después del atraco de Tordesillas y la consiguiente prisión del infante Enrique, así como después del primero de los destierros de Álvaro de Luna, poco tiempo tardó éste en regresar a su posición en la corte. A partir de 1428, los enfrentamientos soterrados por el control del Consejo Real, dado que "dominar el Consejo era ejercer el poder", se solaparon con momentos de mayor tensión armada, en una sucesión que incluyó una guerra, más o menos abierta, entre Castilla y Aragón (1429-1430), que la propaganda afín al condestable Luna intentó, con escasa fortuna, presentar como la liberación del yugo aragonés sobre Castilla; es digno de mención que prácticamente ninguno de los directamente implicados (sobre todo a la nobleza) consideró este aspecto como fundamental: todos intuían que, en realidad, lo que había de determinarse era la dirección efectiva, en términos políticos, de la monarquía castellana, si autoritaria (proyecto defendido por Luna) o pactista (proyecto defendido por los infantes de Aragón).

Las treguas de Majano (16 de julio de 1430), pero sobre todo las alianzas nobiliarias inherentes, permitieron apenas unos años de tranquilidad, en los que sobresale la aparente unión de todas las fuerzas militares para reanudar la lucha contra los musulmanes asentados en Andalucía, como deja entrever la campaña de 1431 y la rotunda victoria castellana en la batalla de la Higueruela. Pero, al querer todos apuntarse el mérito del campo bélico, el máximo reforzado fue el condestable Luna, quien, convertido en privado del incapaz Juan II, comenzó a situar a sus hombres de confianza en los puestos de privilegio, tanto del Consejo como de otros ámbitos, religioso incluido, de la vida pública del reino. Esta lejanía de los infantes de Aragón en la política de Castilla vino motivada sobre todo por la victoria del condestable Luna en las luchas acontecidas en Extremadura durante 1431, que obligó a Enrique, Pedro y Juan a viajar hacia Italia para intentar convencer a su hermano, el rey Alfonso V, de que era absolutamente necesaria una intervención bélica en Castilla. 

Sin embargo, un cúmulo de casualidades quiso que al Magnánimo se le presentase la ocasión de retomar su ansiado proyecto de hacerse con el control del reino de Nápoles, así que no quiso desaprovechar la presencia en Italia de sus hermanos, brillantes guerreros todos ellos. La lucha decisiva se llevó a cabo en las aguas del golfo de Gaeta, alrededor del pequeño promontorio insular que dio nombre a la batalla: Ponza. La resolución final, en agosto de 1435, fue un auténtico desastre para la casa aragonesa, ya que no sólo murió uno de los infantes, Pedro de Aragón, sino que todos los demás fueron hechos prisioneros por el duque de Milán. Íñigo López de Mendoza, el marqués de Santillana, supo captar toda la magnitud de este suceso en su Comedieta de Ponza, como puede observarse en estos versos donde la preocupación por los hermanos prisioneros es notoria (estrofa LXXXII):

Assí, concluyendo, la flota fue presa

con todos los reyes, duques e varones,

e puesta en Saona la notable presa,

en lo qual acuerdan las más opiniones.

Leýdos, ¡ó, Reyna!, los tristes renglones,

pues biven, espera, que Dios es aquel

que puede librarlos, commo a Daniel,

e fizo a David en sus inpressiones.

La benévola hospitalidad del duque de Milán con sus ilustres rehenes hizo mucho más llevadera la prisión, hasta el punto de que Alfonso V firmó beneficiosas alianzas con el magnate lombardo. De hecho, en 1436 fueron puestos en libertad, momento que aprovecharon Juan y Enrique para regresar a Castilla y protagonizar un último intento de despojar al condestable Luna de su posición. A partir de 1438, con el estigma de la guerra civil cada vez más visible, las divergencias entre el ideario monárquico defendido por el condestable y las posiciones intervencionistas y pactistas del bando afín a los infantes de Aragón fueron puestas de manifiesto en las sucesivas rondas de conversaciones acontecidas en 1439 alrededor, principalmente, de Tordesillas. 

El famoso Seguro de Tordesillas, además de un momento culminante en la pugna entre monarquía y nobleza, también supuso un hito de magnitud considerable en cuanto a su influencia ideológica, significando uno de los mayores instantes de crisis de legitimidad de la institución regia, pues parecía que el triunfo del proyecto político de los infantes de Aragón, tal como había previsto Fernando de Antequera, era próximo.

La desaparición de los infantes de Aragón

Fruto de estos triunfos políticos de los infantes de Aragón, el condestable Luna volvió a ser desterrado en 1440 por sus enemigos, aunque la consecuencia más importante fue el progresivo cerco del estamento nobiliario, dirigido por los infantes de Aragón, al autoritarismo regio. Juan II, abandonado por casi todos y sin el hombre que había sido su máximo apoyo operativo, comenzó un peligroso devenir itinerante por diversas ciudades castellanas, algo más parecido a una huida, temiendo algún suceso similar al secuestro de 1420. La autoridad de la monarquía fue puesta en entredicho por la alianza aristocrática a raíz de las capitulaciones firmadas por el rey, entre marzo y septiembre de 1440, pero el programa político de la nobleza se fundamentaría con más consistencia un año más tarde, en la famosa Sentencia de Medina del Campo, sin duda el gran triunfo del proyecto político de los infantes de Aragón. 

Esta sentencia de Medina, aprobada en junio de 1441, supuso mucho más que un nuevo destierro para Álvaro de Luna, pues, en esencia, el programa político de la nobleza, basado en las tesis contractuales entre el monarca y el estamento superior para los asuntos de gobierno, fue aceptado sin apenas oposición por Juan II, suficientemente debilitado por la ausencia de su privado (y de los hombres de éste), y presionado por el lado contrario por los infantes de Aragón, a lo que había que sumar las continuas protestas de los procuradores de Cortes por la sangría económica auspiciada por los enfrentamientos constantes.

Pero la defensa de la monarquía frente a las pretensiones nobiliarias hubo de ser resuelta en el campo de batalla. Hacia 1443 la aristocracia volvía a estar dividida, lo que fue aprovechado por el condestable para regresar a su posición de privilegio y comandar la postura beligerante de los intereses monárquicos. En el plano de la consolidación de la monarquía autoritaria, quizá el acontecimiento más destacado sea el juramento del título XXV de la II Partida, efectuado, a instancias de Álvaro de Luna, en el Campamento Real dispuesto en Olmedo, poco antes de la primera de las batallas (1445) que, en el medievo peninsular, tuvieron como escenario la villa vallisoletana. 

La validación del autoritarismo de Juan II mediante la ley vigente, así como la derrota de la causa aragonesista en Olmedo (pero, sobre todo, la muerte del propio infante Enrique, a causa de la mala curación de una herida recibida en el campo de batalla), pareció solidificar el triunfo de las tesis de preeminencia monárquica defendidas por el condestable Luna. De esta forma, entre 1445 y 1450, la posición de privanza y pseudosoberanía del condestable fue absoluta, pero también sería el principio de su caída, motivada, fundamentalmente, por un cambio de actitud acontecida tanto en su máximo valedor, Juan II, como en la nobleza castellana que le había apoyado en Olmedo pero que, tras los resultados, volvió a constituir contra Álvaro de Luna una alianza contraria a él: la Liga de Coruña del Conde (1449), una de las más esclarecedoras declaraciones de cuán lejos estaban los intereses nobiliarios de apoyar una monarquía absoluta.

Durante la década de los años 50 del siglo XV, el cambio generacional motivado por diversas causas provocó que esta pugna no sólo no se solucionase sino que dejase un sombrío panorama a las generaciones posteriores. Por lo que respecta a los infantes de Aragón, las sucesivas muertes de Sancho (1416), Pedro (1435) y, en especial, el maestre de Santiago Enrique (1445), dejaron a Juan, rey de Navarra, como único representante del citado proyecto político. En Castilla, las muertes de Álvaro de Luna (1453) y el propio Juan II (1454) preludiaron la aparición de nuevos personajes en la escena política, lógicamente el nuevo rey, Enrique IV, y dos nuevos nobles que se disputaron en el reinado de este último el papel hegemónico que había detentado el condestable Luna durante la época de Juan II: Beltrán de la Cueva, duque de Alburquerque, y Juan Pacheco, marqués de Villena. 

Sólo Juan I de Navarra, que sería también rey de Aragón desde 1458, seguiría sosteniendo una política intervencionista en Castilla basada en el proyecto político de los infantes de Aragón. Curiosamente, algunos estudiosos del complejo siglo XV hispano no dudan en estimar que la unión entre ambos reinos peninsulares efectuada a través de la boda de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón (1469), futuros Reyes Católicos, sí representa el final de muchos de los planteamientos sobre los que los infantes de Aragón definieron su proyecto. Otro certero epitafio, esta vez en clave lírica, lo talló con la brillantez acostumbrada el poeta Jorge Manrique, quien, en una de sus famosas Coplas a la muerte de su padre, certificó con claridad el final de una época, la de los infantes de Aragón, caracterizada por la fastuosidad escénica y las luchas de poder:

¿Qué se hizo el rey don Juan?;

los Infantes de Aragón,

¿qué se hizieron?;

¿qué fue de tanto galán?,

¿qué fue de tanta invención

como traxieron?

Las justas y los torneos,

paramentos, bordaduras

y cimeras

¿fueron sino devaneos?;

¿qué fueron sino verduras

de las heras?

¿Qué se hizieron las damas,

sus tocados, sus vestidos,

sus olores?;

¿qué se hizieron las llamas

de los fuegos encendidos

de amadores?

¿Qué se hizo aquel trobar,

las músicas acordadas

que tañían?;

¿qué se hizo aquel dançar

y aquellas ropas chapadas

que traían?

(Jorge Manrique, Coplas a la muerte de su padre, estrofas XV-XVI)

  

Álvaro de Luna.

Biografía

Luna, Álvaro de. Conde de San Esteban de Gormaz (I). Cañete (Cuenca), ¿1390? – Valladolid, 2.VI.1453. Condestable de Castilla, maestre de Santiago.

Fue hijo natural de Álvaro Martínez de Luna, copero mayor de Enrique III, y de Juana o María de Jaraba, casada luego con el alcaide de Cañete, apellidado Cerezuela; la fecha aceptada de su nacimiento es la propuesta, si bien algunos indicios de su biografía parecen aconsejar su retraso algunos años. Bautizado con el nombre de Pedro, éste le fue cambiado por el de Álvaro por su tío abuelo, Benedicto XIII, al que visitó poco después de la muerte de su padre, cuando contaba unos siete años. Educado por su tío Juan Martínez de Luna, se incorporó a la Corte castellana cuando otro de sus tíos, Pedro de Luna, tomó posesión del Arzobispado de Toledo en 1408. En los siguientes años se hizo popular en la Corte castellana y, sobre todo, insustituible al lado del Monarca, Juan II, todavía un niño.
Su verdadera andadura política se inició con la recuperación del señorío paterno, su matrimonio con Elvira Portocarrero, en marzo de 1420, del que no hubo descendencia, y su decisiva participación en los gravísimos acontecimientos del mes de julio de ese año, el llamado “golpe de estado de Tordesillas”, protagonizado por el infante de Aragón, Enrique. Álvaro permaneció al lado del Rey, y recibió varios privilegios, entre ellos la donación de San Esteban de Gormaz; sin duda, Enrique, el protagonista de aquella hora, no valoró el peligro que suponía Álvaro, o quizá esperó obtener ventajas del control que ejercía sobre el joven Monarca. Fue Álvaro, junto con Rodrigo Alfonso Pimentel y Fadrique Enríquez, el inspirador de la fuga del Rey de Talavera, en noviembre de ese año, hecho que inició la caída en desgracia de Enrique, aunque supo mantenerse por el momento en un discreto segundo plano. Su legitimación, al año siguiente, vino a culminar el arranque de una brillante trayectoria.
Álvaro formó parte del pequeño grupo que tomó el poder en 1422, al ser reducido a prisión el infante Enrique, aunque puso sumo cuidado en que fuera Juan quien apareciera como cabeza de esa oligarquía; fue uno de los más beneficiados en el reparto de cargos y prebendas: varias villas, el título condal sobre su villa de San Esteban, el cargo de condestable y la Cámara de los Paños constituían un patrimonio que le elevó al reducido grupo de los Grandes. Él y su esposa fueron unos de los padrinos del príncipe Enrique y ocuparon puestos destacados en su jura como heredero.
La convocatoria del infante Juan por su hermano Alfonso V, la reconciliación de los hermanos (Pacto de Torre de Arciel, de 3 de septiembre de 1425), y la liberación de Enrique terminaron con la ficción y situaron a Álvaro como el verdadero enemigo de los infantes; consciente de una amenaza de tal envergadura y de la progresiva pérdida del control del Consejo, Álvaro dedicó los meses siguientes a consolidar su posición económica ante una eventual separación del poder. El 30 de agosto de 1427, una comisión nombrada al efecto decidió el destierro de Álvaro durante año y medio como medida imprescindible de paz y buen gobierno.

Se produjo la sustitución del gobierno personal de Álvaro por otro de los infantes, situación que infundía mayor temor aún en amplios sectores de la nobleza castellana; por eso fue muy breve el destierro de Álvaro, que regresó a la Corte, en Turégano (6 de febrero de 1428), como respuesta a una demanda general; desplegaba un lujo extraordinario, demostración de poder. En las semanas siguientes mantuvo la ficción de cordiales relaciones con los “aragoneses”, especialmente demostradas durante las brillantes fiestas dadas en Valladolid en honor de Leonor, hermana menor de los infantes, en su viaje hacia Portugal para contraer matrimonio con Duarte, heredero de aquel reino.
Pasadas la fiestas, Álvaro puso en marcha sus planes para la destrucción política de los infantes: Juan recibió del Rey la orden de partir hacia su reino de Navarra, desde donde le reclamaba su esposa Blanca desde que, en 1425, se habían convertido en Reyes; a Enrique se le ordenó partir hacia la frontera con Granada, sobre la que se dibujaba una amenaza real. Alfonso V consideró tal actitud una ofensa y comenzó a preparar una intervención armada en Castilla: quería concluir cuanto antes sus compromisos familiares en la política castellana para poder dedicarse plenamente a los asuntos italianos.
Alfonso V iniciaba la invasión de Castilla en abril de 1429, con gran despliegue bélico y propagandístico; se sabía inferior en fuerzas y confiaba en que Juan II se inclinaría hacia la negociación: contaba con su esposa y el legado apostólico como intermediarios que le permitieran, como así fue, retirarse sin desdoro.
Para Álvaro de Luna era imprescindible un choque armado que supusiera la definitiva eliminación de los infantes de la política castellana.
Las operaciones se prolongaron, con graves consecuencias económicas, en la frontera aragonesa, en los dominios de la Orden de Santiago, donde temporalmente se hizo fuerte Enrique, y, especialmente, en Extremadura, donde éste y su hermano Pedro decidieron resistir hasta el fin. Álvaro dio pruebas de extraordinario valor y personal habilidad, como en la toma del castillo de Trujillo, o en el infructuoso cerco al castillo de Alburquerque, en el que aceptó un combate singular contra los infantes, finalmente rechazado por éstos.
En todo caso, se produjo el ocaso político de los infantes; en febrero de 1430 el Consejo, dirigido por Álvaro de Luna, decidió una confiscación general de sus bienes, que fueron repartidos entre la oligarquía gobernante, haciendo inviable un eventual retorno de aquéllos. Un último estertor de la guerra condujo a la firma de las Treguas de Majano (16 de julio de 1430), que consolidaban el despojo aunque remitían a una comisión el estudio de compensaciones. La empeñada resistencia de los infantes Juan y Pedro en Extremadura concluyó por agotamiento dos años después; Italia fue su refugio.
Se iniciaba, al fin, una etapa de gobierno personal de Álvaro de Luna, al frente de una oligarquía nobiliaria, libre de la presión de los infantes. Su objetivo era crear un partido de autoridad monárquica, bajo su dirección, asentado en una compleja red de equilibrios nobiliarios, y personalmente elevado sobre un basamento de bienes y rentas que le hicieran inatacable.

Fallecida Beatriz Portocarrero, el condestable contrajo segundo matrimonio en Calabazanos (Palencia), el 27 de enero de 1431, con Juana Pimentel, hija de Rodrigo Alfonso Pimentel, conde de Benavente, sobrina de Alfonso Enríquez, almirante, y de Pedro Manrique, adelantado mayor de León: se situaba en el núcleo de la más elevada aristocracia.
De este matrimonio nacieron dos hijos, Juan y María; Álvaro tenía, además, tres bastardos: Pedro, Martín y María.
Su acción de gobierno se orientó a la búsqueda del prestigio: paz con Portugal, éxitos en política exterior y reanudación de la guerra con Granada. En la primavera de 1431 se inició una acción contra Granada, que culminó en la Vega, en julio, y que permitía restablecer el protectorado castellano, aunque no fue capaz de ocultar las severas divisiones internas. En octubre de este año se firmó en Medina del Campo una paz con Portugal, ratificada en enero siguiente por el monarca portugués en Almeirim, feliz conclusión de un proyecto largamente acariciado.
En los años inmediatos, se cosecharon importantes éxitos exteriores, que lo fueron del gobierno de Álvaro: acuerdos con Borgoña e Inglaterra, que garantizaban la presencia de mercaderes castellanos en las rutas del Canal; victoria sobre la Hansa, que aceptaba una limitación a sus rutas comerciales; ratificación de la amistad con Francia, y brillante actuación de la embajada castellana en el Concilio de Basilea.
Pero también se hizo patente que Álvaro ejercía un poder personal, una “tiranía”, que suscitaba la resistencia de un creciente número de nobles; ya en la campaña de Granada se manifestó esta resistencia que fue acrecentándose en los años siguientes frente a la inagotable sed del condestable de acumular rentas y señoríos (Infantado, 1432; San Martín de Valdeiglesias, 1434; Maqueda, 1434; Alamín, 1436; Montalbán, 1437: especialmente significativo porque se obligaba a la reina María a cedérselo).
Acaso confiado en exceso en el triunfo que suponía el Tratado de Toledo (22 de septiembre de 1436) por el que los infantes renunciaban a sus reivindicaciones a cambio de exiguas compensaciones, decidió Álvaro poner fin a la resistencia nobiliaria ordenando la prisión de sus cabezas visibles, Pedro Manrique y Fadrique Enríquez, fallida en parte por el desacuerdo con la medida de personaje tan significativo como su propio suegro, el conde de Benavente.
Era el síntoma más evidente de la disidencia que se incrementaba con la fuga del adelantado Pedro Manrique de la prisión a que fuera sometido por Álvaro.
Trató el condestable de detener la rebelión oponiendo una liga nobiliaria y atrayendo a alguno de sus oponentes con seguridades personales y promesas de restitución de bienes. Era apenas un alto en la lucha, que Álvaro aprovechó para concluir, por medio de Íñigo López de Mendoza, treguas con Granada, cerrando así un frente ante el previsible choque con la nobleza, y para celebrar los desposorios del príncipe con Blanca de Navarra el 12 de marzo de 1439, cumpliendo con ello una de las cláusulas del Tratado de Toledo.
A finales de febrero, el almirante y el adelantado denunciaban en carta a Juan II la tiranía de Álvaro de Luna y reclamaban un gobierno personal del Rey; la abierta rebeldía de la nobleza obligaba al condestable a llamar a los infantes, un contrapeso necesario, pero también una acción de gran riesgo, a la desesperada.
Los infantes regresaron a la política castellana, pero, de acuerdo entre sí, Juan se incorporaba a la Corte mientras Enrique se sumaba a los nobles rebelados.
En las semanas siguientes se desarrollaron negociaciones que actuaban en descrédito de la Monarquía: aparentemente se habló de medidas de buen gobierno; en la práctica, del control del poder, de la recuperación por los infantes de sus rentas y del desplazamiento de Álvaro. Ante un posible triunfo de éste, firmemente apoyado por Juan II, el infante Juan, abandonando toda simulación, se sumó a los rebeldes.
Álvaro fue apartado de la Corte durante seis meses, aunque dejaba fieles partidarios en el Consejo; además, la protección real hizo inatacable su posición económica.
Aparentemente derrotado, Álvaro preparó cuidadosamente su vuelta al poder; selló alianzas con algunos miembros de la nobleza castellana (conde de Alba, arzobispo de Sevilla) y obtuvo importantes apoyos exteriores: Eugenio IV, para el que Álvaro era el necesario gobernante de Castilla frente a la política hostil de Alfonso V en Italia, y el infante Pedro de Portugal, duque de Coimbra, que consolidaba su poder en aquel reino con el destierro de la reina viuda Leonor, hermana de los infantes (diciembre de 1440).
Las hostilidades se abrieron desde enero de 1441, ramificadas en una serie de difusos enfrentamientos en los que el éxito se inclinó preferentemente a favor del condestable. El choque decisivo tuvo lugar en Medina del Campo, donde se había instalado Juan II con intención de tomar las importantes villas que fueron señorío del infante Juan y en las que contaba con partidarios. Allí se le unió Álvaro confiando en que ahora se producirá el definitivo choque con los infantes; las diferencias en el bando realista, en realidad las resistencias a acatar la jefatura de Álvaro, y la traidora apertura de las puertas de la ciudad a las tropas de Juan, obligaron a aquél, a petición del Rey, a abandonar precipitadamente Medina con su más fieles colaboradores.

Juan II se convertía en un rehén de los vencedores.

A pesar del aparente aire de concordia, el grupo gobernante en ese momento constituido se propuso decididamente la eliminación política de Álvaro. El 10 de julio se hacía pública su decisión de destierro durante seis años de la Corte, fijación de residencia obligatoria, prohibición de contactos con el Rey y de toda acción política, limitación de fuerzas a su disposición, y entrega de fortalezas y rehenes como garantía. Los trámites para el cumplimiento de la sentencia se alargaron durante los siguientes meses y algunos, como la entrega de Escalona, no se llevaron a efecto.
No había unidad en el grupo vencedor, se estaba gestando una nueva fuerza, la del príncipe, dirigido por Juan Pacheco; Álvaro, que seguía contando con la amistad del Rey, cuyos actos seguía inspirando por medio de una fluida correspondencia, mantuvo importantes contactos con alguno de sus miembros, incluyendo los infantes, que vinieron a enrarecer más aún aquellas difíciles relaciones. Antes de un año habían comenzado a anularse algunas de las cláusulas de la sentencia de destierro, y a lo largo de los meses de octubre y noviembre de 1442 tenía lugar una reconciliación de los infantes con Álvaro; con esta maniobra pretendían, probablemente, aplacar movimientos nobiliarios descontentos con su gestión.
Mera maniobra, naturalmente: pocos meses después, Juan, sintiéndose fuerte por su acuerdo matrimonial y el de su hermano Enrique con Juana Enríquez y Beatriz Pimentel, respectivamente, mostraba sus verdaderas intenciones con la expulsión de los partidarios del condestable y la reducción de Juan II prácticamente a prisión (golpe de estado de Rámaga, 9 de julio de 1443). Aunque trató de que el príncipe apareciese al frente de esta maniobra, era muy peligrosa: ponía de relieve la descarada dictadura de Juan y ofrecía a Álvaro un argumento muy atractivo, la libertad del Rey.
El alma del movimiento fue el obispo Lope Barrientos, su cabeza visible el príncipe, y la fuerza el mismo Álvaro, con quien, sin embargo, hubo que emplear varios meses de negociación para decidirle a intervenir, por su profunda desconfianza hacia Juan Pacheco.
A comienzos de marzo de 1444, con la instalación en Ávila del heredero, al que su padre acababa de otorgar el título de príncipe de Asturias, comenzaban las hostilidades, aunque la movilización de partidarios, probablemente muy exigentes en sus condiciones, se hizo con gran lentitud. Hasta finales de mayo no se produjeron movimientos de tropas.
Juan se puso a cubierto ordenando la detención del Rey en el castillo de Portillo.
Precisamente la fuga del Rey de su prisión el 15 de junio de 1444 fue la señal para una rápida disolución del partido de los infantes. En las semanas siguientes cayeron todas las posiciones de los infantes, algunas tras una durísima resistencia, como Peñafiel; en el nuevo despojo de los vencidos, Álvaro recibía Cuéllar, reincorporada a su señorío. En las semanas siguientes el condestable dirigió un importante contingente armado que desplazó al infante Enrique de sus posesiones del maestrazgo de Santiago, aunque no logró expulsarlo del territorio murciano; las operaciones se suspendieron, porque se anunciaba una invasión aragonesa.

Confiaba Juan en una nueva intervención de su hermano Alfonso, que ahora se limitaría a proferir amenazas desde su escenario napolitano y a intentar obtener por vía diplomática las mayores compensaciones posibles para sus hermanos. Juan aceptó retirarse a su reino navarro y se firmaron treguas por cinco meses: ambas partes necesitaban tiempo para reunir fuerzas y recursos.
Antes de concluir las treguas, se ponían en marcha, a finales de febrero de 1445, las tropas de Juan desde Navarra y las de Enrique desde Murcia; se reunieron en las proximidades de Alcalá de Henares y, desde allí, seguidos por el ejército real, marcharon hacia Olmedo. Ahora parecía tener Álvaro la oportunidad, tantas veces buscada y fallida, de un encuentro decisivo con los infantes. Lo fue: al atardecer del 19 de mayo, de forma casi inesperada, se producía un combate en las proximidades de Olmedo, que significó la derrota de los infantes. Enrique, herido, murió pocas semanas después, en Calatayud, y Juan, único superviviente de sus hermanos, se retiró a Aragón.
Parecía llegarle a Álvaro el momento de gobernar sin oposición; entre otras incorporaciones a su enorme patrimonio hay que mencionar Ledesma, Trujillo y Torrelobatón, en los días siguientes a Olmedo; en septiembre de ese año lograba el maestrazgo de Santiago.
Pero la victoria llegaba tarde y muy mediatizada; el príncipe abandonaba el real de Olmedo y se trasladaba a Segovia. Esgrimía como causa de su descontento que no se habían cumplido las importantes promesas de señoríos para Pacheco y exigía el perdón de los principales miembros del partido de los infantes; en realidad, encabezaba una nueva liga nobiliaria, instrumento de oposición al gobierno de Álvaro, a la que se sumaban los muchos descontentos que no habían recibido lo esperado en el despojo. Fue preciso negociar con él, no podía el condestable luchar contra el heredero, y entregar enormes señoríos al príncipe y a Pacheco, en particular a éste el marquesado de Villena.
A pesar de ello, un año después de Olmedo se hallaban en pie, frente a frente, dos ejércitos, uno de los nobles, dirigido por el príncipe, y el del Rey. No se combatió, pero el acuerdo alcanzado (Concordia de Astudillo, 14 de mayo de 1446) era una confesión de la debilidad de la posición de Álvaro; tampoco cesaron con ello las maniobras del príncipe Enrique, dispuesto a terminar con Álvaro. Éste buscó la solución, como en su anterior etapa de gobierno, en los éxitos exteriores y en un reforzamiento de la amistad con Portugal, gobernado por el duque de Coimbra, cuyos objetivos políticos eran similares a los del condestable y también su hostilidad a los aragoneses.

Pero los éxitos no acompañaron en esta ocasión: la guerra con Aragón se convirtió en una querella fronteriza, muy dura y enormemente costosa, que provocó la protesta de las ciudades ante las dificultades económicas. Tampoco se obtuvieron éxitos en Granada: no se logró imponer un candidato tutelado en el trono nazarí y se perdieron casi todas las posiciones incorporadas en la campaña de 1431. La negociación con Portugal obtuvo los mejores resultados: Álvaro había negociado, antes de la batalla de Olmedo, un matrimonio de Juan II con Isabel, hija del infante portugués Juan; a pesar de la inesperada resistencia del Monarca, en octubre de 1446, quedó acordado el matrimonio, que se efectuó en julio de 1447. Pero en la nueva Reina tendría Álvaro un enemigo implacable.
Las relaciones con el príncipe de Asturias y su entorno, decididos a acabar con el condestable, eran malas de modo irrecuperable.
En julio de 1447 el duque de Coimbra se vio obligado a abandonar la Corte portuguesa, mientras sus enemigos, encabezados por el duque de Braganza, ganaban el poder y la confianza del monarca portugués, Alfonso V. Por su parte, las Cortes aragonesas privaban de recursos a Juan de Navarra para su guerra con Castilla; necesitado de recursos pensó obtenerlos en Navarra actuando como Rey, contra lo dispuesto en el testamento de Carlos III, lo que provocó la protesta de su hijo, el príncipe de Viana. Ambos, duque de Coimbra y príncipe de Viana, eran los aliados naturales de Álvaro, que tomó la decisión de ejecutar un golpe de autoridad que le diese el control de Castilla.
Contando con una transitoria colaboración del príncipe Enrique, de nuevo bien retribuida, ordenó la prisión de los nobles más opuestos a su gobierno (condes de Benavente y Alba, entre otros) y expulsó a los oficiales hostiles (Záfraga, 11 de mayo de 1448).
Era un golpe de estado, sin las coberturas de ocasiones anteriores y el inicio de un camino sin retorno; para sus enemigos era la demostración clara de la tiranía de Álvaro que utilizarían desde ahora en su propaganda.
En los años siguientes la política castellana ofrecía un panorama de muy difícil seguimiento. El príncipe abandonó pronto la conciliación, lo que permitió el golpe de Záfraga, y, en el futuro, se aproximaría o distanciaría de Álvaro según lo aconsejase la amenaza granadina o la de Juan de Navarra, siempre obteniendo, él y los suyos, importantes ventajas patrimoniales.

En mayo de 1449 murió el duque de Coimbra en la batalla de Alfarrobeira, lo que permitió a los enemigos de Álvaro ensayar una alianza diferente con Portugal, que se materializó con el matrimonio del príncipe Enrique y Juana, hermana menor del monarca portugués, una vez disuelto el matrimonio de aquél con Blanca de Navarra.
Era posible, en ese verano de 1449, vislumbrar la próxima la caída de Álvaro de Luna, cuya proximidad personal a Juan II parecía dañada, como apuntaban algunos síntomas. Así lo hacía pensar un nuevo acuerdo de sus enemigos, bajo la dirección del príncipe Enrique, para terminar con él (liga de Coruña del Conde, de 26 de julio de 1449); era la falta de confianza mutua de los coaligados y sus contrapuestos objetivos lo que imposibilitó que lograsen ahora sus propósitos y permitieran la permanencia del condestable en el poder. El inicio de la guerra en Navarra entre el príncipe de Viana y su padre constituía un indirecto apoyo para Álvaro que, en los próximos meses recuperó poder en Castilla; en febrero de 1451 volvía a aparecer como dueño de la situación.
A pesar de ello, y de la toma por tropas castellanas de posiciones en Navarra, la resistencia nobiliaria contra Álvaro no dejó de reforzarse, sobre todo desde el año siguiente, al tiempo que la voluntad de Juan II fue alejándose, lenta pero inexorablemente, de su valido, y la traición anidaba en la intimidad del condestable (Alfonso Pérez de Vivero); es posible que desde mediados de 1452 se manejase la idea de su asesinato, a la espera de un argumento para llevarlo a cabo.
El hecho que puso en marcha el proceso final fue el intento de Álvaro de ceder el maestrazgo de Santiago a su hijo Juan, para lo que había logrado permiso papal; pretendió llevar consigo al Rey a Uclés, para efectuar el traspaso, pero, en Madrigal, Juan II se negó a seguir adelante. En esta villa tuvieron lugar oscuros incidentes en los que el maestre estuvo, al parecer, a punto de ser asesinado, al igual que, poco después, en Tordesillas, Valladolid o Cigales. La decisión del traslado de la Corte a Burgos, cuya fortaleza estaba en manos de los Estúñiga, irreconciliables enemigos de Álvaro, fue toda una advertencia, pero éste prefirió afrontar el desafío que abandonar la Corte, aunque tomó todo tipo de precauciones que le permitieron escapar a una nueva intentona asesina, ya en Burgos.
Fue la Reina quien convenció a Pedro de Estúñiga, entonces en Béjar, para que participase decisivamente en la conspiración, cuya ejecución encomendó a su hijo Álvaro de Estúñiga, que se instaló con tropas en Curiel a finales de marzo de 1453. Los hechos iban a precipitarse cuando Álvaro, agobiado por el tenso ambiente que se vivía, ordenó el asesinato del contador Alfonso Pérez de Vivero (1 de abril de 1453), el traidor que fuera su hombre de confianza. Era un golpe preventivo que desencadenó el final del drama: el mismo día 1 Juan II reclamaba la entrada de Álvaro de Estúñiga en Burgos, hecho que se producía esa noche, y el día 3 firmaba la orden de detención del condestable.

En la mañana del día 4 de abril, después de varias horas de resistencia, Álvaro se entregó a merced del Rey. Inmediatamente se inició el despojo de sus propiedades, comenzando por los bienes acumulados en Portillo, fortaleza en que fue encarcelado el condestable, al tiempo que se dictaban medidas preventivas contra un posible levantamiento de sus partidarios.
Por su parte, su esposa e hijo mantenían intensos contactos con antiguos enemigos de Álvaro, incluso el rey de Navarra, defraudados en su esperanza de volver a Castilla, para acordar una acción conjunta en su favor.
La iniciativa fracasó, porque Alfonso V ordenó a su hermano que se abstuviera de toda iniciativa.
Ante la falta de apoyos, Juana Pimentel dirigió a Juan II, a mediados de mayo, una carta incendiaria en la que aseguraba que resistiría las disposiciones reales acudiendo a cualquier ayuda, de los moros o de los diablos si era preciso. El Rey la recibió en Fuensalida, camino de Maqueda y Escalona, núcleo central del señorío de su valido; probablemente la misiva disipó las últimas vacilaciones del Monarca.
Convocó el Rey un tribunal de doce legistas para entender en el proceso del condestable con el claro designio de dictar una pena de muerte. Era un modelo de irregularidad procesal (ausencia del acusado, acusación verbal del Rey, incompetencia del tribunal por ser el acusado miembro de una Orden Militar), a pesar de lo cual no fue fácil alcanzar un acuerdo: fue éste de pena de muerte, pero en virtud de mandato regio, no por sentencia judicial. La documentación al respecto fue cuidadosamente destruida.
El día 1 de junio Álvaro fue trasladado a Valladolid; allí fue degollado al día siguiente, por usurpación de las funciones regias. Su cabeza cortada fue expuesta durante una semana en el cadalso; fue sepultado en el cementerio de la iglesia de San Andrés de aquella ciudad y, poco después, trasladado al convento de San Francisco. Años después tendría su definitivo reposo en su capilla de la catedral de Toledo.
Escalona no se rindió sino tras duras negociaciones, concluidas a finales de junio. Juana Pimentel hubo de entregar la villa, y dos tercios del tesoro que en ella se custodiaba, y comprometerse a entregar el resto de las del señorío que todavía resistían, pero obtenía el perdón de sus colaboradores y conservaba importantes posesiones; su hijo recibía gran parte del condado de San Esteban y el señorío del Infantado. Y un legado político que mostraría su importancia con la llegada al trono de la reina Isabel.

Bibl.: J. Rizzo Ramírez, Juicio crítico y significación política de Álvaro de Luna, Madrid, Rivadeneyra, 1865; L. del Corral, Álvaro de Luna según testimonios inéditos de su época, Valladolid, Viuda de Montero, 1915; C. Silió Cortés, Don Álvaro de Luna y su tiempo, Madrid, Espasa Calpe, 1941; L. Suárez Fernández, “Los Trastámara de Castilla y Aragón en el siglo XV (1407-1474)”, en L. Suárez et al., Los Trastámaras de Castilla y Aragón en el siglo XV, en R. Menéndez Pidal (dir.), Historia de España, vol. XV, Madrid, Espasa Calpe, 1964; I. Pastor Bodmer, Grandeza y tragedia de un valido. La muerte de don Álvaro de Luna, Madrid, Caja de Madrid, 1992; P. Porras Arboledas, Juan II. 1406-1454, Palencia, La Olmeda, 1995; J. M. Calderón Ortega, Álvaro de Luna: riqueza y poder en la Castilla del siglo XV, Madrid, Dykinson, 1998; L. Suárez Fernández, Nobleza y Monarquía. Entendimiento y rivalidad. El proceso de la construcción de la Corona Española, Madrid, La Esfera, 2003.

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