Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti;
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La biblioteca de don Quijote.
La biblioteca de don Quijote de la Mancha es el tema central del capítulo VI de la primera parte del Don Quijote de la Mancha, y en ella don Miguel de Cervantes Saavedra, por boca del cura Pero Pérez, expone opiniones sobre ciertos libros de caballerías y otras obras de la literatura de su época, entre ellas algunos poemas épicos y novelas pastoriles. Pero Pérez o Pedro Pérez es un personaje de la novela El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, escrita por Miguel de Cervantes. Da nombre al cura de la aldea de Alonso Quijano y aparece ya en el capítulo I de la Primera Parte o primer libro, donde el autor lo define como “hombre docto, graduado en Sigüenza” y también aficionado a los libros de caballerías. Bautizado por Cervantes con un nombre cacofónico y aliterante y presentado irónicamente como culto por ser universitario provinciano, Pero Pérez, aparece en la novela como uno de los personajes que más se preocupará por la recuperación de la salud mental del protagonista. Preocupación que, en una metáfora inquisitorial (doméstico auto de fe y precedente de muchos Fahrenheit 451), le lleva a organizar el "donoso y grande escrutinio" de la biblioteca de Don Quijote, que da como resultado la quema de los libros que habían enloquecido al protagonista. A pesar del mutis que el noventaiochista Miguel de Unamuno hace en su Vida de Don Quijote y Sancho sobre el bienintencionado y referido espurgo que hace el cura Pérez de los libros de Alonso Quijano, coinciden los cervantistas en la habilidad de Cervantes, siempre bondadoso con sus personajes como simples reflejos de los humanos, para conseguir que el cura «Petrus» Pérez aparezca como un hombre ilustrado, sensato y de buenos sentimientos, a pesar de que, asociado al barbero compongan un manifiesto ejemplo de la labor castradora que sobre la imaginación y la libertad han tenido tradicionalmente ‘la Iglesia y un amplio sector de la Ciencia’. En el caso concreto del cura y su enloquecido vecino Alonso Quijano, la necesidad de frustrar sus fantasías viene acompañada del concluyente silogismo tan eclesiástico como científico: “es por tu bien”. Pero Pérez, que también tiene una participación importante en los episodios de Sierra Morena y la venta de Juan Palomeque,9 expresa en varias ocasiones a lo largo de la novela sus opiniones en materia literaria; así lo hace en detalle en el mencionado escrutinio de la biblioteca de Don Quijote y, más adelante, en una larga y animada discusión con un canónigo de Toledo. |
2).-Las sergas de Esplandián, de Garci Rodríguez de Montalvo. Las sergas de Esplandián (Las hazañas de Esplandián) es el quinto de la serie española de libros de caballerías iniciada con el Amadís de Gaula. Su autor fue Garci Rodríguez de Montalvo, quien también escribió el libro cuarto del Amadís. La primera edición conocida de Las sergas de Esplandián es la publicada en Sevilla en julio de 1510, pero indudablemente hubo al menos una anterior (quizá publicada en Sevilla en 1496), ya que el sexto libro de la serie, Florisando, apareció en abril de 1510. La obra Las sergas de Esplandián relata en 184 capítulos las aventuras de este caballero, hijo primogénito de Amadís de Gaula y la princesa Oriana de la Gran Bretaña- |
3)-Amadís de Grecia, de Feliciano de Silva. Amadís de Grecia es un libro de caballerías español, noveno de la serie iniciada por el Amadís de Gaula. Su autor fue Feliciano de Silva (fallecido en 1554), el escritor favorito de Don Quijote de la Mancha. |
4).-Olivante de Laura, de Antonio de Torquemada. Olivante de Laura, libro de caballerías español, escrito por Antonio de Torquemada e impreso en Barcelona en 1564 por Claudi Bornat, que lo dedicó al Rey Felipe II. Se publicó con el título de "Historia del invencible caballero Don Olivante de Laura, Príncipe de Macedonia, que por sus admirables hazañas vino a ser Emperador de Constantinopla". |
5).-Felixmarte de Hircania, de Melchor Ortega. Felixmarte de Hircania es un libro de caballerías español, publicado por primera vez en Valladolid en 1556, con el título Parte primera de la grande historia del muy animoso y esforzado Príncipe Felixmarte de Hircania y de su extraño nacimiento. Fue obra de Melchor Ortega, vecino de Úbeda, quien la dedicó a Juan Vázquez de Molina, comendador de Guadalcanal y secretario de Felipe II. Su portada fue imitada de la de otro libro de caballerías, Platir, publicado en 1533. |
6).-Platir, quizá obra de Francisco de Enciso Zárate. Platir, libro de caballerías español, publicado por primera vez en Valladolid en 1533 con el título de Crónica del muy valiente y esforzado caballero Platir. Fue reimpreso en Sevilla en 1540. No se indica el nombre de su autor, pero hay motivos para creer que es obra de Francisco de Enciso Zárate. |
7).-El Caballero de la Cruz (Lepolemo, de Alonso de Salazar, o Leandro el Bel, de Pietro Lauro) Nombre con el que conoce a dos libros de caballerías, el español Lepolemo, de Alonso de Salazar, y su continuación italiana Leandro el Bel, de Pietro Lauro, que fue traducida al español y durante mucho tiempo se creyó una obra original española escrita por Pedro de Luján, hasta que Henry Thomas descubrió que se trataba de una traducción. |
8).-Espejo de caballerías, de Pero López de Reinosa, o de Santa Catalina. El Espejo de caballerías es una serie de libros de caballerías españoles de la primera mitad del siglo XVI. Consta de tres libros o partes, los dos primeros escritos por Pedro López de Santa Catalina, y el tercero por Pedro de Reinosa. La serie pertenece al llamado ciclo carolingio de los libros de caballerías españoles, en el cual desempeñan papeles protagónicos el Emperador Carlomagno y sus caballeros. |
9).-Historia de las hazañas y hechos del invencible caballero Bernardo del Carpio, de Agustín Alonso. Bernardo del Carpio fue un personaje legendario de la Edad Media, hijo extramatrimonial, según las principales versiones del mito, de una infanta y hermana del rey asturiano Alfonso II de nombre Ximena, y del conde de Saldaña, Sancho Díaz. |
10).-El verdadero suceso de la famosa batalla de Roncesvalles con la muerte de los doce Pares de Francia, por Francisco Garrido Villena. |
11).-Palmerín de Oliva, de Francisco Vázquez. Palmerín de Oliva es un libro de caballerías español, primero de la serie de los Palmerines, publicado por primera vez en Salamanca en 1511, con el título de El libro del famoso y muy esforzado caballero Palmerín de Olivia. Según indica su continuación Primaleón, su autor fue Francisco Vázquez, vecino de Ciudad Rodrigo, aunque otros han atribuido su composición a "una señora Augustobrica" y a Juan Augur de Transmiera. |
12).-Palmerín de Inglaterra, de Francisco de Moraes. El Palmerín de Inglaterra es un libro de caballerías escrito por el portugués Francisco de Moraes (1500-1572), secretario del embajador portugués en París, conde de Linhares, entre 1541 y 1543. El libro posee algunos recuerdos autobiográficos del autor. Palmerín de Inglaterra consta de dos libros, el primero dividido en 101 capítulos y el segundo en 66. |
13).-Belianís de Grecia, de Jerónimo Fernández. Belianís de Grecia, o más exactamente la Hystoria del magnánimo, valiente e inuencible cauallero don Belianís de Grecia es un libro de caballerías español, escrito por el licenciado burgalés Jerónimo Fernández, abogado de la corte del Emperador Carlos V. Su primera y segunda parte su publicaron por primera vez en Sevilla en 1545, siendo reimpresas en Burgos, Martín Muñoz, 1547, y versan sobre la vida del príncipe Don Belianís de Grecia, ficticio hijo primogénito del Emperador Belanio de Grecia y de la Emperatriz Clarinda. |
14).-Tirante el Blanco, de Joanot Martorell. Tirante el Blanco (Tirant lo Blanch en su título original en valenciano) es una novela caballeresca (expresión de Martí de Riquer) del escritor valenciano Joanot Martorell y que se suponía concluida por Martí Joan de Galba —idea que aún hoy no se descarta—, publicada en Valencia en 1490, en pleno Siglo de Oro valenciano. |
15).-Diana, de Jorge de Montemayor. Jorge de Montemayor o, en portugués original, Jorge de Montemor (Montemor-o-Velho, Portugal, h. 1520 - ¿Piamonte?, Italia, h. 1561) fue un escritor portugués en lengua española. Adoptó como nombre el de su lugar de nacimiento, Montemor-o-Velho, cerca de Coímbra. Se ha especulado sobre su origen judío, pero no hay nada probado. Fue músico en las cortes de Portugal y de Castilla. Estuvo primero al servicio de María, hermana de Juan III de Portugal y futura esposa de Felipe II, como cantante. Más adelante pasó a la corte de Juana, infanta de Castilla, hija de Carlos I, como cantor contrabajo primero, y luego, tras el matrimonio de la infanta con el príncipe don Juan de Portugal, hijo de Juan III, como aposentador. Cuando falleció don Juan, en 1554, Montemayor regresó con la infanta viuda a Castilla. Por entonces publicó su Cancionero (Amberes, 1554), cuyos versos devotos no gustaron a la Inquisición. Con el séquito de Felipe II estuvo en Flandes, y posiblemente también en Inglaterra. Se sabe que estuvo también en Valencia al servicio de Juan Castellá, barón de Bicorb y Quesa, así como de Gonzalo Fernández de Córdoba, duque de Sessa. Los últimos años de su vida los pasó en el Piamonte. Se piensa que murió asesinado por un amigo en una reyerta causada por un asunto de celos. Su obra más importante es Los siete libros de la Diana, impresa por primera vez en Valencia y en Milán hacia 1559. Esta obra, que combina el verso y la prosa, es la primera novela pastoril de la literatura en lengua castellana y ejerció una gran influencia en las letras del siglo XVI. Fue pronto traducida al francés, al inglés y al alemán. Según el propio autor, el planteamiento de la obra es como sigue:En los campos de la principal y antigua ciudad de León, riberas del río Esla, hubo una pastora, llamada Diana, cuya hermosura fue extremadísima sobre todas las de su tiempo. Esta quiso y fue querida en extremo de un pastor, llamado Sireno; en cuyos amores hubo toda la limpieza y honestidad posible. Y en el mismo tiempo, la quiso más que a sí otro pastor llamado Sylvano, el qual fue de la pastora tan aborrecido que no había cosa en la vida a quien peor quisiese. Sucedió, pues, que como Sireno fuese forzadamente fuera del reino, a cosas que su partida no podía excusarse, y la pastora quedase muy triste por su ausencia, los tiempos y el corazón de Diana se mudaron; y ella se casó con otro pastor llamado Delio, poniendo en olvido al que tanto había querido. El cual, viniendo después de un año de ausencia, con gran deseo de ver a su pastora, supo antes que llegase como era ya casada. |
16).-Segunda parte de la Diana de Jorge de Montemayor, de Alonso Pérez. Alonso Pérez, llamado el Salmantino, escritor español de la primera mitad del siglo XVI Escribió una novela pastoril, Segunda parte de la Diana (Valencia: Sebastián Mey, 1564), continuación de la Diana de su amigo Jorge de Montemayor. La obra ha sido muy despreciada por la crítica, quizá por las palabras de Cervantes al condenarla a la hoguera y por el hecho de haber tenido que competir con la continuación de Gaspar Gil Polo; la realidad, sin embargo, es otra, ya que entre 1559 y 1624, época áurea de la novela pastoril, la continuación de Gil Polo se imprimió siete veces, pero la de Alonso más del doble, quince; fue, pues, un éxito en su tiempo. La teoría sobre el amor esbozada en la obra no está inspirada en la filosofía del Neoplatonismo, como las otras de su género, sino que posee algunos rasgos del amor cortés. Por otra parte, mezcla elementos muy heterogéneos que hacen la estructura de la obra compleja y difusa. |
17).-Diana enamorada, de Gaspar Gil Polo. Gaspar Gil Polo (* Valencia [España], 1530, † Barcelona [España], 1584) fue un escritor español del que se tienen escasas referencias sobre su vida: su fama como poeta radica en que Miguel de Cervantes le dedica una octava real en el "Canto de Caliope" de La Galatea y Juan de Timoneda lo cita en el Sarao de amor, de 1561. Su principal obra es Diana enamorada, de 1564, continuación de la obra Diana de Jorge de Montemayor. Cerda y Rico ha apuntado que puede tratarse del catedratico del mismo nombre inscrito en la Universidad de Valencia entre 1565 y 1574. Se basa en los elogios, en el "Canto del Turia" de la Diana enamorada a ingenios valencianos, contemporáneos algunos de ellos, catedraticos de la Universidad valenciana. También se le ha atribuido el cargo de notario (1571-1573) y el de primer coadjutor. Su prosa y poesía son extremadamente cultas, aunque abundan en valencianismos. Fue inventor de la que el llama rima provenzal, su poesía se distingue por el dominio de la forma y el manejo de las estrofas. |
18).-Los diez libros de Fortuna de Amor, de Antonio de Lofraso. Los diez libros de Fortuna de Amor es una novela pastoril del poeta y militar sardo Antonio de Lofraso, publicada en Barcelona en 1573 y mencionada por Miguel de Cervantes en el "donoso escrutinio" de la biblioteca de Don Quijote (I, VI). La obra, dedicada al Conde de Quirra, relata los honestos amores del pastor Frexano (personaje que al parecer está inspirado en el propio autor, ya que lofraso en el dialecto sardo signfica fresno) y la hermosa pastora Fortuna. Concluye con una larga composición poética de 168 versos en 56 tercetos, denominada "Testamento de Amor". El cura de la aldea de Don Quijote, Pero Pérez, dice en el mencionado escrutinio que «...desde que Apolo fue Apolo, y las musas musas, y los poetas poetas, tan gracioso ni tan disparatado libro como ése no se ha compuesto, y que, por su camino, es el mejor y el más único de cuantos deste género han salido a la luz del mundo, y el que no le ha leído, puede hacer cuenta que no ha leído jamás cosa de gusto.» (Según el académico Martín de Riquer, no obstante, «el elogio es burlesco y se le salva precisamente por ser disparatado.») En el libro VI de la obra aparecen un pastor llamado Dulcineo y una pastora llamada Dulcina, que pueden haber servido de inspiración a Cervantes para el nombre de Dulcinea del Toboso. Los diez libros de Fortuna de Amor fue reimpreso en Londres en 1740 por el maestro de lengua castellana Pedro Pineda, quien consideraba esta obra apreciable por «su bondad, elegancia y agudeza». |
19).-El pastor de Iberia, de Bernardo de la Vega. El Pastor de Iberia es una novela pastoril española, publicada en Sevilla en 1591. Su autor fue Bernardo de la Vega, gentilhombre andaluz, quien la dedicó a Juan Téllez Girón, Duque de Duque de Osuna y Conde de Ureña. La obra está dividida en cuatro libros. Su protagonista, que inspira el título, es el pastor Filardo, quien es perseguido por sospechas de homicidio. Arrestado por el alguacil de la aldea donde vive, se libra por el favor de dos padrinos que tiene en Sevilla y se embarca en Sanlúcar de Barrameda. En las islas Canarias es prendido nuevamente y le libera la intervención de otro familiar. El amor de Filardo es la pastora Marfisa. Ambos enamorados llenan la obra con sus versos, y Filardo hace en ellos incapie en la mitológia y en la historia, citando a Platón, Antonio de Nebrija y el Concilio de Trento. Miguel de Cervantes, en el escrutinio de la biblioteca de Don Quijote de la Mancha (Primera Parte, capítulo VI), condenó al fuego El Pastor de Iberia. El comentarista Diego Clemencín criticó acerbamente el lenguaje de la obra, diciendo que era malo, trocaba los tiempos verbales y contenía solecismos |
22).-El pastor de Fílida, de Luis Gálvez de Montalvo. luis Gálvez de Montalvo, (Guadalajara, 1549 - algún lugar de Italia, probablemente Palermo, 1591), escritor español. El pastor de Fílida (Madrid, 1582) es una de las más importantes novelas pastoriles españolas. El escritor más eminente de la historia literaria española así lo manifestó en su famoso escrutinio de la librería de don Quijote; pero además de Miguel de Cervantes la elogiaron poetas y eruditos como Lope de Vega, Vicente Espinel, Pedro Laínez, López Maldonado, Ta m ayo de Vargas y Nicolás Antonio, entre los más famosos y conocidos. |
23).-Tesoro de varias poesías, de Pedro de Padilla. El escritor Pedro de Padilla (1549?-1600?) nació en Linares (Jaén) y fue apreciado y amigo de López de Hoyos, Lope de Vega y Cervantes, aunque atacado por Herrera. Obtuvo el grado de Bachiller en Artes en la Universidad de Granada en 1564, y en 1572 era estudiante de Teología en la Universidad de Alcalá de Henares. Muy pronto comenzaron a circular por Madrid sus poemas, que primero guardaba escritos en papel, como es el caso de un cartapacio autógrafo estudiado por el profesor Labrador. Algunos pasaron después a sus libros impresos. Escribió poesía religiosa (Jardín Espiritual, 1585) y profana (Romancero, 1583), y su obra fue muy apreciada en vida. Publicó diversos libros impresos en su época, teniendo una gran popularidad y una difusión solo comparable a la que tuvo el poeta e historiador Diego Hurtado de Mendoza, hijo del segundo conde de Tendilla. Su villancico "Al niño sagrado/ que es mi salvador/ cada vez que lo miro/ me parece mejor" se cantaba en España hasta hace muy poco. El 6 de agosto de 1585 ingresó en el convento de los carmelitas calzados de Madrid, hoy es la parroquia de El Carmen, entre Callao y Sol, donde muere. Se dedicó a la predicación, pero también hizo de censor de obras, como las de su amigo Lope de Vega La Arcadia y La Dragontea. Por desgracia, al poco de su fallecimiento, su obra pasó al olvido. El Tesoro fue publicado en 1580. Posiblemente fuera Cervantes quien dio fama moderna al libro que hoy nos ocupa en el Quijote, cuando el cura y el barbero hacen el escrutinio de la biblioteca del emblemático loco y perdonan de las llamas al Thesoro sin renunciar al guiño amistoso a su amigo el linarense Padilla. Dice: "Este grande que aquí viene se intitula -dijo el barbero-Thesoro de varias poesías. -Como ellas no fueran tantas -dijo el cura-, fueran más estimadas: menester es que este libro se escarde y limpie de algunas bajezas que entre sus grandezas tiene; guárdese, porque su autor es amigo mío, y por respeto de otras más heroicas y levantadas obras que ha escrito".Para poder publicar el Thesoro, entonces como ahora se necesita financiación, sobre todo si es un libro grande: en su edición actual son ochocientas páginas de poesías. Padilla buscó al rico librero Blas de Robles para que le pagara al impresor madrileño Francisco Suárez los gastos de producción del Thesoro. "Es un grueso libro -dicen Labrador y DiFranco en el estudio preliminar- de 482 folios que tituló Thesoro de varias poesías, el cual tuvo tanto éxito que le siguieron otras dos ediciones, una en 1587 organizada según géneros y formas métricas, y otra en 1589, supuestamente idéntica a la de 1587, aunque no existe hoy ejemplar alguno: las tres ediciones salieron de imprentas madrileñas".El Tesoro es sin duda la obra central del prolífico Padilla. El mismo Padilla nos cuenta que mandó imprimir sus poemas para "sujetarlos a la piadosa censura de los buenos entendimientos". Es decir, los imprime con su nombre porque se los plagiaban. Así justifica el autor verlos impresos: por "lástima de ver algunos hijos de mi pobre entendimiento, tratados menos bien que merecen, de muchos que no siendo sus padres los han hecho hijos adoptivos, para solo destruirlos". En el mismo Thesoro de 1580 indica que incluye unos "Romances pastoriles que hurtaron al autor y andan muy mal impresos". Como ven, los plagios no son nada nuevo. El libro esta formado por canciones, coplas castellanas, glosas, estancias, tercetos, liras, villancicos sonetos, romances y ensaladillas, verdadero muestrario del tipo de poesía que gustaba en esos años. La obra de Padilla es central para conocer los gustos poéticos del último tercio del siglo XVI. Padilla continúa las viejas tendencias del "best seller" de ese siglo, el Cancionero general de 1511, al que añade ecos de la exquisita lírica que poetas como san Juan de la Cruz, Lope, Liñán y Figeroa componen en esos años, juntando en el Thesoro a la nueva lírica italianizante renacentista con la poesía tradicional. Padilla, buen conocedor de la poesía pastoril, se adentra en el mundo real de los pastores y pastoras, gentes reales de pueblo que celebran sus bodas, compiten en sus juegos rústicos y hablan como gentes alejadas de la corte, reflejando en sus versos, como ninguno otro poeta ha sabido hacer, el habla de los campesinos. |
24).-El Cancionero, de Gabriel López Maldonado. Poeta español muerto hacia 1615. Fue uno de los más destacados integrantes de la Academia de los Nocturnos de Valencia. Poseedor de una gran técnica formal, perfecto cultivador de los metros españoles e italianos, e inclinado preferentemente hacia los temas elevados y morales, su Cancionero (1586) es un buen ejemplo de la poesía, virtuosista y convencional, de su época. Recibió elogios en El Quijote. |
25).-La Galatea, de Miguel de Cervantes Saavedra. La Galatea' es una novela de Miguel de Cervantes publicada en 1585 en Alcalá de Henares con el título de Primera parte de La Galatea, dividida en seis libros. La Galatea se suele clasificar como novela pastoril. Tal descripción es muy limitada. En efecto sus personajes son pastores, pero es un vehículo para un estudio psicológico del amor, y es éste el propósito de Cervantes al escribirla. |
26).-La Araucana, de Alonso de Ercilla. La Araucana (1569, 1578 y 1589) es un poema épico del español Alonso de Ercilla que relata la primera fase de la Guerra de Arauco entre españoles y mapuches. Según el propio autor, que participó en dicho conflicto, el poema fue escrito durante su estadía en Chile usando, a manera de papel, cortezas de árboles y otros elementos rústicos. Ercilla, quien como antiguo paje de la corte de Felipe II contaba con una educación mayor a la del promedio de los conquistadores, había llegado a dicho país como parte de la expedición de refuerzo comandada por el nuevo gobernador García Hurtado de Mendoza. Tras el regreso de Ercilla a España, el libro fue publicado en Madrid en tres partes a lo largo de dos décadas. El primer volumen se editó en 1569; el segundo, en 1578; y el tercero, en 1589. El libro obtuvo, entonces, un considerable éxito entre los lectores. Aunque la historicidad de muchos de los relatos que aparecen en la obra es relativa, se la considera uno de los mayores escritos testimoniales acerca de la Conquista, y en su tiempo fue habitualmente leída como una crónica verídica de los sucesos de Chile. La Araucana había sido precedida por una gran cantidad de textos españoles que describían el Nuevo Mundo a los lectores europeos, como los Naufragios de Cabeza de Vaca, que relataban las aventuras de su autor en Norteamérica, o la Historia verdadera de la conquista de Nueva España de Bernal Díaz del Castillo, que divulgó la asombrosa caída del Imperio azteca. Sin embargo, La Araucana se distinguió entre estos libros como la primera obra de literatura culta, dedicada al tema con claras ambiciones artísticas. Luego de La Araucana, surgió una gran cantidad de obras sobre temas americanos que imitaban su estilo poético: La Argentina, Arauco domado y Purén indómito, etc. Con el paso del tiempo, en estos textos se acrecentó el distanciamiento respecto de la crónica y narración de hechos históricos. Los autores optaron por trasladar temáticas del Renacimiento europeo al exótico escenario americano. Así, muchos de estos poemas realmente trataban más sobre sentencias morales, el amor romántico o tópicos latinos, que acerca de la Conquista. La trama incluye episodios históricos como la captura y ejecución de Pedro de Valdivia así como la muerte de los caciques mapuches Lautaro y Caupolicán. Sin embargo, también se insertan sucesos fantásticos, como el de un hechicero que eleva al narrador en un vuelo sobre la Tierra, permitiéndole ver acontecimientos que suceden en Europa y Oriente Medio, como la batalla de Lepanto. Destaca también el episodio del encuentro con una mujer indígena, Tegualda, que busca a su marido, Crepino, entre los muertos en un campo de batalla. Este último relato es una muestra del aspecto humanista del trabajo de Ercilla y de su condolencia por la suerte corrida por el pueblo indígena, describiendo la carencia de malicia y vicios en la gente hasta la llegada de los españoles. Los versos rinden loas a la valentía tanto de conquistadores como de indígenas. |
27).-La Austríada, de Juan Rufo. La Austríada de Juan Rufo fue dirigida a la Sacra, Cesárea Real Majestad de la Emperatriz de Romanos, reina de Bohemia y Hungría, etc. La dedicatoria está firmada en Madrid, a 20 de marzo de 1582. En la introducción de dicho poema aparecen sonetos de Pedro Gutiérrez Rufo (hermano del autor), Miguel de Baeza Montoya, Luis de Vargas, Diego de Rojas Manrique, Francisco Cabero, Luis de Góngora y Miguel de Cervantes, así como unas estancias de Lupercio Leonardo de Argensola. Este poema épico consta de 24 cantos. |
28).-El Monserrate, de Cristóbal de Virués. El Monserrate, es un poema narrativo en veinte cantos, en octavas, del poeta español Cristóbal de Virués, publicado en Madrid, en 1587, y que desarrolla la leyenda del monje Garín y de la fundación del Monasterio de Montserrat. |
29).-Las lágrimas de Angélica, de Luis Barahona de Soto. La primera parte de la Angélica, más conocida como Las lágrimas de Angélica, es un poema caballeresco del escritor español Luis Barahona de Soto, publicado en 1586. La obra se plantea, dentro de la tendencia italianizante importada por Boscán y Garcilaso, como una continuación del Orlando Furioso, y narra las peripecias vividas por la hermosa Angélica tras su matrimonio con Medoro, sus esfuerzos para huir de la persecución de Orlando, prisiones, encantamientos y las tribulaciones vividas para la reconquista del reino de Catay, del que se había apoderado una reina rival. |
30).-La Carolea, de Jerónimo Sempere. Jerónimo Sempere, poeta español de Renacimiento, llamado también Jerónimo Sampere o Jerónimo de Sampedro. Seguramente de origen valenciano, pues habló dicha lengua y en 1532 organizó en la iglesia de Santa Catalina Mártir el último certamen poético de cierta importancia en valenciano. Luego compondría un mediocre poema de épica culta en español, La Carolea (1560), que narra algunos momentos de la vida del emperador Carlos V; la obra adolece de maniqueísmo, pues mientras que el héroe aparece adornado de todas las perfecciones Francisco I de Francia no posee ninguna, es déspota y necio. Hay personajes alegóricos, como la Fama y la Esperanza, descripciones del infierno, sueños proféticos y visiones fantásticas. Consta de dos partes y cada una va precedida de un resumen argumental. Aunque alguna vez cae en la monotonía, la obra posee un lenguaje ágil. Se inicia poco antes de la batalla de Pavía y termina con la derrota turca de Buda. Se compondrá luego otra obra de igual título por Juan Ochoa de la Salde, de 1585. Ambas son laudatorias composiciones en verso enaltecedoras de la figura de Carlos V. La Carolea fue elogiada por Cervantes en el capítulo VII de la primera parte del Quijote, después del escrutinio de la biblioteca de Don Quijote. |
32).-Comentario de la guerra de Alemania hecha por Carlos V, máximo emperador romano, rey de España de Luis de Ávila. Luis de Ávila y Zúñiga nació en el año de 1504 en Plasencia (Cáceres) y falleció en esta misma ciudad en 1573. Marqués consorte de Mirabel, Comendador Mayor de la Orden de Alcántara e historiador español. Fiel servidor del Emperador del Sacro Imperio Carlos V, Carlos I de España, a quien sirvió como embajador en Roma, lo acompañó en la guerra de Túnez, tomó parte con él en su lucha contra la Liga de Esmalcalda y en la batalla de Mühlberg en 1547. |
Leer el Quijote nos ha hecho lo que somos. Quizá incluso nos ha inculcado una noción de la lectura que es única en sus consecuencias: creer que podríamos ser mejores. Leer, se diría, nos promete otro mundo. Es la utopía del humanismo: al cerrar el libro debería acogernos una realidad digna de la imaginación. En español leemos, desde el Quijote , para imaginar esa otra margen. Como todos los hijos de este idioma español, leí el Quijote a los diecisietes años. No podía dejar de leer y reía con asombro. Esa intimidad de la emoción, esa complicidad, nos hace sentir que Don Quijote es un viejo conocido. Como dijo Borges, uno habla de él como de un amigo. Mucho después, descubrí por mi cuenta que distintas tradiciones han leído otra cosa en la novela. Los rusos creyeron que era un libro cruel, quizá el más cruel, y aprovechan su lectura para llorar. Nabokov se negó a incluirlo en su curso en Harvard protestando su bárbara crueldad pero la universidad le hizo saber que tenía que enseñarlo. Las notas que pergeñó son un diario de lectura metódica que le hizo apreciar mejor la novela. Para los lectores alemanes, en cambio, el Quijote ha sido un tratado sobre la melancolía, esto es, sobre el deseo desmentido por la miseria de lo real. Para los ingleses es, más bien, una guía ligeramente estrambótica sobre las dificultades de viajar en España entre fondas donde se come mal, pero lleno de juegos de forma y espejismos de fondo. No es casual que el Quijote tuviese mayor fortuna en Inglaterra, cuya novelística inspiró, casi inventó, sacándola del manual de buenas maneras. En España se lo leyó como una alegoría de la nacionalidad, que ilustraba la identidad agonista y revelaba el alma del país, nostálgica de raíces castellanas. Esa lectura esencialista empobreció la modernidad de la novela y explica que fuese convertida no en fuente de cambio sino en monumento del museo cultural. Has ta que las lecturas de Américo Castro, Juan Goytisolo y Francisco Márquez Villanueva pusieron al día su lugar, que es finalmente transatlántico. En América Latina, desde el primer día, hemos leído el Quijote con alegría, casi como una comedia de la lectura. Celebramos los juegos paródicos, las formas irónicas, la indeterminación de lo moderno como la libertad de lo imaginario. En la empresa delirante de Pierre Menard, héroe quijotesco de Borges, él imaginó una metáfora de esta lectura, abierta y relativista. Menard copia literalmente la novela para producir un Quijote distinto y suyo, porque las palabras son las mismas pero el sentido pertenece a cada tiempo. Me he dado cuenta con los años y las relecturas de que todos tenemos una intuición central sobre esta novela. Al final de La Cervantiada , bajo el título de “Teoría del juego,” sumé algunas notas y adelanté mi intuición más propia, aquella versión de los hechos que la novela, como una figura en construcción, espera de nosotros. Esa nostalgia de una forma plena es otro umbral que se abre en el paisaje de la página. A las puertas de otra interpretación, sin embargo, el lector vuelve los pasos y no se anima o atreve a explicar todas las consecuencias de su versión. Esas intuiciones deben haber producido las estampas, poemas y charlas que Borges dedicó a sus lecturas del Quijote . Es misterioso el hecho de que al recuperarse del accidente que casi le cuesta la vida, decidiese poner a prueba sus facultades mentales y escribir un cuento, y que este fuese “Pierre Menard, autor de El Quijote”. Desde mi primera lectura creí entender que la empresa de la novela es convertir a Sancho, el analfabeto, en el mejor lector. Y que, en una verdadera epifanía de la lectura, lo consigue en el capítulo de la Insula, donde Sancho al juzgar cada caso demuestra que lee una novela, aunque sea italiana. Son verdaderas novelas ejemplares, actuadas para poner a prueba al gobernador burlado; pero Sancho las descifra impecablemente, convertido en humanista sabio y justiciero. Esa isla es una utopía del humanismo: el buen lector asume que el mundo es perfectible. Ya en el capítulo de la cueva de Montesinos, Sancho ha escuchado a un escritor estrambótico, cuyas obras son disparates de falsa erudición, y propone otra, digna de un filólogo del sentido común. “Más has dicho, Sancho, de lo que sabes,” sentencia Don Quijote. El pícaro es el bufón de las decadencias de España; incluida la actual, en que el pícaro es el corrupto de éxito; en cambio, Sancho, el hombre pobre, es el primer héroe moderno del español transnacional: pone en práctica una lectura hecha en el poder de dar forma y sentido, pero también de tolerar y compartir. Yo creo que esa es hoy día la gran lección de la novela: contra su lectura única, a favor de los nuevos lectores plurales; y contra la verdad única, en defensa de los próximos lectores, libres de cualquier Mancha. Cervantes cita en la novela los Diálogos de amor de León Hebreo en la traducción del Inca Garcilaso de la Vega. Y no sería vano comprobar un eco de la cadencia arcaizante en la traducción de ese tratado neoplatónico en las definiciones cervantinas del amor y el paraíso armónicos de la Edad Dorada. Finalmente empezamos a reconocer en la literatura clásica española las resonancias del mundo americano, sus repertorios y sus textos. Diana de Armas en su Cervantes, the Novel, and the New World (Oxford, 2000) demostró la gravitación del Inca Garcilaso en el comienzo del Persiles ; y hoy nos parece que el horizonte del Nuevo Mundo fue cercano a Cervantes, y no solo porque intentó mudarse a las Indias, tal vez para no volver a La Mancha. Vivió un año en el pueblo de Montilla, donde Garcilaso vivió muchos años, antes de mudarse a la ciudad de Córdoba. Cervantes sabía de la vecindad del Inca, pudieron haberse conocido. Ambos eran dados a la conversación y compartían largas frustraciones con la burocracia. Cervantes estaba lleno de deudas, Garcilaso lleno de deudores. Compartían también lecturas italianas y pudieron haberse demorado en Orlando furioso . Ambos sabían que el Nuevo Mundo era menos arbitrario y autoritario que la España de su tiempo, y podrían acordar que la modernidad de España estaba en las Indias. Diana de Armas explica la “hibridez” y la “mezcla” como principios de la escritura cervantina, fenómeno que a nivel del lenguaje había sido observado por Spitzer. Ambos mecanismos son centrales al pensamiento cultural del Inca Garcilaso. Pero, sobre todo, sin ellos no se puede entender lo moderno. La pureza es negocio medieval, la mezcla inicia el diálogo de lo moderno. El mismo hecho de que el narrador encuentre en el mercado público, en Toledo, un manuscrito árabe, que compra por unos reales y hace traducir, demuestra que la lectura se cumple en la calle y la vida urbana, y en su centro, el intercambio de las lenguas y la práctica más moderna de todas, la traducción como mediación. Traducir es trasladarse a la otra orilla, la del futuro. América es la orilla de esa modernidad, donde las semillas de España gestan un nuevo traslado del mundo, en la hibridez fecunda del Barroco. Gabriel García Márquez tiene como su episodio favorito del Quijote la desaparición y aparición del rucio de Sancho, y lo explica como un olvido del autor. Este episodio es otro don del arte del relato cervantino, que convierte en escritura el lapso, y es asimismo otra demostración de la libertad y la gracia de la novela. Ya alguien ha estudiado sistemáticamente las equivocaciones y distracciones de Cervantes como un lenguaje narrativo propio, aunque en primer lugar declaran el carácter procesal del relato, que fluye episódicamente, y cuya memoria no es un pasado de la lectura sino el presente de la duración de la última frase que leemos; un tiempo que circula sin repetirse. En Cervantes o la crítica de la lectura (1976), Carlos Fuentes puso al día la modernidad de la novela desde esta orilla del idioma, demostrando con brío su actualidad. A la indeterminación del presente se debe que la novela como género nos comunique una experiencia viva de lo específico, como explica Bajtin. Y a ello también se deba el hecho de que, después de Borges, García Márquez, Juan Goytisolo y Carlos Fuentes, nuestra lectura del Quijote sea más inmediata y proyectiva: una intervención en la hechura de la novela, en su despliegue y actualidad. Como se ilustra con elocuencia en la variable cervantina de Eduardo Mendoza (quijotescamente nadie es imposible), Luis Goytosolo (la ciudad es indeterminadamente sin fin), Fenando del Paso (la Historia misma es quijotesca), Sergio Ramírez (la escritura es la Comedia), Alfredo Bryce Echenique (la biografìa son los otros), Julián Ríos (el Quijote es plurilingüe), Juan José Millás (una vida es muchas vidas), Leonardo Padura (las ejemplares son las policiales), Edgardo Rodríguez Juliá (la melancolía desmiente al lenguaje), Javier Marías (la calle es abismal), Jorge Volpi (cada saber es una forma de locura), Juan Francisco Ferré (Dulcinea es plural), Antonio López Ortega (cada biografía inventa al lenguaje), Carmen Boullosa (las mujeres son la veracidad de la trama), Manuel Rivas (escribir es rehacer la Mancha), Javier Cercas (cualquier vida es ilusoria), Robert-Juan Cantabella (los gigantes ya han leído esta novela), quienes, entre otros, asumen el Quijote como una caja de herramientas del español más creativo, que en cada palabra significa lo que rehace. |
CAPÍTULO VI Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo. El cual aún todavía dormía. Pidió las llaves a la sobrina del aposento donde estaban los libros autores del daño, y ella se las dio de muy buena gana. Entraron dentro todos, y la ama con ellos, y hallaron más de cien cuerpos de libros grandes, muy bien encuadernados, y otros pequeños; y, así como el ama los vio, volvióse a salir del aposento con gran priesa, y tornó luego con una escudilla de agua bendita y un hisopo, y dijo: —Tome vuestra merced, señor licenciado; rocíe este aposento, no esté aquí algún encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encanten, en pena de las que les queremos dar echándolos del mundo. Causó risa al licenciado la simplicidad del amaII, y mandó al barbero que le fuese dando de aquellos libros uno a uno, para ver de qué trataban, pues podía ser hallar algunos que no mereciesen castigo de fuego. —No —dijo la sobrina—, no hay para qué perdonar a ninguno, porque todos han sido los dañadores: mejor será arrojallosIII por las ventanas al patio y hacer un rimero dellos y pegarles fuego; y, si no, llevarlos al corral, y allí se hará la hoguera, y no ofenderá el humo. Lo mismo dijo el ama: tal era la gana que las dos tenían de la muerte de aquellos inocentes; mas el cura no vino en ello sin primero leer siquiera los títulos. Y el primero que maese Nicolás le dio en las manos fue Los cuatro de Amadís de Gaula, y dijo el cura: —Parece cosa de misterio esta, porque, según he oído decir, este libro fue el primero de caballerías que se imprimió en España, y todos los demás han tomado principio y origen deste; y, así, me parece que, como a dogmatizador de una secta tan mala, le debemos sin escusa alguna condenar al fuego. —No, señor —dijo el barbero—, que también he oído decir que es el mejor de todos los libros que de este género se han compuesto; y así, como a único en su arte, se debe perdonar. —Así es verdad —dijo el cura—, y por esa razón se le otorga la vida por ahora. Veamos esotro que está junto a él. —Es —dijo el barbero— Las sergas de Esplandián13, hijo legítimo de Amadís de Gaula. —Pues en verdad —dijo el cura— que no le ha de valer al hijo la bondad del padre. Tomad, señora ama, abrid esa ventana y echadle al corral, y dé principio al montón de la hoguera que se ha de hacer. Hízolo así el ama con mucho contento, y el bueno de Esplandián fue volando al corral, esperando con toda paciencia el fuego que le amenazaba. —Adelante —dijo el cura. —Este que viene —dijo el barbero— es Amadís de Grecia15, y aun todos los deste lado, a lo que creo, son del mesmo linaje de Amadís. —Pues vayan todos al corral —dijo el cura—, que a trueco de quemar a la reina Pintiquiniestra, y al pastor Darine y a sus églogas, y a las endiabladas y revueltas razones de su autor, quemaréVI con ellos al padre que me engendró, si anduviera en figura de caballero andante. —De ese parecer soy yo —dijo el barbero. —Y aun yo —añadió la sobrina. —Pues así es —dijo el ama—, vengan, y al corral con ellos. Diéronselos, que eran muchos, y ella ahorró la escalera y dio con ellos por la ventana abajo. —¿Quién es ese tonel? —dijo el cura. —Este es —respondió el barbero— Don Olivante de Laura. —El autor de ese libro —dijo el cura— fue el mesmo que compuso a Jardín de flores, y en verdad que no sepa determinar cuál de los dos libros es más verdadero o, por decir mejor, menos mentiroso; solo sé decir que este irá al corral, por disparatado y arrogante. —Este que se sigue es Florismarte de Hircania —dijo el barbero. —¿Ahí está el señor Florismarte? —replicó el cura—. Pues a fe que ha de parar presto en el corral, a pesar de su estraño nacimiento y soñadas aventuras, que no da lugar a otra cosa la dureza y sequedad de su estilo. Al corral con él, y con esotro, señora ama. —Que me place, señor mío —respondía ella; y con mucha alegría ejecutaba lo que le era mandado. —Este es El caballero Platir20 —dijo el barbero. —Antiguo libro es ese —dijo el cura—, y no hallo en él cosa que merezca venia. Acompañe a los demás sin réplica. Y así fue hecho. Abrióse otro libro y vieron que tenía por título El caballero de la Cruz. —Por nombre tan santo como este libro tiene, se podía perdonar su ignorancia; mas también se suele decir «tras la cruz está el diablo». Vaya al fuego. Tomando el barbero otro libro, dijo: —Este es Espejo de caballerías. —Ya conozco a su merced —dijo el cura—. Ahí anda el señor Reinaldos de Montalbán con sus amigos y compañeros, más ladrones que Caco, y los Doce Pares, con el verdadero historiador Turpín, y en verdad que estoy por condenarlos no más que a destierro perpetuo, siquiera porque tienen parte de la invención del famoso Mateo Boyardo, de donde también tejió su tela el cristiano poeta Ludovico Ariosto; al cual, si aquí le hallo, y que habla en otra lengua que la suya, no le guardaré respeto alguno, pero, si habla en su idioma, le pondré sobre mi cabeza. —Pues yo le tengo en italiano —dijo el barbero—, mas no le entiendo. —Ni aun fueraX bien que vos le entendiérades —respondió el cura—; y aquí le perdonáramos al señor capitán que no le hubiera traído a España y hecho castellano, que le quitó mucho de su natural valor, y lo mesmo harán todos aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua, que, por mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamás llegarán al punto que ellos tienen en su primer nacimiento. Digo, en efeto, que este libro y todos los que se hallaren que tratan destas cosas de Francia se echen y depositen en un pozo seco, hasta que con más acuerdo se vea lo que se ha de hacer dellos, ecetuando a un Bernardo del Carpio que anda por ahí, y a otro llamado Roncesvalles; que estos, en llegando a mis manos, han de estar en las del ama, y dellas en las del fuego, sin remisión alguna. Todo lo confirmó el barbero y lo tuvo por bien y por cosa muy acertada, por entender que era el cura tan buen cristiano y tan amigo de la verdad, que no diría otra cosa por todas las del mundo. Y abriendo otro libro vio que era Palmerín de Oliva, y junto a él estaba otro que se llamaba Palmerín de Ingalaterra; lo cual visto por el licenciado, dijo: —Esa oliva se haga luego rajas y se queme, que aun no queden della las cenizas, y esa palma de Ingalaterra se guarde y se conserve como a cosa única, y se haga para ello otra caja como la que halló Alejandro en los despojos de Dario40, que la diputó para guardar en ella las obras del poeta Homero. Este libro, señor compadre, tiene autoridad por dos cosas: la una, porque él por sí es muy bueno; y la otra, porque es fama que le compuso un discreto rey de Portugal. Todas las aventuras del castillo de Miraguarda son bonísimas y de grande artificio; las razones, cortesanas y claras, que guardan y miran el decoro del que habla, con mucha propriedad y entendimiento. Digo, pues, salvo vuestro buen parecer, señor maese Nicolás, que este y Amadís de Gaula queden libres del fuego, y todos los demás, sin hacer más cala y cata, perezcan. —No, señor compadre —replicó el barbero—, que este que aquí tengo es el afamado Don Belianís. —Pues ese —replicó el cura—, con la segunda, tercera y cuarta parte, tienen necesidad de un poco de ruibarbo para purgar la demasiada cólera suya, y es menester quitarles todo aquello del castillo de la Fama y otras impertinencias de más importancia, para lo cual se les da término ultramarino, y como se enmendaren, así se usará con ellos de misericordia o de justicia; y en tanto, tenedlos vos, compadre, en vuestra casa, mas no los dejéis leer a ninguno. —Que me place —respondió el barbero. Y, sin querer cansarse más en leer libros de caballerías, mandó al ama que tomase todos los grandes y diese con ellos en el corral. No se dijo a tonta ni a sorda, sino a quien tenía más gana de quemallos que de echar una tela, por grande y delgada que fuera; y asiendo casi ocho de una vez, los arrojó por la ventana. Por tomar muchos juntos, se le cayó uno a los pies del barbero, que le tomó gana de ver de quién era, y vio que decía Historia del famoso caballero Tirante el Blanco. —¡Válame Dios —dijo el cura, dando una gran voz—, que aquí esté Tirante el Blanco! Dádmele acá, compadre, que hago cuenta que he hallado en él un tesoro de contento y una mina de pasatiempos. Aquí está don Quirieleisón de Montalbán, valeroso caballero, y su hermano Tomás de Montalbán, y el caballero Fonseca, con la batalla que el valiente de Tirante hizo con el alano, y las agudezas de la doncella Placerdemivida, con los amores y embustes de la viuda Reposada, y la señora Emperatriz, enamorada de Hipólito, su escudero. Dígoos verdad, señor compadre, que por su estilo es este el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demás libros deste género carecen. Con todo eso, os digo que merecía el que le compuso, pues no hizo tantas necedades de industria, que le echaran a galeras por todos los días de su vida. Llevadle a casa y leedle, y veréis que es verdad cuanto dél os he dicho. —Así será —respondió el barbero—, pero ¿qué haremos destos pequeños libros que quedan? —Estos —dijo el cura— no deben de ser de caballerías, sino de poesía. Y abriendo uno vio que era La Diana de Jorge de Montemayor, y dijo, creyendo que todos los demás eran del mesmo género: —Estos no merecen ser quemados, como los demás, porque no hacen ni harán el daño que los de caballerías han hecho, que son libros de entretenimiento sin perjuicio de tercero. —¡Ay, señor! —dijo la sobrina—, bien los puede vuestra merced mandar quemar como a los demás, porque no sería mucho que, habiendo sanado mi señor tío de la enfermedad caballeresca, leyendo estos se le antojase de hacerse pastor y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo, y, lo que sería peor, hacerse poeta, que según dicen es enfermedad incurable y pegadiza. —Verdad dice esta doncella —dijo el cura—, y será bien quitarle a nuestro amigo este tropiezo y ocasión delante. Y pues comenzamos por La Diana de Montemayor, soy de parecer que no se queme, sino que se le quite todo aquello que trata de la sabia Felicia y de la agua encantada, y casi todos los versos mayores, y quédesele enhorabuena la prosa, y la honra de ser primero en semejantes libros. —Este que se sigue —dijo el barbero— es La Diana llamada segunda del Salmantino; y este, otro que tiene el mesmo nombre, cuyo autor es Gil Polo. —Pues la del Salmantino —respondió el cura— acompañe y acreciente el número de los condenados al corral, y la de Gil Polo se guarde como si fuera del mesmo Apolo; y pase adelante, señor compadre, y démonos prisa, que se va haciendo tarde. —Este libro es —dijo el barbero abriendo otro— Los diez libros de Fortuna de amor, compuestos por Antonio de Lofraso, poeta sardo. —Por las órdenes que recebí —dijo el cura— que desde que Apolo fue Apolo, y las musas musas, y los poetas poetas, tan gracioso ni tan disparatado libro como ese no se ha compuesto, y que, por su camino, es el mejor y el más único de cuantos deste género han salido a la luz del mundo, y el que no le ha leído puede hacer cuenta que no ha leído jamás cosa de gusto. Dádmele acá, compadre, que precio más haberle hallado que si me dieran una sotana de raja de Florencia. Púsole aparte con grandísimo gusto, y el barbero prosiguió diciendo: —Estos que se siguen son El pastor de Iberia, Ninfas de Henares y Desengaños de celos. —Pues no hay más que hacer —dijo el cura—, sino entregarlos al brazo seglar del ama, y no se me pregunte el porqué, que sería nunca acabar. —Este que viene es El pastor de Fílida. —No es ése pastor —dijo el cura—, sino muy discreto cortesano: guárdese como joya preciosa. —Este grande que aquí viene se intitula —dijo el barbero— Tesoro de varias poesías. —Como ellas no fueran tantas —dijo el cura—, fueran más estimadas: menester es que este libro se escarde y limpie de algunas bajezas que entre sus grandezas tiene; guárdese, porque su autor es amigo mío, y por respeto de otras más heroicas y levantadas obras que ha escrito. —Este es —siguió el barbero— el Cancionero de López Maldonado. —También el autor de ese libro —replicó el cura— es grande amigo mío, y sus versos en su boca admiran a quien los oye, y tal es la suavidad de la voz con que los canta, que encanta. Algo largo es en las églogas, pero nunca lo bueno fue mucho; guárdese con los escogidos. Pero ¿qué libro es ese que está junto a él? —La Galatea de Miguel de Cervantes —dijo el barbero. —Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en versos. Su libro tiene algo de buena invención: propone algo, y no concluye nada; es menester esperar la segunda parte que promete: quizá con la emienda alcanzará del todo la misericordia que ahora se le niega; y entre tanto que esto se ve, tenedle recluso en vuestra posada, señor compadre. —Que me place —respondió el barbero—. Y aquí vienen tres todos juntos: La Araucana de don Alonso de Ercilla, La Austríada de Juan Rufo, jurado de Córdoba, y El Monserrato de Cristóbal de Virués, poeta valenciano. —Todos esos tres libros —dijo el cura— son los mejores que en verso heroico en lengua castellana están escritos, y pueden competir con los más famosos de Italia; guárdense como las más ricas prendas de poesía que tiene España. Cansóse el cura de ver más libros, y así, a carga cerrada, quiso que todos los demás se quemasen; pero ya tenía abierto uno el barbero, que se llamaba Las lágrimas de Angélica. —Lloráralas yo —dijo el cura en oyendo el nombre— si tal libro hubiera mandado quemar, porque su autor fue uno de los famosos poetas del mundo, no solo de España, y fue felicísimo en la tradución de algunas fábulas de Ovidio. |
Lectura del capítulo VI Por Sylvia Roubaud Con este capítulo finaliza la «primera salida» del héroe, que en cierto modo forma una novelita breve con trama y desenlace propios. Encuadran este conjunto juicios literarios que, esbozados ya en I, 1, se desarrollan en éste y en parte del siguiente con mayor detalle. Al volver el Ingenioso Hidalgo a su punto de partida, resurge el tema de sus lecturas, limitado anteriormente a los libros de caballerías, pero ampliado ahora a otros géneros —la novela pastoril, la poesía heroica y la lírica amorosa— y complementado, a propósito del Orlando furioso de Ariosto, con observaciones críticas sobre la traducción de obras en verso. El inventario de estas lecturas muestra que la «librería» de Don Quijote, posible trasunto de la del mismo Cervantes., es cuantiosa, pues comprende más de cien volúmenes (que se hacen «más de trecientos» en I, 24, 268); relativamente moderna, ya que incluye varios libros de fecha reciente (según queda expresamente señalado en I, 9, 106), pero poco variada. Su contenido refleja ante todo la afición casi exclusiva de Alonso Quijano a los poemas de tradición épica o ariostesca y a las novelas de imaginación e, inversamente, su poco entusiasmo por otras formas de literatura como la picaresca, de la que no se menciona muestra alguna. Tampoco las hay de cancioneros y romanceros, a pesar de las referencias a romances que concurren en este principio del libro, ni de obras de historia y devoción como las que componen la modesta pero valiosa biblioteca de don Diego de Miranda (II, 16, 754). El examen de la colección, burlonamente procesada por herética o por demoníaca, se lleva a cabo con celo típicamente inquisitorial: basándose en la denuncia de la sobrina, el cura actúa de juez eclesiástico y, asistido por el barbero, remite la ejecución de sus sentencias al brazo seglar del ama, quien se encarga con diligencia de echar a la hoguera los libros culpables. Corresponden en parte las acusaciones de Pero Pérez con el reproche de inmoralidad y mentira que desde muy antiguo se les venía haciendo a las obras de ficción, y que en tiempos de Cervantes había cobrado nueva vitalidad al reincidir en él moralistas y teólogos tan doctos como Vives, Pero Mexía o Arias Montano, y lectores de novelas tan prestigiosos como Juan de Valdés. La verdad es que si esta corriente crítica pudo inspirarle a Cervantes. la idea del «escrutinio», de hecho influyó muy poco en la realidad histórica de la época; consta en efecto que, salvo rara excepción, ni la Inquisición se decidió a prohibir los libros incriminados ni los censores reales lograron impedir su exportación a América. Algo parecido ocurre en el auto de fe celebrado aquí, pues, bien mirada, la severidad del licenciado dista mucho de ser tan sistemática como podría suponerse. De las tres obras que perecen en I, 7, 88 se nos dice que, de haberlas visto, sin duda les salvara la vida. Y de los veintinueve títulos que se le presentan en este, solo condena a trece; absuelve a otros trece —tres libros de caballerías (un Amadís, un Palmerín y el Tirante), tres de pastores (la Diana enamorada de Gil Polo, El pastor de Fílida y Los diez libros de fortuna de amor) y siete de poesía (entre los que se halla La Galatea del propio Cervantes.)—, y perdona a los tres restantes, exigiendo la expurgación de dos de ellos (el Belianís de Grecia y la Diana de Montemayor) y la reclusión del tercero (el Espejo de caballerías) en un pozo seco. A través de estos dictámenes del cura se expresan evidentemente las opiniones literarias y las simpatías o antipatías personales de Cervantes.; no todas, sin embargo, son transparentes y, para interpretarlas, resultaría imprudente confundir sin más ni más al autor con su personaje. En este capítulo, en todo caso, es donde empieza a vislumbrarse el papel fundamental que los libros desempeñan en el Quijote a la vez que se anuncian las apasionadas discusiones que han de provocar en episodios posteriores (I, 32; 47-50; II, 1; etc.). |