Biografía
Guzmán y Pimentel, Rivera y Velasco y de Tovar, Gaspar de. Conde-duque de Olivares (I), duque de Sanlúcar la Mayor (I), duque de Medina de las Torres (I). Roma (Italia), 6.I.1587 – Toro (Zamora), 22.VII.1645. Estadista. El futuro conde-duque de Olivares nació en Roma, donde su padre, Enrique de Guzmán, II conde de Olivares, era embajador en la Santa Sede. Don Enrique pertenecía a una rama menor de la casa ducal de Medina Sidonia, aunque su queja de haber sido despojado del título de duque pasó de generación en generación, y don Gaspar acabaría heredando las ambiciones frustradas de su padre de obtener una Grandeza de España y establecer una línea familiar que eclipsara a los duques de Medina Sidonia en riqueza y reputación. En 1594, cuando Gaspar tenía siete años, su madre, María Pimentel de Fonseca, hija del IV conde de Monterrey, murió al volver a dar a luz. Gaspar fue el tercero de los tres hijos que tuvo el matrimonio, de los cuales el primero murió en un accidente durante el primer año de la vida del futuro conde-duque. Dado que Gaspar era el hijo menor, se le destinó a la carrera eclesiástica, pero la muerte de su hermano mayor en 1604 le dejó como el único heredero al título y le forzó a rechazar una carrera en la iglesia que había comenzado ya con el ofrecimiento de una canonjía en Sevilla por parte del Papa. El nombramiento de su padre como virrey de Sicilia (1591-1595) y Nápoles (1595-1599) hizo que pasara su niñez en el extranjero; no vería su país hasta 1599, cuando su padre volvió de Italia para servir como contador mayor de cuentas y, posteriormente, ser nombrado consejero de Estado en 1601. Ese mismo año Gaspar, acompañado de diecinueve criados, dejó Sevilla para irse a Salamanca a estudiar Derecho Canónico. En Salamanca conoció a prometedores eruditos de su propia generación y, probablemente, fue allí donde adquirió el amor por los libros que iba a convertirle en uno de los grandes coleccionistas de libros de la época. En 1603 fue elegido rector por sus compañeros. Su hermano mayor, Jerónimo, murió al final de su año como rector y Gaspar fue llamado para unirse a su padre en Valladolid, donde la Corte estaba instalada entonces. Sucedió a su padre en 1607 como III conde de Olivares, con la obligación de perpetuar la línea familiar. Con el fin de reforzar sus alianzas familiares y fortalecer sus pretensiones de alcanzar un título de Grande, se dedicó a cortejar del modo más ostentoso a su prima, Inés de Zúñiga y Velasco, hija del V conde de Monterrey y dama de honor de la reina Margarita. De los tres hijos que iba a tener el matrimonio, sólo una hija, María, nacida en 1609, pasaría de la infancia. De 1607 a 1615 permaneció en Sevilla, donde había heredado de su padre el oficio de alcaide de los Alcázares Reales. Allí se dedicó a la administración de los bienes de su mayorazgo, que se concentraban alrededor de la villa de Olivares, pero también se propuso convertirse en una figura de la vida pública, haciendo gastos sin medida y llegando a ser un brillante mecenas de poetas y hombres de letras. Fue precisamente durante esos años cuando llegó a granjearse muchas de las amistades que llegarían a imprimir un carácter tan marcadamente sevillano en la Corte de Madrid, una vez que él llegara al poder. Entre sus amigos y conocidos en Sevilla se contaban el artista Francisco Pacheco, cuyo yerno, Diego de Velázquez, emprendería su brillante carrera en la Corte en 1623, y el poeta y erudito Francisco de Rioja, que llegaría a ser el bibliotecario del conde y su confidente. Aunque se jactaba de ser un “hijo de Sevilla”, aspiraba claramente a labrarse una carrera en la Corte. El duque de Lerma, que sospechaba ya de un joven tan inquieto e inteligente y cuyas ambiciones eran tan obvias, consintió finalmente, en 1615, que fuera elegido como uno de los gentilhombres de la cámara del príncipe de Asturias, a quien se le iba a poner casa, tras casarse con Isabel de Borbón. Portador de un puesto oficial en la Corte, parecía estar bien situado para llevar a cabo sus ambiciones políticas; no obstante, le llevó mucho tiempo y esfuerzo ganarse la confianza del joven príncipe, que no debió encontrarle de su agrado y al que parecía intimidarle su dominante personalidad. Mientras fue ganándose el favor del príncipe, comenzó a buscar, al mismo tiempo, el modo de aprovecharse de las fisuras que empezaban a abrirse en el régimen de Lerma. En esta empresa gozaba del indispensable apoyo de su tío materno, Baltasar de Zúñiga, un diplomático experimentado al que se reclamó en 1617 de su cargo como embajador del Emperador en Praga para que ocupara una plaza en el Consejo de Estado. La caída de Lerma en 1618 y su sustitución por su incompetente hijo, el duque de Uceda, señaló el declive de poder de la casa de Sandoval, que había venido dominando la vida política española desde la subida al trono de Felipe III en 1598. Al tiempo que iba creciendo la preocupación en la Corte y en el país sobre el estado de la Hacienda Real y el agotamiento de la economía castellana, Baltasar y su sobrino intentaron sacar partido de las debilidades e insuficiencias de la administración de Uceda. Las Cortes de Castilla y los arbitristas demandaban reformas radicales, que Uceda parecía incapaz de llevar a la práctica. Al mismo tiempo, en el régimen iba en ascenso la presión para que se enviasen refuerzos militares a los Habsburgo austríacos, amenazados por la rebelión en Bohemia, mientras que, en 1621, el esperado vencimiento de la Tregua de los Doce Años entre España y los holandeses prometía nuevos e ingentes desembolsos militares y navales. Zúñiga estaba por fin a cargo de la política exterior de Madrid, pero Uceda seguía siendo, al menos nominalmente, el principal ministro de la Corona. Todo esto cambió cuando murió Felipe III, el 31 de marzo de 1621, y el príncipe de Asturias, de dieciséis años de edad, le sucedió en el trono. Olivares se sentía tan seguro que, aún estando el Rey de cuerpo presente, le comentó a Uceda: “Hasta ahora todo es mío”. Y a la pregunta de Uceda: “¿Todo?”, replicó: “Sí, todo sin faltar nada”. Los acontecimientos que se sucederían más tarde iban a demostrar que no se equivocaba. A la subida al trono de Felipe IV le siguió el inmediato despido de Uceda. En su lugar, el Rey confió los despachos a Baltasar de Zúñiga, y hasta su muerte, el 7 de octubre de 1622, se ocupó de ellos, pero nadie podía dudar que Olivares era el verdadero valido del nuevo Monarca. Designado para el puesto de Uceda de sumiller de corps, y posteriormente también para el de caballerizo mayor, tenía acceso inmediato al Rey dentro y fuera de palacio. Diez días después de subir el Rey al trono, recibió la Grandeza que su familia había codiciado desde hacía tanto tiempo. La merced hizo ver al mundo que la era de los Sandoval había acabado y que una nueva época de dominio de la alianza familiar Guzmán-Zúñiga-Haro había comenzado. Aunque en un principio, Olivares prefería trabajar entre bastidores, y aun cuando fingía deferir a un triunvirato compuesto por el marqués de Montesclaros, Agustín Mexía y Fernando Girón tras su nombramiento como consejero de Estado en octubre de 1622, estaba muy claro desde el principio que iba haciéndose con las riendas del poder sistemáticamente. Era el valido real, y de manera gradual, conforme fueron muriendo los ministros de más avanzada edad, pasó a ocupar el lugar del ministro principal del Rey. De hecho, durante casi dos décadas, la mayor parte del tiempo, hasta su caída del poder en enero de 1643, dirigió la política interna y externa de la Corona española y se vio colmado de los favores de un Monarca agradecido. En 1625 se le elevó a duque, y a partir de entonces, como conde de Olivares, duque de Sanlúcar la Mayor y duque de Medina de las Torres, se le llamó “el conde-duque”. El matrimonio de su hija María ese mismo año con un familiar hasta la fecha poco conocido, el marqués de Toral —futuro duque de Medina de las Torres por cesión de quien sería su suegro—, estaba concebido para culminar su estrategia familiar de asegurarse la sucesión, pero el fallecimiento de María en 1626, tras dar a luz a una niña muerta, iba a arruinar esa estrategia. De ahí en adelante no había otra cosa por la que luchar que por la grandeza de su real señor y por la salvación de España. Zúñiga y Olivares llegaron al poder como los abanderados de un movimiento de reforma que pretendía restaurar la reputación de España en el exterior e invertir un proceso de decadencia interna, económica, administrativa y moral, después de lo que ellos y sus aliados describieron como dos décadas de corrupción y mala administración bajo el régimen del duque de Lerma. Como símbolo de su intención de devolver la limpieza de manos a la vida política española, el nuevo gobierno emprendió la tarea de hacer una purga de los ministros más célebres del régimen de Lerma, para lo cual inició una investigación sobre las fuentes de la riqueza ministerial y, el 21 de octubre de 1621, hizo ejecutar a Rodrigo Calderón, hechura de Lerma, en la Plaza Mayor. La consigna del nuevo régimen iba a ser “reformación”. En agosto de 1622 se estableció una Junta Grande de Reformación para coordinar las numerosas propuestas de reforma que habían presentado, durante los pasados años, ministros, arbitristas y las Cortes de Castilla. Sus recomendaciones, anunciadas a las principales ciudades de Castilla en una carta real con fecha de 20 de octubre de 1622, incluían planes para la reforma de la justicia y la administración, y propuestas para invertir la disminución de la población y fomentar la agricultura y la industria, en especial mediante la creación de una red nacional de erarios y montes de piedad. Se esperaba reformar también el sistema fiscal reemplazando el impuesto aborrecido y poco eficiente de los millones, que era excesivo y no contaba con la aprobación popular, con contribuciones directas de las localidades de Castilla de treinta mil hombres pagados para la defensa del país. A los demás reinos pertenecientes a la Península se les pediría las contribuciones correspondientes. Las recomendaciones de la Junta Grande incorporaban muchas de las reformas por las que el régimen de Olivares iba a luchar, con resultados dispares, durante los años venideros. En febrero de 1623 hizo evidentes sus intenciones con la publicación de los famosos Artículos de Reformación, que incluían una serie de medidas de austeridad que tuvieron que ser suspendidas un mes más tarde, cuando el príncipe de Gales llegó inesperadamente a Madrid a pedir la mano de la hermana del Rey, la infanta María. En el fondo del programa de recuperación nacional de Olivares residía la persona del Rey. Su objetivo era hacer de Felipe IV el monarca más poderoso y célebre del mundo, y esto sólo podía lograrse si se le preparaba cuidadosamente para tan elevada condición. Olivares, por lo tanto, se propuso instruir a Felipe IV en el arte de reinar y prepararle para ser un Monarca activo según el modelo de su abuelo, Felipe II. En su famosa “Instrucción secreta” del 21 de diciembre de 1624, le proporcionó al Monarca un informe del sistema de gobierno de sus reinos, con recomendaciones sobre el modo en que podría mejorarse. Entre sus recomendaciones más famosas se encuentra la que sigue: “Tenga V. Majd. por el negocio más importante de su Monarquía el hacerse rey de España; quiero decir, señor, que no se contente V. Majd. con ser rey de Portugal, de Aragón, de Valencia, conde de Barcelona, sino que trabaje y piense con consejo maduro y secreto por reducir estos reinos de que se compone España al estilo y leyes de Castilla sin ninguna diferencia en todo aquello que mira a dividir límites, puertos secos, el poder celebrar cortes de Castilla, Aragón y Portugal en la parte que quisiere, a poder introducir V. Majd. acá y allá ministros de las naciones promiscuamente [...], que si V. Majd. lo alcanza será el príncipe más poderoso del mundo”. Estas palabras reflejan una de las principales preocupaciones que llegó a dominar la carrera política de Olivares. Dada la naturaleza compuesta de la Monarquía española, el Rey carecía de autoridad en otros reinos y territorios de la Península, autoridad de la que disfrutaba en Castilla. El efecto que esto tenía, desde su punto de vista, era que esos territorios pagaban menos impuestos en comparación con Castilla y hacían recaer toda la carga fiscal sobre los hombros castellanos, con desastrosas consecuencias para su economía. En un momento en el que España estaba rodeada de enemigos, eso también significaba que fuera difícil movilizar recursos humanos y monetarios y que no hubiera colaboración real entre unos reinos que, a pesar de estar sujetos al mismo Soberano, no estaban dispuestos a salir unos en ayuda de otros en momentos de emergencia. El objetivo a largo plazo de la política real tenía que ser, por lo tanto, romper las barreras de separación entre los diferentes reinos de la Monarquía y asegurarse de que fuera posible eliminar cualquier impedimento legal o institucional que amenazara el ejercicio eficaz de la autoridad real. Como primer paso para llevar a cabo ese ambicioso programa propuso la introducción de una “Unión de Armas”, un proyecto esbozado en un documento de octubre de 1625, momento en el que se temía el ataque inminente de una flota inglesa. Olivares proponía un sistema de cuotas por el que cada parte de la Monarquía, incluido Flandes, los territorios italianos y las Indias, debía proveer un número fijo de hombres en nómina, en proporción a los recursos asumidos, para crear un ejército de reserva con ciento cuarenta mil efectivos con el que poder contar cuando cualquier reino fuera atacado. A comienzos de 1626, Olivares acompañó al Rey a la Corona de Aragón, donde se tenía que convencer a las Cortes de Aragón, Valencia y Cataluña para que firmaran la unión. Tras intensas negociaciones, los valencianos accedieron a suministrar dinero, pero no hombres, y los aragoneses accedieron al dinero o bien a un reducido número de hombres. Las Cortes de Cataluña, por su parte, no accedieron ni a lo del dinero ni a los hombres y la sesión tuvo que ser suspendida. En 1632 se volvió a intentar conseguir fondos de las cortes catalanas, pero el intento volvió a ser fallido. Las dificultades que Olivares tuvo que afrontar para lograr una aceptación de la Unión de Armas fueron sintomáticas de la resistencia que su programa de reformas iba encontrándose en cada frente a mitad de la década de los veinte. En todas partes, el programa entraba en conflicto con los intereses creados de los grupos privilegiados, que temían la pérdida de sus privilegios y que se oponían abiertamente o de manera subversiva. La poca popularidad del régimen llegó a hacerse patente el verano de 1627 cuando el Rey cayó peligrosamente enfermo. Los miembros de la vieja nobleza eran particularmente hostiles al conde-duque, estaban molestos por el poder que éste ejercía sobre el Rey y estaban conspirando para derrocarle si el Rey perecía. Si bien gran parte de la oposición contra Olivares y su programa de reformas era por intereses propios, existía también el sincero temor de que las reformas perseguidas en nombre de la “necesidad” acabaran por erosionar derechos y libertades constitucionales preciados y por otorgar un poder excesivo a la Corona. Enfrentado a una fuerte oposición por parte de las Cortes de Castilla y de diferentes estamentos de la nobleza, de la administración real y las elites urbanas, Olivares acabó dependiendo cada vez más de un reducido grupo de amigos, familiares y confidentes para llevar a cabo sus planes. Con el fin de burlar la oposición librada por los consejos, recurrió a juntas especiales que llenaba de hombres en los que podía confiar, como su consejero legal, José González, su confesor jesuita, Hernando de Salazar, y el protonotario de la Corona de Aragón, Jerónimo de Villanueva. Al mismo tiempo, perdidas las esperanzas en la vieja generación de nobles, depositó sus ilusiones en la reforma de la educación, diseñada para producir una nueva generación con un mejor sentido de la dedicación al servicio real. Pero a ese respecto el Colegio Imperial, establecido en Madrid en 1625, resultó ser una decepción y, a comienzos de la década de los treinta, Olivares acarició la idea de presentar nuevas propuestas para la “crianza de la juventud española”. Muy influido por la filosofía neoestoica de Justo Lipsio, el conde-duque aspiraba a crear una sociedad disciplinada en España, con la “obediencia”como consigna. Pero, si bien por una parte le motivaba el deseo de restaurar los valores tradicionales asociados a un período más austero y heroico en la historia de la nación, estaba también ansioso por introducir en España los métodos y las técnicas que empleaban otros estados rivales contemporáneos, muy especialmente los holandeses. Olivares quería hacer de España una sociedad dinámica y empresarial, “poniendo el hombro en reducir los españoles en mercaderes”, tal y como apuntó en su Instrucción secreta. Los ríos españoles tenían que hacerse navegables mediante el empleo de las últimas innovaciones tecnológicas. Las compañías de comercio tenían que fundarse siguiendo el modelo de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, y había que modificar los estatutos de limpieza de sangre para permitir que aquellos que sufrían discriminación por causa de su origen converso pudieran contribuir plenamente a la vida nacional. También recurrió a hombres de negocios portugueses, algunos de ellos develados posteriormente como judaizantes, para ayudar a romper el dominio que tenían los asentistas genoveses sobre las finanzas de la Corona. No obstante, sus ingentes proyectos para la reforma de la economía castellana y la hacienda real no lograron mayor éxito que el resto de sus reformas internas. Se vieron frustrados no solo por oposición interna, sino también por las consecuencias de una política exterior pensada para restaurar la preeminencia internacional de España. La intervención militar española en Europa Central y la reanudación de la guerra con Holanda en 1621 requirieron nuevos y copiosos desembolsos militares y navales, en un momento en el que las remesas anuales de plata provenientes de las Indias estaban en declive. El déficit en los ingresos reales se cubrió en parte acuñando grandes cantidades de moneda de vellón durante los primeros años del reinado; para el momento en que se suspendió la emisión de vellón, el daño ya estaba hecho. La depreciación de la moneda socavó la confianza y precipitó una aguda crisis monetaria en 1627-1628, al tiempo que los ministros luchaban por controlar la inflación. La posterior manipulación de la moneda que tuvo lugar en la década de los treinta sirvió únicamente para aumentar la confusión monetaria de los años de Olivares. A pesar de las dificultades financieras de la Corona, los ejércitos españoles, en los primeros años del reinado, disfrutaron de una serie de éxitos que culminaron en un año de notables victorias en 1625, cuando los holandeses se rindieron en Breda y fueron expulsados de Brasil. Sin embargo, en los últimos años de la década, la tensión entre una política de reformas internas y la reputación en el exterior comenzaba a hacerse notar. La política de Olivares se basaba en mantener la presión militar en la República de Holanda y, al mismo tiempo, intentar ahogar su comercio, con la esperanza de que los holandeses se vieran forzados a aceptar un acuerdo de paz más favorable para España que la humillante tregua de 1609. Pero los términos que estaban dispuestos a aceptar nunca parecían ser lo suficientemente favorables y la paz se le escapaba de las manos. Tras la muerte del duque de Mantua a finales de 1627, el conde-duque decidió intervenir en la disputa de la sucesión de Mantua, en un intento de fortalecer la posición de España en el norte de Italia. La intervención resultó ser un costoso error de cálculo que iba a tensar temporalmente las relaciones entre Olivares y el Rey, y jugó a favor de sus enemigos en la corte. La guerra por la sucesión de Mantua (1628-1631) supuso nuevas y fuertes presiones para los recursos humanos y monetarios, ya que España se vio luchando de manera simultánea en dos frentes, Italia y los Países Bajos. Provocó también la intervención de Francia bajo la dirección del cardenal Richelieu y colocó a Francia y España frente a frente, aunque la guerra abierta entre ambos no se declararía hasta 1635, ya que ninguno de ellos estaba preparado para una confrontación directa. El afán incansable de Olivares y sus ministros, y el hecho de que recurrieran a ingeniosos mecanismos fiscales, hizo posible que España se desentendiera del embrollo de Mantua y desarrollara un considerable esfuerzo militar en Alemania, donde los Habsburgo austríacos se hallaban asediados por las fuerzas del protestantismo internacional bajo el liderazgo de los suecos. Este esfuerzo culminó en el triunfo de las fuerzas imperiales y españolas en Nördlingen en 1634. Se encontró, al mismo tiempo, la financiación necesaria para la construcción de un palacio real de recreo en las afueras de Madrid, el Buen Retiro, que fue inaugurado oficialmente en 1633, pero que estaría sujeto a una mayor expansión y embellecimiento a lo largo de la década. El palacio se pensó para ofrecer al Rey distracción de los asuntos del estado, a los que se había venido dedicando más asiduamente desde que cayera enfermo en 1627, así como para servir de centro ceremonial para festejos y otras actividades de la corte que realzaran la reputación internacional del Rey como monarca supremo no solo en el arte de la guerra, sino también en las artes de la paz. Tras la declaración de guerra por parte de Francia en 1635, existían pocas posibilidades de llevar a cabo las políticas reformistas de Olivares, a no ser que repercutieran directamente en los esfuerzos puestos en la guerra. Aunque el conde-duque continuaba protestando para que no se abandonaran sus planes de reforma, la movilización de hombres y de dinero para la guerra se convirtió en asunto prioritario y principal. Este intenso esfuerzo dio como fruto valiosos dividendos durante los primeros años de la confrontación con Francia. Se enviaron los suficientes suministros al ejército de Flandes como para permitir que el cardenal- infante iniciara una invasión de Francia en 1636. Cuando los franceses, a su vez, cruzaron la frontera en Irún en 1638 y sitiaron Fuenterrabía, el condeduque se hizo cargo personalmente desde Madrid de liberar la fortaleza asediada. La liberación del sitio se presentó como un triunfo personal del conde-duque, que fue aclamado por el Rey como el “librador de la patria” y recompensado con numerosas mercedes. Probablemente, Velázquez pintó su gran retrato ecuestre (Museo del Prado) en conmemoración de la victoria en Fuenterrabía. El incesante esfuerzo para orquestar la guerra con franceses y holandeses le pasó factura a la salud del conde-duque. Conservaba la total confianza del Rey, pero su cada vez más autoritario régimen les convirtió a él y a sus hechuras en objeto de odio generalizado. Habida cuenta del agotamiento de Castilla, aún tenía la esperanza de mitigarlo estableciendo de algún modo la Unión de Armas para asegurar un mayor grado de ayuda por parte del resto de los reinos y provincias de la Monarquía. Recurrió específicamente a Portugal, donde los intentos por establecer nuevos impuestos provocaron revueltas en Évora en 1637, y a Cataluña, que ya había rechazado ese servicio en las Cortes celebradas en 1626 y 1632, respectivamente. El intento de invadir Francia desde Cataluña en 1637 terminó como una humillación y las relaciones entre Madrid y los catalanes empezaron a tensarse. Cuando Richelieu pretendió aprovecharse de esa tensión en 1639 atacando la fortaleza fronteriza catalana de Salces, Olivares vio la oportunidad perfecta para involucrar plenamente a los catalanes en la guerra y hacerles partícipes genuinos de su Unión de Armas. Salces fue liberada en enero de 1640 con un alto saldo de bajas humanas catalanas. Pero Olivares consideraba que el esfuerzo catalán era insuficiente y que el excesivo apego catalán a sus constituciones era lo que impedía su participación efectiva en la guerra contra Francia. Durante la primavera de 1640 hizo presión en el principado, ayudado por la presencia del ejército real, que se alojaba allí preparándose para la campaña de verano. Hubo numerosos choques entre los soldados y los campesinos, que fueron aumentando en la primavera y al comienzo del verano y acabaron en un alzamiento de los campesinos. La Diputació Catalana, bajo el mando de Pau Claris, declaró que se estaban violando sus constituciones y, en junio de 1640, después de que el virrey, el conde de Santa Coloma, fuera abatido por los rebeldes el día del Corpus Christi, Olivares se dio cuenta de que afrontaba una rebelión general. La rebelión catalana transformó la situación internacional. Los catalanes pidieron ayuda a los franceses y Olivares tuvo que levantar un nuevo ejercito para combatir una guerra dentro de la Península, en un momento en que ya se había forzado suficientemente la situación del cuerpo militar español y era prácticamente imposible enviar refuerzos al ejército en Flandes, como resultado de la derrota de la flota de don Antonio de Oquendo a manos de los holandeses en la batalla de las Dunas en septiembre de 1639. La rebelión catalana animó a los portugueses a seguir el ejemplo. La unión de las coronas había fracasado en su empresa de salvar el imperio portugués de ultramar de los holandeses y, como había ocurrido en Cataluña, las políticas fiscales de Olivares habían provocado un intenso resentimiento. Cuando el conde-duque decidió apelar a la nobleza portuguesa para que participara en la campaña catalana, puso en funcionamiento los resortes que acabarían por provocar un golpe de estado en Lisboa el 1 de diciembre de 1640 y la proclamación del duque de Braganza como rey de Portugal. La humillación personal fue todavía más acuciante por ser la nueva reina de Portugal, la hermana del duque de Medina Sidonia, miembro de la casa de los Guzmán. Después de las revueltas de Cataluña y Portugal, y la derrota en Monjuic en enero de 1641, del ejército real enviado bajo el mando del marqués de Los Vélez para recuperar la lealtad catalana, el conde-duque tenía los días contados. Sin embargo, siguió luchando durante dos años más, albergando aún la esperanza de darle la vuelta al resultado de la guerra. En 1641 hubo de soportar una nueva humillación, cuando comenzó a circular el rumor de que existía una conspiración para proclamar a su pariente, el duque de Medina Sidonia, rey de una Andalucía independiente. El año siguiente, cuando el Rey decidió iniciar unacampaña contra los catalanes, Olivares le acompañó a Molina de Aragón y a Zaragoza, donde se instaló la corte. Pero la campaña catalana fue muy mal y empezaron a abundar los cortesanos deseosos de insinuarle al Rey que ya era hora de prescindir de los servicios del conde-duque. Cuando la Corte regresó a Madrid a final de año, Olivares parecía seguir empeñado en aferrarse al poder, pero física y mentalmente era un hombre roto y sus enemigos estaban al acecho. El modo en que ocurrieron exactamente los acontecimientos que condujeron a la caída del condeduque del poder está aún por determinarse. Se sabía que Olivares no era del agrado de la Reina, que había actuado como regente durante la ausencia de su marido en campaña. El conde de Castrillo, pariente del conde-duque, la había venido atendiendo, y parece que Castrillo y su sobrino, Luis de Haro, habían estado maquinando para salvar lo que pudieran de la fortuna familiar del desastre que amenazaba con sobrevenirle al conde-duque. Pero tanto la situación nacional como la internacional ya estaban en contra y habían hecho que la posición del conde-duque fuera insostenible, y el Rey ya había visto por sí mismo, en la jornada de Aragón, parte de la miseria que sufría el país. No fue fácil para él prescindir de un ministro del que había dependido durante más de veinte años, pero el 17 de enero de 1643 le envió un billete a Olivares desde la Torre de la Parada en el que le comunicaba que ya estaba dispuesto a acceder a sus reiteradas peticiones de licencia para retirarse. Muy a su pesar, el 23 de enero de 1643, el conde-duque abandonó sus aposentos en el Alcázar y salió de Madrid en un coche con las cortinillas echadas hacia la casa que se había construido diez años antes en Loeches. La caída del conde-duque hizo visibles a sus numerosos enemigos. Fue injuriado y acusado de tirano y en febrero apareció un panfleto que contenía una lista de “Cargos contra el Conde-Duque”que incluía entre sus múltiples delitos haber involucrado a España en la guerra por la sucesión de Mantua, ser responsable de las revueltas de Cataluña y Portugal, haber perseguido a los grandes, haber gobernado por medio de juntas y haber malgastado el dinero con el Buen Retiro. Tres meses más tarde salió a la luz un impreso clandestino en el que se refutaban las acusaciones, el Nicandro, redactado probablemente por Francisco de Rioja y que contenía una defensa enérgica de la política de Olivares. La aparición del Nicandro sirvió únicamente para aumentar aún más la indignación de los grandes, que fueron en una delegación a protestar frente al Rey. Estaba claro que la tormenta no pasaría mientras que el derrocado ministro siguiera estando tan próximo a Madrid y, el 12 de junio, se le obligó a marcharse de Loeches a Toro, donde se instaló en casa de su hermana, la marquesa de Alcañices. Durante su destierro en Toro tuvo que presenciar con angustia cómo seguían vertiendo humillaciones sobre él. A la condesa de Olivares, que tenía el puesto de camarera mayor de la reina, se le pidió que abandonara el palacio y el propio conde-duque tuvo que renunciar a sus puestos de caballerizo mayor y gran canciller de las Indias. Aquejado de una creciente melancolía, encontró algo de consuelo intentando mejorar el cultivo de su propiedad en Toro y pasó mucho tiempo dedicado a su devoción religiosa. Con la salud quebrantada y la mente deteriorada, murió en un estado de demencia el 22 de julio de 1645 y su cuerpo fue trasladado a Loeches para ser enterrado allí. Al conde-duque le sobrevivió la condesa y un hijo ilegítimo, al que había reconocido, para sorpresa de todos, en 1641, y al que le había dado el nombre de Enrique Felípez de Guzmán. Pero el marqués de Mairena, que fue el título que recibió, murió en 1646 dejando un único hijo que también moriría en la infancia. Los inconmensurables esfuerzos que hizo Olivares para perpetuar una línea familiar habían vuelto a resultar fallidos. Dejó en herencia una propiedad gravemente endeudada y su testamento, descifrado en 1642, estaba lleno de disposiciones nada realistas. Los miembros de la familia contestaron la herencia con dureza. El ducado de Sanlúcar la Mayor se le adjudicó finalmente a su antiguo yerno, el duque de Medina de las Torres, mientras que la sucesión al condado de Olivares pasó a su sobrino, Luis de Haro, que a su debido tiempo sucedió a su tío no sólo en el título sino también en el valimiento y en muchas de sus obligaciones gubernamentales. Sin embargo, como si quisiera simbolizar que se estaba cerrando una era, don Luis prefirió que no se le conociera como el condeduque de Olivares. Sólo hubo un verdadero condeduque de Olivares y toda España trató de olvidarse de él. Obras de ~: Memoriales y cartas del Conde Duque de Olivares: Volumen I: Política interior, 1621-1645 (tomos 1 y 2), ed. de John H. Elliott, José F. de la Peña y Fernando Negredo, Madrid, Centro de Estudios Europa Hispánica-Marcial Pons Historia, 2013. Volumen II: Correspondencia con el cardenal infante Don Fernando (1635-1641), ed. de John H. Elliott y Fernando Negredo del Cerro, Madrid, Centro de Estudios Europa Hispánica-Marcial Pons Historia, 2021. Bibl.: I. C. Guidi, Caduta del Conte d’Olivares, Ivrea, 1644; G. de Valdaury, Anecdotes du ministère du comte-duc d’Olivarés, tirées et traduites de l’Italien de Mercurio Siry, Paris, Chez Jean Musier et François Barois, 1722; C. de la Roca, “Fragmentos históricos de la vida de D. Gaspar de Guzmán (1628)”, en A. Valladares de Sotomayor, Semanario erudito de obras críticas, morales, instructivas, políticas, etc., t. II, Madrid, 1787, págs. 145-296; A. de Castro, El Conde-Duque deOlivares y el rey Felipe IV, Cádiz, Imprenta de la Revista Médica, 1846; A. Cánovas del Castillo, Estudios del reinado de Felipe IV, Madrid, Imprenta A. Pérez Dubrull, 1888-1889, 2 vols.; J. Pérez de Guzmán, “La labor político-literaria del Conde Duque de Olivares”, en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos (RABM) 11 (1904), págs. 81-111; M. 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Elliott, El Conde-Duque de Olivares: el político en una época de decadencia, trad. de T. de Lozoya, Barcelona, RBA, 2005. |
Valido. El valido fue una figura política propia del Antiguo Régimen en la Monarquía Hispánica, que alcanzó su plenitud bajo los llamados Austrias menores en el siglo xvii. No puede considerarse como una institución, ya que en ningún momento se trató de un cargo oficial, puesto que únicamente servía al rey mientras este tenía confianza en la persona escogida. No fue algo exclusivo de España, siendo similar el ejercicio del poder por los cardenales Richelieu y Mazarino en el Reino de Francia o por Cecil y Buckingham en el Reino de Inglaterra. Aunque no es un cargo con nombramiento formal, el de valido era el puesto de mayor confianza del monarca en cuestiones temporales. Es importante el matiz, porque las cuestiones espirituales eran competencia del confesor real, figura de importancia política nada desdeñable. Las funciones que ejercía un valido eran las de máximo nivel en la toma de decisiones políticas, no limitadas a las de consejero sino al control y coordinación de la Administración, con lo que en la práctica gobernaba en nombre del rey, en un momento en el que las monarquías autoritarias han concentrado un enorme poder en su figura. Si el rey no puede o no quiere gobernar por sí mismo, es imprescindible el valido. Se utilizan como sinónimo de valido los términos "favorito" o "privado" (y privanza como sinónimo de valimiento). Ninguno de ellos deben confundirse con el cargo de primer ministro, que dirige el gobierno, pero cuya posición no depende de la confianza del rey. Características. El reinado de Felipe III trajo una transformación institucional con la aparición del valido, puesto que la falta de dedicación de los monarcas a los asuntos públicos exigía la presencia de una persona que coordinara la política gubernamental, que tuviera la confianza del monarca y la autoridad sobre los Consejos, del mismo modo, la caída del valido se producía por la pérdida de confianza del rey. Este puesto no lo podía desempeñar un secretario a causa de su baja extracción social, sino alguien de la aristocracia, pero no de la más alta nobleza, aunque son engrandecidos por el cargo. Como tal, el valido ejerció a través de una delegación de poderes la intervención en los asuntos políticos, como la resolución de las consultas o supervisión de las instituciones, sin ser un mero transmisor de las órdenes del monarca. Al mismo tiempo, el distanciamiento de los monarcas respecto de los asuntos públicos les supuso mantener intacta su popularidad en tanto que las responsabilidades del ejercicio del poder recaía en el valido, y por ello en caso de fuertes oposiciones, el monarca tenía la posibilidad de reemplazarlo por otro. Dado que el secretario del Consejo de Estado tenía acceso a los secretos la monarquía, los validos evitaron su competencia y limitaron su influencia controlando el Consejo de Estado mediante su intromisión en la elección de los secretarios, como manifiesta el ejemplo de Pedro Franqueza. Esto permitió al valido controlar el Consejo y a la misma vez, el despacho del secretario del Consejo de Estado será con el valido en vez de con el monarca, y sea el valido el que despache «a boca» con el rey los asuntos políticos en curso; de este modo el secretario de Estado quedó limitado a tareas burocráticas dentro del Consejo de Estado y a entregar y recibirla ya elaborada, mientras que el valido quedó como el único intermediario entre el rey y el resto de instituciones. A través del despacho «a boca» el secretario elaboraba dictámenes y resúmenes las consultas emitidas por el Consejo, transmitía al monarca esos asuntos que requerían respuesta, y después plasmaba a los papeles la comunicación a las personas e instituciones afectadas por esa decisiones, pero cuando los validos suplantaron en el despacho «a boca» lo hicieron en la comunicación verbal, pero los validos al no ser burócratas no se hicieron cargo del despacho escrito, que fue asumido a través de personal de confianza, dado que el despacho directo del valido con el rey supuso la desaparición del secretario privado del monarca. El desajuste con la desaparición del secretario privado del rey vino a ser remediada en el reinado de Felipe IV. El control del valido sobre las instituciones se conseguía no solo ubicando a familiares o personas de confianza en puestos claves, sino también creando juntas temporales para atender a un determinado asunto urgente para sustraerlos del control de los Consejos. En los inicios del reinado de Felipe IV, su nuevo valido, Gaspar de Guzmán, va a procurar una mejor imagen del monarca, evitando una imagen de un monarca gobernado por su favorito, es por ello, para dar al rey una mayor visibilidad en la participación del gobierno y a la misma vez seguir manteniendo el valido la exclusividad en la intermediación entre el rey y el resto de instituciones, va a retomar la figura del secretario privado que impulse la labor burocrática que los validos no hacían respecto al manejo de papeles, como la elaboración, enmiendas o resoluciones a cartas o documentos. Para lograr esto, el Gaspar de Guzmán encargó la labor de despachar con el rey a un único secretario para evitar contactos indeseables, y que su elección estuviera controlada por el propio valido, por lo que el valido podía controlar y filtrar la información que debía conocer el rey. La asignación de este cometido, en vez de crearse un puesto nuevo, se va a escoger a uno de los dos secretarios del Consejo de Estado para adscribirlo también a una secretaría con entidad propia dedicada a atender al despacho de papeles del monarca, sin mezclar ambas, será la Secretaría del Despacho Universal. |
La Casa de Olivares. La Casa de Olivares es una casa nobiliaria española originaria de la Corona de Castilla, cuyo nombre procede del Condado de Olivares. La casa tuvo su origen en una rama secundaria de la Casa de Medina Sidonia, desvinculada de la principal a principios del siglo XVI. Sus señoríos jurisdiccionales eran Olivares, Heliche, Albaida del Aljarafe, Camas, Castilleja de Guzmán, Castilleja de la Cuesta, Salteras y Tomares. Su miembro más destacado fue Gaspar de Guzmán y Pimentel, conocido comúnmente como "conde-duque de Olivares", valido del rey Felipe IV de España. En Olivares se conserva el Palacio del Conde-Duque del mismo título, que hoy en día es la sede del ayuntamiento del municipio, y en Loeches, se conserva la portada de su palacio. A la muerte del Conde-duque sus propiedades se dividieron entre su hija legítima y su hijo ilegítimo, recibiendo la primera el mayorazgo de la Casa de Olivares mientras que el segundo recibió los señoríos y títulos que el Conde-duque obtuvo en vida, conocidos como Casa de Sanlúcar la Mayor, que más tarde pasó a los Condes de Altamira. Posteriormente la Casa de Olivares se incorporó a la Casa del Carpio y luego a la Casa de Alba, por el casamiento de Catalina de Haro y Guzmán, v duquesa de Olivares, con Francisco de Toledo y Silva, x duque de Alba de Tormes en 1688.
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El Condado de Olivares es el título nobiliario español que el Rey Carlos I concedió en 1539 a Pedro Pérez de Guzmán y Zúñiga, hijo del iii duque de Medina-Sidonia y Contador mayor del Rey. Su nombre se refiere al municipio andaluz de Olivares, en la provincia de Sevilla. El Condado de Olivares es el título principal de la Casa de Olivares. El iii conde de Olivares empezó a llamarse conde-duque de Olivares desde que se le concedió el ducado de Sanlúcar en 1625. A su muerte, el título de conde de Olivares fue desglosado del de duque de Sanlúcar. Por Real Orden de 1882 se declaró que el condado de Olivares se entiende con la denominación de condado-ducado de Olivares. Condes de Olivares
Condes-duques de Olivares El iii conde de Olivares empezó a llamarse conde-duque de Olivares desde que se le concedió el ducado de Sanlúcar en 1625. A su muerte, el título de conde de Olivares fue desglosado del de duque de Sanlúcar. Por Real Orden de 1882 se declaró que el condado de Olivares se entiende con la denominación de condado-ducado de Olivares.
MARAÑÓN, Gregorio, El Conde-Duque de Olivares: la pasión de mandar, Espasa-Calpe, 1945, p. 476, «[...] Algún autor reciente llama, con justicia, la atención sobre la impropiedad de llamar a Don Gaspar de Guzmán "Conde-Duque de Olivares", pues era Conde de Olivares y Duque de Sanlúcar. Pero sus mismos contemporáneos lo hicieron así, y no vale la pena de cambiar, por un detalle heráldico, la magnífica realidad popular de este nombre. Al separarse los dos títulos — Olivares, en Haro, y Sanlúcar, en Leganés — desapareció la razón del nombre "Conde-Duque", hasta que por Real orden del 13 de enero de 1882 se confirmó oficialmente la denominación de "Conde-Duque de Olivares" al XVI Duque de Alba [...]». Etnicidad Línea Guzmán:Leonesa Línea López de Haro: Vasca Línea Álvarez de Toledo:Castellana Línea Silva:Portuguesa Línea Fitz-James Stuart:Escocesa Línea Martínez de Irujo: Vasca Casas.
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El ducado de Sanlúcar la Mayor es un título nobiliario español que el rey Felipe IV de España concedió por decreto de 25 de enero de 1625 a favor de Gaspar de Guzmán y Pimentel, conde-duque de Olivares. Su nombre se refiere al municipio andaluz de Sanlúcar la Mayor, en la provincia de Sevilla. Se trata del título que dio nombre a la Casa de Sanlúcar la Mayor. Duques de Sanlúcar la Mayor Gaspar de Guzmán y Velasco de Tovar (Roma, 6 de enero de 1587-22 de julio de 1645), I duque de Sanlúcar la Mayor, III conde de Olivares, I duque de Medina de las Torres, I marqués de Eliche, I conde de Arzarcóllar, etc., ministro y valido de Felipe IV de Castilla. Se casó con su prima, Inés de Acevedo y Guzmán. En 1642 cedió el título a su hijo natural y legitimado: Enrique Felípez de Guzmán (m. 1646), II duque de Sanlúcar la Mayor, I marqués de Mairena, II conde de Arzacóllar. Contrajo matrimonio en 28 de mayo de 1642 con Juana de Velasco Tovar y Guzmán (1625-1688), hija de Bernardino Fernández de Velasco Tovar y Fernández de Córdoba, X conde de Haro, VI marqués de Berlanga, y de su primera esposa Isabel María de Guzmán, marquesa de Toral. Le sucedió su hijo: Gaspar Felípez de Guzmán y Velasco (m. 28 de feb de 1648), III duque de Sanlúcar la Mayor, III conde de Arzarcóllar, II marqués de Mairena. Sin descendencia. Le sucedió su primo: Diego Messía y Felípez de Guzmán (m. Madrid, 16 de febrero de 1655), IV duque de Sanlúcar la Mayor por decisión testamentaria, III marqués de Loriana, I vizconde de Butarque, caballero de la Orden de San Juan, caballero y comendador mayor de León en la Orden de Santiago, capitán general de los Países Bajos, gobernador y capitán general de Milán. Se casó en primeras nupcias con Policena Spínola y Doria (m. 1637). Contrajo un segundo matrimonio en 1642, siendo su tercer esposo, con Juana de Rojas y Córdoba, VI marquesa de Poza. Le sucedió su hijo del primer matrimonio: Gaspar Messía Felípez de Guzmán Spínola (m. 31 de diciembre de 1666), V duque de Sanlucar la Mayor, II marqués de Leganés, I marqués de Morata de la Vega, XXVI virrey de Valencia. Se casó con su prima Francisca de Córdoba Rojas Cardona y Córdoba). Le sucedió su hijo: Diego Francisco Messia Felípez de Guzmán (Badajoz, abril de 1649-París, 28 de febrero de 1711), VI duque de Sanlúcar la Mayor, III marqués de Leganes, II marqués de Morata de la Vega, IV conde de Arzarcóllar, III marqués de Mairena, general de caballería de Cataluña, virrey de Valencia, virrey de Cataluña, virrey de Navarra, gentilhombre de cámara, comendador de Carrizosa de la Orden de Santiago, comendador mayor de León de Santiago. Se casó el 22 de septiembre de 1668 con Jerónima de Benavides y Corella. Su única hija, Francisca murió en la infancia.4 Le sucedió su sobrino: Antonio Gaspar de Moscoso Osorio y Aragón (1689-3 de enero de 1725), VII duque de Sanlúcar la Mayor por sentencia del consejo de Castilla, XII conde de Monteagudo de Mendoza, VII marqués de Almazán, VIII conde de Altamira,6 VIII marqués de Poza, VII conde de Lodosa, IV marqués de Leganés, III marqués de Morata de la Vega, IV marqués de Mairena, V conde de Arzarcóllar, V duque de Medina de las Torres,8 alcalde mayor de los hijosdalgos. Se casó el 13 de febrero de 1707 con Ana Nicolasa Osorio de Guzmán y Dávila (1692-Madrid, 11 de diciembre de 1762), hija de Melchor Francisco de Guzmán Dávila Osorio, XII marqués de Astorga, y de su segunda esposa Mariana Fernández de Córdoba y Figueroa. Ana Nicolasa heredó todos los títulos, además del ducado de Atrisco de su prima Ana Bernarda de Guzmán, la primera titular. Fue XIII marquesa de Astorga, VII marquesa de Velada, X marquesa de Ayamonte, V marquesa de la Villa de San Román, VI marquesa de Villamanrique, etc. Le sucedió su hijo: Ventura Antonio Osorio de Moscoso y Guzmán (m. 29 de marzo de 1734), VIII duque de Sanlúcar la Mayor,XIII conde de Monteagudo de Mendoza, VIII marqués de Almazán, XIV conde de Trastámara en sucesión de su abuelo materno, IX conde de Altamira,6 VI duque de Medina de las Torres, V marqués de Leganés, IV marqués de Morata de la Vega, IX marqués de Poza, VI conde de Arzarcóllar, V marqués de Mairena, VIII conde de Lodosa, guarda mayor del reino de Castilla, alcalde mayor de los hijosdalgos, V marqués de Monasterio, VIII marqués de Velada, VI marqués de la Villa de San Román, VII marqués de Villamanrique, XI marqués de Ayamonte, XIV conde de Santa Marta, XVI conde de Nieva, VII conde de Saltés por cesión materna. No heredó el marquesado de Astorga por haber fallecido a los diecinueve años de edad en vida de su madre. Se casó el 10 de diciembre de 1731 con Buenaventura Fernández de Córdoba y Folch de Cardona, XI duquesa de Sessa, (m. 9 de abril de 1768). Después de enviudar, Buenaventura contrajo un segundo matrimonio con José María de Guzmán Vélez de Guevara Manrique de Lara, VI marqués de Montealegre y XIII conde de Oñate, que a su vez era viudo de María Feliche Fernández de Córdoba y Spínola de la Cerda con quien había tenido dos hijos que aportó a este segundo matrimonio: Diego Ventura de Guzmán y Fernández de Córdoba, que fue después el XV conde de Oñate, y María de la Concepción de Guzmán Guevara y Fernández de Córdoba. Esta última fue la esposa del hijo del primer matrimonio de Buenaventura y el siguiente conde de Monteagudo de Mendoza. Le sucedió su hijo: Ventura Antonio Osorio de Moscoso y Fernández de Córdoba, (15 de diciembre de 1733-6 de enero de 1776), IX duque de Sanlúcar la Mayor,, XIV conde de Monteagudo de Mendoza, IX marqués de Almazán, X marqués de Poza, XXI vizconde de Iznájar, XII duque de Sessa, X duque de Baena, XI duque de Soma, XVI conde de Palamós, XII conde de Trivento, XII conde de Avelino, XI conde de Oliveto, X conde de Altamira, IX conde de Lodosa, VI marqués de Mairena, VII conde de Arzarcóllar, VI marqués de Leganés, V marqués de Morata de la Vega, VII duque de Medina de las Torres, VI marqués de Monasterio, IX marqués de Velada, VII marqués de la Villa de San Román, XII marqués de Ayamonte, VIII marqués de Villamanrique, XV conde de Santa Marta, XVII conde de Nieva, XV conde de Trastámara, VIII conde de Saltés, XIV marqués de Astorga, caballero de la Orden del Toisón de Oro en diciembre de 1771. gentilhombre de cámara del rey y caballerizo mayor de los príncipes de Asturias. Contrajo matrimonio el 21 de septiembre de 1749 con María Concepción de Guzmán y de la Cerda (m. 7 de octubre de 1803). Le sucedió su único hijo: Vicente Joaquín Osorio de Moscoso y Guzmán (Madrid, 17 de enero de 1756-26 de agosto de 1816), X duque de Sanlúcar la Mayor, XV conde de Monteagudo de Mendoza, X marqués de Almazán, XI conde de Altamira, XXII vizconde de Iznájar, XVII conde de Palamós, XIII duque de Sessa, XI duque de Baena, XII duque de Soma, XV marqués de Astorga,VIII duque de Medina de las Torres, VI marqués de Mairena, VII marqués de Leganés, VII marqués de la Villa de San Román, XII marqués de Ayamonte, IX marqués de Villamanrique, XV conde de Santa Marta, XVII conde de Nieva, XV conde de Trastámara, VIII conde de Saltés, caballero de la Orden del Toisón de Oro, etc. Se casó en primeras nupcias el 3 de abril de 1774 con María Ignacia Álvarez de Toledo y Gonzaga, hija de Antonio Álvarez de Toledo Osorio Pérez de Guzmán el Bueno y su segunda esposa, María Antonia Gonzaga, marqueses de Villafranca del Bierzo, y en segundas, siendo su segundo esposo, con María Magdalena Fernández de Córdoba y Ponce de León, hija de los marqueses de Puebla de los Infantes. Le sucedió el segundogénito de su primer matrimonio: Vicente Ferrer Isabel Osorio de Moscoso y Álvarez de Toledo (Madrid, 19 de noviembre de 1777-31 de agosto de 1837), XI duque de Sanlúcar la Mayor, XVI conde de Monteagudo de Mendoza XI marqués de Almazán, XII conde de Altamira, VIII marqués de Leganés, XIV duque de Sessa, XII duque de Baena,17 etc. Contrajo un primer matrimonio el 12 de febrero de 1798 con María del Carmen Ponce de León y Carvajal, y después volvió a casar el 14 de febrero de 1834 con María Manuela Yanguas y Frías. Le sucedió su hijo del primer matrimonio. Vicente Pío Osorio de Moscoso y Ponce de León (m. 22 de febrero de 1864), XII duque de Sanlúcar la Mayor,188, XVII conde de Monteagudo de Mendoza,XII marqués de Almazán, XIII conde de Altamira, IX marqués de Leganés, XV duque de Sessa, XIII duque de Baena, IX duque de Medina de las Torres, XII duque de Sanlúcar la Mayor, etc. Se casó el 30 de junio de 1821 con María Luisa de Carvajal y Queralt. Le sucedió su hija: María Cristina Osorio de Moscoso y Carvajal (Madrid, 9 de diciembre de 1829-1898), XIII duquesa de Sanlúcar la Mayor. Se casó con Guillermo Enrique O'Shea y Montgomery. Le sucedió su sobrino: Luis María Ruiz de Arana y Osorio de Moscoso (Biarritz, 28 de mayo de 1869-Madrid, 20 de febrero de 1903), XIV duque de Sanlúcar la Mayor, doctor en derecho, caballero de la Real Maestranza de Caballería de Zaragoza. Hijo de José María Ruiz de Arana y Saavedra, X conde de Sevilla la Nueva, y de María Rosalía Luisa Osorio de Moscoso y Carvajal, hermana de la XIII duquesa: Se casó con María del Pilar Martín de Oliva. Le sucedió su hijo: Luis Ruiz de Arana y Martín de Oliva (Madrid, 26 de septiembre de 1901-17 de noviembre de 1936), XV duque de Sanlúcar la Mayor, XVIII barón de Liñola, caballero de Santiago. Hijo de José María Ruiz de Arana y Saavedra, Contrajo matrimonio con Ana Teresa Pardo y Barreda. Sin descendencia, le sucedió su primo: José María Ruiz de Arana y Baüer (m. 27 de diciembre de 1985), XVI duque de Sanlúcar la Mayor (decreto de convalidación 14 de noviembre de 1952), XVI duque de Baena, XXII conde de Sevilla la Nueva, IV vizconde de Mamblas, XV marqués de Villamanrique. Hijo de Mariano Ruiz de Arana y Osorio de Moscoso, XV duque de Baena, XIII marqués de Villamanrique, XI conde de Sevilla la Nueva, III vizconde de Mamblas, y de María de la Concepción Baüer y Morpurgo. Sin descendencia, le sucedió en 1990: José María Ruiz de Arana y Montalvo (Madrid, 27 de abril de 1933-ibid., 30 de abril de 2004), XVII duque de Sanlúcar la Mayor, XVII duque de Baena, XVI marqués de Villamanrique, XIII conde de Sevilla la Nueva, y V vizconde de Mamblas, XIII marqués de Castromonte, V marqués de Brenes. Hijo de José Francisco Javier Ruiz de Arana y Fontagud y María del Carmen Montalvo y Orovio. Se casó en Ginebra el 21 de abril de 1967 con María Teresa Beatriz Marone y Borbón-España. Cedió el título a su hija: María Cristina Ruiz de Arana y Marone (n. Madrid, 24 de marzo de 1968), XVIII duquesa de Sanlúcar la Mayor, XVIII duquesa de Baena. |
El ducado de Medina de las Torres es uno de los títulos reales y nobiliarios de España concedido por el monarca Felipe IV de España el 5 de enero de 1625 a Gaspar de Guzmán y Acevedo, conde de Olivares y duque de Sanlúcar la Mayor, conocido como el Conde-Duque de Olivares, y hace referencia a la villa de Medina de las Torres, en la provincia de Badajoz. El título, que lleva aparejada la Grandeza de España, fue creado a favor del primer poseedor para que dotase a su única hija y heredera, María de Guzmán y Zúñiga, para contraer matrimonio con Ramiro Núñez de Guzmán, ii marqués de Toral. A la muerte de su hija, su padre solicitó al monarca que aceptara su renuncia al ducado y que este le fuera concedido a su yerno. Historia del ducado de Medina de las Torres Gaspar de Guzmán y Acevedo, i duque de Medina de las Torres, iii conde de Olivares y duque de Sanlúcar la Mayor, conocido como el Conde-Duque de Olivares, casado con Inés de Zúñiga y Velasco, padres de María de Guzmán y Zúñiga (m. 1626). Al fallecer su hija, cedió el título a su yerno: Ramiro Núñez de Guzmán (m. 8 de diciembre de 1668), ii duque de Medina de las Torres después de enviudar de la hija del primer titular, contrajo un segundo matrimonio el 12 de mayo de 1636 con Ana Caraffa Albobrandini (m. 20 de octubre de 1644), v princesa de Stigliano. Se casó en terceras nupcias el 3 de febrero de 16593 con Catalina Vélez de Guevara, ix condesa de Oñate. Le sucedió su hijo del segundo matrimonio: Nicolás María de Guzmán y Caraffa (m. 7 de enero de 1689), iii duque de Medina de las Torres, caballero de la Orden del Toisón de Oro, tesorero general de la Corona de Aragón, consejero de Estado. Se casó el 21 de octubre de 1657 con María de Toledo y Velasco (m. 12 de diciembre de 1710). Le sucedió su hija: Mariana Sinforosa de Guzmán y Guevara (m. 3 de febrero de 1723), iv duquesa de Medina de las Torres, casada el 11 de abril de 1678 con Juan Claros Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, xi duque de Medina Sidonia, sin descendencia. Le sucedió en 1723 su sobrino: Antonio Gaspar de Moscoso Osorio y Aragón (m. 3 de enero de 1725), v duque de Medina de las Torres y viii conde de Altamira. Se casó con Ana Nicolasa de Guzmán y Córdoba, xiv marquesa de Astorga, vii marquesa de Velada, xiv condesa de Trastámara, etc. Le sucedió su hijo: Ventura Antonio Osorio de Moscoso y Guzmán (m. 29 de marzo de 1734), vi duque de Medina de las Torres y ix conde de Altamira. Contrajo matrimonio con Buenaventura Francisca Fernández de Córdoba Folch de Cardona, xi duquesa de Sessa, xi duquesa de Terranova, ix duquesa de Baena, etc. Le sucedió su hijo: Ventura Antonio Osorio de Moscoso y Fernández de Córdoba (m. 6 de enero de 1776), vii duque de Medina de las Torres, x conde de Altamira,1 casado con María de la Concepción de Guzmán y Fernández de Córdoba. Le sucedió su hijo: Vicente Joaquín Osorio de Moscoso y Guzmán (m. 26 de agosto de 1816), viii duque de Medina de las Torres, xi conde de Altamira, etc. Le sucedió su hijo: Vicente Ferrer Osorio de Moscoso (31 de agosto de 1837), ix duque de Medina de las Torres, xii conde de Altamira, le sucedió su hijo; Vicente Pío Osorio de Moscoso y Ponce de León (m. 1864), x duque de Medina de las Torres, xiii conde de Altamira, casado con María Luisa de Carvajal Vargas y Queralt. El 26 de diciembre de 1849 cedió el título a su hija: María Eulalia Osorio de Moscoso y Carvajal (m. 30 de junio de 1892), xi duquesa de Medina de las Torres. Contrajo matrimonio el 4 de agosto de 1849 con Fernando Osorio de Moscoso y Fernández de Córdoba (m. 25 de septiembre de 1867). Le sucedió su nieto: Fernando Osorio de Moscoso y López de Ansó (m. 29 de octubre de 1977), xii duque de Medina de las Torres. Le sucedió su sobrino: José María Ruiz de Bucesta y Osorio de Moscoso, xiii duque de Medina de las Torres y marqués de Monesterio, casado el 10 de noviembre de 1956 con Mª Luz de Mora y Aragón (m. 22 de septiembre de 2011). Le sucedió su hijo: José Gonzalo Ruiz de Bucesta y Mora, xiv duque de Medina de las Torres, marqués de Monasterio, conde de Saltes y barón de la Joyosa. |
Zúñiga y Velasco, Inés de. Condesa de Olivares y duquesa de Sanlúcar la Mayor. Villalpando (Zamora), 1584 – Madrid, 10.IX.1647. Camarera mayor. La mujer que se convertiría en la fiel esposa y principal apoyo del conde-duque de Olivares, Gaspar de Guzmán y Pimentel, valido del rey Felipe IV, había nacido en 1584. Inés de Zúñiga y Velasco era hija del V conde de Monterrey, Gaspar de Zúñiga y Acevedo, virrey de Nueva España y del Perú, y de Inés de Velasco y Aragón. Por vía materna, Inés era bisnieta de Juan Alonso de Guzmán, duque de Medina Sidonia y hermano del I conde de Olivares, Pedro de Guzmán, abuelo de su futuro esposo y primo –por línea paterna– Gaspar de Guzmán. Este enlace, celebrado en 1607, formaba parte de una doble unión que completaban su hermano, el futuro VI conde de Monterrey, Manuel de Acevedo y Zúñiga, y una de las hermanas de Olivares, Leonor de Guzmán. Tras contraer matrimonio, los jóvenes esposos residieron el señorío sevillano del conde hasta que en 1615 se trasladaron junto a su hija nacida en 1609, María de Guzmán, a la Corte para que Olivares desempeñase el oficio de gentilhombre de cámara del entonces príncipe y futuro monarca Felipe IV. En su Epítome de las Historias de la Gran Casa de Guzmán, Juan Alonso Martínez describe a Inés como una mujer cuya vida estuvo dedicada enteramente a su marido y a cultivar su destacada religiosidad, un aspecto que plasmó en su mecenazgo religioso, del que da buen ejemplo la fundación junto a su marido del convento de Dominicas Recoletas en Loeches. Marañón alude así mismo a su fuerte carácter de la condesa, que pudo ser detonante de la supuesta enemistad que Inés mantuvo con la reina Isabel de Borbón, rumores que, sin embargo, nunca han sido documentados. Contamos por el contrario con varios testimonios que nos aportan una visión totalmente contraria. Entre ellos se encuentra uno procedente del embajador toscano Averardo de Medici, ante la llegada en 1624 de una cama con piedras preciosas, regalo de los Grandes Duques para que la reina diese a luz. La propia Reina lo primero que hizo fue avisar a la condesa de Olivares, entonces aya del futuro infante que naciese, pues no quería abrir el regalo sin que Inés se encontrara junto a ella. La única hija de los conde-duques que llegó a la edad adulta, María de Guzmán, futura marquesa de Heliche, entró al servicio de la reina como menina el 1 de enero de 1622 hasta que salió para casarse con Ramiro Pérez de Guzmán, II marqués de Toral y futuro duque de Medina de las Torres a comienzos de 1625. No obstante, la joven fallecería un año y medio después consecuencia de un parto precipitado del que nació una niña muerta. La desaparición de la única descendencia de los condes supuso un duro golpe para ambos; ante la ausencia de más hijos, Gaspar reconocería en 1642 a su hijo legítimo, Enrique Felípez de Guzmán, marqués de Mairena, quien fallecería en 1646, apenas un año después que su padre. Inés de Zúñiga tenía experiencia en el desempeño del servicio palatino, pues había sido dama de la reina Margarita de Austria antes de casarse. Consciente de la relevancia que el espacio femenino tenía alrededor de la reina, Olivares logró que su mujer fuese designada aya de los futuros hijos de los monarcas desde 1623, y tras la muerte de la duquesa de Gandía Juana de Velasco en 1627, su mujer la sucedió en el cargo más importante de la Casa de la reina: el de Camarera Mayor, oficio que había tenido que desempeñar al sustituir a su antecesora cuando ésta se encontraba indispuesta, realidad muy frecuente durante sus últimos años de vida. Esto le confirió una posición excepcional no sólo junto a la reina, también junto al heredero, el príncipe Baltasar Carlos y posteriormente a la infanta María Teresa nacidos respectivamente en 1629 y 1638. De hecho, los primeros años el joven príncipe los pasó rodeado de las mujeres que configuraban la Cámara de su madre Isabel de Borbón, un espacio dominado por la condesa de Olivares. Sabemos que Inés de Zúñiga era la encargada de distribuir el dinero relativo a los servidores de los infantes. Así mismo, la condesa casi siempre ocupaba un lugar destacado en acontecimientos cortesanos importantes, como la entrada de nuevas damas al servicio de la reina o en las bodas de éstas que se celebraron en palacio. Desde su puesto de Camarera Mayor, la condesa recomendó la entrada en la Cámara de la reina de algunas de las descendientes de los servidores reales afines a su marido. Por ejemplo, una de las hijas del tesorero de la reina Gerónimo del Águila entró a servir como moza de la Cámara de Isabel de Borbón gracias a su intervención. Sabemos por otros testimonios que su opinión era tenida en cuenta a la hora de incorporar nuevas mujeres en la Casa de la Reina. En los actos públicos, la condesa ocupaba un lugar destacado, así como en los momentos más relevantes de la vida en el Alcázar, como fueron los nacimientos de infantes hijos de Felipe IV e Isabel de Borbón. Si bien parece que durante los primeros años el futuro conde-duque mantuvo varios amoríos extramatrimoniales, con el paso del tiempo, Inés de Zúñiga se convertiría en el más firme apoyo del conde-duque de Olivares, apoyándole en los reveses que sufrieron a lo largo de su vida: la muerte de su única hija en 1626, y posteriormente la caída en desgracia del valido, acaecida en enero de 1643. Tras este episodio, la condesa logró mantenerse en la corte, lo que llevó a muchos a pensar en un posible regreso del valido desembocando en múltiples presiones que exigían la destitución de Inés de Zúñiga. Según el embajador de Módena, Ippolito Camillo Guidi, un hombre le entregó un papel al rey en el que podía leerse: “Pues havéis hecho lo más/ Gran señor hazed lo menos/ que es echar de entre los buenos/ esta vieja que va detrásˮ, en alusión a la condesa de Olivares, que en las apariciones públicas se situaba detrás de los reyes y del príncipe. No obstante, el escaso apoyo popular con el que contaba llevó a que el embajador toscano informara de su salida inminente, especialmente tras el Real Decreto que Felipe IV emitió el 12 de junio de 1643 por el que establecía una Casa propia para su primogénito, el príncipe Baltasar Carlos. La impopularidad de la condesa ha pasado a la historia gracias a la amplia publicidad llevada a cabo por la literatura anti-olivarista, que presentó a Inés como una mujer intrigante, dedicada a la labor que su marido le había encomendado, que no era otra que espiar a Isabel de Borbón. Así, Pellicer cuenta en sus noticias que el 16 de noviembre de 1644 la reina acudió a las Descalzas y un grupo de niños gritaba “viva la reyna sin la condesa de Olivares”. Desde su exilio en Toro, Olivares manifestó a su antiguo secretario su preocupación por el futuro de su esposa: “Mi mujer (Dios la guarde) aunque con su valor ordinario y aliento queda no buena en efecto señor Carnero como si huviéramos tenido vida muy descansada y ociosa, nos ha dejado nuestro señor para la vejez trabajos y penas, así nuestras como de aquellos a quien queremos bien y debemos quererˮ. La condesa respondía a una de las cartas de Olivares el 2 de junio, comunicándole la solución que alguien le había sugerido para permanecer en palacio: “que tu te yzieses caso del mal siguiendo el camino del duque de Lerma, y yo monjaˮ. La condesa se quejaba amargamente de haber recibido ese trato después de haber criado a un Príncipe de España, y finalizaba confesándole a su esposo “No sé cómo tengo juizio para escribirte, según me hallo de lastimado el corazónˮ. El 3 de noviembre de 1643 Inés de Zúñiga abandonó definitivamente los oficios que había desempeñado en el Alcázar. Tras la muerte de Olivares en Toro el 22 de julio de 1645, su cuerpo fue trasladado a la iglesia de San Ildefonso de Toro, hasta que llegó el permiso del rey para que fuese enterrado en Loeches junto a su hija María de Guzmán. Inés tuvo que hacer frente a partir de entonces a una serie de pleitos por la sucesión del condado de Olivares, pues desconocedora del testamento que su marido había hecho en 1642, consiguió un poder para hacer testamento en su nombre en los últimos días de vida del conde-duque. La condesa falleció en septiembre de 1647. Su cuerpo descansaría en el convento de Loeches durante el resto de la eternidad junto a su esposo y su hija.
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Antepasados Gonzalo Ozórez de Ulloa, XI señor de Ulloa Sancho Sánchez de Ulloa (1442-Zamora, 1505), I conde de Monterrey, señor de Monterroso, capitán en la conquista de Granada. Francisca de Zúñiga y Ulloa (m. 1526), II condesa de Monterrey Alonso de Zúñiga y Acevedo Fonseca (1496-Santiago de Compostela, 1559), noble español de la Casa de Zúñiga, III conde de Monterrey, señor de Biedma, de Ulloa, de la casa de la Ribera, pertiguero mayor de Santiago, adelantado mayor de Cazorla, sirvió al emperador del Sacro Imperio Carlos V, a quien acompañó a su coronación en Bolonia y al socorro de Viena sitiada por el sultán Solimán, erigió el monumental palacio de Monterrey en Salamanca. Jerónimo de Acevedo y Zúñiga (1522 - Salamanca, 1562), IV conde de Monterrey desde 1559 y diplomático al servicio de Felipe II, embajador extraordinario en el Concilio de Trento en 1561 y pertiguero mayor de Santiago de Compostela. Gaspar de Zúñiga Acevedo y Velasco (Castillo de Monterrey, Monterrey, 1560-Lima, 10 de febrero de 1606), noble español de la Casa de Zúñiga, V conde de Monterrey, señor de Biedma, Ulloa y de la casa de la Ribera, pertiguero mayor de Santiago de Compostela, virrey, gobernador y capitán general del reino de la Nueva España (México), presidente de la Real Audiencia de México, luego virrey, gobernador y capitán general del reino del Perú, presidente de la Real Audiencia de la Ciudad de los Reyes (Lima). Inés de Zúñiga y Velasco. |
Tengo un libro en mi colección privada .-
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