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Estatua de Baltasar Gracián en Belmonte de Gracián |
Oráculo manual y arte de prudencia (1647) es una obra literaria perteneciente a la prosa didáctica de Baltasar Gracián en la que, a lo largo de trescientos aforismos comentados, se ofrece un conjunto de normas para triunfar en una sociedad compleja y en crisis, como lo era la del barroco, contemporánea a nuestro autor.
Este “arte de prudencia” escrito por Gracián ha tenido vigencia en la actualidad, como lo demuestra el hecho de que una versión al inglés, titulada The Art of Worldly Wisdom: A Pocket Oracle llegó a vender más de cincuenta mil ejemplares en el ámbito anglosajón, presentado como un manual de autoayuda para ejecutivos.
El Oráculo manual, como otros de los tratados gracianos, aconseja al hombre para llegar a ser sagaz, inteligente, y prudente. Con esta obra Gracián resume de modo sintético muchos de los preceptos de sus anteriores obras dedicadas a la filosofía moral.
característica
La obra fue publicada en Huesca, en 1647, con el equívoco subtítulo de “sacada de los aforismos de Lorenzo Gracián” (seudónimo que utilizaba para evitar la censura previa del Colegio de los jesuitas). Pero esto ha hecho pensar a parte de la crítica que el libro sería una mera recopilación de aforismos de anteriores obras suyas. Sin embargo, un exhaustivo cotejo demuestra que el porcentaje de aforismos tomados de El Héroe, El Político o El Discreto no llega al 25%.
El hecho de glosar algunos aforismos sacados de sus propias obras, era un proceder reservado a los clásicos de la antigüedad, o al menos a autores de reconocido prestigio, por lo general ya fallecidos. Realizar en parte una antología de citas suyas indica que Gracián se eleva al rango de los autores que formaban el canon literario de la época. La portada del libro reza que este lo publicaba don Vincencio Juan de Lastanosa, (“Publicala don Vincencio Juan de Lastanosa”) y dado que, como hemos dicho, se pensaba en que el tratado conformaba una supuesta antología, se ha pensado si no habría sido el mecenas oscense el compilador de este conjunto de aforismos. Actualmente queda fuera de toda duda que Baltasar Gracián fue el único responsable de esta obra.
El sintagma bimembre «oráculo manual y arte de prudencia», funciona como antítesis, pues Oráculo tiene un sentido de secreto emanado de la divinidad, y este término adjetiva manual, esto es, lo que cabe en la mano, para un uso práctico y portátil. En cuanto a la segunda parte del título, la palabra arte significa desde fines de la Edad Media “reglas y preceptos para hacer rectamente las cosas”, como recoge el Diccionario de Autoridades. Pero se le opone la prudencia, que no admite reglas ciertas y universales para la conducta del hombre. De todos modos, queda claro que se trata de un libro de consejos y reglas para conducirse, que parte de la tradición “espejos de príncipes”, solo que ahora se dirige a toda persona. Este arte de prudencia se convierte así en norma de conducta para obtener el triunfo en la vida cotidiana.
No menos novedosa es la forma del Oráculo, puesto que se prescinde de la argumentación y la ejemplificación con casos históricos que habían sido habituales en los tratados similares al del aragonés. Se abandona de este modo el argumento de autoridad avalado por la historia. La observación del mundo y la aplicación de estos consejos en la práctica, son ahora los garantes de la utilidad de este conjunto de normas y consejos para ser prudente de aplicación universal y contrastadas por el uso empírico.
El Oráculo no sólo ha interesado a aficionados a la literatura. Se han interesado por él pensadores y filósofos que vivieron desde las fechas de su publicación hasta la actualidad. Sobre todo, el interés que a esta obrita le dedicó Arthur Schopenhauer, le llevó incluso a aprender español para así traducirlo al alemán. Hasta no hace mucho, era la versión de Schopenhauer la más difundida en esta lengua.
El arte de prudencia de Gracián no presenta una estructura definida, aunque sí pueden percibirse claramente unas constantes que permiten diseñar, a través de los trescientos aforismos que lo componen, un sistema de pensamiento estratégicamente definido incluso en sus contradicciones. Muchos de ellos llevan por lema «Saber + infinitivo», perífrasis verbal que indica que estamos ante normas de comportamiento que nos puedan llevar al éxito. Así: «saber hacerse a todos» (aforismo 77), «saber declinar a otro los males» (149), «saber vender sus cosas» (150), «saber sufrir (=soportar) necios» (159), «saber pedir» (235), «saber un poco más y vivir un poco menos» (247) o «saber olvidar» (262), serían ejemplos de aprendizajes necesarios para conducirse adecuadamente en una sociedad compleja y cambiante.
El sintagma bimembre «oráculo manual y arte de prudencia», funciona como antítesis, pues Oráculo tiene un sentido de secreto emanado de la divinidad, y este término adjetiva manual, esto es, lo que cabe en la mano, para un uso práctico y portátil. En cuanto a la segunda parte del título, la palabra arte significa desde fines de la Edad Media “reglas y preceptos para hacer rectamente las cosas”, como recoge el Diccionario de Autoridades. Pero se le opone la prudencia, que no admite reglas ciertas y universales para la conducta del hombre. De todos modos, queda claro que se trata de un libro de consejos y reglas para conducirse, que parte de la tradición “espejos de príncipes”, solo que ahora se dirige a toda persona. Este arte de prudencia se convierte así en norma de conducta para obtener el triunfo en la vida cotidiana.
No menos novedosa es la forma del Oráculo, puesto que se prescinde de la argumentación y la ejemplificación con casos históricos que habían sido habituales en los tratados similares al del aragonés. Se abandona de este modo el argumento de autoridad avalado por la historia. La observación del mundo y la aplicación de estos consejos en la práctica, son ahora los garantes de la utilidad de este conjunto de normas y consejos para ser prudente de aplicación universal y contrastadas por el uso empírico.
El Oráculo no sólo ha interesado a aficionados a la literatura. Se han interesado por él pensadores y filósofos que vivieron desde las fechas de su publicación hasta la actualidad. Sobre todo, el interés que a esta obrita le dedicó Arthur Schopenhauer, le llevó incluso a aprender español para así traducirlo al alemán. Hasta no hace mucho, era la versión de Schopenhauer la más difundida en esta lengua.
El arte de prudencia de Gracián no presenta una estructura definida, aunque sí pueden percibirse claramente unas constantes que permiten diseñar, a través de los trescientos aforismos que lo componen, un sistema de pensamiento estratégicamente definido incluso en sus contradicciones. Muchos de ellos llevan por lema «Saber + infinitivo», perífrasis verbal que indica que estamos ante normas de comportamiento que nos puedan llevar al éxito. Así: «saber hacerse a todos» (aforismo 77), «saber declinar a otro los males» (149), «saber vender sus cosas» (150), «saber sufrir (=soportar) necios» (159), «saber pedir» (235), «saber un poco más y vivir un poco menos» (247) o «saber olvidar» (262), serían ejemplos de aprendizajes necesarios para conducirse adecuadamente en una sociedad compleja y cambiante.
Se trata, en definitiva, de una suerte de mercadotecnia del siglo XVII, de un saber práctico. También en la glosa de los aforismos, donde se explica con más precisión en qué consiste cada uno de esos conocimientos, se dan indicaciones sobre la inutilidad del saber que no tiene aplicación práctica, pues todo conocimiento, para Gracián, debe estar orientado a «saber vivir», ciencia que en la época se denominaba «Moral Filosofía». La inteligencia consiste en Gracián en saber salir airoso de cualquier situación, así dirá: «no se vive si no se sabe» (15 y 247), «hasta el saber ha de ser al uso» (120) o «Algunos comienzan a saber por lo que menos importa y los estudios de crédito y utilidad dejan para cuando se les acaba el vivir» (249). Un buen ejemplo de esto es el aforismo 232:
Los muy sabios son fáciles de engañar, porque aunque saben lo extraordinario, ignoran lo ordinario del vivir, que es más preciso. [...] ¿De qué sirve el saber si no es práctico? Y el saber vivir es hoy el verdadero saber.
Gracián, Oráculo, 232.
CULTURA
LA VIRTUD Y SU APARIENCIA, DE GRACIÁN A FREIRE.
«Hacemos hombres sin corazón y esperamos de ellos virtud y arrojo. Nos reímos del honor y nos sorprendemos al ver traidores entre nosotros. Castramos a las personas y luego les pedimos que sean fértiles»
Javier Bilbao
Por Javier Bilbao
5 de noviembre de 2023
Hace poco tuve ocasión de ver un vídeo de TikTok de una chica que hacía fotos al cielo con su móvil, luego las ampliaba una y otra vez hasta terminar encontrando píxeles donde antes había nubes y entonces concluía, con lógica irrefutable, que la realidad es mentira, una gigantesca ilusión digital que alguien pone ante nuestros ojos para engañarnos, parafraseando quizá sin saberlo el comienzo de Neuromante, la novela ciberpunk por excelencia:
«El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto».
Lo cierto es que estaba adscribiéndose así a una antiquísima tradición religiosa y filosófica que anhela desvelar la naturaleza última de la realidad, brahman, ḥaqīqa o emet, en un mundo de ilusiones y sombras de la verdad. Pero aún si el espacio más allá de nuestro cielo pixelado fuera inexistente, una gran conspiración urdida para amedrentarnos con una hipotética invasión alienígena por quienes pretenden así un gobierno mundial, tal como sostenía un experto en artes marciales en el programa de Joe Rogan («lo he investigado en YouTube», explicaba), todas esas inquietudes epistemológicas sobre el universo serían superficiales si no buscan distinguir la verdad y la mentira dentro de cada uno de nosotros.
A enfocar no las estrellas sino lo humano se dedicaron dos faros de nuestra tradición cultural como Sócrates y Jesús. Una tarea fundamental (e ingrata, a la vista de cómo acabaron ambos) que nos ayuda a quienes llegamos después a discernir qué hay de pixel y conspiración en el comportamiento moral propio y ajeno, a cribar la virtud de su apariencia. Leyendo los Evangelios uno percibe con claridad ese empeño en desenmascarar el fariseísmo, la vileza que constantemente se disfraza con ropajes de santidad, la hipocresía del exhibicionismo moral o, como se dice ahora, el postureo. Al hombre de la parábola que fue apaleado por salteadores no lo socorrió un sacerdote ni un levita, sino un despreciado samaritano. Cuando uno dé limosna no ha de tocar trompeta delante de sí para ser alabado por otros hombres, nos advertía, de la misma manera que ponía freno a quien se quiera venir arriba lapidando o señalando a otros sin mirar la viga en el ojo propio.
Todo esto es algo que no ha cambiado con el paso del tiempo. Lo vemos cada día, en figuras cuya imagen pública poco tiene que ver con lo que sabemos que hacen en su vida privada o con lo que ellos mismos proclamaban antes de ayer. Vemos a aliados feministas con órdenes de alejamiento y a solemnemente autoproclamados católicos que miran para otro lado o balbucean excusas mientras se está cometiendo una matanza de inocentes. En fin, somos criaturas sociales dependientes de la aprobación de nuestros semejantes, está en nuestra naturaleza exhibir moralidad: necesitamos representar públicamente que somos fiables, que los demás pueden relacionarse, negociar o convivir con nosotros y para eso emitimos señales constantemente sobre la —supuesta— rectitud de nuestro proceder. Ahora bien, ¿y si esas señales, como estamos viendo, son fingidas? La mercancía falsa es más barata de producir, así que nos encontraríamos entonces, desorientados, en mitad de un zoco donde todos gritan a voces lo bueno que es lo suyo y lo malo que es lo que vende el del puesto de al lado.
Pues bien, las letras españolas han contado desde hace casi cuatro siglos con un excepcional observador de ese ruidoso mercadillo, Baltasar Gracián. «Europa no ha producido nada más fino ni más complicado en materia de sutileza moral», dijo de él Nietzsche. La época barroca que le tocó, las intrigas cortesanas de las que fue partícipe y su formación jesuítica intersecaron en una obra de estilo recargado y brillante, así como de un poso filosófico de profundo escepticismo sobre la vida social. Siendo El Criticón su libro más celebrado, sin embargo, Oráculo manual y arte de prudencia ha pasado a convertirse en las últimas décadas en algo parecido a un manual para CEOs y mandarines, aunque algunos lo interpretan más bien como una sátira propia de un ermitaño aborrecido ya de los trepas y aduladores de la corte.
Sus trescientos aforismos son una llamada a obrar de forma taimada en un mundo que se intuye despiadado, guardando siempre segundas y hasta terceras intenciones… y por supuesto atribuyendo a los demás la misma actitud:
«Sin mentir, no dezir todas las verdades. No ai cosa que requiera más tiento que la verdad, que es un sangrarse del coraçón. Tanto es menester para saberla dezir como para saberla callar (…) Es el oído la puerta segunda de la verdad y principal de la mentira. La verdad ordinariamente se ve, extravagantemente se oye; raras vezes llega en su elemento puro, y menos quando viene de lejos; siempre trae algo de mixta, de los afectos por donde passa; tiñe de sus colores la passión quanto toca, ya odiosa, ya favorable. Tira siempre a impressionar: gran cuenta con quien alaba, mayor con quien vitupera. Es menester toda la atención en este punto para descubrir la intención en el que tercia, conociendo de antemano de qué pie se movió».
Aunque siga teniendo validez su apelación a ser «zaoríes del coraçón y linces de las intenciones», muchos de los tenderetes y mercaderías de aquel ruidoso bazar en que debíamos movernos han cambiado en estos últimos cuatro siglos. Una magnífica puesta al día podemos verla en un libro recién publicado que merece la pena leer, subrayar y releer: La banalidad del bien , de Jorge Freire. Aunque en él encontramos una mayor calidez humana frente a las gélidas astucias de Gracián, es perfectamente consciente de que allá fuera hay dragones y sobre todo muchos jetoncios.
El propio Freire se reclama discípulo de aquel pensador:
«En general soy más de Gracián que de Kant por la misma razón que soy más de Tomás de Aquino que de Occam o más de Morante de la Puebla que de Greta Thunberg: prefiero la Gracia de Dios antes que la fe luterana. Pero como moralista es interesante porque siempre llegó antes a todo. Hay un episodio de El Criticón en que el náufrago Critilo y el buen salvaje Andrenio van camino del palacio de Virtelia, que hace referencia a la virtud, y entonces un ermitaño les habla de Hipocrindia, la hipocresía, que es una especie de `barata felicidad’ a la que se llega por un camino mucho más cómodo y que igualmente ofrece honores, poder y satisfacción, pero sin necesidad de sufrir tanto».
Vivimos en un tiempo, nos dice, en el que según una de las múltiples citas de clásicos que nos trae «hacemos hombres sin corazón y esperamos de ellos virtud y arrojo. Nos reímos del honor y nos sorprendemos al ver traidores entre nosotros. Castramos a las personas y luego les pedimos que sean fértiles»; una época en la que, sostiene, las grandes corporaciones dan lecciones morales que nadie les ha pedido a una población cada vez más precaria y desarraigada (lo que algunos llaman «el sujeto hidropónico»); donde el imperio de las redes sociales «hace que cada ciudadano sea un publicista de sí mismo» y el exhibicionismo moral consecuente vuelva casi imposible casi cualquier conversación pública; y en la que, en definitiva, se confunde empatía con compasión y honra con honor:
«Gracián dice que `no se ha de ser de todos más que de uno mismo’, y a mí no se me ocurre mejor definición del honor. Honor, digo, y no honra, que es una vis reactiva que solo se defiende cuando alguien externo la amenaza; el honor es el respeto a la propia conciencia y a la palabra dada. También recomendaba enrolarse en la `milicia contra la malicia’, y en estos tiempos marcados por el cinismo, la dicacidad y el resabio socarrón eso es más razonable que nunca».
Jorge Freire (Madrid, 1985) es un filósofo, articulista y escritor español.
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