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Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

domingo, 4 de marzo de 2018

495.-El sable; El duelo.-a



Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia  Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma; Paula Flores Vargas ; Ricardo Matias Heredia Sanchez; Alamiro Fernandez Acevedo;  Soledad García Nannig;

El sable.

  

Antigua Espada de Oficial de Infantería Modelo 1887. España, 1898


Esta estilizada y sobria espada es un arma fabricada en España en el siglo XIX (año 1898). Se trata de una espada para oficial de infantería del ejército español, utilizada con toda probabilidad durante el final de Guerra de Cuba. La espada es el modelo 1887, un arma sencilla y elegante: se encuentra bien conservada y se presenta con su vaina de acero original. A pesar de mostrar ligeros signos del paso del tiempo, la espada muestra un aspecto excelente y su hoja aparece brillante y pulida, bien protegida por la vaina de acero. Su elegante diseño y su buen estado hacen de ella una pieza de gran interés para el coleccionista.

En la hoja, cerca de la empuñadura podemos leer la inscripción ARTa. FABa. DE TOLEDO 1898. Estas palabras indican que la espada fue forjada en la Fábrica de Armas de Toledo. La ciudad de Toledo fue durante siglos conocida por el trabajo de sus maestros armeros, motivo por el cual el rey Carlos III decidió crear una fábrica de espadas que empezó a funcionar en 1761. Entonces la fábrica se estableció en la antigua Ceca de Toledo o Casa de la Moneda, pero en poco tiempo se decidió trasladarla a orillas del Tajo. La nueva fábrica empezó a funcionar en el año 1780 y experimentó distintos avatares a lo largo de los años, entre ellos dos invasiones de las tropas francesas. A partir de los años 30 del siglo XIX su prestigio fue creciendo, así como la calidad de sus espadas. En 1998, la fábrica pasó a convertirse en el Campus Universitario de Toledo, función que cumple en la actualidad.
Esta fantástica espada antigua es un buen ejemplo de la calidad de las armas forjadas en la Fábrica de Armas de Toledo. La hoja está lisa y brillante, sin rastros de óxido, mientras que la empuñadura es de una sencillez muy elegante. La cruz y el guardamano forman una sola pieza que termina en el pomo, formando una bella curvatura. El puño conserva la lija y el torzal originales en excelente estado. Por su parte, la vaina de acero está también bien conservada, con la anilla original y el metal en muy buenas condiciones.
Esta fantástica espada tiene sin duda un interesante pasado a sus espaldas, siendo además un objeto de gran poder decorativo y evocador.
Medidas: Espada: Longitud: 94 cm. Vaina: Longitud: 80,5 cm.





  









  























El sable es un arma blanca curva y (generalmente) de un solo filo, pensada para cortar, habitualmente usada en caballería e infantería (oficiales) en el siglo XIX e incluso XX. Este carácter curvo de la hoja y su filo único, diferencia tradicionalmente al sable de la espada.



Este arma blanca es de tajo y surgió por la necesidad de velocidad en combate. Esta se logra al cortar y no dejar incrustada la hoja en el cuerpo del adversario (al contrario de la mayoría de las espadas de una mano, que son de estocada).
La curvatura, que está ubicada generalmente desde la punta hasta la mitad del sable, genera un tajo profundo.


La curvatura del sable pretende conseguir, en teoría, que un hombre a caballo, al descargar el brazo con esta arma, dibuje un amplio círculo sobre el infante logrando que en el punto de corte el sable siempre sea tangencial. Por esta razón no se ensarta, sino que corta, con lo que aumenta la herida sin clavar el arma. Debido a ello los sables pensados para caballería tienen una gran curvatura, son casi circulares; los pensados para infantería poseen una curvatura menor, pues debe concederse importancia a la función defensiva: mantener alejado al enemigo y parar sus golpes.

   Imponente Sable Antiguo Para Oficial de Caballería Ligera.. España, Circa 1850
























Precioso sable antiguo para Oficial de Caballería Ligera, fabricado en España en el siglo XIX, muy bien conservado, con hoja de acero decorada con inscripciones y motivos grabados a mano. El sable está en buenas condiciones y conserva todas sus partes, mostrando también la atractiva pátina que el paso del tiempo y el uso otorgan a las antigüedades más especiales.

La hoja curva mantiene los filos en muy buen estado, sin muescas ni desperfectos, y conserva también los grabados que la decoran, que se muestran visibles y claros.

En la hoja podemos ver la inscripción I.G.B. grabada en el acero, rodeada de un recuadro: probablemente, las iniciales del nombre del propietario del sable. Ligeramente separado de esta inscripción vemos un fino y sencillo motivo floral, seguido por un escudo de armas más complejo.

En la otra cara de la hoja aparecen los mismos motivos grabados a mano salvo las iniciales, sustituidas por un diseño decorativo. La empuñadura es hermosa y sobria, formada por cruz y guardamano en una sola pieza con forma de D. La pieza de metal que conforma esta estructura se curva después para rematar el puño y protegerlo por su parte posterior.

El puño conserva la lija o piel protectora original, bien fijada al soporte mediante el torzal de época. La sobria y elegante factura de este sable antiguo para oficial de caballería evoca pasadas batallas y tiempos de heroísmo. Es una pieza muy especial, digna de un museo del arte bélico. Medidas: Espada Completa: 99 cm. Hoja: 84 cm.




  

El duelo.

Duelo es el combate en el que se enfrentan dos personas que se han desafiado individualmente, por lo general caballeros, aunque también puede llamarse "duelo" al combate entre dos grupos, especialmente si cada uno envía como representante a un campeón para que dispute el combate en su representación. Suele estar ritualizado y reglamentado, y ser consecuencia de un reto (riepto) o desafío previo, que surge a partir de una enemistad nacida de una ofensa tenida como tal por alguna de las dos partes o por ambas, o por otra cualquier causa. Se halla vinculado a los conceptos clásicos de honor y venganza,​ y jurídicamente en la Edad Media tenía que ver con el llamado juicio de Dios u ordalía.
Ya en la Iliada de Homero se narran duelos como el de Paris y Menelao o el de Héctor y Aquiles. A veces se narra también la costumbre de evitar conflictos colectivos reduciéndolos a un combate singular entre campeones o grupos pequeños de guerreros que los dirimieran; un ejemplo lo ofrece el combate entre Horacios y Curiacios que narra Tito Livio, el historiador romano, para resolver sin demasiadas pérdidas una guerra entre Roma y Alba Longa; el equivalente es, en la Biblia, el combate entre el hebreo David y el filisteo Goliath. Pero el duelo entre dos hombres es una práctica en su origen sobre todo germánica: el medieval juicio por combate.
En su modalidad más formalizada, el duelo fue practicado desde el siglo XV hasta comienzos del siglo XX en las sociedades occidentales, como evolución de las justas o torneos medievales.
​ Era consensuado entre dos caballeros, que utilizaban armas mortales de acuerdo con reglas explícitas o implícitas que se respetaban por el honor de los contendientes, acompañados por padrinos, quienes podían a su vez luchar o no entre sí.

Desde sus inicios el duelo, a pesar de su aceptación social y popularidad literaria (Joanot Martorell, Tirante el Blanco, -Tirant lo Blanch-, 1490, Jovellanos, El delincuente honrado, 1773, Pierre Choderlos de Laclos, Las amistades peligrosas -Les liaisons dangereuses-, 1782, Joseph Conrad, Los duelistas -The duel o Point of honor-, 1908), recibió distintos grados de condena por las autoridades eclesiásticas y civiles, llegando a su ilegalización, que no fue efectiva hasta las primeras décadas del siglo XX. El duelo es considerado un acto ilegal (asesinato en primer y segundo grado) en la mayoría de los países.

El duelo se desarrollaba por voluntad de una de las partes —el desafiante— para lavar un insulto u ofensa a su honor (injuria). El objetivo no era en general matar al oponente, sino lograr «satisfacción» restaurando el honor propio, cosa que se obtenía al poner en juego la vida para defenderlo.

Deben distinguirse los duelos de las pruebas de combate, ya que los primeros no se usaron para determinar culpabilidad o inocencia, ni constituyeron procedimientos oficiales. Los duelos fueron en cambio generalmente ilegales, a pesar de que en la mayoría de las sociedades donde fue usual, contó con aceptación social.

Los participantes de un duelo correctamente planteado no eran por lo general perseguidos, y en los casos en que sí lo eran, no se los encarcelaba por tal motivo. Se consideraba que solo los caballeros (aristócratas o adinerados) los cuales tenían un honor que defender y, por lo tanto, la clase social alta era la que calificaba para realizarlo: si un caballero era insultado por alguien de la clase baja, aquel no lo retaba a duelo, sino que le infligía algún castigo físico o comisionaba a sus sirvientes para que lo hicieran. En algunos países, en especial de origen anglosajón, el reto era realizado públicamente con el golpe de un guante en la cara del oponente o se dejaba caer el guante ante los pies del desafiado quien lo recogía si aceptaba; desde entonces ha perdurado el dicho popular «recogió el guante» para indicar que alguien respondía a la provocación de un opositor.

Reglas

Los duelos podían efectuarse con las espadas de duelo europeas, con sables o —desde el siglo XVIII en adelante— con pistolas. Con este fin se fabricaban artesanalmente bellos pares de pistolas de duelo para uso de los nobles ricos. Pero ambos contendientes debían ser caballeros: un noble no podía batirse con un plebeyo. Por este motivo no dejaron a Voltaire batirse con el noble caballero De Rohan: un villano carecía de honor, y aunque Voltaire insistía en hacerlo, tuvo que resignarse a ser expulsado de Francia mediante una orden reservada dictada por el mismo rey.
Después de la ofensa real o imaginaria, los partidarios del ofendido demandaban «satisfacción» del ofensor,​ explicitando la demanda con un gesto insultante al que era imposible permanecer indiferente; golpear al ofensor en el rostro con un guante, o tirar el guante al suelo delante de él —de aquí la frase «recoger el guante», que con el tiempo se ha convertido en sinónimo de aceptar un desafío.

Esta costumbre se originó en la Edad media, cuando se ordenaba a un caballero, que recibía una palmada ritual en la cara simbolizando la última vez que la aceptaría sin devolver un desafío. Por tal motivo, cualquiera que fuese golpeado con un guante estaba considerado, como el caballero, obligado a aceptar el desafío, o quedar deshonrado.

Cada parte en disputa debía elegir un representante de confianza (segundo, o padrino) que acordaría el sitio del «campo de honor», cuyo principal criterio de elección era que estuviera aislado para impedir interrupciones y que a nadie diera el sol en la cara. Después había que acordar el tipo de armas que se iban a usar: espada, sable o pistola. El padrino que tenía calidad de testigo de fe, tenía que verificar las armas, las reglas y en caso de que su representado falleciera, hacerse cargo de su cuerpo para ser entregado a sus familiares y dar parte ante la autoridad.

Por la misma razón, los duelos se efectuaban tradicionalmente al amanecer. También era deber de cada parte comprobar que las armas fueran iguales y que el duelo resultara justo.

A elección de la parte ofendida, el duelo podía ser:

«A primera sangre», en cuyo caso finalizaba tan pronto como uno de los duelistas resultaba herido, incluso si la herida fuera leve.
Hasta que uno de los contrincantes fuera «severamente herido», de forma tal que se encontrase físicamente incapacitado para continuarlo.
«A muerte», en cuyo caso no habría satisfacción hasta que la otra parte estuviera mortalmente herida.


En el caso de duelos «a pistola», cada parte podía disparar un tiro. Incluso si ninguno acertaba el disparo, si el desafiante se considerase satisfecho, el duelo podía declararse terminado como generalmente sucedía. También un duelo a pistola podía continuar hasta que uno de los duelistas fuera herido o muerto, pero un intercambio de más de tres series de disparos era considerado bárbaro, además de ridículo por la falta de puntería.
Bajo estas condiciones, una o ambas partes podían intencionalmente errar el disparo con el objetivo de cumplir las formalidades del duelo sin pérdida de vida u honor, práctica habitual de algunos duelistas que recibía el nombre de deloper.​ Hacer esto, obviamente, resultaba muy arriesgado si el oponente no estaba dispuesto a hacer lo mismo. El delope fue expresamente prohibido por el Código de duelo de 1777.​ Sin embargo las posibilidades variaban, y muchos duelos de pistola fueron a primera sangre, aunque otros a muerte. La parte ofendida podía detener el duelo en cualquier momento, si creía satisfecho su honor.
Para un duelo de pistolas de un solo tiro, las partes debían ubicarse espalda contra espalda con sus armas cargadas en la mano, y caminar un número prefijado de pasos, volverse al oponente y disparar. Típicamente, cuanto más grave era el insulto, menos eran los pasos a caminar. En muchos casos los padrinos solían demarcar el suelo previamente, indicando el punto donde los duelistas debían detenerse, girar y disparar. A una señal, frecuentemente un silbato, los oponentes podían avanzar hasta las marcas y disparar a voluntad. Otra técnica consistía en efectuar disparos alternativamente, comenzando por la parte ofendida.

Muchos duelos históricos se evitaron por la imposibilidad de acordar el methodus pugnandi. En el caso del Dr. Richard Brocklesby, no hubo acuerdo en el número de pasos, y en el duelo entre Mark Akenside y Ballow, uno explicó que nunca se batiría durante la mañana, y el otro que nunca lo haría por la tarde. John Wilkes, que no se detenía en ceremonias por estos pequeños detalles, contestó a la consulta de Lord William Talbot en relación a «cuántas veces dispararía en un duelo» lo siguiente:
 «Tanto como su excelencia desee: he traído una bolsa de balas y una petaca de pólvora».



Itsukushima Shrine.


  EL PRIMER DUELO ÍNTEGRAMENTE FEMENINO DE LA HISTORIA Y EN TOPLESS




Ocurrió en agosto de 1892 y tanto contrincantes, madrinas y jueza (que también era la doctora) eran mujeres. La causa que las enfrentaba no era por el amor de ningún hombre como solía ser el caso en estos lances, sino la decoración floral de un festival de música. Aunque en realidad lo que estaba en juego era determinar cuál de las dos era la que marcaba tendencia en la corte (lo que hoy se llamaría un reto entre influencers).

El duelo se celebró en Liechtenstein a primera sangre, a tres rondas y con espadas roperas, entre la princesa austríaca Pauline Metternich y la condesa rusa Anastasia Kielmannsegg.

Este hecho también es recordado por una anécdota: la jueza, la baronesa Lubinska, pidió que se luchara a pecho descubierto, en topless. La licenciada en medicina, propuso a las duelistas combatir con el torso desnudo para evitar que un trozo de ropa se metiera en alguna herida, algo que en la época solía causar graves infecciones e incluso la muerte

Duelo femenino topless
Lo que no está muy claro es quién ganó, porque la princesa provocó la primera sangre (logró herir la nariz de su adversaria), mientras que la condesa causó más daño (contraatacó atravesándole el brazo). Hay fuentes que indican que el combate acabó en tablas y otras dan como vencedora a Pauline.

Eso sí, ambas continuaron sus vidas sin secuelas.




  

Cómo batirse en duelo y salir airoso.


Escrito por Javier Bilbao


Assi entre la nobleza y cavallería como entre la gente más común, apenas hallaréis hombre que no esté aparejado y dispuesto a vengar qualquiera injuria o afrenta, o pedir entera satisfacción, según essas mismas leyes del duelo. (Vascones, Destierro de ignorancia)

«Dejaré que los dioses decidan mi destino, demando un juicio por combate». Aunque en nuestra vida diaria no tenemos demasiadas ocasiones para soltar una frase así y de hecho probablemente nos mirarían raro, tampoco se trata de mera ficción. Además de ser un recurso muy utilizado por Shakespeare o George R. R. Martin para enfrentar a sus personajes y resolver las tramas, el juicio por combate era una costumbre feudal que permitía a un acusado negar legitimidad a lo que considerase un «juicio falso» y zanjar la cuestión mediante un combate, ya fuera con él mismo empuñando las armas o por medio de un paladín que luchaba en su lugar. Con el tiempo la costumbre derivaría en el duelo, un ritual aristocrático en torno al honor que se fue volviendo progresivamente más complejo y reglado aunque en el fondo todos comprendemos intuitivamente su lógica: al fin y al cabo en todo colegio que se precie existe la tradición de quedar en el patio para pegarse si un niño falta a otro al respeto, mientras el resto hacen un corro alrededor gritando «¡pelea, pelea!». Al menos en el mío era así. Pero retrocedamos un poco más en el tiempo.

Una preocupación común de todas las sociedades humanas ha sido desde siempre cómo resolver las disputas que inevitablemente surgen de la convivencia, de manera que se minimizase el derramamiento de sangre y el motivo de fricción quedase resuelto definitivamente. Había que atajar la posibilidad de represalias que eternizasen un conflicto durante toda la vida de los implicados e incluso a través de generaciones posteriores. La convención social que fue asentándose en muchas partes dictaba que podía resolverse con un enfrentamiento más o menos violento, pero que solo tendría lugar una vez, y ambas partes aceptarían el resultado para siempre. Reducir una interminable sucesión de peleas a solo una es todo un logro civilizatorio, pero a menudo se fue aún más lejos estableciendo unas reglas para ese enfrentamiento.
 En las tribus nuer del valle del Nilo si la disputa era con alguien que viva lejos la lucha puede ser a muerte, pero entre vecinos solo se permitía que el duelo fuera con garrotes. Entre los aborígenes australianos la lucha se detenía generalmente con la primera herida, y entre los esquimales consistía en un duelo cantado en el que el público decidía el ganador (aunque en casos más graves lo resolvían a golpes). Los piratas del Caribe también recurrían a los duelos para resolver diferencias, pero lamentablemente no nos consta que en ellos se pronunciaran frases como «¡Ha llegado tu hora, palurdo de ocho patas!».

Según explica V.G. Kiernan en El duelo en la historia de Europa el duelo moderno tuvo su origen en Italia en el siglo XVI, siendo el propio término exportado también al resto del continente desde el originario «duello».
 Su evolución desde el juicio por combate se debió a los grandes cambios sociales que trajo consigo el final de la Edad Media. En primer lugar, con la introducción de armas de fuego la guerra había dejado de ser el entorno adecuado para el heroísmo individual, la figura del caballero andante como bien sabemos pasó de ser un sublime ideal a una mera parodia. Había que explorar entonces otros ámbitos donde exhibir la valentía y lograr renombre. Por otra parte, la consolidación de los Estados modernos traía consigo el monopolio de la violencia por el poder público, el sometimiento de todos ante la ley, por lo que querer continuar resolviendo los conflictos por esta vía era una manera de mostrarse por encima del vulgo y de la ley: nacía así el duelo de honor como elemento de distinción de la aristocracia. Una clase social que sentía una creciente necesidad de marcar distancias ante el auge de la burguesía, advenedizos que habían hecho fortuna por medio de los negocios pero que ansiaban imitarlos, comprando títulos o blasones e imitando sus costumbres —entre ellas precisamente la del duelo— hasta llegar a ser más papistas que el papa. Todo esto queda muy bien retratado en una magnífica película en la que los duelos juegan una parte fundamental de la trama, se trata de Barry Lyndon, de Stanley Kubrick.

En los primeros minutos de esta película, que podríamos englobar en el llamado cine de tacitas, vemos como el protagonista está enamorado de su prima, que cuenta con otro pretendiente. Así que el primer duelo no tarda en llegar, con el fin tanto de quitárselo de en medio como de impresionar a la chica. Esto último era por cierto un motivo frecuente de los duelos, especialmente entre los más jóvenes, conscientes de que las mujeres encontraban atractivo el valor en un hombre (hoy en día también, aunque ahora lo llamen «tener autoestima» o «seguridad en uno mismo»).


 No obstante también se dieron casos en sentido opuesto, como en el caso de Isabella da Carazzi y Diambra de Pettinella, cuyo duelo por un hombre fue retratado por José de Ribera en este cuadro del Museo del Prado (aunque la obra cuenta también con otra interpretación: retrataría a dos gladiadoras de la antigua Roma). Desconozco si llegó a tener el mismo efecto de atracción en el aludido o no es algo que funcione en ambas direcciones. Al menos a mí una situación así, lejos de dejarme prendado me causaría una considerable inquietud, pues si alguna muchacha estuviera dispuesta a atravesar a una rival de una estocada, qué no sería capaz de hacerme luego a mí más adelante si no resultara estar a la altura de sus expectativas…

Sea como fuere, la cuestión es que en la película el protagonista no obtuvo el resultado deseado, pues tras haber matado a su rival se ve obligado a huir. Lo que da lugar a diversas andanzas por Europa, en las que este ambicioso pequeñoburgués de moral laxa aspirante a aristócrata —todo un Urdangarín dieciochesco— se verá envuelto en otros muchos duelos. Al fin y al cabo, retar a alguien suponía situarte en su misma clase social, era una disputa entre iguales, al considerar al rival a la propia altura. Por ello el cuadro de Goya al retratar a dos aldeanos a garrotazos tiene un importante componente satírico, como era habitual en este artista. El hecho de que la gran mayoría de los duelos no tuviera un desenlace fatal contribuía a fomentar esa paradójica camaradería. 
En los enfrentamientos con estoque —muy populares en los siglos XVI y XVII— era usual darlo por concluido a la primera sangre. Mientras que en los duelos con pistola, cuando no fallaba el arma, era el tirador quien lo hacía, a menudo debido al estado de embriaguez que precisamente al encender los ánimos había propiciado el duelo (el alcohol, causa y solución de todos los problemas, como bien decía Homer). Según una estimación, en el Reino Unido solo uno de cada catorce duelos con pistola acababa en muerte. Además se procuraba que hubiera siempre un médico cerca, aunque no presenciando los hechos, por cuestiones legales. Quienes sí estaban presentes eran los padrinos, cuyo papel era fundamental en todo el proceso.

Cómo batirse…

Para poder batirse en duelo en primer lugar había que buscar un agravio. Esta es la parte más sencilla, pues como vemos cada día cualquier cosa ofende si uno ya va predispuesto. Tal como decía Hamlet: 
«El ser grande no consiste, por cierto, en obrar solo cuando ocurre un gran motivo; sino en saber hallar una razón plausible de contienda, aunque sea pequeña la causa; cuando se trata de adquirir honor». 
A veces el asunto podía volverse involuntariamente cómico, como el caso de dos caballeros italianos que lucharon cada uno por qué poeta era mejor, aunque el duelista que resultó abatido confesó antes de morir que en realidad no había leído nunca al otro. A continuación se hacía saber al aludido las intenciones, en ocasiones escribiendo para ello una nota en lenguaje cortés, como la que redactó un miembro del ejército británico a comienzos del siglo XIX:

Por Dios, caballeros, soy consciente de que debéis de tener la peor opinión sobre mi valor. Llevo nada menos que seis semanas con el regimiento y todavía no me he batido en un solo duelo. Ahora bien, capitán C., vos sois el capitán más antiguo y si gustáis comenzaré con vos primero: de modo que elegid el momento y lugar.

El momento elegido debía ser lo más próximo posible para no dar muestras de inseguridad, a ser posible la mañana siguiente a la noche en que solían ocurrir las ofensas. Respecto al entorno, en las grandes ciudades eran habituales determinados lugares, como Hyde Park en Londres o los jardines del Palacio Real en París. Si el duelo era con estoque la otra mano podían llevarla cubierta con una especie de guante largo a modo de escudo, como podemos ver en Los duelistas. Si era a pistolas (que se consideraba más igualitario, pues la esgrima permitía mostrar más destreza a uno de los contendientes) entonces los padrinos de cada uno, a modo de abogados, acordaban las condiciones. Podía efectuarse a un solo disparo o a dos, en caso de fallar el primero. 
Se debía discutir la distancia, y cuando la rivalidad era muy grande existía una modalidad en la que cada uno sujetaba un extremo de un mismo pañuelo. En otros casos se colocaba una cuerda los dos adversarios, que van caminando hacia ella y cuando lo consideran oportuno realizan el disparo. Por un lado había que procurar hacerlo antes que el rival, pero cuanto más lejos se esté más difícil resultaba acertar y solo se cuenta con una bala. Una vez gastada se debía seguir caminando, exponiéndose cada vez más ante alguien que puede ya aproximarse sin peligro hasta ponerse justo enfrente si así lo desea. Pero lo más frecuente era colocarse generalmente a unos doce pasos (dieciocho metros), y disparar simultáneamente a la señal de los padrinos o bien por turnos, decididos lanzando una moneda al aire.

…y salir airoso

La clave para salir bien parado era tener un buen padrino, como en tantas otras facetas de la vida. A veces los de ambas partes acordaban poner muy poca pólvora para que nadie resultara herido o incluso los propios contendientes disparaban al aire. Si el rival según la fórmula empleada «encontraba satisfacción», entonces se daba por terminado y la disputa resuelta. Este ritual ofrecía por tanto cierto grado de seguridad, aunque debía buscar también cierta dosis de peligro para no acabar siendo una farsa. Además tampoco faltaban los rencores genuinos y el deseo auténtico de cargarse al de enfrente, especialmente en el terreno de las rivalidades políticas. 

Ese fue el caso del liberal Mendizabal en nuestro país, aunque logró salir indemne. Menos suerte tuvo uno de los llamados Padres Fundadores de Estados Unidos, Alexander Hamilton, concretamente cuando era secretario del Tesoro, muriendo a manos del vicepresidente. Ambos casos tuvieron lugar en el siglo XIX, cuando ya comenzaba a decaer esta práctica. La aristocracia quedó definitivamente relegada por la industrialización y la burguesía pasó a ser demasiado poderosa como para limitarse a imitar las normas y costumbres aristocráticas. Sus valores se hicieron dominantes y por ello las afrentas pasaron progresivamente a recibir una satisfacción económica en lugar de resolverse con violencia.
De manera que el duelo resultó cada vez más residual aunque, eso sí, continuó teniendo una gran presencia en el arte y la literatura por el dramatismo que ofrece. Ya en el siglo XX el cine tampoco desaprovecharía la ocasión de representarlo en las más variadas formas. Bien fuera en el género western o adoptando formas más espectaculares y modernas, como el memorable duelo de coches lanzándose hacia un precipicio de Rebelde sin causa. A este respecto, viendo hoy en día la desesperante lentitud de la justicia, el eterno ir y venir de jueces e imputados a la entrada de los juzgados con el que se abre cada informativo sin que nunca parezca llegar la sentencia, quizá lo que España necesite sea recuperar esta tradición, quizá no en todos los ámbitos ni con estoques o viejas pistolas de una carga, sino adaptada a los nuevos tiempos: podríamos sustituir por ejemplo la Audiencia Nacional por la Cúpula del Trueno. Quizá exija una reforma constitucional, pero imagínenselo y díganme entonces si no merecería la pena. Ahí queda la propuesta…



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