Inca Garcilaso de la Vega. Una vida entre dos mundos. |
A los hijos de español y de india, o de indio y española, nos llaman mestizos, por decir que somos mezclados de ambas naciones (…) y por ser nombre impuesto por nuestros padres y por su significación, me lo llamo yo a boca llena y me honrro con él" (Garcilaso de la Vega, el Inca: Comentarios Reales de los Incas, libro IX, cap. XXXI). El autor de las palabras que anteceden, conocido internacionalmente como el Inca Garcilaso de la Vega y de cuya muerte se cumplen ahora 400 años, es considerado normalmente como el prototipo del mestizo peruano y, además, uno de los escritores más significativos de la literatura hispanoamericana. Nacido en el Cuzco el 13 de abril de 1539, es decir, pocos años después de que los españoles llegaran a la capital del imperio incaico (1533), fue uno de los numerosos niños nacidos de la relaciones surgidas entre un hombre español y una mujer indígena y a los que a partir de un momento se les empezó a denominar mestizos –como él bien dice-. En su caso, fueron sus padres el capitán Sebastián Garcilaso de la Vega, un hidalgo extremeño emparentado con ilustres linajes de la época, y la palla ("princesa") Chimpu Ocllo, sobrina del Inca Huayna Cápac y bautizada como Isabel. No sabemos en qué circunstancias se inició esta relación, si –como en otros casos- Chimpu Ocllo le fue entregada al capitán por Francisco Pizarro a modo de "botín de guerra" o si surgió de un encuentro menos violento, pero lo cierto es que vivieron juntos al menos once años, hasta que en 1549 el capitán Garcilaso optó por realizar lo que posiblemente consideró un "buen matrimonio" y se casó con una española venida de Panamá, lo mismo que hicieron muchos de sus compañeros de armas. A su vez, Isabel Chimpu Ocllo se casó también con un español de rango desconocido. Tras el matrimonio de sus padres, Gómez Suárez de Figueroa -nombre con el que fue bautizado- siguió viviendo con su padre hasta su muerte. A comienzos de 1560, cumpliendo con una disposición de su testamento, por la cual le legaba 4.000 pesos para que viniera a estudiar a España, el joven mestizo abandonó el Perú y emprendió el viaje. A su llegada y tras visitar a los parientes de Badajoz, se dirigió a Montilla, donde residía don Alonso de Vargas, hermano de su padre, por quien fue muy bien acogido y que, posteriormente, le dejó en herencia la mitad de sus bienes, lo que le proporcionó un relativo bienestar económico, y allí vivió durante los siguientes treinta años. Hacia 1590 se trasladó a Córdoba, donde vivió hasta su muerte, en 1616, y en cuya Mezquita-Catedral fue enterrado. Al poco tiempo de llegar a Montilla, y tras viajar a Madrid con la intención de conseguir alguna merced del rey en recompensa por los servicios del capitán Garcilaso en el Perú, en cuyo intento no solo fracasó sino que tuvo que escuchar cómo se ponía en duda la lealtad de su padre, Gómez Suárez de Figueroa decide pasar a llamarse Garcilaso de la Vega, igual que su progenitor, y como tal empieza a figurar en los documentos desde 1563. Comenzaba así un proceso de construción de la propia identidad, que se completará tiempo después al añadir al nuevo nombre el término Inca, unas veces a manera de apellido (Garcilaso Inca de la Vega) y otras antepuesto a manera de título (el Inca Garcilaso de la Vega), engarzando de este modo el mundo paterno y el materno. Si los años turbulentos de infancia y juventud vividos en el Cuzco le permitieron acumular información y experiencias que verterá más tarde en sus escritos, exprimiendo sus recuerdos, los vividos en Montilla, dedicados a la lectura y en estrecho contacto con prestigiosos humanistas cordobeses, le permitieron adquirir los instrumentos intelectuales necesarios para abordar con éxito su obra historiográfica. Sus libros, comenzando por su traducción al castellano de los Diálogos de Amor de León Hebreo (1590) y por La Florida del Inca (1605), y siguiendo por sus dos obras de mayor envergadura, los Comentarios reales de los Incas (1609) y la Historia general del Perú (1617), obtuvieron reconocimiento y fama internacionales, siendo traducidas desde muy temprano a diferentes idiomas. La visión que Garcilaso ofrece en su obra sobre el imperio de los Incas no sólo impregnó enormemente la historiografía posterior sobre el incario, sino que jugó un importante papel en las representaciones y discursos políticos del Perú de ayer, e incluso de hoy. Biografía de Real Academia de la Historia Vega, Garcilaso de la. El Inca. Cuzco (Perú), 12.IV.1539 – Córdoba, 24.IV.1616. Historiador. Su padre fue el capitán Garcilaso de la Vega, oriundo de Badajoz y por lo tanto extremeño al igual que el conquistador del Perú Francisco Pizarro. Él era parte de una familia de renombrada prosapia como el mismo Inca Garcilaso lo relata en su Genealogía o Relación de la descendencia de los Garcí Pérez de Vargas. Remontándose a una undécima generación logra entroncarse con Garcí Pérez de Vargas, hijo de Pedro de Vargas de Toledo, que acompañó al rey Fernando el Santo en la reconquista de Andalucía. Aparte de servidores de reyes, de héroes, de portadores de títulos nobiliarios entre los miembros de su familia paterna figuran literatos de la talla del poeta Garcilaso de la Vega, el marqués de Santillana, Jorge Manrique. El nombre de su madre fue Isabel Chimpu Ocllo, que también provenía de una familia de alta alcurnia pero de origen andino. Ella era parte de la nobleza incaica pues como dice el mismo Inca Garcilaso de la Vega “fue hija de Huallpa Tupac, hijo legítimo de Tupac Inca Yupanqui y de la Coya Mama Ocllo, su legítima mujer, y hermana de Huayna Capac, último rey natural que fue en aquel Imperio llamado Perú” (Garcilaso de la Vega, Inca, 1960: t. I, 238). No se trataba pues de cualquier mujer sino de alguien que pertenecía a la más alta nobleza inca pues descendía del cuarto hijo legítimo del inca (Miró Quesada, 1994: 23) que ocupó la posición más alta de todos sus congéneres y era el producto del matrimonio más legítimo que se podía concebir: aquel del Inca con su hermana de padre y madre. A esta mujer se le decía coya. La madre de Isabel era también noble aunque no de la mayor jerarquía. Ella era una palla lo que según el escalafón que describe Guaman Poma seguía en rango a la coya y a la ñusta y antecedía a las aui. A las primeras las traduce como “reina”, a las segundas como princesas, a las pallas como “señoras particulares” y a las aui como “picheras”, un término que tenía la connotación de tributarias (Guaman Poma, 1968: 181 y 253). Habiendo muerto el capitán Garcilaso de la Vega en 1559 y haber tenido, según una oración fúnebre recogida por su hijo, la edad de cincuenta y nueve años se supone que debió de nacer en 1500 aunque se desconoce el mes y el día. Entre 1530 y 1531 se especula su llegada al continente americano y al Perú en 1534 como parte de la expedición de Pedro de Alvarado. No llegó solo. Vino en compañía de su hermano Juan de Vargas y de sus primos Gómez de Luna y Gómez de Tordoya. Como casi todos los que acompañaron a Alvarado su destino final fue la ciudad del Cuzco. Quizá por proceder sus familias de la misma región en España la relación de este capitán con los Pizarro fue muy amistosa tanto que, aunque vacilante, apoyó a Gonzalo Pizarro durante su revuelta. Es cierto que antes de iniciarse la batalla de Xaquixahuana, en la cual fue derrotado este rebelde al rey de España, Garcilaso de la Vega fue uno de los primeros en pasarse al bando del pacificador La Gasca y que en otra ocasión prefirió escaparse para evitar apoyarlo en su rebeldía, sin embargo varios cronistas hicieron constar que fueron amigos y que incluso, durante la batalla de Huarina, llegó a socorrerlo con su caballo en un trance difícil. Esta acción le resultaría muy perjudicial tanto a Garcilaso padre como a su hijo pues la Corona española la esgrimiría para privarlo de ciertos derechos que les correspondían. Como fue el caso de muchos otros conquistadores, Garcilaso nunca llegó a legitimar su unión con la noble inca, sin embargo mantuvieron una convivencia por más de diez años que se interrumpiría con el matrimonio de este capitán con la española Luisa Martel de los Ríos en junio de 1549. De aquella convivencia nacería el célebre cronista quien recibiría el nombre de Gómez Suárez de Figueroa al igual que uno de sus antepasados. No sería sin embargo el único hijo del conquistador. En el testamento de este último se menciona a una Leonor de la Vega que habría permanecido en España pero de cuya madre no se tiene ninguna noticia. Otra hermana, también mestiza como él, fue Francisca de la Vega nacida de otra relación no legalizada que tuvo el capitán. Una vez más la pareja fue otra noble indígena y palla como Isabel Chimpu Ocllo. Su nombre fue María Pilcosisa. Otras dos medias hermanas que murieron muy jóvenes fueron Blanca de Sotomayor y Francisca de Mendoza, hijas legítimas del capitán con Luisa Martel de los Ríos. Y de la unión legítima de su madre Isabel con Juan del Pedroche, luego de que su primer conviviente se casara con doña Luisa, otras dos medias hermanas fueron procreadas. Una fue Luisa de Herrera casada con Pedro Márquez Galeote, y la otra, Ana Ruiz, que contrajo matrimonio con Martín de Bustinza. Durante los veintiún primeros años de su vida, es decir, desde que nació hasta que se marchó a España, la vida de Gómez Suárez de Figueroa transcurrió al lado de su padre. Se desconoce la casa donde nació, pero no debió de pasar mucho tiempo hasta ocupar la casa donde viviría hasta irse a España. Su ubicación es todavía notoria hoy en día pues en aquel mismo lugar existe un inmueble del Instituto Nacional de Cultura destinado a un museo y actos culturales que se le conoce como la casa del Inca Garcilaso de la Vega. Ella se encuentra al oeste de la ciudad del Cuzco en una esquina occidental de la plaza del Regosijo o “Cusipata”. Originalmente el terreno perteneció al soldado Pedro de Oñate, quien lo recibió en el reparto de solares que se hizo en 1534. Se trataba de un área periférica de la ciudad que tan sólo constaba de andenerías, sin embargo colindaba con un importante espacio del sector Chinchaysuyo que con la plaza de Haucaypata servía como escenario para los grandes rituales públicos de los Incas. Su nacimiento coincidió con una etapa de convulsión. Por un lado la resistencia inca en Vilcabamba iniciada por Manco Inca en 1534 y, por otro, las guerras civiles entre pizarristas y almagristas, en un primer momento, y luego entre pizarristas y la corona española. No siendo su padre un personaje secundario y teniendo compromisos con los Pizarro, no pudo sustraerse a participar de buena o mala gana en los conflictos. Ello lo llevó a tener ausencias prolongadas de su casa dejando al pequeño principalmente al lado de su madre. Esto se tradujo en una mayor interacción por el lado materno y por lo que hizo del quechua su lengua inicial. Él mismo dice que dominaba esta lengua por haberla mamado en la leche materna. Sin embargo, muy pronto el español ingresaría en su repertorio idiomático. Un amigo muy cercano de la familia, que al parecer llegó hasta compartir el mismo techo antes que se mudaran a la casa ubicada en la plaza del Regocijo, muy pronto se hizo cargo de la educación del pequeño. Su nombre era Juan de Alcobaza. Garcilaso se refiere a él como su ayo y como padre de Diego de Alcobaza, al que considera su hermano por haber nacido ambos en la misma casa. De las manos de este ayo luego pasaría a la de algunos preceptores en latinidad que como pago por sus enseñanzas recibían al mes de cada estudiante diez pesos equivalentes a doce ducados. Como él mismo refiere estos preceptores no duraban mucho siendo reemplazados por otros cuyas enseñanzas no guardaban correspondencia con las de sus predecesores. Según sus propias palabras esta situación los llevaba a andar “descarriados de un preceptor en otro sin aprovecharles ninguno hasta que el buen canónigo (Juan Cuéllar) los recogió debajo de su capa y les leyó latinidad casi dos años entre armas y caballos, entre sangre y fuego de las guerras que entonces hubo de los levantamientos de Sebastián de Castilla y de Francisco Hernández Girón” (Garcilaso de la Vega, 1960: t. II, 84). Dado que estos levantamientos ocurrieron entre 1552 y 1553, contaba a la sazón con trece o catorce años. Como se puede apreciar por la cita previa, Garcilaso debió de simpatizar mucho con este canónigo lo que no le impide reconocer que “tampoco dejó sus discípulos perfeccionados en latinidad, porque no pudo llevar el trabajo que pasaba en leer cuatro lecciones cada día y acudir a las horas de su coro” (Garcilaso de la Vega, 1960: t. II, 84). En 1549, cuando Garcilaso de la Vega debía de tener diez años, siguiendo los consejos de la Corona para que los vecinos solteros contrajesen matrimonio con damas de origen español, el padre se desposó con Luisa Martel de los Ríos hija del cordobés Gonzalo Martel de la Puente que hasta 1540 fue tesorero de Panamá (Miró Quesada, 1994: 71). Esta decisión debió de ser muy penosa para el hijo, pero al menos se le dio la oportunidad de seguir residiendo con su padre al cual serviría de escribiente de las cartas que redactaba. Darle una tarea de esta naturaleza sugiere que, ya por aquel entonces, debía de manejar muy bien el español tanto oral como escrito. Sin embargo, su vocación de escritor la descubriría muchos años más tarde cuando ya estaba cerca de los cincuenta. Quizá motivado por su padre que aspiraba a viajar a España cuando la muerte lo sorprendió en 1559, se embarcó para la Península por el mes de marzo de 1560. A la sazón contaba con veintiún años y con muchas ilusiones de poder ensanchar sus horizontes y lograr que se cumplieran en él ciertas reivindicaciones que anhelaba su padre. Además, sabía que podría contar con la protección de muchos familiares de su padre como efectivamente pudo constatar después. Según el historiador Raúl Porras Barrenechea, su estadía en España puede ser dividida en dos etapas. Una primera marcada por la trayectoria de su padre donde se entrega a las armas sirviendo al rey de España en algunos conflictos bélicos, entre los que destaca la guerra contra los moros de las Alpujarras, y a la crianza de caballos. También se trata de una etapa donde lucha tenazmente en las Cortes para alcanzar alguna retribución por los servicios que había prestado su padre. Desafortunadamente sus pretensiones se estrellan frente a un buen número de enemigos que sacarán a relucir evidencias sobre cierta colaboración que le había brindado al rebelde Gonzalo Pizarro en alguna de las guerras que libró contra la Corona española. De haber tenido éxito en sus reclamos hubiese alcanzado, sin lugar a dudas, una posición bastante holgada pero, a pesar de llorar un poco de miserias, no se puede decir que en España pasara penurias. La segunda etapa es una que se inicia estando en Montilla y que se caracteriza por su acercamiento a las letras. Debió de iniciarse en la década de 1580 cuando ya pasaba los cuarenta años. Se puede hacer esta deducción porque él mismo dice que acaba la traducción de los Dialoghi d’amore de León el Hebreo en 1586 cuando debía de tener unos cuarenta y siete años. El primer territorio que pisa al llegar a la Península Ibérica en 1561 es Portugal. Luego la embarcación que lo lleva recala en Sevilla, ciudad que lo impresiona por la gran prosperidad que vive, siendo que es el principal punto de enlace con las Indias. De esta ciudad se dirige a Badajoz donde aspira a conocer a varios miembros de la familia de su padre y entre ellos a una hija natural llamada Leonor de la Vega, de quien se desconoce el nombre de su madre. Desafortunadamente aquella hermana mayor al parecer había fallecido. Ignorándose que otras expectativas se le disiparon en su visita por Extremadura, al poco tiempo se dirige a Montilla, en las cercanías de Córdoba, para visitar a su tío Alonso de Vargas y Figueroa. Se supone que debió de ser en el mes de setiembre de 1561 cuando llega a la casa de este hermano mayor del capitán Garcilaso de la Vega. Una razón para interesarse por visitar a este tío es que por disposición testamentaria su padre lo había hecho depositario, junto con otro hermano llamado Gómez Suárez de Figueroa, de 4.000 pesos que debían ser usados para alimentarlo y atenderlo hasta cumplir la edad de veinticinco años (Miró Quesada, 1994: 91, 92). Para su tío Alonso y su esposa, Luisa Ponce de León hermana del padre del poeta Luis Góngora y Argote, posiblemente suplió la ausencia de los hijos que no tuvieron. Tal fue el cariño que le prodigaron que lo convirtieron en su principal heredero aparte de cobijarlo hasta sus últimos días. Es así que en este pueblo cordobés permaneció por treinta años hasta que decidió mudarse a la ciudad de Córdoba, cuando su afición por las letras ya había alcanzado cierta envergadura. No bien se asienta en Montilla a fines de 1561 que inicia su lucha legal para obtener las reivindicaciones a las que consideraba acreedor su padre. Como se ha mencionado, éstas naufragaron pero le sirvieron de acicate para seguir la huella del padre, sirviendo a la Corona en distintas batallas que le permitieron acceder al rango de capitán con que su padre fue honrado. Cada vez es más dominado por la sombra del progenitor al punto de abandonar su nombre original de Gómez Suárez de Figueroa y cambiárselo en 1563 primero por el de Gómez Suárez de la Vega y cinco días después por el de Garcilaso de la Vega (Miro Quesada, 1994: 109). Un poco más tarde incluso accederá al rango de capitán que ostentará su padre. Esto ocurre por 1570, cuando el rey Felipe II le da el encargo de comandar a trescientos infantes a propósito de su participación en la guerra de las Alpujarras, (Miró Quesada, 1994: 111). Su permanencia en España encierra pues dos etapas. Una primera durante su juventud en la cual, dominado por la imagen del padre, se entrega a la guerra y a la crianza de caballos, y otra, ya entrado en años, en que sucumbe a la pasión por las letras y deja aquella obra, mezcla de literatura e historia, que lo ha elevado a la inmortalidad. Es difícil decir cuándo se inicia esta última. José de la Riva Agüero dice que en su “primera mocedad fue afecto a los libros de caballerías; pero las amonestaciones que contra ellos trae Pedro Mejía en la Historia Imperial lo curaron completamente de tan frívola afición. Entre las lecturas de recreación y pasatiempo, hacía siempre gracia, en mérito de sus bellezas, a los grandes poetas y prosistas italianos, y muy en especial a Boyardo, el Ariosto y Bocaccio, cuyas obras repasaba con frecuencia; pero cada vez se inclinaba más a las disciplinas históricas y filosóficas. Perfeccionó su latinidad, deficientemente aprendida en el Cuzco, recibiendo ahora lecciones particulares del teólogo Pero Sánchez de Herrera, que era Maestro de Artes en Sevilla. Estudiaba los escritos de Nebrija y del Obispo de Mondoñedo, Fray Antonio de Guevara, de los historiadores clásicos de Roma y Toscana, sobre todo Plutarco, Julio César y Guicciardini; y también los del senés Piccolomini y del francés Bodin y las antiguas crónicas inéditas de los Reyes de Castilla que le franqueó un hermano del célebre Ambrosio de Morales” (Riva Agüero, 1962: 34). Poco a poco la pasión por las letras le iría ganando hasta decidirse a producir lo que vendría a ser su primera publicación. No era un hombre joven cuando se le despertó esta afición, pues la traducción del indio de los tres Dialoghi d’amore de León el Hebreo que se publica en 1590 la terminó en 1586. Raúl Porras Barrenechea cree que prefirió iniciarse en estos menesteres de escritor con una traducción y no con una obra redactada por él mismo debido a su timidez. Podría ser también por cautela, entrenamiento en el campo de las letras y quizá por contar con cierto sosiego económico. Pero ¿por qué iniciar su trayectoria intelectual con una obra en italiano del judío converso Judáh o Jehudah Abarbanel o Abarbanel de Nápoles apodado León el Hebreo? En realidad los diálogos son su primera publicación pero a través de la dedicatoria que dirige a Felipe II se ve que a la par de desarrollar este trabajo ya venía elaborando la Florida del Inca y tenía en ciernes su historia sobre el Perú. Pareciera como si en la década de 1580 su interés por la pluma se uniera a una renovada pasión por su pasado indígena y sus vivencias religiosas que marcarían el derrotero del resto de su vida. La etapa de la espada iba pues quedando atrás pero para entrar de lleno a la de la pluma quiso sumergirse en la traducción de una obra de corte neoplatónico que venía gozando de popularidad desde que fuera publicada en 1535 y que debió de resultarle muy estimulante para adentrarse en el campo de las letras a través de reflexiones filosóficas. Como el mismo Inca declara “cuando yo hube estos diálogos y los comencé a leer, por parecerme cosa tal como ellos dirán de sí, y por deleitarme más en la suavidad y dulzura de su filosofía y lindezas de que tratan, con irme deteniendo en su lección, di en traducirlos poco a poco para mí solo, escribiéndolos yo mismo a pedazos; así por lo que he dicho, como por ocuparme de mi ociosidad, que por beneficio no pequeño de la fortuna me faltan haciendas de campo y negocios de poblado, de que no le doy pocas gracias” (Garcilaso de la Vega, 1960: t. I, “Dedicatoria a Maximiliano de Austria”). Qué lo predispuso a entusiasmarse tanto con la obra de Abarbanel es difícil decir. Lo que sí se puede suponer es que para abordarla ya debía contar con una sólida preparación intelectual, un buen manejo del español y del italiano y una buena dosis de religiosidad. Las obras de algunos neoplatónicos como Marsilio Ficino y Pico della Mirandola, que Durand incluye entre sus lecturas (Durand, 1963: 18), ya debían de ser parte de su bagaje cultural así como la de otros autores. Sin embargo, anhelaba alcanzar una mayor maestría tanto en el manejo del lenguaje como en el de una filosofía que le ayudara a dar sentido a relatos que desarrollaría en el futuro. Ensimismado por el neoplatonismo y quizá por un renovado fervor religioso, no tardaría en descubrir que hacer una traducción de los diálogos de León el Hebreo podría darle el entrenamiento que buscaba. Qué mejor oportunidad para adentrarse en la grandes preocupaciones del cristianismo que reflexionar, junto con un pensador serio de gran talento literario, sobre el tema del amor y sobre la armonía del cosmos que, además, no eran tan distantes de aquella filosofía andina de sus ancestros indígenas tan amiga de la búsqueda de la unidad a partir de los opuestos complementarios. Como él mismo señala, este trabajo lo inicia para beneficio personal, pero tan alta sería la calidad que muy pronto algunos amigos intelectuales y religiosos que frecuentaba debieron aconsejarle que ameritaba ser publicado y por todo lo alto. Posiblemente él mismo debió de quedar sorprendido de sus habilidades tratándose particularmente de un mestizo peruano que no había logrado reivindicar los derechos de su padre. Esta vez serían sus propios méritos los que podrían llegar a encumbrarlo y, a través de él, a sus subyugados paisanos indígenas que hasta tiempos recientes habían motivado una discusión sobre su naturaleza infrahumana. De ahí que en el título que le otorga señale que se trata de una “traducción del Indio” y que en la autoría reivindique el nombre de Garcilaso de la Vega y su condición de Inca nacido en la ciudad del Cuzco. Reafirmado intelectualmente con este gran paso de proyección universal sus obras futuras se desenvolverán por el campo de la historia buscando un mayor acercamiento tanto al pasado de sus ancestros indígenas como al que estuvo estrechamente vinculado con su padre. Pareciera que a medida que envejecía su identificación con el Perú se iba acrecentando sintiéndose obligado a mostrar las bondades del legado incaico, la gesta heroica de la conquista y los beneficios recibidos por la evangelización. Paralelamente su religiosidad también crecía llegando a ordenarse como eclesiástico pero de un nivel menor que no lo autorizaba a decir misa. Se desconoce cuándo tuvo lugar su ordenación pero “una escritura fechada en Córdoba el 11 de agosto de 1597 aparece por primera vez como clérigo” (Miró Quesada, 1994: 162). Cuando en 1587 dedica los diálogos de León el Hebreo a Maximiliano de Austria le anuncia que ya tiene escrita más de la cuarta parte de la que será su próxima obra. Ésta es La Florida del Inca que versa sobre las hazañas de Hernando de Soto y un grupo de españoles en su intento por doblegar el agreste medio de esta región sur de lo que es hoy Estados Unidos de Norteamérica. En aquel mismo contexto le anuncia que le queda ir “a las Posadas, una de las aldeas de Córdoba, a escribirla de relación de un caballero que está allí, que se halló personalmente en todos los sucesos de aquella jornada” (Garcilaso de la Vega, 1960: t. I, “Dedicatoria a Maximiliano de Austria”). Hoy se sabe que el mencionado caballero era Gonzalo Silvestre nacido en Herrera de Alcántara a quien había conocido estando todavía en el Perú. La relación entre ambos debió de ser muy estrecha tanto que nombra al escritor como albacea de su testamento. En Las Posadas pudo pasar largas horas recogiendo con deleite el relato que le transmitía su amigo Silvestre. Sin lugar a dudas la presencia de este viejo conquistador en La Florida del Inca debió de ser dominante, aunque no deja de valerse de otros informantes para darle mayor veracidad a su narración. Dos de ellos mencionados en el proemio de su libro son Alonso de Carmona y Juan Coles. En el proemio menciona que el tiempo que le llevó escribir este libro fue de seis años. Si como se ha dicho anteriormente lo concluyó en 1589, debió de empezarlo hacia 1583, mientras seguía con la traducción de los Dialoghi d’amore. El ritmo que le otorgó a su elaboración tuvo que ser pausado pues, en 1587, declara que había avanzado hasta la cuarta parte. Si lo terminó en 1589, fue a partir de ese momento cuando debió de apurar el paso porque ya la salud de Gonzalo Silvestre parecía quebrantarse por las bubas y temía que la rica información que poseía se fuese con su muerte. Felizmente tomó esta previsión pues en 1592 el viejo conquistador dejó de existir agobiado por el mal que lo aquejaba. Con La Florida del Inca Garcilaso inicia su incursión por temas históricos aunque esgrimiendo un estilo narrativo que lo lleva a lindar con la literatura. Muchos estudiosos han visto en esta obra aquel tono épico que la hace comparable con La Araucana de Alonso de Ercilla. Una vez más pareciera que a lo largo de sus páginas el autor buscase entrenarse para abordar aquel acariciado sueño de escribir la historia de aquella gran sociedad a la que perteneció su madre y la que se inaugura en tierras peruanas con el ingreso de los europeos. Nunca visitó la Florida de modo que todo lo que cuenta se deriva de sus informantes y de cierto conocimiento geográfico que le permite recrear los escenarios con bastante fundamento, aunque no exento de una buena dosis de imaginación. Así la tentación literaria la pone al servicio de realzar la osadía del adelantado Hernando de Soto y su hueste aventurera que, tratando de emular la gesta de Cortés o de Pizarro, intentan doblegar un medio que contra lo previsto se les presenta descomunalmente hostil. Tales son los retos que tienen que enfrentar que el mismo líder sucumbe en aquel intento que para Garcilaso buscaba fundamentalmente servir a la causa de la evangelización y grandeza de la monarquía española. Después de darle una segunda redacción en 1592 y una tercera un poco más tarde y remover una genealogía encabezada por su antepasado Garci Pérez de Vargas, que quedaría inédita hasta tiempos recientes, a principios de 1605 vio la luz la saga de Hernando de Soto en la imprenta de Pedro Crasbeek en Lisboa. El título con que figura es La Florida del Ynca. Historia del Adelantado Hernando de Soto, Gouernador y capitan general del Reyno de la Florida, y de otros heroicos caualleros Españoles e Indios; escrita por el Ynca Garcilaso de la Vega capitan de Su Magestad, natural de la gran Ciudad del Cozco, cabeça de los Reynos y prouincias del Peru. En Lisbona [...] Impreso por Pedro Crasbeek... Cuando se publica esta obra ya hacía quince años que se había mudado a Córdoba, ciudad donde terminaría de escribir el resto de las historias que venía planificando y pasaría los últimos años de su vida. En 1591 vendió su casa en Montilla y acto seguido se mudó al barrio de Santa María en Córdoba. No están claras las razones para este cambio, pero quizás estuvo motivado por la necesidad de estar menos aislado para facilitar la publicación de sus obras. Posiblemente antes de abandonar Montilla ya había nacido Diego de Vargas, el hijo natural que tendría con su criada Beatriz de Vega. Publicar obras sobre América requería en España infinidad de autorizaciones que hacían el proceso largo y tedioso. De ahí que Garcilaso tardase tanto en publicar La Florida y optase finalmente por hacerlo en Portugal, donde los trámites no eran tan engorrosos. No estando dispuesto a que su siguiente obra, Comentarios Reales, esperase tanto, le hace seguir el mismo curso que su predecesora apareciendo tan sólo tres años después. El año de 1609 fue, pues, el de la materialización de aquel viejo sueño del historiador mestizo de poder dar a conocer la cultura de sus ancestros maternos. Desde que lo anuncia por primera vez en la dedicatoria a Felipe II en los diálogos de León el Hebreo habían transcurrido veintitrés años. Sin embargo, desde años antes ya venía madurando la idea. Como lo nota Aurelio Miró Quesada ya aparece insinuada en las notas marginales que escribe en el ejemplar que poseía de la Historia General de las Indias de Gómara (Miró Quesada, 1994: 218). Tanta acogida alcanzó que desde antes de ser publicada ya aparece citada en las obras de algunos estudiosos como los padres jesuitas Juan de Pineda, José de Acosta y Francisco de Castro. Como el mismo autor se jacta su ventaja frente a otros que escribieron sobre los Incas es que se trataba de un descendiente de esta etnia que conservaba el idioma que hablaban como su lengua materna. Sin lugar a dudas esto realzaba su autenticidad, que sumado a su magnífico estilo castizo y el sesgo utópico que confiere a su relato ha hecho que La Primera parte de los Comentarios Reales de los Incas alcance una gran difusión llegando a estimular rebeliones como la de Túpac Amaru y motivando aquellos calificativos de “socialista” dado al Imperio de los Incas en tiempos recientes. Al igual que La Florida del Inca, esta obra del Inca Garcilaso es historia pero también literatura. Además es la ejemplificación de una utopía, pues la sociedad que emerge de sus páginas es un mundo feliz donde no había pobreza, donde todo se compartía y donde la religión de los Incas es representada como una antesala adecuada para el advenimiento del cristianismo. Habiendo tratado sobre el pasado de su vertiente materna no podía dejar de lado aquel que completó su herencia cultural e hizo de él un mestizo representativo de aquello que él mismo veía como una fusión de sangre y de la más auténtica peruanidad. Es así que la Segunda parte de los Comentarios Reales o La Historia General del Perú trata sobre el Descubrimiento, la Conquista, las Guerras Civiles hasta la llegada del virrey Francisco de Toledo en 1569. Esta obra no la llegó a ver publicada pues el Inca falleció el 23 o 24 de abril de 1616 y recién quedó terminada en 1617 en los talleres gráficos de la viuda de Andrés de Barrera con cuyo yerno, Francisco Romero, Garcilaso pactó la publicación que debía de tener una tirada de mil quinientos ejemplares. Una vez más la preparación de esta historia le llevó un buen tiempo, calculándose que ya la estaba trabajando por 1603 y 1604 y que la terminó en 1612. Después de recibir la última autorización necesaria en enero de 1614 concertó su impresión en octubre de aquel año (Miró Quesada, 1994: 300 y 301) y sólo tres años más tarde vería la luz. A la muerte del Inca Garcilaso su cuerpo fue enterrado en una capilla de la Catedral de Córdoba que había adquirido cuatro años antes. Hoy sus restos siguen descansando en el mismo sitio habiendo quedado su tumba bajo el cuidado del gobierno peruano. Obras de ~: L. Hebreo, Dialoghi d’amore, trad. de ~, Madrid, Pedro Madrigal, 1590; Genealogía de Garci Pérez de Vargas, 1596 (ms.); La Florida del Ynca: historia del adelantado Hernando de Soto, Gouernador y capitan general del Reyno de la Florida, y de otros heroicos caualleros españoles è indios, Lisboa, impresso por Pedro Crasbeeck, 1605; Primera parte de los Commentarios reales que tratan del origen de los Yncas, Reyes que fueron del Peru [...] y de todo lo que fue aquel Imperio y su Republica, antes que los Españoles passaran a él, Lisboa, Officina de Pedro Crasbeeck, 1609; Historia general del Perú: trata el descubrimiento del y como lo ganaron los españoles [...], Córdoba, viuda de Andres de Barrera, 1616; C. Sáenz de Santa María y P. Sarmiento de Gamboa (eds.), Obras completas del Inca Garcilaso, Madrid, Ediciones Atlas, Madrid, 1960 (col. Biblioteca de Autores Españoles, vols. 132-135). Bibl.: J. de la Riva-Agüero, Del Inca Garcilaso a Eguren, en Obras Completas, t. II, Lima, PUCP, 1962; J. Durand, “Garcilaso entre el mundo incaico y las ideas renacentistas”, en Diógenes (París), n.º 43 (1963); F. Guaman Poma de Ayala, El Primer Nueva Coronica y Buen Gobierno, París, Institut d’Ethnologie, 1968; R. Porras Barrenechea, Los Cronistas del Perú, Lima, Biblioteca Peruana, 1986; A. Miró Quesada, El Inca Garcilaso, Lima, Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 1994. |
Literatura Quechua. |
El quechua, quichua o runa simi es una familia de idiomas originarios de los Andes peruanos que se extiende por la zona occidental de América del Sur a través de siete países. Para el año 2004 la cantidad de hablantes de lenguas quechuas se estimaba entre ocho y diez millones en toda Sudamérica. Según datos estadísticos del censo de 2017, la población de quechuahablantes en el Perú aumentó de 3 360 331 hablantes en 2007 a 3 799 780 hablantes en 2017. Esta familia lingüística se habría originado en un territorio que correspondería con la región central y occidental de lo que actualmente es Perú. En el siglo v, se separaron dos ramas de la familia; el quechua I hacia el norte y el quechua II hacia el sur. Hacia el siglo xv, la llamada lengua general se convirtió en una importante lengua vehicular y oficial por el Estado incaico. Esta variante fue la lengua más importante empleada para la catequesis de los indígenas durante la administración española. En el siglo xx, el castellano sobrepasó al quechua como lengua mayoritaria en el Perú. El quechua sureño, descendiente de la lengua general colonial, es la lengua quechua más extendida, seguido del quichua norteño (de Ecuador, Colombia y Loreto) y del quechua ancashino. En la década de 1960, estudios dialectológicos determinaron la existencia de lenguas separadas dentro del quechua. Las lenguas quechuas tienen una morfología aglutinante, con raíces regulares y repertorios amplios de sufijos productivos, que permiten formar palabras nuevas de forma regular. Entre sus rasgos gramaticales, se distinguen la fuente de la información o evidencialidad, varios casos nominales, un nosotros inclusivo y otro excluyente, el beneficio o la actitud del hablante al respecto de una acción, y opcionalmente el tópico. Los verbos transitivos concuerdan con el sujeto y el objeto. Expresan predicaciones nominales yuxtaponiendo el sujeto y el atributo. A diferencia del español, el quechua funciona sin artículos o conjunciones[cita requerida] y sin distinguir géneros gramaticales. Hay expresiones como: Urqu mischi (gato macho); china mischi (gato hembra); china mulli (molle hembra); urqu mulli (molle macho). Urqun qucha (laguna macho); chinan qucha (laguna hembra): para distinguir funcionalidades duales; no hay categoría similar a la de la gramática de las lenguas romances. Se antepone 'urqu', 'china' al nombre de animal o planta o accidente geográfico para indicar el género masculino o femenino que le corresponda. A pesar de que varias de estas características son mayormente conservadas, ciertas lenguas han perdido algunas de ellas en el transcurso del tiempo. Literatura quechua. La literatura quechua nombra a la manifestación literaria que se desarrolló en quechua, desde el Incanato hasta la actualidad. El quechua o runa simi (lengua de la gente) ha servido para los textos, generalmente en versión oral, y luego de la conquista española, en forma escrita. Tradición oral prehispánica La literatura quechua conoció un alto desarrollo en tiempos prehispánicos con numerosas formas líricas, épicas, narrativas y dramáticas o casi dramáticas. Se trata de un conjunto que no nos ha dejado textos escritos, pues solo lo ha hecho a través de la información y compilación realizada por algunos cronistas, predicadores y funcionarios coloniales. Fue por lo tanto, transmitida oralmente. Estas manifestaciones formaban parte del quehacer cotidiano: funerales, fiestas, nupcias, peleas, guerras, entre otros. Estaban enmarcadas en una ritualización expresada a través del arte. Literatura quechua en la época de los virreinatos españoles Los primeros autores que usaron el quechua, por lo menos parcialmente, y fijaron las tradiciones orales en sus obras escritas, sobre todo en traducción castellana, fueron Felipe Guamán Poma de Ayala y el Inca Garcilaso de la Vega. Para escribir el quechua se usaron modificaciones del alfabeto español. Casi todos los textos quechuas de esta época fueron religiosos, entre ellos la Doctrina cristiana en castellano, quechua, aymara y puquina, el primer libro impreso en el Perú en 1584. Una excepción fue el manuscrito de Huarochirí escrito por encargo del obispo Francisco de Ávila para luchar contra la idolatría y el paganismo, que contiene mitos recopilados en la provincia de Huarochirí. En la Colonia fueron también escritos los dramas anónimos Apu Ollantay, la Tragedia del fin de Atahualpa y una elaboración dramática del Hijo pródigo, que fueron representados en el teatro del Cusco a inicios del siglo XVIII. Un poeta importante que luchó por la independencia y cayó en el combate contra los españoles fue Juan Wallparrimachi de Potosí, que pese a ser bilingüe escribió solamente en quechua. Drama quechua del siglo XX de la familia villarreal. A principios del siglo XX, casi ningún quechuahablante podía leer o escribir. Había sólo muy pocos autores en lengua quechua, y el drama fue su modo de expresión principal. Los más importantes entre ellos fueron en el Cusco Nicanor Jara (Sumaqt'ika, "Flor hermosa", 1899), el cura Nemesio Zúñiga Cazorla (Qurich'uspi, "Mosca dorada" [se trata del nombre de un protagonista], 1915 y T'ikahina, "Como una flor", 1920), José Félix Silva Ayala (Yawarwaqaq, 1919) y Luis Ochoa Guevara (Manco II, 1921). Mientras que la mayoría de estos dramas fueron ambientados en el Imperio incaico, el autor puneño Inocencio Mamani rompió con esta tradición: Los protagonistas de sus dramas Sapan Churi (1926) y Tukuypaq munasqan (1927) son personas del mundo contemporáneo, y las obras fueron escritas en quechua puneño moderno. Entre los autores del drama quechua an Ayacucho de los años 1920 y 1950 fueron José Salvador Cavero León (Yana puyup intuykusqan, "Rodeado de nubes oscuras", 1938; Rasuwillkap wawankuna, "Hijos de Rasuhuillca", 1945; Wakchapa muchuynin, "El sufrimiento de los pobres", 1955), Moisés Cavero Cazo (Qisanpi sapan urpikuna, "Palomas solitarias en su nido", 1910; Kaypi wayta, wakpi kichka, "Aquí la flor, allá la espina", 1939) y Olinda Chávez Callirgos (Gobernadorpa justician, "La justicia del gobernador", 1941), en Huanta el dramaturgo Artemio Huillca Galindo (Puka Walicha, "Valeriana roja", 1950). Poesía quechua desde la independencia. A fines del siglo XIX, Luis Cordero Crespo, luego presidente de Ecuador, escribió poemas en quichua y un diccionario quichua-castellano-quichua. En el Perú, el poeta Andrés Alencastre Gutiérrez (1909-1984), más conocido como Killku Warak'a, publicó su colección Taki parwa en 1952. José María Arguedas, que también recopiló muchas canciones y muchos cuentos quechuas, parcialmente junto con Jorge A. Lira, y escribió (en castellano) sobre el mundo indígena, tradujo el manuscrito de Huarochirí del quechua al castellano en 1966. Publicó también unos textos en quechua como Pongoq Mosqoynin en 1965.Jesús Lara (Bolivia) recopiló poesías, cuentos, leyendas y mitos como "Kuniraya Wiraqocha y Kawillaka" en su libro La Literatura de los Quechuas. La poesía quechua cuenta con dos importantes referentes en Ranulfo Fuentes Rojas y Víctor Tenorio García, ambos destacados docentes de la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga y promotores de actividades literarias en Ayacucho, con especial énfasis en la poesía y narrativa en quechua, idioma que hablan cinco millones de peruanos, como nos lo recuerda la breve introducción de este nuevo volumen de la colección Biblioteca de Cultura Quechua Contemporánea. Ranulfo Fuentes (Ayacucho, 1940) ha reunido en Llaqtaypa harawin (Poesía de mi pueblo) diversas odas acerca de los entrañables vínculos entre el hombre y la naturaleza, así como las tribulaciones y alegrías del habitante de los Andes. Autor de diversos cancioneros, Fuentes utiliza la forma típica del cuarteto para ensalzar al telúrico río, la majestad del cóndor o la ternura de la flor silvestre. El poeta homenajea las labores del campo y el amor como manifestaciones de la unión y solidaridad que deben existir entre los seres frente a la adversidad. Víctor Tenorio (Huamanga, Ayacucho, 1941) practica la poesía visual, lo cual en cierto modo rompe en el plano formal con un estándar, al disponer los vocablos quechuas con evidente afán lúdico. Autor de diversos poemarios y libros de cuentos, así como estudioso de la tradición oral, su poesía se distingue por la conversión del impulso creativo y caótico en palabra concreta que renombra al mundo. Musquykunapa qillqan (Escritura de los sueños) se divide en dos partes: Musqusqa harawikuna (Poemas soñados) y Sunqupa harawinkuna (Poemas del corazón). Conciencia de la existencia, el erotismo y la valoración de las costumbres populares constituyen los principales ejes de la poética de Tenorio. Podemos considerar este volumen como un valioso aporte al conocimiento de la poesía quechua reciente y como una muestra más por superar aquel prejuicio sobre la poesía andina, cuyo estudio se detiene sólo en la era prehispánica o la Colonia. Gracias a la obra de importantes investigaciones, no sólo desde el punto de vista antropológico, sino también a partir de la posición de los estudios literarios, la poesía escrita se convierte en el rostro viviente de la cultura, a pesar de las trabas ideológicas que impiden su mayor circulación. Frente a la carencia de ediciones críticas que nos ayuden a situar la actualidad de la poesía escrita en quechua, el esfuerzo editorial de la Universidad Nacional Federico Villarreal, que ha institucionalizado un premio nacional para este género, es una buena noticia. Actualmente, pudiera citarse el elenco de los poetas en quechua más activos, conformado por Gloria Cáceres Vargas (*1947) de Ayacucho (Riqsinakusun, Munakuwaptiykiqa, Yuyaypa k'anchaynin), Dida Aguirre García (*1953) de Huancavelica (Jarawi, Qaparikuy), Hugo Carrillo Cavero (*1956) de Apurímac (Yaku-unupa yuyaynin), Odi Gonzales (*1962) del Cusco (Umantuu, Upa), José Antonio Sulca Effio (*1938) de Ayacucho, Fidel Almirón Quispesivana (*1979) del Cusco y Ch'aska Anka Ninawaman (*1973), una autora de Yauri (Provincia de Espinar, Cusco) con su colección Ch'askaschay (Poesía en quechua, 2004),2 y en Ecuador el poeta Ariruma Kowii (*1961) de Otavalo y Yana Lucila Lema Otavalo (*1974) de Peguche. La periodista tambobambina, Alida Castañeda Guerra (*1948), publicó unos de sus poemas en castellano y quechua bajo la impresión de las crueldades del conflicto armado interno en el Perú. Uno de los poetas quechuas más jóvenes es Percy Borda Huyhua (*1994), que habla quechua y machiguenga y ha publicado poemas en ambas lenguas. Aún más joven es Edwin Lucero Rinza (*1995) de Inkawasi, primer autor de un poemario publicado en quechua lambayecano. Textos quechuas en prosa Textos más extensos en prosas existen sólo desde mediados del siglo XX. Jorge A. Lira utilizó los cuentos recopilados en el valle del Vilcanota en su obra propia publicada en 1975, Isicha Puytu y cuentos del alto Urubamba de 1990. Otros cuentos recopilados y trabajados son Unay pachas de Nonato Rufino Chuquimamani Valer de Puno, Pirumanta qillqasqa willakuykuna de Carmelón Berrocal de Ayacucho y Unay willakuykuna (1992) de Crescencio Ramos de Huancavelica. El catedrático de quechua en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima, Teodoro Meneses Morales, publicó una colección de tres cuentos cortos de Huanta en 1954. Una autobiografía de los campesinos Gregorio Condori Mamani y Asunta Quispe Huamán, que vivieron en una hacienda en el Cusco, fue recopilada por Ricardo Valderrama Fernández y Carmen Escalante Gutiérrez en 1982. Obras originales en prosa fueron publicadas sólo en los últimos tres decenios. José Oregón Morales (*1949) de la provincia de Tayacaja (Huancavelica) publicó ocho cuentos cortos bajo el título Loro qulluchi (Exterminio de loros) en 1994. En dos historias cuenta de su infancia en un pueblito de los Andes, mientras que las otras son basadas en cuentos tradicionales. Porfirio Meneses Lazón (1915-2009) de Huanta, que también tradujo las colección Los heraldos negros de César Vallejo (Yana kachapurikuna), publicó en su libro Achikyay willaykuna (Cuentos del amanecer) seis cuentos cortos cuyos contenidos son problemas actuales de su región y en los cuales desarrolló su propio estilo literario. Macedonio Villafán Broncano del Callejón de Huaylas es el primer autor que escribió en quechua ancashino. Junto con Perfirio Meneses recibió el Premio de cuento del Concurso Nacional de Literatura Quechua por su cuento en 22 páginas, Apu Kolkijirka. En este relato, el narrador es el "Cerro de Plata" (Kolkijirka) que cuenta la historia del pueblito Cutacancha. La escritora boliviana Gladys Camacho Ríos de Anzaldo publicó en 2013 su novela Phuyup Yawar Waqaynin sobre la vide de su abuelo. En 2019 aparecieron cuentos del zorro, que había recopilado en la comunidad de Uma Piwra, bajo el título Kumpa atuqmariqa. En 2016 el escritor Pablo Landeo Muñoz de Huancavelica (nacido en 1959) publicó Aqupampa, la primera novela quechua sin traducción al castellano, que trata de la migración a la ciudad en el contexto de la violencia del Sendero Luminoso. Poesía en quechua de Áncash En el poemario «Rumi shanka» de Elmer Félix Neyra Valverde aparecen algunos poemas en quechua. En 2011, dicho autor publicó poemas en quechua, «Qanchisqocha», presentado en el encuentro de Aucallama, provincia de Huaral, en noviembre del mismo año. En el encuentro de Cátac en 2018 presentó el poemario escrito en quechua «Intipa Waytankuna». Violeta Ardiles ha publicado, en 2017, el poemario bilingüe en quechua y castellano «Nuqanntsikpam» con la editorial Killa. Características de la literatura quechua. - Anónima - oral: No existía autor definido. La literatura era mantenida por la tradición oral, pues no existía la escritura fonética. - Agrarista colectiva: La base económica del Imperio Incaico fue la agricultura. Por ello las actividades derivadas de la agricultura y la ganadería constituían la fuente de inspiración para las composiciones. -Musicalidad y danza: Durante las ceremonias, la coreografía era variada; ella era acompañada por la flauta, la quena, el pinkullo,la tinya, el huancar y los pututos. - Panteísmo-cosmogónico religioso: El congénito panteísmo del indio se adhiere con tal fuerza a la tierra sobre la cual se mueve, que hace imposible separarlos. - Espíritu animista: En todos los géneros los incas dotaban de cualidades humanas a la naturaleza. - Clasista: Tenemos dos tendencias: Literatura cortesana La enseñanza de todas las manifestaciones literarias se daba en el yachayhuasi o yachay wasi y estaba a cargo de los amautas, maestros encargados de transmitir la cultura oficial del Imperio a las élites gobernantes. Destacan los cantares épicos, composiciones sobre los dioses, los orígenes de los incas y las gestas de cada Inca. Nos han llegado varias versiones sobre los ciclos míticos de Wiracocha y los hermanos Ayar, así como de la hazañas y conquistas de algunos incas como la leyenda de los pururaucas, el rapto de Yahuar Huaca, la cobardía de Urco, etc. Literatura popular Era transmitida por el haravicu, expresaba el sentimiento de los pueblos. Las formas líricas venían con acompañamiento musical, incluso vinculadas con la danza; el vocablo taki significa a la vez canto, música y baile. Podemos mencionar al arawi o harawi (cualquier género de canción, aunque después se convirtió en un canto amoroso), el haylli (similar al himno europeo), el wawaki (canto dialogado), el wayñu o huayno (fusión de danza, música y poesía), la qhashua (baile alegre y festivo), el ayataqui (canto fúnebre), el huaccataqui (canto ritual a las huacas), el aymoray (canto de súplica para obtener buenas cosechas), el wanka (no se tiene concepto exacto pero se dice que es similar a la elegía europea) y saura taqui (canción de burla o mofa). |
El judaísmo tiene dos grupos étnicos mayoritarios, el formado por los asquenazíes, procedente de Europa central y oriental, y los sefardíes, que son los que hunden sus raíces en la Península Ibérica. A estos últimos los caracterizan el ladino, el castellano medieval que han transmitido de generación en generación durante más de medio milenio, y algunas prácticas especiales en el rito y en el rezo. Los sefardíes o sefarditas, también conocidos como sefaradíes o sefaraditas (en hebreo: ספרדים, Sefaradim, literalmente ‘los de Sefarad’), son, en la acepción más amplia del término, aquella parte del pueblo judío que vivió en la península ibérica hasta su expulsión por los Reyes Católicos de las coronas de Castilla y de Aragón (1492) y sus posteriores expulsiones de Portugal (1496) y de Navarra (1497); y, sobre todo, los descendientes de estos, quienes, a pesar de no vivir en territorio ibérico, han permanecido ligados a la cultura hispánica. Otra interpretación del vocablo lo circunscribe a los descendientes de los judíos expulsados de España y Portugal, cuya gran mayoría pertenece a comunidades fuera de la península ibérica —en su mayor parte residente en Israel, y con destacada presencia en algunos países de América y Europa—, como los que viven en la actualidad en España y Portugal, siempre que sean descendientes de judíos ibéricos originarios de estos territorios (es decir, no incluye judíos de origen distinto o sus descendientes nacidos en la estos países). También se incluye en esta definición los conversos que nunca se marcharon de la península, muchos de los cuales han ido redescubriendo sus raíces judías a los largo de las últimas décadas. Si bien, según esta acepción, los propios judíos españoles anteriores a 1492 no forman parte de la definición, que corresponde, más allá de términos geográficos, a las culturas e idioma desarrollados posteriormente a las expulsiones, dando lugar a una de las dos principales tradiciones judías de la actualidad (junto a los asquenazíes). Es precisamente esta tradición que da pie la tercera acepción del término, más religiosa que étnica o geopolítica, que acoge a todos los judíos cuya práctica religiosa se atiene al rito sefardí. En este caso se incluyen también los mizrajíes, quienes en su gran mayoría habían adoptado el rito sefardí durante sus contactos con judeoespañoles del Imperio otomano en tiempos de su mayor expansión (que incluía partes de Oriente Próximo, desde El Cairo a Bagdad, y más allá). En la actualidad, muchos mizrajíes de Israel se consideran por tanto «sefarditas». Música sefardita. La música sefardí o sefardita nace de los judíos españoles instalados en Castilla y Aragón que adaptan canciones populares castellanas hasta su expulsión en tiempos de los Reyes Católicos, siendo una fusión de la música árabe y la cristiana. Árabe en el ritmo y los instrumentos y cristiana por el idioma en que se cantaban, que era el castellano. La temática más corriente de las canciones sefardíes es la amorosa, aunque también destacan las canciones de cuna y las de boda. Por lo tanto, cuando se habla de música sefardí como tal no se puede hablar de un género nuevo, sino de una adaptación a su medida de unas melodías ya existentes que hicieron los judíos llegados a España, pero que ganaron con la llegada de los sefardíes en riqueza rítmica e instrumental. Los sefardíes, al ser expulsados de España, llevaron su música y tradiciones a Turquía, Grecia y Bulgaria, países donde se establecieron principalmente. Han sabido mantener las canciones en castellano que heredaron de sus antepasados ibéricos pese al paso de los siglos y añadir palabras propias de cada idioma autóctono. Con la música sefardí que se sigue practicando en el Mediterráneo oriental en la actualidad podemos hacernos una idea de cómo sonaba esta música en la Edad Media. LA LITERATURA SEFARDÍ. La literatura sefardí ha ido evolucionando desde la Expulsión hasta la actualidad, al ritmo del devenir histórico de las comunidades sefarditas. Los siglos XVI y XVII 1.1. La producción literaria de los sefardíes occidentales. Las primeras producciones literarias de los sefardíes occidentales (es decir, de los asentados en países del occidente europeo) pueden clasificarse en varios grupos: Por un lado, una serie de obras (poéticas, narrativas o teatrales) conforme a los usos y gustos literarios de la época, y que en muy poco se diferencian (ni en el estilo ni en la lengua en que están escritas) de la literatura renacentista o barroca que se cultiva por las mismas fechas en la Península Ibérica. Por otro, una serie de obras de contenido específicamente judío, escritas en castellano, portugués o hebreo, y encaminadas a la práctica religiosa: oracionales y libros de liturgia (en los que muchas veces, junto al texto hebreo, se imprime una traducción literal en lengua romance), tratados de moral o de mística (cuyo cultivo alcanzó altas cotas entre los expulsos durante el siglo XVI) y una traducción de la Biblia (la Biblia de Ferrara, impresa por un grupo de criptojudíos hispanoportugueses en esta ciudad italiana en 1553, que se reeditará varias veces en las prensas de Amsterdam a lo largo del siglo XVII). Algunas de estas obras –como la misma Biblia de Ferrara— se concibieron como material para la formación de los conversos de segunda o tercera generación, ya muy alejados de los conocimientos y prácticas del judaísmo y desconocedores de la lengua hebrea, que precisaban de esos instrumentos para ilustrarse sobre la religión de sus mayores, a la que volvían desde su estatus de cristianos nuevos. 1.2. La literatura de los sefardíes de Oriente y de Marruecos en los siglos XVI y XVII. De la producción literaria en lengua romance de los sefardíes de Oriente en el siglo XVI nos han llegado muy pocas muestras: varias obras de Moshé Almosnino, rabino de Salónica autor, entre otras obras, de una Crónica de los reyes otomanos; el Diálogo del colorado, una obra médica de Daniel de Ávila Gallego; la Obligación de los corazones, de Bahia ibn Pakuda; y algunas obras anónimas, como Fuente Clara. Prácticamente nada sabemos de qué literatura escribían o consumían los sefardíes norteafricanos por la misma época,ya que no se han conservado impresos ni manuscritos marroquíes de los siglos XVI ni XVII en lengua romance, aunque es más que probable que les llegasen impresos de sus correligonarios de los Países Bajos, de Italia e incluso de Salónica. El siglo XVII es un profundo silencio en la literatura sefardí oriental y norteafricana: no conocemos ni una sola obra producida en lengua romance por sefardíes en el siglo XVII. Sin duda debió haber una continuidad entre la producción literaria de los judíos expulsos de la península y la eclosión de la literatura sefardí que se produce en el siglo XVIII, pero lo cierto es que no nos ha quedado ni un resto de ello. Semejante anomalía se ha querido explicar por la profunda crisis espiritual y cultural que en el mundo judío en general –y en el sefardí en particular—produce el fracaso del movimiento promovido por Sabetay Çeví, un sefardí de Esmirna que se proclamó mesías en 1665, consiguió gran número de seguidores y el apoyo de varios notables sefarditas, y acabó convirtiéndose al islamismo en 1666, ante las presiones del sultán otomano Mehmed IV. El fracaso sabetaico produjo una regresión cultural en el ámbito sefardita, con una orientación más elitista de la enseñanza del hebreo y de los conocimientos propios del judaísmo –en parte, el éxito popular del falso mesías fue achacado a la excesiva afición del vulgo mal formado por los conocimientos místicos y esotéricos— y no sabemos si incluso la retirada de la circulación de libros y manuscritos susceptibles de haber abonado el éxito del movimiento mesiánico. 2. La eclosión de la literatura en judeoespañol en el siglo XVIII Paradójicamente, esta situación pudo propiciar el florecimiento de la literatura sefardí en judeoespañol desde la tercera década del siglo XVIII. Ese florecimiento parece provenir de la iniciativa calculada de una élite de intelectuales del entorno de Estambul, con formación rabínica (y, por consiguiente, con un buen conocimiento del hebreo, que les permitía el acceso a las fuentes literarias judías), que emprenden una auténtica labor divulgadora entre sus correligionarios de las clases menos ilustradas. Como, a esas alturas, la mayor parte de los sefardíes –con la excepción de unos pocos hombres cultos que conformaban las élites rabínicas-- desconocían la lengua hebrea, la nueva literatura sefardí hubo de expresarse en la lengua común a todos: un romance derivado del castellano de finales del siglo XV, al que –aparte de la evolución interna esperable en una lengua a lo largo de más de más de dos siglos-- habían venido a incorporarse numerosos préstamos léxicos y morfosintácticos de otras lenguas románicas (el portugués, el catalán, el italiano), del hebreo y de lenguas en contacto (como el turco o el griego). La existencia de imprenta hebrea en el imperio otomano propició que esa literatura encontrase posibilidades de transmitirse no sólo a través de manuscritos y oralmente, sino muy especialmente en impresos aljamiados es decir, escritos en lengua romance pero con caracteres hebreos--, que salían de las prensas de Estambul, Salónica, Esmirna, Jerusalén y otras ciudades del imperio; desde las prensas sefardíes de Liorna y otras ciudades se exportaron además libros aljamiados a las comunidades norteafricanas. La literatura que en ese entorno nace se orienta, muy reveladoramente, a la práctica religiosa, sobre todo a la lectura y al canto en el ámbito doméstico (la práctica religiosa doméstica y familiar es muy importante en el judaísmo), tanto con motivo de la celebración del sabat como en las festividades del ciclo litúrgico anual o en las del ciclo vital. Así: Se publica una nueva traducción de la Biblia (la de Abraham Asá), que viene a sustituir a la de Ferrara, cuya lengua era al parecer sentida como demasiado arcaizante y lejana por los sefardíes del siglo XVIII; Se realiza el ambicioso proyecto de un comentario bíblico en judeoespañol (el Me`am lo`ez, iniciado por el rabino Ya`acob ben Meir Julí y continuado por varios de sus seguidores), que se convirtió en una pieza clave de la cultura sefardita hasta el mismo siglo XX, ya que era costumbre leerlo por fragmentos en voz alta en las veladas domésticas del sabat y las fiestas. Y, sobre todo, se revitaliza un género poético, de poesía estrófica destinada al canto, que según todos los indicios había existido ya entre los judíos medievales en la Península y que ahora vive un auténtico resurgimiento bajo el título genérico de coplas. Las coplas sefardíes, muchas de ellas compuestas para ser cantadas en familia con motivo de celebraciones religiosas, e inspiradas con frecuencia en historias de la Biblia o en la comentarística rabínica, constituyen seguramente la aportación más característica de la poesía sefardí desde el siglo XVIII hasta el XX; porque el género, sentido como patrimonial por los propios sefardíes, seguirá vivo, con nuevas aportaciones (cada vez más profanas) a lo largo del siglo XIX y parte del XX. 3. Desde mediados del siglo XIX hasta la actualidad A partir de mediados del siglo XIX, es la secularización o laicización de la vida lo que marca la evolución de la literatura sefardí. No es que no sigan cultivándose los géneros patrimoniales, de raíz y funcionalidad religiosa; todo lo contrario: en el siglo XIX se reimprimen obras religiosas anteriores y se producen traducciones al judeoespañol de libros hebreos de contenido religioso. Pero ahora –bajo la influencia de una serie de cambios socioculturales, políticos y educativos—entra con fuerza la literatura profana. El mismo género de las coplas acoge, bajo las mismas formas métricas y procedimientos retóricos, muchos temas históricos, satíricos o noticieros que nada tienen de religiosos. Y, por imitación de las literaturas del occidente europeo, empiezan a cultivarse una serie de géneros literarios sin tradición anterior en la literatura judía: son los llamados géneros adoptados, como el periodismo, el teatro, la novela, el ensayo o un nuevo tipo de poesía que se aparta de los moldes tradicionales e imita a la occidental. El transcurso del siglo XX fue marcando la decadencia y el desmembramiento del mundo sefardí tradicional. No sólo porque el acceso a la educación a la manera occidental (y, especialmente, a la educación francesa y en francés) supuso un cierto proceso de aculturación con respecto a la cultura tradicional, sino por el propio desmantelamiento de las comunidades sefardíes: la caída del imperio otomano y el auge de los nacionalismos balcánicos, la I Guerra Mundial, catástrofes como el incendio de Salónica de 1917, las crisis económicas de los años 20’, la II Guerra Mundial y el nazismo, la fundación del Estado de Israel, la independencia de Marruecos, fueron algunos de los acontecimientos históricos que produjeron –cuando no el exterminio de comunidades enteras-- la emigración sefardí fuera de sus lugares de origen, la formación de comunidades sefarditas en nuevos lugares (de América del Norte y del Sur, de Israel, de diversos países europeos) y la destrucción del mundo sefardí tradicional en el que se había desarrollado y había tenido su función esta literatura. Todavía hoy existen hablantes de judeoespañol en Grecia, Turquía, América o Israel; incluso en Israel y en algunos países europeos se imparten clases de judeoespañol, a las que asisten –aparte de hispanistas y lingüistas— sefardíes deseosos de recuperar una lengua que fue la de sus padres y que ellos ya desconcen. Algunos autores siguen voluntariosamente cultivando la creación literaria en lengua sefardí; entre estos, resulta significativo que el género más cultivado sea la poesía (más íntimo y personal, que puede escribirse como desahogo personal dirigido a un pequeño sector escogido) y mucho menos la narrativa o el teatro (géneros que exigen un público receptor relativamente amplio para alcanzar su verdadera función). |
Literatura hispanohebrea. Se denomina literatura hispanohebrea a la producción literaria desarrollada en la península ibérica a partir del siglo x por parte de miembros de la comunidad judía. Los hebreos andalusíes estaban asimilados a la cultura dominante y utilizaban el árabe como idioma de comunicación. El hebreo bíblico era una lengua de cultura, fundamentalmente religiosa. Sin embargo, y siguiendo el ejemplo de la poesía árabe que tenía a la lengua del Corán como perfecta y sagrada para la poesía, los judíos hispanos recuperaron el hebreo del Antiguo Testamento para su actividad literaria, si bien hubieron de crearse numerosos neologismos, fundamentalmente arabismos, para actualizar el hebreo rabínico. La eclosión literaria hispanohebrea se corresponde con el renacimiento medieval de la cultura hebrea en general, que tuvo su epicentro en la ciudad de Córdoba, por entonces bajo dominio musulmán, cuyo nivel cultural alcanzó fama en toda Europa. Este renacimiento cultural consistió, básicamente, en ampliar el horizonte de la producción escrita más allá de los temas religiosos vinculados al Antiguo Testamento. Así, la heterogeneidad temática (filosofía, ciencia, naturaleza, las emociones, etc.) y la individualidad de las obras son los rasgos ahora más destacados. Las principales circunstancias que favorecieron tal renacimiento fueron la pacificación del territorio en la segunda mitad del siglo x conseguida gracias a la acción de los califas Abderramán III y al-Hakam II y el notable desarrollo científico y literario de la cultura árabe en la que los judíos estaban inmersos. Tampoco es desdeñable la acción personal del médico de la corte de los dos califas mencionados, Hasday ben Saprut, personalidad judía de gran influencia política que actuó como mecenas de las principales figuras literarias de la época. La época taifal se considera el Siglo de Oro de la cultura hispanohebrea, y se caracteriza por el esplendor del cultivo de la filosofía, fundamentalmente en la Taifa de Zaragoza (que incluía a Tudela de donde proceden los ibn Ezra y Yehuda Halevi). La cantidad de personalidades saraqustíes relevantes en esta disciplina (como Ibn Gabirol o Ibn Paquda) prepararán el terreno para la magna obra de Maimónides. También es este el periodo que conoció las más altas cotas de la poesía hispanohebrea, con figuras que pasaron a ser consideradas clásicas por todo el judaísmo, como el propio Ibn Gabirol o Yehuda Halevi. Tras las invasiones almorávides y almohades la literatura judía hubo de refugiarse en las cortes cristianas, a las que transmitieron sus saberes. Si bien todavía en los siglos XIII al XV aparecen nombres importantes, ya no volvería a repetirse el momento culminante de la época de taifas andalusí. La poesía. Había poesía sacra y profana. El cultivo de la poesía en hebreo en la zona musulmana de la península ibérica a partir del siglo x se ve fuertemente influida por la poesía árabe. Se adoptó el hebreo bíblico como la única forma correcta del hebreo (de la misma forma que los árabes usaban la lengua coránica a efectos poéticos), la principal novedad es que se sustituyen los aspectos métricos tradicionales y se opta por las formas árabes de metro cuantitativo, por lo que se tienen que dividir las sílabas hebreas en largas y breves. El primer poeta que hace uso de ello fue Dunaš ben Labrat, formado en el Oriente musulmán y que se basó en la vocalización del texto de la Biblia hebrea para decidir la longitud de las sílabas. Dunaš introduce también el uso de la estructura de la casida árabe y varios de sus temas y motivos. Como todo innovador, Ben Labrat fue objeto de críticas, aunque a la larga la práctica totalidad de los poetas (la excepción más habitual fue la de la poesía religiosa, para la que algunos escritores mantuvieron la tradición hebrea) adoptaron el metro árabe cuantitativo, algo que dominó la poesía hispanohebrea hasta el siglo xv. Los sistemas de versificación más frecuentes son los siguientes: poemas basados en la estructura de la casida; estróficos con base en la poesía popular de al-Ándalus, como por ejemplo en las moaxajas o el zéjel (ya en el siglo xii); estróficos de metro silábico y poemas estróficos con verso libre (sobre todo en la poesía litúrgica). Además del ya mencionado uso del hebreo bíblico (que, inevitablemente, sufrió numerosas alteraciones), la poesía hispanohebrea está plagada de referencias bíblicas, tanto en forma de vocabulario como de expresiones y versículos enteros, conformando lo que se ha dado en denominar estilo mosaico, mediante el que esas referencias cobraban nuevos sentidos y valores. Con todo, es la poesía secular el género que supone la innovación más sobresaliente de este periodo, pues la tradición histórica era casi enteramente la de una poesía litúrgica. Así, pues, los poetas empiezan a frecuentar subgéneros como la elegía, la sátira, el poema de amor o el panegírico, y el poema báquico de veta alegre y anacreóntica. En cuanto a la poesía sacra, durante los siglos XIII y XIX los grandes poemas litúrgicos llamados qerobah (ofrenda, bendiciones de la oración), ma'arib (véspero), yoser o yoserot (creador, para la oración de la mañana: el zulat destaca el carácter único de Dios; el o'fan el canto de los ángeles; el me'orot pregona la creación de los astros; las ge'ullot recuerdan al liberador de Israel), qedusta'ot o himnos para las bendiciones de sábados y fiestas; hosannas para el año nuevo; abodah para la fiesta del Yom Kipur; las azharot o preceptos del judaísmo, etc., apenas se escriben, pero en cambio los piyyutim (poesías litúrgicas) breves continúan componiéndose y es en ellos donde las innovaciones técnicas y temáticas se ensayan; la temática de los antiguos paytanim deja un hueco a las meditaciones sobre la actividad de Dios manifestada en la grandeza cósmica del Universo y su reproducción en el hombre, el microcosmos, un universo en miniatura en el que también resplandece Dios. También entran en esa temática las elucubraciones místicas de la cábala sobre los nombres de Dios, las potencias atribuidas a las letras del alefato, sus valores numéricos y las combinaciones que pueden hacerse con ellas. Originales y típicamente judíos eran los temas dedicados a la esperanza mesiánica, a la redención del Pueblo Elegido y a llorar el alejamiento de Sion, Jerusalén, a la que ardientemente se desea contemplar en toda su grandeza; el padecimiento por el destierro del pueblo judío es un tema que sufre un eclipse en el siglo xiii y vuelve a reaparecer a fines del XIV, pero entonces más que por un sentimiento piadoso y nacionalista obedeció a los pogrom de 1391. La prosa. Dos son las variantes de la prosa hispanohebrea: la prosa rimada: de amplia tradición en el mundo árabe y caracterizada por el sometimiento flexible al uso de un metro y una rima determinados. Se utilizó especialmente en el género epistolar (por parte de autores como Moseh ibn 'Ezra, Yehudah ha-Levi y otros) y, sobre todo, en la narrativa, hasta el punto de que los principales relatos de la literatura hispanohebrea medieval se escribieron bajo esta forma. Originada también en la literatura árabe, en concreto en el género de las maqāmas, esta narrativa en prosa rimada se empieza a utilizar por parte de los judíos a partir del siglo xii. la prosa pura: aunque se usó indistintamente tanto el hebreo como el árabe, fue el árabe la lengua más empleada por los judíos de al-Ándalus al escribir en prosa, pues esta se dedicó especialmente a temas no literarios (ciencia, medicina, filosofía...), por lo que el hebreo carecía del léxico adecuado para su expresión. Además, la difusión de las obras se veía claramente favorecida, pues el árabe estaba mucho más extendida, incluso entre los propios judíos, que el hebreo. Solo hacia mitad del siglo xii, cuando la literatura hebrea empieza a abundar en los reinos cristianos peninsulares, el hebreo empieza a ser utilizado en la prosa. Etapas Se pueden distinguir las siguientes etapas en la producción literaria hispanohebrea: Literatura hebrea en al-Ándalus (siglos c. 900-1250) Califato de Córdoba (siglo x) Reinos de Taifas e invasión almorávide (c. 1009 - hacia 1150) Invasión almohade (c. 1150 - hacia 1250), con las emigraciones judías intrapeninsulares hacia los reinos cristianos, debido a la intolerancia almohade hacia el judaísmo. Literatura hebrea en los reinos cristianos Periodo altomedieval (c. 1150 - hacia 1300) Periodo bajomedieval (c. 1300 - hacia 1492) A partir de la expulsión de los judíos de España, se dará una literatura aljamiada y otra cristiana entre los conversos en el interior y continuará la tradición cultural en lengua hebrea con la diáspora sefardí a partir del siglo xvi. |
Literatura hebrea en al-Ándalus Califato de Córdoba (s. X) La Córdoba califal del siglo x marca un periodo de renacimiento de la cultura hebrea. Influida por la literatura andalusí, la comunidad hebrea en al-Ándalus renovó los temas, introduciendo en sus letras asuntos no religiosos. Los intelectuales judíos comenzaron a ocuparse de temas filosóficos, lingüísticos o científicos y a escribir poesía no sinagogal. La poesía adoptó nuevas formas y temas hedonistas, y la prosa pasó de ser exclusivamente sapiencial a adoptar esquemas narrativos. Una de las figuras clave en este renacimiento cultural del pueblo hebreo fue Hasdai ben Saprut, bien situado en la corte de Abd al-Rahmán III y al-Hakam II, quien promovió el progreso de la cultura de sus correligionarios. Gracias a su mecenazgo, llegaron a Córdoba intelectuales judíos de todo el mundo, como el iraquí Mose ben Hanoh, célebre talmudista. El estudio independiente de las escuelas orientales del Talmud progresó, como muestra la importancia de la Academia Rabínica de Lucena. En este periodo predomina la filología y la poesía, con intelectuales destacados como el tortosí Menahem ben Saruq, secretario de Hasdai ben Saprut, cuya poesía aún es tradicionalista. Más relevante fue su actividad como gramático. Su Mahberet se considera el primer diccionario morfológico hebreo de la península ibérica, aunque fue criticado por Dunash ben Labrat en su tratado lingüístico Tesubot (Respuestas), generando una controversia que se extendería en épocas posteriores, con gramáticos afectos a Saruq o a Labrat que se sumaron a una u otra escuela. Menahem ben Saruq En este periodo predomina la filología y la poesía, con intelectuales destacados como el tortosí Menahem ben Saruq, secretario de Hasdai ben Saprut. Ben Saruq, cuya poesía aún es tradicionalista. Más relevante fue su actividad como gramático. Su Mahberet se considera el primer diccionario morfológico hebreo de la península ibérica, aunque fue criticado por Dunash ben Labrat en su tratado lingüístico Tesubot (Respuestas), generando una controversia que se extendería en épocas posteriores, con gramáticos afectos a Saruq o a Labrat que se sumaron a una u otra escuela. Ben Saruq escribe cartas y poesía de circunstancias, vinculadas a hechos de relevancia en la vida de mecenas de la época como Yishaq ben 'Ezra ben Šaprut, y luego su hijo, incluida la elegía en el momento de su muerte. Es especialmente relevante la carta enviada por ben Saruq en 954, como secretario del hijo de ben Šaprut, a José, rey de los jazares, reino judío independiente entre el mar Caspio y el mar Negro, porque su introducción está en verso, conformando un poema con tintes épicos dedicado al ejército de los jazares. La lengua utilizada, predominantemente bíblica, y el contenido secular, son rasgos inequívocos de un renacer del hebreo clásico y de su correspondiente literatura. Tras retirarle su mecenas la confianza, lo encerró en un calabozo desde donde el escritor le envió una carta de queja en forma de poema y con estilo bíblico. Dunaš ben Labrat Dunaš ben Labrat, también protegido por ben Saprut, introdujo en la poesía hebrea la métrica cuantitativa y la forma de la casida de la poesía árabe, así como sus asuntos, tanto en la poesía profana como en la litúrgica, lo que representaba una audaz innovación que le acarreó fuertes críticas, acusado de quebrar la estructura sintáctica del hebreo bíblico, lengua sagrada. Sin embargo, las formas árabes acabaron siendo dominantes en la poesía hispanohebrea. Dunaš fue un destacado poeta en lengua hebrea, el primero en adaptar la métrica árabe a la poesía en hebreo. La poesía árabe tradicional estaba basada en la cantidad vocálica (distinción entre vocales cortas y largas), que no existía en hebreo. Dunash sustituyó este rasgo por el timbre de las vocales, estableciendo las bases de una nueva métrica hebrea, que alcanzaría gran difusión en la poesía hebrea medieval. Introdujo también en la lírica hebrea la estructura de la casida árabe. Sus innovaciones fueron objeto en la época de numerosas críticas en la época, ya que afectaban a los piyyutim (singular piyyut), un género poético de carácter litúrgico cuya tradición estaba muy arraigada. Fue criticado sobre todo por los discípulos de Ben Saruq, quienes le acusaban de corromper la lengua hebrea con sus innovaciones procedentes del árabe. Algunos de sus poemas han sido incorporados a la liturgia judía, como las canciones Dror Yikra y Dvai Hasair. Salomón ibn Gabirol se refirió a él como el más importante poeta de su tiempo. Como gramático, su obra más importante son las Tesubot (Respuestas), libro en el que critica duramente la principal obra de Ben Saruq, el libro Mahberet (Cuaderno), por razones tanto filológicas como religiosas. Dunaš defendía la ortodoxia frente a Ben Saruq, cuya obra estaba influenciada por el caraísmo. Dunash dedicó su Tesubot al príncipe (nasi) de los judíos de España y principal protector suyo, Hasdai ibn Shaprut, en un poema laudatorio que es el primer ejemplo de su adaptación al hebreo de la métrica árabe. En las Tesubot, Dunash introdujo por primera vez en la gramática hebrea nociones como la distinción entre verbos transitivos e intransitivos, o entre raíces fuertes y débiles, además de ser el primero en hacer una lista de verbos según sus raíces de tres letras. Acusa a Seruq de ser incapaz de percibir la estrecha relación entre las lenguas hebrea y árabe. Las taifas y el período almorávide (siglo xi y primera mitad del xii) Considerado el Siglo de Oro de la cultura y la literatura hispanohebrea, contó con la tradición de filología y poesía, a la que se añadió el cultivo de la Filosofía, gracias a la actividad promotora desarrollada por los reyes de la Taifa de Zaragoza (que incluía a Tudela, otro importante centro cultural hispanohebreo), cuyo caldo de cultivo dio lugar a figuras relevantes en esta disciplina, como Ibn Gabirol, Ibn Paquda, Mose ibn Ezra, Yehuda ha-Levi y Abraham ibn Ezra. Los reinos de taifas procuraron imitar el esplendor de los califas, y para ello acogieron a intelectuales árabes y hebreos que pudieran dar prestigio a sus monarquías. Los disturbios que sufrió Córdoba y la pérdida de regidores que pudieran dar amparo a los sabios, llevó a científicos y literatos a buscar la protección de los reyes de las taifas más importantes, como las de Sevilla, Toledo o Zaragoza. Así sucedió en el caso de Semuel ibn Nagrella, literato que fue secretario de Habús ben Maksan y gran visir de Badis ben Habús, reyes ziríes de la Taifa de Granada. En este periodo los gramáticos ya no escribieron sus tratados en hebreo, como había sucedido en el siglo anterior, sino en árabe, a diferencia de los pioneros. Marwan Yonah ben Yanah fue el filólogo más destacado del siglo xi, con su Kitab al-tanquih (Libro de la investigación), que fue el primer estudio lingüístico sistemático sobre el hebreo bíblico. Semuel ibn Nagrella (993 - 1055) Fue un escritor versátil y prolífico poeta que adoptó en su quehacer formas y motivos de la poesía árabe. También redactó tratados sobre derecho, filología y exégesis bíblica. En el terreno de la prosa didáctica (no rimada) escribió Introducción al Talmud y El libro de la riqueza. Destacó como poeta elegíaco, lamentando la ausencia de parientes y amigos y la inestabilidad de las cosas humanas, así como los horrores de la guerra. Casi todas sus composiciones brillan por su elevación moral y filosófica, cercana en ciertos aspectos a la poesía de este género escrita muchos años después por Quevedo. Su obra poética, escrita en árabe, está recogida en su Diwán, que incluye composiciones poéticas en hebreo con marcada influencia de temas y formas árabes. Entre su lírica destaca Ben Tehillim (Nuevos Salmos); Ben Michlé (Nuevos Proverbios) y Ben Qohélet (Nuevo Eclesiastés), todas ellas, como sus títulos indican, de inspiración bíblica. Cultivó asimismo una poesía profana de gran variedad de temas, que comprende desde composiciones militares y políticas hasta poemas amorosos y elegías. Selomo ibn Gabirol (c. 1020 - c. 1057) Ibn Gabirol, llamado Avicebrón, se crio y formó en Zaragoza bajo la protección y magisterio del gran visir judío del rey Mundir II de Saraqusta Yequtiel ben Isaac. Fue conocido tanto por su talento poético —está considerado uno de los máximos líricos hebreos—, como por la profundidad de su pensamiento, ya que Avicebrón fue valorado como uno de los primeros filósofos de al-Ándalus. Como poeta, fue autor de numerosos panegíricos y elegías, sobre todo dedicadas a la memoria de Yequtiel, asesinado en 1039 durante las revueltas que acabaron con la dinastía tuyibí en Zaragoza y desampararon a Avicebrón, obligándolo a exiliarse. De todos modos, también aplicó su talento a la sátira y el autoelogio, géneros habituales entonces entre los poetas árabes pero no entre los hebreos. Asimismo logró alcanzar gran lirismo en el ámbito de la poesía religioso-filosófica, entre la que destaca el Keter Malhut (Corona real), un largo poema de tendencias místicas que supone una síntesis entre las creencias tradicionales judías y la filosofía neoplatónica, todo ello adornado por un gran conocimiento de la astronomía árabe. Compuso, además, dos célebres tratados filosóficos en lengua árabe. El primero (Yanbu al-hayat) fue traducido al latín como Fons vitae y se ocupa de epistemología y ontología. El segundo se ocupa de la ética y la moral y es de orientación ascética, el Kitab islah al-ahlaq (La corrección de los caracteres), de 1045. Destaca en su tratamiento elegíaco del destino adverso y el destierro, sirviéndose de recursos literarios y temas del Cantar de los Cantares; no es menor la calidad de los poemas en los que profundiza sobre su filosofía, de carácter neoplatónico. La suya es una poesía característica de la tradición árabe, que adopta sus temas y métrica. Ibn Paquda (segunda mitad del siglo xi) Escritor, poeta y filósofo saraqustí, sus composiciones poéticas son siempre de carácter religioso y en ellas manifiesta un sentimiento sincero y profundo, aunque desde el punto de vista formal no siempre alcanza la gracia y ductilidad poéticas de Ibn Gabirol o Yehuda ha Levi. Compuso sus poesías en hebreo, aunque siguiendo la métrica árabe. De todos modos, su celebridad no se asienta en su quehacer lírico, sino en su única obra en prosa, un tratado filosófico de carácter ascético escrito en árabe y titulado Los deberes de los corazones. La obra tuvo una extraordinaria difusión entre los judíos de todo tiempo y está emparentada con el misticismo tanto oriental como occidental. Mose ibn Ezra (c. 1055 - post 1135) De su juventud cabe citar el Séfer ha-Anaq (Libro del collar), creado bajo el influjo de la literatura árabe. Fue un poeta de perfección canónica y destacó sobre todo en el campo de la teoría literaria con un tratado de retórica, Kitab al-Muhadarah wal-Mudhakarah (Libro de la disertación y el recuerdo), que es una preceptiva basada en la tradición árabe, considerada por muchos críticos como su obra maestra. Su poesía secular se recoge en dos obras: el Tarshish (compuesto según la técnica árabe del «tanijs» consistente en repetir las mismas palabras en cada estrofa, pero con un significado distinto en cada repetición), y la primera parte de su Diwan. En cuanto a su poesía sacra, la mayor parte de su producción se encuentra en el Majzor, el tradicional libro de oraciones judío para el Yamim Noraim, el Rosh Hashanah (Año Nuevo judío) y el Yom Kipur (Día del Perdón). Estos poemas de penitencia, o selichot, le valieron el apelativo de Hasallach. Su intención es invitar al hombre a buscar en su interior, representando la vanidad de la gloria mundana, la desilusión que debe ser experimentada por los hedonistas, y el inevitable juicio divino. El piyyuttim que sigue al texto de la mishná del servicio del Templo, especialmente el piyyut «Feliz es el ojo que lo contempló», es considerado una de los poemas de mayor belleza del Majzor. En 1090 la invasión almorávide de su taifa, Granada, le obligó a emigrar, circunstancia que refleja su literatura de este periodo, que evoca la nostalgia y la añoranza de su tierra perdida. Yehuda Halevi (c. 1070 - 1141) Nacido en Tudela (Taifa de Zaragoza). Discípulo del reconocido talmudista Yishaq al-Fasi además de amigo y protegido de Moses ibn Ezra, se formó intelectualmente en la Saraqusta de Ibn Paquda, Ibn Gabirol, Ibn Buqlaris o Avempace. Conocía en profundidad el talmud, la Biblia hebrea, la literatura rabínica, la poesía árabe y la filosofía griega. En su estancia en Toledo escribió su Diwán, una colección de poemas profanos escritos en hebreo en los que hace un canto a la amistad, el amor y la naturaleza. Esta obra incluye también poemas religiosos que posteriormente se emplearían en la liturgia judía, en los que expresa su anhelo de Dios y Sion y su esperanza en la redención mesiánica del pueblo judío. Escribió asimismo el Libro del Jazar, diálogo en árabe en el que explica el judaísmo a un converso. La temática y variedad de su obra poética es notable, y se ocupó de cantar al amor, la amistad o incluso el mar. Del Diwan escrito en Toledo se convervan panegíricos, cantos de boda, elegías y composiciones autobiográficas. Poeta culto, es autor de una poesía lírica rica en metáforas y descripciones, donde abundan las reflexiones filosóficas y religiosas. Utiliza diversas métricas y estrofas. Son famosas algunas de sus jarchas profanas escritas en el naciente romance, al final de las moaxajas. Por citar un solo ejemplo, he aquí una de ellas en transliteración y traducción al castellano de Emilio García Gómez:
De temática religiosa son Gueulot y Ahavot, entre las que destaca «El Quesudá» (Himno de la creación). Su pensamiento reúne las tradiciones hebrea, árabe y cristiana, aunque representa la posición judía ortodoxa frente a las religiones cristiana y musulmana y a la filosofía de origen griego, que otros filósofos andalusíes, como Avempace, Maimónides o Averroes, intentarán conjugar. Con el tiempo fue radicalizando su postura sionista, desengañado porque la llegada del Mesías que él esperaba en 1130 no se produjo. Volvió su pensamiento hacia la Tierra Prometida y el judaísmo ortodoxo, que defendió con celo en el Kitab alhuyya wa-l-dalil fi nusr al-din al-dalil (Libro de la prueba y del fundamento sobre la defensa de la religión menospreciada), escrito en árabe en los últimos años de su vida. En El Kuzarí se presenta a un rey pagano —el rey de los Kuzares— que quiere conocer la verdadera religión y que, tras acudir a filósofos aristotélicos, a cristianos y a musulmanes, solo encuentra la verdad en las fuentes bíblicas del judaísmo, de las que ya le habían hablado, pero que solamente un sabio judío ortodoxo le revela en toda su verdad e integridad. Así, hace una apología del judaísmo y de lo que llama «la verdadera revelación» y, aun siendo una obra de carácter principalmente apologético, abundan en ella los conceptos teológicos y filosóficos. Constituye también un extraordinario compendio de tradiciones orales y costumbres semitas. Con el paso del tiempo empiezan a abundar en Yehudah las elegías por los amigos que mueren y se imponen los temas religiosos. El género zuhd de los árabes, cargado de tópicos sobre el De contemptu mundi o desprecio del mundo y el elogio del ascetismo, está transido de emoción. Tampoco falta en esta etapa el influjo de la poesía moral de Ibn Gabirol. El tema mesiánico se hace más presente con la ocupación por los cruzados de Jerusalén y la aparición en Córdoba del falso mesías Moseh Drai, en 1130, la fecha precisamente que había soñado Yehudah como la del comienzo de la Edad mesiánica. El amor a Sion llevó a Yehudah a dirigirse a Tierra Santa y en su viaje marítimo compuso una serie de poesías sobre el mar. Llegado a Alejandría, encontró excelente acogida y, aunque al cabo de mucho tiempo prosiguió su viaje hasta Damieta, se quedó allí cerca de dos años y volvió a El Cairo. Su estancia en Egipto revivió en él el gusto por la poesía profana, que alternó con la de nostalgias por la Tierra Prometida. Abraham ibn Ezra (c. 1089 - 1164) Originario también de Tudela Abraham ibn Ezra practicó la poesía andalusí taifal que ya se había impuesto en la literatura hebraica de Sefarad, aunque introdujo asuntos innovadores, como el costumbrismo, que no había sido tratado anteriormente en la poesía hispanohebrea. Cultivó también la prosa rimada con su Jay ben Mequis, cuyo asunto es el de una novela alegórico-filosófica. Destacó como filólogo y teórico literario y en general por su amplia erudición tanto en ciencias como en letras. Redactó sus obras utilizando normalmente el hebreo. Período almohade (segunda mitad del XII y primera del XIII) La llegada de los almohades prescribió una islamización obligatoria a los judíos, que se vieron obligados a convertirse o emigrar. Entre los poetas que emigraron forzosamente estaba Joseph ibn Migash, quien años más tarde se convertiría en un importante rabino en Lucena. En muchos casos, fueron los reinos cristianos, en periodo de florecimiento cultural, quienes recibieron a los intelectuales hebreos. Las aljamas de Córdoba, Sevilla y Granada desaparecieron y cerró la academia rabínica de Lucena. Sin embargo, fue en esta época cuando apareció el más importante de los intelectuales judíos, el celebrado filósofo Mosé ben Maimón, más conocido en el occidente cristiano como Maimónides. De este periodo data la primera obra historiográfica hispanohebrea que se nos ha transmitido, Séfer ha-Qabbalá (Libro de la tradición), escrita por Abraham ibn Daud. Maimónides Mosé ben Maimón fue el mayor filósofo de la cultura hispanohebrea medieval. Profundo conocedor de la teología judía y de la cultura islámica, se formó con maestros árabes en astronomía, derecho, medicina y matemáticas. Aún adolescente su familia tuvo que aparentar su conversión al islam, huir de Córdoba y vivir discretamente y viajando a menudo ante la persecución religiosa almohade hasta que en 1160 Maimónides se trasladó a Fez, si bien el Magreb también estaba dominado por el Imperio almohade. Su Iguéret ha-sémad (Carta sobre la conversión forzosa), escrita en árabe, defiende la posición de quienes tuvieron que renunciar al judaísmo. Cinco años más tarde, se establece definitivamente en el Próximo Oriente y Egipto, donde Ben Maimón llegó a convertirse en médico del séquito de Saladino, además de jefe de la comunidad judía de El Cairo. Su obra abarca disciplinas muy variadas, destacando en derecho, teología, ciencias y filosofía. Así, en el ámbito de las leyes rabínicas escribió el Séfer ha-misvot (Libro de los preceptos) que sistematiza toda la legislación judía; también escribió algunas de las primeras recopilaciones de rezos diarios en el culto judío, antecedentes de los sidurim actuales. De todas maneras, su Guía de perplejos (Nebujim) su obra capital. En esta obra intenta conciliar la fe y la razón utilizando la lógica aristotélica. La influencia de la Guía de perplejos fue enorme, fundamentalmente entre los hebreos sefardíes y occitanos, aunque también se aprecia su huella en la escolástica cristiana. |
Literatura hebrea en los reinos cristianos Alta Edad Media (siglo xii-xiii) La extensión por al-Ándalus de la conquista cristiana y la mencionada represión almorávide llevaron a las comunidades judías a establecerse en aljamas de las principales ciudades de los reinos cristianos y a que algunos de sus más destacados miembros ocuparan allí importantes cargos políticos y aportaran su conocimiento del árabe y hebreo como traductores de las cortes de Fernando III el Santo, Alfonso X el Sabio y Jaime I el Conquistador. Sin embargo, no estuvo exenta de tensiones la convivencia entre las tres culturas, de lo que da muestra la importancia de la literatura apologética, sapiencial, de debate y de polemistas. Destaca en esta época el auge de la prosa narrativa rimada, que seguía la tradición de la maqama sarracena y fue practicada por relevantes autores como Yosef ben Meir ibn Zabarra, autor del Séfer Saasuim o Libro de los entretenimientos (que sigue la estructura árabe de relatos insertos en un marco narrativo), y el admirador de Maimónides Yehudá al-Jarizi (c. 1170-c. 1230), cuyo Séfer Tajkemoní supone la obra culminante de la novelística en prosa rimada hispanohebrea. En cuanto a la cuentística es reseñable la labor de traducción de las colecciones de cuentos árabes (como el Calila e Dimna o Sendebar), en la que los judíos desarrollaron una notable labor y contaban con el afamado precedente de la producción de Pedro Alfonso, judío aragonés nacido hacia el 1062 y convertido al cristianismo en 1106 cuya Disciplina clericalis, escrita en latín, tuvo una enorme influencia en Europa. En el ámbito de la prosa rimada escrita en hebreo, sobresale el Séfer ha-mesalim (Libro de cuentos) del traductor al hebreo del Calila e Dimna Jacob ben Eleazar de Toledo. Se trata de un libro de diez relatos que acusa influencias tanto árabes como cristianas y tradujo al hebreo. En el terreno de la prosa sapiencial, hay que destacar el cultivo de la cábala, representada por el célebre Zohar de Mosé de León, y por Mosé ben Najmán. Cabe mencionar asimismo la obra de Abraham ibn Hasday, quien también intervino en la polémica generada por la Guía de perplejos en apoyo del sabio cordobés y compuso la variante hebrea del Barlaam y Josafat, un asunto originariamente basado en la historia de Siddhartha Gautama, titulándola Ben ha-mélej we-ha-nazir (El príncipe y el monje). Cultivaron la poesía en este periodo, aunque sin el magisterio del siglo xi, Mesulam ben Selomó, innovador, realista y descriptivo, y Todros ben Yehudá ha-Leví Abulafia, prolífico poeta y antólogo, que vuelve al clasicismo andalusí, aunque introduce novedades en los temas, como la presencia del amor hacia mujeres árabes y cristianas. Destacan sus pasajes poéticos autobiográficos, en los que ensalza la vida en la corte castellana de Toledo y su relación personal con Alfonso X el Sabio. Baja Edad Media (siglo xiv-xv) Se trata de una época de decadencia en que la calidad de las obras dista mucho de la alcanzada entre los siglos XI-XIII. Las persecuciones y tragedias colectivas sufridas por el colectivo judío en España provocaron un notable descenso de la producción literaria. Empero, cabría mencionar los siguientes nombres:
Referencias Fernando Díaz Esteban, "Literatura hispanohebrea", en VV. AA., Historia de las literaturas hispánicas no castellanas, coord. por José María Díez Borque, Madrid: Taurus, 1980, p. 189-190. Sáenz-Badillos (1991), págs. 121-122. Sáenz-Badillos (1991), pág. 126. Melamed (1983), pág. 13. |
Lopes Suasso (también: Lopes Suasso Diaz da Fonseca ; Lopis de Suasso ) es el nombre de una importante familia aristocrática judía portuguesa que jugó un papel importante en la banca. Historia La historia familiar comienza con el Dr. Pedro Lopes Fránces que se mudó a Libourne como médico. Su nieto Antonio (1614-1685) obtuvo el título de barón de Avernas le Gras (Brabante) por Carlos II de España. Se mudó a los Países Bajos y fue parnas de la comunidad judía portuguesa en La Haya. Sus descendientes ocuparon importantes funciones de liderazgo dentro de las comunidades judías portuguesas en los Países Bajos. Gracias a sus actividades bancarias, la familia se convirtió en una de las más ricas de los Países Bajos. Son muy conocidos por haber financiado la Revolución Gloriosa. En 1818, 1821 y 1831, tres miembros de la familia Lopes Suasso fueron aceptados en la nobleza holandesa. Recibieron el noble predict jonkheer . El último miembro de la familia murió en 1970. |
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