Caras.
La tristeza y la alegría (las dos de la derecha) son fácilmente reconocibles, mientras que el miedo y la sorpresa y la ira y la repugnancia comparten una gestualidad común en sus inicios |
Que la cara es el espejo del alma es un axioma comúnmente aceptado. Levantar una ceja, abrir mucho los ojos o esbozar una sonrisa pueden comunicar más sobre nuestro estado de ánimo o nuestras intenciones que un discurso entero. Algunos antropólogos creen que esas muecas faciales se aprenden del ámbito social en el que estamos inmersos, y cambian, como bien deben conocer los aficionados a los viajes exóticos para no meterse en problemas, según el entorno cultural.
Fue el psicólogo Paul Ekman quien introdujo en su día una perspectiva evolutiva. Identificó seis emociones básicas universalmente reconocidas y fácilmente interpretadas con independencia del idioma o la cultura: alegría, tristeza, miedo, ira, sorpresa y asco. Podría pensarse que son innatas, producto de la evolución. Sin embargo, una nueva investigación de la Universidad de Glasgow (Escocia) afirma que son demasiadas. El equipo, que ha publicado sus conclusiones en la revista Current Biology, las reduce tan solo a cuatro.
En sus experimentos, Ekman fotografió durante dos años los gestos de los miembros de la tribu Fore en Nueva Guinea para después mostrarlos a individuos de todo el mundo, que supieron reconocer las emociones sin problemas. De esa forma dedujo las seis emociones básicas cuyas expresiones parecen idénticas para toda la humanidad.
Los investigadores de Glasgow han desafiado las teorías de Ekman fijándose, con la ayuda de un software especial, en los diferentes músculos de la cara que participan en la recreación de las emociones, así como en el plazo de tiempo que tarda cada músculo en activarse. El sistema, denominado Generative Face Grammar, utiliza cámaras para capturar una imagen tridimensional de las caras de personas especialmente entrenadas para activar los 42 músculos faciales individuales de manera independiente. A partir de ahí un ordenador puede generar distintas expresiones faciales en un modelo en 3D, que se muestra a voluntarios para comprobar si son capaces de identificarlas.
De esta forma, el equipo llegó a la conclusión de que, si bien las señales de las expresiones faciales de felicidad y tristeza son claramente distintas durante todo el proceso, el miedo y la sorpresa comparten al principio un gesto en común: los ojos abiertos. Del mismo modo, la ira y el asco comparten, también en su comienzo, la nariz arrugada.
Señales de peligro
Según los investigadores, estos gestos podrían representar las señales de peligro más básicas. «En primer lugar, las señales de peligro tempranas otorgan ventaja a los demás, permitiendo una huida más rápida. En segundo lugar, las ventajas fisiológicas para quien las expresa -la nariz arrugada impide la inspiración de partículas potencialmente dañinas, mientras que abrir mucho los ojos aumenta el consumo de la información visual útil para huir- son mayores cuando los movimientos faciales se hacen temprano», explica la psicóloga Rachael Jack, responsable del estudio.
«La investigación pone en duda la idea de que la comunicación de las emociones humanas comprende seis categorías básicas, psicológicamente irreductibles. En cambio, sugerimos que hay cuatro expresiones básicas de la emoción», continúa.
La especialista cree que, con el tiempo, cuando los humanos emigraron por todo el mundo, la diversidad socioecológica probablemente especializó las expresiones faciales antes comunes, y alteró el número, la variedad y el tipo de señales a través de las diferentes culturas, hasta el punto de que algunas pueden dejarnos perplejos.
El equipo está interesado ahora en desarrollar su estudio observando las expresiones faciales de diferentes culturas, incluidas las poblaciones de Asia oriental, que interpretan algunas de las seis emociones clásicas de forma diferente, poniendo más énfasis en las señales de los ojos que en los movimientos de la boca en comparación con los occidentales. Sin duda, servirá para conocermos mejor a nosotros mismos, ya que el lenguaje no verbal constituye la mayor parte de nuestra producción comunicativa.
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