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sábado, 15 de julio de 2017

460.-El Inca Garcilaso de la Vega: una vida entre dos mundos.-a


A los hijos de español y de india, o de indio y española, nos llaman mestizos, por decir que somos mezclados de ambas naciones (…) y por ser nombre impuesto por nuestros padres y por su significa­ción, me lo llamo yo a boca llena y me honrro con él" (Garcilaso de la Vega, el Inca: Comentarios Reales de los Incas, libro IX, cap. XXXI).

El autor de las palabras que anteceden, conocido internacionalmente como el Inca Garcilaso de la Vega y de cuya muerte se cumplen ahora 400 años, es considerado normalmente como el prototipo del mestizo peruano y, además, uno de los escritores más significativos de la literatura hispanoamericana. Nacido en el Cuzco el 13 de abril de 1539, es decir, pocos años después de que los españoles llegaran a la capital del imperio incaico (1533), fue uno de los numerosos niños nacidos de la relaciones surgidas entre un hombre español y una mujer indígena y a los que a partir de un momento se les empezó a denominar mestizos –como él bien dice-.


En su caso, fueron sus padres el capitán Sebastián Garcilaso de la Vega, un hidalgo extremeño emparentado con ilustres linajes de la época, y la palla ("princesa") Chimpu Ocllo, sobrina del Inca Huayna Cápac y bautizada como Isabel. No sabemos en qué circunstancias se inició esta relación, si –como en otros casos- Chimpu Ocllo le fue entregada al capitán por Francisco Pizarro a modo de "botín de guerra" o si surgió de un encuentro menos violento, pero lo cierto es que vivieron juntos al menos once años, hasta que en 1549 el capitán Garcilaso optó por realizar lo que posiblemente consideró un "buen matrimonio" y se casó con una española venida de Panamá, lo mismo que hicieron muchos de sus compañeros de armas. A su vez, Isabel Chimpu Ocllo se casó también con un español de rango desconocido.

Tras el matrimonio de sus padres, Gómez Suárez de Figueroa -nombre con el que fue bautizado- siguió viviendo con su padre hasta su muerte. A comienzos de 1560, cumpliendo con una disposición de su testamento, por la cual le legaba 4.000 pesos para que viniera a estudiar a España, el joven mestizo abandonó el Perú y emprendió el viaje. A su llegada y tras visitar a los parientes de Badajoz, se dirigió a Montilla, donde residía don Alonso de Vargas, hermano de su padre, por quien fue muy bien acogido y que, posteriormente, le dejó en herencia la mitad de sus bienes, lo que le proporcionó un relativo bienestar económico, y allí vivió durante los siguientes treinta años. Hacia 1590 se trasladó a Córdoba, donde vivió hasta su muerte, en 1616, y en cuya Mezquita-Catedral fue enterrado.

Al poco tiempo de llegar a Montilla, y tras viajar a Madrid con la intención de conseguir alguna merced del rey en recompensa por los servicios del capitán Garcilaso en el Perú, en cuyo intento no solo fracasó sino que tuvo que escuchar cómo se ponía en duda la lealtad de su padre, Gómez Suárez de Figueroa decide pasar a llamarse Garcilaso de la Vega, igual que su progenitor, y como tal empieza a figurar en los documentos desde 1563. Comenzaba así un proceso de construción de la propia identidad, que se completará tiempo después al añadir al nuevo nombre el término Inca, unas veces a manera de apellido (Garcilaso Inca de la Vega) y otras antepuesto a manera de título (el Inca Garcilaso de la Vega), engarzando de este modo el mundo paterno y el materno.

Si los años turbulentos de infancia y juventud vividos en el Cuzco le permitieron acumular información y experiencias que verterá más tarde en sus escritos, exprimiendo sus recuerdos, los vividos en Montilla, dedicados a la lectura y en estrecho contacto con prestigiosos humanistas cordobeses, le permitieron adquirir los instrumentos intelectuales necesarios para abordar con éxito su obra historiográfica. Sus libros, comenzando por su traducción al castellano de los Diálogos de Amor de León Hebreo (1590) y por La Florida del Inca (1605), y siguiendo por sus dos obras de mayor envergadura, los Comentarios reales de los Incas (1609) y la Historia general del Perú (1617), obtuvieron reconocimiento y fama internacionales, siendo traducidas desde muy temprano a diferentes idiomas. La visión que Garcilaso ofrece en su obra sobre el imperio de los Incas no sólo impregnó enormemente la historiografía posterior sobre el incario, sino que jugó un importante papel en las representaciones y discursos políticos del Perú de ayer, e incluso de hoy.

Biografía de Real Academia de la Historia

Vega, Garcilaso de la. El Inca. Cuzco (Perú), 12.IV.1539 – Córdoba, 24.IV.1616. Historiador.

Su padre fue el capitán Garcilaso de la Vega, oriundo de Badajoz y por lo tanto extremeño al igual que el conquistador del Perú Francisco Pizarro. Él era parte de una familia de renombrada prosapia como el mismo Inca Garcilaso lo relata en su Genealogía o Relación de la descendencia de los Garcí Pérez de Vargas. Remontándose a una undécima generación logra entroncarse con Garcí Pérez de Vargas, hijo de Pedro de Vargas de Toledo, que acompañó al rey Fernando el Santo en la reconquista de Andalucía. Aparte de servidores de reyes, de héroes, de portadores de títulos nobiliarios entre los miembros de su familia paterna figuran literatos de la talla del poeta Garcilaso de la Vega, el marqués de Santillana, Jorge Manrique.

El nombre de su madre fue Isabel Chimpu Ocllo, que también provenía de una familia de alta alcurnia pero de origen andino. Ella era parte de la nobleza incaica pues como dice el mismo Inca Garcilaso de la Vega “fue hija de Huallpa Tupac, hijo legítimo de Tupac Inca Yupanqui y de la Coya Mama Ocllo, su legítima mujer, y hermana de Huayna Capac, último rey natural que fue en aquel Imperio llamado Perú” (Garcilaso de la Vega, Inca, 1960: t. I, 238).

 No se trataba pues de cualquier mujer sino de alguien que pertenecía a la más alta nobleza inca pues descendía del cuarto hijo legítimo del inca (Miró Quesada, 1994: 23) que ocupó la posición más alta de todos sus congéneres y era el producto del matrimonio más legítimo que se podía concebir: aquel del Inca con su hermana de padre y madre. A esta mujer se le decía coya. La madre de Isabel era también noble aunque no de la mayor jerarquía. Ella era una palla lo que según el escalafón que describe Guaman Poma seguía en rango a la coya y a la ñusta y antecedía a las aui. A las primeras las traduce como “reina”, a las segundas como princesas, a las pallas como “señoras particulares” y a las aui como “picheras”, un término que tenía la connotación de tributarias (Guaman Poma, 1968: 181 y 253).
Habiendo muerto el capitán Garcilaso de la Vega en 1559 y haber tenido, según una oración fúnebre recogida por su hijo, la edad de cincuenta y nueve años se supone que debió de nacer en 1500 aunque se desconoce el mes y el día. Entre 1530 y 1531 se especula su llegada al continente americano y al Perú en 1534 como parte de la expedición de Pedro de Alvarado. No llegó solo. Vino en compañía de su hermano Juan de Vargas y de sus primos Gómez de Luna y Gómez de Tordoya. Como casi todos los que acompañaron a Alvarado su destino final fue la ciudad del Cuzco.
Quizá por proceder sus familias de la misma región en España la relación de este capitán con los Pizarro fue muy amistosa tanto que, aunque vacilante, apoyó a Gonzalo Pizarro durante su revuelta. Es cierto que antes de iniciarse la batalla de Xaquixahuana, en la cual fue derrotado este rebelde al rey de España, Garcilaso de la Vega fue uno de los primeros en pasarse al bando del pacificador La Gasca y que en otra ocasión prefirió escaparse para evitar apoyarlo en su rebeldía, sin embargo varios cronistas hicieron constar que fueron amigos y que incluso, durante la batalla de Huarina, llegó a socorrerlo con su caballo en un trance difícil. Esta acción le resultaría muy perjudicial tanto a Garcilaso padre como a su hijo pues la Corona española la esgrimiría para privarlo de ciertos derechos que les correspondían.
Como fue el caso de muchos otros conquistadores, Garcilaso nunca llegó a legitimar su unión con la noble inca, sin embargo mantuvieron una convivencia por más de diez años que se interrumpiría con el matrimonio de este capitán con la española Luisa Martel de los Ríos en junio de 1549. De aquella convivencia nacería el célebre cronista quien recibiría el nombre de Gómez Suárez de Figueroa al igual que uno de sus antepasados. No sería sin embargo el único hijo del conquistador. En el testamento de este último se menciona a una Leonor de la Vega que habría permanecido en España pero de cuya madre no se tiene ninguna noticia. Otra hermana, también mestiza como él, fue Francisca de la Vega nacida de otra relación no legalizada que tuvo el capitán. Una vez más la pareja fue otra noble indígena y palla como Isabel Chimpu Ocllo. Su nombre fue María Pilcosisa.

Otras dos medias hermanas que murieron muy jóvenes fueron Blanca de Sotomayor y Francisca de Mendoza, hijas legítimas del capitán con Luisa Martel de los Ríos. Y de la unión legítima de su madre Isabel con Juan del Pedroche, luego de que su primer conviviente se casara con doña Luisa, otras dos medias hermanas fueron procreadas. Una fue Luisa de Herrera casada con Pedro Márquez Galeote, y la otra, Ana Ruiz, que contrajo matrimonio con Martín de Bustinza.

Durante los veintiún primeros años de su vida, es decir, desde que nació hasta que se marchó a España, la vida de Gómez Suárez de Figueroa transcurrió al lado de su padre. Se desconoce la casa donde nació, pero no debió de pasar mucho tiempo hasta ocupar la casa donde viviría hasta irse a España. Su ubicación es todavía notoria hoy en día pues en aquel mismo lugar existe un inmueble del Instituto Nacional de Cultura destinado a un museo y actos culturales que se le conoce como la casa del Inca Garcilaso de la Vega. Ella se encuentra al oeste de la ciudad del Cuzco en una esquina occidental de la plaza del Regosijo o “Cusipata”. Originalmente el terreno perteneció al soldado Pedro de Oñate, quien lo recibió en el reparto de solares que se hizo en 1534. Se trataba de un área periférica de la ciudad que tan sólo constaba de andenerías, sin embargo colindaba con un importante espacio del sector Chinchaysuyo que con la plaza de Haucaypata servía como escenario para los grandes rituales públicos de los Incas.
Su nacimiento coincidió con una etapa de convulsión. Por un lado la resistencia inca en Vilcabamba iniciada por Manco Inca en 1534 y, por otro, las guerras civiles entre pizarristas y almagristas, en un primer momento, y luego entre pizarristas y la corona española. No siendo su padre un personaje secundario y teniendo compromisos con los Pizarro, no pudo sustraerse a participar de buena o mala gana en los conflictos. Ello lo llevó a tener ausencias prolongadas de su casa dejando al pequeño principalmente al lado de su madre. Esto se tradujo en una mayor interacción por el lado materno y por lo que hizo del quechua su lengua inicial. Él mismo dice que dominaba esta lengua por haberla mamado en la leche materna. Sin embargo, muy pronto el español ingresaría en su repertorio idiomático. Un amigo muy cercano de la familia, que al parecer llegó hasta compartir el mismo techo antes que se mudaran a la casa ubicada en la plaza del Regocijo, muy pronto se hizo cargo de la educación del pequeño. Su nombre era Juan de Alcobaza. Garcilaso se refiere a él como su ayo y como padre de Diego de Alcobaza, al que considera su hermano por haber nacido ambos en la misma casa.
De las manos de este ayo luego pasaría a la de algunos preceptores en latinidad que como pago por sus enseñanzas recibían al mes de cada estudiante diez pesos equivalentes a doce ducados. Como él mismo refiere estos preceptores no duraban mucho siendo reemplazados por otros cuyas enseñanzas no guardaban correspondencia con las de sus predecesores. 

Según sus propias palabras esta situación los llevaba a andar “descarriados de un preceptor en otro sin aprovecharles ninguno hasta que el buen canónigo (Juan Cuéllar) los recogió debajo de su capa y les leyó latinidad casi dos años entre armas y caballos, entre sangre y fuego de las guerras que entonces hubo de los levantamientos de Sebastián de Castilla y de Francisco Hernández Girón” (Garcilaso de la Vega, 1960: t. II, 84).
Dado que estos levantamientos ocurrieron entre 1552 y 1553, contaba a la sazón con trece o catorce años. Como se puede apreciar por la cita previa, Garcilaso debió de simpatizar mucho con este canónigo lo que no le impide reconocer que “tampoco dejó sus discípulos perfeccionados en latinidad, porque no pudo llevar el trabajo que pasaba en leer cuatro lecciones cada día y acudir a las horas de su coro” (Garcilaso de la Vega, 1960: t. II, 84).

En 1549, cuando Garcilaso de la Vega debía de tener diez años, siguiendo los consejos de la Corona para que los vecinos solteros contrajesen matrimonio con damas de origen español, el padre se desposó con Luisa Martel de los Ríos hija del cordobés Gonzalo Martel de la Puente que hasta 1540 fue tesorero de Panamá (Miró Quesada, 1994: 71). Esta decisión debió de ser muy penosa para el hijo, pero al menos se le dio la oportunidad de seguir residiendo con su padre al cual serviría de escribiente de las cartas que redactaba.
Darle una tarea de esta naturaleza sugiere que, ya por aquel entonces, debía de manejar muy bien el español tanto oral como escrito. Sin embargo, su vocación de escritor la descubriría muchos años más tarde cuando ya estaba cerca de los cincuenta.
Quizá motivado por su padre que aspiraba a viajar a España cuando la muerte lo sorprendió en 1559, se embarcó para la Península por el mes de marzo de 1560. A la sazón contaba con veintiún años y con muchas ilusiones de poder ensanchar sus horizontes y lograr que se cumplieran en él ciertas reivindicaciones que anhelaba su padre. Además, sabía que podría contar con la protección de muchos familiares de su padre como efectivamente pudo constatar después.
Según el historiador Raúl Porras Barrenechea, su estadía en España puede ser dividida en dos etapas. Una primera marcada por la trayectoria de su padre donde se entrega a las armas sirviendo al rey de España en algunos conflictos bélicos, entre los que destaca la guerra contra los moros de las Alpujarras, y a la crianza de caballos. También se trata de una etapa donde lucha tenazmente en las Cortes para alcanzar alguna retribución por los servicios que había prestado su padre. Desafortunadamente sus pretensiones se estrellan frente a un buen número de enemigos que sacarán a relucir evidencias sobre cierta colaboración que le había brindado al rebelde Gonzalo Pizarro en alguna de las guerras que libró contra la Corona española. De haber tenido éxito en sus reclamos hubiese alcanzado, sin lugar a dudas, una posición bastante holgada pero, a pesar de llorar un poco de miserias, no se puede decir que en España pasara penurias.
La segunda etapa es una que se inicia estando en Montilla y que se caracteriza por su acercamiento a las letras. Debió de iniciarse en la década de 1580 cuando ya pasaba los cuarenta años. Se puede hacer esta deducción porque él mismo dice que acaba la traducción de los Dialoghi d’amore de León el Hebreo en 1586 cuando debía de tener unos cuarenta y siete años.
El primer territorio que pisa al llegar a la Península Ibérica en 1561 es Portugal. Luego la embarcación que lo lleva recala en Sevilla, ciudad que lo impresiona por la gran prosperidad que vive, siendo que es el principal punto de enlace con las Indias. De esta ciudad se dirige a Badajoz donde aspira a conocer a varios miembros de la familia de su padre y entre ellos a una hija natural llamada Leonor de la Vega, de quien se desconoce el nombre de su madre. Desafortunadamente aquella hermana mayor al parecer había fallecido.

Ignorándose que otras expectativas se le disiparon en su visita por Extremadura, al poco tiempo se dirige a Montilla, en las cercanías de Córdoba, para visitar a su tío Alonso de Vargas y Figueroa. Se supone que debió de ser en el mes de setiembre de 1561 cuando llega a la casa de este hermano mayor del capitán Garcilaso de la Vega.
Una razón para interesarse por visitar a este tío es que por disposición testamentaria su padre lo había hecho depositario, junto con otro hermano llamado Gómez Suárez de Figueroa, de 4.000 pesos que debían ser usados para alimentarlo y atenderlo hasta cumplir la edad de veinticinco años (Miró Quesada, 1994: 91, 92).
Para su tío Alonso y su esposa, Luisa Ponce de León hermana del padre del poeta Luis Góngora y Argote, posiblemente suplió la ausencia de los hijos que no tuvieron.
Tal fue el cariño que le prodigaron que lo convirtieron en su principal heredero aparte de cobijarlo hasta sus últimos días. Es así que en este pueblo cordobés permaneció por treinta años hasta que decidió mudarse a la ciudad de Córdoba, cuando su afición por las letras ya había alcanzado cierta envergadura.
No bien se asienta en Montilla a fines de 1561 que inicia su lucha legal para obtener las reivindicaciones a las que consideraba acreedor su padre. Como se ha mencionado, éstas naufragaron pero le sirvieron de acicate para seguir la huella del padre, sirviendo a la Corona en distintas batallas que le permitieron acceder al rango de capitán con que su padre fue honrado. Cada vez es más dominado por la sombra del progenitor al punto de abandonar su nombre original de Gómez Suárez de Figueroa y cambiárselo en 1563 primero por el de Gómez Suárez de la Vega y cinco días después por el de Garcilaso de la Vega (Miro Quesada, 1994: 109). Un poco más tarde incluso accederá al rango de capitán que ostentará su padre. Esto ocurre por 1570, cuando el rey Felipe II le da el encargo de comandar a trescientos infantes a propósito de su participación en la guerra de las Alpujarras, (Miró Quesada, 1994: 111).

Su permanencia en España encierra pues dos etapas. Una primera durante su juventud en la cual, dominado por la imagen del padre, se entrega a la guerra y a la crianza de caballos, y otra, ya entrado en años, en que sucumbe a la pasión por las letras y deja aquella obra, mezcla de literatura e historia, que lo ha elevado a la inmortalidad.
Es difícil decir cuándo se inicia esta última. José de la Riva Agüero dice que en su “primera mocedad fue afecto a los libros de caballerías; pero las amonestaciones que contra ellos trae Pedro Mejía en la Historia Imperial lo curaron completamente de tan frívola afición. Entre las lecturas de recreación y pasatiempo, hacía siempre gracia, en mérito de sus bellezas, a los grandes poetas y prosistas italianos, y muy en especial a Boyardo, el Ariosto y Bocaccio, cuyas obras repasaba con frecuencia; pero cada vez se inclinaba más a las disciplinas históricas y filosóficas. Perfeccionó su latinidad, deficientemente aprendida en el Cuzco, recibiendo ahora lecciones particulares del teólogo Pero Sánchez de Herrera, que era Maestro de Artes en Sevilla. Estudiaba los escritos de Nebrija y del Obispo de Mondoñedo, Fray Antonio de Guevara, de los historiadores clásicos de Roma y Toscana, sobre todo Plutarco, Julio César y Guicciardini; y también los del senés Piccolomini y del francés Bodin y las antiguas crónicas inéditas de los Reyes de Castilla que le franqueó un hermano del célebre Ambrosio de Morales” (Riva Agüero, 1962: 34).
Poco a poco la pasión por las letras le iría ganando hasta decidirse a producir lo que vendría a ser su primera publicación. No era un hombre joven cuando se le despertó esta afición, pues la traducción del indio de los tres Dialoghi d’amore de León el Hebreo que se publica en 1590 la terminó en 1586. Raúl Porras Barrenechea cree que prefirió iniciarse en estos menesteres de escritor con una traducción y no con una obra redactada por él mismo debido a su timidez. Podría ser también por cautela, entrenamiento en el campo de las letras y quizá por contar con cierto sosiego económico. Pero ¿por qué iniciar su trayectoria intelectual con una obra en italiano del judío converso Judáh o Jehudah Abarbanel o Abarbanel de Nápoles apodado León el Hebreo?
En realidad los diálogos son su primera publicación pero a través de la dedicatoria que dirige a Felipe II se ve que a la par de desarrollar este trabajo ya venía elaborando la Florida del Inca y tenía en ciernes su historia sobre el Perú. Pareciera como si en la década de 1580 su interés por la pluma se uniera a una renovada pasión por su pasado indígena y sus vivencias religiosas que marcarían el derrotero del resto de su vida. La etapa de la espada iba pues quedando atrás pero para entrar de lleno a la de la pluma quiso sumergirse en la traducción de una obra de corte neoplatónico que venía gozando de popularidad desde que fuera publicada en 1535 y que debió de resultarle muy estimulante para adentrarse en el campo de las letras a través de reflexiones filosóficas.

Como el mismo Inca declara “cuando yo hube estos diálogos y los comencé a leer, por parecerme cosa tal como ellos dirán de sí, y por deleitarme más en la suavidad y dulzura de su filosofía y lindezas de que tratan, con irme deteniendo en su lección, di en traducirlos poco a poco para mí solo, escribiéndolos yo mismo a pedazos; así por lo que he dicho, como por ocuparme de mi ociosidad, que por beneficio no pequeño de la fortuna me faltan haciendas de campo y negocios de poblado, de que no le doy pocas gracias” (Garcilaso de la Vega, 1960: t. I, “Dedicatoria a Maximiliano de Austria”).

Qué lo predispuso a entusiasmarse tanto con la obra de Abarbanel es difícil decir. Lo que sí se puede suponer es que para abordarla ya debía contar con una sólida preparación intelectual, un buen manejo del español y del italiano y una buena dosis de religiosidad. Las obras de algunos neoplatónicos como Marsilio Ficino y Pico della Mirandola, que Durand incluye entre sus lecturas (Durand, 1963: 18), ya debían de ser parte de su bagaje cultural así como la de otros autores. Sin embargo, anhelaba alcanzar una mayor maestría tanto en el manejo del lenguaje como en el de una filosofía que le ayudara a dar sentido a relatos que desarrollaría en el futuro. Ensimismado por el neoplatonismo y quizá por un renovado fervor religioso, no tardaría en descubrir que hacer una traducción de los diálogos de León el Hebreo podría darle el entrenamiento que buscaba. Qué mejor oportunidad para adentrarse en la grandes preocupaciones del cristianismo que reflexionar, junto con un pensador serio de gran talento literario, sobre el tema del amor y sobre la armonía del cosmos que, además, no eran tan distantes de aquella filosofía andina de sus ancestros indígenas tan amiga de la búsqueda de la unidad a partir de los opuestos complementarios.
Como él mismo señala, este trabajo lo inicia para beneficio personal, pero tan alta sería la calidad que muy pronto algunos amigos intelectuales y religiosos que frecuentaba debieron aconsejarle que ameritaba ser publicado y por todo lo alto. Posiblemente él mismo debió de quedar sorprendido de sus habilidades tratándose particularmente de un mestizo peruano que no había logrado reivindicar los derechos de su padre. Esta vez serían sus propios méritos los que podrían llegar a encumbrarlo y, a través de él, a sus subyugados paisanos indígenas que hasta tiempos recientes habían motivado una discusión sobre su naturaleza infrahumana. De ahí que en el título que le otorga señale que se trata de una “traducción del Indio” y que en la autoría reivindique el nombre de Garcilaso de la Vega y su condición de Inca nacido en la ciudad del Cuzco.
Reafirmado intelectualmente con este gran paso de proyección universal sus obras futuras se desenvolverán por el campo de la historia buscando un mayor acercamiento tanto al pasado de sus ancestros indígenas como al que estuvo estrechamente vinculado con su padre. Pareciera que a medida que envejecía su identificación con el Perú se iba acrecentando sintiéndose obligado a mostrar las bondades del legado incaico, la gesta heroica de la conquista y los beneficios recibidos por la evangelización. Paralelamente su religiosidad también crecía llegando a ordenarse como eclesiástico pero de un nivel menor que no lo autorizaba a decir misa. Se desconoce cuándo tuvo lugar su ordenación pero “una escritura fechada en Córdoba el 11 de agosto de 1597 aparece por primera vez como clérigo” (Miró Quesada, 1994: 162).

Cuando en 1587 dedica los diálogos de León el Hebreo a Maximiliano de Austria le anuncia que ya tiene escrita más de la cuarta parte de la que será su próxima obra. Ésta es La Florida del Inca que versa sobre las hazañas de Hernando de Soto y un grupo de españoles en su intento por doblegar el agreste medio de esta región sur de lo que es hoy Estados Unidos de Norteamérica. 
En aquel mismo contexto le anuncia que le queda ir “a las Posadas, una de las aldeas de Córdoba, a escribirla de relación de un caballero que está allí, que se halló personalmente en todos los sucesos de aquella jornada” (Garcilaso de la Vega, 1960: t. I, “Dedicatoria a Maximiliano de Austria”). 
Hoy se sabe que el mencionado caballero era Gonzalo Silvestre nacido en Herrera de Alcántara a quien había conocido estando todavía en el Perú. La relación entre ambos debió de ser muy estrecha tanto que nombra al escritor como albacea de su testamento.

En Las Posadas pudo pasar largas horas recogiendo con deleite el relato que le transmitía su amigo Silvestre. Sin lugar a dudas la presencia de este viejo conquistador en La Florida del Inca debió de ser dominante, aunque no deja de valerse de otros informantes para darle mayor veracidad a su narración. Dos de ellos mencionados en el proemio de su libro son Alonso de Carmona y Juan Coles.
En el proemio menciona que el tiempo que le llevó escribir este libro fue de seis años. Si como se ha dicho anteriormente lo concluyó en 1589, debió de empezarlo hacia 1583, mientras seguía con la traducción de los Dialoghi d’amore. El ritmo que le otorgó a su elaboración tuvo que ser pausado pues, en 1587, declara que había avanzado hasta la cuarta parte. Si lo terminó en 1589, fue a partir de ese momento cuando debió de apurar el paso porque ya la salud de Gonzalo Silvestre parecía quebrantarse por las bubas y temía que la rica información que poseía se fuese con su muerte. Felizmente tomó esta previsión pues en 1592 el viejo conquistador dejó de existir agobiado por el mal que lo aquejaba.
Con La Florida del Inca Garcilaso inicia su incursión por temas históricos aunque esgrimiendo un estilo narrativo que lo lleva a lindar con la literatura. Muchos estudiosos han visto en esta obra aquel tono épico que la hace comparable con La Araucana de Alonso de Ercilla. Una vez más pareciera que a lo largo de sus páginas el autor buscase entrenarse para abordar aquel acariciado sueño de escribir la historia de aquella gran sociedad a la que perteneció su madre y la que se inaugura en tierras peruanas con el ingreso de los europeos.

Nunca visitó la Florida de modo que todo lo que cuenta se deriva de sus informantes y de cierto conocimiento geográfico que le permite recrear los escenarios con bastante fundamento, aunque no exento de una buena dosis de imaginación. Así la tentación literaria la pone al servicio de realzar la osadía del adelantado Hernando de Soto y su hueste aventurera que, tratando de emular la gesta de Cortés o de Pizarro, intentan doblegar un medio que contra lo previsto se les presenta descomunalmente hostil. Tales son los retos que tienen que enfrentar que el mismo líder sucumbe en aquel intento que para Garcilaso buscaba fundamentalmente servir a la causa de la evangelización y grandeza de la monarquía española.
Después de darle una segunda redacción en 1592 y una tercera un poco más tarde y remover una genealogía encabezada por su antepasado Garci Pérez de Vargas, que quedaría inédita hasta tiempos recientes, a principios de 1605 vio la luz la saga de Hernando de Soto en la imprenta de Pedro Crasbeek en Lisboa. El título con que figura es La Florida del Ynca. Historia del Adelantado Hernando de Soto, Gouernador y capitan general del Reyno de la Florida, y de otros heroicos caualleros Españoles e Indios; escrita por el Ynca Garcilaso de la Vega capitan de Su Magestad, natural de la gran Ciudad del Cozco, cabeça de los Reynos y prouincias del Peru. En Lisbona [...] Impreso por Pedro Crasbeek...
Cuando se publica esta obra ya hacía quince años que se había mudado a Córdoba, ciudad donde terminaría de escribir el resto de las historias que venía planificando y pasaría los últimos años de su vida. En 1591 vendió su casa en Montilla y acto seguido se mudó al barrio de Santa María en Córdoba. No están claras las razones para este cambio, pero quizás estuvo motivado por la necesidad de estar menos aislado para facilitar la publicación de sus obras. Posiblemente antes de abandonar Montilla ya había nacido Diego de Vargas, el hijo natural que tendría con su criada Beatriz de Vega.
Publicar obras sobre América requería en España infinidad de autorizaciones que hacían el proceso largo y tedioso. De ahí que Garcilaso tardase tanto en publicar La Florida y optase finalmente por hacerlo en Portugal, donde los trámites no eran tan engorrosos. No estando dispuesto a que su siguiente obra, Comentarios Reales, esperase tanto, le hace seguir el mismo curso que su predecesora apareciendo tan sólo tres años después.

El año de 1609 fue, pues, el de la materialización de aquel viejo sueño del historiador mestizo de poder dar a conocer la cultura de sus ancestros maternos. Desde que lo anuncia por primera vez en la dedicatoria a Felipe II en los diálogos de León el Hebreo habían transcurrido veintitrés años. Sin embargo, desde años antes ya venía madurando la idea. Como lo nota Aurelio Miró Quesada ya aparece insinuada en las notas marginales que escribe en el ejemplar que poseía de la Historia General de las Indias de Gómara (Miró Quesada, 1994: 218).
Tanta acogida alcanzó que desde antes de ser publicada ya aparece citada en las obras de algunos estudiosos como los padres jesuitas Juan de Pineda, José de Acosta y Francisco de Castro. Como el mismo autor se jacta su ventaja frente a otros que escribieron sobre los Incas es que se trataba de un descendiente de esta etnia que conservaba el idioma que hablaban como su lengua materna. Sin lugar a dudas esto realzaba su autenticidad, que sumado a su magnífico estilo castizo y el sesgo utópico que confiere a su relato ha hecho que La Primera parte de los Comentarios Reales de los Incas alcance una gran difusión llegando a estimular rebeliones como la de Túpac Amaru y motivando aquellos calificativos de “socialista” dado al Imperio de los Incas en tiempos recientes.
Al igual que La Florida del Inca, esta obra del Inca Garcilaso es historia pero también literatura. Además es la ejemplificación de una utopía, pues la sociedad que emerge de sus páginas es un mundo feliz donde no había pobreza, donde todo se compartía y donde la religión de los Incas es representada como una antesala adecuada para el advenimiento del cristianismo.
Habiendo tratado sobre el pasado de su vertiente materna no podía dejar de lado aquel que completó su herencia cultural e hizo de él un mestizo representativo de aquello que él mismo veía como una fusión de sangre y de la más auténtica peruanidad. Es así que la Segunda parte de los Comentarios Reales o La Historia General del Perú trata sobre el Descubrimiento, la Conquista, las Guerras Civiles hasta la llegada del virrey Francisco de Toledo en 1569.
Esta obra no la llegó a ver publicada pues el Inca falleció el 23 o 24 de abril de 1616 y recién quedó terminada en 1617 en los talleres gráficos de la viuda de Andrés de Barrera con cuyo yerno, Francisco Romero, Garcilaso pactó la publicación que debía de tener una tirada de mil quinientos ejemplares. Una vez más la preparación de esta historia le llevó un buen tiempo, calculándose que ya la estaba trabajando por 1603 y 1604 y que la terminó en 1612. Después de recibir la última autorización necesaria en enero de 1614 concertó su impresión en octubre de aquel año (Miró Quesada, 1994: 300 y 301) y sólo tres años más tarde vería la luz.
A la muerte del Inca Garcilaso su cuerpo fue enterrado en una capilla de la Catedral de Córdoba que había adquirido cuatro años antes. Hoy sus restos siguen descansando en el mismo sitio habiendo quedado su tumba bajo el cuidado del gobierno peruano.


Obras de ~: L. Hebreo, Dialoghi d’amore, trad. de ~, Madrid, Pedro Madrigal, 1590; Genealogía de Garci Pérez de Vargas, 1596 (ms.); La Florida del Ynca: historia del adelantado Hernando de Soto, Gouernador y capitan general del Reyno de la Florida, y de otros heroicos caualleros españoles è indios, Lisboa, impresso por Pedro Crasbeeck, 1605; Primera parte de los Commentarios reales que tratan del origen de los Yncas, Reyes que fueron del Peru [...] y de todo lo que fue aquel Imperio y su Republica, antes que los Españoles passaran a él, Lisboa, Officina de Pedro Crasbeeck, 1609; Historia general del Perú: trata el descubrimiento del y como lo ganaron los españoles [...], Córdoba, viuda de Andres de Barrera, 1616; C. Sáenz de Santa María y P. Sarmiento de Gamboa (eds.), Obras completas del Inca Garcilaso, Madrid, Ediciones Atlas, Madrid, 1960 (col. Biblioteca de Autores Españoles, vols. 132-135).

Bibl.: J. de la Riva-Agüero, Del Inca Garcilaso a Eguren, en Obras Completas, t. II, Lima, PUCP, 1962; J. Durand, “Garcilaso entre el mundo incaico y las ideas renacentistas”, en Diógenes (París), n.º 43 (1963); F. Guaman Poma de Ayala, El Primer Nueva Coronica y Buen Gobierno, París, Institut d’Ethnologie, 1968; R. Porras Barrenechea, Los Cronistas del Perú, Lima, Biblioteca Peruana, 1986; A. Miró Quesada, El Inca Garcilaso, Lima, Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 1994.

Itsukushima Shrine.

Literatura Quechua.

El quechua, quichua o runa simi es una familia de idiomas originarios de los Andes peruanos que se extiende por la zona occidental de América del Sur a través de siete países.​ Para el año 2004 la cantidad de hablantes de lenguas quechuas se estimaba entre ocho y diez millones en toda Sudamérica.​ Según datos estadísticos del censo de 2017, la población de quechuahablantes en el Perú aumentó de 3 360 331 hablantes en 2007 a 3 799 780 hablantes en 2017.
Esta familia lingüística se habría originado en un territorio que correspondería con la región central y occidental de lo que actualmente es Perú.​ En el siglo v, se separaron dos ramas de la familia; el quechua I hacia el norte y el quechua II hacia el sur. Hacia el siglo xv, la llamada lengua general se convirtió en una importante lengua vehicular y oficial por el Estado incaico. Esta variante fue la lengua más importante empleada para la catequesis de los indígenas durante la administración española. En el siglo xx, el castellano sobrepasó al quechua como lengua mayoritaria en el Perú. El quechua sureño, descendiente de la lengua general colonial, es la lengua quechua más extendida, seguido del quichua norteño (de Ecuador, Colombia y Loreto) y del quechua ancashino. En la década de 1960, estudios dialectológicos determinaron la existencia de lenguas separadas dentro del quechua.
Las lenguas quechuas tienen una morfología aglutinante, con raíces regulares y repertorios amplios de sufijos productivos, que permiten formar palabras nuevas de forma regular. Entre sus rasgos gramaticales, se distinguen la fuente de la información o evidencialidad, varios casos nominales, un nosotros inclusivo y otro excluyente, el beneficio o la actitud del hablante al respecto de una acción, y opcionalmente el tópico. Los verbos transitivos concuerdan con el sujeto y el objeto. Expresan predicaciones nominales yuxtaponiendo el sujeto y el atributo. A diferencia del español, el quechua funciona sin artículos o conjunciones[cita requerida] y sin distinguir géneros gramaticales.
Hay expresiones como: Urqu mischi (gato macho); china mischi (gato hembra); china mulli (molle hembra); urqu mulli (molle macho). Urqun qucha (laguna macho); chinan qucha (laguna hembra): para distinguir funcionalidades duales; no hay categoría similar a la de la gramática de las lenguas romances. Se antepone 'urqu', 'china' al nombre de animal o planta o accidente geográfico para indicar el género masculino o femenino que le corresponda.​ A pesar de que varias de estas características son mayormente conservadas, ciertas lenguas han perdido algunas de ellas en el transcurso del tiempo.

Literatura quechua.

La literatura quechua nombra a la manifestación literaria que se desarrolló en quechua, desde el Incanato hasta la actualidad. El quechua o runa simi (lengua de la gente) ha servido para los textos, generalmente en versión oral, y luego de la conquista española, en forma escrita.

Tradición oral prehispánica

La literatura quechua conoció un alto desarrollo en tiempos prehispánicos con numerosas formas líricas, épicas, narrativas y dramáticas o casi dramáticas. Se trata de un conjunto que no nos ha dejado textos escritos, pues solo lo ha hecho a través de la información y compilación realizada por algunos cronistas, predicadores y funcionarios coloniales. Fue por lo tanto, transmitida oralmente. Estas manifestaciones formaban parte del quehacer cotidiano: funerales, fiestas, nupcias, peleas, guerras, entre otros. Estaban enmarcadas en una ritualización expresada a través del arte.

Literatura quechua en la época de los virreinatos españoles

Los primeros autores que usaron el quechua, por lo menos parcialmente, y fijaron las tradiciones orales en sus obras escritas, sobre todo en traducción castellana, fueron Felipe Guamán Poma de Ayala y el Inca Garcilaso de la Vega. Para escribir el quechua se usaron modificaciones del alfabeto español. Casi todos los textos quechuas de esta época fueron religiosos, entre ellos la Doctrina cristiana en castellano, quechua, aymara y puquina, el primer libro impreso en el Perú en 1584. Una excepción fue el manuscrito de Huarochirí escrito por encargo del obispo Francisco de Ávila para luchar contra la idolatría y el paganismo, que contiene mitos recopilados en la provincia de Huarochirí.
En la Colonia fueron también escritos los dramas anónimos Apu Ollantay, la Tragedia del fin de Atahualpa y una elaboración dramática del Hijo pródigo, que fueron representados en el teatro del Cusco a inicios del siglo XVIII.
Un poeta importante que luchó por la independencia y cayó en el combate contra los españoles fue Juan Wallparrimachi de Potosí, que pese a ser bilingüe escribió solamente en quechua.

Drama quechua del siglo XX de la familia villarreal.

A principios del siglo XX, casi ningún quechuahablante podía leer o escribir. Había sólo muy pocos autores en lengua quechua, y el drama fue su modo de expresión principal. Los más importantes entre ellos fueron en el Cusco Nicanor Jara (Sumaqt'ika, "Flor hermosa", 1899), el cura Nemesio Zúñiga Cazorla (Qurich'uspi, "Mosca dorada" [se trata del nombre de un protagonista], 1915 y T'ikahina, "Como una flor", 1920), José Félix Silva Ayala (Yawarwaqaq, 1919) y Luis Ochoa Guevara (Manco II, 1921). Mientras que la mayoría de estos dramas fueron ambientados en el Imperio incaico, el autor puneño Inocencio Mamani rompió con esta tradición: Los protagonistas de sus dramas Sapan Churi (1926) y Tukuypaq munasqan (1927) son personas del mundo contemporáneo, y las obras fueron escritas en quechua puneño moderno. Entre los autores del drama quechua an Ayacucho de los años 1920 y 1950 fueron José Salvador Cavero León (Yana puyup intuykusqan, "Rodeado de nubes oscuras", 1938; Rasuwillkap wawankuna, "Hijos de Rasuhuillca", 1945; Wakchapa muchuynin, "El sufrimiento de los pobres", 1955), Moisés Cavero Cazo (Qisanpi sapan urpikuna, "Palomas solitarias en su nido", 1910; Kaypi wayta, wakpi kichka, "Aquí la flor, allá la espina", 1939) y Olinda Chávez Callirgos (Gobernadorpa justician, "La justicia del gobernador", 1941), en Huanta el dramaturgo Artemio Huillca Galindo (Puka Walicha, "Valeriana roja", 1950).

Poesía quechua desde la independencia.

A fines del siglo XIX, Luis Cordero Crespo, luego presidente de Ecuador, escribió poemas en quichua y un diccionario quichua-castellano-quichua. En el Perú, el poeta Andrés Alencastre Gutiérrez (1909-1984), más conocido como Killku Warak'a, publicó su colección Taki parwa en 1952. José María Arguedas, que también recopiló muchas canciones y muchos cuentos quechuas, parcialmente junto con Jorge A. Lira, y escribió (en castellano) sobre el mundo indígena, tradujo el manuscrito de Huarochirí del quechua al castellano en 1966. Publicó también unos textos en quechua como Pongoq Mosqoynin en 1965.Jesús Lara (Bolivia) recopiló poesías, cuentos, leyendas y mitos como "Kuniraya Wiraqocha y Kawillaka" en su libro La Literatura de los Quechuas.
La poesía quechua cuenta con dos importantes referentes en Ranulfo Fuentes Rojas y Víctor Tenorio García, ambos destacados docentes de la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga y promotores de actividades literarias en Ayacucho, con especial énfasis en la poesía y narrativa en quechua, idioma que hablan cinco millones de peruanos, como nos lo recuerda la breve introducción de este nuevo volumen de la colección Biblioteca de Cultura Quechua Contemporánea.
Ranulfo Fuentes (Ayacucho, 1940) ha reunido en Llaqtaypa harawin (Poesía de mi pueblo) diversas odas acerca de los entrañables vínculos entre el hombre y la naturaleza, así como las tribulaciones y alegrías del habitante de los Andes. Autor de diversos cancioneros, Fuentes utiliza la forma típica del cuarteto para ensalzar al telúrico río, la majestad del cóndor o la ternura de la flor silvestre. El poeta homenajea las labores del campo y el amor como manifestaciones de la unión y solidaridad que deben existir entre los seres frente a la adversidad. Víctor Tenorio (Huamanga, Ayacucho, 1941) practica la poesía visual, lo cual en cierto modo rompe en el plano formal con un estándar, al disponer los vocablos quechuas con evidente afán lúdico. Autor de diversos poemarios y libros de cuentos, así como estudioso de la tradición oral, su poesía se distingue por la conversión del impulso creativo y caótico en palabra concreta que renombra al mundo. Musquykunapa qillqan (Escritura de los sueños) se divide en dos partes: Musqusqa harawikuna (Poemas soñados) y Sunqupa harawinkuna (Poemas del corazón). 
Conciencia de la existencia, el erotismo y la valoración de las costumbres populares constituyen los principales ejes de la poética de Tenorio. Podemos considerar este volumen como un valioso aporte al conocimiento de la poesía quechua reciente y como una muestra más por superar aquel prejuicio sobre la poesía andina, cuyo estudio se detiene sólo en la era prehispánica o la Colonia. Gracias a la obra de importantes investigaciones, no sólo desde el punto de vista antropológico, sino también a partir de la posición de los estudios literarios, la poesía escrita se convierte en el rostro viviente de la cultura, a pesar de las trabas ideológicas que impiden su mayor circulación.
Frente a la carencia de ediciones críticas que nos ayuden a situar la actualidad de la poesía escrita en quechua, el esfuerzo editorial de la Universidad Nacional Federico Villarreal, que ha institucionalizado un premio nacional para este género, es una buena noticia.
Actualmente, pudiera citarse el elenco de los poetas en quechua más activos, conformado por Gloria Cáceres Vargas (*1947) de Ayacucho (Riqsinakusun, Munakuwaptiykiqa, Yuyaypa k'anchaynin), Dida Aguirre García (*1953) de Huancavelica (Jarawi, Qaparikuy), Hugo Carrillo Cavero (*1956) de Apurímac (Yaku-unupa yuyaynin), Odi Gonzales (*1962) del Cusco (Umantuu, Upa), José Antonio Sulca Effio (*1938) de Ayacucho, Fidel Almirón Quispesivana (*1979) del Cusco y Ch'aska Anka Ninawaman (*1973), una autora de Yauri (Provincia de Espinar, Cusco) con su colección Ch'askaschay (Poesía en quechua, 2004),2​ y en Ecuador el poeta Ariruma Kowii (*1961) de Otavalo y Yana Lucila Lema Otavalo (*1974) de Peguche. La periodista tambobambina, Alida Castañeda Guerra (*1948), publicó unos de sus poemas en castellano y quechua bajo la impresión de las crueldades del conflicto armado interno en el Perú. Uno de los poetas quechuas más jóvenes es Percy Borda Huyhua (*1994), que habla quechua y machiguenga y ha publicado poemas en ambas lenguas. Aún más joven es Edwin Lucero Rinza (*1995) de Inkawasi, primer autor de un poemario publicado en quechua lambayecano.

Textos quechuas en prosa

Textos más extensos en prosas existen sólo desde mediados del siglo XX. Jorge A. Lira utilizó los cuentos recopilados en el valle del Vilcanota en su obra propia publicada en 1975, Isicha Puytu y cuentos del alto Urubamba de 1990. Otros cuentos recopilados y trabajados son Unay pachas de Nonato Rufino Chuquimamani Valer de Puno, Pirumanta qillqasqa willakuykuna de Carmelón Berrocal de Ayacucho y Unay willakuykuna (1992) de Crescencio Ramos de Huancavelica. El catedrático de quechua en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima, Teodoro Meneses Morales, publicó una colección de tres cuentos cortos de Huanta en 1954.
Una autobiografía de los campesinos Gregorio Condori Mamani y Asunta Quispe Huamán, que vivieron en una hacienda en el Cusco, fue recopilada por Ricardo Valderrama Fernández y Carmen Escalante Gutiérrez en 1982.
Obras originales en prosa fueron publicadas sólo en los últimos tres decenios. José Oregón Morales (*1949) de la provincia de Tayacaja (Huancavelica) publicó ocho cuentos cortos bajo el título Loro qulluchi (Exterminio de loros) en 1994. En dos historias cuenta de su infancia en un pueblito de los Andes, mientras que las otras son basadas en cuentos tradicionales.
Porfirio Meneses Lazón (1915-2009) de Huanta, que también tradujo las colección Los heraldos negros de César Vallejo (Yana kachapurikuna), publicó en su libro Achikyay willaykuna (Cuentos del amanecer) seis cuentos cortos cuyos contenidos son problemas actuales de su región y en los cuales desarrolló su propio estilo literario.
Macedonio Villafán Broncano del Callejón de Huaylas es el primer autor que escribió en quechua ancashino. Junto con Perfirio Meneses recibió el Premio de cuento del Concurso Nacional de Literatura Quechua por su cuento en 22 páginas, Apu Kolkijirka. En este relato, el narrador es el "Cerro de Plata" (Kolkijirka) que cuenta la historia del pueblito Cutacancha.
La escritora boliviana Gladys Camacho Ríos de Anzaldo publicó en 2013 su novela Phuyup Yawar Waqaynin sobre la vide de su abuelo. En 2019 aparecieron cuentos del zorro, que había recopilado en la comunidad de Uma Piwra, bajo el título Kumpa atuqmariqa.
En 2016 el escritor Pablo Landeo Muñoz de Huancavelica (nacido en 1959) publicó Aqupampa, la primera novela quechua sin traducción al castellano, que trata de la migración a la ciudad en el contexto de la violencia del Sendero Luminoso.

Poesía en quechua de Áncash

En el poemario «Rumi shanka» de Elmer Félix Neyra Valverde aparecen algunos poemas en quechua. En 2011, dicho autor publicó poemas en quechua, «Qanchisqocha», presentado en el encuentro de Aucallama, provincia de Huaral, en noviembre del mismo año. En el encuentro de Cátac en 2018 presentó el poemario escrito en quechua «Intipa Waytankuna». Violeta Ardiles ha publicado, en 2017, el poemario bilingüe en quechua y castellano «Nuqanntsikpam» con la editorial Killa.

Características de la literatura quechua.

- Anónima - oral: No existía autor definido. La literatura era mantenida por la tradición oral, pues no existía la escritura fonética.

- Agrarista colectiva: La base económica del Imperio Incaico fue la agricultura. Por ello las actividades derivadas de la agricultura y la ganadería constituían la fuente de inspiración para las composiciones.

-Musicalidad y danza: Durante las ceremonias, la coreografía era variada; ella era acompañada por la flauta, la quena, el pinkullo,la tinya, el huancar y los pututos.

- Panteísmo-cosmogónico religioso: El congénito panteísmo del indio se adhiere con tal fuerza a la tierra sobre la cual se mueve, que hace imposible separarlos.

- Espíritu animista: En todos los géneros los incas dotaban de cualidades humanas a la naturaleza.

- Clasista: Tenemos dos tendencias:


Literatura cortesana

La enseñanza de todas las manifestaciones literarias se daba en el yachayhuasi o yachay wasi y estaba a cargo de los amautas, maestros encargados de transmitir la cultura oficial del Imperio a las élites gobernantes.
Destacan los cantares épicos, composiciones sobre los dioses, los orígenes de los incas y las gestas de cada Inca. Nos han llegado varias versiones sobre los ciclos míticos de Wiracocha y los hermanos Ayar, así como de la hazañas y conquistas de algunos incas como la leyenda de los pururaucas, el rapto de Yahuar Huaca, la cobardía de Urco, etc.

Literatura popular

Era transmitida por el haravicu, expresaba el sentimiento de los pueblos. Las formas líricas venían con acompañamiento musical, incluso vinculadas con la danza; el vocablo taki significa a la vez canto, música y baile. Podemos mencionar al arawi o harawi (cualquier género de canción, aunque después se convirtió en un canto amoroso), el haylli (similar al himno europeo), el wawaki (canto dialogado), el wayñu o huayno (fusión de danza, música y poesía), la qhashua (baile alegre y festivo), el ayataqui (canto fúnebre), el huaccataqui (canto ritual a las huacas), el aymoray (canto de súplica para obtener buenas cosechas), el wanka (no se tiene concepto exacto pero se dice que es similar a la elegía europea) y saura taqui (canción de burla o mofa).

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