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Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

lunes, 29 de julio de 2013

155.-Oráculo manual y arte de prudencia de Baltasar Gracián.-a



Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma; Katherine Alejandra Del Carmen  Lafoy Guzmán;

Estatua de Baltasar Gracián en Belmonte de Gracián


Oráculo manual y arte de prudencia (1647) es una obra literaria perteneciente a la prosa didáctica de Baltasar Gracián en la que, a lo largo de trescientos aforismos comentados, se ofrece un conjunto de normas para triunfar en una sociedad compleja y en crisis, como lo era la del barroco, contemporánea a nuestro autor.
Este “arte de prudencia” escrito por Gracián ha tenido vigencia en la actualidad, como lo demuestra el hecho de que una versión al inglés, titulada The Art of Worldly Wisdom: A Pocket Oracle llegó a vender más de cincuenta mil ejemplares en el ámbito anglosajón, presentado como un manual de autoayuda para ejecutivos.
El Oráculo manual, como otros de los tratados gracianos, aconseja al hombre para llegar a ser sagaz, inteligente, y prudente. Con esta obra Gracián resume de modo sintético muchos de los preceptos de sus anteriores obras dedicadas a la filosofía moral.

característica 

La obra fue publicada en Huesca, en 1647, con el equívoco subtítulo de “sacada de los aforismos de Lorenzo Gracián” (seudónimo que utilizaba para evitar la censura previa del Colegio de los jesuitas). Pero esto ha hecho pensar a parte de la crítica que el libro sería una mera recopilación de aforismos de anteriores obras suyas. Sin embargo, un exhaustivo cotejo demuestra que el porcentaje de aforismos tomados de El Héroe, El Político o El Discreto no llega al 25%.
El hecho de glosar algunos aforismos sacados de sus propias obras, era un proceder reservado a los clásicos de la antigüedad, o al menos a autores de reconocido prestigio, por lo general ya fallecidos. Realizar en parte una antología de citas suyas indica que Gracián se eleva al rango de los autores que formaban el canon literario de la época. La portada del libro reza que este lo publicaba don Vincencio Juan de Lastanosa, (“Publicala don Vincencio Juan de Lastanosa”) y dado que, como hemos dicho, se pensaba en que el tratado conformaba una supuesta antología, se ha pensado si no habría sido el mecenas oscense el compilador de este conjunto de aforismos. Actualmente queda fuera de toda duda que Baltasar Gracián fue el único responsable de esta obra.

El sintagma bimembre «oráculo manual y arte de prudencia», funciona como antítesis, pues Oráculo tiene un sentido de secreto emanado de la divinidad, y este término adjetiva manual, esto es, lo que cabe en la mano, para un uso práctico y portátil. En cuanto a la segunda parte del título, la palabra arte significa desde fines de la Edad Media “reglas y preceptos para hacer rectamente las cosas”, como recoge el Diccionario de Autoridades. Pero se le opone la prudencia, que no admite reglas ciertas y universales para la conducta del hombre. De todos modos, queda claro que se trata de un libro de consejos y reglas para conducirse, que parte de la tradición “espejos de príncipes”, solo que ahora se dirige a toda persona. Este arte de prudencia se convierte así en norma de conducta para obtener el triunfo en la vida cotidiana.

No menos novedosa es la forma del Oráculo, puesto que se prescinde de la argumentación y la ejemplificación con casos históricos que habían sido habituales en los tratados similares al del aragonés. Se abandona de este modo el argumento de autoridad avalado por la historia. La observación del mundo y la aplicación de estos consejos en la práctica, son ahora los garantes de la utilidad de este conjunto de normas y consejos para ser prudente de aplicación universal y contrastadas por el uso empírico.

El Oráculo no sólo ha interesado a aficionados a la literatura. Se han interesado por él pensadores y filósofos que vivieron desde las fechas de su publicación hasta la actualidad. Sobre todo, el interés que a esta obrita le dedicó Arthur Schopenhauer, le llevó incluso a aprender español para así traducirlo al alemán. Hasta no hace mucho, era la versión de Schopenhauer la más difundida en esta lengua.

El arte de prudencia de Gracián no presenta una estructura definida, aunque sí pueden percibirse claramente unas constantes que permiten diseñar, a través de los trescientos aforismos que lo componen, un sistema de pensamiento estratégicamente definido incluso en sus contradicciones. Muchos de ellos llevan por lema «Saber + infinitivo», perífrasis verbal que indica que estamos ante normas de comportamiento que nos puedan llevar al éxito. Así: «saber hacerse a todos» (aforismo 77), «saber declinar a otro los males» (149), «saber vender sus cosas» (150), «saber sufrir (=soportar) necios» (159), «saber pedir» (235), «saber un poco más y vivir un poco menos» (247) o «saber olvidar» (262), serían ejemplos de aprendizajes necesarios para conducirse adecuadamente en una sociedad compleja y cambiante. 
Se trata, en definitiva, de una suerte de mercadotecnia del siglo XVII, de un saber práctico. También en la glosa de los aforismos, donde se explica con más precisión en qué consiste cada uno de esos conocimientos, se dan indicaciones sobre la inutilidad del saber que no tiene aplicación práctica, pues todo conocimiento, para Gracián, debe estar orientado a «saber vivir», ciencia que en la época se denominaba «Moral Filosofía». La inteligencia consiste en Gracián en saber salir airoso de cualquier situación, así dirá: «no se vive si no se sabe» (15 y 247), «hasta el saber ha de ser al uso» (120) o «Algunos comienzan a saber por lo que menos importa y los estudios de crédito y utilidad dejan para cuando se les acaba el vivir» (249). Un buen ejemplo de esto es el aforismo 232:

Los muy sabios son fáciles de engañar, porque aunque saben lo extraordinario, ignoran lo ordinario del vivir, que es más preciso. [...] ¿De qué sirve el saber si no es práctico? Y el saber vivir es hoy el verdadero saber.
Gracián, Oráculo, 232.
CULTURA
LA VIRTUD Y SU APARIENCIA, DE GRACIÁN A FREIRE.

«Hacemos hombres sin corazón y esperamos de ellos virtud y arrojo. Nos reímos del honor y nos sorprendemos al ver traidores entre nosotros. Castramos a las personas y luego les pedimos que sean fértiles»
Javier Bilbao
Por Javier Bilbao
5 de noviembre de 2023

Hace poco tuve ocasión de ver un vídeo de TikTok de una chica que hacía fotos al cielo con su móvil, luego las ampliaba una y otra vez hasta terminar encontrando píxeles donde antes había nubes y entonces concluía, con lógica irrefutable, que la realidad es mentira, una gigantesca ilusión digital que alguien pone ante nuestros ojos para engañarnos, parafraseando quizá sin saberlo el comienzo de Neuromante, la novela ciberpunk por excelencia:
 «El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto».
Lo cierto es que estaba adscribiéndose así a una antiquísima tradición religiosa y filosófica que anhela desvelar la naturaleza última de la realidad, brahman, ḥaqīqa o emet, en un mundo de ilusiones y sombras de la verdad. Pero aún si el espacio más allá de nuestro cielo pixelado fuera inexistente, una gran conspiración urdida para amedrentarnos con una hipotética invasión alienígena por quienes pretenden así un gobierno mundial, tal como sostenía un experto en artes marciales en el programa de Joe Rogan («lo he investigado en YouTube», explicaba), todas esas inquietudes epistemológicas sobre el universo serían superficiales si no buscan distinguir la verdad y la mentira dentro de cada uno de nosotros.

A enfocar no las estrellas sino lo humano se dedicaron dos faros de nuestra tradición cultural como Sócrates y Jesús. Una tarea fundamental (e ingrata, a la vista de cómo acabaron ambos) que nos ayuda a quienes llegamos después a discernir qué hay de pixel y conspiración en el comportamiento moral propio y ajeno, a cribar la virtud de su apariencia. Leyendo los Evangelios uno percibe con claridad ese empeño en desenmascarar el fariseísmo, la vileza que constantemente se disfraza con ropajes de santidad, la hipocresía del exhibicionismo moral o, como se dice ahora, el postureo. Al hombre de la parábola que fue apaleado por salteadores no lo socorrió un sacerdote ni un levita, sino un despreciado samaritano. Cuando uno dé limosna no ha de tocar trompeta delante de sí para ser alabado por otros hombres, nos advertía, de la misma manera que ponía freno a quien se quiera venir arriba lapidando o señalando a otros sin mirar la viga en el ojo propio.

Todo esto es algo que no ha cambiado con el paso del tiempo. Lo vemos cada día, en figuras cuya imagen pública poco tiene que ver con lo que sabemos que hacen en su vida privada o con lo que ellos mismos proclamaban antes de ayer. Vemos a aliados feministas con órdenes de alejamiento y a solemnemente autoproclamados católicos que miran para otro lado o balbucean excusas mientras se está cometiendo una matanza de inocentes. En fin, somos criaturas sociales dependientes de la aprobación de nuestros semejantes, está en nuestra naturaleza exhibir moralidad: necesitamos representar públicamente que somos fiables, que los demás pueden relacionarse, negociar o convivir con nosotros y para eso emitimos señales constantemente sobre la —supuesta— rectitud de nuestro proceder. Ahora bien, ¿y si esas señales, como estamos viendo, son fingidas? La mercancía falsa es más barata de producir, así que nos encontraríamos entonces, desorientados, en mitad de un zoco donde todos gritan a voces lo bueno que es lo suyo y lo malo que es lo que vende el del puesto de al lado.

Pues bien, las letras españolas han contado desde hace casi cuatro siglos con un excepcional observador de ese ruidoso mercadillo, Baltasar Gracián. «Europa no ha producido nada más fino ni más complicado en materia de sutileza moral», dijo de él Nietzsche. La época barroca que le tocó, las intrigas cortesanas de las que fue partícipe y su formación jesuítica intersecaron en una obra de estilo recargado y brillante, así como de un poso filosófico de profundo escepticismo sobre la vida social. Siendo El Criticón su libro más celebrado, sin embargo, Oráculo manual y arte de prudencia ha pasado a convertirse en las últimas décadas en algo parecido a un manual para CEOs y mandarines, aunque algunos lo interpretan más bien como una sátira propia de un ermitaño aborrecido ya de los trepas y aduladores de la corte.

Sus trescientos aforismos son una llamada a obrar de forma taimada en un mundo que se intuye despiadado, guardando siempre segundas y hasta terceras intenciones… y por supuesto atribuyendo a los demás la misma actitud:
 «Sin mentir, no dezir todas las verdades. No ai cosa que requiera más tiento que la verdad, que es un sangrarse del coraçón. Tanto es menester para saberla dezir como para saberla callar (…) Es el oído la puerta segunda de la verdad y principal de la mentira. La verdad ordinariamente se ve, extravagantemente se oye; raras vezes llega en su elemento puro, y menos quando viene de lejos; siempre trae algo de mixta, de los afectos por donde passa; tiñe de sus colores la passión quanto toca, ya odiosa, ya favorable. Tira siempre a impressionar: gran cuenta con quien alaba, mayor con quien vitupera. Es menester toda la atención en este punto para descubrir la intención en el que tercia, conociendo de antemano de qué pie se movió».

Aunque siga teniendo validez su apelación a ser «zaoríes del coraçón y linces de las intenciones», muchos de los tenderetes y mercaderías de aquel ruidoso bazar en que debíamos movernos han cambiado en estos últimos cuatro siglos. Una magnífica puesta al día podemos verla en un libro recién publicado que merece la pena leer, subrayar y releer: La banalidad del bien , de Jorge Freire. Aunque en él encontramos una mayor calidez humana frente a las gélidas astucias de Gracián, es perfectamente consciente de que allá fuera hay dragones y sobre todo muchos jetoncios.

El propio Freire se reclama discípulo de aquel pensador: 

«En general soy más de Gracián que de Kant por la misma razón que soy más de Tomás de Aquino que de Occam o más de Morante de la Puebla que de Greta Thunberg: prefiero la Gracia de Dios antes que la fe luterana. Pero como moralista es interesante porque siempre llegó antes a todo. Hay un episodio de El Criticón en que el náufrago Critilo y el buen salvaje Andrenio van camino del palacio de Virtelia, que hace referencia a la virtud, y entonces un ermitaño les habla de Hipocrindia, la hipocresía, que es una especie de `barata felicidad’ a la que se llega por un camino mucho más cómodo y que igualmente ofrece honores, poder y satisfacción, pero sin necesidad de sufrir tanto».

Vivimos en un tiempo, nos dice, en el que según una de las múltiples citas de clásicos que nos trae «hacemos hombres sin corazón y esperamos de ellos virtud y arrojo. Nos reímos del honor y nos sorprendemos al ver traidores entre nosotros. Castramos a las personas y luego les pedimos que sean fértiles»; una época en la que, sostiene, las grandes corporaciones dan lecciones morales que nadie les ha pedido a una población cada vez más precaria y desarraigada (lo que algunos llaman «el sujeto hidropónico»); donde el imperio de las redes sociales «hace que cada ciudadano sea un publicista de sí mismo» y el exhibicionismo moral consecuente vuelva casi imposible casi cualquier conversación pública; y en la que, en definitiva, se confunde empatía con compasión y honra con honor:

 «Gracián dice que `no se ha de ser de todos más que de uno mismo’, y a mí no se me ocurre mejor definición del honor. Honor, digo, y no honra, que es una vis reactiva que solo se defiende cuando alguien externo la amenaza; el honor es el respeto a la propia conciencia y a la palabra dada. También recomendaba enrolarse en la `milicia contra la malicia’, y en estos tiempos marcados por el cinismo, la dicacidad y el resabio socarrón eso es más razonable que nunca».
Jorge Freire (Madrid, 1985) es un filósofo,​ articulista​ y escritor español.

Itsukushima Shrine.

  

Biografía Baltasar Gracián


(Baltasar Gracián y Morales; Belmonte de Calatayud, España, 1601 - Tarazona, id., 1658) Escritor y jesuita español. Hijo de un funcionario, Baltasar Gracián estudió en un colegio jesuita de Calatayud y en la Universidad de Huesca, tras lo cual ingresó, en 1619, en la Compañía de Jesús, probablemente en Tarragona, donde se encontraba el noviciado de la provincia.

Se dispone de escasa información sobre su vida entre esta fecha y 1635, año de su ordenación sacerdotal. Se sabe que en 1628 se encontraba en el colegio de Calatayud, donde es presumible que ejerciera como docente, y que su posterior paso por el colegio de Huesca le permitió entrar en contacto con medios muy cultos. Dotado de gran inteligencia y de una elocuencia a la vez rica y límpida, a partir de 1637 se dedicó en exclusiva a la predicación.

En Zaragoza fue nombrado confesor del virrey Nochera, a quien acompañó a Madrid, donde residió por dos veces entre 1640 y 1641, por lo que frecuentó la corte y trabó amistad con el célebre poeta Hurtado de Mendoza. Después de una corta estancia en Navarra con el virrey, ambos se dirigieron a Cataluña para sofocar la revuelta. En 1642, Nochera murió violentamente como consecuencia de su oposición a la sañuda política represiva que había adoptado la Corona en Cataluña.

Ejerció por un tiempo de secretario de Felipe IV, tras lo cual fue enviado, en parte como castigo de la Compañía por sus ideas y escritos, a combatir contra los franceses en el sitio de Lérida (1646). Su obra más conocida, El criticón, apareció en 1651, firmada por García de Marlones, anagrama de su nombre; tal disimulo no pudo evitar el agravamiento de sus problemas con la Compañía de Jesús, que le aplicó una sanción ejemplar. Poco después se trasladó a Zaragoza como catedrático de la Universidad. En 1650 había empezado a preparar El comulgatorio (publicado con su apellido en 1655), obra que comprende cincuenta meditaciones para la comunión y constituye una valiosa muestra de oratoria culterana.

De carácter orgulloso e impetuoso, y, sobre todo, mucho más hombre de letras que religioso, Gracián optó por desobedecer de nuevo a la jerarquía y publicó las partes segunda y tercera de El criticón (1653 y 1657), bajo el nombre de su hermano, Lorenzo de Gracián. El segundo volumen no le costó más que una nueva amonestación de los jesuitas, pero la aparición del tercero supuso su caída en desgracia. El padre Piquer, rector del colegio jesuita de Zaragoza, lo castigó a ayuno de pan y agua, y, tras desposeerle de la cátedra que ostentaba, lo desterró a Graus. El mismo año de 1657 apareció la Crítica de reflexión, violento alegato contra él, firmado por un autor levantino. Parcialmente rehabilitado, se instaló en Tarazona, donde su petición de ingresar en una orden monástica le fue denegada por la Compañía.
 
La concepción pesimista sobre el hombre y el mundo predomina en sus primeras obras: El héroe (1637), El discreto (1646) y Oráculo manual y arte de prudencia (1647), en las que da consejos sobre la mejor manera de triunfar. Considerado el mejor ejemplo del conceptismo, el estilo de Gracián, como el de Francisco de Quevedo, se recrea en los juegos de palabras y los dobles sentidos. En Agudeza y arte de ingenio (1648) teorizó acerca del valor del ingenio y sobre los «conceptos», que él entiende como el establecimiento de relaciones insospechadas entre objetos aparentemente dispares; el libro se convirtió en el código de la vida literaria española del siglo XVII y ejerció una duradera influencia a través de pensadores como François La Rochefoucauld o Arthur Schopenhauer.

La obra cumbre de su producción literaria, El criticón, emprende el ambicioso proyecto de ofrecer una amplia visión alegórica de la vida humana en forma novelada. Sus dos protagonistas, Andrenio y Critilo, son símbolos, respectivamente, de la Naturaleza y la Cultura, de los impulsos espontáneos y de la reflexión prudente. Como Gracián parte del supuesto barroco de que la Naturaleza es imperfecta, Critilo es quien salva a Andrenio de las asechanzas del mundo y lo conduce luego a la isla de la Inmortalidad, a través de una serie de lugares alegóricos.


  

Baltasar Gracián y Morales

Gracián y Morales, Baltasar. Belmonte de Gracián (Zaragoza), 8.I.1601 – Tarazona (Zaragoza), 6.XII.1658. Jesuita (SI), escritor.

Bautizado el 8 de enero de 1601 en Belmonte, hoy Belmonte de Gracián, en la comarca de Calatayud, Baltasar Gracián fue hijo del médico Francisco Gracián Garcés, natural de Sabiñán, y de Ángela Morales, de Calatayud, su segunda mujer, pues anteriormente el padre de Gracián se había casado con Mariana de Andua, matrimonio del que sobrevivió una hija, Teresa.

Francisco Gracián ejerció la medicina en diversas localidades cercanas a Calatayud, a las que se desplazaba con toda su familia. En Belmonte se estableció hasta 1602, y allí nacieron Manuel, Magdalena, Baltasar y Francisco; de ellos, Manuel y Francisco debieron de morir muy pronto y, por tanto, Baltasar Gracián era el primogénito de la familia por derecho. En 1602 Francisco Gracián se trasladó a Ateca, donde la familia permaneció hasta 1620 y se incrementó con el nacimiento de Felipe, Juan, Pedro, Ángela, Francisco, Lorenzo y Raimundo, si bien Juan, Ángela y Francisco debieron de fallecer siendo muy niños. Todos los hermanos de Baltasar Gracián, excepto su hermanastra Teresa y su hermano Lorenzo, fueron religiosos: Magdalena, carmelita descalza; Felipe, clérigo menor; Pedro, trinitario; Raimundo, carmelita. Mención especial requiere Lorenzo, infanzón, nacido en 1614, pues Baltasar Gracián publicó con su nombre casi todas sus obras, excepto El Comulgatorio, única que apareció con su nombre auténtico, y la primera parte de El Criticón, en la que empleó el anagrama García de Morlanes. Baltasar Gracián fue padrino de bautismo y testigo de la boda de su hermano Lorenzo, quien casó en 1636 con Isabel Francisca Salaverte y Serna, emparentada con la familia de los Arbués en Épila y con los condes de Aranda, y cuyo padrastro era un abogado oscense. En 1620, la familia se trasladó definitivamente a Calatayud. Ese mismo año falleció Francisco Gracián, y su viuda, Ángela Morales, permaneció allí hasta su muerte en 1642.

No son muchos los datos que se conocen acerca de la formación de Baltasar Gracián en la primavera de su infancia y adolescencia. Es posible que aprendiese las primeras letras en Ateca. Se sabe, pues así lo confiesa en el “Discurso XXV” de la Agudeza y Arte de Ingenio, que se “crió” en Toledo junto a su tío el licenciado Antonio Gracián, “capellán en la Iglesia de Toledo, en la capilla de San Pedro de los Reyes”, pero se ignora por cuánto tiempo permaneció allí y si alternó o amplió sus estudios en Toledo con otros realizados en algún colegio, tal vez regentado por jesuitas, de Zaragoza o de Calatayud. En todo caso, en estos años adquirió una sólida formación humanística, pues fue eximido de cursar Letras Humanas en el seminario de Gerona una vez superado su noviciado en la Compañía de Jesús. Tras demostrar, como era preceptivo, la limpieza de sangre de su familia, Baltasar Gracián ingresó en el noviciado de la Compañía en Tarragona el 30 de mayo de 1619, donde permaneció dos años, momento en el que pudo realizar sus primeros votos perpetuos. Se trasladó después a Calatayud para estudiar dos cursos de Filosofía, hasta 1623, y posteriormente siguió cuatro cursos de Teología en el colegio de Zaragoza, hasta el año 1627, fecha en la que recibió la ordenación sacerdotal. Ya como profesor de Letras Humanas regresó a Calatayud, hasta 1630. De allí marchó a la casa profesa de Valencia para cumplir su tercer año de probación, que finalizó el 15 de marzo de 1631, desplazándose después al colegio de Lérida para impartir clases de Gramática y Teología Moral hasta 1633.

Trasladado de nuevo a Gandía, Gracián alternó sus obligaciones religiosas, como confesor y predicador, con la docencia de la Gramática, la Filosofía y la Teología Moral. Allí permaneció hasta mediados de 1636 y realizó la profesión solemne de los cuatro votos, el 25 de julio de 1635, en la iglesia de San Sebastián del colegio de los jesuitas. La de Gandía era la única Universidad regentada por los jesuitas en toda España y contaba con una de las mejores bibliotecas de la provincia de Aragón, que comprendía entonces los reinos de Aragón y Valencia, el principado de Cataluña y las islas Baleares. Es muy probable que en estos años empezase la redacción de su primera obra: El Héroe.

Desde el verano de 1636 hasta finales de agosto de 1639, Gracián fue destinado como confesor y predicador al colegio de Huesca, donde impartió también clases de Filosofía y Teología Moral. Aquí trabó una sólida amistad con el prócer oscense Vincencio Juan de Lastanosa, unos años más joven que el jesuita, quien pronto se convirtió en su mecenas, aunque en ocasiones se haya exagerado su intervención en algunas obras del jesuita. La casa de Lastanosa, teatro de prodigios por sus jardines, su armería, sus colecciones de numismática, antigüedades y objetos curiosos, y, sobre todo, por su espléndida biblioteca, fue refugio amistoso que el jesuita evocó en repetidas ocasiones, en particular en “Los prodigios de Salastano” de El Criticón. Gracián también estableció cordiales relaciones con otros eruditos y escritores cercanos a Lastanosa en Huesca, como su hermano Juan Orencio, el canónigo Manuel de Salinas o la monja de Casbas Ana Francisca Abarca de Bolea, unas amistosas relaciones a las que en años posteriores se sumaron, entre otros, historiadores como Juan Francisco Andrés de Uztarroz, Bartolomé Morlanes, Francisco Ximénez de Urrea, poetas como Juan de Moncayo y el tortosino Francisco de la Torre, e incluso aristócratas como los condes de Aranda.

En 1637, antes de septiembre, aparece en Huesca, en la imprenta de Juan Nogués y publicado por Lastanosa, El Héroe, libro de pequeño formato y denso estilo lacónico que en veinte capítulos o “primores” pretende formular un nuevo y universal arte para ser héroe en su tiempo, una “razón de estado de sí mismo” con cuya guía, cualquiera que aspirase a serlo, alcanzase el grado de “varón máximo”. No se conoce ningún ejemplar de esta primera edición, pero probablemente se acercaría al manuscrito autógrafo de la obra que se conserva en la Biblioteca Nacional (Madrid).

Al parecer, la obra fue bien recibida en Aragón y en Madrid, aunque también sufrió algunas censuras, en particular por el extremado laconismo de su estilo, como la que escribió un colegial del Colegio mayor de Santiago de Huesca. El Héroe volvió a editarse en Madrid (Diego Díaz, 1639), con un texto que presenta notables diferencias respecto al autógrafo, y se sabe que Gracián intervino en esta edición a través de su hermano Felipe, quien por aquel entonces se hallaba en la Corte. Gracián publicó el texto con nombre de su hermano Lorenzo y sin someterse al lento y riguroso proceso de autorización exigido para la publicación de libros dentro de la Compañía de Jesús, y ya en 1638 las acusaciones contra Gracián habían llegado a sus superiores. Los problemas de Baltasar Gracián en el pequeño colegio oscense, bastante conflictivo, según se desprende de la documentación interna de la Compañía, no se limitaron a la publicación de su libro, pues también se le acusó de absolver por la bula a un hermano por algunas “flaquezas con mujeres” y de “haber con poca prudencia tomado por su cuenta la crianza de una criatura que se decía era de uno que había salido de la Compañía”, convirtiéndose en “cruz de sus superiores y ocasión de disgustos y menos paz” en el colegio. Gracias a una carta de su hermano Felipe, fechada en Madrid el 14 de mayo de 1639, se sabe que Gracián se sentía perseguido dentro de su provincia, que temía ser enviado a Tarazona y que intentó buscar influencias en palacio para ser trasladado a la provincia de Castilla.

Tras unos meses en Zaragoza, donde había llegado en agosto de 1639, Gracián se convirtió en confesor del napolitano Francesco María Caraffa, duque de Nocera, virrey de Aragón y posteriormente también de Navarra. En 1640 Gracián acompañó a Nocera a Madrid, donde el duque fue nombrado Grande de España, y desde allí, entre abril y mayo, escribió tres cartas a Lastanosa en las que mostraba tanto su desencanto por el “embeleco” y la soberbia cortesana como su orgullo al constatar la presencia de El Héroe en los estantes de palacio. Tras unos meses en Pamplona, al menos hasta octubre, Gracián regresó a Zaragoza, donde asistió a Nocera en una grave enfermedad que padeció en diciembre. En este año de 1640 tuvieron lugar una serie de acontecimientos políticos y militares que llevaron la Monarquía hispana al borde del hundimiento y que también dejaron una profunda huella en la trayectoria vital del jesuita, puesto que la Guerra de Cataluña sellaría el destino político de Nocera y sería vivida muy de cerca por Gracián en los años siguientes. En este contexto de tensión política y militar entre los estados de la Corona de Aragón y la Monarquía apareció la segunda obra de Gracián, El Político don Fernando el Católico (Zaragoza, Diego Dormer, 1640), dedicada al duque de Nocera.

En ella, Gracián, sorteando los escollos y paradojas políticas del momento y combinando ética y política, antimaquiavelismo y vindicación aragonesista, diseñó la figura del perfecto gobernante a partir del modelo panegírico del rey Fernando, oráculo mayor de la “buena razón de estado” cristiana que supo conjugar prudentemente sabiduría y fortaleza, dichos y hechos, cabeza y puño. Caído en desgracia Nocera por defender una solución conciliadora opuesta a la política de Olivares, fue destituido y trasladado a Madrid el año 1641, donde fue juzgado y murió encarcelado en la fortaleza de Pinto en julio de 1642. Gracián, que siempre fue fiel a la memoria y amistad del duque, le acompañó a Madrid en tan infausto viaje, permaneciendo en la Corte desde julio de 1641 hasta febrero de 1642. Durante su segunda estancia en Madrid, Gracián predicó con gran éxito y preparó la edición de su siguiente obra, el Arte de ingenio (Madrid, Roberto Lorenzo, 1642), un texto que, como se verá, amplió y reelaboró durante los seis años siguientes.

En marzo de 1642 Gracián estaba en Zaragoza y en mayo asistió por primera vez como profeso a la Congregación Provincial que tuvo lugar en el mismo colegio cesaraugustano. Desde allí escribió durante los meses siguientes al Colegio Imperial madrileño relatando novedades bélicas y políticas del momento, como la caída de Monzón o la entrada de Felipe IV en Zaragoza. Entre agosto y noviembre fue destinado a Tarragona como vicerrector de la casa de probación de la Compañía. Sus cartas atestiguan su presencia en Tarragona hasta septiembre de 1643, pero es muy posible que permaneciese allí hasta septiembre de 1644, siendo, por tanto, testigo de los dos asedios que sufrió la ciudad por parte del Ejército francés. Entre septiembre y diciembre de ese año, Gracián se encontraba en Valencia, donde permaneció hasta julio de 1645; durante estos meses es probable que aprovechase la bien dotada biblioteca del Hospital para preparar su siguiente libro, El Discreto, a la vez que se dedicaba al ministerio de la confesión y la predicación, tarea esta última que le acarreó algún disgusto, pues al parecer pretendió leer en el púlpito una carta supuestamente remitida desde el mismo infierno y tuvo que retractarse públicamente de tan artificioso efectismo.

En el verano de 1645 Gracián volvió a Huesca. De nuevo junto a sus amigos oscenses tras los agitados años anteriores, Gracián vivió un largo período de sosiego que le permitió dedicarse de lleno a sus libros, aunque también conociese en primera línea los desastres de la guerra cuando fue destinado como capellán castrense al ejército del marqués de Leganés. Con él participó en el socorro de Lérida el 21 de noviembre de 1646, acción bélica de la que el propio Gracián dejó una completa relación en la que encarece su intervención personal confesando y exhortando a los soldados, lo que le valió el apelativo de “padre de la Victoria”. Antes de este hecho de armas, había publicado Gracián El Discreto (Huesca, Juan Nogués, 1646). De pequeño formato y dedicado al príncipe Baltasar Carlos, que murió ese mismo año en Zaragoza, El Discreto desciende del espejo de héroes y políticos al hombre de mundo que gobierna su peregrinaje vital por todo lugar y a todas horas afianzándose en la madre de todas las virtudes, la discreción, arte de saber elegir bien en la vida. Utilizando una gran variedad de géneros y estilos, Gracián va perfilando la hechura del varón discreto a través de la presencia de las virtudes y de la ausencia de los vicios que se dilucidan en los veinticinco “realces” o capítulos de que consta la obra. Es un arte de ser persona en el mundo, anclado en la ética de la filosofía moral, pero que no descuida la estética de la elegancia, el modo, el agrado, la delicadeza y la seducción que precisa el hombre para adaptarse a su circunstancia vital. Al año siguiente, publicó Gracián otro libro de pequeño formato que se convirtió en la más difundida y traducida de sus obras, el Oráculo manual y arte de prudencia (Huesca, Juan Nogués, 1647). Tras el novedoso arte de discreción, Gracián ofrece a los lectores un arte de prudencia, hábito del entendimiento que permite discernir entre lo bueno y lo malo gracias a la memoria, la inteligencia y la providencia. En trescientos aforismos (de los que setenta y dos ya habían aparecido en obras anteriores) Gracián va trenzando un manual de avisos, quintaesencia de la filosofía moral, para su aplicación práctica en la vida cotidiana, variada, paradójica y contradictoria como lo son en ocasiones sus propios aforismos. En 1648 culminó Gracián su reelaboración del Arte de ingenio de 1642 con la publicación de la Agudeza y arte de ingenio (Huesca, Juan Nogués, 1648). Dividida en sesenta y tres discursos, la Agudeza pretende ofrecer reglas y preceptos al ingenio, la capacidad creativa e inventiva del entendimiento humano, y establecer una taxonomía de sus frutos, los conceptos, que define como “acto del entendimiento que exprime la correspondencia que se halla entre los objetos”. Ilustrada con ejemplos de escritores ingeniosos y agudos en diversas lenguas y de todos los tiempos, entre los que destaca su paisano Marcial, la Agudeza constituye, pese a su gran complejidad terminológica y conceptual, uno de los textos teóricos más relevantes para comprender la literatura europea de su tiempo y los propios principios estéticos que gobiernan la práctica literaria de Gracián.

Tras estos fructíferos años oscenses, Gracián se trasladó al colegio de Zaragoza en una fecha incierta de 1649 o 1650, tras asistir en agosto de 1649 a la Congregación Provincial celebrada en la casa profesa de Valencia, ocasión que aprovechó para pasar por Pedrola, donde tal vez visitara la casa del duque de Villahermosa.

En septiembre de 1650, y utilizando por primera vez su nombre auténtico, Gracián firmó en Zaragoza la aprobación de la Corona eterna de su amigo el padre Manuel Ortigas. También con su nombre y con todos los permisos de la Compañía se encargó de la publicación de la Predicación fructuosa del padre Jerónimo Continente, jesuita ya fallecido en aquel momento, y en marzo de 1651 firmó la dedicatoria al obispo de Huesca, Esteban Esmir, aunque la obra no apareció hasta el año siguiente. En el colegio de Zaragoza, donde ejerció como confesor y predicador, Gracián se encargó de la cátedra de Sagrada Escritura al menos desde septiembre. No obstante, empleando en esta ocasión el anagrama de García de Marlones y una vez más sin el consentimiento de su Orden, Gracián continuó su trayectoria literaria con la primera parte de la que sería su mejor y más ambiciosa obra, El Criticón (Zaragoza, Juan Nogués, 1651), dedicada al militar Pablo de Parada. Aun contando con amigos y protectores dentro y fuera de su Orden, las quejas contra Gracián llegaron hasta el general de la Compañía Goswin Nickel, quien en abril de 1652 se alarmaba porque Gracián había publicado “con nombre ajeno” libros “poco graves”, sin recibir por ello ningún castigo. El epistolario de Gracián y sus amigos atestigua las dificultades del jesuita para escribir, en un ambiente enrarecido al que se sumó un agrio enfrentamiento epistolar, entre marzo y abril de 1652, con su antiguo amigo (y colaborador en la Agudeza) el canónigo oscense Manuel de Salinas, a propósito de un poema latino y de La casta Susana (Huesca, Juan Francisco de Larumbe, 1651) de este último.

En 1653 apareció la segunda parte de El Criticón (Huesca, Juan Nogués, 1653), dedicada a Juan José de Austria, y para la que recuperó de nuevo el nombre de su hermano Lorenzo. Pese al pie de imprenta, tal vez falso para deslumbrar a sus detractores, es probable que se imprimiese en Zaragoza, donde residía Gracián junto a amigos que le prestaron su colaboración, como Juan Francisco Andrés de Uztarroz, autor además de una de las censuras de la obra. Testimonio de su presencia en los círculos eruditos y literarios zaragozanos son las aprobaciones del Entretenimiento de las Musas (Zaragoza, 1654) del tortosino Francisco de la Torre, y de la Vida de Santa Isabel (Zaragoza, 1655) de F. Jacinto Funes y Villalpando, ambas firmadas como Lorenzo, así como su oculta participación en la antología Poesías varias de José Alfay (Zaragoza, 1654), desvelada por una carta de Juan de Moncayo, marqués de San Felices.

En 1655 se publicó también en Zaragoza la única obra que Gracián firmó con su nombre auténtico y que salió con todos los permisos pertinentes de la Compañía, lo que permite saber que en octubre de 1653 ya estaba finalizada: El Comulgatorio (Zaragoza, Juan de Ybar, 1655). Esta obra, único hijo legítimo reconocido explícitamente por Gracián, es un conjunto de cincuenta meditaciones para comulgar que se integra en la tradición escético-mística de las letras españolas y que ofrece un perfil de Gracián distinto al del resto de sus obras, enconadamente aferradas a lo humano, pues es un Gracián volcado en lo divino, desbordado en la exteriorización de los sentidos y en afectos plagados de imágenes visuales muy relacionadas con las prácticas mnemotécnicas de los Ejercicios Espirituales ignacianos.

A mediados de 1655 Gracián estaba redactando la tercera parte de El Criticón, y su correspondencia con Lastanosa y con el poeta Francisco de la Torre testimonia tanto sus problemas dentro de la Orden como la mirada irónica y escéptica con la que contemplaba la tragicomedia local y universal que le rodeaba en los últimos años de su vida, como nuevo Heráclito y Demócrito. En abril de 1656, firmó como Lorenzo Gracián la aprobación de La Perla. Proverbios morales (Zaragoza, Diego Dormer, 1656) de Alonso de Barros.

Por fin, en 1657 aparece en Madrid la tercera y última parte de El Criticón (Madrid, Pablo de Val, 1657), a nombre de Lorenzo y dedicada a Lorenzo Francés de Urritigoiti, una publicación que le iba a acarrear numerosas pesadumbres y amarguras. Con esta tercera parte culminaba Gracián su obra maestra, un clásico de la literatura universal. El Criticón, suma de géneros y estilos de difícil clasificación, que únicamente admite la caracterización de “agudeza compuesta fingida” sobre la que discurre Gracián en la Agudeza, es una alegoría épica y satírica que siguiendo la técnica barroca del viaje, común a la narrativa bizantina y a la picaresca, expresa una visión desengañada del mundo y una lección ética acerca de la vida del hombre en la tierra y su ulterior destino. Gracián organiza un viaje filosófico a través de las edades del hombre y de la geografía europea en el que se establece un diálogo existencial entre sus dos protagonistas, Critilo y Andrenio, desde su encuentro en la isla de Santa Elena hasta su llegada a la Isla de la Inmortalidad.

El itinerario comienza en la primavera de la niñez y el estío de la juventud (primera parte), para convertirse en juiciosa, cortesana filosofía en el otoño de la varonil edad (segunda parte), y desembocar en el invierno de la vejez y la muerte. Camino largo, lleno de dificultades y poblado de monstruos, que requiere sagacidad, discreción y prudencia para no caer en el engaño y alcanzar el puerto de la inmortalidad al que se accede a través del esfuerzo, el valor y la virtud.

Como consecuencia de la publicación de esta tercera parte, Gracián recibió a principios del año 1658 una reprensión pública, con ayuno a pan y agua, se le destituyó de la cátedra de Escritura, y fue enviado al pequeño colegio de Graus por orden del padre Piquer.

Este severo castigo fue posteriormente refrendado, en marzo, por el general Nickel, quien además ordenó a Piquer que le vigilara estrechamente y que le encerrara, vedándole incluso la tinta, el papel y la pluma, en caso de que se le hallase algún papel contra la Compañía. Dolido por el trato recibido, Gracián pidió al general permiso para pasarse a otra orden, pero en abril, al parecer ya rehabilitado dentro de la Compañía, se hallaba en Tarazona como consultor del colegio y prefecto encargado de proponer puntos de meditación a los hermanos coadjutores. En mayo predicó en Alagón, aunque su estado de salud le impidió viajar a la congregación provincial de Calatayud a principios de junio. El general Nickel, receloso de las calidades de “ese sujeto”, siguió recomendando la vigilancia sobre su persona, aunque no se volvieron a tener noticias sobre Baltasar Gracián hasta el 6 de diciembre, cuando falleció en Tarazona, donde probablemente fue enterrado en la fosa común de los padres del colegio.

Obras de ~: El Héroe de Lorenzo Gracián, infanzón [1.ª ed., Huesca, Juan Nogués, 1637 (desapar.)], Madrid, Diego Díaz, 1639; El Político don Fernando el Católico, Zaragoza, Diego Dormer, 1640; Arte de ingenio, tratado de la agudeza, Madrid, Juan Sánchez, 1642; El Discreto de Lorenzo Gracián, Huesca, Juan Nogués, 1646; Oráculo manual y arte de prudencia. Sacada de los aforismos que se discurren en las obras de Lorenzo Gracián, Huesca, Juan Nogués, 1647; Agudeza y arte de ingenio, Huesca, Juan Nogués, 1648; El Criticón. Primera parte, Zaragoza, Juan Nogués, 1651; El Criticón. Segunda parte, Huesca, Juan Nogués, 1653; El Comulgatorio, Zaragoza, Juan de Ybar, 1655; El Criticón. Tercera parte, Madrid, Pablo de Val, 1657.

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Baltasar Gracián nació en Belmonte (hoy Belmonte de Gracián en su honor), en la comarca de Calatayud (Zaragoza), según consta en su partida de bautismo, fechada el 8 de enero de 1601. Sus padres fueron el médico Francisco Gracián Garcés, natural de Sabiñán, y Ángela Morales, de Calatayud, su segunda mujer; con la primera, Mariana de Andua, tuvo una hija, Teresa. Como médico, Francisco Gracián ejerció su profesión en diversas localidades cercanas a Calatayud, a las que se desplazaba con toda su familia. 
En Belmonte, además de Baltasar, nacieron Manuel, Magdalena y Francisco; de ellos, Manuel y Francisco debieron de morir muy pronto y, por tanto, Baltasar Gracián era el primogénito de la familia. En 1602 la familia se estableció en Ateca, donde permaneció hasta 1620 y se incrementó con el nacimiento de Felipe, Juan, Pedro, Ángela, Francisco, Lorenzo y Raimundo, si bien Juan, Ángela y Francisco debieron de fallecer siendo muy niños. Con la excepción de su hermanastra Teresa y de Lorenzo, los hermanos Gracián ingresaron en diversas órdenes religiosas: Magdalena, carmelita descalza; Felipe, clérigo menor; Pedro, trinitario; Raimundo, carmelita. 
Entre sus hermanos merece destacarse la figura de Lorenzo, infanzón, nacido en 1614, porque Baltasar Gracián publicó con su nombre casi todas sus obras (excepto El Comulgatorio, única que apareció con su nombre auténtico, y la primera parte de El Criticón, en la que empleó el anagrama García de Morlanes). Este hecho ha sido causa de confusiones acerca de la identidad de ambos hermanos y acerca de la autoría de las obras firmadas por Lorenzo Gracián, e incluso durante mucho tiempo se llegó a dudar de la existencia de Lorenzo, pero lo cierto es que no sólo existió y vivió en Calatayud, sino que Baltasar Gracián fue padrino de bautismo y testigo de la boda de su hermano Lorenzo, quien casó en 1636 con Isabel Francisca Salaverte y Serna, emparentada con la familia de los Arbués en Épila y con los condes de Aranda. En 1620, año en que falleció Francisco Gracián, la familia se trasladó definitivamente a Calatayud, donde siguió viviendo Ángela Morales hasta su muerte en 1642.

De la infancia y adolescencia de Gracián hasta que entró en la Compañía de Jesús apenas tenemos noticias. 
En el Discurso XXV de la Agudeza y arte de ingenio Gracián afirma que se «crió» en Toledo junto a su tío el licenciado Antonio Gracián, pero ignoramos por cuánto tiempo permaneció allí y si alternó o amplió sus estudios en Toledo con otros realizados en algún otro colegio, tal vez regentado por jesuitas, de Zaragoza o de Calatayud. Tras demostrar, como era preceptivo, la limpieza de sangre de su familia, ingresó en el noviciado de la Compañía en Tarragona el 30 de mayo de 1619, donde permaneció dos años, momento en el que pudo realizar sus primeros votos perpetuos. A partir de este momento, su vida se convierte en un continuo trasiego por diversos colegios de la Compañía en la Provincia de Aragón. 
Su formación humanística le eximió de cursar letras humanas en el seminario de Gerona, una vez superado su noviciado, pero continuó sus estudios con dos cursos de filosofía en Calatayud, donde permaneció hasta 1623, y con cuatro cursos de teología en el Colegio de Zaragoza, donde recibió la ordenación sacerdotal en 1627. Vuelve a Calatayud, ejerciendo como profesor de letras humanas hasta 1630 y, posteriormente, reside en la casa profesa de Valencia para cumplir su tercer año de probación, que finaliza el 15 de marzo de 1631. 
En el Colegio de Lérida imparte clases de gramática y teología moral hasta 1633, cuando se traslada a Gandía como confesor y predicador y como profesor de gramática, filosofía y teología moral. Allí permanecerá hasta mediados de 1636 y realizará la profesión solemne de los cuatro votos, el 25 de julio de 1635, en la Iglesia de San Sebastián del Colegio de los jesuitas. 
Es muy probable que en estos años empezase la redacción de su primera obra: El Héroe, gracias a la biblioteca de Gandía, una de las mejor dotadas de la Compañía en la Provincia jesuítica.

Su nuevo destino, el Colegio de Huesca, donde permanece desde el verano de 1636 hasta finales de agosto de 1639, supone un cambio importante en la trayectoria vital del jesuita, pues allí comenzará la publicación de sus obras y encontrará un nutrido grupo de eruditos y literatos que evocará con frecuencia en sus obras posteriores. Entre ellos cabe destacar el infanzón oscense Vincencio Juan de Lastanosa, unos años más joven que el jesuita, quien pronto se convirtió en su mecenas, favoreciendo la publicación de sus obras en la imprenta de Juan Nogués, aunque en ocasiones se haya exagerado su intervención en algunas obras del jesuita. 
Los jardines, las colecciones de objetos curiosos y antiguos, y, sobre todo, la espléndida biblioteca de la casa de Lastanosa, situada en el Coso oscense, cerca de la Compañía, fueron lugares donde el jesuita disfrutó de la amistad y amplió su sólida erudición humanística, como muestra el homenaje que les rindió en la crisi «Los prodigios de Salastano» de El Criticón. 
Gracián también estableció cordiales relaciones con otros eruditos y escritores cercanos a Lastanosa en Huesca, como su hermano Juan Orencio, el canónigo Manuel de Salinas o la monja de Casbas Ana Francisca Abarca de Bolea, unas amistosas relaciones a las que se sumaron, entre otros, historiadores como Juan Francisco Andrés de Uztarroz, Bartolomé Morlanes, Francisco Ximénez de Urrea, poetas como Juan de Moncayo y el tortosino Francisco de la Torre, e incluso aristócratas como los condes de Aranda.

Aunque no se conocía ningún ejemplar de la primera edición de El Héroe, publicado en Huesca por Juan Francisco Larumbe, recientemente la Biblioteca Nacional ha adquirido un ejemplar de la misma, pulcramente editado en facsímil por la profesora Aurora Egido. Libro de pequeño formato y denso estilo lacónico, a lo Malvezzi, que en veinte capítulos o «primores» pretende formular un nuevo y universal arte para ser héroe en su tiempo, una «razón de estado de sí mismo» con cuya guía cualquiera que aspirase a serlo alcanzase el grado de «varón máximo». La Biblioteca Nacional de España conserva el manuscrito autógrafo de El Héroe, único conservado de una obra del jesuita. Pese a algunas censuras, como la que escribió un colegial del Colegio Mayor de Santiago de Huesca, la obra fue bien recibida, y El Héroe volvió a editarse en Madrid (Diego Díaz, 1639), con un texto que presenta notables diferencias respecto al autógrafo. Gracias a una carta de su hermano Felipe, quien se hallaba en la Corte, sabemos que Gracián estaba al tanto de esta edición. 
Como sería habitual a partir de este momento, Gracián publicó el texto con el nombre de su hermano Lorenzo y, por tanto, sin someterse al lento y riguroso proceso de autorización establecido por la Compañía de Jesús.
 En 1638 y 1639 tenemos constancia de varios problemas de Gracián en el colegio oscense, bastante conflictivo según se desprende de la documentación interna de la Compañía, pues además de la publicación del libro, se le acusó de absolver por la bula a un hermano por algunas «flaquezas con mujeres» y de «haber con poca prudencia tomado por su cuenta la crianza de una criatura que se decía era de uno que había salido de la Compañía», convirtiéndose en «cruz de sus superiores y ocasión de disgustos y menos paz» en el colegio. La mencionada carta de su hermano Felipe (Madrid, 14 de mayo de 1639) revela la desazón de Gracián, quien temía ser enviado a Tarazona e intentó ser trasladado a la provincia de Castilla.

Una vez establecido en el colegio de Zaragoza, donde había llegado en agosto de 1639, Gracián se convierte en confesor del napolitano don Francesco María Caraffa, duque de Nocera, virrey de Aragón y Navarra
En 1640 Gracián le acompaña a Madrid, y desde allí, entre abril y mayo, escribe tres cartas a Lastanosa en las que muestra tanto su desencanto por el «embeleco» de la Corte como su orgullo al constatar la presencia de El Héroe en la librería de palacio, donde le introdujo probablemente el poeta Antonio Hurtado de Mendoza. Tras una breve estancia en Pamplona con el duque, Gracián regresa a Zaragoza, asistiendo a Nocera en una grave enfermedad que padeció en diciembre. En este año de 1640, cuando graves acontecimientos históricos llevaron la monarquía hispana al borde del hundimiento, Gracián publicó su segunda obra: El Político don Fernando el Católico (Zaragoza, Diego Dormer, 1640), dedicada al duque de Nocera. Sorteando los escollos y paradojas políticas del momento y combinando ética y política, antimaquiavelismo y vindicación aragonesista, el jesuita diseñó en El Político la figura del perfecto gobernante a partir del modelo panegírico del rey Fernando, oráculo de la «buena razón de estado» cristiana que supo conjugar prudentemente sabiduría y fortaleza, dichos y hechos, cabeza y puño. 
Caído en desgracia Nocera por defender una solución conciliadora en el conflicto de Cataluña en oposición a la política de Olivares, es destituido de sus cargos y trasladado a Madrid el año 1641, donde será juzgado y morirá encarcelado en la fortaleza de Pinto en julio de 1642. Gracián, siempre fiel a la memoria y amistad del duque, le acompañó a Madrid en este segundo viaje y permaneció en la Corte desde julio de 1641 hasta febrero de 1642. 
Durante su segunda estancia en Madrid, Gracián predicó con gran éxito y preparó la edición de su siguiente obra, el Arte de ingenio (Madrid, Roberto Lorenzo, 1642), un texto que amplió y reelaboró durante los seis años siguientes. De vuelta a Zaragoza en marzo de 1642, asiste por primera vez como profeso a la congregación provincial que tuvo lugar en mayo en el colegio cesaraugustano. 
Siempre atento a la actualidad más inmediata, Gracián escribe al Colegio Imperial madrileño relatando novedades bélicas y políticas del momento como la caída de Monzón en manos francesas o la entrada de Felipe IV en Zaragoza. Entre agosto y noviembre es nombrado vicerrector de la casa de probación de la Compañía en Tarragona, donde reside al menos hasta septiembre de 1643, aunque es muy posible que permaneciese allí hasta septiembre de 1644 y sufriese los dos asedios del ejército francés a la ciudad.
 Entre septiembre y diciembre de ese año Gracián se encuentra en Valencia, donde permanece hasta julio de 1645; durante estos meses es probable que comenzase a preparar su siguiente libro, El Discreto, a la vez que se dedicaba al ministerio de la confesión y la predicación, tarea esta última que le acarreó algún disgusto, pues al parecer pretendió leer en el púlpito una carta supuestamente remitida desde el mismo infierno y tuvo que retractarse públicamente de tan artificioso efectismo.

Tras estos agitados años, Gracián es destinado de nuevo a Huesca en el verano de 1645, donde vivirá un largo período de sosiego que le permitirá dedicarse de lleno a sus libros, sólo interrumpido por su participación directa en la Guerra de Cataluña como capellán castrense del ejército del marqués de Leganés durante el socorro de Lérida el 21 de noviembre de 1646.

El propio Gracián nos dejó una completa relación de este hecho de armas en la que encarece su intervención personal confesando y exhortando a los soldados, lo que le valió el apelativo de «padre de la Victoria». La siguiente obra que publicó Gracián fue El Discreto (Huesca, Juan Nogués, 1646). De pequeño formato, como todos los anteriores, y dedicado al príncipe Baltasar Carlos, quien había de morir el mismo 1646 en Zaragoza, El Discreto desciende del espejo de héroes y políticos al hombre de mundo que gobierna su peregrinaje vital por todo lugar y a todas horas afianzándose en la madre de todas las virtudes, la discreción, arte de saber elegir bien en la vida. Utilizando una gran variedad de géneros y estilos, Gracián perfila el Varón Discreto a través de la presencia de las virtudes y de la ausencia de los vicios que se dilucidan en cada uno de los veinticinco «realces» de la obra. Es un arte de ser persona en el mundo anclado en la ética de la filosofía moral, pero que no descuida la estética de la elegancia, el modo, el agrado, la delicadeza y la seducción que precisa el hombre para adaptarse a su circunstancia vital.
 El año siguiente publica Gracián otro libro de pequeño formato que se convertiría en la más difundida y traducida de sus obras, el Oráculo manual y arte de prudencia (Huesca, Juan Nogués, 1647). Tras el arte de discreción, Gracián ofrece a los lectores un arte de prudencia, hábito del entendimiento que permite discernir entre lo bueno y lo malo gracias a la memoria, la inteligencia y la providencia. En trescientos aforismos (de los que setenta y dos ya habían aparecido en obras anteriores) Gracián elabora un manual de avisos, quintaesencia de la filosofía moral, para su aplicación práctica en la vida cotidiana, variada, paradójica y contradictoria como lo son en ocasiones sus propios aforismos.
 En 1648 culmina Gracián su reelaboración del Arte de ingenio de 1642 con la publicación de la Agudeza y arte de ingenio (Huesca, Juan Nogués, 1648). La obra, muy aumentada, se divide en 63 Discursos, y pretende ofrecer reglas y preceptos al ingenio, la capacidad creativa e inventiva del entendimiento humano, a la vez que establece una taxonomía de sus frutos, los conceptos, que define como «acto del entendimiento que exprime la correspondencia que se halla entre los objetos» .
 Ilustrada con ejemplos de escritores ingeniosos y agudos en diversas lenguas y de todos los tiempos, entre los que destaca su paisano Marcial, la Agudeza constituye, pese a su gran complejidad terminológica y conceptual, uno de los textos teóricos más relevantes para comprender el arte y la literatura de su tiempo, así como los propios principios estéticos que gobiernan la práctica literaria del jesuita aragonés.

Gracián se traslada al Colegio de Zaragoza en una fecha incierta de 1649 ó 1650, tras asistir en agosto de 1649 a la congregación provincial celebrada en la casa profesa de Valencia. Utilizando por primera vez su verdadero nombre, Gracián firma en septiembre de 1650 en Zaragoza la aprobación de la Corona eterna de su amigo el padre Manuel Ortigas. También con su nombre y con todos los permisos de la Compañía se encarga de la publicación de la Predicación fructuosa del jesuita Jerónimo Continente, ya fallecido, cuya dedicatoria al obispo de Huesca, Esteban Esmir, firma en marzo de 1651.

 Además de sus labores pastorales como confesor y predicador, se hace cargo en Zaragoza de la cátedra de Sagrada Escritura. Gracián, sin embargo, sin el consentimiento de su orden y esta vez con el anagrama de García de Marlones, continúa su trayectoria literaria con la Primera Parte de la que sería su mejor y más ambiciosa obra, El Criticón (Zaragoza, Juan Nogués, 1651), dedicada al militar Pablo de Parada. Como consecuencia de ello, las quejas contra Gracián llegaron hasta el general de la Compañía Goswin Nickel, quien en abril de 1652 se alarmaba porque Gracián había publicado «con nombre ajeno» libros «poco graves» , sin recibir por ello ningún castigo. En estas fechas, el epistolario de Gracián y sus amigos atestigua las dificultades del jesuita para escribir, en un ambiente enrarecido al que se sumará un agrio enfrentamiento epistolar, entre marzo y abril de 1652, con su antiguo amigo (y colaborador en la Agudeza) el canónigo oscense Manuel de Salinas a propósito de un poema latino y de La casta Susana (Huesca, Juan Francisco de Larumbe, 1651) de este último. 
En 1653 aparece la Segunda Parte de El Criticón (Huesca, Juan Nogués, 1653), dedicada a don Juan José de Austria, y para la que recuperó de nuevo el nombre de su hermano Lorenzo. Pese al pie de imprenta, tal vez falso para deslumbrar a sus detractores, es probable que se imprimiese en Zaragoza, donde residía Gracián junto a amigos que le prestaron su colaboración, como Juan Francisco Andrés de Uztarroz. 
En esta época Gracián aparece más integrado que nunca en el ambiente cultural y literario de la capital aragonesa, como lo atestiguan las aprobaciones que escribió para el Entretenimiento de las Musas (Zaragoza, 1654) del tortosino Francisco de la Torre, y para la Vida de Santa Isabel (Zaragoza, 1655) de F. Jacinto Funes y Villalpando, ambas firmadas como Lorenzo. Es muy probable también, como desvela una carta del Marqués de San Felices, Juan de Moncayo, que participase Gracián en la preparación de la antología Poesías varias publicadas por el librero de José Alfay (Zaragoza, 1654).

La única obra que Gracián firmó con su nombre auténtico y que salió con todos los permisos pertinentes de la Compañía, pese a estar finalizada ya en octubre de 1653, se publicó en Zaragoza en 1655
Se trata de El Comulgatorio (Zaragoza, Juan de Ybar, 1655), único hijo legítimo reconocido explícitamente por su autor, que ofrece al piadoso lector un conjunto de cincuenta meditaciones para comulgar dentro de la tradición ascético-mística de las letras españolas. Esta obra nos ofrece un nuevo perfil de Gracián, muy distinto al del resto de sus libros, enconadamente aferrados a lo humano, pues en ella aparece un Gracián volcado a lo divino, desbordado en la exteriorización de los sentidos y en afectos plagados de imágenes visuales muy relacionadas con las prácticas mnemotécnicas de los Ejercicios Espirituales de la Compañía.

La correspondencia de Gracián con Lastanosa y con Francisco de la Torre testimonia que en 1655 se hallaba inmerso en la redacción de la Tercera Parte de El Criticón, y que encontraba dificultades dentro de la Compañía.
En abril de 1656 firmó como Lorenzo Gracián la aprobación de La Perla. Proverbios morales (Zaragoza, Diego Dormer, 1656) de Alonso de Barros. Por fin, en 1657 aparece en Madrid la tercera y última parte de El Criticón (Madrid, Pablo de Val, 1657), a nombre de Lorenzo y dedicada a Lorenzo Francés de Urritigoiti, una publicación que le iba a acarrear numerosas pesadumbres y amarguras. Con esta Tercera Parte culminaba Gracián su obra maestra, un clásico de la literatura universal. 
El Criticón, suma de géneros y estilos de difícil clasificación que únicamente admite la caracterización de «agudeza compuesta fingida» sobre la que discurre Gracián en la Agudeza, es una alegoría épica y satírica que siguiendo la técnica barroca del viaje, común a la narrativa bizantina y a la picaresca, expresa una visión desengañada del mundo y una lección ética acerca de la vida del hombre en la tierra y su ulterior destino. 
Gracián organiza un viaje filosófico a través de las edades del hombre y de la geografía europea en el que se establece un diálogo existencial entre sus dos protagonistas, Critilo y Andrenio, desde su encuentro en la isla de Santa Elena hasta su llegada a la Isla de la Inmortalidad. El itinerario comienza en la primavera de la niñez y el estío de la juventud (Primera Parte), para convertirse en juiciosa, cortesana filosofía en el otoño de la varonil edad (Segunda Parte), y desembocar en el invierno de la vejez y la muerte. Camino largo, lleno de dificultades y poblado de monstruos, que requiere sagacidad, discreción y prudencia para no caer en el engaño y alcanzar el puerto de la inmortalidad al que se accede a través del esfuerzo, el valor y la virtud.
 Las consecuencias de esta publicación no se hicieron esperar: Gracián recibió a principios del año 1658 una reprensión pública, con ayuno a pan y agua, se le destituyó de la cátedra de Escritura, y fue enviado al pequeño colegio de Graus por orden del padre Piquer. 
El severo castigo fue refrendado en marzo por el general Nickel, quien además ordenó a Piquer vigilarle estrechamente y encerrarle, vedándole incluso la tinta, el papel y la pluma, en caso de que se le hallase algún papel contra la Compañía. Dolido por el trato recibido, Gracián pidió al general permiso para pasarse a otra orden, pero en abril, al parecer ya rehabilitado dentro de la Compañía, se halla en Tarazona como consultor del colegio y prefecto encargado de proponer puntos de meditación a los hermanos coadjutores. 
En mayo predica en Alagón, pero el general Nickel, receloso de las calidades de «ese sujeto», seguirá recomendando la vigilancia sobre su persona. El 6 de diciembre de 1658 Baltasar Gracián falleció en Tarazona y probablemente fue enterrado en la fosa común de los padres del colegio.

Luis Sánchez Laílla y José Enrique Laplana Gil


  

Máximas de Baltasar Gracián:

1. Amar es el más poderoso hechizo para ser amado.

2. Lo bueno, si breve, dos veces bueno; y aun lo malo, si poco, no tan malo.

3. Cada uno muestra lo que es en los amigos que tiene.

4. Saber y saberlo mostrar es saber dos veces.

5. Cuando los ojos ven lo que nunca vieron, el corazón siente lo que nunca sintió.

6. Bien está dos veces encerrada la lengua y dos veces abiertos los oídos, porque el oír ha de ser el doble que el hablar.

7. El no y el sí son breves de decir pero piden pensar mucho.

8. El mentiroso tiene dos males: ni cree ni es creído.

9. En boca del mentiroso, hasta lo cierto se hace dudoso.

10. Todo lo que realmente nos pertenece es el tiempo; incluso el que no tiene nada más, lo posee.

11. A los veinte años un hombre es un pavo real, a los treinta un león, a los cuarenta un camello, a los cincuenta una serpiente, a los sesenta un perro, a los setenta un mono, a los ochenta nada.

12. Discurren mucho algunos en lo que nada les importa, y nada en lo que mucho les convendría.

13. Discurrió bien quien dijo que el mejor libro del mundo es el mundo mismo.

14. El primer paso de la ignorancia es presumir de saber.

15. El que ríe por cualquier cosa es tan necio como el que llora por todo.

16. No hay peor descrédito que aborrecer a los mejores.

17. Hase de hablar como en testamento, que a menos palabras, menos pleitos.

18. La felicidad de cada uno no consiste en esto ni en aquello sino en conseguir y gozar cada uno de lo que le gusta.

19. No hay hombre, por viejo que esté, que no piense que puede vivir otro año.

20. Sin valor es estéril la sabiduría.

21. Señal de tener gastada la fama propia es cuidar de la infamia ajena.

22. Hay mucho que saber, y es poco el vivir, y no se vive si no se sabe.

23. Es cordura provechosa ahorrarse disgustos. La prudencia evita muchos.

24. Más valen quintaesencias que fárragos.

25. Errar es humano pero más lo es culpar de ello a otros.

  

CULTURA

VIVIR ES SABER ELEGIR: CONSEJOS DEL SIGLO DE ORO PARA EL SIGLO XXI

Escapar de las prisas, extraer lo bueno de todo lo que nos sucede, escoger a buenos amigos o disfrutar y aprender de la cultura son algunas de las recomendaciones que Baltasar Gracián escribió para sus contemporáneos en 1647.


12 ENERO  2023

Hay libros que contienen una sabiduría infinita y, cada vez que los leemos, nos sorprenden con alguna nueva enseñanza. Ocurre así con el Oráculo manual y arte de la prudencia (1647) escrito por el jesuita y escritor del Siglo de Oro Baltasar Gracián. Es un compendio didáctico de 300 aforismos que parte de la premisa de que el mundo es un lugar horrible y decadente, donde la malicia y la estupidez generalizadas hacen necesarios consejos sobre cómo manejarse en la vida. Gracián escribió que uno de los dones máximos de la vida es «poder escoger y elegir lo mejor». En este breve escrito trataré sobre algunas de esas elecciones con ayuda de los aforismos del Oráculo.

Primera elección: el esfuerzo de cultivarse.

«Si no se sabe, no se vive». Gracián comprendía que, en una época de mediocridad, el ser humano debía esforzarse por llegar a la excelencia. Contra la barbarie, cultura:
«Hace personas la cultura; y más, cuanto mayor»
 La incultura es el territorio de la ignorancia y la vulgaridad:
 «Tanto es uno cuanto sabe, y el sabio todo lo puede».
 Es preciso esforzarse en conocer, refinar el gusto aunque sea una ardua labor, porque «poco vale lo que cuesta poco».

Cultivarse sirve para que la vida sea «milicia contra la malicia», para guardar cautela y vivir alerta ante los ruines. La cultura abre los ojos del alma y nos desengaña de los optimismos ingenuos. Dejar que nuestro entendimiento se guíe por las primeras impresiones abre la puerta al engaño:
 «Es el oído la puerta segunda de la verdad y principal de la mentira»

 Segunda elección: ¿con quién relacionarse?

Siempre es preferible tratar con quien se pueda aprender, para que una conversación se convierta en «enseñanza culta» y los amigos sean también maestros de la vida y «escuela de erudición». Nos decía Gracián que saber rodearse de quienes nos enriquecen es uno de los atajos para llegar a ser persona, porque «comunicándose las costumbres y los gustos, pégase el genio, y aun el ingenio».

Saber elegir a los amigos es uno de los grandes aciertos del vivir, pues «uno es definido por los amigos que tiene, que nunca el sabio concordó con ignorantes». Y apartarse de los necios y no dejarse enmarañar en sus enredos es señal de prudencia, en tanto «son peligrosos para el trato superficial y perniciosos para la confidencia».


Tercera elección: «No vivir aprisa»

«Es pasión de necios la prisa». No puede haber vida buena, ni cultura, ni saber, ni buena conversación en los tiempos acelerados de la premura. Elegir la lentitud es tomar partido por la profundidad de los pensamientos y los sentires. Es aprovechar cada instante frente al atropellamiento y el ajetreo incesante, al contrario de quienes «como van con tanta prisa, acaban enseguida con todo». Elegir la lentitud infunde valor a lo que hacemos:

 «Lo que se hace deprisa, deprisa se deshace; mas lo que ha de durar una eternidad, ha de tardar otra en hacerse».

Cuarta elección: dejar vivir.

«Vivir mucho y vivir con gusto es vivir por dos, y fruto de la paz». Reinan los pacíficos, los que no buscan disputas por doquier, quienes «oyen, ven y sin embargo callan», aunque vivan en un mundo inmundo que les disgusta.

Quinta elección: forma y sustancia.

Importa no sólo qué se hace y qué se dice, sino el cómo. Una discreta y refinada forma en el trato embellece el mundo. Pero el donaire y la delicadeza nada son sin una sustancia. Serían una bella ilusión para un gran vacío, porque «hay sujetos que son sola fachada, como casas por acabar, porque faltó el caudal: tienen la entrada de palacio, y de choza la habitación».

Sexta elección: saber negar.

«No todo se ha de conceder, ni a todos». Saber decir no en el momento oportuno es tan crucial como saber conceder. ¿Y a qué aconsejaba Gracián decir no? Aquí una lista no exhaustiva:

  • A la sibilina adulación.
  • A hablar de sí mismo de manera autocomplaciente.
  • A la competición salvaje que nos asfixia en el lodazal de los porfiados.
  • A quienes presumen de sus logros sin que sus hechos estén a la altura.
  • A la testarudez llevada a extremos inaguantables.
  • A buscar el aplauso de la vulgaridad.
  • A la queja continua que es estéril.
  • A los entrometidos y a entrometernos donde nadie nos llama.
  • A criticar a los ausentes.
  •  

Séptima elección: «Encontrar lo bueno de cada cosa»

No hay nada ni nadie que no guarde algo bueno, y saber apreciarlo es prueba de sabiduría. Pero hay quienes, movidos por la envidia y la maldad, entre mil virtudes sólo perciben el mínimo defecto, que incluso censuran y celebran:
 «Más feliz es el gusto de otros que, entre mil defectos, toparán luego con una sola perfección que se le cayó a la ventura».

Última elección: «No cansar»

Hay que ser claros y concisos, tanto como los aforismos de Gracián, que en su economía verbal albergan un inagotable saber práctico. «Lo bueno, si breve, dos veces bueno; y aun lo malo, si poco, no tan malo». Siempre es preferible hablar poco, «hablar como en testamento, que a menos palabras, menos pleitos»




Diapers.



  

Un pañal es una prenda interior absorbente usada para higienizar y evitar la contaminación del entorno a causa de los desperdicios de un organismo. Suelen usarlo bebés y adultos que aún no tienen o han perdido la capacidad de controlar sus desechos (orina o heces), o son incapaces de encontrar un lugar donde depositar los mismos. Esto aplica tanto a personas que no pueden llegar a tiempo a un baño o no es accesible el mismo, tal es el caso de los astronautas, buzos, etc.










Contención De Paciente Con Cierres Magnéticos - Blunding






Indicado especialmente para asegurar la sujeción de personas con facultades psíquicas alteradas y para aquellos casos que se precise la sujeción de pacientes para evitar caídas. No causa molestias ni daños al paciente. Permite mover piernas y brazos, sentarse o girarse lateralmente o puede bloquearse el giro lateral empleando una banda de bloqueo. Este tipo de sujeción se coloca directamente al bastidor de la cama. Fabricado en polipropileno.


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