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Lema

Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

viernes, 23 de septiembre de 2016

338.-Memorias literarias ; Heinrich Böll.-a


Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Katherine Alejandra Del Carmen  Lafoy Guzmán;Francia Marisol Candia Troncoso; Maria Francisca Palacio Hermosilla; 


Memorias literarias de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras



Tomo primero dedicado a el Rey N.S.



Memorias literarias de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras : tomo primero dedicado a el Rey N.S.

Analíticas:
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Publicación:
En Sevilla : por D. Joseph Padrino y Solis, Impresor de dicha Real Academia, 1773
Antep.
Port. con grab. calc.: "Minervae Baeticae"
Error de pág., repetida la secuencia 303-304
Cabeceras, capitulares y remates xil.
Ilustración:
Las h. de grab. calc., algunas pleg., inscripciones sobre piedras de Sevilla y un mapa: "Lo delineo Dn Sebastian Antonio de Cortes, Lo gravó Man. Lopez de Palma..."
Las il. grab. calc.: "Gordillo sculp.", retrato de Carlos III



Real Academia Sevillana de Buenas Letras


salon de actos


La Real Academia Sevillana de Buenas Letras es una institución dedicada al fomento y la divulgación de las ciencias humanas. Fundada en 1751, tiene su sede en la casa de los Pinelo de la ciudad de Sevilla (Andalucía, España).

Historia

Fue fundada en 1751 en la casa del sacerdote y catedrático Luis Germán y Ribón. Hubo dieciséis miembros fundadores, entre los que además de Luis Germán y Ribón estuvieron los sacerdotes Francisco Lasso de la Vega, José Cevallos, Diego Alejandro de Gálvez y José Narbona. Fue creada como una organización para el conocimiento y la divulgación, sobre todo en los distintos campos de las humanidades: historia, cronología, geografía, geohistoria, griego, latín, hebreo, lingüística, crítica literaria, filosofía y pedagogía.


Su estatuto fue aprobado por el Consejo de Castilla el 22 de abril de 1752. El 18 de julio de ese año, Fernando VI la puso bajo su protección, dándole el título de real y concediéndole su escudo: un olivo con el lema Minervae Baeticae.​ En 1752 se les concedió como sede la sala Cantarera del Alcázar. Tras el terremoto de Lisboa de 1755, la sala quedó en mal estado, por lo que se trasladaron a la casa del entonces presidente de la academia, Francisco de Céspedes. En 1761 pudieron regresar a la sala del Alcázar.​

A finales del siglo xviii y comienzos del xix la organización disminuyó. En 1807 su sede sufrió un incendio. En 1810, con la invasión francesa de Sevilla, la sede fue ocupada y la organización fue disuelta. En 1820 el académico Manuel María del Mármol volvió a fundarla, contando con los antiguos miembros.​ La organización se reunía en la iglesia de la Anunciación, de la Universidad de Sevilla. 
En 1821 se trasladaron a la iglesia del antiguo Colegio de San Hermenegildo. En 1825 se trasladaron a una sala del hospital del Espíritu Santo. En 1835 el gobierno les cedió la iglesia del antiguo convento de San Alberto. En 1842 el rey les cedió nuevamente la sala Cantarera del Alcázar. En 1848 se trasladaron al antiguo Colegio del Santo Ángel, que compartieron con la Sociedad Sevillana de Amigos del País. En 1850 se trasladaron al antiguo Colegio de San Gregorio, que compartieron con la Real Academia de Medicina. 
Tras casi cincuenta años en este lugar, se trasladaron al Museo de Bellas Artes de Sevilla, que fue el antiguo convento de la Merced. Finalmente, en 1979 se trasladaron a la casa de los Pinelo, que comparten con la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría.
Entre 1976 a 2011 la academia y la editorial Rialp concedieron el Premio Florentino Pérez Embid, que conllevaba la publicación de la obra galardonada en la colección Adonais.​
La academia y la Real Maestranza de Caballería de Sevilla publican el boletín anual Minervae Baeticae. Boletín de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. 
En 2012 la academia y la maestranza crearon el Premio Cultura y Nobleza: Mecenazgo, Obra Social y Coleccionismo, a la investigación de humanidades sobre países que hayan tenido una relación histórica con España.​

En 2001 el Ayuntamiento de Sevilla le otorgó la Medalla de la Ciudad.




La Casa de los Pinelo es un edificio renacentista, situado en el casco histórico de la ciudad de Sevilla, Comunidad autónoma de Andalucía, España. Es actualmente la sede de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras y de la Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría.

Historia

Este edificio es una casa-palacio de origen medieval que fue posteriormente enriquecido con diferentes elementos renacentistas. Guarda gran relación con otros palacios de la ciudad del mismo periodo, como la Casa de Pilatos, el Palacio de las Dueñas y el Palacio de Mañara. El proceso de construcción fue iniciado a principios del siglo xvi por el canónigo de la catedral de Sevilla Jerónimo Pinelo, hijo del comerciante de origen genovés y Factor de la Casa de Contratación de Indias Francisco Pinelo. 
Tras el fallecimiento de Jerónimo Pinelo, la casa fue donada en la segunda mitad del siglo xvi al Cabildo de la Catedral que fue su propietario durante varios siglos y la utilizó como vivienda para uso del clero, hasta la publicación del decreto de desamortización de 1855.

En 1856 fue adquirido en subasta pública por Francisco del Camino y Camino fundador de unos importantes almacenes comerciales que pagó la suma de 118 560 reales de vellón, más adelante pasó a otros propietarios y fue destinado a diversos usos, entre ellos colegio de primera enseñanza, alquiler de caballos y taller para fundición de caracteres de imprenta. 
A partir de 1885 se convirtió en hostal y pensión, perdurando esta función hasta la década de 1950. El 5 de febrero de 1954 fue declarada Monumento Nacional y a partir del 9 de agosto de 1966 pasó a ser propiedad del Ayuntamiento de Sevilla.

Exterior

La fachada es de gran simplicidad, posee una amplia portada de piedra sin decoración situada en la esquina del edificio. En la primera planta puede verse un balcón con guardapolvo de pizarra. En la segunda planta un bello mirador con arquerías sostenidas por columnas de mármol y un antepechoNota 2​ de tracería gótica calada.
Techumbre en uno de los salones interiores

Arcadas adornadas con yeserías platerescas

Galerías altas del patio


En las enjutas de los arcos pueden verse una serie de cabezas inspiradas en Los siete libros de Diana


Interior

El interior se articula sobre una entrada o compás que da acceso al patio principal, el cual dispone de arquerías en tres de sus cuatro frentes, construidas sobre columnas de mármol de Carrara labradas en Génova alrededor de 1540. Estos arcos se extienden también a la segunda planta y están recubiertos de bellas yeserías platerescas. En las enjutas de la arquería pueden verse una serie de cabezas inspiradas en Los siete libros de Diana, obra pastoril escrita por Jorge de Montemayor en 1542. 
En esta obra literaria se describe el templo dedicado a Diana, diosa de la caza, y se explica que tiene un patio en que se encuentran representados diferentes personajes de la antigüedad, la Edad Media y el Renacimiento, incluyendo dioses, generales, héroes, emperadores romanos, princesas y parejas de amantes y pastores. Alrededor del patio se distribuyen en la planta baja diversos salones que albergan dependencias de la Academia de Buenas Letras, muchas de estas estancias están cubiertas por bellos artesonados mudéjares y renacentistas




Memorias literarias de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras: tomo primero
Real Academia Sevillana de Buenas Letras
Published by Por D. Joseph Padrino y Solis, Sevilla, 1773









 Contents: Discurso sobre la utilidad del estudio de las buenas letras / Por D.D. Sebastian Antonio de Cortes, en la Academia Publica de 30 de Octubre de 1753, p. 1-66 ; Extracto de la disertacion escrita con motivo de una inscripcion antigua descubierta en Sevilla / Por Don Francisco Laso de la Vega, en la Academia de 10 de Noviembre de 1752, p. 67-95 ; Traducion, y explicacion del epitafio hebreo del sepulcro del Santo Rey Don Fernando III / Por Don Thomas Antonio Sanchez, en la Academia de 12 de Enero de 1753, p. 96-104 ; Disertacion sobre el monacato del Rey Wamba / Por Don Miguel Sanchez Lopez, en la Academia de 30 de Marzo de 1754, p. 105-152 ; Disertacion, en que se prueba haverse celebrado en Sevilla un concilio nacional en el año 1478, de el qual ningun historiador ha hecho memoria / Por Diego Alexandro de Galvez, en la Academia de 20 de Marzo de 1756, p. 152-170 ; Noticia de dos inscripciones anecdotas, en que se hace memoria de un municipio antiguo llamado muniguense, descubiertas / Por D. Sebastian Antonio de Cortes, y D. Joseph de las Quentas Zayas, en la academia de 26 de Marzo de 1757, p. 171-207 ; Apendice I, p. 208-210 ; Apendice II, p. 211-227 ; Noticias pertenecientes a la historia antigua, y moderna de la Villa de Lora del Ria en Andalucia / Por D. Thomas Andres de Guseme, en la Academia de 2 de Junio de 1758, p. 228-263 ; Explicacion de una inscripcion romana existente en Carmona, atribuida por el celebre Muratori a Sevilla / Por Don Candido Maria Trigueros, en la Academia de 28 de Septiembre de 1758, p. 264-282; Explicacion de una inscripcion hebrea, que esta en la puerta, que llaman de la campanilla, de la Santa Patriarcal Iglesia de Sevilla / Por Don Candido Maria Trigueros, en la academia de 12 de Junio de 1772, p. 283-305; Noticia, y explicacion de un monumentoantiguo romano, descubierto en la Villa de las Cabezas de San Juan, del arzobispado de Sevillas / Por Don Francisco de Bruna, en la Academia de 16 de Octubre de 1727, p. 306-314; Memoria de varias inscripciones, sellos, y monedas ineditas pertenecientes a la Betica, cuyas copias, y dibujos, con la noticia de su descubrimiento, y actual existencia, han sido presentados à la Academia, à consequencia de su particular encargo, y comisión / Por D. Candido Maria Trigueros, p. 315-321. Palau 162485.

[16], cxii, 321 págs. con láminas en b/n, retratos, facsímiles (algunos plegados) y mapa plegado. 4to. Un segundo volumen se publicó setenta años después, en 1843.

Tableros frotados, extremidades desgastadas, bisagras iniciales pero fuertes, iniciales entintadas en el borde anterior, guardas delanteras y traseras tonificadas, primera firma del propietario en la guarda frontal libre, firmas más antiguas cubiertas con pequeñas etiquetas en las dos primeras hojas, portada proporcionada en facsímil, dispersa zorros y suciedad; el contenido, por lo demás, limpio; por lo demás bueno. N.º de inventario del vendedor 44548


Heinrich Theodor Böll





(Colonia, 1917 - Langenbroich, 1985) Escritor alemán, premio Nobel de Literatura en 1972. Hijo de un escultor, terminada la escuela inició su aprendizaje como librero. En 1938-1939 tuvo que prestar el servicio de trabajo. Concluido éste, comenzó a asistir a la universidad, pero desde el verano de 1939 hubo de servir en el ejército hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial y estuvo prisionero en un campo estadounidense en el este de Francia.

Diploma 

En 1945 volvió a Colonia, donde estudió lengua y literatura alemanas, al tiempo que trabajaba en una ebanistería, y en 1947 empezó a publicar en prensa y a escribir dramas radiofónicos. Desde 1951 se dedicó a escribir y traducir y pasó largas temporadas en Irlanda.
La escritura de Heinrich Böll está marcada por su experiencia como soldado y, después, por la reconstrucción de Alemania enmarcada en el enfrentamiento Este-Oeste y el predominio conservador. Católico profundo y militante, criticó con dureza a las instituciones, muy especialmente a las eclesiásticas, en una firme defensa de las minorías y de los valores humanos.
A una primera etapa creativa, en la que hizo una "literatura de guerra, ruinas y retorno a la patria", según declaraciones propias, se adscriben una serie de relatos y novelas breves que evocan la atroz experiencia del conflicto bélico y las penurias de la posguerra inmediata. El tren llegó puntual (1949), su primer relato, se enfrenta ya con el absurdo de la guerra: un soldado de permiso cree, en el momento de volver al frente, que pronto morirá, y resulta sin embargo el único superviviente de su grupo. En el relato se emplea la técnica de plano amplio y la elisión, propios de la narrativa norteamericana, para retratar el ambiente bélico.
En la novela Y no dijo una sola palabra (1953), un hombre, perdidas las referencias por la guerra y la posguerra, es arrancado de su letargo y devuelto a casa por la separación provocada por su mujer. Plantea así la visión católica de la indisolubilidad del matrimonio y de la autodestrucción por la falta de ataduras. Se aprecia en esta obra la influencia de Ernest Hemingway y James Joyce en la precisa observación, la objetividad del lenguaje, la densidad expresiva y la repetición de palabras como recurso musical.
La novela Casa sin amo (1954) describe las miserias de un niño de once años huérfano de padre, los problemas de la vida familiar de posguerra y el mundo de los adultos desde el punto de vista del niño, mediante rasgos tanto de severa crítica social como grotescos y satíricos. El relato El pan de los años jóvenes, por su parte, cuenta la redención del narrador con respecto al materialismo de la época por un amor de posguerra. Billar a las nueve y media (1959), otro de sus títulos más significativos de aquellos años, intenta simbolizar, a través de la historia de una familia renana durante tres generaciones, el destino histórico de Alemania en la primera mitad del siglo XX.

A partir de los años sesenta parece iniciar una nueva etapa caracterizada por un mayor compromiso con lo que él llamó "estética de lo humano", a favor de la libertad individual y contra cualquier forma de poder o imposición manipulados por una sociedad competitiva y alienante. El tono humorístico-grotesco, presente ya en el volumen de relatos Los silencios del Dr. Murke y otras sátiras (1958), gana terreno y virulencia en una de las novelas más populares de Heinrich Böll: Opiniones de un payaso (1963), cuyo protagonista, hijo de un magnate renano, acaba integrándose en la galería de personajes marginales, rechazados e incomprendidos que pueblan buena parte de su narrativa.
Tras ella aparecieron dos grandes títulos novelescos de su período de madurez: Retrato de grupo con señora (1971), donde el candor y la ingenuidad individuales se enfrentan al convencionalismo hipócrita del entorno social, y El honor perdido de Katharina Blum (1974), lúcido alegato contra el clima de violencia antidemocrática imperante a la sazón en Alemania y contra los abusos de la prensa sensacionalista, formulado por un Böll que se atrevió a publicar Ulrike Meinhof. Un artículo y sus consecuencias (1975), en defensa de la joven integrante de la banda terrorista Baader-Meinhof, y no vaciló en brindar hospitalidad a Alexander Solzhenitsyn tras su expulsión de la U.R.S.S.



En torno al tema del terrorismo y la inseguridad ciudadana se articula asimismo Asedio preventivo (1979), novela a la que siguieron El legado (1982), La herida (1983) y, póstumamente, Mujeres ante un paisaje fluvial (1985), ambientada en la ciudad de Bonn. De su vasta producción crítica y ensayística dan testimonio numerosos títulos, entre los que cabe destacar Artículos, críticas y otros escritos (1967) y Más allá de la literatura, ensayos políticos y literarios (1979). En 1972 le fue concedido el premio Nobel de Literatura.
Junto con Günter Grass, Siegfried Lenz y Uwe Johnson, con los que comparte su posición prominente, Heinrich Böll es considerado uno de los mejores narradores alemanes de la posguerra. Heinrich Böll expresó en su obra narrativa el desasosiego que le produce una sociedad marcada por la incomprensión y fanatizada por el peso de las ideologías y los presupuestos morales. Frente a ella, se yerguen los protagonistas de sus novelas: seres siempre desvalidos, a quienes esa sociedad aplasta de una manera tan cruel como arbitraria, en nombre de principios abstractos que se convierten en algo inhumano y carente de sentido. La aplicación de estos principios constituye para ellos una singular versión del destino que aciertan a percibir, pero no a comprender.



Las doctrinas políticas, la religión, la opinión pública, las reglas externas de moralidad, se transforman en manos de la masa en armas que destruyen a las criaturas sencillas. Böll aboga por la solidaridad entre los seres humanos, por la autenticidad de las relaciones más allá de toda norma positiva. Así entiende él la religión católica que profesa, cosa que no le impide criticar lo que de excluyente puedan tener determinadas actitudes de los católicos. Pero la denuncia que plantea alcanza también a toda una sociedad cómplice del nazismo que se oculta vergonzosamente tras aparatosas manifestaciones de civismo. Un mundo obsesionado por el poder, la eficacia o el dinero, que olvida los aspectos verdaderamente esenciales del ser humano.



Discurso de Heinrich Böll al recoger el Premio Nobel de Literatura de 1972.





«Señor ministro presidente, querida señora Palina, damas y caballeros:

Con motivo de una visita a la República Federal Alemana, Su Majestad el Rey de Suecia detuvo su experta mirada en los estratos acumulados a despecho de veleidades, de los cuales procedemos y sobre los cuales vivimos. Esta tierra no es virginal ni, en modo alguno, inocente, y jamás ha llegado a lograr la paz. Este codiciado país a orillas del Rin, habitado por hombres ambiciosos, ha tenido numerosos soberanos y por ello ha visto muchas guerras. Guerras coloniales, nacionales, regionales, locales, confesionales y mundiales. Ha visto matanzas organizadas, persecuciones y ese incesante ir y venir, tanto de los que marchaban, expulsados, a otras tierras, como de los que volvían arrojados de cualquier país. Y que allí se hablara alemán era algo demasiado evidente para tener que demostrarlo dentro o fuera. Esto, lo hicieron otros a quienes no satisfacía la «d» suave sino que exigían una «t» fuerte: Teutsche (1). A lo largo del camino que uno va recorriendo desde los estratos de la pretérita caducidad hasta el fugaz presente, no hay más que violencia, destrucción, dolor y errores. Pero ni los escombros ni las ruinas, ni los movimientos de Este a Oeste, y al contrario, lograron lo que después de tanta historia, de demasiada historia, se podría haber esperado: la tranquilidad; probablemente porque nunca se nos dio la oportunidad; para unos éramos demasiado occidentales, para otros no bastante occidentales; para unos demasiado profanos, para otros no bastante profanos. Todavía reina la desconfianza entre los alemanes que desean justificarse como si la combinación Alemania y Occidente fuera tan sólo un engaño de la nación que mientras tanto ha dejado ya de ser sagrada (2). Y sin embargo, se debería dar por seguro que si este país jamás debía haber tenido arrebato alguno, estaba situado allá por donde fluye el Rin. El camino hacia la República Federal fue muy largo. También yo escuché en el colegio cuando era chico el proverbio deportivo: la guerra es el padre de todas las cosas; al mismo tiempo oía decir en el colegio y en la iglesia que los pacíficos, los mansos y los humildes poseerían la Tierra de promisión. Hasta el final de sus días, no se libera uno de la mortal contradicción que promete a unos el cielo y la tierra y a otros solamente el cielo, y esto en un país en que también la Iglesia pretendía, lograba y ejercía el dominio hasta nuestros días. El camino hasta aquí ha sido un camino largo para mí, que, como tantos millones, al regresar de la guerra, no poseía mucho más que las manos en el bolsillo, y lo único que me distinguía de los otros era mi pasión por querer escribir, escribir de nuevo. Esto me ha traído hasta aquí. Permítanme que no acabe de creer del todo el hecho de que me encuentre aquí, al mirar hacia atrás y ver al joven que después de una larga persecución y un largo camino volvió a una patria perseguida; que escapó, no solamente a la muerte, sino también al ansia de morir: fui liberado y superviviente; la paz -yo nací en 1917- era solamente para mí una palabra, ni objeto de evocación ni un talante; República no era una palabra extraña, sino solamente un recuerdo desvanecido. Yo aquí debería dar las gracias a muchos autores extranjeros que se convirtieron en libertadores, liberando lo extraño que por su esencia quedaba relegado a la singularidad de su encierro. El resto fue la conquista del lenguaje en esta vuelta al material, a este puñado de polvo que parecía estar delante de la puerta y que. sin embargo, tan difícil fue de captar y de comprender. También quisiera agradecer los muchos alientos que me han dado los amigos y críticos alemanes, y también las tentativas de desaliento, pues de todo se ofrece sin la guerra, pero nada, así lo creo yo, sin oposición.

Estos veintisiete años han sido un largo camino, no solamente para el autor, sino también para el ciudadano, a través de un espeso bosque de «índices» (3) que procedían de la maldita dimensión de lo propio, dentro de la cual las guerras perdidas se convierten en guerras propiamente ganadas. Muchos de estos índices eran severamente agresivos y tenían su punto de mira en y dentro de sí mismos. Recuerdo con temor a mis predecesores alemanes que, dentro de esta maldita dimensión de lo propio, ya no debían ser alemanes. Nelly Sachs, salvada por Selma Lagerlöf, sólo a duras penas librada de la muerte; Thomas Mann perseguido y desterrado. Hermann Hesse ausente de la dimensión de lo propio, que, cuando aquí fue honrado, hacia tiempo que ya no era súbdito alemán. Cinco años antes de mi nacimiento, hace sesenta años, estuvo aquí el último Premio Nobel alemán de Literatura que murió en Alemania, Gerhart Hauptmann. Él vivió los últimos años de su vida en una variante de Alemania a la cual, a despecho de algunas incomprensiones, no pertenecía. Yo no soy un alemán propio ni he dejado de serlo propiamente; soy alemán; la única prueba válida que nadie me ha de extender ni prorrogar, es el idioma en el cual escribo. Como tal, como alemán, me alegro de este gran honor. Doy las gracias a la Academia sueca y al país sueco por esta distinción, que seguramente no sólo vale para mí, sino también para el idioma en el cual me expreso y para el país del que soy ciudadano».


Notas:

(1) Usado por los racistas nazis en vez de la palabra Deutsche (alemanes) subrayando de esta manera su procedencia teutónica.

(2) Se refiere al «Sacro Imperio Romano de la nación alemana», bajo Carlomagno.

(3) En el sentido de índice levantado en señal de amonestación.




Cien años del nacimiento de Heinrich Böll.



Por Programa Bibliotecas para Armar - diciembre 21, 2017

Hoy se conmemoran cien años del nacimiento del gran escritor alemán Heinrich Böll. Opositor al partido nazi, no pudo evitar ser reclutado y participar de la Segunda Guerra europea. Cuando se restableció la paz, se dedicó a la escritura y a apoyar reclamos anti bélicos. Ganó el Premio Nobel de Literatura en 1972. Fue defensor de la libertad de expresión, se afilió al Partido Verde, y condenó la intromisión norteamericana en la Nicaragua sandinista. Libro de Arena lo recuerda compartiendo  su cuento "Los niños también son población civil", al que acompaña un comentario de María Pía Chiesino. 

También los niños son población civil

-No puede ser -gruñó el centinela.
-¿Por qué? -pregunté.
-Porque está prohibido.
-¿Por qué está prohibido?
-Porque está prohibido, tú, está prohibido que los pacientes salgan.
-Pero yo -dije con orgullo- soy un herido.

El centinela me contempló despreciativo:

-Seguro que es la primera vez que te hieren, si no ya sabrías que los heridos también son pacientes, y ahora vete ya.
Pero yo no podía comprenderlo:
-Entiéndeme -le dije-, solo quiero comprarle pasteles a la niña esa…
Señalé hacia fuera, donde una pequeña y preciosa niña rusa estaba en medio de la nevada y vendía pasteles.
-¡Que te metas adentro!

La nieve caía silenciosa en los enormes charcos del oscuro patio de la escuela, la niña seguía allí, paciente, y repetía en voz baja: “Pahteleh… pahteleh…”.

-Oye tú -le dije al centinela-, se me hace agua la boca, deja pues que entre la niña.
-Está prohibido que entren civiles.
-Pero oye -le dije-, un niño no es más que un niño.
Me volvió a mirar despreciativo:

-O sea, que los niños no son población civil…
Era para desesperarse. La oscura calle vacía estaba envuelta por la nevasca y la niña seguía allí completamente sola y repitiendo: “Pahteleh…”, aunque no pasaba nadie.

Intenté salir sin más pero el centinela me agarró por la manga y se puso furioso:

-Oye tú -gritó-, lárgate o llamo al sargento.
-Eres un estúpido -le dije encolerizado.
-Sí -dijo el centinela, satisfecho-, cuando alguien sigue respetando las ordenanzas, para vosotros es un estúpido.

Me quedé todavía medio minuto en medio de la nevada y vi cómo los copos blancos se volvían lodo: todo el patio de la escuela estaba lleno de charcos, y en medio de ellos se veían pequeñas islas blancas como azúcar en polvo. De repente vi que la preciosa niña me hacía una seña con los ojos y aparentemente indiferente se iba calle abajo. La seguí por la parte interior del muro.

“Maldita sea”, pensaba, “¿seré verdaderamente un paciente?”. Y entonces vi que había un pequeño agujero en el muro, al lado del urinario, y delante del boquete estaba la niña con los pasteles. El centinela no nos podía ver aquí.

“El Führer bendiga tu respeto a las ordenanzas”, pensé.

Los pasteles tenían un aspecto magnífico: los había de castaña y de crema de mantequilla, roscas de levadura y nuégados en los que brillaba el aceite.

-¿Cuánto cuestan? -le pregunté a la niña.

Sonrió, me presentó la cesta y me dijo con su vocecita fina:
-Trehmarcohcinquentacá’uno.

-¿Todos?
-Sí.

La nieve caía sobre su delicado pelo rubio y lo espolvoreaba con un fugaz polen plateado, su sonrisa era sencillamente encantadora. La oscura calle detrás suya estaba completamente vacía y el mundo parecía muerto…
Tomé una rosca de levadura y la probé. Sabía riquísima, estaba rellena de mazapán. “Ajá”, pensé, “por eso son tan caras como los demás”.
La niña sonrió:

-¿Bueno? -preguntó-, ¿bueno?

Asentí. El frío no me importaba. Tenía la cabeza reciamente vendada y me parecía a Theodor Körner. Probé además un pastel de crema de mantequilla dejando que aquella materia deliciosa se derritiese despacio en mi boca. Y una vez más se me hizo agua la boca…

-Ven -le dije en voz baja-, me los quedo todos, ¿cuántos tienes?

La niña empezó a contarlos cuidadosamente con un dedo pequeño, delicado y un poquito sucio, mientras yo devoraba un nuégado. Todo estaba muy silencioso y casi me parecía como si en el aire se meciesen suavemente los copos de nieve. La niña contaba despacio, se equivocó un par de veces, y yo seguía allí de pie, completamente tranquilo, y me comí dos pasteles más. Luego alzó de repente sus ojos hacia mí, tan terriblemente verticales que sus pupilas estaban por completo arriba y el blanco de sus ojos era azulenco como leche desnatada. Gorjeó alguna cosa en ruso, pero me encogí de hombros sonriendo y entonces se agachó y con su dedito sucio escribió un 45 en la nieve. Añadí los cinco que ya me había comido y le dije:

-Dame también la cesta, ¿sí?


Asintió y me pasó la cesta con mucho cuidado a través del boquete; yo le pasé dos billetes de cien marcos. Dinero teníamos de sobra, por un abrigo pagaban los rusos setecientos marcos y en tres meses no habíamos visto sino lodo y sangre, un par de putas y dinero…

-Ven mañana otra vez, ¿sí? -le dije en voz baja, pero ya no me oía, se había escabullido muy ágil y cuando metí tristemente mi cabeza por el boquete ya había desaparecido y sólo veía la silenciosa calle rusa, melancólica y completamente vacía: las casas de tejados planos parecían irse cubriendo poco a poco con la nieve. Mucho tiempo estuve así, como un animal que mira con ojos tristes desde detrás de la cerca, hasta que me di cuenta de que mi cuello comenzaba a agarrotarse y metí de nuevo la cabeza en el redil.

Y recién entonces olí que en ese rincón hedía espantosamente, a urinario, y los lindísimos pastelillos estaban todos cubiertos por la nieve como con una tierna capa de azúcar. Cansado, levanté la cesta y me dirigí a la casa, no sentía frío, me parecía a Theodor Körner y hubiese podido permanecer una hora más en la nieve. Me fui porque tenía que ir a alguna parte. Se tiene que poder ir a alguna parte, se tiene que poder. No se puede quedar uno quieto y dejarse helar.
A alguna parte se tiene que poder ir, aunque esté uno herido, en una tierra extranjera, negra, muy oscura…

Lo habitual cuando pensamos en la literatura de Heinrich Böll, es recordar su novela más célebre, Opiniones de un payaso. La tristísima historia de Hans Schnier, que abandonado por su mujer se dedica a criticar la hipocresía católica que lo alejó de ella, y a sobrevivir lo mejor que puede en la Bönn de  posguerra.

Pero además de ser un gran novelista, Böll fue un extraordinario autor de cuentos y de  micro-cuentos. Algunos, como El reidor, bordean el absurdo.
Otros, como El canalón, son conmovedoras representaciones de la necesidad que tienen los personajes de retomar la cotidianeidad previa a la guerra, hasta en el detalle del ruido que hace un caño de chapa suelto contra la pared.

En menos de una carilla,  los lectores asistimos a una extraordinaria escena que remite a los años perdidos en la guerra, nos presenta el amor como intento de reconstrucción  personal, y  nos muestra la inevitable y  tremenda tristeza de los protagonistas.

En “También  los niños son población civil”, el cuento que elegimos para compartir con los lectores de Libro de Arena, nos conmueve la necesidad del narrador de salir de su situación de herido de guerra. El personaje es  parte del ejército alemán que ocupa Rusia, y encuentra en la nena que vende pasteles, una posibilidad de que la realidad de muerte que los rodea cambie de signo, aunque sea durante la brevedad del momento en el que come un dulce.

Tiene la cabeza vendada, y conserva el humor, como advertimos cuando se refiere a su parecido con el presidente austríaco Theodor Körner.

Quizá ese humor sea parte de lo que necesita para sentir que conserva rasgos de humanidad, en medio de una realidad horrible.
Es por cierto, brutal, la discusión con el centinela en la que aparece la frase que da título al relato.
Es brutal porque está nevando y hay una criatura que necesita vender dulces para comer.
Es brutal porque desde lo discursivo, se  incluye a la niñez en el terreno del enemigo, y  se la desplaza de su condición de víctima  inocente de todas las guerras.

Y es brutal porque además,  el centinela intenta que ese soldado herido, que no sabemos si regresará vivo a Alemania, disfrute de comer un pastel, algo que acaso sea uno de los últimos placeres  de su vida.
El centinela resulta burlado, la niña vende sus dulces y el herido disfruta. La situación es tan placentera, que tarda en percibir  el olor desagradable que lo rodea.

Como todo lo bueno, el placer dura poco. El soldado decide volver a entrar en la casa con los pasteles. Apenas unos metros lo separan de un techo pero está desorientado. Porque esa pérdida total de referencias no tiene que ver con lo geográfico.

Tiene que ver con el horror de la guerra en la que hasta la infancia es asociada al enemigo. Tiene que ver  quizá, con ser parte de un ejército de ocupación, y saber que está en un país al que nadie lo invitó y en el que nadie lo quiere.

Tiene que ver, finalmente, con la necesidad que acaso sienta de volver a la casa de su infancia, en la que alguna vez fue un chico, y no “población civil”. En la que habría personas que se ocupaban de que no se helara bajo la nieve vendiendo comida.

No sabe adónde, pero cualquier lugar es mejor que ese.

Y así lo dice:  ”Se tiene que poder ir a alguna parte, se tiene que poder…



  


Heinrich Böll

Información personal
Nacimiento21 de diciembre de 1917
Bandera de Imperio alemán Colonia, Alemania
Fallecimiento16 de julio de 1985
(67 años)
Bandera de Alemania Langenbroich, República Federal de Alemania
SepulturaAlter Friedhof Merten (de) 
NacionalidadAlemana
ReligiónIglesia católica 
Familia
CónyugeAnnemarie Böll 
HijosRaimund Böll 
Educación
Educado enUniversidad de Colonia 
Información profesional
OcupaciónEscritor
Cargos ocupadosPresidente de PEN Club Internacional (1972-1973) 
Obras notables
  • Billar a las nueve y media
  • El honor perdido de Katharina Blum
  • Opiniones de un payaso
  • El tren llegó puntual
  • El ángel callaba
  • Y no dijo ni una palabra
  • Casa sin amo
  • El pan de los años mozos
  • Diario irlandés
  • Ende einer Dienstfahrt
  • Retrato de grupo con señora
  • Cruz sin amor 
ConflictosSegunda Guerra Mundial 
Miembro de
  • Academia Alemana de Lengua y Literatura
  • Academia de las Artes de Berlín
  • Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias
  • Academia Estadounidense de las Artes y las Letras 
DistincionesPremio Nobel de Literatura 1972




Citas
«Comer y beber mantienen el alma y el cuerpo juntos».

«(El poeta) ama a la tierra como a una mujer extranjera que abraza una vez y no vuelve a ver. La poesía es la impresión de estar siempre en contacto con la muerte».

«En los rostros de aquellos que conocimos de jóvenes reconocemos lo viejos que nos hemos vuelto».

«Entre las mujeres existen curiosas formas desconocidas de prostitución, comparadas con las cuales la prostitución verdadera es un oficio honrado».

«La amabilidad es la forma más segura del desdén».

«Me aburren los ateos: siempre están hablando de Dios».

«No existe forma más alta de pertenecer a un pueblo que escribir en su lengua».

«Poesía es esa impresión de estar siempre en contacto con la muerte».

«Ser adulto significa olvidar lo desconsolados que nos hemos sentido con frecuencia de niños».

«Un autor solo existe cuando todos los que le esperan pueden leerle independientemente de su formación o sus privilegios».

«Un soldado que comienza a pensar casi ha dejado de serlo».

  


Heinrinch Böll: el escritor, el hombre por Fernando Aramburu.



Un escritor, bien. Un contador de historias, también. Con tales definiciones se mostraba Heinrich Böll conforme; pero ocurre que sus contemporáneos se empeñaron en asignarle apelativos que él repetidamente rechazó.

No le hacía ninguna gracia que lo calificasen de escritor cristiano, por más que durante toda su vida profesara la fe con sostenido convencimiento. Mayor irritación le causaba el ser conceptuado de moralista. Fue, sí, un hombre de su tiempo, atento a las cuestiones sociales. Un hombre que a menudo alzó la voz, que participó en movimientos de protesta y expuso sus opiniones políticas en innumerables entrevistas, artículos, conferencias. Un entrevistador le preguntó en cierta ocasión cómo se explicaba que para un gran número de ciudadanos alemanes él representara algo así como la conciencia moral de Alemania. Respondió sin vacilar: “Porque hay muy poca conciencia.” Böll percibía que semejantes adscripciones a lo político y moral simplificaban su obra, si no es que la anulaban, convirtiéndola en un apéndice de sus opiniones.

Fue, a la manera de Antonio Machado, “en el buen sentido de la palabra”, un hombre bueno, propenso a la solidaridad y la compasión. Quienes lo conocieron de cerca destacan su sencillez en el trato, su sentido del humor, su autenticidad. Böll fue un hombre honrado a carta cabal. Un hombre que no establecía diferencias entre lo que pensaba y lo que decía en público, y que auxiliaba con naturalidad a unos y otros, no pocas veces afrontando riesgos. Dividida Europa en dos bloques inconciliables, ayudó a una ciudadana a huir de Checoslovaquia; la invitó a tomar asiento en su automóvil y le prestó el pasaporte de su mujer, sobre el cual pegó una foto de la fugitiva. Sabido es asimismo que Böll pasó a Occidente, al término de una visita a la Unión Soviética, manuscritos de Alexandr Solzhenitsyn a cambio de nada, simplemente porque se lo pidieron; manuscritos de un escritor con el que apenas se podía comunicar (ninguno hablaba la lengua del otro) y del que lo separaban notables diferencias ideológicas. Ninguna de estas circunstancias importó a Böll, para quien la ayuda al necesitado, y en esto se nota su profunda convicción cristiana, estaba por encima de cualesquiera otras consideraciones. Más adelante acogió a Solzhenitsyn en su casa.

Böll gozó en vida de una enorme popularidad. El crítico Marcel Reich-Ranicki cifra el éxito de sus libros en la naturaleza humana de sus protagonistas. Son individuos apenas heroicos, que no fueron nazis ni enemigos del nacionalsocialismo, sino simples soldados a quienes de buenas a primeras les cayó encima el peso de la Historia. En diversos libros de cuentos y novelas, Böll dio relevancia a un tipo de figura humana con la que muchos lectores alemanes pudieron identificarse, suscitando en ellos una intensa sensación de veracidad. He aquí un narrador, pensaron, que no miente, que cuenta las cosas sin glorificarlas ni tergiversarlas; antes bien, como fueron vividas (y padecidas) por un amplio sector de la población.

Heinrich Böll nació en Colonia el día 21 de diciembre de 1917. Corrían por entonces malos tiempos en Alemania, que se encontraba al borde de la derrota en la Primera Guerra Mundial. Se abría para el pueblo alemán una época de privaciones, inflación galopante e inestabilidad política. La familia de Böll afrontará dicho periodo de estrechez con cierta holgura, gracias al taller de ebanistería del cual era propietario el padre de familia. Böll creció en un ambiente de acendrado catolicismo, con un claro componente antiprusiano y antimilitarista que marcará de por vida su personalidad y también su literatura.

El triunfo de Hitler en las urnas, en enero de 1933, pilla a Böll suficientemente vacunado contra cualquier tentación totalitaria. Ni la exhibición de armamento, ni las banderas omnipresentes, ni los uniformes lograron nunca fascinarlo. En casa, al principio, sus familiares se mofan de los nazis. Pronto se percatan de que las burlas y la crítica en voz alta se han vuelto sobremanera peligrosas. No son desconocidos los campos de internamiento donde los nuevos amos del poder recluyen a los disidentes políticos, los homosexuales y los judíos.

A la edad de 15 años, Böll ha visto hordas de matones nazis campando por sus respetos en las calles de su ciudad natal. Se deja imaginar el rechazo que le inspiran, a él que ya es un denodado lector, las quemas públicas de libros. El concordato firmado por la Santa Sede con Hitler en el verano de 1933 supuso un duro golpe para su familia, cuyos miembros estudian la posibilidad de abandonar la iglesia católica. Este paso lo dará cuarenta y dos años después Heinrich Böll, sin renunciar por ello a la fe.

Al joven Böll le habría gustado estudiar. Incluso llegó a matricularse en la Universidad de Colonia con el fin de cursar Germanística y Filología Clásica. Pocas semanas después, la invasión alemana de Polonia determinó el comienzo de la Segunda Guerra Mundial e inmediatamente Böll fue incorporado a filas, lo que dará al traste con su sueño de hacer una carrera universitaria. Durante más de cinco años, hasta muy poco antes de la capitulación, Heinrich Böll combatirá en diversos frentes antes de ser hecho prisionero. Al respecto dejó escrito: “La guerra me enseñó qué ridícula es la virilidad y qué desamparado está el hombre en la guerra.” Una parte considerable de su literatura, la más testimonial, tendrá en cuenta ambas conclusiones. Podría incluso afirmarse que nacerá de ellas.

La guerra perjudicó seriamente la formación intelectual del escritor. Entre los años 1939 y 1945, aparte de cartas, Böll no escribió nada. Tras el cautiverio de varios meses, regresa a Colonia, destruida en más del 70% de su extensión urbana. Era un superviviente sin estudios, sin profesión, sin bienes de fortuna. Tardó obra de dos años en recobrar la salud. Para entonces ya está decidida su vocación literaria. Sus primeros textos consisten en relatos vinculados temáticamente a las privaciones y la miseria de la recién comenzada posguerra, en una ciudad cubierta de polvo y casas derruidas. Es la llamada “literatura de los escombros” (Trümmerliteratur), de la que Böll será uno de sus más destacados representantes. Escribe historias relacionadas con las triquiñuelas del mercado negro, sobre hurtos para subsistir, sobre el racionamiento y las penalidades de toda índole en una sociedad marcada por la derrota bélica, que se debate entre la desmoralización, el sentimiento de culpa y el deseo de olvidar y salir adelante como sea.

Su estilo literario, sencillo, directo, está inspirado en el de sus modelos, Balzac y Dickens principalmente, así como en el de otras célebres figuras del realismo decimonónico. A este periodo de Böll pertenecen numerosos relatos, la parte de su obra que, a mi juicio, mejor ha resistido el paso del tiempo, y su primera novela, El tren llegó puntual (1949). También en sus siguientes novelas, ¿Dónde estabas, Adam? (1951) y La casa sin amo (1954), Böll escribió sobre la experiencia de la guerra y sobre sus consecuencias y su sinsentido.

El nombre del escritor comenzó a sonar con fuerza en el año 1951, a raíz de su participación en el séptimo encuentro del Grupo 47, durante el cual fue galardonado. El premio le supuso, además de una respetable suma de dinero, un contrato de edición con la que será en adelante su editorial: Kiepenheuer & Witsch. Aunque ya había publicado con anterioridad algunas libros, es ahora cuando arranca con fuerte impulso la carrera literaria de Heinrich Böll, quien atraviesa a lo largo de la década de los cincuenta una fase especialmente productiva.

Sus tres novelas consideradas mayores están por llegar. La primera, en 1959, Billar a las nueve y media, contiene una sucesión de conversaciones y monólogos sobre los conflictos familiares y personales de tres generaciones de arquitectos alemanes. Siguió, cuatro años después, Opiniones de un payaso, cuyo protagonista, Hans Schnier, un payaso de profesión que ha sido abandonado por su mujer, hace un repaso desencantado de su vida, sin ahorrar críticas a la iglesia católica y a la sociedad alemana de su tiempo. Por último, Retrato de grupo con señora (1971) traza un complejo mosaico de las distintas capas sociales que sirven de marco a la vida de la protagonista, Leni, una mujer de clase acomodada que terminará perdiendo sus privilegios a cambio de preservar la libertad. Un año después de la publicación de esta última novela, en 1972, Heinrich Böll obtuvo el Premio Nobel.

Pero no todo fueron éxitos y parabienes en la vida de Heinrich Böll. En 1953 tuvo un primer roce con representantes de la iglesia católica, irritados por la emisión radiofónica de un cuento suyo. Este incidente llevó a Böll a instalarse durante una temporada en Irlanda, experiencia que le inspiró un célebre diario.

Sus críticas contra el partido demócrata-cristiano le acarrearán una creciente hostilidad por parte de los medios de prensa del consorcio Springer, con los periódicos Bild Zeitung y Die Welt a la cabeza. Böll goza de reconocimiento internacional, ha sido elegido presidente del PEN Club; así pues, sus opiniones tienen peso, traspasan la frontera alemana y escuecen. Aprovecha su fama creciente para hacerse oír. Protagoniza actos de protesta contra la guerra de Vietnam y contra la política agresiva del presidente Nixon. Secunda las reivindicaciones estudiantiles, reclama mayores emolumentos para los escritores, apoya abiertamente la candidatura a canciller del socialdemócrata Willy Brandt, en la década de los ochenta se acercará a Los Verdes. Es, en suma, un hombre público que no elude en ocasiones la provocación, como cuando felicitó con un ramo de flores a Beate Klarsfeld, la mujer que había abofeteado durante un congreso del partido CDU al canciller Kiesinger por su pasado nazi.

En diciembre de 1971, Böll se atrae las iras del Bild Zeitung al criticar a dicho periódico, mediante una carta abierta, por atribuir sin pruebas un atraco reciente a miembros de la Fracción del Ejército Rojo. En adelante, Böll será objeto de una campaña despiadada por parte de la prensa de Springer. El acoso al escritor no se limitará a los medios de comunicación. En junio de 1972, tras la detención de Andreas Baader, la policía registra su casa en busca de terroristas. Un diputado de la CDU lo acusa de cómplice de estos en el curso de una intervención parlamentaria. A Böll le llueven epítetos denigrativos de aquí y allá, y reacciona (¿se defiende?) publicando un libro de denuncia de los tejemanejes de la prensa sensacionalista de la época, El honor perdido de Katharina Blum, que lleva el significativo subtítulo de Cómo surge la violencia y adónde conduce.

La novela, de tamaño reducido, obtiene un éxito descomunal en Alemania. La protagonista, Katharina, traba relación amorosa con un desertor. El caso llega a conocimiento de un reportero, que lo aprovecha para difamar sin compasión a la joven mujer, inventándose toda suerte de pormenores y lances. Incapaz de protegerse del poder desmesurado del periódico ni, por tanto, de lavar su honor, la joven mujer opta por matar al periodista.

La crítica literaria alemana constata en Böll, avanzada la década de los setenta, una pérdida de sustancia creativa. Aún escribirá y publicará unos cuantos títulos, si bien menores en el conjunto de su obra. Y no es sólo que su dedicación a los asuntos sociales, con todo lo que ello implica de desplazamientos, intervenciones públicas, presencia en foros diversos y tareas ocasionales de toda índole, menoscaben su capacidad de trabajo, restando al escritor tiempo y energías para la creación literaria. No menos lo aparta del escritorio su delicado estado de salud, en parte ocasionado por su prolongada y excesiva adicción a los cigarrillos. Böll arrastra problemas vasculares debidos al tabaquismo y padece diabetes. La edad y los achaques, distintas operaciones quirúrgicas, la muerte de un hijo en 1982, dejan en él una huella que las fotografía de la época hacen evidente. El 16 de julio de 1985, poco después de haber sido dado de alta en el hospital, Heinrich Böll falleció en su casa. Días antes, el suplemento dominical del periódico El País había publicado la que probablemente fue la última entrevista de su vida. El entierro, multitudinario, se celebró según el rito católico, con nutrida presencia de personalidades políticas.

En el momento de fallecer, Böll tenía acabada una novela, Mujeres a la orilla del río, que se publicó póstumamente. Libro de conversaciones dispersas, sin una trama reconocible, los críticos coincidieron en calificarlo de fallido. Yo tengo la impresión de que hoy día, en Alemania, el legado literario de Heinrich Böll está envuelto en una niebla de olvido. No, desde luego, en una niebla impenetrable que oculte por completo sus obras, al menos las más relevantes, que aún siguen mereciendo un segmento de balda en numerosas librerías. Lo cual no evita que a veces este o el otro título haya que encargarlo.

Como es habitual en el caso de los escritores fallecidos, se han recuperado textos suyos inéditos; en concreto, algunas tentativas literarias de sus comienzos. Existe asimismo un llamado Archivo Heinrich Böll, dedicado a preservar la memoria del escritor, a difundir su obra y facilitar el estudio de la misma. Böll da asimismo nombre a varias escuelas públicas y a un premio literario que organiza anualmente la ciudad de Colonia. El partido político Los Verdes tuvo la deferencia de asignar el nombre del escritor a su fundación.

Con eso y todo, y a pesar de la general simpatía que despierta el novelista, se percibe en la actualidad una falta de presencia de sus obras en el debate general de las ideas y de los nuevos gustos estéticos en Alemania. Es posible y deseable que la celebración en 2015 del trigésimo aniversario de su fallecimiento brinde la oportunidad de reactualizar la figura de un escritor esencial de la posguerra alemana, así como de releer sus libros y darlos a conocer a las jóvenes generaciones, quitándoles la fina capa de polvo que hoy, a mi juicio, los cubre.


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