Bibliotecas y mi colección de libros

Lema

Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

miércoles, 7 de septiembre de 2016

326.-Micromecenazgo: apadrine un libro; Ladrones de libros.-a



La Biblioteca Pública Episcopal de Barcelona.

 





La Biblioteca Pública Episcopal de Barcelona (BPEB) o Biblioteca Pública Episcopal del Seminario de Barcelona es la biblioteca que está ubicada en el edificio del Seminario Conciliar de Barcelona. Fundada en el año 1772, es la biblioteca pública conservada más antigua de la ciudad, ​ y acoge un grande e importante fondo de libro antiguo y moderno, sobre todo relevante en teología, ciencias eclesiásticas y humanidades, con un total de 360.507 volúmenes. Entre estos destaca una colección de 95 incunables,  625 manuscritos,​ alguno de ellos escrito incluso en árabe, el más antiguo de los cuales es del siglo XIV. 

También es importante la colección de aproximadamente 10 000 gozos (composiciones poéticas, de carácter popular, que se dirigen a la Virgen, a Cristo o a los santos),​ del siglo XVII hasta la actualidad, siendo una de las colecciones de gozos más importantes de Cataluña.
La BPEB pertenece a la Archidiócesis de Barcelona, forma parte del sistema de bibliotecas de la Universidad Ramon Llull y colabora con el Catálogo Colectivo del Patrimonio Bibliográfico Español.

Historia

La biblioteca fue erigida en el año 1772 por el obispo Josep Climent i Avinent, cuando se fusionaron la Biblioteca del Seminari Conciliar (o Colegio del Obispo), creada en el año 1593, con la del Colegio de Nuestra Señora de Belén, de la Compañía de Jesús, fundada en el año 1545. Su emplazamiento original fue en la Rambla de Barcelona. Recibe la denominación de "Pública" a partir de la Pragmática Sanción de 1767, promulgada por el rey Carlos III, en la que se decretaba la expulsión de los Reinos de la Corona de España de los jesuítas, la ocupación de sus edificios y la confiscación de todos sus bienes, incluidas sus bibliotecas. De hecho, la mayoría de ellas, como en el caso de Barcelona, fueron a parar a los Seminarios Conciliares más cercanos.

 Finalmente, "per justificar davant del poble que es donava utilitat a totes aquestes biblioteques, l’Estat manà als bisbes receptors que fessin tot el que fes falta per fer públiques les biblioteques dels Jesuïtes, i es va pactar un sou per a contractar bibliotecaris"​ [para justificar ante el pueblo que se daba utilidad a todas estas bibliotecas, el Estado ordenó a los obispos receptores que hicieran todo lo que hiciese falta para hacer públicas las bibliotecas de los Jesuítas, y se pactó un sueldo para contratar a bibliotecarios]. 

Por lo que respecta al propio Colegio de Belén, en Barcelona ocurrió algo diferente, ya que "los colegios solían seguir siendo centros de enseñanza. En Barcelona, el colegio de Belén se convirtió en el Seminario Conciliar de Barcelona...".

El 25 de junio de 1775 Fèlix Amat de Palou i Pont recibió el nombramiento real de primer bibliotecario de la Biblioteca Pública Episcopal de Barcelona.​ No obstante, no es hasta el mes de enero de 1776 cuando la Biblioteca abrió sus puertas al público, situada en el segundo piso del edificio del Seminario. Félix Amat de Palou fue bibliotecario entre los años 1775 y 1785. Entre el 1785 y el 1803 escribió su Historia eclesiástica e hizo el primer inventario de todos los libros de la biblioteca. Es precisamente en el año 1785 cuando se hace el primer inventario serioso de todo el fondo de la Biblioteca: el Inventario de los libros contenidos en la Biblioteca... lo confeccionó el entonces bibliotecario Joaquín Nicolás Rincón.​ La clasificación de la Biblioteca estaba dividida en 8 grandes secciones, con un total de 16.976 volúmenes.​

Su sucesor fue su sobrino Ignasi Torres i Amat de Palou (1768-1811), que fue bibliotecario entre 1795 y 1808, y que proyectó e inició el famoso Diccionario de escritores catalanes. También fue bibliotecario el hermano de Ignasi, Fèlix Torres i Amat de Palou. Ambos instalaron en la biblioteca una sala destinada a los autores catalanes, con la colaboración del bibliotecario Ignasi Palaudàries (que fue bibliotecario entre 1816 y 1824) y del obispo de Barcelona Pablo de Sichar. Fue un anexo con entidad propia y se anuncia como Biblioteca de autores catalanes en la edición del Diario de Barcelona del 15 de noviembre de 1819.

El mes de febrero de 188213​ el Seminario se traslada desde la Rambla al nuevo edificio construido en la calle Diputació, donde se ubica actualmente. Los libros de la BPEB se embalaron y se trasladaron al sótano de la nueva construcción y permanecieron en esta situación durante quince años hasta que, gracias al cardenal Salvador Casañas, la biblioteca se instaló en el espacio que ocupa actualmente. La Biblioteca no se termina de instalar definitivamente hasta el año 1924.

Durante la Guerra Civil español los libros se depositaron en la Biblioteca de Cataluña, aunque no obstante se quemaron algunas colecciones importantes. En este sentido, se trasladaron a la Biblioteca de Cataluña más de 500 manuscritos en cuatro periodos: entre el 2 y el 4 de julio, y entre el 2 y el 5 de noviembre de 1937; el 15 de noviembre de 1938; y finalmente el 10 de enero de 1939. Todos estos manuscritos se devolvieron el 9 de enero de 1943, con el mandato como director de Josep Gros i Raguer.

Cuando se volvió al Seminario, la BPEB se instaló en la planta baja del edificio y fue nuevamente catalogada por Jaume Barrera i Escudero (1879-1942). Los bibliotecarios Àngel Fàbrega i Grau (1921-2017) i Antoni Briva i Mirabent (1926-1994) la trasladaron otra vez al primer piso. Antes de la Guerra Civil española, concretamente en el año 1916, la Biblioteca ya tenía 50.000 volúmenes.
Acabada la Guerra Civil, la Biblioteca vuelve a funcionar a partir del 10 de diciembre de 1940, aunque no es hasta el 22 de febrero de 1944 que tiene lugar la inauguración de la sala de lectura, con una conferencia del entonces Director de la Biblioteca Central de la Diputaicón de Barcelona. Posteriormente, en el año 1964 se traslada al actual primer piso del edificio del Seminario, donde se ubica en la actualidad.

Josep Maria Martí Bonet, nombrado bibliotecario en el año 1971 y que lo fue hasta 2018, con la ayuda del a Facultad de Teología de Cataluña y del mismo Seminario, contrató a bibliotecarias para la catalogación de los más de 370.000 libros que contiene actualmente la BPEB, habiendo desde entonces bibliotecarios profesionales que se encargan de la gestión de la Biblioteca, a más a más del director titular en la Junta de Gobierno del Seminario. En 2011 se inauguró la reforma de la Sala de Lectura de la Biblioteca, con 242 m2, 47 puntos de lectura y actualmente con más de 10.000 volúmenes de acceso libre.​ El 16 de marzo de 2016 se inauguró la reforma de los depósitos de almacenaje de la Biblioteca, de acceso restringido.

 


Micromecenazgo: apadrine un libro.

 

Misal romano impreso que ya ha recaudado
 lo necesario para su restauración (BPEB)

La Biblioteca Pública Episcopal del Seminario de Barcelona (BPEB), que es la biblioteca conservada más antigua de la ciudad, fundada en 1772, ha iniciado un proyecto de micromecenazgo para apadrinar libros o documentos que necesitan ser restaurados.
La biblioteca, que alberga considerables colecciones de fondos antiguos y modernos, principalmente de materias como la teología, las ciencias eclesiásticas y las humanidades, con un total de 360.000 volúmenes, quiere poner en valor su fondo patrimonial, según ha informado el portal de información religiosa.
El proyecto de apadrinar libros se asemeja a otros proyectos de apadrinamiento en formato de micromecenaje social que ya han impulsado otras instituciones y bibliotecas inglesas y catalanas, como el Ateneu barcelonés, con el propósito de recoger fondos para poder restaurar, preservar y conservar el patrimonio bibliográfico y documental que custodian.
En el caso de la Biblioteca Episcopal de Barcelona, los elegidos para iniciar la restauración a través de las microdonaciones son cinco textos, tres manuscritos y dos incunables. Uno de ellos es un volumen que contiene dos obras manuscritas encuadernadas juntas.
Una son unas crónicas de los reyes de Aragón y condes de Barcelona, una obra anónima, pero atribuida a Pedro III el Ceremonioso, que también se conoce como ‘Crónica de San Juan de la Peña’, que está fechada en el siglo XIV, y es una de las obras clave de la literatura y la cultura catalanas en la Edad Media. La otra es una copia del siglo XV del Libro del Tesoro de Brunetto Latini, un notario y filósofo, que llegó a ser Canciller de la República de Florencia y considerado uno de los personajes clave del pensamiento político humanista en la Baja Edad Media.
Crónica de San Juan de la Peña, del siglo XIV


Otro de los libros es la Geografía de Catalunya de Pere Gil, un jesuita que fue maestro en artes y doctor en teología, rector de los Colegios de Santa María de Belén de Barcelona y de Montesión de Mallorca, además de provincial de la Corona de Aragón, procurador del proceso de canonización de Ignacio de Loyola e impulsor de la fundación de la Cueva de San Ignacio de Manresa.

La obra a apadrinar es un manuscrito original escrito por Pere Gil en 1600 y que forma parte de una obra más amplia en 4 volúmenes, la ‘Historia Cathalana’, escrita entre 1598 y 1602. Esta obra permaneció inédita hasta 1949, cuando fue transcrita y editada por Josep Iglésies.
Geografía de Catalunya, por Pere Gil

En tercer lugar está un manuscrito del 1466 de la obra ‘Historiae Alexandri Magni Macedonios’, del historiador romano Quinto Curcio Rufo, especializado en la vida de Alejandro Magno y que es la única obra que se le conoce.
Se trata de un conjunto de 10 volúmenes, de los cuales los dos primeros están perdidos y los otros ocho están incompletos. Este manuscrito podría ser una copia de otro anterior, escrito por el humanista italiano Lorenzo Valla unos años antes. En el ejemplar que conserva la Biblioteca Episcopal hay letras capitales adornadas con incrustaciones de oro, y orlas con motivos florales y geométricos.
Enciclopedia de ciencias naturales impresa en 1472

En cuarto lugar, el segundo incunable de la colección: una ‘Naturalis Historia’ completa, con 37 libros, impresa en Venecia por Nicolaum Ienson Gallicum el 1472. Es una enciclopedia sobre ciencias naturales escrita por Plinio el Viejo entre los años 77 y 79 después de Cristo.
La ‘Naturalis Historia’ es una completa enciclopedia sobre ciencias naturales, astronomía, geografía, antropología, zoología, botánica, jardinería, medicina o mineralogía.
Y el quinto texto a apadrinar es un misal romano impreso en la ciudad italiana de Nápoles por el impresor Mathias Moravus. Es un texto con letras góticas, impreso a dos tintas y en dos columnas, y uno de los incunables provenientes de la antigua biblioteca del Colegio de la Compañía de Jesús de Barcelona, que fue uno de los gérmenes de la actual Biblioteca del Seminario Conciliar de Barcelona.

Se pueden realizar donaciones a partir de 30 euros

Las donaciones, que pueden ser a título individual o a través de alguna empresa o institución, comienzan con 30 euros y se puede pueden hacer a través de la página web de la biblioteca, a través de cheque, transferencia o tarjeta bancaria.
Todos los padrinos figuraran para siempre en cada ejemplar y recibirán un certificado personalizado. Además, podrán realizar una visita guiada al centro de restauración del Monasterio de Sant Pere para ver de cerca todo el proceso.

 


LITERATURA
LOS 14 MAYORES LADRONES DE LIBROS DE LA HISTORIA
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 ALEJANDRO GAMERO — 28/05/2019

 




El amor por los libros se denomina bibliofilia, pero cuando ese deseo sobrepasa los límites de la cordura y se convierte en una obsesión insana entramos en el terreno de la bibliomanía, que durante mucho tiempo se consideró una enfermedad. Miguel Albero recoge los síntomas de diferentes bibliomanía o, como el las llama, bibliopatías, en su ensayo Enfermos del libro. Una bibliopatía que nos genera cierta simpatía es la bibliocleptomanía.

Porque si no nos detenemos a pensarlo demasiado, robar libros no parece al mismo nivel que robar dinero o joyas, y por qué, quizá, haya un trasfondo cultural de fondo, como un ansia de conocimientos, como si no se pudiera acceder al libro comprándolo o sacándolo prestado de una biblioteca. En un segundo libro, titulado con descaro Roba este libro, donde Albero se centra en los bibliocleptómanos, lo deja bastante claro: robar un libro sí es robar, y la tolerancia que mostramos ante este hecho esa inversamente proporcional a la cercanía que tienen los libros robados con respecto a los nuestros. Es más, si nos detenemos un momento a reflexionar sobre el robo de libros, dejando a un lado el valor material ‒porque no es lo mismo robar el Hortus deliciarum del siglo XII que una edición barata de bolsillo‒, nos daremos cuenta de que cualquier robo de libros, sobre todo cuando se produce en una biblioteca y lo que se está robando se trata de un bien común, es una atentado contra el derecho a acceder a la información de la humanidad y, cuando lo que se ha robado tienen un alto valor artístico o cultural, contra el patrimonio universal. Un despropósito se mire por donde se mire, vamos.

Muchos de esos ladrones se han amparado en el amor por los libros, como si este diera carta blanca para hacer cualquier cosa en su nombre, pero lo cierto es que la mayor parte de las veces están guiados por el egoísmo o la codicia. Y no necesariamente eso significa que el objetivo del robo sea vender después lo robado. En ocasiones los ladrones están poseídos por esa bibliomanía que nubla la razón y que les lleva a cometer auténticas locuras. Ya sea por codicia o por pura bibliomanía, los siguientes robos parecen de película, pero por desgracia son muy reales. Muchos de ellos figuran, por supuesto, en el libro de Albero.

Elois Pichler

Este teólogo y bibliotecario llegó a crear un abrigo especial para robar libros de la Biblioteca Pública Imperial de Rusia en San Petersburgo, donde trabajaba. Cuando finalmente lo atraparon en 1871, se estimó que había robado 4.000 libros, muchos de ellos raros. Pichler los metía en su abrigo, que tenía un bolsillo especial cosido en el forro. El bibliotecario deshonrado fue condenado al exilio en Siberia, con suerte tal vez con su abrigo, pero sin libros.

Guglielmo Libri Carucci dalla Sommaja

Decir que el conde Libri era ladrón de libros tal vez suene a broma, pero es cierto. Conocido por su erudición y su conocimiento de la historia de los libros ‒además era matemático e historiador‒, llegó a ser secretario de la Comisión del Catálogo general de los manuscritos de las bibliotecas públicas de Francia, una posición que utilizó para robar libros de las bibliotecas en lugar de vigilarlas y protegerlas. Abusando de su poder y fingiendo una mala salud exigía quedarse solo en el archivo de las bibliotecas para ejecutar sus robos. Con este sistema recorrió por bibliotecas de toda Francia, completando poco a poco su colección de manuscritos y libros raros. A veces, incluso, no vacilaba en mutilar ciertos manuscritos. 
Cuando las cosas se pusieron mal en Francia, intentó huir a Inglaterra con 18 baúles que contenían 30.000 libros y manuscritos raros. Algunos de los títulos robados nunca se recuperaron, pero uno de los documentos apareció más de un siglo y medio después. Fue en 2010, y era una carta de 1641 escrita por el filósofo francés René Descartes, que fue devuelta a Francia después de ser descubierta en la biblioteca de Haverford College. La viuda de un alumno lo donó a la escuela, pero un filósofo de Utrecht rastreó los orígenes del documento después de relacionarlo con el caso Libri.

Charles Romm
El librero Charles Romm lideró una banda de ladrones de libros que operó en la década de 1930 y que bien podría dar para una película de Scorsese. Sus compinches eran los también libreros Ben Harris y Harry Gold. Se dedicaban a robar libros y venderlos al mejor postor en el Book Row de Nueva York, esa zona de la Cuarta Avenida que concentró más de 40 librerías en la década de 1920 y 1930 y de las que hoy solo sobrevive la mítica Strand. Las bibliotecas trataron de protegerse de los robos retirando libros de sus estantes, reforzando la seguridad y agregando marcas únicas a los libros que serían difíciles de eliminar. Finalmente, el investigador especial de la Biblioteca Pública de Nueva York, G. William Bergquist, se hizo cargo del caso y llevó a los ladrones ante la justicia. Puedes leer más sobre la banda de Romm en Ladrones del Book Row: El círculo del libro antiguo más famoso de Nueva York y el hombre que acabó con él, de Travis McDade.

William Jacques
Apodado «Tome Raider», William Jacques robó más de un millón de libras en libros de bibliotecas del Reino Unido, que comenzaron a desaparecer en la década de 1990. Logró engañar a las casas de subastas más prestigiosas del mundo para vender sus copias robadas de obras de Thomas Paine, Galileo o Robert Boyle. Después de su primer encarcelamiento, Jacques adoptó una nueva identidad con un seudónimo para seguir robando títulos de Charles Darwin y Edward Lear. Afirmó que eran para investigación. Varios de esos libros nunca fueron recuperados, incluyendo trece volúmenes de Nouvelle Iconographie des Camellias de la escritora belga Ambroise Verschaffelt del siglo XIX.

David Slade
Posiblemente no hay peor agravante para un ladrón de libros que ser bibliotecario, librero o anticuario, porque ellos traicionan su profesión y se aprovechan de su situación de cercanía para perpetrar sus crímenes. Ese fue el caso de David Slade, un vendedor de libros antiguos del Reino Unido que robó 68 libros de la biblioteca familiar de Sir Evelyn de Rothschild. En lugar de catalogar la colección, se agenciaba algunos de los títulos de la familia adinerada, entre los que estaban obras de Louis Dupré, Chaucer y T.E Lawrence y los subastaba. Slade se excusó alegando que había robado porque tenía deudas.

John Charles Gilkey
Gilkey robó libros raros y manuscritos por valor de unos 200.000 dólares y lo hizo a través de tarjetas de crédito robadas y cheques sin fondos. Gilkey, un empleado de Saks Fifth Avenue en San Francisco, trató de construirse una nueva identidad, una que desprendiera riqueza, cultura y sofisticación. Para ello se rodeó de primeras ediciones robadas de Nabokov o Mark Twain. Gilkey convirtió el robo de libros en su razón de ser, pero ni siquiera era un verdadero amante de los libros, sino más bien un coleccionista. Coleccionó libros robados de la misma forma en que podría haber coleccionado cualquier otra cosa. Por lo demás era un hombre completamente anodino y normal. La periodista Allison Hoover Barlett le dedicó un ensayo en 2009 titulado El hombre que amaba los libros demasiado.

Jay Michael Linford
Helen Schlie era la orgullosa propietaria de una primera edición del Libro de Mormón, una de las primeras doscientas copias impresas en 1830. Los mormones viajaban para ver a Schlie y al libro, valorado en unos 100.000 dólares, esperando tocarlo o tomarse una foto con él. El ejemplar fue robado de la librería de Schlie porque no lo tenía bajo llave. Schlie quedó desconsolada con la desaparición del libro, pero no tardó en descubrir que alguien a quien conocía había intentado venderlo. Jay Michael Linford fue condenado a prisión como consecuencia del robo.

Stanislass Gosse
Este ingeniero de 32 años descubrió en el año 2002, leyendo un libro sobre arquitectura antigua, que en el convento de Sainte-Odile, en Alsacia, fundado en el siglo VII, había un pasadizo que daba a la biblioteca. Ni corto ni perezoso lo utilizó para robar libros de la biblioteca del convento, que ese momento había sido reconvertido en hotel y centro de convenciones. Unos mil quinietos libros antiguos fueron encontrados en casa de Gosse, perfectamente cuidados y encuadernados, siendo la joya de la colección el Hortus deliciarum, del siglo XII, un hito de la encuadernación. En el jucio Gosse alegó que aquelos libros estaban abandonados, llenos de polvo y de cagadas de palomas, y que no parecía que nadie fuera a consultarlos jamás. Finalmente lo condenaron a 18 meses de cárcel.

Daniel Spiegelman
Spiegelman no es ningún experto en libros. Como Stanislass Gosse, descubrió de casualidad la manera de colarse en una de las universidades más ilustres de Estados Unidos, concretamente un ascensor de libros situado en una biblioteca, y utilizó ese conocimiento para robar libros durante seis meses. El robo tuvo lugar en 1994 en la Universidad de Columbia, Nueva York. Spiegelman se llevó mapas y manuscritos por valor de varios millones de dólares, entre ellos varios incunables, Libros de Las horas, veintiséis medievales y renacentistas, ocho manuscritos árabes, 284 mapas sueltos y 230 mapas mutilados. Spiegelman va robando todo cuanto puede y va guardando su botín en diferentes lugares de Manhattan, para luego tratar de venderlo. Al final fue condenado a cinco años de prisión y sentó el precedente de considerar esos robos, por su magnitud, como un crimen hacia la Humanidad.Travis McDade relata el caso de Spiegelman en su libro El ladrón de libros: los verdaderos crímenes de Daniel Spiedelman.

Raymond Scott
Fue el playboy de los ladrones de libros. Este vendedor de antigüedades ya fallecido fue condenado a prisión por posesión de bienes robados, en concreto, una copia del First Folio de Shakespeare, del que hay menos de 250 copias en el mundo. Scott inventó una extraña historia sobre el hallazgo del First Folio en Cuba a través de la novia de un amigo. Desde luego, el estilo de vida extravagante de Scott no ayudó a desviar la atención. Después de ser arrestado declaró:
 «Soy alcohólico y necesito dos botellas de buen champagne todos los días, pero solo después de las seis». 
Esa misma extravagancia le llevó a asistir al juicio vestido como Che Guevara, conduciendo un Ferrari amarillo y repartiendo pastel entre los asistentes. Negó haber robado el First Folio incluso después de ser encarcelado, pero más adelante haría una especie de confesión en una entrevista:
 «No estaba guardado en la bóveda de un banco, se guardaba al descubierto en un estante de libros y con amor. Entonces tal vez una persona se enamoró y pensó que era hora de pasar a la acción. Quizás esta persona decidió vivir un día como un león en lugar de pasar sus días como un cordero. Vivir la vida al máximo en La Habana, Londres o París. No puedes hacer esto sin dinero, sin mucho dinero. Esto es solo un cuento de hadas, por supuesto».


Stephen Blumberg
Blumberg es quizás el ladrón de libros más famoso de la historia. Su necesidad de robar y acaparar libros, le llevó a saqueó las más prestigiosas bibliotecas de los museos y universidades de Norteamérica. En concreto se hizo con con más de 23.600 títulos, valorados en un total de 5,3 millones de dólares. Blumberg, que tenía un historial de enfermedades mentales, sentía debilidad por los incunables y los raros y curiosos, de corte histórico. Sostenía que las bibliotecas eran cárceles de la información y que se llevaba libros cuyo valor sólo él era capaz de apreciar para salvarlos de la destrucción. Los trucos que utilizó para robar parecen sacados de Missión Imposible: se hizo pasar por investigador, pasó una noche oculto entre los estantes o en el hueco de un montacargas, se deslizó por túneles de ventilación, hizo copias de las llaves. Era metódico y paciente: estudiaba durante semanas los sistemas de seguridad y los cambios de guardias para asestar el golpe una vez todo calculado. 
Fue condenado en diciembre de 1991 a 6 años cárcel y a 200.000 dólares de multa, además de vetársele el acceso a bibliotecas. En diciembre 29 de 1995 salió de prisión y en 1997 volvió a robar libros antiguos. Lo volvieron a capturara en julio de 2003 por robar en una mansión de Keokuk, Iowa y estuvo preso hasta 2004. Basbanes le dedicó un capítulo en su libro Bibliomania, a Gentle Madness.

Farhad Hakimzadeh
A diferencia de otros ladrones de libros, Farhad Hakimzadeh tiene el agravante de que mutiló y destruyó muchos libros para cometer sus robos. Con el añadido, además, de que Hakimzadeh era millonario hombre de negocios, académico y experto en mapas antiguos, que poseía la cuarta biblioteca del mundo en su terreno. Fue condenado en 2009 a dos años de cárcel por robar más de 150 grabados de libros antiguos pertenecientes a la Biblioteca Británica y a la Bodleian. Su experiencia, conocimiento y acceso privilegiados no le impidieron llevarse esos mapas usando un bisturí, lo que hacía muy difícil descubrir los robos, ya que los volúmenes sí permanecían en sus anaqueles. Al inspeccionar su biblioteca, en su lujosa residencia de Kensington, descubrieron decenas de esos mapas, algunos valorados en 45.000 dólares, así como varios libros que databan del siglo XVI se encontraron en su casa. No se sabe por qué diseccionó los libros, desde luego no para venderlos, pero parece que el ladrón estaba tratando de trazar el camino de los viajeros europeos a través de Mesopotamia, Persia y el imperio Mogol.

Forbes Smiley III
Al igual que Hakimzadeh, el interés de Smiley estaba centrado en los mapas antiguos, y no dudaba en mutilar libros para conseguir su botín. También se aprovechó de su situación privilegiada: Smily era un experto y marchante que ayudó a crear dos de las mejores colecciones de Estados Unidos, toda una personalidad en el mundo de la venta de mapas antiguos. Fue detenido el 8 de junio de 2005 cuando se le cayó una cuchilla al suelo en la biblioteca Beinecke de Yale. Es difícil saber desde cuándo estaba robando, quizá desde 1998, y por supuesto cuantificar los daños que ha causado. Smiley comienza sus robos para mantener el tren de vida que tenía. Su descubrimiento supuso un antes y un después en el mundo de la protección de mapas, al desvelar que muchas universidades no eran conscientes ni de lo que tenían. Michael Blanding le dedicó un libro titulado El Ladrón de Mapas.

Massimo De Caro
Miguel Albero llega a considerar a De Caro como el gran ladrón de libros del siglo XXI. Fue director de la Biblioteca Girolamini en Nápoles, una de las bibliotecas italianas más importantes del país. Cuando el profesor de Historia del Arte Tomasso Montanari visitó la biblioteca y se dio cuenta de las pésimas condiciones en que esta se encontraba escribió un artículo en un periódico local quejándose de ello. A continuación se denuncia la desaparición de 1.500 libros de la biblioteca. No se tarda mucho en pillar a De Caro con las manos en la masa. Había dado la orden de apagar las cámaras de seguridad, pero parece ser que los empleados de la biblioteca olvidaron hacerlo y fue sorprendido in fraganti. De Caro, que era un tipo con una historia turbia detrás, llega incluso a sustituir un libro de Galileo por una copia elaborada por él mismo, tan bien hecha que consiguió engañar a expertos durante mucho tiempo.
 Además, intercambia libros con el cardenal Mejía, responsable de la Biblioteca Vaticana, en concreto le da dieciséis incunables a cambio de seis libros, poniendo como excusa que estaban repetidos. Algunos de los libros sustraídos por De Caro pudieron ser restituidos: el Estado de Baviera dio la orden de repatriar 543 volúmenes de los siglox XVI y XVII en febrero de 2015.

 


Una excelente investigación reconstruye el gran expolio nazi de las bibliotecas europeas y la lucha de un puñado de expertos por recuperar la herencia literaria.

 



Así lo demuestra el investigador y periodista Anders Rydell en Ladrones de libros (Desperta Ferro):
"Los nazis —escribe— no aspiraban a la permanencia mediante el exterminio de la herencia literaria y cultural de sus adversarios; deseaban robarla, apropiársela y retorcerla, hacer que las bibliotecas y los archivos, herencia y memoria, se volvieran contra sus dueños y poder escribir, ellos, la historia de sus enemigos. Esa fue la idea que suscitó en expolio de libros más grande del mundo".
Y a la vez lanza una pregunta estremecedora: ¿qué es más aterrador, que un régimen totalitario aniquile conocimientos o que ansíe desesperadamente apropiárselos? Combinando la reconstrucción de los hechos históricos, el reportaje periodístico y la literatura de la memoria, el autor construye una obra rigurosa y reveladora sobre una cuestión "no demasiado conocida", con la mayoría de los delitos todavía en la penumbra y el olvido ante la falta de documentación.

Porque no se trata de una simple recopilación de historias de bibliotecas desplumadas principalmente por la voracidad competitiva de Heinrich Himmler, líder de las SS, y Alfred Rosenberg, el ideólogo principal del Partido, sino que Rydell muestra la titánica tarea de un grupo de bibliotecarios alemanes que tratan de identificar los ejemplares usurpados, sorteando la eliminación de pruebas, para poder devolverlos a sus legítimos propietarios, en su gran parte víctimas del Holocausto. Una laboriosa misión, avanzan, que conllevará décadas de trabajo.

El relato se inaugura precisamente con un viaje del escritor de Berlín a Birmingham con un librito de color verde oliva en su mochila. Se trata de Derecho, estado y sociedad, publicado por el político conservador Georg von Hertling hacia finales de la Gran Guerra y conservado en la Biblioteca Central y Regional de la capital alemana. Un ejemplar que a priori no tiene una generosa valoración económica, pero que gracias a su ex libris y la investigación de los expertos ha adquirido un incalculable valor emocional. Su dueño fue Richard Kobrak, un médico asesinado en Auschwitz en 1944. Rydell se lo ha podido devolver a su nieta, Christine Ellse. Es la única posesión que ha conseguido recuperar de su abuelo.


Quemar libros, luego personas.
También indaga Ladrones de libros en una cuestión que historiadores, escritores e investigadores llevan casi ocho décadas tratando de resolver: cómo fue posible el ascenso de una ideología totalitaria y exterminadora como el nazismo en una sociedad ilustrada como la alemana. El autor reflexiona en torno a la "dicotomía Weimar-Buchenwald" —el lugar de origen de Goethe, el gran romántico, y los bosques por los que paseaba buscando inspiración para sus obras, se convirtió en uno de los epicentros de la maquinaria del horror nazi, el campo de Buchenwald— para mostrar cómo Hitler y sus adláteres tergiversaron las biografías de personajes eminentes en la historia de su país como el autor de Fusto, aupado al panteón nacionalsocialista por un camaleónico y oportunista investigador llamado Hans Wahl. Este resulta un sujeto de difícil interpretación, sobre todo porque en la posguerra los soviéticos lo mantuvieron en su cargo. Y así la memoria de Goethe se sacudió el disfraz de antisemita para ponerse la capa de héroe socialista. De lo que no hay duda es que este Wahl se benefició de la extrema coyuntura a la que fueron sometidos los judíos alemanes para apropiarse a un precio irrisorio de la colección del empresario Arthur Goldschmidt: una biblioteca de 40.000 libros con auténticas joyas, como los 2.000 antiguos almanaques de los siglos XVII-XIX.
El valioso conjunto acabó en la Biblioteca de la duquesa Ana Amalia de Weimar y solo en 2006 se descubrió que había formado parte de la masiva campaña de expolio nazi. El centro localizó a los descendientes y se llegó a un acuerdo para que la colección se quedase ahí a cambio de 100.000 euros. Se trata de la restitución más valiosa hasta la fecha que se ha producido en una biblioteca alemana. Ni punto de comparación con otra de las obsesiones desarrolladas por el Tercer Reich: el robo de obras de arte, muchísimo más estudiado —el propio Rydell es autor de una investigación al respecto—. Su nuevo libro está plagado de historias terribles —y algunas encomiables, como los judíos de la llamada Brigada de Papel, que lograron salvar parte de su herencia literaria en el gueto de Vilna— que confirmaron esa premonitoria frase de Heinrich Heine de 1820:
"Donde se queman libros, al final también se quemarán personas".
Himmler veía a las SS como un equivalente nazi de la orden jesuita que tras la expansión del protestantismo en el siglo XVI funcionó como punta de lanza de la Contrarreforma católica.
"Estaban librando una guerra contra el intelectualismo judío, el modernismo, el humanismo, la democracia, los valores cristianos y el cosmopolitismo y no se luchaba solamente mediante los arrestos, las ejecuciones y los campos de concentración", resume el autor.
Fue el otro plan de Hitler, ideológico, para dominar Europa.


El saqueo, en cifras. 'Consolação às Tribulações de Israel', de Samuel Usque. Solo en Francia, el Personal de Operaciones del Reichsleiter (ERR) confiscó las colecciones de 723 bibliotecas con más de 1,7 millones de libros, de los que decenas de miles eran manuscritos antiguos y medievales o incunables. Los expertos calculan que Polonia perdió el 90% de sus colecciones de colegios y bibliotecas públicas.
En territorio soviético, la UNESCO considera que se destruyeron o robaron hasta 100 millones de libros. Hace algo más de una década, el historiador Götz Aly estimó que en las bibliotecas alemanas hay al menos un millón de libros saqueados.
Según Anders Rydell, la cifra es conservadora y probablemente sea mucho mayor.

 


Arthur Goldschmidt 

 

Arthur Goldschmidt ( Leipzig , 17 de junio de 1883 - Cochabamba , Bolivia , 12 de enero de 1951 ) fue un empresario, publicista y bibliófilo alemán.

Biblioteca privada 
Según su hija Hannelore , la biblioteca de Arthur Goldschmidt contenía alrededor de 40.000 volúmenes.  Un bibliotecario especialmente contratado se hizo cargo de la supervisión. La mayor parte de la colección ahora se considera perdida. Sólo un volumen con varios escritos de Christian Fürchtegott Gellert pudo adquirirse en anticuario de la Biblioteca de la Duquesa Ana Amalia. Basado en un ex libris previamente desconocido, este volumen fue asignado a la colección de Arthur Goldschmidt. Este ejemplo también se clasificó como botín nazi y se devolvió.

Colección de almanaques.

El interés de Goldschmidt en coleccionar eran almanaques en idioma alemán del período 1750-1850 con referencia a la literatura, el arte, el teatro y la música alemanes. Su colección, que donó al Archivo Goethe y Schiller de Weimar en 1936, incluye unos 2.000 almanaques. Además, un fichero de fichas con más de 50.000 fichas y varios ficheros con descripciones y otras explicaciones. La colección de almanaques alemanes fue sin duda una de las más grandes del mundo en ese momento. En 1955, la Biblioteca Estatal de Turingia, antecesora de la actual Biblioteca de la Duquesa Ana Amalia, inventarió un gran inventario de almanaques que habían sido tomados de los archivos de Goethe y Schiller. Entre ellos se encontraba la Colección Goldschmidt. Los volúmenes ya se pueden consultar en el catálogo de la Biblioteca Duquesa Ana Amalia.

 

La búsqueda de los libros robados por los nazis


Por Milton Esterow
16 de enero de 2019

Durante décadas se han buscado en silencio y de manera diligente los millones de libros robados por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, pero esta búsqueda ha sido ignorada en gran medida, incluso cuando la pesquisa de obras de arte perdidas acapararon los titulares. Los libros robados pocas veces tienen el mismo atractivo que las pinturas robadas, las cuales con frecuencia son obras maestras valuadas en millones de dólares.

Sin embargo, recientemente y con poca fanfarria, se ha intensificado la búsqueda de libros, promovida por investigadores de Estados Unidos y Europa que han desarrollado un plan de acción por géneros a fin de seguir la pista de los libros robados, muchos de los cuales aún se encuentran en los estantes de las bibliotecas por toda Europa, ocultos a plena vista.

En este trabajo han sido de gran ayuda los archivos recién abiertos, internet y una cantidad cada vez más grande de bibliotecarios europeos que, según los investigadores, han tenido como prioridad esas búsquedas.

“La gente ha ignorado el asunto durante mucho tiempo”, comentó Anders Rydell, autor del libro The Book Thieves: The Nazi Looting of Europe’s Libraries and the Race to Return a Literary Inheritance, “pero no creo que pueda seguir haciéndolo”.

La tarea que está por delante sigue siendo titánica. Por ejemplo, se sospecha que casi una tercera parte de los 3,5 millones de libros de la Biblioteca Central y Regional de Berlín fueron robados por los nazis, según Sebastian Finsterwalder, investigador de procedencias de la biblioteca.

No obstante, los investigadores mencionan que hay señales de que están cerca de tener avances significativos en el proceso de restitución.

Por ejemplo, de acuerdo con los investigadores, en los últimos diez años, las bibliotecas de Alemania y Austria han devuelto treinta mil libros a seiscientos propietarios, herederos e instituciones.
Sin embargo, estas cifras por sí solas casi nunca hacen justicia a lo que puede significar para una familia un solo tomo de historia o literatura judía devuelto, o incluso algún libro más mundano.
El año pasado, la biblioteca de la Universidad de Postdam, en Alemania, devolvió un importante libro del siglo XVI a la familia de su propietario, un hombre asesinado en 1943 en un campo de concentración. El libro, escrito por un rabino en 1564 y robado más tarde, explica los fundamentos de los 613 mandamientos de la Torá. El nieto del propietario lo identificó de una lista de obras robadas que se había publicado en internet. Después, él y su padre, un sobreviviente del Holocausto, viajaron de Israel a Alemania para recuperarlo.

Patricia Kennedy Grimsted, investigadora principal adjunta en el Instituto de Investigación Ucraniano de la Universidad de Harvard y una de las expertas más destacadas del mundo sobre las bibliotecas y los archivos saqueados durante la Segunda Guerra Mundial, mencionó que su trabajo en el rastreo de los libros perdidos ha avanzado de manera considerable desde 1990. Ese año, descubrió diez listas de artículos robados de las bibliotecas de Francia por el Einsatzstab Reichsleiter Rosenberg, un cuerpo especial comandado por el ideólogo nazi Alfred Rosenberg. Este grupo especial saqueó más de seis mil bibliotecas y archivos en toda Europa pero dejó registros detallados que han resultado ser invaluables para rastrear lo que se robaron.

En años recientes, se han publicado en internet cientos de miles de registros de ese cuerpo especial y de otras fuentes, lo cual es parte de una labor de la Conferencia sobre Reclamaciones Materiales Judías contra Alemania, la Organización Mundial de Restitución a los Judíos y otros organismos para allanar el camino a los investigadores, las bibliotecas, los museos, los historiadores y las familias que siguen el rastro de las obras.

Los nazis les robaban principalmente a las familias, las bibliotecas y las instituciones de los judíos, pero también saqueaban a los masones, los católicos, los comunistas, los socialistas, los eslavos y los detractores del régimen nazi. A pesar de que al principio algunas bibliotecas fueron destruidas y algunos libros fueron quemados por los nazis, posteriormente transfirieron muchas de las obras a las bibliotecas que pertenecían al Instituto para la Investigación de la Cuestión Judía, el cual fue establecido en Frankfurt en 1941 por ese grupo especial.


“Esperaban utilizar los libros después de ganar la guerra para estudiar a sus enemigos y su cultura a fin de proteger a los futuros nazis de los judíos que eran sus enemigos”, señaló Grimstead.
Después de la guerra, la unidad de Monumentos, Bellas Artes y Archivos del Ejército de Estados Unidos, mejor conocida como los Hombres de los Monumentos y famosa por haber devuelto obras de arte robadas, también salvó millones de libros. Esta unidad del ejército procesó casi tres millones de libros y manuscritos, los cuales fueron enviados de vuelta principalmente a sus países de origen.

Después de la guerra, la unidad de Monumentos, Bellas Artes y Archivos del Ejército de Estados Unidos, mejor conocida como los Hombres de los Monumentos y famosa por haber devuelto obras de arte robadas, también salvó millones de libros. Esta unidad del ejército procesó casi tres millones de libros y manuscritos, los cuales fueron enviados de vuelta principalmente a sus países de origen.

“Tenemos un pequeño equipo de investigadores y, desde que comenzamos hace diez años, hemos devuelto novecientos libros a veinte países”, comentó el investigador Finsterwalder.

“Miles de libros fueron marcados por los nazis con la letra “J”, por Judenbücher (libros judíos)”, comentó. “Estas letras fueron borradas después de la guerra y sustituidas por la letra G, de Geschenk (regalos)”.

En total, las bibliotecas de Alemania han devuelto cerca de quince mil libros desde 2005, afirmó Maria Kesting, investigadora de procedencias en la biblioteca del Estado y en la Universidad de Hamburgo. “He devuelto libros a unos 360 herederos, propietarios e instituciones en Estados Unidos, el Reino Unido, Alemania, Israel, Sudáfrica, Francia y otros países”, afirmó.

Desde 2008, la Fundación Alemana para el Arte Perdido, financiada por el gobierno federal, ha proporcionado 5,6 millones de dólares para investigar la procedencia de libros “y artículos relacionados” en las bibliotecas alemanas. La fundación publica en su base de datos las descripciones de los libros con fotografías cuando no puede localizar a los propietarios o a sus herederos.

Markus Stumpf, quien investiga procedencias de libros en la Biblioteca de la Universidad de Viena, mencionó que cerca de quince bibliotecas austriacas han devuelto al menos quince mil libros desde 2009.

“La parte más difícil de este trabajo es el rastreo de los propietarios o de sus descendientes”, comentó. “Algunos son fáciles. Otros tardan años si no hay herederos. En muchos libros, las placas de identificación, los sellos o los nombres han sido arrancados. En ocasiones, los nombres son ilegibles”.

“Algunas veces”, continuó Stumpf, “es difícil decidir quién recupera el libro si hay un libro y cinco miembros de la familia. En un caso relacionado con un libro, encontramos que un miembro de la familia vivía en Estados Unidos y otro en Alemania. Uno no sabía de la existencia del otro, pero se comunicaron y decidieron que el miembro de la familia que vivía en Alemania se quedara con el libro”.

Finsterwalder recordó una experiencia en 2009 cuando le devolvió un libro a un hombre que había sobrevivido al campo de concentración Bergen-Belsen cuando era adolescente y emigró a California. Su maestra le había dado ese libro de actividades infantiles como regalo de Janucá.

Este sobreviviente del campo de concentración, que no había querido relatar sus experiencias durante la guerra, empezó a dar conferencias a estudiantes de bachillerato.

“El hecho de recuperar el libro”, comentó Finsterwalder, “lo cambió por completo”.

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Montaner y Simón, Editores fue una casa editorial fundada en 1861 en Barcelona (España). Fue una de las editoriales más importantes de su época y tuvo su sede en un edificio industrial de finales del siglo xix, obra del arquitecto modernista Lluís Domènech i Montaner. El edificio fue proyectado en 1879 y construido entre 1881 y 1885 para alojar la empresa editorial que le da nombre, que había sido fundada por Ramón de Montaner Vila y Francisco Simón y Font en 1861.
El edificio está situado en la calle Aragón, 255, en el barrio del Ensanche de Barcelona. Su fachada se considera la primera del Ensanche de Barcelona en combinar la utilización del ladrillo visto con hierro dentro del tejido urbano.​
Catalogado desde 1977 como Bien Cultural de Interés Nacional, fue restaurado y adaptado entre 1987 y 1990 por los arquitectos Roser Amadó, y Lluís Domènech i Girbau para reconvertirlo en la Fundación Antoni Tàpies.

Historia







La empresa editorial Montaner y Simón, Editores fue fundada en Barcelona en 1861 por Ramón de Montaner Vila y Francisco Simón y Font. Se dedicaba especialmente a publicar en castellano obras monumentales y de bibliófilos.
El 8 de octubre de 1879, Francisco Simón compró dos solares en la calle Aragón de Barcelona, con una superficie total de 1078,33 m² y dos meses más tarde, el 6 de diciembre de 1879, solicitó permiso para construir un edificio con sótano, planta baja y primer piso. De esta misma fecha es el proyecto de Domènech, si bien la autorización es del 6 de marzo de 1880.4​ Las obras se realizaron entre 1881-1885 y la inauguración del edificio fue el 1886.​ La decisión de encargarle el proyecto se considera relacionada con la relación familiar entre Ramón de Montaner y el joven arquitecto.
En 1952 la empresa fue adquirida por el editor hispanoamericano José María González Porto. La editorial, donde habían trabajado escritores como Pere Calders o Josep Soler Vidal, entre otros, cerró definitivamente en 1981 debido a dificultades económicas. En 1987 se inició un proceso de rehabilitación y adaptación para adecuar el edificio como Fundación Antoni Tàpies llevado a cabo por los arquitectos Roser Amadó, y Lluís Domènech Girbau.​ Durante el periodo 2008-2010, la Fundación estuvo cerrada al público para remodelar el espacio expositivo, una tarea a cargo del arquitecto Iñaki Ábalos y su estudio.

Descripción
Se trata del primer gran proyecto de la producción de Domènech y Montaner, después de haber construido una casa de verano para Francisco Simón, uno de los propietarios de la editorial. Representa una obra capital en su trayectoria, sobre la que reflexiona en un documento de 1878 denominado "En busca de una arquitectura nacional", texto enmarcado en el movimiento de La Renaixensa. En este documento clasificaba las tendencias entre clasicismo, eclecticismo y medievalismo, las tres caracterizadas por el romanticismo retrógrado que utilizaba la arquitectura como medio para crear ambientaciones literarias. Ante esta posición, Domènech afirmaba querer constituir una nueva arquitectura fundamentada en el medio físico, geográfico, con una voluntad ideológica. Estas ideas fueron plasmadas por otros arquitectos en sus primeras obras, que rompían con el realismo imperante. Las primeras fueron: la Casa Vicens, de Antoni Gaudí (1878 a 1880); el Biblioteca Museo Víctor Balaguer, en Villanueva y Geltrú, obra de José Fontseré Mestre (1882); la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona, de José Doménech Estapá (1883); las industrias de Arte Francisco Vidal, obra de José Vilaseca (1884), y la Editorial Montaner y Simón, de Domènech y Montaner (1881-1884).

Tiene una altura de tres plantas con una fachada con un conjunto armónico de elementos verticales y horizontales.

Fachada

Se divide en tres cuerpos claramente diferenciados, uno central y dos laterales simétricos. La entrada principal está flanqueada por dos torres, mientras que los cuerpos laterales están divididos por pilastras que segmentan la fachada en siete vectores verticales. Por otro lado, la fachada se divide en tres cuerpos horizontales formatos por sus tres plantas: en la planta inferior las puertas de acceso mantienen la simetría de los tres cuerpos verticales mencionados, y el resto está formado por un enrejado de hierro; en el piso central destaca un cuerpo de grandes ventanales de arcos de medio punto; en la planta superior hay una línea de ventanas corridas, tres a cada lado del cuerpo central.

Fachada de Montaner y Simón Editores, actualmente Fundación Antoni Tàpies.

Estilísticamente, la fachada combina influencias clásicas (la puerta en el centro y los dos cuerpos laterales simétricos) y musulmanes (el uso del ladrillo sin pulir, los elementos de índole mozárabe y la composición geométrica propia de la decoración arabesca).

En el piso superior destaca el friso de obra decorado con unas baldosas ornamentales de fondo blanco, situado bajo la serie de ventanas corridas. Hace de elemento de transición entre el formato de las ventanas de los dos pisos: cuadradas las superiores y con curva las del piso inferior.
Las almenas del edificio son de inspiración medieval: por un lado, las pequeñas almenas, que ayudan a reforzar las pilastras y que aquí tienen un valor meramente decorativo; y de otra, la yelmo y el ángel trompetero (que Domènech y Montaner ya había utilizado en la encuadernación del Libro de Oro de la moderna poesía catalana en 1878), una representación simbólica de la tradición -expresada mediante la yelmo, que hace referencia al pasado glorioso de Cataluña- y la modernidad -el ángel que con su trompeta anuncia la aparición de una novedad, un nuevo libro.
Asimismo, hay otra serie de elementos simbólicos en la fachada que enfatizan la modernidad industrial de la editorial y la calidad de sus producciones: bajo el yelmo y el ángel trompetero hay tres bustos de terracota, obra de Nobás y colocados sobre pilares de estilo clásico, que representan tres grandes figuras literarias: Dante, Cervantes y Milton, un homenaje a los clásicos de Italia, España y Reino Unido que entonces publicaba la editorial. Cuatro placas acompañan estas esculturas y muestran los nombres de autores que utilizaron técnicas de impresión para publicar sus estudios: Malte-Brun, Lafuente, Secchi y un cuarto que no se conoce (se perdió a principios del siglo xx). Bajo las placas hay tres ruedas dentadas, simbología de la época industrial. La rueda central contiene una águila sobre un libro abierto, coronada por una estrella, iconografía del éxito empresarial.
La fachada que se observa actualmente tiene algunas diferencias con la proyectada inicialmente, puesto que Domènech y Montaner decidió modificar el diseño de 1879 cuando las obras ya se habían iniciado. Los cambios están situados al piso alto, donde las columnas de la fachada que tenían que ocupar los cuerpos laterales, fueron sustituidas por las grandes cristaleras. Domènech las recordó visualmente situando un doble listón de metal que insinúa la columna y que a la parte superior tienen una forma espiral en hierro fuera que simula las volutas dóricas de los capiteles de estas columnas simbólicas. El otro cambio se sitúa en el frontón del cuerpo central que, si ahora acaba en forma de almenas, al proyecto tenía forma triangular. Tampoco figuraba la decoración de las ruedas dentadas y la estrella.​

Al sótano se encontraban las máquinas de imprimir justo en el centro, que es donde había más luz; al suyo cercando, el taller de composición, la encuadernación y las máquinas que preparaban el papel para la impresión. A la planta principal, los diferentes espacios de trabajo se dividían mediante estructuras de madera y tabiques de vidrio; en cambio, la planta inferior no estaba subdividida.
En el aspecto tecnológico, este edificio es el primero que integra el ladrillo visto y sin pulir en el tejido del centro urbano de Barcelona, un material dúctil y ligero muy utilizado en el ámbito industrial, y el hierro, que gracias a su resistencia y ligereza permite crear espacios en las plantas más libres y más grandes. Al lado con estos dos materiales hay que mencionar el vidrio, un elemento que sirve como cierre y que permite una serie de cromatismos que pueden apreciarse en las ventanas de la fachada, y también es una fuente de luz natural. A pesar del uso de materiales eminentemente industriales, la estructura del edificio es la de un palacio, con su impluvium central.
Tipológicamente y espacialmente, tal como muestra la fachada, el edificio estaba constituido por la superposición de tres plantas: un semisoterrado, una planta baja o principal y un primer piso. Las dos primeras, de gran altura, soportadas por pilares de hierro fuera, eran espacios principales y privilegiados. El primer piso, claramente más reducido y para uso interno, se destinaba a oficinas. De la entrada principal, destinada únicamente al público, salía una escala central de metal que conducía al sótano, y dos escalas laterales que llevaban a la planta principal. La entrada del personal y la de los proveedores se encontraban respectivamente a la derecha y la izquierda de la puerta principal e iban a dar directamente a la planta inferior.
A la planta principal había los servicios públicos: al final de la planta, el almacén de las publicaciones concluidas, a un lado el empaque, la expedición y la contabilidad. En el centro de la planta había una gran apertura rodeada de una barandilla de hierro decorada con dos puntas de estrella trabadas con ruedas llenas de motivos vegetales y cerradas por dos cenefas, una a la parte superior y otra a la parte inferior, con elementos de carácter floral intercalados, que conectaba esta planta con la inferior.




LA SAGRADA BIBLIA TRADUCIDA DE LA VULGATA LATINA AL ESPAÑOL POR D.FELIX TORRES AMAT.ILUSTRADA POR GUSTAVO DORE.TOMO PRIMERO ANTIGUO TESTAMENTO.BARCELONA MONTANER Y SIMON,EDITORES AÑO 1883.MONUMENTAL OBRA EN GRAN FORMATO 28X39 CTMS.BELLAMENTE ILUSTRADO.


Barcelona, Montaner y Simón editores, 1883. Nueva edición. 4 volúmenes. Gran folio (39 x 26 cm). Tomo I: 362 p., [1] h., 47 p. Tomo II : 390 p., [1] h., 52 p. Tomo III: 722 p., [1] h., 86 p. Tomo IV: 459 p., 52 p. Páginas bellamente ornamentadas. Obra ilustrada con láminas de Gustavo Doré. Magnífica encuadernación editorial estampada, con lomo de piel y planos en tela.
Faltas en encuardenación y manchas de humedad.















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