Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara; Demetrio Protopsaltis Palma;
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CONFERENCIA LEÍDA EN EL ATENEO DE MADRID el día 8 de mayo de 1916,MADRID. Imprenta Renacimiento. San Marcos, 42. 1916 (Esta conferencia fué leída en el Ateneo por mi querido amigo el eminente escritor y poeta D. Alberto Valero Martín, a quien doy público testimonio de mi agradecimiento.) Al invitarme a dar esta conferencia el ilustre director del Ateneo, me sentí inmediatamente obligado a la aceptación, porque no hay excusas para declinar las honras cuando de tan alto vienen. Mas otra causa influyó también en decidirme al difícil empeño, y es que el señor Labra me indicó el asunto: Cervantes en la literatura inglesa. Noble y veterano defensor de las causas justas, sabe él que Inglaterra es la nación que más ha hecho en el mundo por la gloria de Cervantes, la mayor gloria de España, y que reconocer y explicar la colaboración ad- mirable de los ingleses en el universal tributo al autor del Quijote, y la influencia de este libro en su rica y grandiosa literatura, es, sobre todo, un acto de justicia. Débese, pues, al Sr. Labra lo único bueno que puede haber en mi trabajo, y es el propósito. Yo haré lo posible por secundar su deseo, y para cubrir mis faltas, cuento anticipadamente con vuestra benevolencia. *** En el memorable mes de mayo de 1588; la «Invencible Armada» salió de Lisboa a someter a los ingleses al dominio de Felipe II. ¿Quién puede dudar que Shakespeare, mozo entonces de veinticuatro años, sentiría el patriótico fervor de todo su país, unido para defender su independencia bajo los estandartes de la reina Isabel? Cervantes, pasada ya la segunda mitad de la vida, inválido glorioso, y más después de su dura esclavitud, contribuyó como agente modesto a proveer los barcos españoles. El fracaso de la Armada no concluyó la guerra, ni abatió la rivalidad entre ambos pueblos, que se mantuvo aún después de concertadas las paces entre los sucesores de Isabel y de Felipe II. Las plumas no permanecieron ociosas mientras las espadas combatían o los gobiernos se engañaban. Una de las causas de la ira de Felipe, y según graves historiadores la que hubo de resolverlo al envío de la expedición formidable, fueron las burlas a su persona en una comedia inglesa. Peores agravios lo aguardaban aún. Para sólo citar un caso, Spenser lo retrató en un tipo odioso y pequeño de The Faery Queen. Isabel, por acá, no salió mejor librada. Lope de Vega, uno de los expedicionarios de la "Invencible", escribió La Dragontea, y si admitimos la interpretación de Ticknor sobre una frase del propio poema, tan lleno de resonantes insultos contra los ingleses, Lope comparó a Isabel con la prostituta de Babilonia, que pinta el Apocalipsis vestida de rojo. Góngora la llamó también "mujer de muchos" y "loba libidinosa y fiera", y a sus supuestos amores con los condes de Leicester y de Essex aludieron otros autores castellanos. Preciso es tener en cuenta que la discordia de los reyes y el rigor de las luchas políticas, se unía con la pasión religiosa. Para la católica España, la protestante Inglaterra era un monstruo entre las naciones; para la liberal Inglaterra, España era el país de la Inquisición y la tiranía. Pues bien; a pesar de estos odios sangrientos, de esta irreducible enemistad entre ingleses y españoles, el historiador y el crítico observan, admirados, que en todas las obras de Shakespeare, escritas para satisfacer el gusto público, no hay una línea, una frase que ofenda a España. Ello explica que, según ha dicho recientemente Sir Sidney Lee, el ejemplar primero de esas obras, publicadas en el famoso folio de 1623, que salió de Inglaterra, lo trajo a España Gondomar, embajador de Su Majestad Católica en Londres, y defensor celosisimo de la honra de su patria y de su rey. Y en las obras de Cervantes hay más de una alusión a esa enemiga Inglaterra, a ese conde de Essex, que saqueó a Cádiz y atacó a Lisboa; a esa reina tan contraria al poder español, y siempre con respeto y cortesía. Porque Shakespeare y Cervantes fueron "superhombres", en el sentido más exacto de la palabra, no por la crueldad que nos empuja hacia el bajo nivel de los brutos, sino por la tolerancia, la justicia y el amor, que nos elevan hasta los ángeles. La española inglesa no ocupa, desde luego, el primer lugar entre las Novelas ejemplares; pero es una de las que contiene mayores rasgos del genio de su autor; sobre todo, su rara inventiva, su constante amenidad y su arte maravilloso en la pintura de los sentimientos. Los personajes ingleses son casi todos simpáticos. Hasta la dama de la reina, que intenta envenenar a la protagonista, lo hace llevada del amor de madre. El traidor, que procura asesinar al héroe, obra a impulsos avasalladores: el despecho y los celos. El joven y valiente marino, novio y finalmente esposo de la bella heroína, es un perfecto hidalgo, y sus padres, aunque católicos, modelos, al propio tiempo, de lealtad a su patria. La misma reina Isabel, si pudiera elegir ahora entre las descripciones de su carácter legadas a la posteridad por sus amigos y enemigos, designaría la que aparece en las inmortales páginas de la «novela ejemplar» de Cervantes. John Harrington, el traductor inglés de Ariosto, ahijado de la reina y gran favorito suyo, la presenta en las memorias donde reconoce sus favores y le tributa los elogios más altos, interesada, tacaña y envidiosa de los encantos de otras mujeres. Según Harrington, la solterona Isabel, a quien no faltaron numerosos pretendientes, entre ellos el mismo Felipe II, era opuesta a matrimonios. Según Cervantes, era liberal, entusiasta por la belleza femenina y protectora de los enamorados. No oculta éste tampoco las prendas de su intelecto, principalmente su habilidad lingüística, observando, y sin duda era verdad, que entendía la lengua castellana. Por último, no la creía, en privado, enemiga de los españoles, y es muy probable que tuviera razón. «Hasta el nombre me contenta» (le hace decir cuando sabe que Isabela es también la protagonista); «no le faltaba más que llamarse Isabela la española, para que no me quedase nada de perfección que desear en ella». Aunque Cervantes no estuvo en Inglaterra, ni hablaba el inglés, es innegable que adquirió un conocimiento muy preciso de aquel país y una gran estimación por sus méritos. Sabía que Londres no era sólo una ciudad populosa, sino una corte esplendente. Fué, con efecto, la primera en este sentido en tiempo de Enrique VIII, y conservó su prestigio en el de Isabel. Por esta razón, «la señora Oriana», deseando la campesina comodidad y el reposo, desconocidos en la existencia agitada y deslumbrante de los palacios, manifiesta a Dulcinea, en el célebre soneto del Quijote, que desearía "a Miraflores puesto en el Toboso", y le añade que «trocara su Londres por tu aldea». También en la pintura de la misma corte londinense, trazada con tanto arte en La española inglesa, se adivinan la majestad de la soberana y el lujo de sus damas, como si leyéramos el relato minucioso que de su visita a los propios lugares, en 1598, escribió el alemán Paxil Hentzer. Con muchas palabras comunica Hentzer a sus lectores una impresión exactísimas de la dignidad de la reina y del respeto que inspiraba a sus súbditos. Con poco esfuerzo, y casi indirectamente, logra Cervantes el mismo resultado. La relación del viajero será, pues, de más importancia para la historia, pero el cuadro del novelista lo es para el arte. No referiría a Cervantes el escritor inglés John Mabbe las peculiares grandezas de Londres? ¿No le hablaría, mejor que ningún libro, del prestigio y autoridad de Isabel? Mabbe estuvo en Madrid de 1611 a 1613, en calidad de agregado a la misión especial enviada por Jacobo I para las negociaciones matrimoniales entre el príncipe Enrique de Inglaterra y la infanta doña Ana. El jefe de esta misión fué lord Digby, luego primer conde de Bristol, inmortalizado por Van Dyck en una de sus joyas más bellas del museo del Prado. Cervantes, según es bien sabido, era visitado con curiosidad por diplomáticos extranjeros., (Mabbe, admirador, igualmente, de Mateo Alemán, y traductor de la historia de su pícaro, como lo fue de la Celestina, hizo una versión de las Novelas ejemplares, que, aun cuando incompleta, no cede, según es fama, a los originales españoles. Que dicha traducción apareció veintisiete años después del viaje de Mabbe a España, nada prueba en contrario de la posible amistad del último con Cervantes. Cierto que en nuestra época la historia literaria exige documentos, y en este caso faltan; pero ¿ puede considerarse destituida de base la suposición de que autor y traductor, viviendo casi tres años en Madrid, animados "del mismo amor por las letras y curiosos ambos de saber, se conocieran y hablarán de sus patrias respectivas? Como quiera que sea, la consideración de Cervantes por Inglaterra era extraordinaria, no sólo por el espíritu y sabiduría de sus hijos, sino hasta por las ventajas naturales de su territorio."En aquella isla templada y fértilísima" — dice en el Persiles, y nada más cierto que estas calificaciones — , "no sólo no se crían lobos, pero ningún otro animal nocivo"...; "que si algún animal ponzoñoso traen de otras partes a Inglaterra" — añade con evidente exageración — , "en llegando a ella muere". Nada improbable es que Cervantes se enterara de la popularidad de su gran libro entre los ingleses. La traducción de Shelton se publicó en 1612, y tres años después — en 1615 — , es verdad que no la menciona el capítulo tercero de la segunda parte del Quijote, al hablar del éxito de la primera parte. Pero este capítulo se escribió, con seguridad, odho años antes de 1615, pues en él se lee que la edición de Amberes (Cervantes se equivocó y dijo Amberes por Bruselas) se está imprimiendo, y esa edición es de 1607. El hecho es que apenas llegó a Londres un ejemplar del Quijote de Bruselas, púsose a traducirlo Thomas Shelton, quien terminó febrilmente su trabajo en cuarenta días, y lo dejó luego en manuscrito cinco años. Pero no fué necesaria su publicación para que Don Quijote y su historia adquirieren allí muy pronto universal renombre. Fitzmaurice-Kelly, que agota el asunto en su edición de Shelton de 1896, y en su admirable disertación de 1905 ante la Academia Británica, trabajo al que he de referirme más de una vez en el curso de esta conferencia, dice que ya en 1607 George Wilkins alude en una de sus comedias a la aventura de los molinos de, y que en 1608 lo mismo hizo Middleton. En 1610, un personaje de Ben Jonson habla en The Epicene de "encerrarse un mes en su habitación leyendo a Amadís o Don Quijote", Al año siguiente, en The Alchemist, Jonson vuelve a referirse, según el propio crítico, a los dos andantes caballeros. No es extraño, ciertamente, porque más tarde, en 1623, cuando un incendio consumió su biblioteca, reunida con tantos sacrificios, escribió la (Execración a Vulcano), donde alude, entre triste e irónico, a "la sabia librería de Don Quijote", y "a toda la suma de la caballería andante, con sus damas y enanos, sus bajeles y muelles encantados, los Tristanes, Lanzarotes, Turpines y los Pares, los locos Rolandos y los dulces Olivero". Ben Jonson, para la crítica de nuestros días, es el segundo de los autores dramáticos ingleses en su época; más para sus contemporáneos fué el más eminente en todos los géneros, el escritor por excelencia, como en España lo era Lope por encima de Cervantes. A 1611 pertenecen, también, según Fitzmaurice-Kelly, una comedia de Fletcher, otra de Nataniel Field y otra de Massinger, las tres inspiradas en la historia del Curioso impertinente. No es posible negar que estos autores leyeron a Cervantes en español, porque la primiera traducción francesa del Quijote es de 1614. Aunque publicada en 1613, es de 1611 o de antes, la curiosa imitación escénica de las aventuras de Alonso Quijano por Beaumont y Fletcher (The knight of the burning pestle), de la cual, en otra ocasión, me he ocupado con más detenimiento. La segunda parte del «Ingenioso hidalgo» fué recibida con igual o mayor entusiasmo, si es posible, que la primera, y se leyó en español en la edición de Bruselas de 1616, antes de publicarse en inglés por el propio Shelton en 1620. Mucha fué la popularidad del insigne libro en España durante la vida de su autor; pero no más grande que en Inglaterra. Mientras aquí la estimaba el pueblo y la desconocían o desdeñaban la aristocracia y los literatos, allí todas las clases sociales la leían y admiraban. En la historia literaria no hay otro caso, en verdad, de un libro que haya adquirido, casi al publicarse, reputación tan enorme en un país extranjero. De nacer Cervantes en Inglaterra, puede afirmarse que el Quijote no habría tenido más admiradores entre los ingleses. Tal vez entonces no lo habría hecho; tal vez, en virtud de su gran afición al teatro, siguiera la senda de Shakespeare. De todos modos, no es infundado suponer que personalmente hubiera sido más feliz. Nadie ignora que Cervantes pereció en la pobreza, mientras Shakespeare murió en su hogar apacible, rodeado del respeto de sus convecinos, y legando a su familia y a sus amigos y compañeros de profesión, una sólida y bien ganada fortuna. A pesar de la boga del Quijote, las Novelas ejemplares lo aventajaron en proporcionar asuntos e ideas a los autores ingleses en la segunda mitad del siglo XVII. Según observa el profesor F. A. Schelling, Cervantes fué más explotado en sus argumentos por los dramaturgos británicos en aquel siglo que otros españoles superiores a él en la literatura dramática. Lope de Vega, con ser tan fecundo, no inspiró a ningún autor, en el reinado de Jacobo I, que fué cuando el teatro de España más se puso a contribución por los compatriotas de Shakespeare. Ni John Fletcher, que escribió catorce comedias inspiradas en fuentes españolas — sobre todo en Cervantes — , se acordó de Lope. ¿A qué causa atribuir un hecho en apariencia tan extraño? Lope es el primer poeta dramático y, tal vez, el primero lírico en nuestra lengua, además del genuino representante de la mentalidad española en sus días. Pero Cervantes, como dijo de Shakespeare Ben Jonson, no es de un país ni de una época, sino de todos los hombres y de todos los tiempos. Hablar minuciosamente de cuantos autores dramáticos se inspiraron en Cervantes en Inglaterra desde el siglo XVII, o demostraron su admiración por él, citando en sus obras ideas y frases suyas, sería materia para un volumen, y repetir lo que mejor se ha dicho por ilustres historiadores. Fitzmaurice-Kelly, en su mencionado discurso de la Academia Británica; los autores de la monumental Historia de la literatura inglesa, de la Universidad de Cambridge; Adolphus William Ward, en su no menos celebrada Historia de la literatura dramática en Inglaterra hasta la muerte de la Reina Ana; Jusserand en su grandiosa Histeria literaria del pueblo inglés, Schelling, de Pennsylvania, en su sabio libro sobre el Drama Isabeliano, en el cual aprovechó los apuntes inéditos sobre literatura española de su amigo el hispanista George Buchanan, y el alemán Emil Koeppel, han señalado, una por una, todas las deudas del teatro inglés a la rica imaginación del manco de Lepanto. Massinger, Middleton, Rowe, Fletcher, Davenant, Glapthorne, Shirley Aphra Behn, d'Urfey y otros, podrían llenar una rica biblioteca de admiradores e imitadores de Cervantes. La influencia de éste ha sido, sin embargo, tan universal, que difícil sería no descubrir en otros países ejemplos igualmente numerosos de la impresión hecha por sus obras sobre ingenios preclaros, y con especialidad por el Quijote. Mas el papel de Inglaterra es de mayor importancia aún en la literatura cervantina, y en este aspecto superior hemos de considerarlo; porque no sólo a los ingleses se debe la atención del mundo sobre la novela sublime, sino que Cervantes ha tenido la fortuna de inspirar en aquel país a escritores que son, como él, en- canto de las musas y orgullo del género humano. Sírvanlos esta verdad de compensación por la pérdida dolorosa de la comedia que el más grande de los ingleses escribió inspirándose en las desventuras de Cárdenio, y fué destruida por las llamas con el célebre teatro el Globo, en 1613. La doble falsía, que Louis Theobald desenterró con entusiasmo de erudito e hizo representar, en 1727, en Londres, como si fuera el Cardenio de Shakespeare, es una composición mediocre, que no puede atribuirse al autor de Hamlet y de Lear. Pero no importa: Inglaterra no merece menos el nombre y la gloria de segunda patria de Cervantes. El más conocido y citado de los imitadores ingleses del Quijote no es, sin embargo, el que merece mayores elogios. Samuel Butler publicó su poema satírico Hudibrás en tres partes, los años de 1663, 1664 y 1668, y su libro es un clásico de la lengua inglesa, en la que ha dejado frases y versos, repetidos hoy en la conversación familiar, sin que la mayoría conozca su verdadero origen. Hudibrás es un ejemplo muy notable de facilidad e ironía. Mantiene constantemente la sonrisa en los labios, y raras veces cansa; mérito grande si reparamos en su longitud, en sus muchas alusiones a puntos de controversia teológica, y en que sus versos son pareados. Pero en el fondo es, por desgracia no una imitación, ni siquiera una parodia, sino una antítesis grotesca del Quijote. Cuanto hay en Cervantes de elevación, generosidad y humana indulgencia, muestra Butler de intolerancia, pequeñez y malicia. Quiso reír del puritanismo, justamente cuando acababa de caer, y se afirmaba la restauración de los Estuardos con Carlos II; pero no comprendió, y ese fué su primer tropiezo, el gran espíritu altruista del hidalgo de la Mancha. Un loco que sale a combatir en favor de los débiles podrá ser ridículo por los resultados materiales de sus acciones, pero nunca por su idea. ¿En qué se parece el falso entusiasmo religioso de Hudibrás al quijotismo, todo sinceridad y nobleza? Tal vez influyó en Butler la lectura de las Divertidas notas sobre Don Quijote (Pleasant notes upon Don Quixote), que en 1654 dio a la estampa en Londres Edmund Gayton. Divertida, en realidad, es esta obra, esbozo de un comentario y llena de alusiones políticas; pero la novela de Cervantes sólo aparece en sus páginas juzgada en su aspecto superficial y burlón. Butler fué más allá de estos límites, y lógico es el éxito que en el vulgo alcanzó inmediatamente su poema: halagaba a los vencedores, y cubría de oprobio a los vencidos. Por el célebre diarista Samuel Pepys se sabe que ((todo el mundo» vio en Hudibrás un gran alarde de ingenio, aunque él — de cuyos sentimientos monárquicos y amor a la Restauración no cabe sospechar — opinaba lo contrario. Algo de repugnante había en la sátira, cuando su autor no fué premiado por el gobierno y murió en estrechez y olvido. La risa de Swift es amarga, pero se dirige contra el orgullo de los poderosos y la maldad de nuestros corazones. La risa de Butler es cruel y rufianesca, es la burla contra el caído, la burla sin compasión y sin justicia. Tiene el puritanismo inglés aspectos censurables, que en política han conducido a la intolerancia y en religión a la hipocresía. En el libro encantador sobre la vida del coronel Hutchinson, escrito por su viuda (Hutchinson fué uno de los que firmaron la sentencia de muerte de Carlos I), esos aspectos sombríos se exponen con más elocuencia y exactitud que en la obra de Butler, pero haciendo, a la vez, resaltar, que no fué poco, cuanto en los puritanos hubo de sublime. Como éstos combatieron el teatro, y hasta lo suprimieron completamente, después de larga y encarnizada lucha ante ía opinión, las comedias de la época de Isabel y Jacobo I están llenas, también, de ataques al puritanismo. Ben Jonson lo fustigó con saña, y hasta el dulce Shakespeare le lanzó envenenadas saetas. Pero, en rigor, lo que ellos censuraren no fué el puritanismo, sino su máscara, la mentira, el disimulo, no de los puritanos, sino de los fingidos puritanos. Cuando la exaltación religiosa, cuando el culto ardiente por la verdad, la caridad, la castidad y el respeto a los Lazos matrimoniales, se ejercía por hombres como ese mismo coronel Hutchinson, o más tarde, cuando pasaban de labio a labio las crueles aleluyas de Hudibrás, por un William Penn, ¿quién puede negarles su admiración? Los grandes y memorables servicios que los puritanos y sus continuadores hicieron a la libertad y al derecho los reconoce la historia, y su benéfica influencia sobre el carácter inglés nadie puede discutirla. ¿Qué es, en realidad, un caballero puritano del tipo de Hutchinson sino un caballero andante del tipo de Don Quijote? La fidelidad a la dama, la protección al desvalido, la indignación y la arrogancia contra los abusos de la fuerza, la fe profunda en Dios y el firme, el inquebrantable convencimiento en el triunfo final del bien y de la justicia, son los rasgos comunes de los puritanos ingleses y del manchego hidalgo de Cervantes. Nada más lógico que en un mundo dominado por la malicia y el egoísmo, esos nobles sentimientos sólo produzcan el escarnio y el infortunio. La superioridad moral de Cervantes consiste en haber hecho al honor y la caballerosidad brillar en medio de las sombras de la locura, y a pesar de la ignominia lanzada contra ellos por la estupidez de las almas viles. Es evidente que existen entre el puritanismo de buena fe y el quijotismo de buena fe notables semejanzas, y es posible que por esto, la simpatía por el Quijote haya sido siempre tan grande en Inglaterra. De todos modos, ningún imitador del ingenioso libro merece un puesto cerca de su autor, si no sabe templar con la compasión la burla y mantener el entusiasmo por la virtud aun en medio de sus tristes derrotas. Fielding supo hacerlo, y es el hermano menor de Cervantes. Si la Historia de las aventuras de Joseph Andrews y su amigo Mr. Abraham Adams, publicada en 1743, figura en primer término entre las imitaciones del Quijote, como novela original y cuadro de la sociedad inglesa en su tiempo, es una de las obras más geniales que ha creado la imaginación humana. Dice Walter Scott que Fielding es el más inglés de todos los novelistas ingleses, y esta observación es muy cierta. Pero añade que sus novelas no sólo son intraducibles, sino que no pueden comprenderse por quienes no conozcan de modo íntimo y constante los hom- bres y las costumbres de la vieja Inglaterra. En apoyo de su opinión, la más autorizada posible, cita Scott a los personajes de Joseph Andrews. Scott, sin embargo, se equivoca. Joseph Andrews, la novela más inglesa imaginable, es una imitación del Quijote, el más español de todos los libros, y los personajes de Fieíding, ingleses hasta la médula, como españoles son los de Cervantes, se comprenden y admiran en el mundo entero, porque son también seres humanos de realismo sorprendente, ¿Quién puede, con efecto, dudar de la realidad de unos y otros? («Aunque sea muy propio asunto para la investigación de los críticos» — dice Fieíding — « saber si el pastor Grisóstomo, quien según Cervantes nos informa murió de amor por la hermosa Marcela, que lo odiaba, estuvo en España nunca, ¿dudará nadie que semejante tonto hubo de existir? ¿Hay alguien tan escéptico que no crea en la locura de Cardenio, en la perfidia de Fernando, en la curiosidad impertinente de Anselmo, en la debilidad de Camila, en la irresoluta amistad de Lotario?» De esta manera se adelantó el insigne novelista inglés a contestar en Joseph Andrews la observación de que sus caracteres, por demasiado nacionales y hasta locales, sólo podrán tener un escenario reducido, y su respuesta se halla en una de las varias alusiones que hizo a Cervantes, de quien se vanagloria en ser discípulo y de quien habla siempre con la más entusiasta de las admiraciones. Además de Don Quijote, tipo ideal, sirvió a Fieíding de tipo real para hacer el retrato del cura de aldea Mr. Abraham Adams, su amigo el reverendo Mr.William Young, gran helenista y admirador de Esquilo, como Adams, y si no hubo de exagerar el pintor, también un santo sobre la tierra. Ni en este rasgo el original y la copia ingleses dejan de parecerse al modelo español, porque la santidad no faltaba a Don Quijote, según ya lo observó Sancho el bueno, testigo y partícipe de su vida ejemplar y cristiana. Sabemos que Joseph Andrews fué una sátira contra la Pamela, de Richardson. Este autor, que comenzó a escribir para el público después de los cincuenta años, y tuvo un éxito fulminante con sus tres voluminosas producciones (Pamela, Clarissa Harlow y Sir Charles Grandison) , fue un reformador, en un sentido, y un gran corruptor en otro. La reforma consistió en tomar sus asuntos y personajes de todas las clases de la sociedad, creando así la novela de carácter y análisis psicológico. Pamela es la historia de una criada que resiste heroicamente los atentados contra su honra del hijo de sus señores, y llega a casarse con él y ser una gran dama. Pero aunque Richardson, según él decía, se inspiró en la naturaleza, introdujo a la vez en sus obras un falso sentimentalismo, que, pretendiendo llegar a lo sublime, cae en la afectación y el tedio. «Bueno es imitar la naturaleza, pero no hasta el aburrimiento», cuéntase que dijo D'Alembert después de haber intentado la lectura de Richardson, y a pesar de que, probablemente, fué en la traducción francesa del ameno abate Prevost. Contra tal afectación, contra el amaneramiento y los pujos de fingida moralidad de Richardson, dirigió Fielding el acero de su sátira, como Cervantes contra los libros de caballería. Coleridge, uno de los grandes críticos ingleses que más ha penetrado en el alma de Cervantes, sostuvo, precisamente cuando predominaba en Europa la idea de que el Quijote era un ataque a los sentimientos caballarescos, que el inmortal escritor español no combatió la caballería andante, sino las malas novelas que la pusieron en ridículo. Fielding, también, aun cuando fué acusado por Richardson y su grupo de bachilleras de haber querido escarnecer la virtud, sólo combatió la hipocresía. ¿Hay personajes más virtuosos y amables que los suyos? ¿Hay pintura más completa que Joseph Andrews de los vicios y carcomas de la sociedad inglesa en aquel ominoso tiempo del gobierno de Walpole, cuando la administración de justicia no existía y la iglesia anglicana daba ejemplos increíbles de corrupción y estupidez? Los mismos propósitos dé Cervantes animaron a Fielding: destruir una mala literatura y trazar un cuadro de su país y de su época. El autor inglés, no obstante su realismo, ajustó su libro al del autor castellano, e hizo viajar a sus personajes por las ventas que en Inglaterra entonces recordaban bastante las de España. Pintó a Josepih Andrews resistiendo la seducción de una Maritornes rubia, de ojos derechos y menos mal oliente, pero tan aficionada a los hombres como la otra, y al buen Adams, luchando con jayanes y malandrines, defendiendo la doncellez de una campesina virtuosa, remedo feliz de Dulcinea, y dando y recibiendo de continuo palos y puñadas. Hasta para haber más parecido entre los novelistas y sus obras, Fielding fué autor dramático de escasa fortuna (Don Quijote en Inglaterra es, por cierto, una de sus intentonas en el teatro), y en Joseph Andrews refiere el diálogo que tuvieron un poeta y un autor, continuación admirable del muy fa- moso sobre las comedias de España entre el cura y el canónigo, cuando el pobre Don Quijote volvía encantado a su aldea. Si el propósito de Fielding fué igual al de Cervantes, el efecto también lo fué. Cervantes enterró los libros de caballería; Fielding hizo reír a expensas de los de Richardson, y hoy que Richardson es sólo un nombre, Fielding tiene lectores entusiastas. Su reputación se funda, antes que en Joseph Andrews, en Tom Jones — la más famosa de sus creaciones, donde es muy perceptible aún el influjo de Cervantes — y en Amelia, novela extraordinaria de sentimiento, que cautiva por el interés y la emoción honda y constante. Sabemos que él preferia a Joseph Andrews, y aunque los autores no suelen ser sus críticos más acertados, es posible que no se equivocara. Fielding no es un vulgar imitador. Es, al contrario, uno de los talentos mas originales que ha existido. Pero supo admirar y sorprender los secretos de un maestro, a la vez que, como el maestro, copiaba la verdad y la vida. Admirar es sentir y sentir la primera condición para crear. Todos los genios originales en el arte, han sido como él grandes admiradores. Diez y ocho años después de la publicación de Joseph Andrews — en 1760 — salieron a luz en Londres los dos primeros volúmenes de la Vida y aventuras de Tristram Shandy, y su autor, Laurence Sterne, entró de lleno en la popularidad y la gloria. Si su libro no lo indicara claramente sabríamos por el propio Sterne que Cervantes fué uno de los autores que lo influenciaron. Su imitación es menos aparente que la de Fielding, y alternada con la de otros escritores, sobre todo franceses, y Rabelais en primera línea. Marivaux también influyó más sobre Sterne que sobre Fielding. La manera especialísima de Sterne, que le confiere un puesto único en la literatura, esa manera insinuante, entre dulce e irónica, que nadie ha podido imitar en ninguna lengua, y ha inmortalizado Tristram Shandy, a pesar de su falta de acción, y las páginas breves y deleitosas del Viaje sentimental, tiene de Rabelais y de Montaigne los cortes abruptos e inesperados, de Marivaux el arte de la sugestión indirecta y delicada, y de Cervantes la robusta alegría. Una de las páginas inmortales de Sterne en el Viaje sentimental es la dolorosa lamentación del campesino sobre su asno muerto. La escena, según afirma un testigo, fué copiada de la realidad; pero la realidad se repi-te, y Steme, al pintarla, recordaría los ayes desconsolados de Sancho por la pérdida del rucio. Es un ejemplo extraordinario este de la influencia de Cervantes sobre Fielding y Sterne.Con excepción, tal vez, de Homero y Virgilio, ningún genio literario ha cautivado con tanta fuerza a otros de lengua distinta, y si no de su altura, muy dignos de colocarse cerca de él, como cautivó Cervantes a aquellos dos admirables novelistas. La influencia del Quijote en Francia fué notable en los siglos XVII y XVIII, pero nada produjo igual a Joseph Andrews o Tristram Shandy. Y es que así como existen entre el puritanismo inglés y el quijotismo español grandes analogías, hay entre el humorismo inglés, representado por Steme y por Fielding, y la sátira castellana de Cervantes, un parecido enorme de fondo y forma.
En estas palabras de uno de los insignes escritores y humoristas ingleses está la verdadera esencia del humorismo, tanto el de Sterne y Fielding en el siglo XVIIl como el del propio Thackeray y Dickens en el XIX. Ni siquiera puede exceptuarse, por lo sombrío e iracundo, el de Swift, aquel gran aborrecedor de los hombres, porque su odio surge del espectáculo de la maldad humana, y es, por consiguiente, una expresión de filantropía, no por anormal menos sincera. Risa y filantropía, ingenio y amor, ¿no brillan acaso, como resplandores del alma de Cervantes, en las páginas profundas y amenas, elocuentes y divertidas, llenas de ironía sutil y, a la vez, de honda compasión, de ese libro generoso que se llama el Quijote? The Life and Adventures of Sir Launcelot Greaves, a novel by Tobias Smollett, was published in 1760 in the monthly paper The British Magazine. Its first number, published in January, 1760, contained the first instalment of Smollett’s fourth novel. Sir Launcelot is an eighteenth century gentleman who rides about the country in armour, attended by his comic squire, Timothy Crabshaw, redressing grievances. These characters are obviously inspired by Don Quixote and Sancho Panza, and Smollett's novel has been compared unfavorably with Cervantes'. Como si fuera poco presentar Inglaterra a un Fielding y a un Sterne en la lista de los discípulos de Cervantes, hay todavía otro nombre de un gran autor inglés, Tobias George Smollet, que vivió de 1721 a 1771, y que merece en este aspecto honores muy altos. Un sentimiento disculpable, por lo humano, de vanidad nacional — Smollett era escocés — ha hecho a Walter Scott ponerlo junto a Fielding y a Sterne, y aun reconocerle a veces cualidades superiores a ellos. Mas aunque Smollet haya sido bastante olvidado del público, no cabe prescindir de su nombre en el estudio histórico de la novela inglesa, ni de su reputación, tan considerable en su época, que el propio Scott creía sus obras "el imperecedero monumento levantado por su genio a su fama". Las Aventuras de Sir Lancelot Greaves, por Smollet, aparecieron en partes entre 1760 y 1761, y la obra completa en 1762. El protagonista es un exaltado que, sin sufrir, como Don Quijote, alucinaciones, pero inspirándose en su amor a la justicia, se viste de armadura y sale con lanza sobre brioso corcel a arreglar el mundo. Sir Lancelot es joven y hermoso, no como el buen hidalgo de la Mancha, viejo, seco y avellanado. Otro personaje de la novela, el capitán Crowe, capitán de un buque mercante, se contagia con el héroe y adopta su misma resolución. Smolleít se adelanta a. contestar a los críticos sobre la inverosimilitud y extravagancia de que en la segunda mitad del siglo XVIII se le ocurra a un hombre, que no aparece loco de remate, lanzarse en busca de aventuras con las armas antiguas de sus abuelos. "Cómo!" — dice en la novela un escéptico llamado Ferret, al entusiasta Sir Lancelot — "¿sale usted ahora hecho un moderno Don Quijote? La idea es harto vieja y extravagante. Lo que fué una humorística y oportuna sátira en España hace cerca de doscientos años, será una triste burla, llevada a la práctica por mera afectación, en nuestros días en Inglaterra." Sir Lancelot responde con un largo discurso sobre la maldad humana. Esquiva la verdadera fuerza del argumento de Ferret y termina diciendo que «lleva las armas de sus antepasados para remediar los males que están fuera del alcance de la ley; para descubrir el fraude y la traición; abatir la insolencia; herir al orgullo; atemorizar la calumnia; deshonrar la inmodestia y estigmatizar la ingratitud.» Pero tan buenas intenciones no salvan el libro, a pesar de que hay en él excelentes pinturas de personajes y escenas reales. Diez anos más tarde — en 1771 — publicó Smollet La expedición de Humphry Clinker, la única de sus obras que tiene lectores hoy, y en la cual se nota mucho también la influencia del Quijote. Humphry Clinker es, según Thackeray, el cuento más provocante a risa que se ha escrito en el mundo desde que se conoció el arte de la novela. Smollet, hombre de carácter violento y agresivo, aunque noble y caballeroso, fué de Fielding, y Sir Lancelot Greaves un competidor de Joseph Andrews. Pero la posteridad ha dado con justicia la palma al autor de Amelia. Los cervantistas, sin embargo, debemos a Smollet honda gratitud por su entusiasmo por nuestro ídolo. La idea de escribir las aventuras de Sir Lancelot le ocurrió cuando hacía su traducción del Quijote, obra que dedicó a don Ricardo Wall, primer secretario de estado de Su Majestad Católica, y gran amigo suyo. Otras traducciones al inglés de la gran novela existían ya después de la de Shelton, que revisada por el capitán John Stevens, hubo de reimprimirse en 1700 y 1706. Peter Motteux, hugonote francés, refugiado en Inglaterra, publicó una traducción también en el primer año del siglo XVIII que, además de contener el primer boceto biográfico de Cervantes, aventaja en fidelidad a la anterior, y a la que en 1687 había dado a luz John Philips. Por último, en 1742 el pintor Charles Jarves tradujo el Quijote otra vez, superando a sus predecesores. El interés de los ingleses creció con tantas traducciones rivales. y contribuyó a aumentarla la admirable edición del original español hecha en Londres en 1738 por el librero Tonson, bajo los auspicios de lord Carteret y de la reina Carolina. Carteret, como sabemos, encargó al ilustre valenciano don Gregorio Mayans y Siscar la primera biografía extensa de Cervantes, que figura al frente de la obra. Todo esto animó a Smollet a emprender su traducción, en la seguridad (que no fué defraudada) de obtener el favor público. Así como Motteaux buscó las faltas de Shelton, Smollet fué implacable para las de Motteaux. Su tarea era relativamente fácil, porque la versión, muy exacta, de Jarves le fue indicando los errores de aquél. Smollet, en suma, puso en inglés más elegante a Jarves, aunque, según observa muy justamente Lord Woodhouselee, la traducción de Motteaux sigue siendo superior a la suya. El siglo XVIII fué fecundo en imitaciones inglesas de Cervantes. En 1719, Arbuthnot, el famoso médico y satírico, amigo de Swift y de Pope, publicó su Vida y Aventuras de Don Bilioso de l'Estomac, que no honran mucho ni al autor ni al modelo. Charlotte Lennox, norteamericana, hija del coronel Ramsay, gobernador de New York, y de quien dijo, por su carácter extraño, Mrs. Thrale, la amiga de Samuel Johnson, (que todo el mundo la admiraba y nadie la quería), publicó en 1752 El Quijote Femenino (The female Quixote), que mereció los elogios del propio Johnson y los más entusiastas de Fielding, alcanzando también en el público boga tan grande como inmerecida. No más digno de elogios es El Quijote espiritual (The spiritual Quixote), por Richard Graves, de 1773. ¡Lástima que Coleridge se equivocara al decir que Robinson Crusoe se inspiró en Los trabajos de Persiles y Sigismunda, ya traducidos al inglés cien años antes de la aparición de la novela de Defoe, por Mathew Lownes, en 1619! Pero si no podemos colocar el gran nombre de Daniel Defoe en esta larga lista cervantina, otra gloria, más humilde, sin duda, pero más útil para los admiradores de Cervantes, corresponde a los ingleses en la última década de aquel siglo. Fué, efectivamente, en 1781 cuando apareció en Londres el primer comentario del Quijote, escrito en lengua castellana por el reverendo John Bowle. En este libro curioso y admirable, que inaugura un género representado gloriosamente en España por don Diego Clemencín, en el siglo XIX, y en nuestros días por el sabio director de la Biblioteca Nacional y maestro de cervantistas don Francisco Rodríguez Marín, Bowle demostró haber leído todos los libros de caballería que menciona Cervantes y otros que olvidó o no hubo de conocer. El profundo comentador señaló al propio tiempo los prosistas y poetas del siglo XVI, españoles e italianos, que influyeron en Cervantes, y con maestría asombrosa en un extranjero, las bellezas literarias del Quijote, y hasta muchas de sus peculiaridades lingüísticas. Lo asombroso es que Bowle aprendió e! español en Inglaterra, sin haber venido nunca a España ni haber estado en país alguno donde se hablara nuestro idioma. El castellano tiene, como el francés, dificultades casi insuperables para un extranjero, y el comentario de Bowle se resiente, como es natural, de no pocos barbarismos y frases extrañas. Pero es, con todo, un trabajo notable por la erudición y la crítica, una mina que explotaron después otros comentadores, Pellicer y Bastús principalmente, y que ha sobrevivido a las censuras apasionadas de algunos contemporáneos. La lista de los suscriptores al libro de Bowle (éste era un modesto vicario en Idmiston, y tuvo que hacerse de la protección de los aficionados a las buenas letras para realizar su magno empeño) comprende los nombres más ilustres de Inglaterra y prueba la general admiración del país por la novela sublime. Mi objeto no es enumerar los estudios y opiniones sobre Cervantes de los críticos y grandes escritores ingleses: sólo he querido señalar la influencia extraordinaria del autor español en una de las más ricas y originales, si no la más original y rica de las literaturas europeas. Pero séame permitido observar que en Inglaterra se han escrito tantas o mas biografías de Cervantes como en España, y que la mejor y más completa hasta hoy es la que con el modesto título de "memoria" publicó Fitzmaurice-Keilly en 1914, y espera todavía traductor castellano. Con muy justificada satisfacción ha dicho este eminente hispanista que su patria fué la primera en traducir el Quijote, la primera en publicarlo en español lujosamente, la primera en publicar una biografía de Cervantes, la primera en hacer el comentario de su libro y la primera en publicar una edición crítica de su texto, la de 1899. El Quijote, cabe añadir, ha inspirado la mayor admiración a los ingleses más ilustres por la inteligencia, desde Byron, para quien leerlo en castellano era un placer ante el cual todos los demás se desvanecen, hasta Macaulay que sintetizó en una frase el juicio de la humanidad, diciendo que «fuera de toda comparación, es la mejor novela que se ha hecho en el mundo». Mucha honra ha ganado España como patria de Cervantes, y muy legítimo es nuestro orgullo — el de españoles y descendientes de españoles — en pertenecer a su misma raza y hablar el idioma, rico y sonoro, en que él eternizó sus pensamientos. Inglaterra, aunque Shakespeare bastaba para su gloria, ha querido también tener la nuestra. Nosotros debemos agradecer su deseo, y confesar que merece el lauro, ganado por tantos ilustres ingleses admiradores y discípulos del autor de! Quijote. Es muy frecuente en nuestros días oír hablar de pueblos envidiosos y de pueblos envidiados; pero si a la emulación podemos llamar envidia, ésta, que ha sido tan fecunda para el arte, eleva a ambas naciones. Como el propio Cervantes dijo, es, de las dos envidias que hay, «la santa, la noble y la bien intencionada» . |
Cervantes, la invención inglesa del mito fundador de la novela moderna. La reivindicación del estilo del autor del Quijote como modelo a imitar por su sátira moral del mundo nació en Inglaterra JAVIER CARBAJO JOSÉ MANUEL LUCÍA MEGÍAS 12/03/2016 La primera parte del Quijote de 1605 gozó de un enorme éxito y de difusión por toda Europa y América. Pero, ¿le sucedió lo mismo a Cervantes ? ¿De dónde procede la fama de escritor digno de ser imitado? ¿ Estaríamos hoy hablando de Miguel de Cervantes , conmemorando los 400 años de su muerte, si no hubiera sido reivindicado por los escritores ingleses? ¿Hasta qué punto el éxito editorial del Quijote no ha sido un lastre para comprender a su autor en toda su complejidad ? ¿Aún hoy sigue sucediendo? Los datos son conocidos pero vale la pena recordarlos. En los últimos días del mes de diciembre de 1604 y en los primeros de enero de 1605 se pusieron a la venta centenares de ejemplares de la primera parte de un libro de caballerías que estaba llamado a gozar de un enorme éxito: «El ingenioso hidalgo don Quijote de la Macha», firmado por Miguel de Cervantes Saavedra . Veinte años después de que publicara el autor complutense su libro de pastores, «La Galatea» (Alcalá de Henares, 1585), financiada por Blas de Robles, le toca el turno ahora a otro libro de género, a otra propuesta editorial que pudiera competir en las librerías con el gran best-seller del momento: el «Pícaro», que no es más que el «Guzmán de Alfarache» de Mateo Alemán (1599). El éxito es inmediato, o así lo deja escrito Cervantes en boca de Sansón Carrasco -«gran socarrón»- al inicio de la segunda parte de la obra, publicada en 1615: «Los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran; y, finalmente, es tan trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gentes, que, apenas han visto algún rocín flaco , cuando dicen: «Allí va Rocinante». Y así lo sabemos por los primeros testimonios de la aparición de los personajes cervantinos en las fiestas y torneos que se fueron multiplicando por toda España y el resto de Europa a partir de los primeros meses de su difusión. El 10 de junio de 1605, acompañando a los reyes en el cortejo por el centro de Valladolid, apareció un soldado portugués sobre un rocín flaco y todos le reconocieron como un «Don Quijote» , llenando de risas las calles. También un cortejo caballeresco quijotesco estuvo presente en 1613 en la ciudad alemana de Dessau con los que se festejó el bautizo del hijo del príncipe heredero… Y sucede lo mismo en los festejos que se organizaron en Córdoba y Zaragoza en 1614 para celebrar la beatificación de Santa Teresa, o los que dos años después se pudieron disfrutar en Baeza, Sevilla, Salamanca o Utrera en honor de la Inmaculada Concepción. Y no solo en Europa. En 1607, tan solo dos años después de su publicación, un cómico don Quijote aparecerá como uno de los mantenedores caballerescos de un torneo celebrado en la ciudad peruana de Pausa ; y en 1621 se celebraron en México fiestas en honor de la beatificación de San Isidro, y en ellas no dejó de aparecer un don Quijote. Y si nos adentramos en el ámbito de las traducciones, no podemos de dejar de admirarnos de la rapidez con que fueron vertidas a otras lenguas las aventuras quijotescas: en 1612 y en 1620 al inglés (Thomas Shelton), en 1614 y 1618, al francés (César Oudin y François de Rosset), o en 1622 al italiano (Lorenzo Franciosini), sin olvidar el alemán (1648) o el holandés (1657). Y el influjo en tantos salones cortesanos y nobiliarios franceses, en tantas casas burguesas alemanas, flamencas o inglesas, puede rastrearse a partir de los grabados, los cuadros, los tapices, las representaciones teatrales, el ballet, las imitaciones, las recreaciones, como el famoso «Cardenio» de Shakespeare y Fletcher… Pero ¿cómo leían el Quijote en toda Europa a lo largo del siglo XVII? ¿Cómo podemos explicar tal éxito en tantas tierras ? Es importante reseñar que en España el Quijote había comenzado a dejar de ser un libro de éxito, después de su primer impulso. 1605 verá la luz de dos ediciones legales de la obra cervantina en Madrid (la Corona de Castilla), pero de otras tres ilegales en Valencia (Corona de Aragón) y en Lisboa (Corona de Portugal). Pero en 1608, cuando se reedita el Quijote en las prensas madrileñas de Juan de la Cuesta, todavía quedaban ejemplares de la segunda edición de 1605. Dicho en otras palabras: sin el éxito europeo, el Quijote no hubiera sido en España más que un best-seller más, un libro con una amplia difusión en un primer momento y con una caída paulatina de ventas y de lectores en los años siguientes años, como le sucederá al mismo «Guzmán de Alfarache». Todo será diferente gracias al éxito del Quijote en Europa. Europa y la novela moderna ¿ Qué vieron los europeos en el Quijote para lanzarlo al éxito editorial, que nunca desde entonces ha abandonado? ¿Cómo es posible, como se dijo en 1662, que era el libro que «más había hecho sudar» a las imprentas de su momento? El Quijote triunfa en Europa por ser un libro de caballerías . Un particular libro de caballerías. Ni más ni menos. El género de los libros de caballerías castellanos, con el «Amadís de Gaula» a la cabeza, sigue gozando del favor de los lectores europeos en los primeros años del siglo XVII. Las traducciones y las continuaciones están presentes en las bibliotecas nobiliarias y no hay fiesta que se precie que no cuente con un torneo, que no tenga a algunos de estos caballeros de papel como protagonistas. De este modo, el Quijote puede difundirse, puede traducirse en Europa como un libro de caballerías castellano más… pero un particular libro de caballerías, pues los enemigos de la Monarquía Hispánica, los grandes lectores franceses, ingleses, alemanes o flamencos van a encontrar en él a un caballero loco, ridículo, cómico que bien puede ser entendido, recibido como imagen risible del propio imperio español que no deja de sumar una derrota detrás de otra, una caída detrás de otra, una desilusión tras otra. Si el rey Felipe III al ver a un escudero muerto de risa con un libro en las manos, exclama a uno de sus consejeros, que «Aquel joven o está loco o está leyendo el Quijote» ; o si César Oudin le pide al rey Luis XIII que haga sitio a su traducción caballeresca entre sus soldados, «si no combatiendo, al menos entreteniendo», son solo dos ejemplos de la lectura cómica con que fue recibido el Quijote en la Europa del momento. Lectura cómica que pervivirá en España hasta bien entrado el siglo XVIII. En el primero de los Diccionarios de la Real Academia Española , el impreso en 1737, aparece por primera vez la voz Quijote, y lo hará con la siguiente definición: «Se llama al hombre ridículamente serio, o empeñado en lo que no le toca» . ¿Acaso una obra leída de este modo iba a encumbrar a su autor, a Miguel de Cervantes, como modelo digno de ser imitado? Todo lo contrario. Por estos años de principios del siglo XVIII, los ilustrados españoles van a considerar que Alonso Fernández de Avellaneda, o quien se escondiera detrás de este nombre, autor del Quijote falso impreso en 1614, era digno de ser elogiado más que Cervantes, pues, al menos, Avellaneda seguía las leyes del «decoro». ¿Dónde se ha visto a un escudero como si fuera un filósofo hablando de la muerte? Pero algo estaba cambiando, algo había comenzado a cambiar en Inglaterra. Quijote o'clock Serán los lectores ingleses los que sepan leer más allá del estilo claro y sencillo de la obra -que lo acerca a todos los lectores-, y de la apariencia de risa que todo lo envuelve, para darse cuenta de las enormes posibilidades narrativas que ofrece el Quijote, la base de un nuevo modelo de novela que ahora se estaba fraguando: la novela moderna. John A. Garrido Ardila en su espléndido Cervantes en Inglaterra: el Quijote y la novela inglesa del siglo XVIII (Alcalá de Henares, Biblioteca de Estudios Cervantinos, 2014) traza el itinerario que va desde esta primera lectura cómica a la influencia en los grandes novelistas ingleses del siglo XVIII: Henry Fileding, Richard Graves, Tobias Smollett, Laurence Sterne, o Jane Austen , que hará de puente, junto con Walter Scott, para que la influencia cervantina siga viva en la novela inglesa del XIX. Desde las portadas inglesas se destaca a Cervantes como autor, más allá de las bromas y la comicidad de su obra, de su «Don Quijote». En la portada de la traducción inglesa de las «Novelas ejemplares» de 1654, puede leerse:
La sátira moral A la manera de… por eso no debe extrañar que la primera edición de lujo del Quijote, que la primera biografía sobre Cervantes (la de Mayans y Siscar), que el primer grabado basado en el retrato de palabras que el propio Cervantes escribiera en el prólogo de las «Novelas ejemplares» (1613), se va a realizar en Londres; cuatro tomos en español impresos por Tonson, y financiados por Lord Carteret. Es el triunfo de una nueva forma de leer la obra cervantina, alejada de su primera lectura caballeresca y cómica. El Quijote transformado en una sátira moral… idea que retomará Vicente de los Ríos en su biografía y análisis del Quijote de la edición de la RAE de 1780 (la impresa por Ibarra), y de ahí a la de Pellicer que imprime Gabriel de Sancha entre 1797 y 1798. Ahora que celebramos los 400 años de la muerte de Cervantes, es necesario que pongamos el foco en el autor y no en el Quijote (en esa obra que ya celebramos en el 2005 y en el 2015, con mayor o menor fortuna). Es el momento para recordar a Cervantes como un gran autor (y un gran hombre, un gran personaje, un gran mito), como lo hicieron los ingleses hace trescientos años, y no nos dejemos llevar por la sombra del Quijote, imponiendo su retrato al del soldado, cautivo, recaudador de impuestos y escritor Miguel de Cervantes. Miguel de Cervantes Saavedra merece que le escuchemos atentamente cuatrocientos años después. Su vida y su obra todavía pueden ser un ejemplo en el siglo XXI. La «invasión» literaria, mejor que la de la Gran Armada Primera traducción Cervantes «invadió» el gusto literario inglés muy pronto. El primer Quijote se imprime en Inglaterra en 1612. En 40 días Thomas Shelton hizo esa traducción en 40 días, en 1606 o 1607, «forzado por la insistencia de un amigo muy querido que ardía en deseos de conocer el argumento» Famoso En la versión inglesa de las «Novelas ejemplares» (1654) su estilo se presenta: «De la pluma elegante de ese famoso español, Don Miguel de Cervantes». La primera biografía es de 1738. Imitaciones Temprano el «Hudibras» (1663), de Samuel Butler. Mayor aliento tiene Henry Fielding, exponente de la «cervatean fiction» en el XVIII y autor de teatro y novela. Éxito imparable Con Tobias Smollett, traductor del Quijote y autor de picaresca, Richard Graves («El Quijote espiritual»), Charlotte Lennox (Quijote femenino) y Jane Austen (que satiriza lo gótico), la influencia cervantina triunfa en el XIX. |
El asombroso mundo de Don Quijote y sus traducciones. 2 marzo, 2017 1. ¿Cuál fue la primera traducción del Quijote? Thomas Shelton fue el encargado de realizar la primera traducción del Quijote en lengua inglesa. Allá por 1612 fue publicado el primer volumen de esta obra en su edición británica, mientras que en 1620, ya fallecido Cervantes, fue divulgada la segunda parte. A partir de ahí, dio comienzo un camino imparable hacia la universalización de la obra. Primero llegaría a Francia, con la versión de la primera parte, realizada por Cesar Oudin en 1614, mientras que François de Rosset se encargaría de la segunda en 1618. Unos años más tarde llegaría a Italia mediante la traducción de Franciosini en 1622; a Alemania, editada por Pahsch Bastel von der Sohle en 1648; y a Holanda en 1657, por obra de Lambert van den Bos. 2. ¿En cuantos idiomas ha sido traducido? Cualquier empresa de traducción, a lo largo de los siglos, habrá tenido entre sus manos, en alguna ocasión, algún ejemplar del Quijote para traducir, probablemente en francés, el idioma más utilizado como vehículo de transcripción en esta obra. Y es que el Quijote ha sido traducido a más de 140 idiomas en todo el mundo, y todavía hoy siguen apareciendo nuevas ediciones en otros países, hasta convertirlo en el segundo libro más traducido del mundo tras la Biblia. El árabe, el tailandés o el lituano son solo algunas de las lenguas exóticas con las que esta joya de la literatura ha cautivado al público. |
Ideas para elegir una buena edición del Quijote. 21 marzo 2017 Cualquier fecha, momento, época del año u ocasión, son buenas para ponerse delante de una obra como el Quijote y descubrir motu propio la riqueza, originalidad y frescura de esta novela universal o bien dejarse sumergir en una segunda o tercera lectura para encontrarse disfrutando sosegadamente de muchos de los pasajes que en lecturas anteriores hayamos pasado por encima en el empeño de no perder el hilo de las aventuras del caballero andante. Pero hay fechas, además, que son también muy apropiadas para regalar algo a alguien, que de verdad merezca la pena; en este caso, sin dudarlo, se puede tomar el camino de una buena librería e ir directamente a las estanterías donde se encuentre el famoso Quijote. Quizás merezca la pena recordar, antes de seguir adelante, que los ingleses, tras la primera publicación del Quijote en lengua inglesa en 1612 (Londres, Thomas Shelton.-Primera parte) y de la segunda en 1660, fueron también los primeros en reconocer su extraordinario valor y declararla obra universal. El sentido irónico, el humor refinado y la crítica, no pasaron desapercibidos para los habitantes británicos. Los franceses no tardarían en seguir los pasos de los ingleses y en París, de la mano de César Oudin en 1614 y de François de Rosset en 1618, verán la luz y obtendrán el reconocimiento general las dos partes del Quijote. Italia no tardará en sumarse con las ediciones de 1622 (primera parte) y 1625 (segunda parte) en Venecia. En España se tardará todavía unos cien años en reconocer el valor universal de esta obra… y quizás las celebraciones de centenarios próximos ayuden a paliar el vacío histórico. Volviendo al camino de la librería y una vez frente a las distintas ediciones del Quijote, hay que decidir cuál de ellas escoger. Puede haber quien piense, bueno, ¡y qué más da!, si todas las ediciones son de la misma novela. Pues no, no da igual, y no me refiero a elegir la edición por la calidad de la encuadernación, el papel y el precio final; ni siquiera por el tamaño del volumen o los volúmenes, si están editadas por separado la primera y segunda partes del Quijote. Me refiero al tratamiento de la obra, el rigor de la publicación según la princeps, la calidad de las posibles notas al margen o información complementaria, así como la existencia o no de algún texto crítico o comentario. De la obra cervantina existen ediciones raras y muy buenas, como la princeps de Juan de la Cuesta, facsímiles de la primera edición, cuyo permiso se dio el 26 de septiembre de 1604, quedando impresa la obra en Madrid el 20 de diciembre, para aparecer en el mercado en enero de 1605, realizándose una segunda edición para Portugal el 9 de febrero del mismo 1605. Existe una edición de 1968 (Palma de Mallorca, Alfaguara, The Hispanic Society of America, Papeles de Son Armadans). Otras dos ediciones raras y también buenas son la de Pellicer, en cinco tomos, de 1797-98 (Juan Antonio Pellicer.- Madrid.- Gabriel de Sancha) y la de Diego Clemencin en seis tomos, de 1833-39. También existe una edición de Luis Astrana Marín (Madrid.- ed.Castilla) de 1966 que reproduce los comentarios de Clemencin. Existen, también, ediciones malas, deplorables, de las cuales tengo una que no quiero ni mencionar y de la que se salvan solamente las ilustraciones de Gustave Doré. Dicho lo anterior, es bueno saber que en el mercado hay de todo. Por ello, para evitar el tropiezo de llevarnos a casa una mala edición y prescindiendo de buscar ediciones raras y difíciles como las mencionadas, que son más adecuadas para los estudiosos del tema, debemos ir un poco informados para encontrar las ediciones buenas, y, dentro de ellas, elegir la que mejor se adecúe a nuestras necesidades. De las siete ediciones que he leído os propongo que os fijéis, en primer lugar, en la edición cultural dirigida por Andrés Amorós (El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha – Miguel de Cervantes Saavedra.- Ediciones SM-Madrid 1999). La edición de Andrés Amorós está orientada para cualquier lector de cualquier edad que quiera disfrutar leyendo. Tiene la ventaja de seguir las primeras ediciones de 1605 y 1615 y se han modernizado levemente la ortografía, la puntuación y algunos detalles del léxico. Conserva extraordinariamente bien el ritmo y respeta escrupulosamente la semántica. A su favor cuenta, además, el disponer de unos materiales auxiliares de primera mano que ayudan a tener una idea bastante exacta del contexto cultural de la época, con vocabulario, representaciones de los vestidos, armas, costumbres, mapas, refranes, etc. que posibilitan un conocimiento directo y claro de la obra y la época, ayudando a sumergirse en el mundo cervantino con naturalidad a través de los sesenta temas presentados. Tiene la obra de Andrés Amorós, publicada en un sólo tomo, otra característica que la hace sumamente manejable al disponer de párrafos numerados en cada página con anotaciones al margen para la interpretación del texto, dispuestas de tal manera que no entorpecen la lectura. En mi opinión, tanto para quienes se aproximen por primera vez al Quijote, como para los estudiantes o para quienes quieran releer la obra recreándose con aspectos circunstanciales y buenas explicaciones, la edición de Andrés Amorós es la más recomendable y no les defraudará, pues amén de los recursos mencionados, la buena organización de la obra y la encuadernación y tipo de letra, harán de ella una lectura verdaderamente amena y productiva. Otra edición muy buena y recomendable es la de Francisco Rico, con un estudio preliminar de Fernando Lázaro Carreter y la colaboración de Joaquín Forradellas (Ed. Crítica.- Barcelona, 2001). Son muchas las ventajas de esta excepcional edición que yo recomendaría para iniciados en el Quijote o para quien quiera acercarse a la inmortal obra cervantina sin complejos. Mencionaré, en primer lugar, que sigue la edición de Juan de la Cuesta. Se trata de una obra limpia, con las adaptaciones gráficas imprescindibles y las indicaciones de los lugares en donde se aleja de las primeras ediciones para facilitar un posible cotejo. La obra está dirigida a los hablantes del español como lengua materna sin necesidad de estudios universitarios de filología o historia. Además del estudio preliminar sobre las voces del Quijote, de Lázaro Carreter y la colaboración de J.Forradellas, podemos disfrutar de prólogos como el de Jean Canavaggio (Vida y Literatura: Cervantes en el Quijote), el de Sylvia Rouband (Los libros de caballerías) o el de Anthony Close (Las interpretaciones del Quijote). La edición mencionada de Francisco Rico está muy bien encuadernada en tapa dura y viene acompañada de un CD (disco compacto) en el que, además de poder leerse la obra, posibilita la realización de diferentes consultas sobre la misma. La edición está patrocinada por el Instituto Cervantes y realizada por el Centro para la Edición de los Clásicos Españoles (en su momento adscrito a la Fundación Duques de Soria) y se publicó en 1998 como volumen 50 de la Biblioteca Clásicos de la Editorial Crítica. Una tercera edición a tener muy en cuenta por su excepcionalidad, es la de John Jay Allen (Don Quijote de la Mancha I; Don Quijote de la Mancha II. Ed. Cátedra.- Madrid.- 1987, 9ª edición), cuyo éxito es indiscutible. La edición de que dispongo, publicada en dos tomos en formato de libro de bolsillo, tiene en su contra la poca calidad de la edición y la letra. Diría que es una obra para estudiosos de la que cabe destacar su seriedad, con notas contrastadas de las principales ediciones, aunque sigue –principalmente- la de Hartzenbusch (El ingenioso hidalgo Don Quixote de la Mancha.- ed. de Juan Eugenio Hartzenbusch.- 4 tomos.-1863) en algunos pasajes conflictivos. Tiene una lista muy buena de las palabras afectadas por las nuevas normas ortográficas, ya que la edición sigue a las ediciones modernas en cuanto al uso de la puntuación, acentuación y ortografía. Como he dicho anteriormente, encuentro esta obra más adecuada para aquellas personas que quieran estudiar un poco más a fondo el Quijote; la cuidada introducción, centrada en localizar la génesis del Quijote en el contexto histórico y social de la España y el mundo de Cervantes, sin perder por ello de vista los valores literarios, sobre todo en lo referido a los orígenes y nacimiento de la novela, hacen de esta edición un referente imprescindible. La cuarta edición que yo recomendaría es la de Martín de Riquer. Existen varias ediciones. En la primera de 1962 se publicó con el Quijote de Avellaneda. Hay algunas ediciones de la editorial Planeta que presentan un texto menos cuidado. La edición de 1994, en dos tomos, con ilustraciones de Salvador Dalí, tapa dura y lomo de tela, es la que estoy manejando en este momento y desconozco la existencia de ediciones posteriores. La edición de Martín de Riquer no se aparta en su integridad del texto de las primeras (1605, para la primera parte y 1615, la segunda). Para ello se siguieron las ediciones facsímiles publicadas por la Real Academia Española en 1917. Podría decirse que es la edición más respetuosa con la princeps. En el preámbulo, Martín de Riquer nos ofrece una biografía de Cervantes, una reflexión sobre el propósito o finalidad del Quijote, un estudio muy interesante sobre la locura de don Quijote y un repaso sobre la composición, tipos y estilo de la obra. La edición que a continuación comento, “Don Quijote de la Mancha”, patrocinada por el BBV y editado por Espasa Calpe (Madrid, 1995) presenta algunos inconvenientes serios, como son el tipo de letra y su tamaño, la falta de referencias, notas y ediciones seguidas. La lectura produce cansancio por lo abigarrado de su impresión. En su favor puede contarse la buena encuadernación en tapas duras y estar impreso en papel ecológico. También vale la pena el prólogo de Antonio Muñoz Molina que resalta la “urgencia” de la lectura del Quijote y los saludables beneficios de la misma. Pero lo más relevante se encuentra en el conjunto de láminas que ilustran esta edición y que corresponden a la obra de José Sagrelles (Albaida – Valencia, 1885/1969), de una belleza estimable en el tratamiento del dibujo, el ambiente y el color. Se completan las ilustraciones con otros dibujos a plumilla en blanco y negro. Creo, en definitiva, que es una obra para curiosear más que para seguirla detalladamente en su lectura. Dejadas provisionalmente a un lado las sugerencias sobre las diferentes opciones editoriales, de las que –amén de las comentadas- existen cientos, incluso recientes ediciones muy afortunadas para lectores infantiles que van desde la adaptación de los capítulos más significativos a la edición en viñetas o cómic de las aventuras del caballero manchego y su escudero Sancho, no quisiera dejar pasar la ocasión de recomendar otra lectura; ésta, para la cual no hace falta haber leído previamente el Quijote, viene servida de la mano de Andrés Trapiello con el título Al morir don Quijote (Ediciones Destino, Barcelona.-2004). El escritor leonés (Manzaneda de Torío, León.-1953), apasionado de la obra cervantina en general y del Quijote en particular, recrea en esta novela la vida de los personajes que dan vida al Quijote una vez que éste ha muerto. No es difícil hallar referencias a la obra cumbre cervantina en otras publicaciones de este autor, como se puede leer en su premio Nadal 2003, Los amigos del crimen perfecto (pag.48) (Destino, Barcelona.-2003): Las novelas policiacas clásicas, como yo las entiendo, son cosa de hombres, como las de caballería. ¿Quién es Dulcinea? Nada, nadie, una sombra, el deseo de don Quijote. Por eso el Quijote no les gusta a las mujeres. Allí no sale una mujer romántica, que suspira. El que suspira es el hombre, y eso a las mujeres no les gusta ni en la vida ni en las novelas. O como agrega más adelante (pág. 287): a don Quijote, para vivir, le bastaba con lo ficticio. Lo necesario acabó con su locura, pero también con su vida. El conocimiento y el buen gusto de Andrés Trapiello, nos aseguran una obra bien hecha, amena, creíble, que nos traslada a aquel octubre de 1614 al pie del lecho de muerte del ya reconvertido caballero don Quijote en su alter ego Alonso Quijano, el Bueno, para, respirando con un lenguaje actual el aire otoñal de ese lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, tomar el pulso, la lágrima, la emoción, el sueño y aspiraciones, la ilusión y la vida cotidiana apegada al terruño, el paisaje y la luz que con el hidalgo manchego compartieron Sancho, ama, criada, sobrina, cura, bachiller, barbero y cuantos personajes tuvieron que seguir su vida cotidiana. Pero hay más, y es que el escritor leonés publicó de la mano de Ediciones Destino (2015) una nueva edición del Quijote para celebrar el cuarto centenario de la publicación de la segunda parte de la obra cervantina. Y no sólo por eso nos resulta interesante, sino porque tras catorce años de trabajo pasando el Quijote de su español original al nuestro, ha conseguido una obra amena, atractiva, muy actual y asequible para cualquier tipo de lector español o extranjero que sepa o haya aprendido español, sin que falte en nada al original. Para ello, Andrés Trapiello confiesa haber tenido en cuenta otras ediciones, de las que cita tres: Hartzenbusch, Rodríguez Marín y Francisco Rico. Pero, ante todo, manifiesta su intención de conseguir que el Quijote sea hoy día lo que fue en su época, una historia leída “porque es tan clara que no hay nada en ella que resulte difícil: los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran”. No contiene, pues no le hacen falta, notas aclaratorias a pie de página ni notas explicativas. Es, en definitiva, una novela actual. Al calor de la conmemoración del IV Centenario de la muerte de Miguel de Cervantes (1616), se multiplicaron los estudios sobre su obra y la publicación de la misma, novela, poesía y teatro. “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” (I Parte) y “El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha” (II Parte), fueron así objeto de ediciones, por separado o conjuntamente en un solo tomo. También con ocasión de la celebración del IV Centenario de la segunda parte del Quijote (1615), en 2015 aparecerá una edición ilustrada de Pollux Hernúñez y Emilio Pascual puesta en la calle por la editorial Reino de Cordelia. Ambos autores, uno salmantino y el otro segoviano, están muy vinculados a la Universidad de Salamanca. El ilustrador, Miguel Ángel Martín, nacido en León, es la tercera pata de esta edición que se presenta en dos volúmenes, ilustrados a color, de 1.400 páginas. Una edición casi leonesa o en la que hay una magnífica representación del antiguo Reino de León. Pero que, siendo importante, no pasa de anecdótico al lado de las características que hacen de este trabajo uno de los más importantes a los que se puede acceder hoy día para disfrutar de una lectura cabal del Quijote. No solamente se argumentan las razones de los porqués de la edición, entre las que se ofrece la escritura del apellido Cerbantes con b, tal y como siempre lo escribió el autor del Quijote, sino que incorporan una lista de los cambios efectuados según las normas ortográficas de la Real Academia, se ofrece “el texto versiculado» para facilitar la rápida localización de citas y pasajes, un Apéndice ecdótico para el que se cotejaron numerosas ediciones, aunque explícitamente se declara como mejor edición la actual, y precitada anteriormente, de Francisco Rico, además de incluir un completo diccionario de nombres propios en el segundo volumen. La calidad de la impresión, el papel, las ilustraciones, todo, hacen de este trabajo de edición un regalo para la lectura y los sentidos, dirigida “al mayor número de lectores, pero en particular –declaran los autores- y aunque parezca paradójico –si no inmodestamente pretencioso-, a dos categorías: los cervantistas ( ) y los lectores que deseen acercarse al Quijote sin tener una preparación filológica especial” Creo que siempre es tiempo y buena ocasión, ya celebremos cumpleaños, Navidades, bodas, bautizos o lo que se nos quiera antojar, para que muchos españoles, aunque sea 400 años después, tengan ocasión de celebrar el Quijote como patrimonio literario y cultural de carácter universal. La fórmula es bien sencilla, acercarse a una librería, sonreír, hojear las diferentes opciones puestas a la venta o preguntar por alguna de las aquí recomendadas y llevársela a casa. Como complemento para los que quieran más o para aquellos que les guste empezar por el final, la novela de Andrés Trapiello, Al morir don Quijote, es una ocasión perfecta; o para quienes, leído el Quijote, quieran seguir la historia que, tal vez, muchas veces quisieron imaginar. Ahí la tienen, minuciosamente descrita, con acierto, con amenidad y con ese punto de ironía que los ingleses, a buen seguro, sabrían apreciar y valorar. Esta vez, a lo mejor, somos nosotros los primeros en darnos cuenta de lo bueno que tenemos. No dejemos escapar la ocasión. Julio González Alonso. |
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