Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara; Demetrio Protopsaltis Palma;
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El amor sin tabúes entre sor Juana Inés de la Cruz y la virreina de México. |
Biografía Sor Juana Inés de la Cruz. (Juana Inés de Asbaje y Ramírez; San Miguel de Nepantla, actual México, 1651 - Ciudad de México, id., 1695) Escritora mexicana, la mayor figura de las letras hispanoamericanas del siglo XVII. La influencia del barroco español, visible en su producción lírica y dramática, no llegó a oscurecer la profunda originalidad de su obra. Su espíritu inquieto y su afán de saber la llevaron a enfrentarse con los convencionalismos de su tiempo, que no veía con buenos ojos que una mujer manifestara curiosidad intelectual e independencia de pensamiento. Niña prodigio, aprendió a leer y escribir a los tres años, y a los ocho escribió su primera loa. En 1659 se trasladó con su familia a la capital mexicana. Admirada por su talento y precocidad, a los catorce fue dama de honor de Leonor Carreto, esposa del virrey Antonio Sebastián de Toledo. Apadrinada por los marqueses de Mancera, brilló en la corte virreinal de Nueva España por su erudición, su viva inteligencia y su habilidad versificadora. Pese a la fama de que gozaba, en 1667 ingresó en un convento de las carmelitas descalzas de México y permaneció en él cuatro meses, al cabo de los cuales lo abandonó por problemas de salud. Dos años más tarde entró en un convento de la Orden de San Jerónimo, esta vez definitivamente. Dada su escasa vocación religiosa, parece que Sor Juana Inés de la Cruz prefirió el convento al matrimonio para seguir gozando de sus aficiones intelectuales: «Vivir sola... no tener ocupación alguna obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros», escribió. Su celda se convirtió en punto de reunión de poetas e intelectuales, como Carlos de Sigüenza y Góngora, pariente y admirador del poeta cordobés Luis de Góngora (cuya obra introdujo en el virreinato), y también del nuevo virrey, Tomás Antonio de la Cerda, marqués de la Laguna, y de su esposa, Luisa Manrique de Lara, condesa de Paredes, con quien le unió una profunda amistad. En su celda también llevó a cabo experimentos científicos, reunió una nutrida biblioteca, compuso obras musicales y escribió una extensa obra que abarcó diferentes géneros, desde la poesía y el teatro (en los que se aprecia, respectivamente, la influencia de Luis de Góngora y Calderón de la Barca), hasta opúsculos filosóficos y estudios musicales. Perdida gran parte de esta obra, entre los escritos en prosa que se han conservado cabe señalar la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz. El obispo de Puebla, Manuel Fernández de la Cruz, había publicado en 1690 una obra de Sor Juana Inés, la Carta athenagórica, en la que la religiosa hacía una dura crítica al «sermón del Mandato» del jesuita portugués António Vieira sobre las «finezas de Cristo». Pero el obispo había añadido a la obra una «Carta de Sor Filotea de la Cruz», es decir, un texto escrito por él mismo bajo ese pseudónimo en el que, aun reconociendo el talento de Sor Juana Inés, le recomendaba que se dedicara a la vida monástica, más acorde con su condición de monja y mujer, antes que a la reflexión teológica, ejercicio reservado a los hombres. En la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (es decir, al obispo de Puebla), Sor Juana Inés de la Cruz da cuenta de su vida y reivindica el derecho de las mujeres al aprendizaje, pues el conocimiento «no sólo les es lícito, sino muy provechoso». La Respuesta es además una bella muestra de su prosa y contiene abundantes datos biográficos, a través de los cuales podemos concretar muchos rasgos psicológicos de la ilustre religiosa. Pero, a pesar de la contundencia de su réplica, la crítica del obispo de Puebla la afectó profundamente; tanto que, poco después, Sor Juana Inés de la Cruz vendió su biblioteca y todo cuanto poseía, destinó lo obtenido a beneficencia y se consagró por completo a la vida religiosa. Murió mientras ayudaba a sus compañeras enfermas durante la epidemia de cólera que asoló México en el año 1695. La poesía del Barroco alcanzó con ella su momento culminante, y al mismo tiempo introdujo elementos analíticos y reflexivos que anticipaban a los poetas de la Ilustración del siglo XVIII. Sus obras completas se publicaron en España en tres volúmenes: Inundación castálida de la única poetisa, musa décima, Sor Juana Inés de la Cruz (1689), Segundo volumen de las obras de Sor Juana Inés de la Cruz (1692) y Fama y obras póstumas del Fénix de México (1700), con una biografía del jesuita P. Calleja. |
La poesía de Sor Juana Inés de la Cruz. Aunque su obra parece inscribirse dentro del culteranismo de inspiración gongorina y en ocasiones en el conceptismo de Quevedo, tendencias características del barroco, el ingenio y originalidad de Sor Juana Inés de la Cruz la han colocado por encima de cualquier escuela o corriente particular. Ya desde la infancia demostró gran sensibilidad artística y una infatigable sed de conocimientos que, con el tiempo, la llevaron a emprender una aventura intelectual y artística a través de disciplinas tales como la teología, la filosofía, la astronomía, la pintura, las humanidades y, por supuesto, la literatura, que la convertirían en una de las personalidades más complejas y singulares de las letras hispanoamericanas. En la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz hallamos numerosas y elocuentes composiciones profanas (redondillas, endechas, liras y sonetos), entre las que destacan las de tema amoroso, como los sonetos que comienzan con "Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba" y "Detente, sombra de mi bien esquivo". En "Rosa divina que en gentil cultura" desarrolla el mismo motivo de dos célebres sonetos de Góngora y de Calderón, no quedando inferior a ninguno de ambos. También abunda en ella aquella temática ascética y mística que desde el renacimiento español había cuajado en obras cimeras como las de Fray Luis de León y San Juan de la Cruz; en este grupo, la fervorosa espiritualidad de Juana se combina con la hondura de su pensamiento, tal como sucede en el caso de "A la asunción", delicada pieza lírica en honor a la Virgen María. Sor Juana empleó las redondillas para disquisiciones de carácter psicológico o didáctico en las que analiza la naturaleza del amor y sus efectos sobre la belleza femenina, o bien defiende a las mujeres de las acusaciones de los hombres, como en las célebres "Hombres necios que acusáis". Los romances se aplican, con flexibilidad discursiva y finura de notaciones, a temas sentimentales, morales o religiosos (son hermosos por su emoción mística los que cantan el Amor divino y a Jesucristo en el Sacramento). Entre las liras es célebre la que expresa el dolor de una mujer por la muerte de su marido ("A este peñasco duro"), de gran elevación religiosa. Mención aparte merece Primero sueño, poema en silvas de casi mil versos escritos a la manera de las Soledades de Góngora en el que Sor Juana describe, de forma simbólica, el impulso del conocimiento humano, que rebasa las barreras físicas y temporales para convertirse en un ejercicio de puro y libre goce intelectual. El poema es importante además por figurar entre el reducido grupo de composiciones que escribió por propia iniciativa, sin encargo ni incitación ajena. El trabajo poético de la monja se completa con varios hermosos villancicos que en su época gozaron de mucha popularidad. El teatro y la prosa En el terreno de la dramaturgia escribió una comedia de capa y espada de estirpe calderoniana, Los empeños de una casa, que incluye una loa y dos sainetes, entre otras intercalaciones, con predominio absoluto del octosílabo; y el juguete mitológico-galante Amor es más laberinto, pieza más culterana cuyo segundo acto es al parecer obra del licenciado Juan de Guevara. Compuso asimismo tres autos sacramentales: San Hermenegildo, El cetro de San José y El divino Narciso; en este último, el mejor de los tres, se incluyen villancicos de calidad lírica excepcional. Aunque la influencia de Calderón resulta evidente en muchos de estos trabajos (como la de Lope de Vega en su compatriota Juan Ruiz de Alarcón), la claridad y belleza del desarrollo posee un acento muy personal. La prosa de la autora es menos abundante, pero de pareja brillantez. Esta parte de su obra se encuentra formada por textos devotos como la célebre Carta athenagórica (1690), y sobre todo por la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (1691), escrita para contestar a la exhortación que le había hecho (firmando con ese seudónimo) el obispo de Puebla para que frenara su desarrollo intelectual. Esta última constituye una fuente de primera mano que permite conocer no sólo detalles interesantes sobre su vida, sino que también revela aspectos de su perfil psicológico. En ese texto hay mucha información relacionada con su capacidad intelectual y con lo que el filósofo Ramón Xirau llamó su "excepcionalísima apetencia de saber", aspecto que la llevó a interesarse también por la ciencia, como lo prueba el hecho de que en su celda, junto con sus libros e instrumentos musicales, había también mapas y aparatos científicos. De menor relevancia resultan otros escritos suyos acerca del Santo Rosario y la Purísima, la Protesta que, rubricada con su sangre, hizo de su fe y amor a Dios y algunos documentos. Pero también en la prosa encuentra ocasión la escritora para adentrarse por las sendas más oscuras e intrincadas, siempre con su brillantez característica, como vemos en su Neptuno Alegórico, redactado con motivo de la llegada del virrey conde de Paredes. A causa de la reacción neoclásica del siglo XVIII, la lírica de Sor Juana cayó en el olvido, pero, ya mucho antes de la posterior revalorización de la literatura barroca, su obra fue estudiada y ocupó el centro de una atención siempre creciente; entre los estudios modernos, es obligado mencionar el que le dedicó el gran poeta y ensayista mexicano Octavio Paz. La renovada fortuna de sus versos podría adscribirse más al equívoco de la interpretación biográfica de su poesía que a una valoración puramente estética. Ciertamente es desconcertante la figura de esta poetisa que, a pesar de ser hermosa y admirada, sofoca bajo el hábito su alma apasionada y su rica sensibilidad sin haber cumplido los veinte años. Pero la crítica moderna ha deshecho la romántica leyenda de la monja impulsada al claustro por un desengaño amoroso, señalando además como indudable que su silencio final se debió a la presión de las autoridades eclesiásticas. |
Virrey. Tomás Antonio Manuel Lorenzo de la Cerda y Enríquez de Ribera, III marqués de la Laguna de Camero Viejo, conde consorte de Paredes de Nava y grande de España (Cogolludo, Provincia de Guadalajara, España, 24 de diciembre de 1638 - Madrid, 22 de abril de 1692), fue un noble y gobernador colonial español, 28º virrey de Nueva España de 1680 a 1686. Era caballero de la orden de Alcántara y comendador de Moraleja. Ocupó además los cargos y dignidades de maestre de campo del Tercio Provincial de las Milicias de Sevilla, ministro del Consejo y Cámara de Indias, capitán general del mar Océano, del Ejército y Costas de Andalucía, mayordomo mayor de la reina Mariana de Austria. Cerda y Aragón, Tomás Antonio de la. Marqués de La Laguna de Camero-Viejo (III), conde consorte de Paredes de Nava (XI). Cogolludo (Guadalajara), 24.XII.1638 – Madrid, 22.IV.1692. Virrey de la Nueva España. Nació en la villa de Cogolludo (hoy en la provincia de Guadalajara) el viernes 24 de diciembre de 1638 y recibió el bautismo en la iglesia parroquial de San Pedro el jueves 30 siguiente. Fue el segundo hijo del VII duque de Medinaceli, Antonio Juan Luis de la Cerda, y de Ana María Luisa Enríquez de Rivera y Portocarrero. Su mencionado padre fue adelantado mayor de Andalucía, su notario mayor, alguacil mayor de Sevilla y, en 1641, Felipe IV le nombró virrey, lugarteniente y capitán general de Valencia. Por su parte, Tomás Antonio era sobrino en segundo grado del V marqués de Ladrada, Juan Francisco de Leiva y de la Cerda, quien fue virrey de la Nueva España; y su sobrina carnal, Juana de la Cerda y Aragón, hija de su hermano mayor el VIII duque de Medinaceli, fue la esposa del X duque de Alburquerque, Francisco Fernández de la Cueva, también virrey de la Nueva España. Tomás Antonio fue maestre de campo del Tercio Provincial de Sevilla. Desempeñaba la capitanía general de las costas de Andalucía cuando fue elegido en 1679 para el mando supremo de Galicia. Sin embargo, la Corona prefirió destinarlo como virrey de la Nueva España. Antes había sido designado consejero de Indias el 31 de octubre de 1675. En el mismo Palacio Real se casó el 10 noviembre 1675 con la aristócrata María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, dama de la reina madre Mariana de Austria y XI condesa de Paredes de Nava, título que usó su marido en el virreinato de Nueva España. Era hija primogénita del príncipe del Santo Imperio Romano Vespasiano de Gonzaga, virrey y capitán general de Valencia, y de María Inés Manrique de Lara Enríquez y Luján, X condesa de Paredes de Nava. Coincidiendo con que su hermano Juan Tomás de la Cerda, duque de Medinaceli, era primer ministro de Carlos II, Tomás Antonio fue nombrado virrey de la Nueva España el 7 de mayo de 1680 para suceder al arzobispo-virrey fray Payo Enríquez de Rivera. La instrucción de gobierno fue la misma que la dada al VI duque de Veragua, Pedro Nuño Colón de Portugal y Castro, y no existe relación de gobierno. El día 9 de dicho mes de mayo se le concedió el privilegio de prórroga del período virreinal por una Real Cédula secreta, testimonio del favor de que gozaba cerca del trono. En el viaje le acompañó su esposa María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, gran protectora de la monja poetisa Sor Juana Inés de la Cruz. El día 7 de noviembre de 1680 tomaba posesión, haciendo la entrada solemne el sábado 30 del mismo mes, pasando bajo un arco de triunfo que representaba pictóricamente a los dioses y emperadores aztecas y que fue ideado por el erudito Carlos de Sigüenza y Góngora, quien más tarde lo describió en su obra Teatro de virtudes políticas que constituyen a un príncipe; advertidas en los monarcas antiguos del mexicano imperio [...] (México, 1680). Al conde de Paredes le tocó en suerte estar al frente del gobierno novohispano en unos años (1680-1686) en los que se acumularon una serie de infortunados sucesos. Al llegar se encontró con que acababan de sublevarse los indios de Nuevo México. El alzamiento, iniciado el 10 de agosto de 1680, fue el desastre más grave en la historia de la frontera, ya que no sólo detuvo la expansión española hacia el norte, sino que los hispanos se vieron obligados a abandonar un territorio en el que casi durante una centuria se habían mantenido a costa de muchos esfuerzos. Unos trescientos ochenta colonos y veintiún misioneros franciscanos fueron muertos y Santa Fe evacuada, refugiándose los españoles en el presidio de El Paso del Norte, aguas abajo del río Grande. Desde allí se dio aviso al nuevo virrey de lo que había sucedido. En el origen de esta gran insurrección se encontraban los conflictos por la distribución de la mano de obra, el maltrato a los indios y la conducta de los funcionarios corruptos. Además, los franciscanos habían comenzado a atacar los rituales indios, que continuaban junto a la práctica católica. Las autoridades españolas no finalizaron la reconquista hasta 1692. En un momento en que la frontera del norte parecía hundirse, el conde de Paredes tuvo que hacer frente a los ataques corsarios a Veracruz y Campeche. Al amanecer del 17 de mayo de 1683 una flota corsaria al mando de Juan Jacques, Nicolás Grammont, Nicolás Bromon y Lorenzo Graff, Lorencillo, asaltaba de imprevisto Veracruz. El saqueo de la ciudad duró seis días, causando centenares de muertos y obteniendo un rescate de 150.000 pesos por la vida de las personas principales del puerto. El marqués de la Laguna levantó varias compañías de soldados en México para que, bajo el mando del III conde de Santiago de Calimaya, Fernando de Altamirano y Velasco, se dirigiera a Veracruz; pero fue inútil, ya que los corsarios se retiraron con anticipación. Por su parte, el virrey en persona salió para aquel puerto el 17 de julio, donde, con el parecer de su asesor, condenó a la pena capital al gobernador de la plaza, Luis Fernández de Córdoba; sin embargo, habiendo apelado al Consejo de Indias, fue enviado a España con la flota. La negligencia en la defensa del puerto importó más de cuatro millones de pesos en pérdidas. Dos años más tarde, exactamente el 6 de julio de 1685, los bucaneros, al mando esta vez de los citados Lorencillo y Nicolás Grammont, cayeron sobre el puerto yucateco de San Francisco de Campeche. Aquí la depredación duró cerca de dos meses, pero las fuerzas reunidas por el gobernador de Yucatán, Juan Bruno Téllez de Guzmán, lograron expulsar a los filibusteros. Mientras Yucatán sufría los embates de los corsarios, otra invasión de carácter más oficial se preparaba en el noreste de la Nueva España. En este caso, se trataba de los franceses, quienes, desde sus posesiones de la Nueva Francia, trataban de apoderarse de Texas, un territorio prácticamente abandonado por los españoles. Después de haber llegado a las bocas del Misisipi en abril de 1682 y denominado a aquel territorio Luisiana, René Robert Cavalier, señor de La Salle, propuso a la Corte francesa explorar las bocas del citado río desde el golfo de México y establecer en las riberas una colonia. Aprobado el plan, a fines de 1684 una flota de cuatro navíos al mando de La Salle llegaba a las costas de la Florida; desde allí intentaron llegar a las bocas del Misisipi, pero sin darse cuenta la expedición francesa las rebasó unas cien leguas, yendo a parar a una bahía que denominaron San Bernardo —conocida anteriormente por los españoles con el nombre de Espíritu Santo—, donde fundaron Fort Saint Louis. La Salle exploró la bahía y el territorio; pero una serie de infortunios tanto con la población indígena como entre sus propios hombres terminó con su asesinato (20 de marzo de 1687), cuando intentaba por tierra conectar con la Nueva Francia. Poco después, los indígenas exterminaron la guarnición francesa del fuerte San Luis. Las actividades de La Salle en las costas septentrionales fueron conocidas en México pocos meses después. El conde de Paredes pidió al gobernador de Cuba, Antonio de Viana Hinojosa, cooperación en la búsqueda de aquel establecimiento. Su localización fue encargada al piloto Juan Enríquez Barroto, quien fracasó en sus esfuerzos. A su vez la Corona, considerando que el establecimiento francés en las costas del seno mexicano era una seria amenaza a la seguridad del virreinato novohispano y que ponía en peligro las provincias norteñas, ordenó al marqués de la Laguna que a cualquier coste se reconocieran esas costas. Sin embargo, sendas expediciones al mando del capitán Alonso de León, poco después gobernador de Coahuila, en junio-julio de 1686 y febrero-marzo de 1687, esta última ya en tiempos del virrey conde de la Monclova, resultaron también infructuosas. También resultó ser un fracaso el intento de colonización de California ocurrido bajo el gobierno del conde de Paredes. A su frente estuvo Isidro Atondo y Antillón y en ella fueron varios misioneros jesuitas, entre ellos el padre Eusebio Francisco Kino, nombrado cosmógrafo de la expedición. Entre 1683 y 1685 se exploró gran parte de la costa y se levantaron algunos establecimientos. En los primeros días de febrero de 1686 el conde de Paredes convocó una Junta General de Hacienda en la que, tras discutir los informes escritos por Atondo y Kino, se determinó finalmente encomendar la empresa a los hijos de San Ignacio con un subsidio anual de la Corona. Sin embargo, los jesuitas rechazaron el proyecto, alegando que no podían aceptar la administración temporal de la empresa. Se decidió entonces proporcionar a Atondo un subsidio anual de 30.000 pesos calculados como presupuesto indispensable. Ya estaba a punto de emprenderse una nueva exploración por ambos personajes cuando fue necesario suspenderla por haber llegado de España una petición urgente de dinero y por haberse rebelado los tarahumaras en Nueva Vizcaya. Un suceso curioso en el gobierno del conde de Paredes fue el acaecido en 1683, después de que los piratas saquearan Veracruz. Se presentó un supuesto visitador con el nombre de Antonio de Benavides. Fue descubierto en la ciudad de Puebla de los Ángeles por sus evidentes supercherías. Se le arrestó inmediatamente y, trasladado a la capital, se le tuvo prisionero un año y el 10 julio 1684 fue ajusticiado en la Plaza Mayor. El hecho hizo fomentar las murmuraciones populares contra el virrey y la Audiencia por haberse arriesgado a imponer la pena de muerte al que se consideraba por los vecinos como todo un visitador. Hasta hoy permanece en el misterio la verdadera personalidad de Benavides, pues mientras unos afirman que fue un agente de los piratas, otros alegan que fue un impostor. Ese mismo año (5 de julio) la virreina parió un hijo, que —según el cronista Antonio de Robles— fue bautizado nueve días después en la catedral con el nombre de José María Francisco. Merece ser asimismo reseñado que durante el gobierno del conde de Paredes comenzó la erección del seminario conciliar de México, gracias a los 40.000 pesos que había destinado a tal efecto el capitán Diego Serralde, fallecido el 27 de marzo de 1682. El 30 de noviembre de 1686, al final de su segundo período de mandato, el conde de Paredes fue sustituido en el mando virreinal por el conde de la Monclova, Melchor de Portocarrero y Lasso de la Vega. Estuvo, por tanto, en el mando seis años y nueve días. Su residencia produjo un gran número de documentos, entre ellos un informe muy detallado del juez de residencia. En 1687 regresó a España, donde supo cómo proteger sus intereses. Según L. Hanke, tras un cuantioso donativo Carlos II le favoreció con los honores de la grandeza, que recibió de manos del Monarca en el Palacio Real de Madrid el 22 de junio de 1689; asimismo le fue conferido el puesto de mayordomo mayor de la Reina de España, doña Mariana de Baviera- Neoburgo, la segunda esposa del último Habsburgo español. Por último, a su hijo mayor se le dio el título de duque de Guastala. Tres años después fallecía en Madrid el marqués de la Laguna (22 de abril de 1692). Su viuda, María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, abrazó la causa de los Habsburgo en la Guerra de Sucesión en España. Ello le costó el destierro; murió en el exilio de Milán el 3 de septiembre de 1721. Fuentes y bibl.: Archivo General de Indias, Indiferente General, 514, lib. 2 (instrucción de gobierno); Escribanía, 229B (informe del Juez sobre su residencia). C. Sigüenza y Góngora, Teatro de virtudes políticas que constituyen a un príncipe; advertidas en los monarcas antiguos del mexicano imperio, con cuyas efigies se hermoseó el Arco Triunfal que la muy noble, muy leal, imperial ciudad de México erigió para el digno recibimiento en ella del Excelentísimo Señor Virrey Conde de Paredes, Marqués de la Laguna, etc. Ideólo entonces y ahora lo describe [...], Catedrático propietario de Matemáticas en su Real Universidad, México, 1680 [reed. en Obras históricas de Carlos de Sigüenza y Góngora, México, Porrúa, 1960 (2.ª ed.), págs. 225-361]; M. Rivera Cambas, Los gobernantes de México, t. I, México, 1872-1873, págs. 252-260; A. de Robles, Diario de sucesos notables (1665-1703), México, Porrúa, 1946, 3 vols.; J. I. Rubio Mañé, Introducción al estudio de los virreyes, México, Universidad Nacional Autónoma, 1959, 4 vols.; L. Hanke (ed.), Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la Casa de Austria: México, t. V, Madrid, Atlas, 1978, págs. 91-92. |
Virreina. María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga (1649 - 1729) fue virreina de Nueva España de 1680 a 1686 junto con su esposo Tomás de la Cerda y Aragón, III Marqués de la Laguna de Camero Viejo. Ella, además, era princesa de la casa de Mantua Gonzaga-Guastalla y XI condesa de Paredes de Nava. Fue amiga, protectora y mecenas de sor Juana Inés de la Cruz. Biografía Nacida en Paredes de Nava el 17 de abril de 1649, fue hija de Vespasiano Gonzaga y Orsini (1621-1687), iv duque de Guastalla, príncipe de Molfetta, capitán general del Mar Océano y Costas de Andalucía, gentilhombre de cámara con ejercicio de Felipe IV y de Carlos II de España, y virrey de Valencia, y de María Inés Manrique de Lara, x condesa de Paredes de Nava, señora de Bienservida, Villapalacios, Villaverde de Guadalimar, Riópar y Cotillas, administradora de la encomienda de Castrotoraf en la Orden de Santiago y dama de la reina Isabel de Francia. Como dama de la reina Mariana de Austria, casó en la capilla del Real Alcázar de Madrid el 10 de noviembre de 1675 con Tomás de la Cerda y Aragón, iii marqués de la Laguna de Camero Viejo, comendador de la Moraleja en la Orden de Alcántara, del Consejo y Cámara de Indias, capitán general del Mar Océano y Costas de Andalucía y 28º virrey de Nueva España. Heredó los títulos y señoríos de su madre, y fue camarera mayor de la Reina madre. En 1680, el cabildo encomendó dos arcos triunfales para la llegada de los marqueses de la Laguna de Camero Viejo - los nuevos virreyes - a la Ciudad de México. El primero, en la iglesia de santo Domingo, estuvo a cargo de Carlos de Sigüenza y Góngora. El segundo, en la catedral, fue el Neptuno alegórico de sor Juana Inés de la Cruz, quien compara al nuevo virrey con Neptuno y a su esposa, María Luisa, con Anfítrite, la diosa del mar. Fue amiga y mecenas de sor Juana Inés de la Cruz. Sor Juana presentó su obra de teatro "Los empeños de una casa" para María Luisa y su esposo, así como tal vez, para el arzobispo Francisco de Aguiar y Seijas. En la obra sor Juana incluye varias letras en honor a María Luisa como "Divina Lysi". El 5 de julio de 1683 nació en México su único hijo, José María de la Cerda y Manrique de Lara (1683-1728), al que sor Juana también dedicó poemas. Lo bautizó el 14 de julio de 1683 el arzobispo Francisco de Aguiar y Seijas en la catedral de México. Heredó los títulos y señoríos de sus padres, siendo iv marqués de la Laguna de Camero Viejo y xii conde de Paredes de Nava. Publicó el libro de poemas de sor Juana "Inundación Castálida" en 1689 en Madrid. El segundo tomo se publicó unos años después en Sevilla. Falleció en Milán el 3 de septiembre de 1721. Poemas de sor Juana dedicados a María Luisa Sor Juana le dedicó varios poemas a María Luisa. Así como a Leonor Carreto le decía "Laura" en los poemas que le dedicaba, a doña María Luisa le decía "Lysi" (así como Quevedo le escribía a otra "Lisi").
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Aguiar Seijas y Ulloa, Francisco de. Betanzos (La Coruña) p. s. xvii – México, 14.VIII.1698. Arzobispo. El más ilustre prelado gallego que ocupó la sede arzobispal de México nació en Betanzos a comienzos del siglo xvii. Se trasladó niño a Santiago como paje del arzobispo. Fernando de Andrade quien, conmovido por su afición a la lectura, le concedió un beneficio simple con el que poder sufragar sus estudios realizados primero en el Colegio de Santiago Alfeo (Santiago) en el que llegó a catedrático de Filosofía y luego en el de Cuenca (Salamanca), al finalizar los cuales consiguió la canonjía de lectoral en la catedral de Astorga, de donde pasó a la de Santiago para ocupar el puesto de canónigo penitenciario. En 1677 Carlos II lo promueve como obispo de Michoacán hacia donde se embarca en junio de 1678. Permaneció al frente de esta diócesis hasta 1682, año en el que es promovido como arzobispo de México, la máxima jerarquía de la Iglesia novohispana haciendo su entrada en la capital de la archidiócesis y del virreinato el 25 de julio, festividad del Apóstol Santiago al que toda su vida manifestó gran devoción. Se conoce la actividad pastoral del arzobispo gracias a Antonio de Robles, autor de un Diario de sucesos notables (1665-1703) quien enumera los numerosos viajes del prelado por el extensísimo territorio de su archidiócesis. Le cupo a este arzobispo la honra de poner la primera piedra de la iglesia nueva de Guadalupe en marzo de 1695. Eran famosas sus limosnas que con regularidad se entregaban en los hospitales y hospicios de pobres cada semana y que ascendían a la cantidad anual de cien mil pesos además de veinte fanegas de maíz diarias. Entre lo que se distribuía en las casas de acogida y las limosnas entregadas en el propio palacio arzobispal se daba una cantidad superior a las rentas anuales de la mitra. Sustentaba casi en exclusiva a su cuenta el Hospital de los Betlemitas, una casa para mujeres locas, dos casas de recogimiento para mujeres y otra para doncellas pobres Dedicando los recursos de una de las sedes más ricas de la cristiandad a las actividades caritativas el arzobispo vivía en pobreza extrema. En cierta ocasión lo visitó el virrey y lo encontró sentado en una caja de madera pues hasta de los muebles se había deshecho para entregar su valor a los pobres. La otra cara de esta manifestación de caridad eran las críticas que le hacían ciertos viajeros quienes culpaban a tanta generosidad de la abundancia de vagos y pícaros que proliferaban en la capital virreinal por la facilidad para obtener limosnas y la abundancia de las mismas. El arzobispo no sólo practicaba la caridad sino que además atormentaba su cuerpo con disciplinas, cilicios y prolongados ayunos, lo que provocó un deterioro progresivo de su salud. Falleció en México el 14 de agosto de 1698 en la mayor pobreza, hasta el punto de que sus honras fúnebres y su posterior sepultura en la capilla de San Felipe de Jesús en la catedral metropolitana debieron ser pagadas a expensas de su sobrino Francisco Parcero. En 1739 se abrió el proceso informativo para su beatificación. Bibl.: J. de Lezamis, Breve relación de la vida y muerte del Ilmo. y Rvdmo. Sr. Doctor D. Francisco de Aguilar y Seixas que está en la vida del Apóstol Santiago el Mayor, México, Imprenta de Doña María de Benavides, 1699; A. de Robles, Diario de sucesos notables (1665-1703), 3 vol. México, ed. Porrúa, 1946; G. F. Gemelli Carreri, Viaje a la Nueva España, México, UNAM, 1976; L. Gómez Canedo, Los gallegos en el Gobierno, la Milicia y la Iglesia en América, Santiago, Xunta de Galicia, 1991. |