Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Katherine Alejandra Del Carmen Lafoy Guzmán;Francia Marisol Candia Troncoso; Maria Francisca Palacio Hermosilla;
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Memorias literarias de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras |
Tomo primero dedicado a el Rey N.S. Memorias literarias de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras : tomo primero dedicado a el Rey N.S. Analíticas: Mostrar analíticas Publicación: En Sevilla : por D. Joseph Padrino y Solis, Impresor de dicha Real Academia, 1773 Antep. Port. con grab. calc.: "Minervae Baeticae" Error de pág., repetida la secuencia 303-304 Cabeceras, capitulares y remates xil. Ilustración: Las h. de grab. calc., algunas pleg., inscripciones sobre piedras de Sevilla y un mapa: "Lo delineo Dn Sebastian Antonio de Cortes, Lo gravó Man. Lopez de Palma..." Las il. grab. calc.: "Gordillo sculp.", retrato de Carlos III |
Real Academia Sevillana de Buenas Letras |
La Real Academia Sevillana de Buenas Letras es una institución dedicada al fomento y la divulgación de las ciencias humanas. Fundada en 1751, tiene su sede en la casa de los Pinelo de la ciudad de Sevilla (Andalucía, España). Historia Fue fundada en 1751 en la casa del sacerdote y catedrático Luis Germán y Ribón. Hubo dieciséis miembros fundadores, entre los que además de Luis Germán y Ribón estuvieron los sacerdotes Francisco Lasso de la Vega, José Cevallos, Diego Alejandro de Gálvez y José Narbona. Fue creada como una organización para el conocimiento y la divulgación, sobre todo en los distintos campos de las humanidades: historia, cronología, geografía, geohistoria, griego, latín, hebreo, lingüística, crítica literaria, filosofía y pedagogía. Su estatuto fue aprobado por el Consejo de Castilla el 22 de abril de 1752. El 18 de julio de ese año, Fernando VI la puso bajo su protección, dándole el título de real y concediéndole su escudo: un olivo con el lema Minervae Baeticae. En 1752 se les concedió como sede la sala Cantarera del Alcázar. Tras el terremoto de Lisboa de 1755, la sala quedó en mal estado, por lo que se trasladaron a la casa del entonces presidente de la academia, Francisco de Céspedes. En 1761 pudieron regresar a la sala del Alcázar. A finales del siglo xviii y comienzos del xix la organización disminuyó. En 1807 su sede sufrió un incendio. En 1810, con la invasión francesa de Sevilla, la sede fue ocupada y la organización fue disuelta. En 1820 el académico Manuel María del Mármol volvió a fundarla, contando con los antiguos miembros. La organización se reunía en la iglesia de la Anunciación, de la Universidad de Sevilla. En 1821 se trasladaron a la iglesia del antiguo Colegio de San Hermenegildo. En 1825 se trasladaron a una sala del hospital del Espíritu Santo. En 1835 el gobierno les cedió la iglesia del antiguo convento de San Alberto. En 1842 el rey les cedió nuevamente la sala Cantarera del Alcázar. En 1848 se trasladaron al antiguo Colegio del Santo Ángel, que compartieron con la Sociedad Sevillana de Amigos del País. En 1850 se trasladaron al antiguo Colegio de San Gregorio, que compartieron con la Real Academia de Medicina. Tras casi cincuenta años en este lugar, se trasladaron al Museo de Bellas Artes de Sevilla, que fue el antiguo convento de la Merced. Finalmente, en 1979 se trasladaron a la casa de los Pinelo, que comparten con la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría. Entre 1976 a 2011 la academia y la editorial Rialp concedieron el Premio Florentino Pérez Embid, que conllevaba la publicación de la obra galardonada en la colección Adonais. La academia y la Real Maestranza de Caballería de Sevilla publican el boletín anual Minervae Baeticae. Boletín de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. En 2012 la academia y la maestranza crearon el Premio Cultura y Nobleza: Mecenazgo, Obra Social y Coleccionismo, a la investigación de humanidades sobre países que hayan tenido una relación histórica con España. En 2001 el Ayuntamiento de Sevilla le otorgó la Medalla de la Ciudad. |
Heinrich Theodor Böll |
(Colonia, 1917 - Langenbroich, 1985) Escritor alemán, premio Nobel de Literatura en 1972. Hijo de un escultor, terminada la escuela inició su aprendizaje como librero. En 1938-1939 tuvo que prestar el servicio de trabajo. Concluido éste, comenzó a asistir a la universidad, pero desde el verano de 1939 hubo de servir en el ejército hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial y estuvo prisionero en un campo estadounidense en el este de Francia. En 1945 volvió a Colonia, donde estudió lengua y literatura alemanas, al tiempo que trabajaba en una ebanistería, y en 1947 empezó a publicar en prensa y a escribir dramas radiofónicos. Desde 1951 se dedicó a escribir y traducir y pasó largas temporadas en Irlanda. La escritura de Heinrich Böll está marcada por su experiencia como soldado y, después, por la reconstrucción de Alemania enmarcada en el enfrentamiento Este-Oeste y el predominio conservador. Católico profundo y militante, criticó con dureza a las instituciones, muy especialmente a las eclesiásticas, en una firme defensa de las minorías y de los valores humanos. A una primera etapa creativa, en la que hizo una "literatura de guerra, ruinas y retorno a la patria", según declaraciones propias, se adscriben una serie de relatos y novelas breves que evocan la atroz experiencia del conflicto bélico y las penurias de la posguerra inmediata. El tren llegó puntual (1949), su primer relato, se enfrenta ya con el absurdo de la guerra: un soldado de permiso cree, en el momento de volver al frente, que pronto morirá, y resulta sin embargo el único superviviente de su grupo. En el relato se emplea la técnica de plano amplio y la elisión, propios de la narrativa norteamericana, para retratar el ambiente bélico. En la novela Y no dijo una sola palabra (1953), un hombre, perdidas las referencias por la guerra y la posguerra, es arrancado de su letargo y devuelto a casa por la separación provocada por su mujer. Plantea así la visión católica de la indisolubilidad del matrimonio y de la autodestrucción por la falta de ataduras. Se aprecia en esta obra la influencia de Ernest Hemingway y James Joyce en la precisa observación, la objetividad del lenguaje, la densidad expresiva y la repetición de palabras como recurso musical. La novela Casa sin amo (1954) describe las miserias de un niño de once años huérfano de padre, los problemas de la vida familiar de posguerra y el mundo de los adultos desde el punto de vista del niño, mediante rasgos tanto de severa crítica social como grotescos y satíricos. El relato El pan de los años jóvenes, por su parte, cuenta la redención del narrador con respecto al materialismo de la época por un amor de posguerra. Billar a las nueve y media (1959), otro de sus títulos más significativos de aquellos años, intenta simbolizar, a través de la historia de una familia renana durante tres generaciones, el destino histórico de Alemania en la primera mitad del siglo XX. A partir de los años sesenta parece iniciar una nueva etapa caracterizada por un mayor compromiso con lo que él llamó "estética de lo humano", a favor de la libertad individual y contra cualquier forma de poder o imposición manipulados por una sociedad competitiva y alienante. El tono humorístico-grotesco, presente ya en el volumen de relatos Los silencios del Dr. Murke y otras sátiras (1958), gana terreno y virulencia en una de las novelas más populares de Heinrich Böll: Opiniones de un payaso (1963), cuyo protagonista, hijo de un magnate renano, acaba integrándose en la galería de personajes marginales, rechazados e incomprendidos que pueblan buena parte de su narrativa. Tras ella aparecieron dos grandes títulos novelescos de su período de madurez: Retrato de grupo con señora (1971), donde el candor y la ingenuidad individuales se enfrentan al convencionalismo hipócrita del entorno social, y El honor perdido de Katharina Blum (1974), lúcido alegato contra el clima de violencia antidemocrática imperante a la sazón en Alemania y contra los abusos de la prensa sensacionalista, formulado por un Böll que se atrevió a publicar Ulrike Meinhof. Un artículo y sus consecuencias (1975), en defensa de la joven integrante de la banda terrorista Baader-Meinhof, y no vaciló en brindar hospitalidad a Alexander Solzhenitsyn tras su expulsión de la U.R.S.S. En torno al tema del terrorismo y la inseguridad ciudadana se articula asimismo Asedio preventivo (1979), novela a la que siguieron El legado (1982), La herida (1983) y, póstumamente, Mujeres ante un paisaje fluvial (1985), ambientada en la ciudad de Bonn. De su vasta producción crítica y ensayística dan testimonio numerosos títulos, entre los que cabe destacar Artículos, críticas y otros escritos (1967) y Más allá de la literatura, ensayos políticos y literarios (1979). En 1972 le fue concedido el premio Nobel de Literatura. Junto con Günter Grass, Siegfried Lenz y Uwe Johnson, con los que comparte su posición prominente, Heinrich Böll es considerado uno de los mejores narradores alemanes de la posguerra. Heinrich Böll expresó en su obra narrativa el desasosiego que le produce una sociedad marcada por la incomprensión y fanatizada por el peso de las ideologías y los presupuestos morales. Frente a ella, se yerguen los protagonistas de sus novelas: seres siempre desvalidos, a quienes esa sociedad aplasta de una manera tan cruel como arbitraria, en nombre de principios abstractos que se convierten en algo inhumano y carente de sentido. La aplicación de estos principios constituye para ellos una singular versión del destino que aciertan a percibir, pero no a comprender. Las doctrinas políticas, la religión, la opinión pública, las reglas externas de moralidad, se transforman en manos de la masa en armas que destruyen a las criaturas sencillas. Böll aboga por la solidaridad entre los seres humanos, por la autenticidad de las relaciones más allá de toda norma positiva. Así entiende él la religión católica que profesa, cosa que no le impide criticar lo que de excluyente puedan tener determinadas actitudes de los católicos. Pero la denuncia que plantea alcanza también a toda una sociedad cómplice del nazismo que se oculta vergonzosamente tras aparatosas manifestaciones de civismo. Un mundo obsesionado por el poder, la eficacia o el dinero, que olvida los aspectos verdaderamente esenciales del ser humano. |
Discurso de Heinrich Böll al recoger el Premio Nobel de Literatura de 1972. |
«Señor ministro presidente, querida señora Palina, damas y caballeros: Con motivo de una visita a la República Federal Alemana, Su Majestad el Rey de Suecia detuvo su experta mirada en los estratos acumulados a despecho de veleidades, de los cuales procedemos y sobre los cuales vivimos. Esta tierra no es virginal ni, en modo alguno, inocente, y jamás ha llegado a lograr la paz. Este codiciado país a orillas del Rin, habitado por hombres ambiciosos, ha tenido numerosos soberanos y por ello ha visto muchas guerras. Guerras coloniales, nacionales, regionales, locales, confesionales y mundiales. Ha visto matanzas organizadas, persecuciones y ese incesante ir y venir, tanto de los que marchaban, expulsados, a otras tierras, como de los que volvían arrojados de cualquier país. Y que allí se hablara alemán era algo demasiado evidente para tener que demostrarlo dentro o fuera. Esto, lo hicieron otros a quienes no satisfacía la «d» suave sino que exigían una «t» fuerte: Teutsche (1). A lo largo del camino que uno va recorriendo desde los estratos de la pretérita caducidad hasta el fugaz presente, no hay más que violencia, destrucción, dolor y errores. Pero ni los escombros ni las ruinas, ni los movimientos de Este a Oeste, y al contrario, lograron lo que después de tanta historia, de demasiada historia, se podría haber esperado: la tranquilidad; probablemente porque nunca se nos dio la oportunidad; para unos éramos demasiado occidentales, para otros no bastante occidentales; para unos demasiado profanos, para otros no bastante profanos. Todavía reina la desconfianza entre los alemanes que desean justificarse como si la combinación Alemania y Occidente fuera tan sólo un engaño de la nación que mientras tanto ha dejado ya de ser sagrada (2). Y sin embargo, se debería dar por seguro que si este país jamás debía haber tenido arrebato alguno, estaba situado allá por donde fluye el Rin. El camino hacia la República Federal fue muy largo. También yo escuché en el colegio cuando era chico el proverbio deportivo: la guerra es el padre de todas las cosas; al mismo tiempo oía decir en el colegio y en la iglesia que los pacíficos, los mansos y los humildes poseerían la Tierra de promisión. Hasta el final de sus días, no se libera uno de la mortal contradicción que promete a unos el cielo y la tierra y a otros solamente el cielo, y esto en un país en que también la Iglesia pretendía, lograba y ejercía el dominio hasta nuestros días. El camino hasta aquí ha sido un camino largo para mí, que, como tantos millones, al regresar de la guerra, no poseía mucho más que las manos en el bolsillo, y lo único que me distinguía de los otros era mi pasión por querer escribir, escribir de nuevo. Esto me ha traído hasta aquí. Permítanme que no acabe de creer del todo el hecho de que me encuentre aquí, al mirar hacia atrás y ver al joven que después de una larga persecución y un largo camino volvió a una patria perseguida; que escapó, no solamente a la muerte, sino también al ansia de morir: fui liberado y superviviente; la paz -yo nací en 1917- era solamente para mí una palabra, ni objeto de evocación ni un talante; República no era una palabra extraña, sino solamente un recuerdo desvanecido. Yo aquí debería dar las gracias a muchos autores extranjeros que se convirtieron en libertadores, liberando lo extraño que por su esencia quedaba relegado a la singularidad de su encierro. El resto fue la conquista del lenguaje en esta vuelta al material, a este puñado de polvo que parecía estar delante de la puerta y que. sin embargo, tan difícil fue de captar y de comprender. También quisiera agradecer los muchos alientos que me han dado los amigos y críticos alemanes, y también las tentativas de desaliento, pues de todo se ofrece sin la guerra, pero nada, así lo creo yo, sin oposición. Estos veintisiete años han sido un largo camino, no solamente para el autor, sino también para el ciudadano, a través de un espeso bosque de «índices» (3) que procedían de la maldita dimensión de lo propio, dentro de la cual las guerras perdidas se convierten en guerras propiamente ganadas. Muchos de estos índices eran severamente agresivos y tenían su punto de mira en y dentro de sí mismos. Recuerdo con temor a mis predecesores alemanes que, dentro de esta maldita dimensión de lo propio, ya no debían ser alemanes. Nelly Sachs, salvada por Selma Lagerlöf, sólo a duras penas librada de la muerte; Thomas Mann perseguido y desterrado. Hermann Hesse ausente de la dimensión de lo propio, que, cuando aquí fue honrado, hacia tiempo que ya no era súbdito alemán. Cinco años antes de mi nacimiento, hace sesenta años, estuvo aquí el último Premio Nobel alemán de Literatura que murió en Alemania, Gerhart Hauptmann. Él vivió los últimos años de su vida en una variante de Alemania a la cual, a despecho de algunas incomprensiones, no pertenecía. Yo no soy un alemán propio ni he dejado de serlo propiamente; soy alemán; la única prueba válida que nadie me ha de extender ni prorrogar, es el idioma en el cual escribo. Como tal, como alemán, me alegro de este gran honor. Doy las gracias a la Academia sueca y al país sueco por esta distinción, que seguramente no sólo vale para mí, sino también para el idioma en el cual me expreso y para el país del que soy ciudadano». Notas: (1) Usado por los racistas nazis en vez de la palabra Deutsche (alemanes) subrayando de esta manera su procedencia teutónica. (2) Se refiere al «Sacro Imperio Romano de la nación alemana», bajo Carlomagno. (3) En el sentido de índice levantado en señal de amonestación. |
Cien años del nacimiento de Heinrich Böll. Por Programa Bibliotecas para Armar - diciembre 21, 2017 Hoy se conmemoran cien años del nacimiento del gran escritor alemán Heinrich Böll. Opositor al partido nazi, no pudo evitar ser reclutado y participar de la Segunda Guerra europea. Cuando se restableció la paz, se dedicó a la escritura y a apoyar reclamos anti bélicos. Ganó el Premio Nobel de Literatura en 1972. Fue defensor de la libertad de expresión, se afilió al Partido Verde, y condenó la intromisión norteamericana en la Nicaragua sandinista. Libro de Arena lo recuerda compartiendo su cuento "Los niños también son población civil", al que acompaña un comentario de María Pía Chiesino. También los niños son población civil
El centinela me contempló despreciativo: -Seguro que es la primera vez que te hieren, si no ya sabrías que los heridos también son pacientes, y ahora vete ya. Pero yo no podía comprenderlo:
La nieve caía silenciosa en los enormes charcos del oscuro patio de la escuela, la niña seguía allí, paciente, y repetía en voz baja: “Pahteleh… pahteleh…”.
Me volvió a mirar despreciativo:
Intenté salir sin más pero el centinela me agarró por la manga y se puso furioso:
Me quedé todavía medio minuto en medio de la nevada y vi cómo los copos blancos se volvían lodo: todo el patio de la escuela estaba lleno de charcos, y en medio de ellos se veían pequeñas islas blancas como azúcar en polvo. De repente vi que la preciosa niña me hacía una seña con los ojos y aparentemente indiferente se iba calle abajo. La seguí por la parte interior del muro. “Maldita sea”, pensaba, “¿seré verdaderamente un paciente?”. Y entonces vi que había un pequeño agujero en el muro, al lado del urinario, y delante del boquete estaba la niña con los pasteles. El centinela no nos podía ver aquí. “El Führer bendiga tu respeto a las ordenanzas”, pensé. Los pasteles tenían un aspecto magnífico: los había de castaña y de crema de mantequilla, roscas de levadura y nuégados en los que brillaba el aceite. -¿Cuánto cuestan? -le pregunté a la niña. Sonrió, me presentó la cesta y me dijo con su vocecita fina: -Trehmarcohcinquentacá’uno. -¿Todos? -Sí. La nieve caía sobre su delicado pelo rubio y lo espolvoreaba con un fugaz polen plateado, su sonrisa era sencillamente encantadora. La oscura calle detrás suya estaba completamente vacía y el mundo parecía muerto… Tomé una rosca de levadura y la probé. Sabía riquísima, estaba rellena de mazapán. “Ajá”, pensé, “por eso son tan caras como los demás”. La niña sonrió: -¿Bueno? -preguntó-, ¿bueno? Asentí. El frío no me importaba. Tenía la cabeza reciamente vendada y me parecía a Theodor Körner. Probé además un pastel de crema de mantequilla dejando que aquella materia deliciosa se derritiese despacio en mi boca. Y una vez más se me hizo agua la boca… -Ven -le dije en voz baja-, me los quedo todos, ¿cuántos tienes? La niña empezó a contarlos cuidadosamente con un dedo pequeño, delicado y un poquito sucio, mientras yo devoraba un nuégado. Todo estaba muy silencioso y casi me parecía como si en el aire se meciesen suavemente los copos de nieve. La niña contaba despacio, se equivocó un par de veces, y yo seguía allí de pie, completamente tranquilo, y me comí dos pasteles más. Luego alzó de repente sus ojos hacia mí, tan terriblemente verticales que sus pupilas estaban por completo arriba y el blanco de sus ojos era azulenco como leche desnatada. Gorjeó alguna cosa en ruso, pero me encogí de hombros sonriendo y entonces se agachó y con su dedito sucio escribió un 45 en la nieve. Añadí los cinco que ya me había comido y le dije: -Dame también la cesta, ¿sí? Asintió y me pasó la cesta con mucho cuidado a través del boquete; yo le pasé dos billetes de cien marcos. Dinero teníamos de sobra, por un abrigo pagaban los rusos setecientos marcos y en tres meses no habíamos visto sino lodo y sangre, un par de putas y dinero… -Ven mañana otra vez, ¿sí? -le dije en voz baja, pero ya no me oía, se había escabullido muy ágil y cuando metí tristemente mi cabeza por el boquete ya había desaparecido y sólo veía la silenciosa calle rusa, melancólica y completamente vacía: las casas de tejados planos parecían irse cubriendo poco a poco con la nieve. Mucho tiempo estuve así, como un animal que mira con ojos tristes desde detrás de la cerca, hasta que me di cuenta de que mi cuello comenzaba a agarrotarse y metí de nuevo la cabeza en el redil. Y recién entonces olí que en ese rincón hedía espantosamente, a urinario, y los lindísimos pastelillos estaban todos cubiertos por la nieve como con una tierna capa de azúcar. Cansado, levanté la cesta y me dirigí a la casa, no sentía frío, me parecía a Theodor Körner y hubiese podido permanecer una hora más en la nieve. Me fui porque tenía que ir a alguna parte. Se tiene que poder ir a alguna parte, se tiene que poder. No se puede quedar uno quieto y dejarse helar. A alguna parte se tiene que poder ir, aunque esté uno herido, en una tierra extranjera, negra, muy oscura… Lo habitual cuando pensamos en la literatura de Heinrich Böll, es recordar su novela más célebre, Opiniones de un payaso. La tristísima historia de Hans Schnier, que abandonado por su mujer se dedica a criticar la hipocresía católica que lo alejó de ella, y a sobrevivir lo mejor que puede en la Bönn de posguerra. Pero además de ser un gran novelista, Böll fue un extraordinario autor de cuentos y de micro-cuentos. Algunos, como El reidor, bordean el absurdo. Otros, como El canalón, son conmovedoras representaciones de la necesidad que tienen los personajes de retomar la cotidianeidad previa a la guerra, hasta en el detalle del ruido que hace un caño de chapa suelto contra la pared. En menos de una carilla, los lectores asistimos a una extraordinaria escena que remite a los años perdidos en la guerra, nos presenta el amor como intento de reconstrucción personal, y nos muestra la inevitable y tremenda tristeza de los protagonistas. En “También los niños son población civil”, el cuento que elegimos para compartir con los lectores de Libro de Arena, nos conmueve la necesidad del narrador de salir de su situación de herido de guerra. El personaje es parte del ejército alemán que ocupa Rusia, y encuentra en la nena que vende pasteles, una posibilidad de que la realidad de muerte que los rodea cambie de signo, aunque sea durante la brevedad del momento en el que come un dulce. Tiene la cabeza vendada, y conserva el humor, como advertimos cuando se refiere a su parecido con el presidente austríaco Theodor Körner. Quizá ese humor sea parte de lo que necesita para sentir que conserva rasgos de humanidad, en medio de una realidad horrible. Es por cierto, brutal, la discusión con el centinela en la que aparece la frase que da título al relato. Es brutal porque está nevando y hay una criatura que necesita vender dulces para comer. Es brutal porque desde lo discursivo, se incluye a la niñez en el terreno del enemigo, y se la desplaza de su condición de víctima inocente de todas las guerras. Y es brutal porque además, el centinela intenta que ese soldado herido, que no sabemos si regresará vivo a Alemania, disfrute de comer un pastel, algo que acaso sea uno de los últimos placeres de su vida. El centinela resulta burlado, la niña vende sus dulces y el herido disfruta. La situación es tan placentera, que tarda en percibir el olor desagradable que lo rodea. Como todo lo bueno, el placer dura poco. El soldado decide volver a entrar en la casa con los pasteles. Apenas unos metros lo separan de un techo pero está desorientado. Porque esa pérdida total de referencias no tiene que ver con lo geográfico. Tiene que ver con el horror de la guerra en la que hasta la infancia es asociada al enemigo. Tiene que ver quizá, con ser parte de un ejército de ocupación, y saber que está en un país al que nadie lo invitó y en el que nadie lo quiere. Tiene que ver, finalmente, con la necesidad que acaso sienta de volver a la casa de su infancia, en la que alguna vez fue un chico, y no “población civil”. En la que habría personas que se ocupaban de que no se helara bajo la nieve vendiendo comida. No sabe adónde, pero cualquier lugar es mejor que ese. Y así lo dice: ”Se tiene que poder ir a alguna parte, se tiene que poder…” |
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