Bibliotecas y mi colección de libros

Lema

Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

miércoles, 21 de septiembre de 2016

336.-Ex Libris de personajes de la historia; Los Sofer. a



Ex Libris de personajes de la historia.




"Este libro es mío."


Ex libris de Benito Mussolini


Los ex libris son esas pequeñas etiquetas que se colocan en el reverso de la cubierta de los libros para indicar quién es su propietario. Surgieron hace unos 500 años y hoy su vigencia está asegurada por grabadores y coleccionistas.

Ex libris de Adolfo Hitler

Como una marca de posesión: así nacieron los ex libris cuando todavía no tenían denominación ni forma ni uso extendido, y el faraón Amenofis III ya insertaba pequeñas placas de barro cocido con su nombre en cajas repletas de rollos de papiros para que supiéramos (como lo sabemos hoy, gracias a que una de esas vanidosas placas se conserva en el Museo Británico de Londres) que esos rollos eran suyos, suyos, suyos. 
Sólo la invención de la imprenta, en 1440, y la consiguiente multiplicación de las bibliotecas les dieron, desde el siglo XV, cierta popularidad, que de todos modos no fue demasiada: sólo los señores de familias poderosas tenían sus ex libris con motivos heráldicos para indicar la pertenencia del libro, ya no a una persona, sino a todo un linaje de gente muy leída. 
Desde entonces, y hasta los años 40 del siglo pasado, las cosas funcionaron bien para los ex libris: muchos los usaban, otros tantos los coleccionaban, y varios vivían de producirlos. Desde Durero hasta Dalí, pasando por Escher, Klimt y Goya, los artistas diseñaron ex libris para personas notorias y no tanto. Firmas como Dickens, señoras como Gloria Swanson, actores como Charles Chaplin y seres como Benito Mussolini tuvieron el suyo. 
Pero desde entonces las cosas han cambiado y, como resultado de estos cambios, muchos lectores habrán llegado hasta aquí sin la menor idea de qué cosa se oculta detrás de esa expresión latina que significa "este libro es de". 
Ex libris de Goering


Al pie de la regla .

Por definición, un ex libris es una etiqueta de papel que se pega en el reverso de la tapa de un libro para determinar quién es su dueño. Pero es también, y sobre todo, un pequeño trozo de arte encerrado en un corset de reglas estrictas cuyo mantra principal es "trece por trece": por encima de eso, nada; por debajo de eso, todo. 
–Si mide más de trece por trece, no es un ex libris. Si no dice ex libris, no es un ex libris. Si no está dedicado a una persona viva o institución, no es un ex libris. Si... 
El grabador Osvaldo Jalil, director de la sociedad de grabadores Xylon Argentina, recita el corral de reglas dentro del cual cualquier exlibrista o aspirante debe moverse. Jalil empezó a interesarse por los ex libris hace quince años, y es uno de los fundadores de Gadel –Gente Amiga Del Ex Libris– asociación encuadrada dentro de Xylon. 
–Un ex libris tiene reglas claras. La alegoría, que es la imagen, debe resumir la personalidad del destinatario. Para llegar a esa alegoría, a esa síntesis, el artista tiene que tener información de la persona a la que se lo hace: sus gustos, algo que lo defina. Además, tiene que estar el nombre de la persona o la institución que lo va a usar, porque es para alguien que está vivo o en actividad: no podés hacerle un ex libris a Pablo Picasso o, si lo hacés, tenés que poner In memoriam Pablo Picasso. Y además tiene que estar la palabra ex libris, o "este libro es de" en español. Si se hace para una colección de libros eróticos o de medicina o de cocina o de música, se puede clasificar: ex libris erotici, ex musici...

Estas pautas están regladas por la Federación Internacional de Amigos de los Ex Libris (Fisae), que canaliza la fruición de todos aquellos cuyos corazones laten con más fuerza ante la resolución elegante de una situación compleja en un pequeño trozo de papel. Aunque se estima que hay unos 10.000 coleccionistas alrededor del mundo, reunidos en unas 40 asociaciones (Bookplate Society, en Inglaterra; Deutsche Ex Libris Gesellschaft, en Alemania; American Society of Bookplate Collectors and Designers, en Estados Unidos), en la Argentina el arte del ex libris todavía se practica en silencio y casi sin remuneración a cambio. 
–La edición de un ex libris sale más o menos doscientos pesos –dice Jalil–, pero más que trabajar para clientes particulares, se lo hace para algún coleccionista de Europa o de Estados Unidos que pide un ex libris y a cambio manda algunos de otros artistas. O se envía a concursos internacionales que organizan bibliotecas o entidades de exlibristas. Como el ex libris es un formato pequeño, es fácil enviarlo. Lo metés en un sobre y lo mandás.
Ex libris de Rey Juan Carlos de españa

Así, los principales motores del ex libris resultan ser los concursos internacionales (que pueden tener como tema un personaje histórico o el Quijote, o los pájaros o un pintor), y los coleccionistas, entre los que destellan algunos nombres, como Benoît Junod, Mario Da Mota Miranda, Vicente Sánchez Molto –que colecciona ex libris eróticos– o Mario de Filippis, italiano y dueño de un restaurante gourmet en Arezzo, Italia, llamado Buca di San Francesco. Mario tiene la mayor colección del mundo y envía mensualmente cientos de sobres repletos de arte en pequeño formato a sus amigos grabadores y coleccionistas. 
–Empecé a recopilar en 1978 –dice desde Italia– y mi colección está compuesta por cerca de 130.000 ex libris, que van desde el año 1600 hasta hoy, de los cuales 13.000 son míos, personales, realizados para mí por artistas de todo el mundo. 
El argentino Roberto Ferrari es coleccionista, pero aclara que su pasión son los libros, y que lo de los ex libris es una suerte de daño colateral. 
–Yo no me atrevería a pegarle jamás nada a un libro –dice–, y menos una etiqueta mía, pero me gustan como objeto de arte. Me interesa el grabador, me interesa el origen. Los colecciono desde hace unos veinte años, pero lo mío, antes que el ex libris, son los libros. Lo que hago sistemáticamente es buscar libros. Si dentro del libro viene un ex libris, bien. 
Francesc Orenes Navarro nació en Barcelona, donde vive, y dedicó toda su vida a la enseñanza del arte y el diseño en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Barcelona. Se dedica a los ex libris desde 1987, cuando defendió su tesis doctoral, que versó sobre este tema. Fue presidente de la Associació Catalana de Exlibristes, y hoy tiene en su colección alrededor de 20.000, clasificados por países de origen. 
–El ex libris es algo más que una marca de propiedad –dice–. Es, sobre todo, un signo de amor a los libros. Aunque es verdad que todo coleccionismo es una especie de obsesión, en el caso de los ex libris es el gozo de la visión de estas pequeñas obras de arte. Diría más: acostumbrados como estamos a ver obras en los museos que no se pueden tocar, con los ex libris sucede que los tenemos entre las manos, tenemos el placer de ver y de tocar. Lo más admirable de este arte es su carácter de poética visual, su capacidad de expresar conceptual y técnicamente, de una forma sintética, aquello que quiere decir. Los ex libris son el equivalente en arte de lo que es la poesía en el campo de las letras: un lenguaje esencialista. 
José Miguel Valderrama Esparza vive en España. Es dueño de una casa de indumentaria deportiva y coleccionista de ex libris desde 1999, cuando fue a una exposición celebrada en Sevilla por la Asociación Andaluza de Exlibristas. 
–A partir de entonces, inicié contactos con otras asociaciones europeas de exlibristas, y fui afianzando el deseo de poseer esas obras de arte en miniatura. Hoy debo poseer unos 6000 ejemplares realizados con diferentes técnicas. El coleccionismo de ex libris es consecuencia del amor a los libros. Yo, cuando voy a una librería de viejo, voy buscando libros, no ex libris. Y soy muy cuidadoso con mi colección. Nada más recibirlos, los introduzco en sobres de plástico neutro transparente, luego los pego sobre una cartulina blanca y los guardo en unas cajas archivo, catalogados algunos por temas y otros por artistas. 

Atados, pero libres.

Algunos de los nombres resonantes, entre los artistas europeos dedicados al ex libris, son el del monje español Oriol Diví, el del ruso Vladimir Zuev, el del lituano Alfonsas Cepauskas. En todo el mundo son casi inexistentes los artistas que se dedican solamente a esta disciplina, y aunque en Europa una edición de un centenar puede rondar los 500 dólares, en la Argentina no supera los 300 pesos. El exlibrismo nacional parece una actividad para los mismos de siempre: los que están dispuestos a hacerlo todo a pulmón. Marcelo Aguilar es grabador, profesor de la escuela de Bellas Artes de Quilmes y secretario de Xylon. 
–Me llamó la atención este símbolo de pertenencia, de abolengo, de decir: "Yo tengo mi libro". Yo veo un libro con un ex libris y me lo compro. Me interesa saber que ese libro estuvo en la biblioteca de determinada persona. El ex libris es la identidad del tipo, y ves cómo el grabador pensó la alegoría: "A ver qué le pongo a este tipo en el ex libris para que lo reconozcan". Y tiene otro atractivo: en una época en que el arte se comercializa, y hay tipos que dicen "Yo manejo tu obra", el ex libris no tiene ningún tipo de interés comercial. Y laburar en tamaño reducido es maravilloso. Trabajar en ese microcosmos... Es como un pequeño aleph... ahí tenés todo. 
Y todo quiere decir todo: hay ex libris que reúnen un río de figuras; otros en los que un gato erizado o una tetera resumen la personalidad del destinatario; otros con un universo complejo y abstracto de líneas chirriantes. Muchos surgen de la inspiración espontánea de los artistas o a pedido de personas determinadas, pero las convocatorias a concursos internacionales rozan temas desconocidos y, entonces, grabadores argentinos de Quilmes o Flores o La Plata sudan tinta intentando plasmar algo emocionante e informativo que resuma el espíritu de las aguas termales de Suiza, de una biblioteca de un pueblo de Polonia o de un prócer completamente escandinavo. 
–A veces se hace difícil –dice Fernando Polito, de Quilmes– porque son temáticas cerradas. De un país que uno no conoce, de una ciudad que uno no conoce, de unas aguas termales que uno no conoce, y uno se tiene que poner a investigar. 
Polito, además, se ha buscado una complicación que disfruta: su propia marca de fábrica es la inclusión, en cada uno de sus trabajos, de la argentinísima jarra pingüino. 
–Y es difícil de incluir, porque es bastante tosca. Pero intento meterla siempre. Es otro desafío más del pequeño formato. 
Desde La Plata, su colega Juan Bértola reconoce que es raro disfrutar como artistas en un ambiente tan cargado de reglas. 
–Porque uno está buscando la libertad de decir lo que le parece y de repente te sometés a esas reglas. Pero también está bueno, porque uno elige de quién hablar. Será que cuanto más atado estás más libre sos. 

La marca de tu nombre.

Eva Farji era estudiante de arte cuando llegó al taller de Jalil a aprender grabado, y terminó fanatizándose con el ex libris. Pasa las páginas de la carpeta donde guarda parte de su obra mientras dice que las librerías de viejo de Buenos Aires están repletas de tesoros ocultos para cualquier coleccionista. 
–Un ex libris dice mucho de la historia de un libro. Alguien lo puso, alguien quiso ese libro. En las librerías de usados encontrás cosas buenas. Hay bibliotecas enteras de escritores argentinos que se han vendido. Por ejemplo, la biblioteca de Federico Vogelius, el creador de la revista Crisis. Vas a una librería de viejo y el ex libris de él, que dice FV, está por todas partes. Con la biblioteca de Botana pasa lo mismo: está dispersa con sus ex libris por todas partes.En la Argentina, en los años 50, los editores españoles o descendientes de españoles emigrados, como Thor, tenían ex libris propios. Era un uso, una costumbre muy común. 
En un artículo publicado en la revista de Xylon, Farji recuerda que en 1920 la sección Cartas de Lectores de La Nacion publicaba a menudo misivas de exlibristas, y reproducía imágenes de ex libris con epígrafes explicativos. Por esos días, las discusiones acerca del tema eran encendidas y el señor Bourband, Mariano Barrenechea, don Fermín Carlos Yeregui o Manuel A. Bustelo describían ex libris y discutían acerca del nacimiento de éstos y de la conveniencia o inconveniencia de ciertos diseños para libros tradicionales o modernos. 
Por aquellos años, Miguel Olivera formaba parte de la Asociación Argentina de Exlibristas. 
–Yo tengo una colección de ex libris, un bargueño lleno –confiesa–. Tenía intercambio con los demás exlibristas, que eran muchos. Pero, claro, todo pasa. En los años 50 fueron furor los ex libris. Antes de eso, nadie sabía qué eran, y después de eso, se olvidaron completamente. Era como con las estampillas. Usted mandaba los que tenía y le respondían enviándole otros. Pero ahora la gente nueva creo que ni sabe lo que es. 
Para que la gente nueva sepa de qué se trata, hace poco la librería Capítulo 2 hizo diseñar dos ex libris: uno conmemorando la primera edición del Quijote y otro a los escribas del siglo XV en la figura del francés Jean Mielot. 
–Nos pareció que era bueno despertar cierta curiosidad en la gente por lo que era el ex libris –dice Ernesto Skideslky, dueño de la cadena–. Yo tengo una biblioteca relacionada con biografías de editores, historias de los libros... Me puse a investigar y vi que había sites de artistas argentinos del ex libris, y que nadie les daba mucha bolilla. Empecé a pensar en desarrollar algo así, y con cada libro empezamos a entregar un ex libris, colocamos carteles explicativos de qué es, cómo surgió. Porque cuando se los dábamos, la gente no entendía. Nos preguntaban si eran señaladores. 

Delicias del pequeño formato.

Si el ex libris nació como una marca de alcurnia y evolucionó en el siglo XVIII hacia el ex libris alegórico, fue en el siglo XX cuando se produjo una explosión, nacieron los coleccionistas, empezaron las primeras asociaciones y federaciones, así como la publicación de las primeras revistas referidas al tema, que hoy dan vuelta al globo en diversos idiomas: castellano, catalán, polaco, inglés, alemán. Y si en principio las únicas técnicas empleadas eran la xilografía o la calcografía, hoy se incluyen la litografía, la serigrafía, y aun la elaboración digital, a tal punto que un español, de nombre José Manzano, fanático de los ex libris con alegorías de búhos, creó una categoría nueva: ex webis, para referirse a ex libris que sirven para identificar páginas web. 
–Es un pequeño formato que permite hacer una obra de arte de una manera rápida –dice Eduardo Campelo, un grabador–. Un ex libris no es un dibujo con una leyenda, sino que ambas cosas tienen que relacionarse en armonía. Por eso a veces uno ve un ex libris que tiene un trabajo fabuloso de dibujo, pero le pusieron ex libris como de últimas, y eso no es un ex libris. Es una hermosa pieza de dibujo a la que se le agregó la inscripción "ex libris". 
En su taller de Flores, Marcela Miranda despliega su obra: pequeñas hojas sueltas que aletean sobre la mesa, paisajes urbanos, instrumentos musicales. Desde que empezó ya lleva unos 99 diseños originales: cada uno de los miembros de su familia y sus amigos tienen uno relacionado con sus gustos (un piano para su marido, músico; el perfil de una iglesia de Buenos Aires para una amiga creyente), y no cree que el ex libris sea un arte menor, aunque sea un arte de pequeño formato. 
–Para mí es igual de importante que todo lo que hago, y además es un arte muy complicado. Tenés que tener en cuenta a la persona que te lo pide, ver la tipografía, ver cómo resolvés lo de la letra, que la letra quede acorde con la imagen para que sea tan importante como la imagen pero que no cobre protagonismo, que no compitan entre sí. 
Julieta Warman tiene 30 años, es de La Plata, y le gusta este arte a contrapelo del mundo: un arte por encargo, pensado por un artista para una persona en particular. 
–Por eso me atrae tanto el tema de la alegoría del individuo al que se lo hacés. El ex libris es un objeto de arte que habla del individuo, y en este tiempo en el que todo es tan masivo, que un artista se ponga a hacer esto para una persona en particular o para una institución, me parece increíble. Pero también es una excusa para jugar libremente con un marco tan chiquito y la tipografía, la relación entre texto e imagen. Yo le estoy haciendo ex libris a un médico de La Plata, por ejemplo. El es médico, cirujano y anatomista, y en su ex libris aparecen un búho, como símbolo de la sabiduría; un libro; la hoja de la universidad, que es el roble; la pluma, una calavera, libros, una biblioteca, la serpiente de Esculapio. Es un trabajo de orfebre, minúsculo. 
Arte en pequeño formato. Nunca un arte menor.

 




 Son sus armas: En azur, un león de plata lampasado y coronado de oro, cargado del escusón de Bygaerden, que es de oro, con el jefe jaquelado de plata y sable.


El ducado de T'Serclaes es un título nobiliario español que goza de grandeza de España con antigüedad de 1705. Fue concesión de la reina Isabel II, por Real Decreto del 3 de junio de 1855 y Real Despacho del 3 de agosto de 1856, en favor de José María Pérez de Guzmán y Liaño, v príncipe de T'Serclaes de Tilly en Flandes, maestrante de Sevilla, senador vitalicio nombrado por dicha reina y su gentilhombre de cámara con ejercicio y servidumbre.
La citada reina creó la merced por conversión en título ducal y de Castilla del principado de T'Serclaes de Tilly, que había sido concedido en Flandes por el rey Carlos II el 22 de diciembre de 1693, en favor de Alberto Helfrido Octavio T'Serclaes de Tilly y Montmorency, capitán general de los Reales Ejércitos, maestre de campo general de Flandes, virrey de Navarra, Aragón y Cataluña, caballero del Toisón de Oro. Descendiente del general flamenco Juan T'Serclaes.
La grandeza de España fue concedida por el rey Felipe V al citado primer príncipe, en premio de sus méritos contraídos en la Guerra de Sucesión, mediante Real Decreto del 22 de julio de 1705 y Real Despacho del 14 de agosto del mismo año. Y quedó subrogada en el título ducal.

Los duques de T'Serclaes estuvieron muy vinculados a las ciudades de Sevilla y Jerez de los Caballeros, donde tuvieron sendos palacios. En uno y otro ubicaron sus bibliotecas el segundo duque, Juan Francisco, y su hermano gemelo Manuel Pérez de Guzmán y Boza, creado marqués de Jerez de los Caballeros. La importante colección de libros antiguos reunida por estos dos bibliófilos se dispersó después de sus días: la biblioteca del duque fue repartida en lotes entre sus herederos, y la del marqués la compró completa Archer Huntington, para su fundación de la Sociedad Hispánica de América, con sede en Nueva York, EE.UU..

 



                                                     SUPER- EX LIBRIS.




Ex libris del príncipe de Asturias de España.


Príncipe  de Asturias es el principal título que ostenta el heredero de la Corona de España.

Crónica del Viaje de SS.MM y AA.RR á las Provincias de Andalucía en 1862
Aristides Pongilioni y Fco. de P. Hidalgo
Published by Eduardo Cautier, Cádiz, 1863

 

Ex libris: Blason Armand, prince de Conti (1626 † 1666)






Corona de los Príncipes de la Sangre de Francia.

 Campo de azur, y tres Flores de Lis de oro, con la Bordura de gules

La denominación príncipe de sangre era un calificativo que recibían los príncipes de la Casa Real de Francia.

La expresión «príncipe de sangre» (en francés prince du sang) se impuso en el siglo XV para calificar a los miembros de los linajes descendientes de Luis IX de Francia que pertenecían a la casa real y eran aptos para suceder en el trono en caso de extinción del brazo reinante según la ley sálica. Este término sucede a las expresiones «príncipes de las flores de lis» (princes des fleurs de lys) y «príncipes de sangre de Francia» (princes du sang de France).
El primer príncipe de sangre, quien estaba primero en la orden de sucesión a continuación de la línea real, era llamado con la denominación específica de «Monsieur le Prince», su hijo mayor era conocido como «Monsieur le Duc».
Desde su creación existieron dos grandes linajes de príncipes de sangre a partir del siglo XV: los Valois y, sus sucesores, los Borbón.


El título de Príncipe de Conti (llamado así por Conti-sur-Selles, una pequeña población del norte de Francia situada aproximadamente a 32 kilómetros de Amiens) es un título nobiliario francés que perteneció a una rama menor de la Casa de Condé (que a su vez formó parte de la familia real francesa).
Este título fue originalmente otorgado a Francisco de Borbón, hijo del príncipe Luis I de Condé. Después de la muerte de Francisco, que falleció sin descendencia, el título pasó a Armando de Borbón, hijo del príncipe Enrique II de Condé.

Los príncipes de Conti fueron:

1581–1614: Francisco de Borbón (1558-1614), primer príncipe de Conti. A su muerte el título sufrió un interregno hasta 1629, en que le fue otorgado al nieto de su hermano Enrique, Armando de Borbón.
1629–1666: Armando de Borbón-Conti (1629–1666), II Príncipe de Conti.
1666–1685: Luis Armando I de Borbón-Conti (1661–1685), III Príncipe de Conti, hijo del anterior.
1685–1709: Francisco Luis de Borbón-Conti (1664–1709), IV Príncipe de Conti, apodado «el Gran Conti», hermano del anterior.
1709–1727: Luis Armando II de Borbón-Conti (1695–1727), V Príncipe de Conti, hijo del anterior.
1727–1776: Luis Francisco I de Borbón-Conti (1717–1776), VI Príncipe de Conti, hijo del anterior.
1776–1814: Luis Francisco II de Borbón-Conti (1734–1814), VII Príncipe de Conti, hijo del anterior.

 


Ex libris de Herman  Goering.












Antonio Allegri da Correggio, conocido como Correggio (Correggio, cerca de Reggio Emilia, agosto de 1489 - ibídem, 5 de marzo de 1534), fue un pintor italiano del Renacimiento, dentro de la escuela de Parma que se desarrolló en la corte de los Farnesio durante el apogeo del Manierismo en Italia.

Poco se sabe de su juventud. Nació probablemente en Correggio, pequeña localidad de la que tomó su sobrenombre, en torno a 1489. Parece ser que empezó a pintar en su localidad natal junto a su tío, que también era pintor, pero su arte empezó a destacar cuando marcha al importante centro artístico de Mantua. En la corte de los Gonzaga se hizo maestro, bajo la égida de Andrea Mantegna, que falleció allí en 1506. Prueba de la relación artística con este genio del Renacimiento son los frescos en la capilla funeraria de Mantegna en San Andrés de Mantua, y la Escena alegórica de 1508, donde la influencia del ductus mantegnesco es obvia tanto en las nubes de la parte superior derecha como en la figura de Mercurio contemplando a una desnuda joven durmiente. En esta obra también son patentes las influencias de Lorenzo Costa el Viejo en el colorido, de Leonardo da Vinci en los rostros risueños y de Melozzo da Forlì en la luz e ingravidez.

Respecto a su evolución estilística, hay que decir que comienza como un renacentista clásico que, por influencia manierista, acaba ejecutando un estilo dinámico y de gran profundidad espacial que anticipa al barroco. Su arte, con total certeza, ejerció una honda influencia sobre muchos aspectos de la pintura del siglo XVII e, incluso, se podría añadir que en algunos aspectos casi prefigura el Rococó.

La escasez de datos sobre Correggio alimentó la creencia de que se trató de un genio "hecho a sí mismo", que nunca tuvo contacto directo con la pintura de Rafael o Miguel Ángel. Un mito fomentado por sus contemporáneos y que hoy está descartado. Correggio habría estado en Roma entre 1517 y 1518, poco tiempo, pero el indispensable para aprender lo máximo posible y volver luego a Parma donde, salvo el breve período mantovano, trabajó el resto de su vida. Es muy probable que el viaje a Roma fuera patrocinado por su amiga y humanista Giovanna da Piacenza, abadesa del convento de Benedictinas San Paolo (Parma), que estaba en contacto con Rafael y su entorno. En los frescos que realizó Correggio en los techos de una sala del convento, en 1519, aparecen decoraciones con hojas de laurel y viñetas de estilo clásico con ángeles, sátiros e imágenes de Juno y las tres Gracias, que son influencia del contacto directo con la obra de Rafael.

Hacia 1530 viajó de nuevo a Mantua y realizó la Allegoria del Vizio y la Allegoria della Virtù para el Studiolo de Isabel de Este, mujer de Federico II Gonzaga, duque de Mantua. También en el Palazzo Tè hay cuatro lienzos con Los amores de Zeus (1532-1534) que fueron pintados para enviárselos al emperador Carlos V. La experiencia romana de Correggio es patente en el erotismo, la gracia y la psicología que emana de las situaciones íntimas de los dioses que reflejan estas pinturas. Esta serie de cuatro obras: El rapto de Ganímedes, Leda y el cisne, Danae y Zeus, e Ío se encuentran entre las más celebradas del pintor y, según Vasari, fueron encargadas por Federico Gonzaga para ser regaladas al recién coronado emperador Carlos V. Este erotismo es también patente tanto en Venus y Cupido durmiendo espiados por un sátiro como en Educación de Cupido.

Definitivamente de vuelta a Parma, Correggio pinta Retrato de dama del Ermitage, supuesta Veronica Gambara, Señora de Correggio, recién viuda y consolándose con la copa del mítico Nepente homérico. Este detalle muestra a Correggio como un maestro en la interpretación humanista de la Odisea de Homero. El Nepente o nepenthe, que en sentido figurado significa aquello que aleja el dolor, aparece en la Odisea de Homero, y es una mágica poción que Polydamna le da a Elena para calmar todos los dolores y las luchas, y traer el olvido de todos los males. Este detalle hace de la obra un acertijo erudito en el que la pintura interactúa con la literatura clásica y, a su vez, con las ideas que impregnaron la Italia de principios del siglo XVI. Un enigmática inscripción en griego sobre el lienzo abre, como tal caja de Pandora, un universo de virtudes referentes a la mujer heládica de hace tres milenios.

En relación a su muerte, cuenta Giorgio Vasari que Antonio da Correggio se había vuelto muy pobre y deseaba satisfacer las necesidades más básicas de su familia, así se dice que una vez en Parma le hicieron un pago de sesenta escudos de a cuatro, y él queriéndolos llevar a su familia en Correggio fue cargando con ellos e hizo el camino a pie, soportando mucho calor, llegándose a abrasar y bebiendo el agua que podía para recuperarse. Por ese penoso viaje cayó en cama con una gran fiebre y, no volviéndose a poder levantar, murió con una edad próxima a los 40 años.​ 

La vida y trabajos del pintor Correggio son descritos en las Vidas de Giorgio Vasari.

 



Itsukushima Shrine.



Sofer.-








La Torá no es solo el texto central, sino también el objeto más sagrado e importante del judaísmo. La palabra  Torá se deriva de la raíz  yrh  (yareh) que significa enseñanza o instrucción.
La Torá es la primera parte de las Escrituras Hebreas y contiene los cinco Libros de Moisés. Está escrito a mano en pergamino por  Soferim  (escribas) que son especialmente entrenados, devotos y conocedores de las leyes relacionadas con la escritura y el montaje de una Torá. Sofer es de la raíz hebrea “contar”.

Klaf
El  Sofer  escribe en hojas separadas llamadas  Yeriot , de pergamino o vitela llamadas klaf . Cada Yeriah  se prepara con la piel de un animal kosher y debe ser revisado por tres rabinos antes de que pueda usarse.

Yeriot, cosido con Giddin

El  Yeriot terminado  se cose junto con  Giddin  (tendones) tomados de la pierna o el pie de un animal kosher. Hay una puntada por cada seis líneas de texto y están en la parte de atrás del pergamino, para que no se vean desde el frente. Un  Yeriah  no puede tener menos de tres ni más de ocho columnas.  
El texto está escrito con una pluma, tomada de un animal kosher, generalmente una pluma de ganso o pavo, con la punta cortada en una forma especial. Muchas plumas se utilizan en el curso de escribir una Torá. No se puede usar ningún instrumento que contenga hierro o acero en la creación de un rollo de la Torá, porque estos metales se usan para crear instrumentos de guerra.
Sólo se puede utilizar tinta negra permanente y se prepara en pequeñas cantidades a partir de hiel de roble para que siempre esté fresca. El Pergamino terminado se asegura y enrolla sobre rodillos de madera conocidos como  Etz Hayim  (literalmente, árbol de la vida).


Tikkun

El texto de un Rollo de la Torá no se puede escribir de memoria; se copia de una copia maestra llamada  Tikkun . Está escrito en hebreo con tinta permanente especial, sin vocales ni acentos. Una Torá completa tiene exactamente 304.805 letras en 79.976 palabras, 5.844 versículos y 245 columnas. 
No debe haber errores textuales y cada letra debe ser legible y perfecta. Las líneas deberán estar plenamente justificadas y las letras podrán ampliarse a tal efecto. El espacio entre las columnas debe ser del ancho de dos dedos.
Los rollos de la Torá se leen en las sinagogas de todo el mundo cada semana y en las festividades judías y los días de ayuno. Por respeto a la Torá, el pergamino no debe tocarse con las manos desnudas al leerlo. El lector utiliza un puntero, en hebreo  yad , para seguir el texto.

Sofer Stam

Los soferim autorizados por el Memorial Scrolls Trust son Sofer Stam , un acrónimo de  sefer torah  (rollo de la Torá)  , tefilín   y  mezuzá . Han acordado respetar la integridad de nuestros rollos, muchos de los cuales tienen cientos de años y están escritos en varios estilos. Los  estilos caligráficos Ashkenazi y Sefardí  varían un poco. Hace unos cientos de años existían mayores variaciones en las letras. Los rollos de la Torá escritos por  Kabbalistic  Soferim tenían remolinos en ciertas letras, y se decía que cada letra transmitía un significado místico. Hoy en día, existe una mayor estandarización entre los rollos de la Torá.

Nota

LOS SECRETOS DE UN SOFER PORTEÑO EN EL BARRIO DE ONCE
25/06/2020

(por Pablo Calvo) 

.- El que dicta es Dios. El que traslada su ley al pueblo judío es el profeta Moisés. Y el que despliega en tinta esa creencia 3.300 años después, en un departamento lleno de libros del barrio del Once, es un escriba ritual, un sofer, que está agazapado sobre el pergamino, con los puños de su camisa blanca granizados de pequeñas aureolas negras.

El hombre que hace sombra con su barba canosa también se llama Moisés, pronuncia en voz alta cada palabra en hebreo que logra completar y cierra los ojos. Luego los abre, alza la mirada y se dispone a contar su historia.

Moisés Horacio Hamra es rabino. Nació hace 57 años en el Sanatorio Otamendi, se casó, tuvo 11 hijos (seis varones y cinco mujeres) y aprendió este oficio sagrado, milenario y artesanal del maestro Biniamin “Binio” Grunwald, otro rabino muy apreciado en la comunidad. Cuando el presidente Alberto Fernández dictó la cuarentena, el 20 de marzo pasado, Moisés cargó sus herramientas en una valija, dejó su estudio y se instaló en la pieza soleada, con adornos juveniles y una cama cucheta de sus hijos.

El lugar donde escribe a mano la Torá en nada se parece a esas atmósferas medievales, taciturnas y crepusculares que recrean las series, los documentales y ahora las telenovelas que se atreven a incursionar en historias sagradas.
Luis, las maniobras de camiones que estacionan para poder bajar telas y el ruido de la cocina, donde una mujer prepara viandas de la AMIA para personas internadas en el Hospital Israelita.

Sabe Moisés que su distinguida labor como escriba de textos de inspiración divina necesita una explicación religiosa. Entonces se quita por un rato el barbijo y la da: “La Torá, ‘Los cinco libros de Moisés’, comienza con la creación del mundo y culmina con el fallecimiento de Moisés. Dios se la fue dictando y él la escribió, hay una discusión si fue mientras sucedían los acontecimientos o si fue en un momento posterior”.
“No es un libro de historia, porque hay muchas cosas que hubiésemos querido saber que no nos cuentan, pero allí se escribieron todos los conceptos que Dios quería que perduren para la Humanidad, que nos sirven para nuestra vida. El judaísmo nace en el Monte Sinaí 26 generaciones después de la creación del mundo, pero gran parte de lo que cuenta la Torá es lo que pasó con los pueblos que no eran judíos. Hubo un proceso de conversión desde el Génesis hasta la llegada del pueblo judío a Israel y la muerte de Moisés”, relata el rabino a la revista Viva.

La prolija transcripción que hizo Moisés fue “en una letra especial, antigua, que hoy es la que adoptó Israel como su letra imprenta”, enseña.
“Los textos son exactamente iguales a como se los dictó Dios. La falta de una partecita de una palabra invalida toda la Torá”, advierte Moisés Hamra, poniendo de relieve la exigencia de perfección que tiene su oficio.

Con el objetivo de pulir cada detalle, él suele caminar por la zona del Hospital de Clínicas y entrar a negocios de insumos médicos en busca de pequeños bisturís, que le sirven para corregir errores sobre el pergamino.
Cada Torá, escrita de punta a punta a mano, le demanda más de un año de esfuerzo, a un ritmo constante de seis horas por día. Ya hizo 30, en 33 años que lleva mejorando sus técnicas y sus herramientas.
Lo que hace Moisés con sus manos grandes, de pulso firme, no puede copiarlo una computadora, porque un formato tecnológico aplicado a esta escritura tradicional, por más preciso que sea, le quitaría su carácter sagrado.

Elementos

La tinta siempre tiene que ser negra. “En Israel hay bastantes personas que hacen tinta, pero nadie te cuenta el secreto”, desliza Moisés sobre una fórmula química que, por lo menos, incluye goma arábiga y piedras especiales trituradas, “como la tinta china y la tinta go”.
En su estudio, Moisés prefería escribir de noche, sobre todo cuando estudiaba para rabino durante las horas tempranas. Pero desde que rige el aislamiento social se las arregla para avanzar con párrafos sobre Adán y Eva o el Arca de Noé cuando transcurre la tarde. A veces le da el sol cuando su pluma navega por el Diluvio Universal.
La Torá se escribe con una pluma tallada a mano. Se hace con el cálamo de las plumas de un pavo o con caña de azúcar. 
“Los países árabes tenían cañaverales y entonces allí aprovechaban esa madera. Pero cuando a mí me enseñaron, por 1985, acá en la Argentina había una faena importante de pavos, así que traíamos bolsas llenas de plumas y a practicar. En esa instancia, muchos aspirantes a escribas abandonaban, porque es una de las partes más difíciles de incorporar”, recuerda Moisés.
Tuvo que aprender durante meses la técnica de sumergir la punta de la pluma en el tintero y sacarla sin generar manchas. Y cuando veía un pavo decorado en alguna fiesta judía, le inspeccionaba las alas, para evaluar su potencial.


Hay otra parte fundamental en el proceso, no tan conocida: los pergaminos se confeccionan con cueros de vacunos nonatos. Y se necesitan 62 nonatos para escribir una Torá en toda su extensión.
“Desde hace cientos de años hasta hoy utilizamos el cuero de nonato vacuno porque es más fácil para escribir, ya que los pelos están más unidos y las raíces no entorpecen el alisado. Entonces, la pluma corre”, describe Moisés.

Y agrega:
 “Yo he estado en frigoríficos y hay algunos nonatos, pero la gran cantidad de ese material viene de Australia, de los Estados Unidos y de algunos países europeos. Allá faenan vacas más pesadas y algunas están preñadas. El procedimiento que se aplica consiste en sacar todo, inflar la placenta y extraer el cuero del animal. Luego se lo cubre de sal y se manda a Israel, donde lo limpian y lo colocan en piletones de cal, para quitarle el pelo. Después se estira, se deja secar y se hace el alisado. Sobre eso escribo”.
Cuando Moisés del Once completa “Los cinco libros de Moisés”, hay especialistas que revisan letra por letra su trabajo, para detectar eventuales fallas.
  “Hace unos 40 años a alguien se le ocurrió hacer una revisión por computadora, alimentada previamente con todos los datos y con las formas adecuadas de las letras. Luego de ese escaneo, me llega una carpeta con las correcciones sugeridas y con una hojita de afeitar, los bisturís y tizas hago la corrección final, con sumo cuidado”, explica el rabino, uno de los 15 sofers que se dedican a este arte en la Argentina.
Uno de sus hijos, Eliahu, preside la Federación de Comunidades Israelitas Argentinas de la AMIA y explica el valor simbólico de estos documentos:
 
“Resulta siempre muy impactante en nuestras recorridas por las comunidades y colonias encontrarse con Rollos de la Torá traídos por pioneros, sobrevivientes de los progromos y del Holocausto”.

“Percibiendo su aroma y su textura, algunas del siglo 19, nos vinculamos a nuestras más profundas raíces diaspóricas, porque estos Rollos nos han acompañado 3.300 años y en todo lugar. Es el motivo por el cual han sido exhaustivamente cuidados por las comunidades locales”, destaca Eliahu Hamra.
En el calendario hebreo hay dos fechas fundamentales relacionadas con los rollos sagrados: la Shavout, donde se festeja la entrega de la Torá por parte de Dios, y la Simjat Torá, que es cuando completa su lectura, se baila en una celebración, y se vuelve a empezar.
Termina la charla, Moisés cuenta un chiste sobre un náufrago judío que construye dos templos en una isla y cuando le preguntan por qué dos, responde: “Porque a ese nunca voy a ir”. Una forma de exaltar que nunca faltará un lugar sagrado que necesite una Torá.

 



Es una de las "profesiones" estrictamente judías que se remonta a varios milenios y que hasta el día de hoy, adaptada a la modernidad, preserva su inalterabilidad. Son los Sofrim o Sofrei Stam (Torá, Tefilim, Mezuzot), los especialistas que escriben con sensibilidad y santidad máxima los rollos que en público se leen en las sinagogas los sábados, fiestas, lunes y jueves.

Su imagen entre los no observantes se asocia a los venerables ancianos de barba blanca y kipá negra encorvados sobre los rollos sagrados imagen no del todo correcta. 
Comunidades quiso indagar en el fascinante mundo de la escritura de los rollos sagrados (también corrección de los dañados o gastados) y dialogó con varios sofrim, todos ellos muy jóvenes pero reuniendo una condición sin equanon:observantes estrictos o como se dice en hebreo Ierei Shamaim(temerosos de Di-s). 

Estas condiciones no pueden ser opacadas ni siquiera por una hermosa grafía. Para ser sofer hay que estudiar las leyes del Talmud concernientes al tema. En Israel o EE.UU. demora por lo menos dos años.

 Hay por lo menos 20 leyes diferentes para saber como dibujar cada letra. En la Argentina hay un sólo rabino especializado en enseñar este arte sagrado. No es obligatorio que un sofer sea rabino o viceversa. Cada rollo de la Ley, que tiene miles de palabras, tiene que ser identico en su copiado a los miles de rollos que hay en el mundo. Una letra mal hecha, una letra que falte, una letra que se haya despegado, una letra que sobre, una letra que deforme el nombre de Di-s o letras que se toquen o esten escritas muy espaciadas implican casi con certezas que el libro no pueda usarse en lectura pública o uso ritual alguno. Técnicamente se lo llama Pasul y debe ser arreglado por un sofer. 

Es más, si el Baal Kore( lector del rollo en la sinagoga) esta leyendo el libro y encuentra un error debe frenar y sacar otro rollo adecuado y continuar donde dejo.¿Por qué?.

" El momento en que Di-s le dictó a Moises la Torá fue uno de los momentos de mayor trascendencia espiritual. Di-s no dictó sólo palabras sino códigos. Cada letra, en su justa forma, tiene su secreto; su sentido. Si falta alguna es como alterar el plan divino",dice el sofer Abraham Sasoon en su domicilio y ámbito de trabajo en la calle Ecuador, corazón del Once. 

Un rollo de la Torá contiene entonces , ni más ni menos, que el plan divino para el hombre. De allí la obsesión por la perfección. De hecho esa severidad se extiende a los Tefilim y Mezuzot y por ello no son "casher" las mezuzot fotocopiadas que muchos ingenuos turistas traen de Israel. 

Este extremos cuidado en la escritura y corrección más el uso de materiales especiales y las muchas horas-año de trabajo son las que disparan por las nubes el costo de un rollo o su reparación. De acuerdo a lo averiguado por Comunidades un rollo nuevo puede oscilar( de acuerdo a la calidad del pergamino, las maderas y la escritura) entre u$ 8.000 y u$ 20.000 y eso que la devaluación argentina empujó los costos hacia abajo. Una reparación profunda, cerca de tres meses, u$ 1.500. 

"La gente debe entender", dice el sofer Mijael Esquenazi, en su gigantesco estudio Hasofrim en Azcuenaga al 700 "que las revisiones y correcciones son profundas y en la reparación participan por lo menos 3 especialistas en detección de errores. Uno de ellos incluso opera un programa de computación que permite el escaneo columna por columna"

El programa detecta con facilidad hasta el 90% de los errores. "Incluso hay libros nuevos que tienen errores y aunque sean nuevos no sirven", dice este joven cuya inquietud lo impulsa a formar un centro para que gente de recursos done dinero para que judíos sin recursos puedan tener sus tefilim y mezuzot.
¿Se puede corregir el nombre de Di-s?. 
"Si la falla no altera la legibilidad del Nombre, no hace falta", dice Sasoon, un sofer cercano a la comunidad Shuba Israel.
 "Si uno comete un error serio al escribir su nombre entonces como no se puede borrar hay que cambiar todo el tramo por lo tanto puede quedar invalidado, por un letra, el trabajo paciente de un día entero".
El sofer David Granat, también de Hasofrim, y ligado a Jabad Lubavitch, también justifica el alto costo en las horas de trabajo. Hay que recalcar que en dichas horas el sofer no puede distraerse escuchando radio, TV o música alguna. " Escribir un libro nuevo puede demorar un año trabajando 6 horas al día y a eso hay que agregar los dias festivos en los que esta prohibido escribir",dice. De hecho si un sefer Torá fue escrito en Shabat esta pasul ( en Polonia se detectaron casos). Granat recalca que quien quiera ser sofer debe ser mayor de 13 años. No puede serlo una mujer.

Muchos judíos creen que el rollo tiene un poder sagrado. La santidad pasa por el texto contenido y no por su formato. El sofer utiliza para el rollo, los tefilim y las mezuzot un pergamino de piel de animal casher (vaca, carnero, cordero, etc.) que es preparado y estirado con cal y otros reactivos químicos para lograr la adecuada absorción de tinta. El pergamino debe ser elástico, liviano y resistente. La tinta esta hecha de una mezcla muy cuidada de aceite, hollin de hierbas, miel y agua en la que se diluye un fruto especial inexistente en la Argentina. Los sofrim ashkenasies usan pluma de animal casher y los sefaradíes una pluma plástica o caña. 
Cada rollo de la Torá tiene 240 columnas de texto con 42 renglones cada columna en unos 60 pliegos o ieriot.Cada libro debe copiarse de un "master" llamado Tikun y los tefilim y mezuzot pueden escribirse de memoria pero son más dificiles de reparar. Un libro reparado podrá usarse cerca de 30 años sin problemas porque al día de hoy la calidad de tintas y pergamino es superior a los rollos provenientes de Europa.
Como siempre que hay dos judíos hay tres ideas, hay diferentes actitudes de los sofrim, en general ortodoxos, respecto a reparar rollos de la Ley de sinagogas liberales. "La Torá tiene santidad por si misma", dice Esquenazi ,"y es una mitzva que en la lectura pública este bien. Eso no significa convalidar otras prácticas que no concuerdan con la Halajá",dice.
La escritura y reparación de los rollos despierta mucha curiosidad por lo artesanal de la tarea. Esto generó que Esquenazi se ponga en contacto con escuelas judías laicas para que los chicos vean y pregunten acerca de la Torá. "A los chicos les fascina", dice.
¿Puede una sinagoga vender un rollo de la Ley por emergencia económica o e n desuso?, pregunta que cobra vigencia en el Interior del país donde hay sinagogas vacias o cerradas. De acuerdo a la Halajá un rollo puede venderse sólo por 3 motivos: ayudar a casar a una novia, es decir formar un hogar judío, erigir una escuela en que se enseñe Torá y para liberar a una persona del cautiverio. 

El alto costo de los rollos ha generado en Israel una "industria" del robo:por año se roban 75 rollos que son colocados en el exterior. Un libro robado NO puede ser utilizado. En la Argentina el alto costo de las reparaciones ha llevado a los sofrim a la búsqueda de algunas soluciones.
 "Nostros en Hasofrim",dice Gabriel, operador del scanner, "comprendemos la necesidad de cada institución donde en algunos hay rollos psulim desde hace años. Por eso nos acercamos con propuestas para que los dirigentes vendan la escritura de las últimas letras de un libro o consigan que alguien done la reparación poniendo el nombre de un ser querido en el manto que cubre la Torá", dice Gabriel en un taller en el que trabajan varias personas en gigantescas mesas de dibujo. Para Mijael Esquenazi no hay rollo que no sea reparable.

 "Incluso uno pisoteado o quemado por nazis", dice. Las partes dañadas de un rollo o las mal corregidas no se pueden tirar por lo que se guardan en una gueniza (deposito) de la sinagoga o se entierran en cementerios. Precisamente el alto costo de un libro o su corrección hace que haya que tener más cuidado en el uso público de los libros. No tocarlo con los dedos(por ello se lee con una manito de plata), airear el Arón Kodesh, aislarlo de la humedad (el peor enemigo), cuidar el enrollado son sólo algunas de las medidas para alargar su vida. 
Un libro reparado equivale a uno nuevo y corresponde hacerse una ceremonia de ingreso del libro a la sinagoga ceremonia que se llama Hajnasat Sefer Torá y que es festejada con mucha alegría.
Un rollo no puede estar pasul por más de 30 días. Sin embargo, la realidad más dura indica que en Argentina hay rollos europeos que están psulim desde hace por lo menos 20 años.

La Torá fue entregada hace más de 3000 años luego de la salida de Egipto. Sus misterios y sus preceptos perduran entre otros motivos por el trabajo de aquellos como los sofrim que preservaron el mensaje del Sinaí el lugar que nació el publo judío y se acompaño de su esencia.

 



El singular oficio de ser escriba de Dios.

La Kehilá de Tucumán tendrá su primer Sefer Torá escrito en Argentina, con la participación de judíos de todo el país EL SOFER. Sebastián Grimberg junto a sus hijos Ezequiel y Roy. LA GACETA / FOTO DE MAGENA VALENTIE.- 10 Septiembre 2016 Era todavía un niño cuando decidió aprender uno de los oficios más antiguos y menos populares de la humanidad. El de ser sofer o escriba de la Torá, el libro sagrado del pueblo judío. No hay muchos como él. Sólo dos en el mundo, dentro de la misma corriente judaica. Sebastián Grimberg nació en Buenos Aires hace 40 años, es seminarista del Seminario Rabínico Latinoamericano y tiene la misión de escribir el primer Sefer Torá (copia manuscrita) de la Kehilá de Tucumán hecho en Argentina. Hasta ahora los ocho Sifrei Torá que utiliza la comunidad judía en sus oraciones fueron traídos por los inmigrantes hace más de 100 años. Hoy se terminarán de escribir en Tucumán las tres últimas letras hebreas del libro sagrado, que como fue realizado en distintas provincias se denomina Sefer Torá Federal del Bicentenario. Unas 2.000 personas participaron ayer del Encuentro de Comunidades Judías del Bicentenario, que se inauguró en el hotel Hilton. El acto se realizó en un clima festivo, con aplausos cada vez que se mencionaba a una delegación de otra provincia y más aplausos al verse reflejados en el video que mostró el recorrido del Sefer Torá por el país. El presidente de la Federación de Comunidades Conservadoras (Fedecc), Gastón Scolnik, fue el primero en dar la bienvenida a los presentes, pero también lo hizo el gobernador Juan Manzur, quien se declaró un entusiasta propiciador del encuentro. “Yo también soy hijo de inmigrantes. Este texto sagrado es un legado inigualable para Tucumán, donde hace 200 años nacía la Argentina. Por eso este también es un día histórico”, afirmó con simpatía. Luego hablaron también el presidente de la Kehilá, Simón Litvak, y el rabino Salomón Nussbaum. Al concluir el acto LA GACETA conversó con Grimberg, que vino acompañado con su mujer Johana y sus tres hijos, Ezequiel, Roy y Shay. - ¿Cómo nació esta vocación? ¿Dónde estudiaste? - Desde niño tuve la inquietud de ser sofer. Pero decidí realizar esta actividad al ver el deterioro en que se encontraban estos rollos (de la Torá) que en la mayoría de los casos, como en Tucumán, fueron traídos por los inmigrantes hace más de 100 años a la Argentina. Si bien había sufrim (plural de sofer) estaban muy lejos o no estaban adheridos a otras corrientes. Mi vocación era poder acercarme a cubrir esta necesidad. Además uno de los preceptos del judaísmo es escribir en algún momento de la vida una letra de la Torá. Eso era de muy difícil cumplimiento porque se hace a través de un sofer. Yo quería facilitar esto a los judíos de Latinoamérica. Entonces a los 28 años empecé a estudiar en Argentina y seguí en Israel. Se aprende con un maestro. - ¿Cuántos Sifrai Torá has escrito hasta ahora? - Este es el séptimo y ya empecé el octavo, pero ya me han encargado el noveno y el décimo hasta 2018. Cada uno lleva un año escribirlo porque también debo viajar a las comunidades de cada lugar. Le dedico unas 25 horas semanales. También soy director comunitario de la organización Bialik de Devoto. - ¿Qué pasa si te equivocas? - Puede suceder que uno se equivoque al escribir una de las 304.805 letras de la Torá. En ese caso se raspa con una hoja de afeitar y se vuelve a escribir. Pero si se trata del nombre de Dios ese pergamino de los 62 que hay en total, se debe reemplazar por otro, y se deja en un depósito que puede ser en un cementerio o se entierra. Esta es una de las 4.000 leyes que debe dominar el sofer para hacer su trabajo. - ¿Te preparás de alguna manera especial para escribir? - Un sofer es heredero de una tradición de 3.300 años y eso se vive de una manera especial. A la hora de desarrollar esta tarea milenaria y sagrada, uno tiene que tener cierta observancia de las prácticas religiosas. Por ejemplo un sofer suele hacer inmersiones rituales periódicas antes de escribir. - ¿Ya sabés quién va ser tu discípulo? - (Se miran con su hijo Ezequiel, de nueve años, y ambos sonríen ) Sí.



 


“El escriba de Dios”: con plumas de gansos y bisturíes, sigue una exigente tradición milenaria judía
Abraham Emanuel, de 39 años, se dedica a corregir y escribir textos que van desde la mezuzá a la Torá; “hay una conexión, una simbiosis, una amalgama entre las personas y sus objetos religiosos”, dice
7 de octubre de 2022 LA NACION En el vaso de plástico entra, al menos, medio litro de agua y está lleno hasta el tope. Es transparente y se ve cómo algunos palitos de yerba flotan en el recipiente. Pero eso, a Abraham Emanuel, de 39 años, no le molesta. De hecho, él decide no respetar las proporciones usuales al momento de cebar un mate porque encuentra en ese desbalance una ventaja: no debe interrumpir su trabajo para volver a servirse. La habitación donde pasa sus mañanas tiene dos por tres metros, no mucho más. Allí tiene un atril para apoyar algún libro de estudio, sobre el que –confiesa– a veces se queda dormido, y una pileta para lavarse las manos y quitarse la tinta de los dedos. En el otro extremo hay un escritorio que cuenta con una plancha de metal sobre la que despliega los trozos de klaf, que son los pergaminos que se usan para escribir, por ejemplo, el pasaje bíblico que transforma esos centímetros de cuero de algún animal kosher en una mezuzá, el elemento que colocan las familias judías en la puerta del hogar como símbolo de conexión con Dios y para que él bendiga y proteja la vivienda. Emanuel, para decirlo en hebreo, es un sofer, un escriba judío, un experto en caligrafía hebrea, un hombre que dibuja con plumas de ganso y borra con un bisturí hasta alcanzar las letras perfectas que exige la Torá, el libro sagrado de los judíos. También es un maguia, que significa corrector. Otros sofer le envían su trabajo para verificar que todo esté en su lugar. Un error puede invalidar todo el texto. “Hay una conexión, una simbiosis, una amalgama entre las personas y sus objetos religiosos. Muchas veces, muchísimas veces, ocurre –y esto lo vi yo mismo– que hay cosas que le pasan a la persona y se ven plasmadas en su mezuzá. Por ejemplo, una familia, cuyo hijo de un año tuvo que ser operado de un tumor en la cabeza, me mandó a revisar su mezuzá y en la palabra ‘hijos’, la corona, la cabeza de la palabra, estaba mal hecha”, describe Emanuel. Emanuel vive con su esposa y sus seis hijos en un departamento en el barrio porteño de Balvanera, ubicado justo al lado de una sinagoga. Sin embargo, su vida no siempre transcurrió en ámbitos religiosos. Él cree que cruzó definitivamente el portal desde el mundo laico al de las costumbres bíblicas a los 19 años, cuando empezó a desarrollar un amor por el saber en general y por la filosofía en particular que lo llevó a toparse con un sinfín de preguntas complejas y, en algunos casos, imposibles de resolver. En ese recorrido, afirma, empezó a sentirse y a verse como un religioso. Por eso, no siguió el legado de trabajar en la fábrica familiar de armazones y se dedicó al estudio. Casi una década atrás, Emanuel se topó en una sinagoga de Córdoba con una Torá originaria de Turquía de 150 años de antigüedad. El libro sagrado estaba deteriorado y cuando las letras se empiezan a deformar o no son legibles el texto deja de ser válido. Por eso, esa Torá estaba por ser vendida a un coleccionista, pero Emanuel la “rescató”. El problema que tenía es que no contaba con el dinero suficiente para comprarla y mandarla a restaurar. Y es ahí cuando decidió solo adquirirla y emprendió su formación como sofer y maguia. “Yo aprendí todo lo que sé para arreglar esa Torá”, afirma. A partir de ese momento, cruzó un nuevo portal. “El examen para ser sofer te lo toma otro sofer. Para dedicarte a eso te tiene que interesar más tu alma que tu billetera. El alfabeto hebreo tiene 27 letras y una mezuzá tiene cerca de 700 detalles caligráficos. Si un detalle está mal, la mezuzá quedará inválida. Lo mismo sucede con el tefilin o con una Torá. Además, las letras deben estar a la misma distancia unas de las otras. Por otro lado, hay palabras en negrita que son maneras de nombrar a Dios, esas deben estar escritas con una intención especial, hay que decir la palabra para que el aire, el corazón y la mente influyan sobre lo que uno está escribiendo. Si recibís una mezuzá que fue escrita sin ninguna intención, caligráficamente puede estar perfecta, pero la mezuzá no será válida y nadie lo sabrá. Por eso, por ejemplo, una máquina no puede escribir estos textos”, explica Emanuel. De hecho, describe, muchas mezuzá que se venden en la calle son directamente fotocopias. Esas, no tienen ninguna validez. Incluso, vio un video de un brazo robot que escribe con tinta sobre un klaf, pero al no haber una carga emocional por parte de la máquina, ese texto tampoco es válido. Y las condiciones siguen, por ejemplo, el sofer no puede escribir con la mano izquierda. Ser zurdo es considerado un defecto espiritual. En su caso, como suele dedicarse más a enseñar que a su labor de sofer o maguia, demora una dos semanas en hacer cada mezuzá que le encargan, y por ello cobra entre US$50 y US$100. Pero una Torá puede salir entre US$20.000 y US$50.000. Su trabajo parece un desafío bíblico. Además de escribir sobre un trozo de cuero que llega desde Israel y usar plumas de ganso, debe someterse a reglas muy particulares. Por ejemplo, hay palabras que no pueden ser borradas. Esas palabras son aquellas que nombran de un modo u otro, a Dios. Eso complejiza su tarea porque hay errores que pueden arruinar una mezuzá entera. “Para borrar uso un bisturí, pero hay cosas que no tienen arreglo. Hay una ley que dice que el texto tiene que escribirse o borrarse en orden. Si ves un error en la mitad de una frase, tenés que borrar desde el final hasta llegar al error, no podes ir directo a la palabra que está mal. Pero si antes de la palabra mal escrita hay una que nombra a Dios, como esas palabras no se pueden tocar, nunca podés llegar al error y todo el texto será inválido”, indica Emanuel. Emanuel tiene un cuaderno amarillo, en el que anota con birome y en español las historias detrás de algunas mezuzá que le tocó supervisar. En este punto, cuenta, su trabajo muestra una faceta metafísica, y al mismo tiempo, real. “Una frase dentro de la mezuzá dice ´comerás y te saciarás´. Y en la mezuzá de una persona obesa que me la envío para revisar decía ´comerás y comerás´. Una madre que tuvo cinco abortos me mandó las mezuzá de su casa y en la de su habitación había un error en la palabra amor. En la [letra] alef encontré una deformación justo entre las dos patitas”, recuerda. No le es posible descifrar si un error en la mezuzá llevó mala energía al hogar, o si la propia mezuzá se fue deformando según el drama que vivía la familia. Tampoco puede afirmar que corrigiendo el texto se acabará la desgracia porque eso, aclara, sería un milagro. Él se topó con hechos imposibles de clasificar. En su pequeña habitación, donde tiene el atril y su mate con capacidad para medio litro de agua, Emanuel se encontró, de nuevo, con la sensación que lo llevó a abandonar el mundo laico. Detrás de esas historias, infiere, se oculta la propia existencia de Dios.


 

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