Ex Libris de personajes de la historia. |
El ducado de T'Serclaes es un título nobiliario español que goza de grandeza de España con antigüedad de 1705. Fue concesión de la reina Isabel II, por Real Decreto del 3 de junio de 1855 y Real Despacho del 3 de agosto de 1856, en favor de José María Pérez de Guzmán y Liaño, v príncipe de T'Serclaes de Tilly en Flandes, maestrante de Sevilla, senador vitalicio nombrado por dicha reina y su gentilhombre de cámara con ejercicio y servidumbre. La citada reina creó la merced por conversión en título ducal y de Castilla del principado de T'Serclaes de Tilly, que había sido concedido en Flandes por el rey Carlos II el 22 de diciembre de 1693, en favor de Alberto Helfrido Octavio T'Serclaes de Tilly y Montmorency, capitán general de los Reales Ejércitos, maestre de campo general de Flandes, virrey de Navarra, Aragón y Cataluña, caballero del Toisón de Oro. Descendiente del general flamenco Juan T'Serclaes. La grandeza de España fue concedida por el rey Felipe V al citado primer príncipe, en premio de sus méritos contraídos en la Guerra de Sucesión, mediante Real Decreto del 22 de julio de 1705 y Real Despacho del 14 de agosto del mismo año. Y quedó subrogada en el título ducal. Los duques de T'Serclaes estuvieron muy vinculados a las ciudades de Sevilla y Jerez de los Caballeros, donde tuvieron sendos palacios. En uno y otro ubicaron sus bibliotecas el segundo duque, Juan Francisco, y su hermano gemelo Manuel Pérez de Guzmán y Boza, creado marqués de Jerez de los Caballeros. La importante colección de libros antiguos reunida por estos dos bibliófilos se dispersó después de sus días: la biblioteca del duque fue repartida en lotes entre sus herederos, y la del marqués la compró completa Archer Huntington, para su fundación de la Sociedad Hispánica de América, con sede en Nueva York, EE.UU.. |
SUPER- EX LIBRIS. |
Príncipe de Asturias es el principal título que ostenta el heredero de la Corona de España. Crónica del Viaje de SS.MM y AA.RR á las Provincias de Andalucía en 1862 Aristides Pongilioni y Fco. de P. Hidalgo Published by Eduardo Cautier, Cádiz, 1863 |
La denominación príncipe de sangre era un calificativo que recibían los príncipes de la Casa Real de Francia. La expresión «príncipe de sangre» (en francés prince du sang) se impuso en el siglo XV para calificar a los miembros de los linajes descendientes de Luis IX de Francia que pertenecían a la casa real y eran aptos para suceder en el trono en caso de extinción del brazo reinante según la ley sálica. Este término sucede a las expresiones «príncipes de las flores de lis» (princes des fleurs de lys) y «príncipes de sangre de Francia» (princes du sang de France). El primer príncipe de sangre, quien estaba primero en la orden de sucesión a continuación de la línea real, era llamado con la denominación específica de «Monsieur le Prince», su hijo mayor era conocido como «Monsieur le Duc». Desde su creación existieron dos grandes linajes de príncipes de sangre a partir del siglo XV: los Valois y, sus sucesores, los Borbón. El título de Príncipe de Conti (llamado así por Conti-sur-Selles, una pequeña población del norte de Francia situada aproximadamente a 32 kilómetros de Amiens) es un título nobiliario francés que perteneció a una rama menor de la Casa de Condé (que a su vez formó parte de la familia real francesa). Este título fue originalmente otorgado a Francisco de Borbón, hijo del príncipe Luis I de Condé. Después de la muerte de Francisco, que falleció sin descendencia, el título pasó a Armando de Borbón, hijo del príncipe Enrique II de Condé. Los príncipes de Conti fueron:
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Ex libris de Herman Goering. Antonio Allegri da Correggio, conocido como Correggio (Correggio, cerca de Reggio Emilia, agosto de 1489 - ibídem, 5 de marzo de 1534), fue un pintor italiano del Renacimiento, dentro de la escuela de Parma que se desarrolló en la corte de los Farnesio durante el apogeo del Manierismo en Italia. Poco se sabe de su juventud. Nació probablemente en Correggio, pequeña localidad de la que tomó su sobrenombre, en torno a 1489. Parece ser que empezó a pintar en su localidad natal junto a su tío, que también era pintor, pero su arte empezó a destacar cuando marcha al importante centro artístico de Mantua. En la corte de los Gonzaga se hizo maestro, bajo la égida de Andrea Mantegna, que falleció allí en 1506. Prueba de la relación artística con este genio del Renacimiento son los frescos en la capilla funeraria de Mantegna en San Andrés de Mantua, y la Escena alegórica de 1508, donde la influencia del ductus mantegnesco es obvia tanto en las nubes de la parte superior derecha como en la figura de Mercurio contemplando a una desnuda joven durmiente. En esta obra también son patentes las influencias de Lorenzo Costa el Viejo en el colorido, de Leonardo da Vinci en los rostros risueños y de Melozzo da Forlì en la luz e ingravidez. Respecto a su evolución estilística, hay que decir que comienza como un renacentista clásico que, por influencia manierista, acaba ejecutando un estilo dinámico y de gran profundidad espacial que anticipa al barroco. Su arte, con total certeza, ejerció una honda influencia sobre muchos aspectos de la pintura del siglo XVII e, incluso, se podría añadir que en algunos aspectos casi prefigura el Rococó. La escasez de datos sobre Correggio alimentó la creencia de que se trató de un genio "hecho a sí mismo", que nunca tuvo contacto directo con la pintura de Rafael o Miguel Ángel. Un mito fomentado por sus contemporáneos y que hoy está descartado. Correggio habría estado en Roma entre 1517 y 1518, poco tiempo, pero el indispensable para aprender lo máximo posible y volver luego a Parma donde, salvo el breve período mantovano, trabajó el resto de su vida. Es muy probable que el viaje a Roma fuera patrocinado por su amiga y humanista Giovanna da Piacenza, abadesa del convento de Benedictinas San Paolo (Parma), que estaba en contacto con Rafael y su entorno. En los frescos que realizó Correggio en los techos de una sala del convento, en 1519, aparecen decoraciones con hojas de laurel y viñetas de estilo clásico con ángeles, sátiros e imágenes de Juno y las tres Gracias, que son influencia del contacto directo con la obra de Rafael. Hacia 1530 viajó de nuevo a Mantua y realizó la Allegoria del Vizio y la Allegoria della Virtù para el Studiolo de Isabel de Este, mujer de Federico II Gonzaga, duque de Mantua. También en el Palazzo Tè hay cuatro lienzos con Los amores de Zeus (1532-1534) que fueron pintados para enviárselos al emperador Carlos V. La experiencia romana de Correggio es patente en el erotismo, la gracia y la psicología que emana de las situaciones íntimas de los dioses que reflejan estas pinturas. Esta serie de cuatro obras: El rapto de Ganímedes, Leda y el cisne, Danae y Zeus, e Ío se encuentran entre las más celebradas del pintor y, según Vasari, fueron encargadas por Federico Gonzaga para ser regaladas al recién coronado emperador Carlos V. Este erotismo es también patente tanto en Venus y Cupido durmiendo espiados por un sátiro como en Educación de Cupido. Definitivamente de vuelta a Parma, Correggio pinta Retrato de dama del Ermitage, supuesta Veronica Gambara, Señora de Correggio, recién viuda y consolándose con la copa del mítico Nepente homérico. Este detalle muestra a Correggio como un maestro en la interpretación humanista de la Odisea de Homero. El Nepente o nepenthe, que en sentido figurado significa aquello que aleja el dolor, aparece en la Odisea de Homero, y es una mágica poción que Polydamna le da a Elena para calmar todos los dolores y las luchas, y traer el olvido de todos los males. Este detalle hace de la obra un acertijo erudito en el que la pintura interactúa con la literatura clásica y, a su vez, con las ideas que impregnaron la Italia de principios del siglo XVI. Un enigmática inscripción en griego sobre el lienzo abre, como tal caja de Pandora, un universo de virtudes referentes a la mujer heládica de hace tres milenios. En relación a su muerte, cuenta Giorgio Vasari que Antonio da Correggio se había vuelto muy pobre y deseaba satisfacer las necesidades más básicas de su familia, así se dice que una vez en Parma le hicieron un pago de sesenta escudos de a cuatro, y él queriéndolos llevar a su familia en Correggio fue cargando con ellos e hizo el camino a pie, soportando mucho calor, llegándose a abrasar y bebiendo el agua que podía para recuperarse. Por ese penoso viaje cayó en cama con una gran fiebre y, no volviéndose a poder levantar, murió con una edad próxima a los 40 años. La vida y trabajos del pintor Correggio son descritos en las Vidas de Giorgio Vasari. |
La Torá no es solo el texto central, sino también el objeto más sagrado e importante del judaísmo. La palabra Torá se deriva de la raíz yrh (yareh) que significa enseñanza o instrucción. La Torá es la primera parte de las Escrituras Hebreas y contiene los cinco Libros de Moisés. Está escrito a mano en pergamino por Soferim (escribas) que son especialmente entrenados, devotos y conocedores de las leyes relacionadas con la escritura y el montaje de una Torá. Sofer es de la raíz hebrea “contar”. Klaf El Sofer escribe en hojas separadas llamadas Yeriot , de pergamino o vitela llamadas klaf . Cada Yeriah se prepara con la piel de un animal kosher y debe ser revisado por tres rabinos antes de que pueda usarse. Yeriot, cosido con Giddin El Yeriot terminado se cose junto con Giddin (tendones) tomados de la pierna o el pie de un animal kosher. Hay una puntada por cada seis líneas de texto y están en la parte de atrás del pergamino, para que no se vean desde el frente. Un Yeriah no puede tener menos de tres ni más de ocho columnas. El texto está escrito con una pluma, tomada de un animal kosher, generalmente una pluma de ganso o pavo, con la punta cortada en una forma especial. Muchas plumas se utilizan en el curso de escribir una Torá. No se puede usar ningún instrumento que contenga hierro o acero en la creación de un rollo de la Torá, porque estos metales se usan para crear instrumentos de guerra. Sólo se puede utilizar tinta negra permanente y se prepara en pequeñas cantidades a partir de hiel de roble para que siempre esté fresca. El Pergamino terminado se asegura y enrolla sobre rodillos de madera conocidos como Etz Hayim (literalmente, árbol de la vida). Tikkun El texto de un Rollo de la Torá no se puede escribir de memoria; se copia de una copia maestra llamada Tikkun . Está escrito en hebreo con tinta permanente especial, sin vocales ni acentos. Una Torá completa tiene exactamente 304.805 letras en 79.976 palabras, 5.844 versículos y 245 columnas. No debe haber errores textuales y cada letra debe ser legible y perfecta. Las líneas deberán estar plenamente justificadas y las letras podrán ampliarse a tal efecto. El espacio entre las columnas debe ser del ancho de dos dedos. Los rollos de la Torá se leen en las sinagogas de todo el mundo cada semana y en las festividades judías y los días de ayuno. Por respeto a la Torá, el pergamino no debe tocarse con las manos desnudas al leerlo. El lector utiliza un puntero, en hebreo yad , para seguir el texto. Sofer Stam Los soferim autorizados por el Memorial Scrolls Trust son Sofer Stam , un acrónimo de sefer torah (rollo de la Torá) , tefilín y mezuzá . Han acordado respetar la integridad de nuestros rollos, muchos de los cuales tienen cientos de años y están escritos en varios estilos. Los estilos caligráficos Ashkenazi y Sefardí varían un poco. Hace unos cientos de años existían mayores variaciones en las letras. Los rollos de la Torá escritos por Kabbalistic Soferim tenían remolinos en ciertas letras, y se decía que cada letra transmitía un significado místico. Hoy en día, existe una mayor estandarización entre los rollos de la Torá. Nota LOS SECRETOS DE UN SOFER PORTEÑO EN EL BARRIO DE ONCE 25/06/2020 (por Pablo Calvo) .- El que dicta es Dios. El que traslada su ley al pueblo judío es el profeta Moisés. Y el que despliega en tinta esa creencia 3.300 años después, en un departamento lleno de libros del barrio del Once, es un escriba ritual, un sofer, que está agazapado sobre el pergamino, con los puños de su camisa blanca granizados de pequeñas aureolas negras. El hombre que hace sombra con su barba canosa también se llama Moisés, pronuncia en voz alta cada palabra en hebreo que logra completar y cierra los ojos. Luego los abre, alza la mirada y se dispone a contar su historia. Moisés Horacio Hamra es rabino. Nació hace 57 años en el Sanatorio Otamendi, se casó, tuvo 11 hijos (seis varones y cinco mujeres) y aprendió este oficio sagrado, milenario y artesanal del maestro Biniamin “Binio” Grunwald, otro rabino muy apreciado en la comunidad. Cuando el presidente Alberto Fernández dictó la cuarentena, el 20 de marzo pasado, Moisés cargó sus herramientas en una valija, dejó su estudio y se instaló en la pieza soleada, con adornos juveniles y una cama cucheta de sus hijos. El lugar donde escribe a mano la Torá en nada se parece a esas atmósferas medievales, taciturnas y crepusculares que recrean las series, los documentales y ahora las telenovelas que se atreven a incursionar en historias sagradas. Luis, las maniobras de camiones que estacionan para poder bajar telas y el ruido de la cocina, donde una mujer prepara viandas de la AMIA para personas internadas en el Hospital Israelita. Sabe Moisés que su distinguida labor como escriba de textos de inspiración divina necesita una explicación religiosa. Entonces se quita por un rato el barbijo y la da: “La Torá, ‘Los cinco libros de Moisés’, comienza con la creación del mundo y culmina con el fallecimiento de Moisés. Dios se la fue dictando y él la escribió, hay una discusión si fue mientras sucedían los acontecimientos o si fue en un momento posterior”. “No es un libro de historia, porque hay muchas cosas que hubiésemos querido saber que no nos cuentan, pero allí se escribieron todos los conceptos que Dios quería que perduren para la Humanidad, que nos sirven para nuestra vida. El judaísmo nace en el Monte Sinaí 26 generaciones después de la creación del mundo, pero gran parte de lo que cuenta la Torá es lo que pasó con los pueblos que no eran judíos. Hubo un proceso de conversión desde el Génesis hasta la llegada del pueblo judío a Israel y la muerte de Moisés”, relata el rabino a la revista Viva. La prolija transcripción que hizo Moisés fue “en una letra especial, antigua, que hoy es la que adoptó Israel como su letra imprenta”, enseña. “Los textos son exactamente iguales a como se los dictó Dios. La falta de una partecita de una palabra invalida toda la Torá”, advierte Moisés Hamra, poniendo de relieve la exigencia de perfección que tiene su oficio. Con el objetivo de pulir cada detalle, él suele caminar por la zona del Hospital de Clínicas y entrar a negocios de insumos médicos en busca de pequeños bisturís, que le sirven para corregir errores sobre el pergamino. Cada Torá, escrita de punta a punta a mano, le demanda más de un año de esfuerzo, a un ritmo constante de seis horas por día. Ya hizo 30, en 33 años que lleva mejorando sus técnicas y sus herramientas. Lo que hace Moisés con sus manos grandes, de pulso firme, no puede copiarlo una computadora, porque un formato tecnológico aplicado a esta escritura tradicional, por más preciso que sea, le quitaría su carácter sagrado. Elementos La tinta siempre tiene que ser negra. “En Israel hay bastantes personas que hacen tinta, pero nadie te cuenta el secreto”, desliza Moisés sobre una fórmula química que, por lo menos, incluye goma arábiga y piedras especiales trituradas, “como la tinta china y la tinta go”. En su estudio, Moisés prefería escribir de noche, sobre todo cuando estudiaba para rabino durante las horas tempranas. Pero desde que rige el aislamiento social se las arregla para avanzar con párrafos sobre Adán y Eva o el Arca de Noé cuando transcurre la tarde. A veces le da el sol cuando su pluma navega por el Diluvio Universal. La Torá se escribe con una pluma tallada a mano. Se hace con el cálamo de las plumas de un pavo o con caña de azúcar. “Los países árabes tenían cañaverales y entonces allí aprovechaban esa madera. Pero cuando a mí me enseñaron, por 1985, acá en la Argentina había una faena importante de pavos, así que traíamos bolsas llenas de plumas y a practicar. En esa instancia, muchos aspirantes a escribas abandonaban, porque es una de las partes más difíciles de incorporar”, recuerda Moisés. Tuvo que aprender durante meses la técnica de sumergir la punta de la pluma en el tintero y sacarla sin generar manchas. Y cuando veía un pavo decorado en alguna fiesta judía, le inspeccionaba las alas, para evaluar su potencial. Hay otra parte fundamental en el proceso, no tan conocida: los pergaminos se confeccionan con cueros de vacunos nonatos. Y se necesitan 62 nonatos para escribir una Torá en toda su extensión. “Desde hace cientos de años hasta hoy utilizamos el cuero de nonato vacuno porque es más fácil para escribir, ya que los pelos están más unidos y las raíces no entorpecen el alisado. Entonces, la pluma corre”, describe Moisés. Y agrega: “Yo he estado en frigoríficos y hay algunos nonatos, pero la gran cantidad de ese material viene de Australia, de los Estados Unidos y de algunos países europeos. Allá faenan vacas más pesadas y algunas están preñadas. El procedimiento que se aplica consiste en sacar todo, inflar la placenta y extraer el cuero del animal. Luego se lo cubre de sal y se manda a Israel, donde lo limpian y lo colocan en piletones de cal, para quitarle el pelo. Después se estira, se deja secar y se hace el alisado. Sobre eso escribo”. Cuando Moisés del Once completa “Los cinco libros de Moisés”, hay especialistas que revisan letra por letra su trabajo, para detectar eventuales fallas. “Hace unos 40 años a alguien se le ocurrió hacer una revisión por computadora, alimentada previamente con todos los datos y con las formas adecuadas de las letras. Luego de ese escaneo, me llega una carpeta con las correcciones sugeridas y con una hojita de afeitar, los bisturís y tizas hago la corrección final, con sumo cuidado”, explica el rabino, uno de los 15 sofers que se dedican a este arte en la Argentina. Uno de sus hijos, Eliahu, preside la Federación de Comunidades Israelitas Argentinas de la AMIA y explica el valor simbólico de estos documentos:
“Percibiendo su aroma y su textura, algunas del siglo 19, nos vinculamos a nuestras más profundas raíces diaspóricas, porque estos Rollos nos han acompañado 3.300 años y en todo lugar. Es el motivo por el cual han sido exhaustivamente cuidados por las comunidades locales”, destaca Eliahu Hamra. En el calendario hebreo hay dos fechas fundamentales relacionadas con los rollos sagrados: la Shavout, donde se festeja la entrega de la Torá por parte de Dios, y la Simjat Torá, que es cuando completa su lectura, se baila en una celebración, y se vuelve a empezar. Termina la charla, Moisés cuenta un chiste sobre un náufrago judío que construye dos templos en una isla y cuando le preguntan por qué dos, responde: “Porque a ese nunca voy a ir”. Una forma de exaltar que nunca faltará un lugar sagrado que necesite una Torá. |
Es una de las "profesiones" estrictamente judías que se remonta a varios milenios y que hasta el día de hoy, adaptada a la modernidad, preserva su inalterabilidad. Son los Sofrim o Sofrei Stam (Torá, Tefilim, Mezuzot), los especialistas que escriben con sensibilidad y santidad máxima los rollos que en público se leen en las sinagogas los sábados, fiestas, lunes y jueves. Su imagen entre los no observantes se asocia a los venerables ancianos de barba blanca y kipá negra encorvados sobre los rollos sagrados imagen no del todo correcta. Comunidades quiso indagar en el fascinante mundo de la escritura de los rollos sagrados (también corrección de los dañados o gastados) y dialogó con varios sofrim, todos ellos muy jóvenes pero reuniendo una condición sin equanon:observantes estrictos o como se dice en hebreo Ierei Shamaim(temerosos de Di-s). Estas condiciones no pueden ser opacadas ni siquiera por una hermosa grafía. Para ser sofer hay que estudiar las leyes del Talmud concernientes al tema. En Israel o EE.UU. demora por lo menos dos años. Hay por lo menos 20 leyes diferentes para saber como dibujar cada letra. En la Argentina hay un sólo rabino especializado en enseñar este arte sagrado. No es obligatorio que un sofer sea rabino o viceversa. Cada rollo de la Ley, que tiene miles de palabras, tiene que ser identico en su copiado a los miles de rollos que hay en el mundo. Una letra mal hecha, una letra que falte, una letra que se haya despegado, una letra que sobre, una letra que deforme el nombre de Di-s o letras que se toquen o esten escritas muy espaciadas implican casi con certezas que el libro no pueda usarse en lectura pública o uso ritual alguno. Técnicamente se lo llama Pasul y debe ser arreglado por un sofer. Es más, si el Baal Kore( lector del rollo en la sinagoga) esta leyendo el libro y encuentra un error debe frenar y sacar otro rollo adecuado y continuar donde dejo.¿Por qué?.
Un rollo de la Torá contiene entonces , ni más ni menos, que el plan divino para el hombre. De allí la obsesión por la perfección. De hecho esa severidad se extiende a los Tefilim y Mezuzot y por ello no son "casher" las mezuzot fotocopiadas que muchos ingenuos turistas traen de Israel. Este extremos cuidado en la escritura y corrección más el uso de materiales especiales y las muchas horas-año de trabajo son las que disparan por las nubes el costo de un rollo o su reparación. De acuerdo a lo averiguado por Comunidades un rollo nuevo puede oscilar( de acuerdo a la calidad del pergamino, las maderas y la escritura) entre u$ 8.000 y u$ 20.000 y eso que la devaluación argentina empujó los costos hacia abajo. Una reparación profunda, cerca de tres meses, u$ 1.500. "La gente debe entender", dice el sofer Mijael Esquenazi, en su gigantesco estudio Hasofrim en Azcuenaga al 700 "que las revisiones y correcciones son profundas y en la reparación participan por lo menos 3 especialistas en detección de errores. Uno de ellos incluso opera un programa de computación que permite el escaneo columna por columna". El programa detecta con facilidad hasta el 90% de los errores. "Incluso hay libros nuevos que tienen errores y aunque sean nuevos no sirven", dice este joven cuya inquietud lo impulsa a formar un centro para que gente de recursos done dinero para que judíos sin recursos puedan tener sus tefilim y mezuzot. ¿Se puede corregir el nombre de Di-s?. "Si la falla no altera la legibilidad del Nombre, no hace falta", dice Sasoon, un sofer cercano a la comunidad Shuba Israel. "Si uno comete un error serio al escribir su nombre entonces como no se puede borrar hay que cambiar todo el tramo por lo tanto puede quedar invalidado, por un letra, el trabajo paciente de un día entero". El sofer David Granat, también de Hasofrim, y ligado a Jabad Lubavitch, también justifica el alto costo en las horas de trabajo. Hay que recalcar que en dichas horas el sofer no puede distraerse escuchando radio, TV o música alguna. " Escribir un libro nuevo puede demorar un año trabajando 6 horas al día y a eso hay que agregar los dias festivos en los que esta prohibido escribir",dice. De hecho si un sefer Torá fue escrito en Shabat esta pasul ( en Polonia se detectaron casos). Granat recalca que quien quiera ser sofer debe ser mayor de 13 años. No puede serlo una mujer. Muchos judíos creen que el rollo tiene un poder sagrado. La santidad pasa por el texto contenido y no por su formato. El sofer utiliza para el rollo, los tefilim y las mezuzot un pergamino de piel de animal casher (vaca, carnero, cordero, etc.) que es preparado y estirado con cal y otros reactivos químicos para lograr la adecuada absorción de tinta. El pergamino debe ser elástico, liviano y resistente. La tinta esta hecha de una mezcla muy cuidada de aceite, hollin de hierbas, miel y agua en la que se diluye un fruto especial inexistente en la Argentina. Los sofrim ashkenasies usan pluma de animal casher y los sefaradíes una pluma plástica o caña. Cada rollo de la Torá tiene 240 columnas de texto con 42 renglones cada columna en unos 60 pliegos o ieriot.Cada libro debe copiarse de un "master" llamado Tikun y los tefilim y mezuzot pueden escribirse de memoria pero son más dificiles de reparar. Un libro reparado podrá usarse cerca de 30 años sin problemas porque al día de hoy la calidad de tintas y pergamino es superior a los rollos provenientes de Europa. Como siempre que hay dos judíos hay tres ideas, hay diferentes actitudes de los sofrim, en general ortodoxos, respecto a reparar rollos de la Ley de sinagogas liberales. "La Torá tiene santidad por si misma", dice Esquenazi ,"y es una mitzva que en la lectura pública este bien. Eso no significa convalidar otras prácticas que no concuerdan con la Halajá",dice. La escritura y reparación de los rollos despierta mucha curiosidad por lo artesanal de la tarea. Esto generó que Esquenazi se ponga en contacto con escuelas judías laicas para que los chicos vean y pregunten acerca de la Torá. "A los chicos les fascina", dice. ¿Puede una sinagoga vender un rollo de la Ley por emergencia económica o e n desuso?, pregunta que cobra vigencia en el Interior del país donde hay sinagogas vacias o cerradas. De acuerdo a la Halajá un rollo puede venderse sólo por 3 motivos: ayudar a casar a una novia, es decir formar un hogar judío, erigir una escuela en que se enseñe Torá y para liberar a una persona del cautiverio. El alto costo de los rollos ha generado en Israel una "industria" del robo:por año se roban 75 rollos que son colocados en el exterior. Un libro robado NO puede ser utilizado. En la Argentina el alto costo de las reparaciones ha llevado a los sofrim a la búsqueda de algunas soluciones.
"Incluso uno pisoteado o quemado por nazis", dice. Las partes dañadas de un rollo o las mal corregidas no se pueden tirar por lo que se guardan en una gueniza (deposito) de la sinagoga o se entierran en cementerios. Precisamente el alto costo de un libro o su corrección hace que haya que tener más cuidado en el uso público de los libros. No tocarlo con los dedos(por ello se lee con una manito de plata), airear el Arón Kodesh, aislarlo de la humedad (el peor enemigo), cuidar el enrollado son sólo algunas de las medidas para alargar su vida. Un libro reparado equivale a uno nuevo y corresponde hacerse una ceremonia de ingreso del libro a la sinagoga ceremonia que se llama Hajnasat Sefer Torá y que es festejada con mucha alegría. Un rollo no puede estar pasul por más de 30 días. Sin embargo, la realidad más dura indica que en Argentina hay rollos europeos que están psulim desde hace por lo menos 20 años. La Torá fue entregada hace más de 3000 años luego de la salida de Egipto. Sus misterios y sus preceptos perduran entre otros motivos por el trabajo de aquellos como los sofrim que preservaron el mensaje del Sinaí el lugar que nació el publo judío y se acompaño de su esencia. |
El singular oficio de ser escriba de Dios. La Kehilá de Tucumán tendrá su primer Sefer Torá escrito en Argentina, con la participación de judíos de todo el país EL SOFER. Sebastián Grimberg junto a sus hijos Ezequiel y Roy. LA GACETA / FOTO DE MAGENA VALENTIE.- 10 Septiembre 2016 Era todavía un niño cuando decidió aprender uno de los oficios más antiguos y menos populares de la humanidad. El de ser sofer o escriba de la Torá, el libro sagrado del pueblo judío. No hay muchos como él. Sólo dos en el mundo, dentro de la misma corriente judaica. Sebastián Grimberg nació en Buenos Aires hace 40 años, es seminarista del Seminario Rabínico Latinoamericano y tiene la misión de escribir el primer Sefer Torá (copia manuscrita) de la Kehilá de Tucumán hecho en Argentina. Hasta ahora los ocho Sifrei Torá que utiliza la comunidad judía en sus oraciones fueron traídos por los inmigrantes hace más de 100 años. Hoy se terminarán de escribir en Tucumán las tres últimas letras hebreas del libro sagrado, que como fue realizado en distintas provincias se denomina Sefer Torá Federal del Bicentenario. Unas 2.000 personas participaron ayer del Encuentro de Comunidades Judías del Bicentenario, que se inauguró en el hotel Hilton. El acto se realizó en un clima festivo, con aplausos cada vez que se mencionaba a una delegación de otra provincia y más aplausos al verse reflejados en el video que mostró el recorrido del Sefer Torá por el país. El presidente de la Federación de Comunidades Conservadoras (Fedecc), Gastón Scolnik, fue el primero en dar la bienvenida a los presentes, pero también lo hizo el gobernador Juan Manzur, quien se declaró un entusiasta propiciador del encuentro. “Yo también soy hijo de inmigrantes. Este texto sagrado es un legado inigualable para Tucumán, donde hace 200 años nacía la Argentina. Por eso este también es un día histórico”, afirmó con simpatía. Luego hablaron también el presidente de la Kehilá, Simón Litvak, y el rabino Salomón Nussbaum. Al concluir el acto LA GACETA conversó con Grimberg, que vino acompañado con su mujer Johana y sus tres hijos, Ezequiel, Roy y Shay. - ¿Cómo nació esta vocación? ¿Dónde estudiaste? - Desde niño tuve la inquietud de ser sofer. Pero decidí realizar esta actividad al ver el deterioro en que se encontraban estos rollos (de la Torá) que en la mayoría de los casos, como en Tucumán, fueron traídos por los inmigrantes hace más de 100 años a la Argentina. Si bien había sufrim (plural de sofer) estaban muy lejos o no estaban adheridos a otras corrientes. Mi vocación era poder acercarme a cubrir esta necesidad. Además uno de los preceptos del judaísmo es escribir en algún momento de la vida una letra de la Torá. Eso era de muy difícil cumplimiento porque se hace a través de un sofer. Yo quería facilitar esto a los judíos de Latinoamérica. Entonces a los 28 años empecé a estudiar en Argentina y seguí en Israel. Se aprende con un maestro. - ¿Cuántos Sifrai Torá has escrito hasta ahora? - Este es el séptimo y ya empecé el octavo, pero ya me han encargado el noveno y el décimo hasta 2018. Cada uno lleva un año escribirlo porque también debo viajar a las comunidades de cada lugar. Le dedico unas 25 horas semanales. También soy director comunitario de la organización Bialik de Devoto. - ¿Qué pasa si te equivocas? - Puede suceder que uno se equivoque al escribir una de las 304.805 letras de la Torá. En ese caso se raspa con una hoja de afeitar y se vuelve a escribir. Pero si se trata del nombre de Dios ese pergamino de los 62 que hay en total, se debe reemplazar por otro, y se deja en un depósito que puede ser en un cementerio o se entierra. Esta es una de las 4.000 leyes que debe dominar el sofer para hacer su trabajo. - ¿Te preparás de alguna manera especial para escribir? - Un sofer es heredero de una tradición de 3.300 años y eso se vive de una manera especial. A la hora de desarrollar esta tarea milenaria y sagrada, uno tiene que tener cierta observancia de las prácticas religiosas. Por ejemplo un sofer suele hacer inmersiones rituales periódicas antes de escribir. - ¿Ya sabés quién va ser tu discípulo? - (Se miran con su hijo Ezequiel, de nueve años, y ambos sonríen ) Sí. |
“El escriba de Dios”: con plumas de gansos y bisturíes, sigue una exigente tradición milenaria judía
Abraham Emanuel, de 39 años, se dedica a corregir y escribir textos que van desde la mezuzá a la Torá; “hay una conexión, una simbiosis, una amalgama entre las personas y sus objetos religiosos”, dice
7 de octubre de 2022
LA NACION
En el vaso de plástico entra, al menos, medio litro de agua y está lleno hasta el tope. Es transparente y se ve cómo algunos palitos de yerba flotan en el recipiente. Pero eso, a Abraham Emanuel, de 39 años, no le molesta. De hecho, él decide no respetar las proporciones usuales al momento de cebar un mate porque encuentra en ese desbalance una ventaja: no debe interrumpir su trabajo para volver a servirse.
La habitación donde pasa sus mañanas tiene dos por tres metros, no mucho más. Allí tiene un atril para apoyar algún libro de estudio, sobre el que –confiesa– a veces se queda dormido, y una pileta para lavarse las manos y quitarse la tinta de los dedos. En el otro extremo hay un escritorio que cuenta con una plancha de metal sobre la que despliega los trozos de klaf, que son los pergaminos que se usan para escribir, por ejemplo, el pasaje bíblico que transforma esos centímetros de cuero de algún animal kosher en una mezuzá, el elemento que colocan las familias judías en la puerta del hogar como símbolo de conexión con Dios y para que él bendiga y proteja la vivienda.
Emanuel, para decirlo en hebreo, es un sofer, un escriba judío, un experto en caligrafía hebrea, un hombre que dibuja con plumas de ganso y borra con un bisturí hasta alcanzar las letras perfectas que exige la Torá, el libro sagrado de los judíos. También es un maguia, que significa corrector. Otros sofer le envían su trabajo para verificar que todo esté en su lugar. Un error puede invalidar todo el texto.
“Hay una conexión, una simbiosis, una amalgama entre las personas y sus objetos religiosos. Muchas veces, muchísimas veces, ocurre –y esto lo vi yo mismo– que hay cosas que le pasan a la persona y se ven plasmadas en su mezuzá. Por ejemplo, una familia, cuyo hijo de un año tuvo que ser operado de un tumor en la cabeza, me mandó a revisar su mezuzá y en la palabra ‘hijos’, la corona, la cabeza de la palabra, estaba mal hecha”, describe Emanuel.
Emanuel vive con su esposa y sus seis hijos en un departamento en el barrio porteño de Balvanera, ubicado justo al lado de una sinagoga.
Sin embargo, su vida no siempre transcurrió en ámbitos religiosos. Él cree que cruzó definitivamente el portal desde el mundo laico al de las costumbres bíblicas a los 19 años, cuando empezó a desarrollar un amor por el saber en general y por la filosofía en particular que lo llevó a toparse con un sinfín de preguntas complejas y, en algunos casos, imposibles de resolver. En ese recorrido, afirma, empezó a sentirse y a verse como un religioso. Por eso, no siguió el legado de trabajar en la fábrica familiar de armazones y se dedicó al estudio.
Casi una década atrás, Emanuel se topó en una sinagoga de Córdoba con una Torá originaria de Turquía de 150 años de antigüedad. El libro sagrado estaba deteriorado y cuando las letras se empiezan a deformar o no son legibles el texto deja de ser válido. Por eso, esa Torá estaba por ser vendida a un coleccionista, pero Emanuel la “rescató”. El problema que tenía es que no contaba con el dinero suficiente para comprarla y mandarla a restaurar. Y es ahí cuando decidió solo adquirirla y emprendió su formación como sofer y maguia. “Yo aprendí todo lo que sé para arreglar esa Torá”, afirma. A partir de ese momento, cruzó un nuevo portal.
“El examen para ser sofer te lo toma otro sofer. Para dedicarte a eso te tiene que interesar más tu alma que tu billetera. El alfabeto hebreo tiene 27 letras y una mezuzá tiene cerca de 700 detalles caligráficos. Si un detalle está mal, la mezuzá quedará inválida. Lo mismo sucede con el tefilin o con una Torá. Además, las letras deben estar a la misma distancia unas de las otras. Por otro lado, hay palabras en negrita que son maneras de nombrar a Dios, esas deben estar escritas con una intención especial, hay que decir la palabra para que el aire, el corazón y la mente influyan sobre lo que uno está escribiendo. Si recibís una mezuzá que fue escrita sin ninguna intención, caligráficamente puede estar perfecta, pero la mezuzá no será válida y nadie lo sabrá. Por eso, por ejemplo, una máquina no puede escribir estos textos”, explica Emanuel.
De hecho, describe, muchas mezuzá que se venden en la calle son directamente fotocopias. Esas, no tienen ninguna validez. Incluso, vio un video de un brazo robot que escribe con tinta sobre un klaf, pero al no haber una carga emocional por parte de la máquina, ese texto tampoco es válido. Y las condiciones siguen, por ejemplo, el sofer no puede escribir con la mano izquierda. Ser zurdo es considerado un defecto espiritual.
En su caso, como suele dedicarse más a enseñar que a su labor de sofer o maguia, demora una dos semanas en hacer cada mezuzá que le encargan, y por ello cobra entre US$50 y US$100. Pero una Torá puede salir entre US$20.000 y US$50.000.
Su trabajo parece un desafío bíblico. Además de escribir sobre un trozo de cuero que llega desde Israel y usar plumas de ganso, debe someterse a reglas muy particulares. Por ejemplo, hay palabras que no pueden ser borradas. Esas palabras son aquellas que nombran de un modo u otro, a Dios. Eso complejiza su tarea porque hay errores que pueden arruinar una mezuzá entera.
“Para borrar uso un bisturí, pero hay cosas que no tienen arreglo. Hay una ley que dice que el texto tiene que escribirse o borrarse en orden. Si ves un error en la mitad de una frase, tenés que borrar desde el final hasta llegar al error, no podes ir directo a la palabra que está mal. Pero si antes de la palabra mal escrita hay una que nombra a Dios, como esas palabras no se pueden tocar, nunca podés llegar al error y todo el texto será inválido”, indica Emanuel.
Emanuel tiene un cuaderno amarillo, en el que anota con birome y en español las historias detrás de algunas mezuzá que le tocó supervisar. En este punto, cuenta, su trabajo muestra una faceta metafísica, y al mismo tiempo, real.
“Una frase dentro de la mezuzá dice ´comerás y te saciarás´. Y en la mezuzá de una persona obesa que me la envío para revisar decía ´comerás y comerás´. Una madre que tuvo cinco abortos me mandó las mezuzá de su casa y en la de su habitación había un error en la palabra amor. En la [letra] alef encontré una deformación justo entre las dos patitas”, recuerda.
No le es posible descifrar si un error en la mezuzá llevó mala energía al hogar, o si la propia mezuzá se fue deformando según el drama que vivía la familia. Tampoco puede afirmar que corrigiendo el texto se acabará la desgracia porque eso, aclara, sería un milagro.
Él se topó con hechos imposibles de clasificar. En su pequeña habitación, donde tiene el atril y su mate con capacidad para medio litro de agua, Emanuel se encontró, de nuevo, con la sensación que lo llevó a abandonar el mundo laico. Detrás de esas historias, infiere, se oculta la propia existencia de Dios. |
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