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Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

viernes, 16 de septiembre de 2016

334.-TOMÁS DE IRIARTE: Donde las dan las toman (1778); Biblia a

Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma; Katherine Alejandra Del Carmen  Lafoy Guzmán;


TOMÁS DE IRIARTE: Donde las dan las toman (1778);


Scherezada Jacqueline Alvear Godoy


Tomás de Iriarte (1750-1791)

El Arte Poetica de Horacio, ó, Epistola a los Pisones ; Donde las dan las toman, dialogo joco-serio sobre la traducción del Arte Poética de Horacio, que dió a luz D. Tomas de Yriarte, y sobre la impugnación que de aquella obra ha publicado D. Juan Joseph Lopez de Sedano al fin del Tomo IX. del Parnaso Español / Tomas de Yriarte. Madrid: en la Imprenta Real de la Gazeta, año 1777-1778.

2 vol. en 1 ; LIII, 54, 239 p.; in octavo. Encuadernación de media piel, tapas de cartón cubiertas con papel de aguas, lomo de piel con tejuelo.
En el siglo XVIII tuvo lugar una de las disputas más entretenidas e ingeniosas que demuestran  la altura e intelectualidad de aquella época. Estamos en la época de la ilustración, con el triunfo de la razón y la influencia francesa.
Un siglo en el que primaba el valor del trabajo, el desarrollo de la cultura y la investigación, de hecho es en este siglo cuando se fundan importantes instituciones culturales: Biblioteca Nacional (1712), la Real Academia española (1713), la  Real Academia de la Historia (1735), etc.
Es la época de los críticos, de los polemistas, de los investigadores y de los academicistas.
Dicho lo anterior y habiéndonos ya situado, pasemos a la famosa polémica.
El Parnaso Español, fue una obra muy famosa en la época, que intentó recopilar a los mejores autores del Siglo de Oro español para su conocimiento y difusión popular.
Se publicaron nueve tomos, la apertura de la obra la realizó su autor y compilador Juan José López de Sedano (1729-1801) con la publicación, en el primer tomo, de la traducción del “Arte Poética de Horacio” realizada por Vicente Espinel, traducción que Sedano calificó de excelente y perfecta,  algo con lo que ya en ese momento no estuvo de acuerdo su amigo Vicente de los Ríos (estudioso de Cervantes).



Cuando Tomás de Iriarte publicó su traducción del “Arte Poética” incluyó en el prólogo una crítica a la traducción que había realizado Vicente Espinel. Criticaba su falta de rima, así como errores  de traducción,  morfológicos y sintácticos.

La respuesta de Sedano a tal prólogo fue incluida al final tomo IX de su Parnaso en los siguientes términos:

“…No es de nuestra incumbencia recopilar aquí los muchos (errores) que se encuentran, precedidos de la falta y defecto capital de su obra o redundancia, a causa de la ciega sumisión a su indispensable y amartelada Rima, por cuya necesidad violenta o ensancha el sentido del texto a cada paso, añadiendo de su propia cosecha cosas que no están escritas ni impresas en el…


Lo mismo con pocas diferencias se puede decir en quanto a los defectos que nota a los referidos (Espinel y Morel) sobre la exactitud, propiedad de las frases, y pureza del lenguaje, todo precedido de la ya repetida sumisión a sus soberana Consonancia, lo que le hace caer en tantos precipicios, como son por ejemplo decir regaños por repreensiones; dañino por perjudicial o nocivo; Iris proceloso; In curia omisa, y otras muchas frases de esta extravagancia, de nueva invención, y de puro capricho, con que hace las translaciones más violentas, lánguidas y arrastradas…1

Tomás de Iriarte procedió a su defensa con la publicación de un libro de 239 páginas con el siguiente título: Donde las dan las toman, dialogo joco-serio sobre la traducción del Arte Poética de Horacio que dio a luz D. Tomás de Yriarte, y sobre la impugnación que de aquella bora ha publicado D. Juan Joseph López de Sedano al fin del Tomo IX. Del Parnaso Español.
Scherezada Jacqueline Alvear Godoy


 La defensa fue rotunda, aplastante y devastadora, incluso amigos de Sedano como Vicente de los Ríos se mostraron a favor de Iriarte, y no solo eso, a partir de ese momento Sedano fue objeto de mofa en las tertulias de la época.

La defensa de Iriarte comienza así:

“ADVERTENCIA

            Una impugnación de ocho páginas me ha obligado á escribir esta Apología que ocupa un tomo; pero no lo estrañará quien repare que es mui fácil, y muy breve llamar á alguno, por exemplo, Judío o Morisco, y que no es tan fácil ni tan breve probar el ofendido que es Christiano viejo. Aquello no cuesta mas que decirlo en dos palabras absolutas; y esto cuesta revolver papeles antiguos, hacer informaciones y escribir mucho para probar la verdad.

            Estói persuadido á que el tiempo que se empléa en censuras y defensas literarias, se emplearía mejór en componer otra obra de mas substancia y utilidad; pero, cumpliendo con lo que dicta la razón y el pundonor, no me ha parecido decente ni justo desentenderme de cargos dirigidos á mi, y expuestos por un Caballero que quando los ha impreso autorizados con su nombre y apellido, es regular esté esperando a alguna pronta satisfacción.

            El Público, decidirá si acierto, ó nó, á dársela; y aunque mi vindicación propia no deba importar mucho á los Lectores, acaso les importará algo al buen deséo con que someto á su juicio una Traduccion en verso Castellano de la primera Sátira de Horacio, y un breve exámen de la Obra del Parnaso Español.”

Y finaliza diciendo:

“…Después de vindicarme de cargos injustos (porque de los justos nunca intentaré vindicarme, sinó confesarlos y corregirme) he procurado convencer en esta conversación familiar y joco-seria que el Sr. Parnasista no ha dado pruebas de buen crítico ni de buen Escritor. Si se picare, dígale Vm. De mi parte que DONDE LAS DAN LAS TOMAN“.

A esto se sumó la crítica recibida por la edición del Parnaso, calificada de desordenada, falta de presentación cronológica, una introducción pertinente de los autores y de incluir algunos autores de poco valor literario.

Siete  años tardó D. Juan José de Sedano en responder a D. Tomas de Iriarte, lo hizo en la siguiente obra estudiada pormenorizadamente por Emilio Cotarelo y Mori en Iriarte y su época2 :

Coloquios de la Espina entre D. Tirso Espinosa … y un Amanuense… [Texto impreso] : sobre la traduccion de la Poetica de Horacio hecha por … Vicente Espinel, y otras Espinas y Flores del Parnaso español

Tan devastadora fue la defensa y crítica que realizó Iriarte de Sedano y su Parnaso que, D. Antonio Sancha, editor de la obra y Francisco Cerdá y Rico, compañero de Sedano y junto a él artífice del Parnaso, vieron peligrar el éxito de la obra.

1  Obra digitalizada→ Parnaso Español, colección de poesías escogidas de los más célebres poetas castellanos. Tomo IX. Crítica de Juan José de Sedano a la traducción realizada por Tomás de Iriarte en páginas finales,  XLVI-LIV.

2COTARELO Y MORI, Emilio. Iriarte y su época. Madrid: Sucesores de Rivadeneyra, 1897.

Obra  completa digitalizada → Donde las dan las toman…

Post relacionado→ Parnaso español…

Para saber más:

CÁSEDA TERESA, Jesús. Sedano polemista. Crítica y pendencias en la república de las letras. En: revista Berceo, nº 157, 2010, pp. 7-30. ISSN: ‘210-8550



Tomás de Iriarte y Nieves Ravelo.

Scherezada Jacqueline Alvear Godoy



(Puerto de la Cruz, Tenerife, 18 de septiembre de 1750-Madrid, 17 de septiembre de 1791), fabulista, traductor, dramaturgo y poeta español de la Ilustración y el neoclasicismo, fue también músico aficionado, hermano de los diplomáticos Bernardo de Iriarte y Domingo de Iriarte y sobrino del humanista, bibliógrafo y poeta Juan de Iriarte.​

Iriarte provenía de una familia muy culta, varios de cuyos miembros se distinguieron como escritores y humanistas, conocidos aristócratas españoles. Nació en Puerto de la Cruz, en la isla de Tenerife, el 18 de septiembre de 1750, hijo de Bernardo de Iriarte Cisneros y de Bárbara Cleta Marcelina de las Nieves-Ravelo y Hernández de Oropesa. Su familia, sin embargo, no era de las islas Canarias, sino del País Vasco, ya que su abuelo, Juan de Iriarte y Echeverría, era un noble de Oñate. Sin embargo, el servicio a la Corona, propio de la familia Iriarte, llevó al padre hasta Puerto de la Cruz.

Tomás se trasladó a Madrid a los catorce años junto con su tío Juan de Iriarte. Estudió bajo su dirección las lenguas griega y francesa y, siendo ya conocedor del latín y estudioso de la literatura castellana, sucedió a su tío en su puesto de oficial traductor de la primera Secretaría de Estado, tras la muerte de este, en 1771. A partir de ese año hasta 1774 fueron, para Iriarte, los más fatigosos de su vida, pues además de las tareas de su empleo, el arreglo de la biblioteca y papeles de su tío, la traducción o composición de los numerosos dramas que escribió, la traducción de aquellos apéndices y otras obritas (la mayor parte poéticas) que escribía por gusto propio, como fue un poemita latino y castellano que imprimió con ocasión del nacimiento del infante don Carlos (que sería con el tiempo, Carlos III), en 1777, cuidó de las tres ediciones de la Gramática de su tío, que reconoció muy atentamente y de la recopilación y publicación de los dos tomos de obras sueltas de aquel literato, traduciendo muchos de los epigramas que allí se insertan, alguno de los poemas latinos y otros varios ensayos.
Su carrera literaria se inició como traductor de teatro francés. Tradujo además el Arte poética de Horacio.

Tomás de Iriarte fue el primer dramaturgo que consiguió dar con una fórmula que uniese las exigencias de los tratadistas del Neoclasicismo literario con los gustos del público. En 1770 había publicado su comedia Hacer que hacemos, comedia de carácter que retrata a un «fachenda», el perfecto atareado que nunca hace nada en realidad. La librería, escrita en 1780, no se estrenó hasta 2018: se trata de una comedia en un acto, con algo de sainete costumbrista pero con la peculiaridad de estar escrita en prosa, forma que no volverá a repetir su autor en las obras siguientes, que siguen el sistema de versificación típico de las comedias : romance octosílabo con una rima en cada acto. En 1788 estrenó El señorito mimado. Iriarte repitió la fórmula y el éxito con La señorita malcriada, escrita y publicada en 1788 y estrenada en 1791. Con Guzmán el Bueno (1791) introduce la forma del melólogo o escena dramática unipersonal con acompañamiento de orquesta, subgénero teatral creado por Jean Jacques Rousseau.

Como traductor no le acompañó la fortuna, pues fue muy discutida su versión (1777) del Arte poética de Horacio, de la que escribió Manuel José Quintana: "El texto está reproducido, la poesía no." Como satírico, compuso el opúsculo en prosa Los literatos en Cuaresma (1773).

Pero es más conocido por sus Fábulas literarias (1782), editadas como la «primera colección de fábulas enteramente originales» en cuyo prólogo reivindica ser el primer español en introducir el género, lo cual motivó una larga contienda con el que había sido amigo desde largo tiempo, Félix María Samaniego, ya que este último había publicado su colección de fábulas en 1781, hecho de sobra conocido por Iriarte. Su fábula más conocida es la de «Los dos conejos», de donde parte la popular expresión «son galgos o podencos», que censura el enredarse en discusiones de poca monta, dejando de lado lo principal de la cuestión.
Iriarte fue sobre todo el prototipo del cortesano dieciochesco, elegante, culto, cosmopolita y buen conversador; hizo en Madrid una intensa vida literaria y social. Fue uno de los más asiduos a la tertulia de la fonda de San Sebastián, amigo de Nicolás Fernández de Moratín y, sobre todo, de José Cadalso. Con este último mantuvo una larga correspondencia.
La literatura no era el único arte que Iriarte dominaba. También llegó a inclinarse hacia el ámbito musical, especializándose en tocar el violín y la viola. Fue también compositor de sinfonías (hoy perdidas) y de la música de su monólogo Guzmán el Bueno. Como consecuencia de esta afición escribió su poema didáctico La música (1779) en cinco cantos de silvas, traducido a varios idiomas y elogiado por el mismísimo Pietro Metastasio.

“¡O cuánto sobresales,
Antigua Iglesia Hispana!
No es ya mi canto, no, quien te celebra,
Sino las misma obras inmortales
De Patiño, Roldán, García, Viana,
De Guerrero, Victoria, Ruiz, Morales,
De Líteres, San-Juan, Durón y Nebra.”

Su idea de la poesía era propia de la Ilustración: "Los pueblos que carecen de poetas carecen de heroísmo; la poesía conmemora perdurablemente los grandes hechos y las grandes virtudes." Murió de gota en Madrid, el 17 de septiembre de 1791.

Real Academia de Historia de España.

Iriarte, Tomás de. Puerto de la Cruz, Tenerife (Santa Cruz de Tenerife), 18.IX.1750 – Madrid, 17.IX.1791. Fabulista, poeta, dramaturgo, traductor y polemista literario.

Tomás de Iriarte nació en 1750 en el tinerfeño Puerto de la Cruz, dentro de una familia formada por sus padres, Bernardo de Iriarte y Bárbara de las Nieves Ravelo, y por sus hermanos Bernardo, Juan Tomás, Domingo y José. En 1760 marchó a La Orotava, circunstancia a la que se referiría años después en Apuntaciones que un curioso pidió a D. Thomás de Yriarte acerca de su vida y estudios, que fechó el 30 de julio de 1780:

 “A los diez años de su edad pasó a la villa de La Orotava a estudiar la lengua latina bajo la enseñanza de su hermano fray Juan Tomás de Iriarte [...].

Vivía Tomás dentro del convento y en la celda de su hermano y maestro. Al cabo de dos años, o algo menos, traducía bastante bien a Cicerón, Virgilio, Ovidio, etc., y componía versos latinos con afición y gusto en cuanto lo permitía su edad de doce años”.

En 1764 marchó a Madrid, requerido por su tío Juan de Iriarte, erudito dedicado a sus tareas en la Biblioteca Real y traductor de la Secretaría de Estado, además de individuo de número de la Real Academia Española (1747) y la de Bellas Artes de San Fernando (1752). Su tío, excelente conocedor del latín y hábil (aunque poco inspirado) versificador en esa lengua, dedicó los años de su vejez a la formación y promoción en la diplomacia y en las letras de sus sobrinos Bernardo, Domingo y Tomás. Bajo su atenta mirada, Tomás de Iriarte aprendió francés e inglés, perfeccionó el latín, se inició en el griego, estudió y cultivó la música (tocaba violín, viola y bandolín), tradujo obras latinas y francesas, y realizó copiosas lecturas sobre retórica y arte poética.

Bernardo de Iriarte, el hermano mayor, había elaborado en 1767 un informe sobre la reforma teatral para el conde de Aranda, quien le encargó retocar algunas obras del teatro áureo según las reglas del gusto.

En esa misma dirección, Tomás de Iriarte traduciría desde 1769 títulos de Destouches, Voltaire, Gresset, Molière, Champfort, etc., generalmente en prosa, que no recogió en la Colección de obras de 1787, donde sí incluyó las dos únicas traducidas en verso: El huérfano de la China, de Voltaire, y El filósofo casado, de Destouches.

Tampoco incluyó allí su comedia Hacer que hacemos, publicada en 1770 bajo el alias Tirso Imareta, y cuya inmadurez cabe atribuir a lo temprano de su escritura (1768). En el prólogo con que la encabeza especificó los propósitos perseguidos en su escritura: ausencia de afectación, enredo claro y verosímil, configuración de un carácter, empeño de instruir deleitando. También intervino en la polémica teatral entre reformistas, en torno a Moratín padre, y casticistas, defensores del modelo de Ramón de la Cruz, en quien Iriarte veía la suma de males que afligían al teatro de su tiempo.

Muerto Juan de Iriarte en 1771, Tomás cubrió su vacante como traductor en la Secretaría de Estado. Su creciente importancia le condujo a la dirección del periódico mensual Mercurio Histórico y Político (1772), puesto al que renunció antes de cumplirse un año. Su actividad se diversificó entre la traducción de obras teatrales, la preparación para la imprenta de la Gramática latina y de los dos tomos de Obras sueltas de su tío (1771 y 1774 respectivamente), y la escritura y publicación de Los literatos en Cuaresma (1773), oculto tras el seudónimo de D. Amador de Vera y Santa-Clara.

Su actividad social le facilitó el trato con diversas familias de la nobleza, y con personalidades literarias como Nicolás Fernández de Moratín o Cadalso. A este último dirigió, entre 1774 y 1777, sus epístolas en verso I, II, V y XI (Colección de obras, 1787). Cuando se retiró Cadalso a Salamanca, tras la muerte de su amada Filis (María Ignacia Ibáñez), mantuvo con él una jugosa correspondencia, que manifiesta el afecto entre ellos y las quejas acerca de sus respectivos mundos: la necedad escolástica salmantina frente a la ruidosa mezquindad de la vida literaria madrileña. En la “Epístola I”, de 11 de noviembre de 1774, refleja Iriarte la estulticia del mundillo cortesano, sin duda para aliviar el aislamiento de Cadalso, que en ese momento estaba en Montijo: “Y por más que te dé melancolía / carecer de este mundo literario, / yo la suerte contigo trocaría, / y en Montijo viviera solitario, / donde tratara simples labradores, / y no idiotas preciados de doctores”.

En 1776 Tomás consiguió el puesto de archivero general del Consejo Supremo de la Guerra. Por entonces se convirtió en asiduo de la Fonda de San Sebastián, donde se reunían hombres de letras italianos y españoles.

En 1777 publicó su versión del Arte poética de Horacio, en endecasílabos con algunos heptasílabos, que más que duplicaban el número de hexámetros del original.

Iriarte se quiso excusar por poner en castellano una obra varias veces traducida, y criticó la traducción de Vicente Espinel, elogiada por López de Sedano en el primer tomo de su Parnaso español (1768). En el “Discurso preliminar” señalaba Iriarte la impericia de Espinel, pero terminó atacando imprudentemente al recopilador Sedano: “[...] aunque no sé si es culpa del mismo Espinel, o yerro de los muchos que se notan en la edición que de su traducción se ha hecho en el Parnaso español”. Sedano contestó en el noveno tomo de su Parnaso (1778), donde tachó a Iriarte, no sin alguna razón, de “dilatadísimo, difusísimo y redundantísimo” en su traducción. Iriarte replicó ese mismo año en su diálogo Donde las dan las toman, donde se cebó inmisericordemente con Sedano y su caótico Parnaso, lo que destrozó el prestigio de la benemérita empresa alentada por Antonio de Sancha, como lo indica el que ese tomo fuera el último.

Sus ideas ilustradas y sus ataques al poder temporal de la Iglesia (romance “La barca de Simón”) provocaron, en agosto de 1779, una causa del Santo Oficio que concluyó negativamente para Iriarte, aunque sin consecuencias demasiado graves. Meses atrás, en mayo de 1779, había concluido su poema didáctico La música, que publicó en rica edición ilustrada a finales de ese año. El poema, en el que Iriarte pretendió ajustar a canon una disciplina artística que carecía en su siglo de él, tiene una calculadísima estructura y está articulado en cinco cantos: consideraciones generales, afectos y pasiones expresados a través de la música, música del templo, música teatral, música en diversiones privadas o en la soledad. La obra, cuya armonía a veces se resiente de su intención docente, tuvo gran éxito editorial, y pronto fue traducida al inglés, francés, italiano y alemán. Entre los elogios vertidos sobre ella en diversos países, Iriarte siempre se ufanó de la carta que le dirigió el anciano Metastasio, quien lo reputó como uno de los pocos autores “quos æquus amavit Iupiter”.

En España, no obstante, la fortuna crítica fue desigual, y García de la Huerta, Samaniego, Jovellanos o Forner se burlaron de sus pretendidos defectos.

De entre todas las reyertas literarias de Iriarte, que envenenaron su vida y lo distrajeron de las tareas estrictamente creativas, acaso la que más le mortificó tuvo origen en el certamen de poesía convocado por la Real Academia Española sobre la felicidad campestre, que ganó el joven Meléndez Valdés con su égloga “Batilo”. La égloga de Iriarte, “La felicidad de la vida del campo”, presentada tras el seudónimo de Francisco Agustín de Cisneros, hubo de conformarse con ser “la que más se acerca a la que ganó el premio”, según se especifica en la portada de la edición costeada por la Academia (1780). Dolido con el fallo, Iriarte hizo correr en manuscrito sus Reflexiones sobre la égloga intitulada “Batilo” (sólo editadas en la edición póstuma de sus obras, en 1805), lo que desató el furor del irritable Juan Pablo Forner, desde entonces pertinaz bestia negra de Iriarte. En su Cotejo de las églogas que ha premiado la Real Academia de la Lengua, inédito hasta el siglo xx, Forner califica el poema de Iriarte de “mala prosa rimada”.

Por entonces elaboró Iriarte, a instancias de Floridablanca, su Plan de una Academia de Ciencias y Buenas Letras, donde se quejaba de que los escritores hubieran de desatender su tarea en procura del sustento económico, abogando por su profesionalización. El Plan sufrió las zancadillas de sus enemigos y no se llevó a la práctica.

Pero la obra a la que debe Iriarte su fama es Fábulas literarias, publicada en 1782. El volumen constaba de sesenta y siete apólogos, luego incrementados en ediciones póstumas. Aunque se jactaba de haberlas escrito en un mes a modo de entretenimiento, en las Fábulas puso Iriarte gran empeño creativo, consciente de estar renovando el viejo género fabulístico al usar los apólogos de animales con una intención docente relacionada con la literatura. En conjunto, los temas de los que trata son: normas generales de la creación literaria; defectos más frecuentes, de origen estrictamente literario (malos traductores, autores carentes de originalidad) o no (plagiarios, vanidosos); rasgos negativos del mundillo literario (envidia, insolidaridad, inversión de valores); ignorancia del vulgo y de la crítica; consejos de orden diverso. Las Fábulas despliegan una poética ecléctica, y constituyen acaso el más amplio muestrario métrico anterior al Modernismo literario.

De su éxito extraordinario dan constancia las numerosísimas traducciones, imitaciones, comentarios y reediciones, y a él se debe también el que su figura quedara reducida a su faceta de fabulista. Pronto se sintieron aludidos García de la Huerta, Samaniego, Ramón de la Cruz, Meléndez Valdés, Forner... Éste fue el primero en arremeter; lo hizo con El asno erudito (1782), presentada como fábula póstuma de un poeta anónimo, cuya publicación corría a expensas de un tal D. Pablo Segarra (segundo nombre y segundo apellido de Forner). Tras la estúpida afectación del asno traslucía la persona de Iriarte, al que también atacó García de la Huerta en El loco de Chinchilla.

Iriarte contestó raudo a El asno erudito con una “epístola crítico-parenética o exhortación patética”, que figuraba dirigida por D. Eleuterio Geta al autor de las Fábulas, con el título de Para casos tales suelen tener los maestros oficiales (1782), donde no se resistió el canario a incluir la elogiosa carta de Metastasio a propósito de La música.

También Samaniego intervino en esta reyerta literaria.

En el libro tercero de sus Fábulas de carácter moral (1781) había elogiado a Iriarte: “En mis versos, Iriarte, / ya no quiero más arte / que poner a los tuyos por modelo”. Cuando Iriarte publicó las suyas, insertó una “Advertencia del editor” en que, situándose frente a los autores de “fábulas meramente morales”, afirmaba que su obra era “la primera colección de fábulas enteramente originales” editadas en castellano. El ofendido Samaniego publicó, sin nombre de autor ni otros datos editoriales, Observaciones sobre las fábulas literarias originales de D. Tomás de Yriarte, donde desacreditaba las fábulas iriartianas. La búsqueda de la imprenta donde se había tirado sin licencias dicha obra llevó a Iriarte a topar con un manuscrito de Forner, ahora firmado, titulado Los gramáticos: historia chinesca, que esperaba licencia de impresión. El escrito era una invectiva en clave contra el despotismo cultural de los Iriarte, en especial contra el difunto don Juan. La influencia de los Iriarte impidió finalmente su impresión.

Tomás de Iriarte prosiguió con la escritura, castigado por frecuentes ataques de gota. La conmoción que supuso la pregunta de Masson de Morvilliers en la Encyclopédie méthodique, “Mais que doit-on à l’Espagne?”, provocó la airada respuesta de Forner (Oración apologética por la España y su mérito literario, 1786), aunque en esta ocasión Iriarte prefirió no embarrarse en una nueva polémica en la que intervendría Samaniego. Así las cosas, vio llegado el momento de recopilar sus escritos en los seis tomos de su Colección de obras (1787), cuya segunda edición se ampliaría en dos más tras su muerte (1805). La publicación de los diecisiete tomos del Theatro hespañol, arbitraria selección de comedias áureas efectuada por García de la Huerta, reactivó la dedicación al teatro de Iriarte, que defendía las reglas del arte, la verosimilitud, el trazo razonable de caracteres, las unidades y un lenguaje pulcro y castizo (que no casticista). Fruto de estas ideas es su comedia en octosílabos El señorito mimado (en Colección de obras, 1787), representada el 9 de septiembre de 1788, con gran éxito y buena recepción crítica (Moratín hijo la consideró “la primera comedia original” en los teatros de España). Afín a ella es La señorita malcriada, publicada en 1788 (ya no pudo incluirse en la primera edición de la Colección de obras, aunque lo haría en la de 1805) y representada el 3 de enero de 1791.

En 1790 vivió largas temporadas en Sanlúcar de Barrameda, buscando alivio a su enfermedad y alejado de las peleas de escritores. De entonces es la comedia El don de gentes y el juguete cómico Donde menos se piensa salta la liebre, ambos títulos representados en los salones de la condesa de Benavente e impresos en la Colección de obras de 1805. También en Sanlúcar escribió la pieza en un acto La librería. El 26 de febrero de 1791 estrenó en Madrid Guzmán el Bueno, obra con la que introduce en España el melólogo, a imitación del Pigmalion de Rousseau; ese mismo año Samaniego lo remedaría burlescamente con Parodia de Guzmán el Bueno, que retiró de la imprenta al producirse la muerte de Iriarte.

Buena parte de su último año de vida la pasó aquejado por la gota. Pocas horas antes de morir, según testimonio de don Bernardo, dictó un soneto donde compendia su amargura de hombre de letras, a cuyos sacrificios la sociedad responde con el desdén, según expone en el primer cuarteto: “Lamiendo reconoce el beneficio / el can más fiero al hombre que le halaga.

/ Yo, escritor, me desvelo por quien paga / o tarde, o mal, o nunca el buen servicio”.

 

Obras de ~: Tirso Imareta (seud.), Hacer que hacemos, Madrid, Imprenta Real, 1770; Amador de Vera y Santa-Clara (seud.), Los literatos en Quaresma, Madrid, Imprenta Real, s. f. [1773]; Arte poética de Horacio, o Epístola a los Pisones, traducida en verso castellano por D. Tomás de Yriarte, Madrid, Imprenta Real, 1777; Donde las dan las toman, Madrid, Imprenta Real, 1778; La música: poema, Madrid, Imprenta Real, 1779; Francisco Agustín de Cisneros (seud.), La felicidad de la vida del campo, Madrid, Joaquín Ibarra, 1780; Apuntaciones que un curioso pidió a D. Thomás de Yriarte acerca de su vida y estudios, escritas en treinta de julio de 1780, ms. 10460 de la Biblioteca Nacional (Madrid) (en T. de Iriarte, Fábulas literarias, ed. de S. de la Nuez, Madrid, Editora Nacional, 1976); Fábulas literarias (ms. 4063 de la Biblioteca Nacional, Madrid), Madrid, Imprenta Real, 1782, y Barcelona, Imprenta de Eulalia Piferrer, 1782; Eleuterio Geta (seud.), Para casos tales suelen tener los maestros oficiales, Madrid, Imprenta de Andrés de Sotos, 1782; Colección de obras en verso y prosa de D. Tomás de Yriarte, Madrid, Imprenta de Benito Cano, 1787, 6 vols.; La señorita malcriada, Madrid, Imprenta de Benito Cano, 1788; El nuevo Robinsón, Madrid, Imprenta de Benito Cano, 1789, 2 vols. (trad. de J. H. Campe, Robinson); Guzmán el Bueno, Cádiz, Manuel Ximénez Carreño, 1790, y Madrid, Imprenta de Benito Cano, 1791; Colección de obras en verso y prosa de D. Tomás de Yriarte, ed. de E. de Lugo, Madrid, Imprenta de Benito Cano, 1805, 8 vols.

 

Bibl.: J. P. Forner, Cotejo de las églogas que ha premiado la Real Academia de la Lengua, c. 1780 (ed. de F. Lázaro Carreter, Salamanca, Consejo Superior de Investigaciones Científicas [CSIC], 1951); Los gramáticos: historia chinesca, 1782 (ed. de J. H. R. Polt, Madrid, Castalia, 1970, y ed. de J. Jurado, Madrid, Espasa Calpe, 1970); [Samaniego], Observaciones sobre las fábulas literarias originales de D. Tomás de Yriarte, s. l., s. f. [1782]; J. Sempere y Guarinos, Ensayo de una biblioteca española de los mejores escritores del reynado de Carlos III, vol. VI, Madrid, Imprenta Real, 1789, págs. 190-223 (reed. facs., Madrid, Gredos, 1969); M. J. Quintana, “Sobre la poesía castellana del siglo XVIII”, en Obras completas, Madrid, Biblioteca de Rivadeneyra, 1852, págs. 151-153 (reed. Madrid, Atlas, 1946); L. A. de Cueto, “Bosquejo histórico-crítico de la poesía castellana en el siglo XVIII”, en Poetas líricos del siglo XVIII, vol. I, Madrid, Biblioteca de Rivadeneyra, 1869, págs. ICCXXXVII (reed. Madrid, Atlas, 1952); E. Cotarelo y Mori, Iriarte y su época, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1897; J. Apraiz, “Iriarte y Samaniego”, en Euskal-Erría, I (1898), págs. 25-29; E. Cotarelo y J. Paz Espeso, “Proceso inquisitorial contra D. Tomás de Iriarte”, en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 3.ª época, 4 (1900), págs. 682-683; F. Vezinet, Florian et la littérature espagnole, Paris, Hachette, 1909; A. Aguirre (seud. de R. Foulché-Delbosc) (ed.), “La notice de Carlos Pignatelli sur Thomás de Yriarte”, en Revue Hispanique, 36 (1916), págs. 200-252; J. Subirá, “Estudios sobre el teatro madrileño. Los melólogos de Rousseau, Iriarte y otros autores”, en Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo del Ayuntamiento de Madrid, 5 (1928), págs. 140-161; A. Millares Carlo, Ensayo de una biobibliografía de escritores naturales de las Islas Canarias, Madrid, Tipografía de Archivos, 1932, págs. 249-318; J. 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Citas

«Algún mal escritor al juicio apela de la posteridad, y se consuela».

«¡Cuántos pasar por sabios han querido con citar a los muertos que lo han sido».

«¿De qué sirve tu charla sempiterna si tienes apagada la linterna?».

«El egoísmo, poderoso agente, nace, vive y fallece con el hombre».

«No escriba quien no sepa unir la utilidad con el deleite».

«Tantas idas y venidas, tantas vueltas y revueltas, quiero, amiga, que me diga: ¿Son de alguna utilidad?»

Fragmentos en verso

«Es la coqueta mujer
que pasa alegre su vida
procurando ser querida
y no pensando en querer».

«Guarde para su regalo
esta sentencia el autor
si el sabio no aprueba, ¡malo!
si el necio aplaude, ¡peor!»

«“Oh”, dijo el borrico,
“¡qué bien sé tocar!
¡y dirán que es mala
la música asnal!”».

«Tienen algunos un gracioso modo
De aparentar que lo saben todo;
Pues cuando oyen, o ven cualquier cosa,
Por más nueva que sea y primorosa,
Muy trivial y fácil la suponen,
Y a tener que alabarla no se exponen».

Itsukushima Shrine.

ESDRAS.

Esdras (hebreo: עזרא, Ezra;1​ fl. 480–440 a. C.), también llamado Esdras el escriba (hebreo: עזרא הסופר, Ezra ha-Sofer) y Esdras el sacerdote en el Libro de Esdras. Según la Biblia hebrea, volvió del cautiverio de Babilonia y reintrodujo la Torá en Jerusalén (Esdras 7–10 y Neh 8). Según I Esdras, una traducción griega del Libro de Esdras, todavía en uso en la Iglesia ortodoxa, era también sumo sacerdote.

Su nombre puede ser una abreviación de עזריהו‎ ZrhvAzaryahu, "Yah ayuda". En la Septuaginta Ezra se convierte en Esdras (Ἔσδρας), lo mismo que en latín.

El Libro de Esdras describe cómo condujo a un grupo de judíos exiliados desde Babilonia hasta su hogar en Jerusalén (Esdras 8.2-14), donde se dice que les obligó a la observancia de la Torá, y a limpiar la comunidad de matrimonios mixtos.

Esdras es una figura altamente respetada en el judaísmo.

Según lo que indica Esd. 7, Esdras fue enviado a Jerusalén por Artajerjes I en 458 a.C. Parecería probable que ocupara en Persia una posición comparable a la de Secretario de estado para asuntos judíos. Su tarea consistía en hacer cumplir de modo uniforme la ley judaica, y con dicho fin tenía autoridad para hacer designaciones dentro del estado judío. Una gran compañía de exiliados fue con él, y llevó consigo valiosos obsequios para el templo, de parte del rey y de los judíos exiliados. Se le pidió que atendiera la cuestión de los matrimonios mixtos, y, después de ayunar y orar, él y una comisión selecta hicieron una lista negra de los culpables e indujeron, a algunos por lo menos, a dejar a sus mujeres paganas (10.19). Después de esto no sabemos nada sobre Esdras hasta el momento en que lee la ley públicamente en Neh. 8. Esto fue en el 444 a.C. Dado que había sido enviado por el rey con una misión temporaria, presumiblemente regresó con su informe, pero fue enviado nuevamente con una misión similar cuando fueron completados los muros de la ciudad. Nehemías, en parte de sus memorias en Neh. 12.36ss, dice que él mismo dirigió a un grupo alrededor de los muros en ocasión de su dediración, mientras que Esdras condujo al otro. Principalmente sobre la base de estos tres pasajes muchos entendidos han sostenido que Esdras no fue a Jerusalén hasta la época de Artajerjes II, e. d. en el 398 a.C., mucho tiempo después de Nehemías. a. Esd. 9.9 habla acerca de un muro, mientras que el muro no fue edificado hasta la época de Nehemías. Pero Esd. 4.12 muestra que se estaba construyendo algún muro en el reinado de Artajerjes I, y su destrucción probablemente se menciona en 4.23 y Neh. 1.3. Esdras se regocija en un acto de fe ante la obra que se ha realizado hasta el momento. b. Esd. 10.1 se refiere a una congregación muy grande en Jerusalén, mientras que Neh. 7.4 dice que en la ciudad vivían muy pocas personas. Pero el contexto de Esd. 10 muestra que la congregación estaba formada por integrantes de todos los alrededores de Jerusalén, p. ej. 10.7, mientras que Neh. 7 se refiere concretamente a viviendas en la ciudad. c. Esd. 10.6 menciona a Johanán hijo de Eliasib como contemporáneo de Esdras. Por Neh. 12.22–23 sabemos que Johanán era nieto de Eliasib, y por los papiros elefantinos que Johanán era sumo sacerdote en 408 a.C. Pero Johanán era un nombre común, y es razonable pensar que Eliasib tuvo un hijo de nombre Johanán, y también otro hijo, Joiada, que a su vez tuvo un hijo, Johanán, que fue sumo sacerdote. Esd. 10.6 no dice que Johanán haya sido sumo sacerdote en los días de Esdras. En contraposición a la idea de que el escritor de Esdras y Nehemías confundió a Artajerjes I y II (requisito necesario para esta teoría de la prioridad de Nehemías), un escritor tan tardío como el 330 a.C. no pudo haber confundido el orden de los dos hombres. Si Esdras realmente corresponde al 398 a.C., algunos de los contemporáneos del escritor lo hubieran recordado, y muchos hubieran oído acerca de él de labios de sus propios padres; mientras que nadie hubiera recordado a Nehemías. De manera que el escritor no hubiera podido poner a Esdras antes que Nehemías por accidente, y nadie ha mencionado alguna razón que lo hubiera movido a hacerlo deliberadamente. (Véase J. Stafford Wright, The Date of Ezra’s Coming to Jerusalem 1958; H. H. Rowley, “The Chronological Order of Ezra and Nehemiah” en The Servant of the Lord and Other Essays, 1952, pp. 129ss.) Corresponde notar que Esdras adquirió gran reputación entre los judíos en tiempos posbíblicos. En 2 Esdras 14 se dice que fue inspirado por Dios para volver a escribir la ley, que fue destruida durante el exilio, y una cantidad de otros libros. Véase también el artículo que sigue. BIBLIOGRAFÍA. H. H. Schaeder, Esra der Schreiber, 1930; W. F. Albright, “The Date and Personality of the Chronicler”, JBL 40, 1921, pp. 104ss. J.S.W. Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas. Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

 

Contenido Esdras el Hombre Los libros de Esdras 2.1 I Esdras 2.2 II Esdras 2.3 III Esdras 2.4 IV Esdras Esdras el Hombre Esdras es un famoso sacerdote y escriba relacionado con la restauración de Israel después del Exilio. Las principales fuentes de información sobre su vida son los libros canónicos de Esdras y Nehemías. Hay un grupo de escritos apócrifos que se refieren a él pero apenas se puede confiar en ellos, puesto que más bien relatan los cuentos legendarios de una época posterior. Esdras era de ascendencia sacerdotal perteneciente a la línea de Sadoq (Esd. 7,1-5). El se llama a sí mismo “hijo de Seraías” (7,1), una expresión que muchos entienden en un sentido amplio, presuponiendo que Seraías, el sumo sacerdote del que habla 2 Reyes 25,18-21, era uno de los ancestros de Esdras. Sin embargo se le conoce más bien como “el escriba” que como “el sacerdote”: él era “un hábil escriba en la ley de Moisés” y por consiguiente especialmente cualificado para la tarea para la que estaba destinado entre su pueblo. Entre las cuestiones relacionadas con la historia de la restauración judía, una de las más discutidas es la relación cronológica de la obra de Esdras con la de Nehemías. Muchos expertos bíblicos aún se agarran a la postura sugerida por el orden tradicional del texto sagrado (concediendo la ruptura de la narrativa—Esdras 4,6-23) y colocan la misión de Esdras antes que la de Nehemías. Otros, entre los que podemos mencionar al profesor Van Hoonacker de Lovaina, Dr. T.K. Cheyne en Inglaterra y el profesor C.F. Kent en América, para eliminar las numerosas dificultades que surgen de la interpretación de las fuentes principales de esta historia, afirman que la misión de Nehemías precedió a la de Esdras. La primera de las opiniones sostiene que Esdras llegó a Jerusalén alrededor del 458 a.C. y que la primera llegada de Nehemías fue en 444 y la segunda en 430 a.C., y según la opinión contraria la misión de Esdras pudo haber tenido lugar tan tarde como el año 397 a.C. Sea como fuere, como aquí sólo nos concierne Esdras, nos limitaremos a resumir los principales rasgos de su vida y obra, sin tener en cuenta los problemas que conlleva; baste con haberlos mencionado. Ya habían pasado muchos años desde que se había autorizado a los judíos a volver a Palestina. Entre dificultades y obstáculos la comunidad restaurada se había asentado de nuevo en su antiguo hogar y habían construido un nuevo Templo, pero su condición tanto desde el punto de vista político como religioso, era muy precaria. Irritados bajo la opresión de los sátrapas persas, se habían vuelto indiferentes y habían dejado de observar la Ley. Desde Babilonia, donde era bien conocido este estado de cosas, Esdras deseaba ir a Jerusalén y utilizar su autoridad como sacerdote e intérprete de la Ley para restaurar las cosas a una condición mejor. Gozaba del favor de la corte del rey persa y no sólo obtuvo permiso para visitar Judea sino además un edicto real que le investía de amplia autoridad para realizar su propósito e importante ayuda económica del tesoro real. El rescripto, además, les ordenaba a los sátrapas “de más allá del río” que ayudaran a Esdras con liberalidad y decretó que todos los oficiales del Templo judíos estuviesen exentos de impuesto, contribución o peaje. “Y tú, Esdras, nombra jueces y magistrados para que juzguen a todo el pueblo que está más allá del río” (Esdras 7,25). Finalmente la Ley de Dios y la ley habrían de tener severas penas para exigir su cumplimiento. El edicto permitía a todos los judíos que quisieran volver libremente a su país a que así lo hicieran. Unos 1800 hombres incluidos algunos sacerdotes, levitas y natineos salieron con Esdras desde Babilonia y después de cinco meses llegaron a salvo a Jerusalén, donde se habían arraigado abusos que habían sido desatendidos durante largo tiempo. Esdras se dio a la tarea de corregirlos una vez que hubo depositado en el Templo el oro y la plata que habían traído desde Babilonia y que hubo ofrecido sacrificios La primera tarea que emprendió fue ocuparse de los matrimonios mixtos. Ignorando la Ley de Moisés muchos, hasta los dirigentes judíos y sacerdotes, se habían casado con las habitantes idólatras del país. Horrorizado por el descubrimiento de estos abusos— cuya magnitud probablemente había sido desconocida para Esdras hasta entonces— manifestó sus sentimientos en una oración que impresionó de tal manera al pueblo que Sequenías, en sus nombres, propuso que los israelitas despidieran a sus esposas extranjeras y a los hijos tenidos con ellas. Esdras aprovechó la oportunidad y consiguió de la congregación un juramento de que cumplirían con esta proposición. Los príncipes y los ancianos reunieron una asamblea del pueblo pero el asunto no pudo ser zanjado fácilmente por lo que se nombró una comisión encabezada por Esdras para solucionarlo. La comisión se reunió durante tres meses, al final de los cuales las “esposas extranjeras” fueron despedidas. No se nos dice cual fue el resultado de tan drástica medida; las memorias de Esdras se interrumpen aquí. Tampoco sabemos si una vez cumplida su misión volvió a Babilonia o se quedó en Jerusalén. Lo volvemos a encontrar en Jerusalén en la lectura de la Ley que tuvo lugar después de la reconstrucción de las murallas. Sin duda este hecho había despertado el entusiasmo del pueblo y para cumplir con la demanda popular Esdras trajo el Libro de la Ley. En el primer día del séptimo mes (Tishri), se celebró una gran concentración “en la calle que hay delante de la puerta del agua” para leer la Ley. Esdras, subido en una plataforma, leyó el libro en voz alta “desde la mañana hasta el medio día”. Al oír las palabras de la ley, que habían transgredido con tanta frecuencia, la congregación rompió en lamentos poco apropiados para la santidad de aquel día, así que Nehemías disolvió la asamblea. Esdras retomó la le lectura al día siguiente y encontraron en la Ley las directrices para la fiesta de los tabernáculos. Así que se dieron los pasos necesarios para la debida celebración de esa fiesta, que debía durar siete días, desde el día décimo quinto hasta el vigésimo segundo de Tishri. Esdras continuó la lectura pública de la Ley cada día de la fiesta; y dos días después de terminada se mantuvo un ayuno muy severo y “se levantaron y confesaron sus pecados y las iniquidades de sus padres” (Neh. 9,2). Fue una buena oportunidad para renovar solemnemente el pacto entre el pueblo y Dios. Este pacto comprometía a la comunidad a la observancia de la Ley, a la abstención de matrimonios con paganos, a guardar cuidadosamente el Sabbath y las fiestas y a las distintas regulaciones acordadas para el cuidado del Templo, sus servicios y el pago de los diezmos. Los príncipes, levitas y sacerdotes lo leyeron formalmente y fue firmado por Nehemías y representantes escogidos de los sacerdotes (por extraño que parezca, el nombre de Esdras no aparece en la lista de los que la subscribieron (Neh. 10,1-27). En adelante no vuelve a hacerse mención de Esdras en la literatura canónica. No se habla de él en relación con la segunda misión de Nehemías a Jerusalén y esto ha llevado a muchos a suponer que podía haber fallecido. De hecho tanto el lugar como la fecha de su muerte son desconocidos, aunque en las orillas del Tigris, cerca del lugar donde se une con el Éufrates, hay un monumento que se alega es la tumba de Esdras; durante siglos ha sido un lugar de peregrinaciones para los judíos. El papel de Esdras en la restauración de los judíos después del exilio dejó una impresión permanente en las mentes del pueblo, lo cual se debió a que en adelante la vida de los judíos discurrió por los cauces trazados por él y de un modo que, en lo esencial, nunca se separó. Hay probablemente una gran parte de verdad en la tradición que le atribuye la organización de las sinagogas y la determinación de los libros consagrados como canónicos entre los judíos. La actividad de Esdras parece haber ido aún más lejos. El Talmud le atribuye haber compilado “su propio libro” (es decir: Esdras-Nehemías) “y las genealogías de los Libros de las Crónicas hasta su propio tiempo” (Trat. “Baba bathra”, 15a). Sin embargo, especialistas modernos difieren ampliamente respecto a la extensión de su trabajo literario. Algunos lo ven como el último editor del Hexateuco, mientras que, por el contrario, otros dudan de que tomara parte en la composición de Esdras – Nehemías y Crónicas. Sea como fuere, es cierto que nada tuvo que ver en la composición de los llamados Tercero y Cuarto Libros de Esdras. Como ocurre con muchos hombres que han jugado una parte importante en las épocas trascendentales de la historia, con el curso del tiempo la personalidad y actividad de Esdras asumió en las mentes del pueblo proporciones gigantescas. Esta leyenda se mezcló con la historia y proveyó para completar la escasez de datos que hay sobre su vida. Se le vio como un segundo Moisés y se le atribuyeron todas las instituciones que no se le pudieron atribuir a Moisés. Según la tradición judía restauró de memoria—una gesta poco menos que milagrosa—todos los libros del Antiguo Testamento, los que se creía habían perecido durante el Exilio. Asimismo sustituyó, al copia la Sagrada Escritura, la antigua escritura fenicia por el alfabeto aún en uso. Hasta la Edad Media, e incluso el Renacimiento, continuó creciendo la cosecha de logros legendarios atribuidos a él. Entonces se le aclamó como organizador de la famosa Gran Sinagoga—cuya existencia misma parece ser un mito—y como inventor de los signos vocales del hebreo. Los libros de Esdras. No poca confusión surge de los títulos de estos libros. Esdras A de los Setenta es III Esdras de San Jerónimo, mientras que el griego Esdras B corresponde a I y II Esdras de la Vulgata, que originalmente estaban unidos en un solo libro. Los escritores protestantes, tras la Biblia de Ginebra, llaman al I y II Esdras de la Vulgata respectivamente Ezra y Nehemías, y a III y IV Esdras de la Vulgata, respectivamente I y II Esdras. Sería deseable tener una uniformidad de títulos. Aquí seguiremos la terminología de San Jerónimo. I Esdras (Gr. Esdras B, primera parte; V.A. Ezra). Como se ha dicho arriba, en el canon judío este libro formaba un solo volumen con II Esdras. Pero los escritores cristianos del siglo IV adoptaron la costumbre—cuyo origen no es fácil de asignar—de considerarlos dos obras distintas. Esta costumbre prevaleció hasta tal punto que pasó hasta a la Biblia Hebrea, donde ha permanecido en uso. Por otra parte, los muchos y muy notables parecidos que innegablemente existen entre Esdras-Nehemías y Crónicas, y usualmente explicados por la unidad de autoría, han sugerido la posibilidad de que todos estos libros formaran, al principio, un solo volumen, para el que se ha propuesto el título de “Crónica Eclesiástica de Jerusalén”, que expresaría muy bien su contenido. ¿Deberían estos libros ser considerados como independientes o como parte de una obra más amplia? Hay poca discusión acerca de la unión de I y II Esdras, que puede ser considerado un solo libro. Aunque la opinión que afirma que Esdras-Nehemías y Crónicas eran una sola obra parece ganar terreno entre los estudiosos bíblicos, hay muchos que se oponen decididamente, y que opinan que sus argumentos son incapaces de preponderar sobre la evidencia en la dirección opuesta. No deberíamos esperar encontrar en I Esdras ni en II Esdras un relato completo de los sucesos relacionados con la Restauración, ni siquiera de las vidas de Esdras y Nehemías. La razón está en el propósito del autor de simplemente narrar los principales pasos dados para el restablecimiento de la teocracia en Jerusalén. Así, en dos partes paralelas, nuestro libro trata de:
el retorno de los judíos bajo la dirección de Zorobabel;
el retorno de otro grupo bajo el mando de Esdras.
En el primero, con el decreto de Ciro (1,1-4) y la enumeración de los miembros más prominentes de la caravana (2) leemos una narración detallada de la reconstrucción del Templo y su exitosa culminación a pesar de la encarnizada oposición (3 – 4). Los sucesos que se narran cubren veintiún años (536-515). La última parte trata de hechos que pertenecen a una fecha muy posterior (458 ó 397). Abre con el decreto de Artajerjes (7) y el censo de los miembros del grupo y relata brevemente el viaje a través del desierto (8) y da todos los hechos relacionados con la aplicación forzosa de la Ley de los matrimonios mixtos con mujeres extranjeras (9 a 10). I Esdras es una compilación de varias partes que difieren en naturaleza, origen y hasta en el lenguaje. Al menos se pueden reconocer tres de las partes:
las memorias personales de Esdras (7,27 a 9,15);
listas muy probablemente tomadas de documentos públicos (2,1-70; 7,1-5);
Escritos arameos (4,7 – 6,18; 7,12-26), supuesta y probablemente parte de una “historia más comprehensiva de la comunidad restaurada” ( Stade).
El compilador las puso juntas en la forma presente, añadiendo, por supuesto, de vez en cuando observaciones propias o algunos hechos tomados de otras fuentes que nos son desconocidas. Como algunos pudieran creer, este carácter compilatorio no disminuye en manera alguna el alto valor histórico de la obra. Es cierto que muy probablemente el compilador no estaba dotado de un agudo sentido de la crítica y transcribió indiscriminadamente unas junto a otras todas sus fuentes “como si fueran igualmente confiables” (L.W. Batten); pero no debemos olvidar que ha conservado para nosotros páginas del más alto valor; incluso las que se podrían considerar de menor confiabilidad son los únicos documentos disponibles con los cuales reconstruir la historia de esos tiempos; y el compilador, aun desde el punto de vista de de la investigación científica moderna, apenas pudo hacer algo mejor y más digno de alabanza que poner en nuestras manos las fuentes de información de las que disponía. La composición de la obra ha sido atribuida desde antiguo sin discusión al mismo Esdras. Este punto de vista, enseñado en el Talmud, y aún admitido por los estudiosos de buen nivel, es sin embargo abandonado por algunos estudiosos bíblicos modernos, quienes aunque con distintas opiniones sobre la cuestión de la fecha, están bastante de acuerdo en que el libro es posterior al 330 a.C. II Esdras Ver Libro de Nehemías. III Esdras (Gr. Esdras A; escritores protestantes, I Esdras) Aunque no pertenece al Canon de las Sagradas Escrituras, este libro se halla usualmente, ne prorsus intereat, en un apéndice de las ediciones de la Vulgata. Se compone casi por completo de materiales existentes en los libros canónicos. El siguiente esquema muestra suficientemente los contenidos y señala los paralelos canónicos:
III Esdras 1 y 2 Crón. 35, 36: Historia del Reino de Judá desde la gran Pascua de Josías a la Cautividad.
III Esdras, 2,1-15 (texto griego, 14) y I Esdras 1: Decreto de Ciro. Retorno de Sassabasar.
III Esdras 2,16 (Gr. 15)-31 (Gr. 25) y I Esdras 4,6-24: Oposición a la reconstrucción del Templo.
III Esdras 3,1 – 5,6: Parte original. Historia de los tres pajes. Regreso de Zorobabel.
III Esdras 5,7-46 (Gr. 45) y I Esdras 2: Lista de los que vuelven con Zorobabel.
III Esdras 5,47 (Gr. 46)-73 (Gr. 70) y I Esdras 3,1 – 4,5: Altar de los holocaustos. Se ponen los cimientos del Templo. Oposición.
III Esdras 6,7 y I Esdras 5, 6: Templo Terminado.
III Esdras 8,1 – 9,36 y I Esdras 7 – 10: Regreso de Esdras.
III Esdras 9,37-56 (Gr. 55) y II Esdras 7,73 – 8,12: Lectura de la Ley por Esdras
El libro está incompleto y se termina en mitad de una frase. La versión latina completa la frase interrumpida del texto griego, pero el texto en su plenitud probablemente contenía la narración de la Fiesta de los Tabernáculos (Neh. 8). Una característica extraña del libro es el total descuido del orden cronológico. La historia, realmente, va hacia atrás, mencionando primero a Artajerjes (2,16-31), después a Darío (3 – 5,6) y finalmente a Ciro (5,7-73). Todo ello hace difícil detectar el objeto real del libro y el propósito del compilador. Se ha sugerido que tenemos aquí una historia del Templo desde el tiempo de Josías hasta Nehemías, y esta opinión está bien apoyada por la suscripción de la antigua versión latina. Otros suponen que en general el libro es más bien una traducción temprana de la obra del cronista, hecha en un tiempo cuando Crónicas, Esdras y Nehemías aún formaban un solo volumen. Sea lo que fuere, parece que hasta la época de San Jerónimo hubo dudas respecto a la recepción del libro en el Canon; era citado libremente por los primeros Padres y fue incluido en la “Hexapla” de Orígenes. Esto puede ser explicado con el hecho de que III Esdras puede considerarse como otra recensión de las Escrituras canónicas. Sin dudas que nuestro libro no puede pretender ser una obra de Esdras. Por ciertos particulares, tales como el parecido del griego con la traducción de Daniel, algunos detalles de vocabulario etc., los estudiosos pensaron que III Esd. había sido compilado probablemente en el Bajo Egipto, durante el siglo II a.C.. Nada se puede decir del autor excepto, quizás, que la antedicha semejanza de estilo con Daniel puede inclinar a concluir que ambas obras sean posiblemente del mismo autor. IV Esdras Tal es el título del libro en la mayoría de los manuscritos latinos. Los apócrifos (protestantes) ingleses, sin embargo, lo dan como II Esdras, a partir de las palabras iniciales: “El segundo libro del profeta Esdras”. Autores modernos lo llaman con frecuencia Apocalipsis de Esdras. Esta obra notable no se ha conservado en el texto griego original, pero tenemos traducciones latinas, siríacas, árabes (dos versiones independientes), etiópicas y armenias. El texto latino usualmente aparece impreso en el apéndice a las ediciones de la Vulgata, pero estas ediciones carecen de setenta versos entre 7,35, y 7,36. El fragmento que falta, que se leía en las otras versiones, fue descubierto por R.L. Bensly, en 1874, en un manuscrito latino, y desde entonces ha sido repetidamente impreso. El libro en latín se divide en 16 capítulos. Sin embargo, los dos primeros (1, 2) y los dos finales (15, 16), que no se hallan en las traducciones orientales, sin duda son considerados por todos como adiciones posteriores, extraños a la obra primitiva. El cuerpo del Libro Cuarto, cuya unidad parece incuestionable, se compone de las siete visiones que supuestamente tuvo Esdras en Babilonia, el año trigésimo después de la destrucción de Jerusalén (la fecha dada se equivoca casi en un siglo). • En la primera visión (3,1 – 5,20), Esdras lamenta la aflicción de su pueblo. ¿Por qué no cumple Dios sus promesas? ¿No es acaso Israel la nación elegida, y mejor, a pesar de su “mal corazón” que los vecinos paganos? El ángel Uriel reprende a Esdras por preguntar cosas que están más allá de su entendimiento; se le dice al “profeta” que el tiempo pasado excede al tiempo por venir y se le dan las señales del fin. • En otra visión (5,21 – 6,34), aprende, con nuevas señales, sobre fin, por qué Dios “no hace todo inmediatamente”. • Entonces sigue (6,35 – 9,25) una brillante descripción de la edad mesiánica. “Mi hijo” vendrá en su gloria, acompañado por aquellos que no han gustado la muerte, como Moisés, Enoc, Elías, y el mismo Esdras. Reinarán 400 años y entonces “mi hijo” y todos los seres vivientes, morirán; tras siete días del “antiguo silencio”, la Resurrección y el Juicio. • A continuación (9,26 – 10,60) Esdras contempla, en la aparición de una mujer que llora por su hijo muerto el día de su boda, una descripción apocalíptica del pasado y futuro de Jerusalén. • Esta visión es seguida por otra (11,1 – 12,39) que representa al Imperio Romano, bajo la figura de un águila, y por una tercera (13) que describe la ascensión del reino mesiánico. • El ultimo capítulo narra cómo Esdras ha restaurado los 24 libros del Antiguo Testamento que se habían perdido y escribió setenta libros de misterios para los sabios entre el pueblo. El Cuarto Libro de Esdras está entre las más bellas producciones de la literatura judía. Ampliamente conocido en el cristianismo primitivo y frecuentemente citado por los Padres (especialmente San Ambrosio), se puede decir que ha enmarcado la creencia popular medieval sobre los últimos días. El uso litúrgico muestra su popularidad. El segundo capitulo ha suministrado material para los versos del Requiem æternam del Oficio de Difuntos (24-25), la respuesta Lux perpetua lucebit sanctis tuis del oficio de los Mártires durante el tiempo de Pascua (35), el introito Accipite jucunditatem del martes de Pentecostés (36-37), las palabras Modo coronantur del Oficio de los Apóstoles (45); de igual manera, el verso Crastine die de la víspera de Navidad se toma de 16,53. A pesar de lo bello y popular que es el libro, su origen está envuelto en misterio. Los capítulos introductorios y finales, que contiene evidentes huellas cristianas, se asignan al siglo III (ca. 201-268 d.C.). La parte principal (3 – 14) es sin dudas la obra de un judío—ya sea romano, palestino o alejandrino, nadie puede decirlo. Respecto a la fecha, los autores tienen variadas opiniones y se han sugerido todas las fechas desde el 30 a.C. al 218 d.C.; los estudiosos parecen acercarse más hacia el año 97 d.C. Fuente: Souvay, Charles. “Esdras.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 5. New York: Robert Appleton Company, 1909. http://www.newadvent.org/cathen/05535a.htm Traducido por Pedro Royo. L H M. Fuente: Enciclopedia Católica
1. Sacerdote aarónico descendiente de Eleazar y Finehás. Fue un hábil copista de gran erudición, además de maestro de la Ley y experto tanto en hebreo como en arameo. Tuvo celo genuino por la adoración pura, y preparó †œsu corazón para consultar la ley de Jehová y para ponerla por obra y para enseñar en Israel disposiciones reglamentarias y justicia†. (Esd 7:1-6, 10.) Aparte del libro que lleva su nombre, es muy probable que haya escrito los dos libros de Crónicas, y, según la tradición judí­a, comenzó a compilar y catalogar los libros de las Escrituras Hebreas. Esdras también fue un investigador sobresaliente, pues en los dos libros de Crónicas citó unas veinte fuentes de información. Como en su dí­a muchos judí­os estaban esparcidos por diversos lugares, fue preciso que se hicieran numerosas copias de las Escrituras Hebreas, y es probable que Esdras fuese uno de los que iniciasen esta labor. La Biblia no da detalles sobre los primeros años de la vida de Esdras. Solo informa que vivió en Babilonia y que procedí­a de una familia de sumos sacerdotes, aunque no de la lí­nea particular que ostentaba el sumo sacerdocio cuando el pueblo regresó del exilio en 537 a. E.C. El último antepasado de Esdras que ocupó el cargo de sumo sacerdote fue Seraya, en los dí­as del rey Sedequí­as de Judá. Nabucodonosor dio muerte a Seraya cuando tomó Jerusalén, en el año 607 a. E.C. (Esd 7:1, 6; 2Re 25:18, 21.) Debido a que los judí­os siguieron respetando el sacerdocio en el exilio babilonio, las familias sacerdotales conservaron su identidad. Además, la comunidad judí­a mantuvo su organización interna: los hombres mayores continuaron ejerciendo de cabezas representantes del pueblo. (Eze 20:1.) Seguramente, la familia de Esdras se interesó en que él tuviera una buena preparación en la ley de Dios, un interés que serí­a compartido por él mismo. Si, como algunos eruditos creen, no se podí­a ser escriba antes de los treinta años, Esdras debí­a superar esa edad en el año 468 a. E.C., cuando fue a Jerusalén. Debió de vivir durante el reinado de Asuero, en el tiempo de Mardoqueo y Ester, cuando se emitió el decreto de exterminar a los judí­os en todo el Imperio persa. Habí­a muchos judí­os en Babilonia, de modo que esta crisis nacional debió dejar una honda huella en Esdras, fortaleciendo su fe en que Jehová era el protector y libertador de su pueblo, y preparándole con la madurez de juicio y competencia necesarias para acometer la tremenda tarea que más adelante se pondrí­a ante él. (Est 1:1; 3:7, 12, 13; 8:9; 9:1.) A Jerusalén. En 468 a. E.C., sesenta y nueve años después del regreso del resto judí­o fiel desde Babilonia bajo el acaudillamiento de Zorobabel, el rey persa Artajerjes Longimano le concedió a Esdras †œtoda su solicitud† para ir a Jerusalén a promover la adoración verdadera. Según la carta oficial del rey, aquellos israelitas que por su propia voluntad desearan ir con Esdras a Jerusalén podrí­an hacerlo. (Esd 7:1, 6, 12, 13.) ¿Por qué necesitaban una fe fuerte, incluso en el tiempo de Esdras, los judí­os que salieron de Babilonia? Muchos judí­os habí­an prosperado en Babilonia, de modo que, desde un punto de vista material, no les atraí­an las perspectivas de volver a Jerusalén. Para aquel entonces la ciudad estaba escasamente poblada, y el buen comienzo que habí­an tenido los judí­os bajo Zorobabel parecí­a haber terminado. El comentarista Dean Stanley dice: †œJerusalén misma estaba poco poblada, y parecí­a haberse quedado a medio camino en el logro de los objetivos que los primeros pobladores habí­an tenido ante sí­ […]. Es cierto que, ya fuera por la debilidad de aquellos primeros pobladores o por las incursiones de las tribus vecinas, de las que no tenemos ninguna noticia, el muro de Jerusalén estaba sin terminar, tení­a grandes brechas donde las puertas quemadas aún estaban sin reparar, las laderas de sus colinas rocosas estaban cubiertas con los escombros de sus ruinas y aunque el Templo estaba terminado, aún no tení­a todo el mobiliario y la ornamentación era inadecuada†. (Ezra and Nehemiah: Their Lives and Times, de George Rawlinson, Londres, 1890, págs. 21, 22.) Regresar a Jerusalén en esas circunstancias suponí­a una pérdida de posición, romper lazos afectivos y renunciar a una forma de vida más o menos cómoda para iniciar una nueva vida en una tierra distante, en condiciones penosas, difí­ciles y tal vez peligrosas. Todo esto sin hacer mención del viaje, largo y lleno de dificultades, entre numerosas tribus árabes hostiles y otros enemigos. Emprender ese viaje requerí­a celo por la adoración verdadera, fe en Jehová y valor. Tan solo unos 1.500 hombres y sus familias, un total de unas 6.000 personas, estuvieron dispuestas y en condiciones de hacer el viaje. Ir al frente de esta expedición suponí­a una tarea difí­cil para Esdras, pero su experiencia en la vida le habí­a preparado y fortalecido, y la mano de Jehová estaba sobre él. (Esd 7:10, 28; 8:1-14.) Jehová Dios les ayudó en sentido material, pues las condiciones económicas no eran buenas en Jerusalén y los bienes de los que viajaban con Esdras eran limitados. Movió al rey Artajerjes y a sus siete consejeros a dar una contribución voluntaria para la compra de animales y grano destinados al sacrificio, las ofrendas y las libaciones. Además, se autorizó a Esdras a recibir contribuciones para este fin en el distrito jurisdiccional de Babilonia. Si sobraban fondos, Esdras y los que estaban con él debí­an determinar cómo utilizarlos. Tení­an que enviarse a Jerusalén todos los vasos para el servicio del templo. Si era necesario, se podí­an obtener más fondos de la tesorerí­a del rey. Se informó a los tesoreros del otro lado del Rí­o que Esdras podí­a pedirles plata, trigo, vino y aceite hasta cierta cantidad, y sal sin lí­mites, y que tení­an que satisfacer su petición con prontitud. Además, se eximió de impuestos a los sacerdotes y a los trabajadores del templo. Se facultó a Esdras para nombrar magistrados y jueces, que debí­an ejecutar juicio sobre cualquiera que no obedeciera la ley de Dios y la ley del rey, †œya sea para muerte o para exilio, o para multa de dinero o para prisión†. (Esd 7:11-26.) Consciente de que tení­a la dirección de Jehová, Esdras emprendió su cometido sin dilación. Reunió a los israelitas a orillas del rí­o Ahavá e inspeccionó al pueblo durante tres dí­as. Se dio cuenta de que aunque habí­a algunos sacerdotes, no se habí­an ofrecido ninguno de los levitas que no ejercí­an el sacerdocio, y se precisaba su ayuda para el servicio en el templo. En ese momento Esdras demostró sus dotes de mando. Sin arredrarse por la situación, envió en seguida una delegación a los judí­os de Casifí­a. Estos respondieron bien, y suministraron 38 levitas y 220 netineos. Con sus familias, el séquito de Esdras ascenderí­a a más de 7.000 personas. (Esd 7:27, 28; 8:15-20.) Luego Esdras proclamó un ayuno para inquirir de Jehová el camino correcto. Aunque su caravana iba a llevar muchas riquezas, no quiso ensombrecer el nombre de Jehová en lo más mí­nimo pidiendo una escolta después de haber expresado al rey su fe en la protección de Jehová sobre sus siervos. Después de orar a Jehová, llamó a doce de los jefes de los sacerdotes, les pesó con cuidado la contribución (que ascenderí­a a más de 43.000.000 de dólares [E.U.A.]), y se la confió a ellos. (Esd 8:21-30.) Jehová demostró que su mano estaba con Esdras y sus acompañantes protegiéndolos del †œenemigo en el camino†, de modo que llegaron a salvo a Jerusalén. (Esd 8:22.) Esdras no tuvo ninguna dificultad en que lo reconociesen los sacerdotes y los levitas que serví­an en el templo, a quienes entregó la valiosa aportación que habí­a llevado. (Esd 8:31-34.) Insta a Israel a despedir a las esposas extranjeras. Después de ofrecer sacrificios en el templo, Esdras se enteró por los prí­ncipes que muchos del pueblo, incluso sacerdotes y levitas, habí­an tomado esposas extranjeras. Cuando lo oyó, rasgó sus ropas y su vestidura sin mangas, se arrancó pelos de la cabeza y de la barba, y permaneció sentado, aturdido de asombro, hasta la ofrenda de grano del atardecer. Entonces cayó sobre las rodillas y alzó las manos a Jehová e hizo confesión pública de los pecados del pueblo ante la presencia de los israelitas congregados, empezando con las transgresiones de sus antepasados. (Esd 8:35–10:1.) Tiempo después, Secaní­as, hablando en favor del pueblo, recomendó que celebraran un pacto con Jehová para despedir a las esposas extranjeras y los hijos que estas les habí­an dado, y luego le dijo a Esdras: †œLevántate, porque el asunto recae sobre ti, y nosotros estamos contigo. Sé fuerte y actúa†. Esdras tomó juramento al pueblo y emitió una orden de que todos los repatriados fueran a Jerusalén en el plazo de tres dí­as para enmendar este error. Cuando se reunieron, les exhortó que hicieran confesión a Jehová y se separaran de sus esposas extranjeras. Sin embargo, debido a que eran muchos los que estaban implicados en esta transgresión, no fue posible arreglarlo todo allí­ y entonces, sino que se necesitaron unos tres meses para corregir la situación. (Esd 10:2-17.) Con Nehemí­as. No se sabe con certeza si Esdras permaneció en Jerusalén o regresó a Babilonia, pero las malas condiciones a las que llegó la ciudad y la corrupción en la que se habí­a sumido el sacerdocio parecen indicar que estaba ausente. Tal vez Nehemí­as lo llamase para que regresara después de la reconstrucción de los muros de Jerusalén. Sea como fuere, aparece de nuevo en la escena, esta vez leyendo la Ley al pueblo congregado e instruyéndolo. En el segundo dí­a de esa asamblea, los cabezas del pueblo tienen una reunión especial con Esdras para escudriñar la Ley. Se celebra con regocijo la fiesta de las cabañas. Después de la observancia de ocho dí­as, se decide hacer del 24 de Tisri un dí­a de ayuno, oración y confesión de pecados. Bajo la firme dirección de Esdras y Nehemí­as, se hace un †œarreglo fidedigno†, en esta ocasión no verbal, sino escrito y refrendado por el sello de los prí­ncipes, levitas y sacerdotes. (Ne 8:1-9, 13-18; cap. 9.) Escritor. Los libros bí­blicos de Crónicas, así­ como el libro que lleva su nombre, muestran que fue un investigador infatigable, capaz de decidir entre las varias lecturas de las copias de la Ley que existí­an en aquel entonces. Se afanó en buscar los documentos oficiales de su nación, de modo que hoy tenemos el registro exacto de los libros de Crónicas probablemente gracias a su investigación. No obstante, debemos recordar que fue inspirado por Dios y que El lo dirigió para que pusiera por escrito una gran parte de la historia de Israel para nuestro beneficio. El celo de Esdras por la justicia, la confianza con la que oraba a Jehová, su fidelidad al enseñar la ley de Dios a Israel y su entrega en favor de la adoración verdadera, hacen de él, como parte de la †œtan grande nube de testigos†, un ejemplo excelente digno de imitar. (Heb 12:1.) 2. Sacerdote que regresó con Zorobabel de Babilonia a Jerusalén en 537 a. E.C. (Ne 12:1, 13.) Fuente: Diccionario de la Biblia

 

(Ayuda). Nombre de personas del AT. 1. Personaje en la descendencia de Judá (1Cr 4:17). . Importante personaje en la historia de Israel. Era sacerdote y †œescriba erudito en la ley del Dios del cielo† (Esd 7:12). Ocupó el puesto de sumo sacerdote, pero lo que más se enfatiza de él es su condición de escriba, lo cual se repite unas diez veces (Esd 7:6, Esd 7:11-12, Esd 7:21; Neh 8:1, Neh 8:4, Neh 8:9, Neh 8:13; Neh 12:26, Neh 12:36). Formaba parte de los exiliados en Babilonia, y al parecer logró allí­ una posición de relevancia. El rey persa †¢Artajerjes le envió a Jerusalén y le encomendó llevar dones reales para el †¢templo. También le dio poderes para nombrar †œjueces y gobernadores†. Tení­a, pues, autoridad polí­tica y religiosa. Un grupo de exiliados judí­os le acompañó en el viaje, que hicieron sin pedir protección militar del imperio. En Jerusalén E. se enteró de los matrimonios mixtos realizados por el pueblo y sus lí­deres, que habí­an abandonado a sus mujeres judí­as para casarse con extranjeras, lo cual le condujo a gran aflicción. Se dedicó a ayunar y orar, y conmovió al pueblo. Como resultado, se tomó la decisión de separarse de las mujeres extranjeras. Es posible que E. hiciera dos viajes a Jerusalén. Y que en el segundo tuviera lugar la famosa reunión †œen la plaza que está delante de la puerta de las Aguas† donde E. †œleyó en el libro† de la ley, estando †œsobre un púlpito de madera que habí­an hecho para ello†. Esta lectura de la ley era seguida por explicaciones del texto que hací­an unos levitas, los cuales †œponí­an el sentido, de modo que entendiesen la lectura†. E. y †¢Nehemí­as alentaron al pueblo para que no se entristecieran, y se celebró la fiesta de los tabernáculos (Neh 8:1-18). Durante siete dí­as E. leyó la ley delante del pueblo. Cuando más tarde se inauguró la restauración del muro de Jerusalén, E. presidió a los sacerdotes en la celebración (Neh 12:36). obra de reconstrucción del templo se atribuye a †¢Zorobabel y Jesúa. La restauración del muro a Nehemí­as (Eco 49:13-15). Pero la reorganización del culto y el renacimiento de la práctica de la ley entre los judí­os se identifica mayormente con la figura de E., a quien los judí­os han llegado a llamar †œun segundo Moisés†. Algunos incluso le atribuyen trabajos, o de compilación, o de edición, en los libros del Pentateuco, además de Crónicas, Esdras y Nehemí­as. 3. Sacerdote que regresó de exilio con Zorobabel (Neh 12:1, Neh 12:13, Neh 12:33). Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano tip, BIOG SACE HOMB HOAT

 

vet, = “Dios es ayuda”. Hijo de Seraí­as y descendiente de Aarón, sacerdote y escriba. Estaba entre los cautivos en Babilonia, y a su petición se le permitió el retorno para visitar Palestina. “Habí­a preparado su corazón para escudriñar la ley de Jehová y para cumplirla, y para enseñar a Israel sus estatutos y decretos” (Esd. 7:10). Por decreto del rey Artajerjes, se dio autoridad a Esdras para reorganizar sobre la base de la ley de Moisés la comunidad judí­a retornada a Judea y Jerusalén después del exilio babilónico (Esd. 7:11-26). En base al anterior decreto se devolvieron también los utensilios del templo y se le entregó a Esdras plata y oro de los tesoros del rey. Se confió a Dios, no pidiendo escolta para el viaje (Esd. 8:21-23). Reprendió a los retornados al descubrir los numerosos matrimonios de judí­os con mujeres paganas, y logrando la anulación de éstos (Esd. 9:1-10:44). Doce años más tarde volvió a visitar Jerusalén, enseñando públicamente la Ley (Neh. 9:1-9), y presidiendo la celebración de la fiesta de los tabernáculos, con un esplendor como no se habí­a conocido desde la época de Josué (Neh. 8:17- 18). Después de esto las Escrituras guardan silencio acerca de Esdras. Josefo dice que murió en Jerusalén a una edad avanzada. Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

 

Escriba y sacerdote judí­o de Babilonia, probable consejero para los monarcas persas, que regresó hacia Jerusalén hacia el año 458 para ayudar a la reconstrucción del templo y del pueblo después de la Cautividad. Se le atribuyen sus hechos y decisiones en el libro bí­blico llamado de Esdras. El mensaje de este libro se centra en la purificación del pueblo y en la puesta en vigor de la ley judaica, con la consiguiente separación de los pueblos del entorno y la intensificación del culto del templo. Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006 Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

 

(heb., †™ezra, ayuda). 1. Hombre de Judá (1Ch 4:17). 2. Sacerdote influyente que volvió de Babilonia a Jerusalén con Zorobabel (Neh 12:1), cuyo nombre completo es Azarí­as (Neh 10:2). 3. Famoso sacerdote y escriba judí­o que es el personaje principal del libro de Esdras y colaborador de Nehemí­as (Esdras 7—10; Nehemí­as 8—10). Esdras era descendiente directo de Eleazar, hijo del sumo sacerdote Aarón, y de Seraí­as, el sumo sacerdote muerto en Ribla por orden de Nabucodonosor (2Ki 25:18-21). En el séptimo año del reinado de Artajerjes Longí­mano, rey de Persia (458 a. de J.C.), Esdras recibió permiso para realizar una reforma religiosa. Después del regreso del cautiverio babilónico, se habí­a vuelto a construir el templo en el 516, a pesar de la oposición poderosa y molesta de los samaritanos; pero después de un breve perí­odo de celo religioso, la nación volvió a decaer en la apostasí­a. Muchos de los judí­os se casaron con sus vecinos paganos (Mal 2:11); se descuidaron los servicios del templo (Mal 1:6-14); y prevalecí­an la opresión y la inmoralidad (Mal 3:5). Esdras recibió un edicto real otorgándole autoridad para realizar su objetivo. Se le dio permiso para llevar consigo cuantos israelitas desearan ir; estaba autorizado a llevar ofrendas del rey y de los judí­os para el templo, sacar de la tesorerí­a real en Siria para provisiones adicionales necesarias, comprar animales para sacrificio, eximir a los sacerdotes, los levitas y otros trabajadores del templo del impuesto persa, designar magistrados en Judea para hacer cumplir la ley de Dios, con poder de vida y muerte sobre los ofensores. Salió de Babilonia con 1.800 judí­os. Nueve dí­as después pararon en un lugar llamado Ahava y cuando se halló que no habí­a levitas en la caravana, persuadieron a 38 que los acompañaran. Después de ayunar y orar por tres dí­as por un viaje seguro, salieron. Cuatro meses después llegaron a la Ciudad Santa, habiendo hecho un viaje de 1.500 km. Los tesoros fueron puestos bajo el cuidado de los levitas, se ofrecieron holocaustos al Señor y se entregaron los despachos del rey a los sátrapas y capitanes, y se brindó ayuda al pueblo y a los ministros del templo. Cuando hubo cumplido con las diversas obligaciones que se le habí­an impuesto, Esdras comenzó con el gran trabajo de la reforma. El pueblo judí­o en general, y los gobernantes y prí­ncipes en particular, no se habí­an mantenido separados religiosamente de los paganos y hasta se habí­an casado con mujeres paganas. Se instituyó una corte de divorcio para solucionar el asunto y después de tres meses, a pesar de alguna oposición, terminó el trabajo de la corte y se despidieron de las mujeres extranjeras. El libro de Esdras termina con esta importante transacción. No se sabe nada más de Esdras hasta 13 años después en el año 20 de Artajerjes (446 a. de J.C.) cuando aparece nuevamente en Jerusalén, cuando Nehemí­as volvió a Jerusalén como gobernador de Palestina con permiso del rey para reparar los muros arruinados de la ciudad. Ya que no se menciona en la narración de Nehemí­as hasta después de la terminación del muro (Neh 8:1), es probable que Nehemí­as haya enviado por él para ayudar en su obra. Bajo el gobierno de Nehemí­as sus funciones eran de carácter totalmente sacerdotal y eclesiástico. Leyó e interpretó la ley de Moisés ante el pueblo congregado durante los ocho dí­as de la fiesta de los Tabernáculos, asistió en la dedicación del templo y ayudó a Nehemí­as a realizar una reforma religiosa. En todo esto tomó un lugar principal. Su nombre se menciona repetidamente con el de Nehemí­as, mientras que no se menciona en absoluto que el sumo sacerdote haya participado en la reforma. La evidencia señala que el ministerio de Esdras transcurrió durante el reinado de Artajerjes I (456-424 a. de J.C.). Según la tradición judí­a, Esdras es el autor del libro de Esdras y de 1 y 2 Crónicas. Muchos estudiosos modernos mantienen que también escribió el libro de Nehemí­as. Primero Esdras, parte de la Apócrifa del AT, reproduce la mayor parte del final de 2 Crónicas, todo Esdras y parte de Nehemí­as, y fue escrito cerca del comienzo del primer siglo a. de J.C. También hay un libro apocalí­ptico conocido como 2 Esdras, escrito alrededor del 100 a. de J.C., que describe unas visiones supuestamente otorgadas a Esdras durante el exilio babilónico. Esdras tuvo un impacto duradero en el pueblo judí­o. Su influencia moldeó la vida y el pensamiento judí­o en una manera que nunca fue totalmente abandonada. Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

 

E1 “Libro de Esdras” en la Biblia, continúa el relato de las Crónicas, y cuenta la historia del retorno de Babilonia, la reconstrución del templo, y las reformas religiosas de Esdras, que era descendiente de Eleazar, principal personaje del Libro de Esdras y colaborador de Nehemí­as. Diccionario Bí­blico Cristiano Dr. J. Dominguez http://biblia.com/diccionario/ Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

 

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