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martes, 5 de junio de 2012

87.-Memoria del príncipe Klemens de Metternich.-a


anllela camila hormazabla moya

  

Memorias del Príncipe de Metternich. El arquitecto de la Europa de Hierro que restauró el Antiguo Régimen.

Editor : Gómez Carrizo, Pedro.

Metternich estuvo en la primera línea de la política europea durante la primera mitad del siglo xix. Como Canciller plenipotenciario y primer ministro del Imperio austríaco, fue, en tiempos de guerra, el archienemigo de Napoleón —a cuya semblanza dedica en esta obra un extenso capítulo—, y en tiempos de paz, el paladín del orden y la legitimidad frente a las ideas revolucionarias. Dio su nombre a su época, como ideólogo y principal muñidor (1) de la Europa de la Restauración, la alianza del trono y del altar forjada frente al caos y la agitación republicana que durante años había reducido templos y tradiciones a cenizas.
Junto a Talleyrand —con quien rivalizó en uno de los duelos diplomáticos más memorables de la historia—, Metternich representa la cima del arte de la diplomacia. De este talento son excelente muestra sus Memorias, una sucesión de apuntes vívidos y bien hilvanados, esenciales, absolutamente perspicaces y reveladores: una lectura apasionante que nos adentra en la política entre bastidores.

Un lugar común y siempre bien acogido entre la mayoría de los historiadores de los siglos XIX y XX consistía en hacer responsable al canciller austriaco Klement Metternich de la represión que los liberales y los movimientos nacionalistas sufrieron en todo el continente europeo en la primera mitad del siglo XIX, y haber hecho de los tratados de Viena de 1815 el compendio de ideas conservadoras que dominaron las relaciones internacionales hasta que las revoluciones de 1848 obligaron al canciller a exiliarse.

Dos elementos esenciales explican esta imagen deplorable de un estadista cuya visión de la política internacional era de un realismo y una certeza indiscutibles. El primero, el recuerdo que dejó de hombre frívolo, disipado y poco serio en su trabajo:
 “Un excelente maestro de ceremonias y un execrable ministro”, dijo de él su siempre antagonista el emperador Alejandro; el segundo, no haber tenido la suerte de contar con un biógrafo que supiese poner de relieve (como lo hizo Webster para con Castlereagh) lo mucho que le debe la paz europea entre 1815 y 1914.

Buscando un equilibrio (palabra tan esencial para Metternich) entre posturas encontradas, Enno E. Kraehe reunió en su importante contribución al estudio del canciller austriaco, The Metternich Controversy, 17 opiniones que en conjunto dan una excelente visión de su ideología y acción.

Sus Memorias, inéditas en castellano y en España, son de singular importancia para conocer el pensamiento y la época de Klement Wenceslas Lothar von Metternich-Winneburg-Beilstein, príncipe de Metternich. La frivolidad de la que siempre fue acusado no era distinta a la de su clase y su tiempo y nunca alcanzó los excesos de Talleyrand; su inteligencia y comprensión de la política internacional nada tenían que envidiar a la de ese estadista francés ni a la de lord Castlereagh. Metternich fue un hombre de su tiempo que intentó que su mundo no fuese nada más que una actualización tan somera como superficial del Antiguo Régimen, adaptado en lo inevitable al nuevo panorama mundial surgido de la Revolución Francesa y de las guerras napoleónicas.

Como explica su hijo Richard en el prefacio, Mémoires, documents et écrits divers se publicó, por deseo expreso del canciller, 20 años después de su muerte, a finales de 1879. Se publicaron simultáneamente en francés (París: Plon), inglés (Nueva York: Charles Scribner’s, 1880) y alemán, y de hecho, en todas las ediciones hubo que traducir parte de los escritos, por cuanto el canciller utilizó siempre indistintamente el francés y el alemán: cuando era estudiante en la universidad de Estrasburgo, su padre, en una carta fechada en 1790, pide a su hijo que le escriba en alemán, pues “una condición para un buen alemán no es solo saber hablar y escribir en su lengua materna, sino dominarla…”, añadiendo que “de hecho, podrás seguir escribiendo a tu madre en francés”.

Sin embargo, Metternich nunca tuvo el sentimiento germano de su padre, y consideró el sacro imperio romano germánico, cuya corona ostentaba la familia Habsburgo, como un elemento del que había que deshacerse, al igual que de aquellos territorios cerca del Rin que no proporcionasen ningún beneficio a Austria. La contradicción fue que la confederación germánica proporcionó más poder al emperador austriaco en Alemania del que tuvo en el sacro imperio.

En realidad, no se puede hablar de memorias en el sentido tradicional, pues son recuerdos, correspondencia privada y documentos de todo tipo, que solo hasta el final de las campañas contra Napoleón tienen la forma de una narrativa cronológica propia de unas memorias, aunque frecuentemente épocas de su vida (a veces largas) las despacha en unas líneas. En conjunto, la “autobiografía” (comprendiendo “la historia de las alianzas”) ocupa 199 páginas del primero de los ocho volúmenes.

Los dos primeros tratan el periodo posiblemente más atractivo, desde 1800 hasta 1815. No obstante, la disposición de estos dos volúmenes no hace cómoda la lectura, pues la autobiografía envía a notas, las cuales reenvían a su vez a documentos variados y frecuentemente muy largos, como por ejemplo los concernientes a su estancia en Berlín o las descripciones de personajes célebres.

El resto de los volúmenes es una recopilación de documentos, principalmente sobre cuestiones internacionales, sobre todo en la edición inglesa. Los documentos siguen un orden cronológico anual, y la selección se basa precisamente en las cuestiones más importantes del momento. Por ello, la palabra “documento” se refiere tanto a  cartas privadas, como correo oficial, instrucciones, informes y, a partir de su matrimonio con la condesa Melanie Zichy-Ferraris, una selección del diario que ésta escribió y que sirve esencialmente para tratar la vida privada de Metternich.

Formado bajo la sombra de la Revolución Francesa, Metternich consideró toda su vida que París era el centro de interés, pues lo que allí ocurriese tendría forzosamente repercusiones para el resto del continente, y por eso Francia ocupa un lugar tan esencial en su trabajo político.

Sin embargo, la profusión de documentos no es en modo alguno negativa, ya que, lejos de ser memorias de rumores y cotilleos, o inclusive de la petite histoire, su interés reside en el enfoque, en la reflexión sobre los problemas internacionales, de un hombre que entró en el servicio con el siglo XIX (fue nombrado embajador en Dresde en 1801) a la edad de 28 años y permaneció activo hasta 1848.

Desde el punto de vista político, Metternich supo aprovechar más las circunstancias que preverlas. Sus ­ideas eran las que terminan imponiéndose porque son las más simples, comprensibles y realistas. De hecho, Metternich escribió con gran razón refiriéndose a su forma de entender la política:
“Lo que se llamó el sistema de Metternich no era un sistema, sino la aplicación de las leyes que rigen el mundo. Las revoluciones descansan sobre sistemas, las leyes eternas están fuera y por encima de eso que, en estricta justicia, no tiene más que el valor de un sistema”. 
Comprender el trabajo y el legado de Metternich solo es posible si se comprende el significado de su frase:
 “Hay leyes inmutables”.
 Su triunfo y su derrota vienen precisamente de entender la realidad como algo inmutable en su base aunque transformable en su aspecto exterior. Las revoluciones de 1848 le demostraron que, si bien la historia tiene leyes, el cambio es precisamente una de ellas, de forma que la esencia de la historia no es la permanencia sino la transformación. En cierto modo, Metternich practicó lo que Bismarck definió como política internacional:
 “Alcanzar fines muy simples por medios muy complicados”.

Klement nació en Coblenza el 15 de mayo de 1773, hijo de Franz Georg y Maria Beatrix Kagenegg. Gracias a los buenos contactos de su madre con las más altas esferas de la aristocracia, el joven Metternich se desposó con Maria Eleonor von Kaunitz. A su madre le debe igualmente su educación, que ella cuidó con esmero dándole consejos propios de alguien que conocía la corte y las relaciones mundanas: 
“Cuando estés en Alemania, alaba la música alemana y cuando estés en Francia, la francesa”.

Durante la infancia compartió tutor con su hermana mayor, Pauline, y su hermano pequeño, José, y éste le acompaño en 1788 a estudiar en la Universidad de Estrasburgo. En aquella época tomó contacto por primera vez con la incipiente Revolución Francesa y, ya a los 19 años, “me di cuenta de que la revolución sería el adversario que tendría que combatir a partir de entonces”.

Tras algunos puestos secundarios, Klement obtuvo su primer trabajo diplomático de importancia como embajador ante el rey de Sajonia, para pasar poco tiempo después a Berlín y de allí dio (más por casualidad que por mérito) el gran salto que tan determinante y útil le sería para el resto de su vida: París. Durante los años de estancia en esa ciudad, el futuro canciller guardó contactos y conocimientos de Napoleón y de su círculo más próximo que le serían de enorme ayuda cuando, en 1813, tuvo que decidir si se lanzaba a una lucha que podía acabar, de ser el resultado adverso, con la existencia del imperio de los Habsburgo.

Su altivez y prepotencia exasperaban al propio Friedrich von Gentz, el llamado “secretario de Europa”, que sin embargo fue su mano derecha y confidente político, sobre todo durante el Congreso de Viena. Como escribe Alan Palmer, su permanencia durante tantos años en el puesto de canciller dependió más de la relación personal con el emperador que de las buenas relaciones con la familia imperial o con los personajes influyentes de la corte.

Pero lo más apasionante de los años siguientes está en el estudio de su actividad política.

Metternich merece un puesto más equilibrado que el que la historia le ha dado. Lo cierto es que el canciller ha pasado como la quintaesencia del conservadurismo reaccionario, como Talleyrand de la corrupción, sin entretenerse a pensar que ambos poseían unas dotes políticas que hicieron de ellos grandes estadistas, sin prejuzgar su comportamiento ético. Añádase que Metternich tuvo siempre mal cartel en Francia, pues otro historiador galo que le ha consagrado varias obras (Antoine Béthouart) no es menos crítico.

Ese carácter realista y un indudable sentido de la oportunidad fueron rasgos esenciales para forjar su idea de la política que se basaba esencialmente en dos principios: uno de política interior, las revoluciones son intrínsecamente nefastas; y otro de política internacional, el equilibrio de poder es el único medio de garantizar la paz entre los Estados. En este segundo punto seguía una línea de pensamiento dominante entre los tratadistas anteriores a él, y desde luego mayoritaria entre los estadistas presentes en Viena: desde el emperador Alejandro hasta el propio secretario del Congreso, Friedrich von Gentz, nadie imaginaba la paz en Europa sin equilibrio entre sus potencias, aunque como el gran estudioso del equilibrio de poder, Gulick, escribe:
 “El sistema de equilibrio no es sólo dirigido por las grandes potencias sino también para ellas”.
 Y ésa era, sin duda, la base sobre la que se sustentaba el escenario internacional de Metternich, como ya el 4 de diciembre de 1804 escribía al ministro Colloredo sobre la necesaria alianza entre Berlín y Viena, “cuya única finalidad sería mantener el equilibrio de Europa”.

Las críticas contra las decisiones políticas del canciller han abarcado prácticamente toda su vida, pero entre ellas merece extraerse la mediación de 1813, tanto por producirse en unos momentos especialmente tensos para el futuro del continente, entre Rusia y Prusia, por un lado, y Francia, por otro, como por lo que supone de visión de la política internacional y riguroso cálculo entre riesgo y ganancia, mediación que para no pocos historiadores resultó un rotundo fracaso para Metternich.

Este juicio tiende a olvidar cuatro elementos esenciales: primero, que los Habsburgo se arriesgaban a ser destronados y su imperio dividido si los aliados perdían otra guerra con Napoleón; segundo, que Austria no se podía permitir sustituir un poder supremo en Europa, Francia, por otro, Rusia; tercero, que el ejército austriaco no estaba preparado para un enfrentamiento inmediato, por lo que necesitaba tiempo, y los dos meses largos que Metternich consiguió fueron esenciales para mejorar esa situación; y cuarto, que Metternich, para no quedar como un traidor si Napoleón volvía a imponerse, necesitaba justificar que había hecho todo lo que estaba en su mano para evitar la confrontación. La mediación fracasó, pero en su fracaso estaba un indudable éxito de Metternich porque, planteada la mediación como el canciller lo hizo, sea cual fuese el resultado, él siempre ganaba, algo o mucho.

Por ello, esta gestión diplomática no debe entenderse como un fracaso, sino como una prueba de gran habilidad y sobre todo de profundo realismo: Austria no era Rusia y tras el emperador Francisco no se extendían los inabarcables territorios en los que el autócrata ruso podía refugiarse. Metternich hacía una política (como 70 años después Bismarck en Alemania) sobre un realismo territorial indiscutible. A partir de ese momento, Austria y Metternich fueron el alma de la coalición, y el canciller dio muestras de su gran capacidad negociadora al mantener unidos a unos aliados que recelaban tanto unos de otros como del enemigo común.

El resultado en el terreno militar de todo aquel trabajo fue la victoria de Leipzig, que el emperador Francisco supo agradecer a Metternich por su “sabia dirección en los asuntos exteriores”, elevándole a la dignidad de príncipe (fürst).

Sin duda, lo más interesante de sus Memorias son los documentos, las reflexiones, análisis generales de política exterior que seguirán siendo comunes entre los grandes políticos y estadistas. Recuérdense, como ejemplos, los despachos de su contemporáneo lord Castlereagh, como entre muchos otros, en el último tercio de siglo, los de otros ministros de Asuntos Exteriores, como el despacho de 18 de junio de 1871 del ministro francés Jules Favres al embajador en Constantinopla, el de su sucesor Waddington el 7 de julio al embajador en San Petersburgo, o la excelente descripción del fin de su misión en Constantinopla del embajador ruso Giers el 31 de octubre (13 de noviembre) de 1914, y que adquieren todos ellos el carácter de lecciones de diplomacia y de política exterior. Si en algunas ocasiones, Metternich pronunció frases que podrían parecer frívolas –como cuando refiriéndose a Italia la comparó con una alcachofa que “había que comerla hoja a hoja”–, no debe olvidarse que dijo en otra ocasión que “el agradecimiento no es un sentimiento eficaz en política. Es un error tomarlo en consideración”, y que no dudó en espiar a su soberana para desprestigiarla ante su marido, el emperador Francisco.

Cuando se leen sus retratos de personas célebres, sus despachos, instrucciones etécetera, es preciso reconocer que su puesto en la historia lo tiene merecido, y la valoración de su persona debe hacerse sobre su labor como estadista.

En otras ocasiones he escrito que no compartía el punto de vista británico, según el cual lord Castlereagh fue la piedra angular sobre la que se creó la coalición antinapoleónica, y fue el alma del Congreso de Viena. Tampoco voy a afirmar ahora que Metternich lo fuera. 
Cada uno de los principales estadistas hizo su aportación al conjunto, pero solo la longevidad política de Metternich dio la suficiente continuidad al sistema para hacerlo perdurar un siglo, y ese sistema era esencialmente una defensa a ultranza del equilibrio de poder, idea que tuvo tanto calado en el pensamiento político internacional en todos los ambientes europeos que, por ejemplo, cuando en el invierno de 1915, con la Primera Guerra mundial en plena vorágine, el ministro ruso de Asuntos Exteriores, Serguei D. Sazonov, explicó a la Duma Imperial las razones del inicio de las hostilidades con el imperio otomano, sigue apegado a la misma idea y cita al rey Eduardo VII que:
 “Sabía que solo una aproximación de las potencias que estaban ligadas por la comunidad de pacíficos intereses, podría dar estabilidad al equilibrio político en Europa”. A título de anécdota, mencionaré que si en 1915 el ministro ruso citaba al rey británico, 110 años antes (1805) el enviado del emperador Alejandro I, Novosilitzof, propuso justamente al primer ministro británico Pitt un acuerdo para “restaurar el equilibrio de Europa”.

Más allá de Metternich como estadista y más allá de la permanencia de su ideario político, lo que el canciller dejó como huella en la política internacional fue una forma de entender ésta. La idea de mantener un acuerdo permanente entre las potencias para asegurar el equilibrio de poder en Europa, según quedó estipulada como gran novedad en el art. XVI del tratado de Chaumont, no se reflejó en un permanente congreso porque la idea no soportó el paso del tiempo ni la desaparición física de tres de los cuatro principales signatarios. El propio Castlereagh veía el “concierto de Europa” como un sistema para resolver problemas concretos, no para gobernar el continente.

Pero lo que sí perduró más allá del propio Metternich (como se vio en las sucesivas crisis que ocurrieron hasta 1914) fue la idea de que una reunión de las grandes potencias podía evitar una guerra total. De hecho, en 1914 el rechazo vienés a la reunión de un congreso para resolver la crisis surgida en Sarajevo, propuesto por el secretario del Foreign Office, sir Edward Grey, alejó definitivamente las posibilidades de paz.

Así, el sistema de Metternich no debe entenderse como una pretensión de instaurar la regularidad de los congresos, idea que ha hecho a ciertos historiadores poner fin al sistema de Metternich con la celebración del último en 1822, sino la institucionalización de la idea de “congreso” en el que participasen las grandes potencias como la forma de solucionar los conflictos o, como fue el caso con el congreso de Berlín, de frenar las excesivas pretensiones de una potencia mediante la presión conjunta de las otras, con el fin de salvaguardar la esencia de la paz que era y sigue siendo el equilibrio de poder.

La imbricación de la idea del canciller austriaco de reuniones preventivas para prevención o solución de conflictos como parte del escenario de las relaciones internacionales, sobrevivió a la guerra de 1914-18 convirtiéndose en un mecanismo esencial del nuevo mundo que se pretendía iniciar en Versalles y así, cuando el vizconde Cecil escribe su libro A Great Experiment sobre el comienzo de la Sociedad de Naciones, empieza justamente refiriéndose a la gran aportación de Metternich.

  

BIOGRAFÍA

Nació el 15 de mayo de 1773 en Coblenza en el seno de una familia aristocrática. Debido a la buena situación económica de la que gozaba, accedió a las universidades de Maguncia y Estrasburgo. Pero cuando la República Francesa ocupó las orillas del Rin, se refugió con su familia en la capital del Imperio Austríaco.

Su matrimonio con Evelyn Jandy (Gräfin von Kaunitz, heredera y nieta del ex canciller de estado austríaco Wenzel Anton, Graf von Kaunitz.) fue lo que realmente le abrió las puertas de los salones aristocráticos y de poder de Viena, por lo que pudo entrar a formar parte de la diplomacia austríaca. Siendo miembro del cuerpo diplomático de Austria, participó en el Segundo Congreso de Rastatt en 1797. Su buen hacer, provocó que fuese ascendido a embajador de varias ciudades europeas. Primero fue Sajonia en 1801, luego Prusia en 1803 y, finalmente, Francia en 1806. Es en este último destino donde conoció personalmente a Napoleón Bonaparte.

LA IDEOLOGÍA DEL CONSERVADURISMO.

Los arreglos de paz de 1815 no fueron sino el principio de una reacción conservadora decidida a contener a las fuerzas liberales y nacionalistas desatadas por la Revolución Francesa. Metternich y su clase fueron representantes de la ideología conocida como conservadurismo.
Como filosofía política moderna, el conservadurismo data de 1790, cuando Edmund Burke (1729-1797) escribió sus Reflexiones sobre la Revolución Francesa, en reacción a este hecho histórico y, en especial, a sus ideas radicales republicanas y democráticas.
Burke enunció los principios de un conservadurismo evolutivo; sostenía que
«el estado no debería considerarse como nada más que un convenio de asociación en un tratado de pimienta y café, a tomarse por interés temporal y a disolverse al capricho de las partes».
El estado era una asociación, pero «no sólo entre los vivos, sino entre éstos, los muertos y los que van a nacer».

Ninguna generación, por ende, tiene derecho a destruir esta asociación; por el contrario, tiene el deber de preservarla y transmitirla a la siguiente.
Ciertamente, «cambiando el estado con tanta frecuencia como las modas… ninguna generación podría vincularse con la siguiente».
Burke advertía contra el derrocamiento con violencia de un gobierno mediante revolución, pero no rechazaba la posibilidad del cambio.
El cambio repentino era inaceptable, pero ello no eliminaba la posibilidad de él. El cambio repentino era inaceptable, no obstante lo cual no descartaba la posibilidad de mejoramientos graduales o evolucionarios.

CANCILLER:

Como canciller de Austria su objetivo esencial fue la de  impedir a cualquier precio la revolución social y política, y Austria castigaría severamente los intentos liberales en el seno de la Confederación germánica. No obstante, fue una revolución la que expulsó a Metternich del poder.

EL CONGRESO DE VIENA

Viena es una de esas ciudades que uno no se cansa de visitar de vez en cuando, peregrinando por sus cafés míticos, disfrutando de su rica arquitectura o de una inagotable oferta cultural, especialmente la musical y museística. Una buena excusa para hacerlo, si es que hay, es la celebración del bicentenario del Congreso de Viena, que concluyó con la firma de la conocida como Acta Final, el 9 de junio de 1815
Y es que este congreso fue, y sigue siendo, un hito crucial no solo en la historia europea, sino también en la evolución de la praxis diplomática, tanto o más como lo fueron los tratados de Westfalia (1648) o los de Utrecht (1713). Hoy hay consenso entre los expertos al considerar el Congreso de Viena como un punto de inflexión, como la puerta de entrada a la política internacional moderna, dejando atrás las prácticas diplomáticas, y algunas de las instituciones, del antiguo régimen.

Al mismo contribuyeron tres primeras espadas de la historia diplomática, el enérgico príncipe Metternich (Austria), el camaleónico y astuto Talleyrand (Francia) y el impopular aunque íntegro lord Castelreag (Reino Unido). A estos hay que sumar el papel destacado que jugó el zar Alejandro I, aclamado como el liberador de Europa, muy influido por los pensadores ilustrados y que llegó a insinuar, a fin de mantener la paz en el continente, la creación de un ejército europeo.
Como tantas otros momentos históricos el Congreso no deja de ser en sí mismo una gran paradoja. Concebido como un instrumento para devolver al que se consideraba "el orden natural", restaurar el absolutismo y asegurar los tronos de los "soberanos legítimos" anteriores a las guerras revolucionarias francesas y napoleónicas; el Acta Única terminará consagrando los cimientos de una nueva Europa y de uno de los primeros sistemas de seguridad colectiva de la historia.

Es cierto que fruto del congreso se constituirá la Santa Alianza que se esforzará para mantener o restaurar el absolutismo en gran parte de Europa, incluyendo la Península Ibérica; pero más significativo es que aquel supondrá la consagración del principio del balance of power o equilibrio de poderes y su evolución hacia un sistema de congresos, es decir de cumbres diplomáticas de alto nivel (Aix-la-Chapelle 1818, Troppau 1820, Laibach 1821 y Verona 1822), una idea muy temprana de diplomacia multilateral basada en el equilibrio entre potencias, y el desarrollo de una práctica diplomática mucho más constante. Todo esto se acabará consagrando, incluso después del último de los congresos, en lo que se conoce como el Concierto Europeo, un cierto equilibrio concertado entre las cuatro grandes potencias que conseguirá un contexto de paz relativa en Europa -sin conflagraciones a gran escala- de casi un siglo hasta el estallido de la primera guerra mundial en julio de 1914.
A ello hay que sumar la confirmación de la disolución de un gran número de los microestados germanos -especialmente los principados eclesiásticos- haciendo así posible la creación de la Confederación Germánica. Esta entidad, aunque etérea, será un primer intento para dar coherencia a los territorios alemanes, tras la disolución del Sacro Imperio Germánico (1806) pieza clave de la gobernabilidad de Europa durante casi ocho siglos y semilla de un proceso de unificación que arrancará medio siglo más tarde.
Entre otros hechos especialmente innovadores en Viena también se acordó, en su artículo XV, la prohibición del tráfico de esclavos, a propuesta del Reino Unido, el parlamento del cual ya lo había hecho el 1807. También al abrigo del Congreso nació la Comisión Central de Navegación de Rin, la decana de los organismos internacionales hoy todavía en activo, con sede en Estrasburgo. Pero lo que lo hace más trascendental es la suma de medidas y prácticas mencionadas que constituirán el que se considera uno de los primeros sistemas de seguridad colectiva, y colaborativa, moderna; un claro precedente de la Sociedad de Naciones y de las Naciones Unidas, pero también de la Unión Europea.

El sistema Metternich

La denominación concierto europeo se emplea para designar el tipo de relaciones interestatales iniciado en el periodo de la Europa de la Restauración (al final de las Guerras Napoleónicas, en 1815) y que se expandió hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914.
 Este sistema, también conocido como sistema de congresos, tenía como objetivo mantener un equilibrio de poder y garantizar la paz entre los Estados. También recibe el nombre de Sistema Metternich (por ser este uno de sus promotores), Pentarquía (por el número de sus Estados miembros) o Sistema de Viena (por el congreso de Viena).
Su fundación corrió a cargo de Austria, Prusia, Rusia y el Reino Unido, que eran los países integrantes de la Cuádruple Alianza que derrotó a Napoleón y a su Primer Imperio Francés. Francia se convertiría en el quinto miembro del concierto.
Inicialmente, las personalidades que impulsaron este concierto fueron el secretario de asuntos exteriores británico Lord Castlereagh, el canciller austriaco Klemens von Metternich y el emperador  ruso Alejandro I. Charles Maurice de Talleyrand fue el principal responsable de reposicionar a Francia entre las principales potencias diplomáticas en el ámbito internacional.
En este concierto no existían normas escritas o instituciones permanentes, pero siempre que surgiera una crisis, cualquiera de los Estados miembros podía proponer la celebración de una conferencia.
​ Algunos de los encuentros celebrados por las potencias mundiales de la época fueron los celebrados en: Aquisgrán (1818), Karlsbad (1819), Troppau (1820), Laibach (1821), Verona (1822), Londres (1832) y Berlín (1878).
La eficacia del concierto se vio afectada por el auge del nacionalismo, la unificación de Alemania e Italia, la Guerra de Crimea y la Cuestión Oriental, entre otros factores.

Nota

Wenzel Anton von Kaunitz-Rietberg, conde y príncipe de Kaunitz (Viena, 2 de febrero de 1711 - 27 de junio de 1794), fue un estadista austríaco.
Fue canciller de Estado durante los reinados de María Teresa I y José II. Mantuvo una política hostil frente a Prusia, firmando una alianza con Francia en 1756, que se ratificaría con el matrimonio entre la archiduquesa María Antonieta y el Delfín Luis de Francia. Estuvo detrás de las decisiones adoptadas por Austria en relación con la Guerra de los Siete Años (1756-1763). Inspiró las políticas de reforma que emprendió María Teresa. Con la subida al trono de José II, perdió influencia pero prestó un destacado apoyo a la política que se centró en subordinar a la Iglesia austriaca al Estado, conocido como Josefinismo.
Una de sus acciones dentro de la política de impulso del Josefinismo fue la preparación del recibimiento del Papa Pío VI en Viena en 1782, tratándolo de manera descortés e incluso prohibiendo que cualquier clérigo del Imperio austriaco pudiera ir a Viena en los días de la visita papal, y la recomendación al emperador de no realizar ninguna concesión en materia religiosa.En 1764, fue elevado al rango noble de Príncipe del Sacro Imperio Romano Germánico ( Reichfürst ).
Wenzel Anton se casó con Maria Ernestine von Starhemberg (1717-1749), nieta del presidente de la Cámara Imperial, Gundaker Thomas Starhemberg (1663-1745), el 6 de mayo de 1736. 
Del matrimonio nacieron cuatro hijos,  entre ellos el general austríaco Conde Franz Wenzel von Kaunitz-Rietberg (1742–1825). La nieta de Wenzel Anton, Eleonora (hija de su hijo mayor, Ernest) se casó con un sucesor en la oficina del Canciller de Estado, el Príncipe Klemens von Metternich .


  

El tratado de Lisboa según Metternich.

150 después de su muerte, al jefe de la diplomacia del Imperio austrohúngaro se le considera políticamente incorrecto. Sin embargo, con el Tratado de Lisboa, los 27 han recreado el concierto de las naciones que él puso en marcha en Europa, según el diario checo Lidové Noviny.
 11 junio 2009


¿Les preocupa la posibilidad de que los grandes estados se avengan entre ellos y desdeñen los intereses de los pequeños cuando se ratifique el Tratado de Lisboa?
 ¿Que Europa se convierta, bajo su batuta, en un concierto de grandes potencias? 
Hoy nos viene a la memoria el Príncipe de Metternich, el hombre que nos mostró las fuerzas y las debilidades de una política como ésta.

Resulta extraño que no celebremos el año de Metternich cuando en 2009 hemos celebrado el año de Darwin. A Darwin lo celebramos por dos razones: nació en 1809 y publicó su obra cumbre, El origen de las especies, en 1859. Estas son fechas señaladas también en el caso de Metternich: se convirtió en ministro de Asuntos Exteriores de Austria en 1809 (jefe de facto del ejecutivo y posteriormente Canciller del Estado) y falleció el 11 de junio de 1859. Sus restos reposan en el mausoleo familiar de Plasy, al oeste de Bohemia.

El Príncipe de Metternich permanece en nuestra memoria como padre de la Europa postnapoleónica del Congreso de Viena [1815], como inspirador de la idea del “concierto de las grandes potencias”, como fundador de la Realpolitik que sitúa el equilibrio de los intereses y la estabilidad del poder por encima de la moral. Si bien es verdad que los europeos actuales, al oír la palabra Realpolitik, “se cubren la nariz y se tapan las orejas”, nadie puede negar que la Europa de Metternich funcionó durante casi cien años, desde las guerras napoleónicas hasta la Primera Guerra Mundial. Y su pensamiento político ha sobrevivido hasta ahora y se encuentra a menudo entre las vanguardias, a pesar de que su autor desapareció hace 150 años.

Al presentar la campaña de la presidencia checa del Consejo Europeo en septiembre del año pasado, el ex primer ministro Mirek Topolánek pronunció las siguientes palabras: In varietate concordia – "unidad en la diversidad". Es el lema de la Unión Europea, pero también es mi visión de la acción de la República Checa en Europa. Los Estados Unidos tienen un lema muy parecido Ed pluribus unum – "de muchos, uno”. De hecho, este lema era también el de Metternich, quien rechazaba las ambiciones fraccionadas en favor de un equilibrio y una estabilidad supranacionales. ¿Por qué no abrazar esta idea? ¿Por qué no nombrar alto y claro a su autor? 150 años después de su muerte, Metternich sigue simbolizando el pensamiento reaccionario y el oscurantismo.

Es cierto que a Metternich le horrorizaban los cambios, los revolucionarios y los liberales. No obstante, no hay que entender esta actitud como una forma de aferrarse incondicionalmente a todo lo que estuviese vinculado con el pasado. Metternich simple y llanamente tenía miedo –y la Historia le ha dado la razón– de que al modernismo lo acompañasen otros ‘ismos’: nacionalismo, socialismo…

La Europa de Metternich aguantó durante medio siglo antes de que la abatiesen los nacionalismos nacidos de la guerra, como la Guerra de Crimea, la guerra Austro Prusiana y la Guerra Franco Prusiana. La Primera Guerra Mundial le dio el golpe de gracia. Aunque si tenemos en cuenta que Metternich dio forma a Europa durante cuatro generaciones mientras que el sistema del Tratado de Versalles [1919] no aguantó más que una generación, el balance final no es del todo malo.
Los contrarios al tratado de Lisboa pueden verse a sí mismos como la reencarnación de los oponentes de la época de Metternich y de esta idea de “buldózer de los más débiles”. En el fondo lo que importa es lo que opinarán de nuestra situación actual en el año 2050. O, dicho de otro modo, cuando tengamos suficiente perspectiva como para saber si la Realpolitik tiene más ventajas o inconvenientes.

Metternich, el eterno desconocido.

Hijo del Antiguo Régimen, el Príncipe de Metternich no soportaba la revolución bajo ninguna de sus formas. “Europa le debe más que a cualquiera de los revolucionarios de la época, desde Rousseau a Robespierre, y de Fouchet hasta Napoleón”, recuerda Die Welt. El periódico berlinés explica por qué el ministro de Asuntos Exteriores y canciller del Imperio Austriaco, nacido en Coblenza en 1773, vale mucho más que su reputación.
Fue él, el creador de la coalición antinapoleónica y el precursor del Congreso de Viena en 1815, quien aseguró varios decenios de paz en Europa imponiendo el equilibrio entre las grandes potencias de la Época. El “sistema Metternich”, como nos recuerda Die Welt, era “mejor que todo lo que haya existido antes”.
 Pero, “en marzo de 1848” (la primavera de las revoluciones y los levantamientos populares en Europa) “su mundo sucumbía y él era consciente de ello. No supo predecir que la inflación de los precios del pan haría aflorar las imperfecciones y los anacronismos del Imperio. Y no se quejó cuando el emperador se vio obligado a destituirle y tuvo que exiliarse”. Su lugar en la Historia, concluye el diario, “sigue siendo motivo de controversia hoy en día”.

El Tratado de Lisboa, es un acuerdo internacional que forman la base constitucional de la Unión Europea (UE).​ Fue firmado por los Estados miembros de la UE el 13 de diciembre de 2007 y entró en vigor el 1 de diciembre de 2009.​  El título formal del texto es Tratado de Lisboa por el que se modifican el Tratado de la Unión Europea y el Tratado constitutivo de la Comunidad Europea.

  


Metternich:
estratega y visionario
por wolfram siemann

En medio de un concierto de Haydn en Londres en junio de 1794, el joven Clemens von Metternich vio a su antiguo maestro, Andreas Hofmann, entre el público. En lugar de renovar a un viejo conocido, el futuro Príncipe de los Diplomáticos denunció inmediatamente a Hofmann ante las autoridades como un peligroso subversivo. La acusación era cierta, aunque por sí sola no parece una razón suficiente para estropear una velada musical perfectamente buena. Hofmann había sido un radical enfurecido y partidario de la Revolución Francesa en la Universidad de Mainz, donde había enseñado filosofía y derecho natural al joven Metternich un par de años antes. Dio la casualidad de que (aunque Metternich no lo sabía), Hofmann era en 1794 un verdadero peligro para su país anfitrión. 
Se había convertido en un espía del gobierno francés y estaba muy ocupado recopilando información sobre la fuerza militar británica. Pero Metternich hizo tanto alboroto por su descubrimiento, gesticulando y señalando, que Hofmann se dio cuenta de que estaba en peligro. Mientras las autoridades se apresuraban a ponerle las manos encima, el astuto Hofmann huyó del concierto y se ocultó antes de que pudieran arrestarlo.
El episodio es ligeramente ridículo y no hace que Metternich parezca adorable. Denunciar a la gente, incluso cuando lo correcto está de tu lado, nunca es algo atractivo. Y si va a hacerlo, al menos podría hacerlo de manera eficiente. En esta viñeta, la vida del ministro de Relaciones Exteriores y canciller del Imperio Austriaco parece resumirse: la persona no es atractiva, las acciones son desagradables.

El mismo nombre de Metternich suena como grilletes arrastrándose por el húmedo suelo de piedra de una mazmorra. Está asociado, con razón, con esos rasgos desagradables del antiguo régimen europeo, la policía secreta y la censura. Y hay quienes dicen que su supuesta brillantez en la diplomacia no fue en realidad todo lo que se pretendía. Su carácter personal no parece haber sido especialmente admirable.
Sin embargo, en los últimos años, el nombre también ha adquirido una cierta magia inesperada, pulido por figuras modernas como Henry Kissinger en un símbolo de la diplomacia realista y no utópica en la que una búsqueda práctica del orden entre las naciones es mejor que una búsqueda idealista. de justicia dentro de las naciones. 

Este es un buen argumento, y Wolfram Siemann está dispuesto a defender su tema contra sus muchos detractores. En una era en la que las intervenciones supuestamente benévolas en los países de otras personas se han vuelto una vez más de moda, es necesario defender el caso de dejar las cosas en paz, aunque no está claro si el Dr. Kissinger era la persona ideal para hacerlo. Como demuestran con terrible claridad los recientes acontecimientos en Irak, Siria y Libia, la gente pobre e impotente sufre enormemente por los intentos altruistas de liberarlos de la tiranía. Si tuviera la oportunidad de repetir los últimos veinte años, sospecho que la mayoría de los habitantes de Oriente Medio suplicarían fervientemente mantener a sus déspotas, ahora que saben cuál es realmente la alternativa. 
Sin embargo, los que se oponen a la política occidental de desestabilizar la Siria de Bashar al-Assad se encontrarán incesantemente acusados ​​falsamente de ser apologistas de las cámaras de tortura y la policía secreta del presidente Assad. Sospecho que Clemens von Metternich, revivido en nuestro siglo, reconocería instantáneamente lo esencial de esta controversia. Por eso sigue siendo importante.

Metternich fue una vida extraña. Comenzó en 1773 en ese mundo somnoliento en el que el Sacro Imperio Romano Germánico, bellamente descrito por el profesor Siemann como "una fiesta de disfraces obsoleta", todavía dormía en el centro de Europa, un puente entre la era agonizante de la corona, el oro y la tierra. y la fe, y los nuevos tiempos del papel moneda, la fría razón, el vapor y el acero. Terminó en 1859, justo antes de que Otto von Bismarck cambiara el significado mismo de la palabra “Alemania” e inaugurara la era en la que aún vivimos.
 
Dado que Metternich vivía principalmente en una época de carruajes tirados por caballos y calzones hasta las rodillas, es algo sorprendente descubrir que fue fotografiado en su vejez extrema, como tropezar con una grabación auténtica del Discurso de Gettysburg.

Siemann describe con extraordinario detalle el mundo jerárquico y sofocante en el que se formó Metternich. Mucho de lo que ha encontrado es fascinante y revelador. El padre del gran estadista, Franz Georg, era un tonto inteligente que repetidamente se endeudaba sin remedio y legaba a su hijo preocupaciones económicas casi interminables. Franz Georg debía tanto, con tanta frecuencia, que el miedo a la indigencia y la desgracia nunca pudo haber estado lejos de su mente. Franz Georg dedicó sus días a servir a los Habsburgo (como haría Clemens) y llevó a Clemens a misiones diplomáticas, la primera cuando solo tenía siete años. Pero no tuvo suerte tanto en política como en asuntos de dinero, y tuvo la desgracia de ser el representante del gobierno austríaco en Bruselas cuando las tropas republicanas francesas entraron y lo obligaron a huir. 
Poco después, los Metternich perdieron sus antiguas propiedades en Renania, una vez más gracias a la conquista francesa. La madre de Metternich, Beatrix, se apresuró a ir a Viena después de este desastre, pero se quedó tan escasa de dinero en el camino que tuvo que vender su coche, una gran humillación para una mujer de alta cuna. Esta severa educación práctica en las realidades del dinero, la política, la guerra y la derrota debe haber sido muy profunda. Cualquiera que busque una explicación para la posterior preferencia de Metternich por la estabilidad y la autoridad podría encontrarla fácilmente en esos tiempos turbulentos.

Metternich tuvo otras duras lecciones en estos asuntos. Durante sus estudios en Mainz y Estrasburgo, conoció a Hofmann (a quien luego denunciaría) y a otros revolucionarios, llegando a desagradarlos y desconfiar de ellos cuanto más los conocía. Una semana después del asalto a la Bastilla en París, el joven Metternich se encontraba en Estrasburgo cuando una turba de borrachos emuló el evento asediando y atacando el ayuntamiento. Observó que Johann Friedrich Simon, su tutor personal, estaba profundamente involucrado en estos eventos. Y vio que Simon estaba usando fríamente la furia de la turba para destruir archivos vitales y registros de propiedad, para apoderarse mejor del poder y la riqueza de la iglesia y la nobleza. Hasta aquí el supuesto idealismo noble de la causa revolucionaria. 
La cercanía personal de Metternich a Simon no disminuyó su desprecio por el hombre. En notas privadas, condenó la "locura personal" de Simon y la "naturaleza vulgar" de sus actividades. Más tarde escribió: 
“Como había recibido mi educación en la escuela del verdadero radicalismo, el liberalismo posterior parecía una aburrida creación para mí ". 
Esta es una prueba más de una importante regla de la política: los que conocen y comprenden a los revolucionarios son los mejores conservadores.

Pero, ¿cuán conservador era Metternich?
 ¿Estaba motivado por algún punto de vista coherente, o era simplemente el sirviente de una dinastía Habsburgo cada vez más decrépita?

 Siemann rechaza la opinión de algunos biógrafos anteriores de que Metternich era simplemente un frío intrigante. En esto no lo consigue por completo. Las relaciones de Metternich con las mujeres no sugieren que estuviera fuertemente sujeto a leyes morales. Hubo un flagrante matrimonio de conveniencia con su primera esposa, la rica y bien relacionada Eleonore.
 Este matrimonio sin amor presumiblemente ayudó a salvar a su irresponsable padre, Franz Georg, de sus acreedores, y también protegió al anciano de las consecuencias de su humillación en Bruselas. En una carta a una de sus amantes, Clemens dijo de su esposa: 
"No hay nada en el mundo que no haría por ella". 
Al parecer, una cosa que no podía hacer por ella era permanecer fiel. Aunque tal vez no preguntó, porque parece haber sabido perfectamente lo que estaba pasando.

 Probablemente la más extraña de sus muchas aventuras extramatrimoniales fue su romance, mientras era embajador en Dresde, con la famosa y salvaje Catherine, esposa de diecinueve años del general ruso, el príncipe Peter Bagration. No pudo haber ayudado a las relaciones entre Viena y San Petersburgo cuando Catalina, cuyos profundos escotes le habían valido el nombre de "el ángel desnudo" en la sociedad de Dresde, dio a luz al hijo ilegítimo de Metternich. Muchos años después, cuando la otrora encantadora Catherine era una anciana excéntrica y raddled, la describió cruelmente como una momia egipcia.

¿Qué hay de su política?

Siemann aprovecha la visita que Metternich hizo a Gran Bretaña, utilizando documentos nunca antes publicados. Sostiene, no del todo convincente, que Metternich cayó bajo el hechizo del antijacobino Whig Edmund Burke. Sin duda, el joven austríaco se habría sentido reconfortado por la estabilidad del sistema político de Gran Bretaña y golpeado por sus libertades. 
Habría apreciado las advertencias proféticas de Burke sobre el terror revolucionario francés y su indignación por el tratamiento de su compañera austríaca María Antonieta. Sin duda le gustó mucho lo que vio en Londres, y en un momento dijo: 
"Si no fuera lo que soy, me gustaría ser inglés".
Años más tarde observaría que Inglaterra era “el país más libre del mundo, por ser el más ordenado”, lo cual es más bien en el espíritu de Edmund Burke. Y hacia el final de su vida, en 1848,Pero fue un exilio paradójico. Metternich se había vuelto demasiado represivo para sus propios compatriotas, por lo que tuvo que buscar refugio en el país menos represivo de Europa. 
El hombre que una vez había negociado con Bonaparte y se había peleado con el Emperador de toda Rusia se encontró tambaleándose por el paseo marítimo de Brighton en el viento salobre, reflexionando sobre su vasto viaje a través de las décadas de revolución y guerra. Si había amado la monarquía constitucional y el bullicio de una prensa libre, no había dado muestras de ello cuando tuvo el poder de influir en tales cosas en su propio país.

Ese poder solo había llegado en su totalidad después de la derrota de Napoleón Bonaparte, cuando Metternich buscó proteger a la nueva Europa de cualquier repetición de la revolución y la guerra que habían dominado gran parte de su vida. A la primera oportunidad, recurrió a las herramientas autocráticas habituales de la policía secreta, la censura y la lectura de cartas privadas.

También es difícil encontrar algún principio especial en su vida y obra antes de que Bonaparte fuera finalmente enviado al exilio y la muerte en Santa Elena. En una famosa conversación privada, Napoleón había sorprendido a Metternich, quien odiaba genuinamente la matanza y la pérdida de la guerra, al decirle lo poco que le importaban las hecatombe de muertes que había causado.
 “Me crié en campamentos militares, y no conozco nada más que campamentos militares, y a un hombre como yo no le importa un carajo la vida de ( se foutre de la vie de) un millón de hombres ". 
Como aristócrata de origen antiguo, Metternich consideraba al corso un advenedizo, un plebeyo que se hacía pasar por un emperador. Sin embargo, ayudó a diseñar el despiadado matrimonio dinástico de Bonaparte con la princesa austríaca María Luisa, una mujer sacrificada por necesidades diplomáticas tanto como lo había sido su antecesora María Antonieta. 
Este evento extraordinario, más medieval que moderno, fue una unión totalmente política que asumió que la dominación francesa de Europa duraría para siempre. Gracias a la derrota de Bonaparte en Rusia, se volvió políticamente inútil y fue cancelada sin piedad, dejando a Marie Louise y su único hijo, el patético Napoleón II, varados fuera de la historia.

Metternich se adaptó a la supremacía de Bonaparte cuando era irresistible, y se adaptó a sí mismo, ya Austria, a su caída cuando llegó. Si Bonaparte hubiera triunfado en Waterloo, es tentador preguntarse si Metternich y Austria también se habrían acomodado a eso. 
¿Por qué no? 
Su trabajo era sacar lo mejor de la realidad.
 ¿Fue su realismo una mera debilidad, como suele serlo? 
¿O tenía un conjunto coherente de ideas detrás?

Wolfram Siemann cree claramente que existían tales ideas y que Metternich impulsó e influyó en los eventos al menos tanto como lo impulsaron. Sin embargo, mucho en este vasto, detallado y denso bosque de un libro no ayuda realmente al lector a decidir. El lector ve a Metternich como un estudiante, un reparador, un cortesano, un político, un terrateniente y un hacendado rural, un maestro de hierro, un viticultor, un mujeriego, un deudor, un cronista, un intrigante y un padre en duelo trágico. (Varios de sus muchos hijos murieron jóvenes). Y todo es fascinante.
 Pero, ¿podrá soportar el peso de la reputación que la posteridad ha tratado de darle?
 ¿Fue realmente el pensador e intelectual, apóstol del realismo de la política exterior, talentos que Henry Kissinger le otorgó póstumamente? 

El mejor caso para esto —y la mejor excusa para el indudable cinismo de Metternich— lo presenta Siemann en un epílogo de poder concentrado. En este discurso de defensa, Siemann se pregunta por qué está de moda denunciar el arreglo de fronteras realizado en el Congreso de Viena tras la caída de Bonaparte. 
"¿No era seguro", pregunta, "que, en una Europa que en 1815 acababa de volverse pacífica de nuevo, seguirían más guerras si las fronteras se trazaran a lo largo de las líneas nacionales?" 
Los acontecimientos posteriores seguramente muestran que lo fue. 
¿Seguirían más guerras si las fronteras se trazaran a lo largo de las líneas nacionales? 
Los acontecimientos posteriores seguramente muestran que lo fue. ¿Seguirían más guerras si las fronteras se trazaran a lo largo de las líneas nacionales?
 Los acontecimientos posteriores seguramente muestran que lo fue.

En cuanto a las acusaciones de represión y autocracia, Siemann se pregunta por qué hay tanto prejuicio contra Metternich y pregunta:
 “¿Por qué? . . ¿Es [él] señalado como la encarnación de la represión social? " 
Él reprende a quienes critican en particular el programa represivo de los Decretos de Carlsbad, diseñado en 1819 por Metternich. De hecho, el asesinato del dramaturgo conservador August von Kotzebue, detonante y pretexto de la reacción de Carlsbad, fue un acto muy cruel, similar al terrorismo moderno. Su culpable, el fanático nacionalista Carl Sand, es una figura poco atractiva, y es difícil simpatizar con quienes intentaron convertirlo en un mártir de la libertad.

Siemann pregunta razonablemente
“¿Fue la violencia revolucionaria hace 200 años un acto de libertad? ¿Es permisible ingenuamente exigir absolutamente ningún límite a la libertad de prensa, como hicieron los periodistas del período anterior a 1848, incluso si el antisemitismo y la incitación a las masas se extendieron como consecuencia? ¿Debería permitirse a la gente pedir asesinato?

Su punto sobre el antisemitismo es incontestable. Estaba indisolublemente conectado con el nacionalismo supuestamente liberal de la época, tomando una forma aterradora en una Europa del siglo XX de naciones étnicas que a Metternich no le habría gustado mucho. El viejo Imperio Austriaco Católico, el heredero multiétnico de los emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico, fue en cierto modo el reverso del Reich alemán nacionalista que surgió después de su muerte.

Siemann tiene el coraje de preguntarse en voz alta si esta entidad destartalada permitió realmente a los pueblos menos poderosos de Europa el derecho a existir, manteniendo un orden supranacional en equilibrio. Todos esos emperadores apolillados, con sus mentes estrechas y sus tradiciones mezquinas, pueden parecer tontos, vacilantes, intolerantes y obsoletos. Y así era a menudo. Pero mira lo que vino a gobernarnos en su lugar. Los terribles conflictos que siguieron fueron mil veces peores que la Guerra de los Treinta Años. 
Aquellos que buscaron el derrocamiento del ancien régime son románticamente atractivos. Pero, ¿no son como las tontas ranas de la fábula, que querían un gobernante más excitante y por eso intercambiaron un inofensivo aunque tedioso King Log por un King Stork rapaz y hambriento, que se los comió a todos?

Con demasiada frecuencia es cierto que en nuestros años de infancia consideramos a las personas y las instituciones como rotas y desgastadas, pero luego descubrimos que estas cosas tienen mayores méritos que las novedades que seducen los corazones de los jóvenes.
 ¿Cuántas de nuestras creencias más importantes son una patraña?
 ¿Cómo, en el siglo XIX, los Estados Unidos predicaron la libertad mientras tenían esclavos? 
¿Cómo se estableció Gran Bretaña como el hogar de la libertad constitucional mientras oprimía a Irlanda? 
Detrás de todas las grandes fachadas de la política, se encuentra una gran decepción. Si lo que busca es justicia, no la encontrará allí. Pero si en cambio busca algo más modesto, una tierra donde se pueda decir: 

“Cada uno se sentará debajo de su vid y debajo de su higuera; y nadie los atemorizará, 

Peter Hitchens es columnista del Mail on Sunday.



  

Títulos, órdenes y cargos Klemens von Metternich

Títulos

Nobiliarios

20 de octubre de 1813: Príncipe de Metternich-Winneburg.

1 de septiembre de 1818: Duque de Portella.​ (Reino de las Dos Sicilias)

Conde de Königswart.

1 de julio de 1816: Señor de Johannesberg.

21 de abril de 1814: Señor de Daruwar

Señor de Plass, Kraschow, Katzerow, Biela, Amonse Markusgrün, Miltigau, Brzesowitz, Kowalowitz, , etc...

25 de mayo de 1814: Magnate del Reino de Hungría.

1 de noviembre de 1824: grande de España de primera clase.

Académicos

Enero de 1811: Conservador de la Academia de Bellas Artes de Viena.

Miembro honorario del Instituto véneto de ciencias, letras y artes.

Miembro honorario del Instituto lombardo de ciencias, letras y artes.

Socio honorario de la Academia de Bellas Artes de Milán.

Socio honorario de la Academia de Bellas Artes de Venecia.

1 de marzo de 1818: Conservador de la Universidad de Cracovia.

16 de junio de 1814: Doctor Universidad de Oxford

15 de abril de 1816: Doctor honorario Universidad de Pavía

Miembro de la Sociedad Agrícola de Viena.

Abril de 1815: Miembro honorario de la Real Academia de Bellas Artes de Dinamarca.

1843: Presidente honorario de la Sociedad Arqueológica de Roma.

15 de septiembre de 1839: Miembro honorario de la Academia de Bellas Artes de Florencia.

26 de octubre de 1841: Miembro de la Real Academia de Artes y Ciencias de Suecia y Noruega.

17 de junio de 1841: Miembro honorario de la Academia Pontificia de Bellas Artes de Bolonia.

Julio de 1818: Miembro de la Sociedad Literaria de Cracovia.

1814: Miembro de la Academia de Ciencias Útiles de Erfurt.

Órdenes austria.

10 de marzo de 1810: Caballero de la Orden del Toisón de Oro.

Orden de San Esteban de Hungría.
  • 18 de abril de 1831: Caballero gran cruz en brillantes.
  • 16 de enero de 1806: Caballero gran cruz.
20 de septiembre de 1814: Único condecorado con la Gran cruz de la Cruz de Honor Civil.

Otros

7 de abril de 1816: Caballero gran cruz de la Orden de San Juan de Jerusalén (Orden de Malta)

1813: Caballero de la Orden de San Andrés.​ ( Imperio ruso)

1813: Caballero de la Orden de San Alejandro Nevsky. ( Imperio ruso)

1813: Caballero de primera clase de la Orden de Santa Ana.​ ( Imperio ruso)

1825: Caballero de la Orden del Espíritu Santo.​ ( Reino de Francia)

1825: Caballero de la Orden de San Miguel.​ ( Reino de Francia)

28 de diciembre de 1816: Caballero gran cruz de la Orden de la Legión de Honor.​
( Francia)

9 de abril de 1810: Gran Águila.​ ( Imperio Francés)

4 de enero de 1815: Caballero de la Suprema Orden de la Santísima Anunciación.
( Reino de Cerdeña)

7 de diciembre de 1814: Caballero de la Orden del Elefante. ( Reino de Dinamarca)

13 de septiembre de 1813: Caballero de la Orden del Águila Negra.​ ( Reino de Prusia)

13 de septiembre de 1813: Caballero de primera clase de la Orden del Águila Roja.​
( Reino de Prusia)

1815: Caballero de la Orden de los Serafines.​ ( Reino de Suecia)

22 de octubre de 1817: Caballero gran cruz de la Orden de Carlos III.​ ( Reino de España)

13 de noviembre de 1817: Caballero gran cruz de la Orden Española y Americana de Isabel la Católica.​ (a Reino de España)

7 de abril de 1817: Caballero gran cruz de la Orden militar de Cristo. ( Reino de Portugal)

1827: Caballero gran cruz de la Orden de la Cruz del Sur.​ ( Imperio del Brasil)

1817: Caballero de la Orden de San Jenaro. (Reino de las Dos Sicilias)

Enero de 1820: Caballero Gran Cruz de la Real Orden de San Fernando y el Mérito.​
( Reino de las Dos Sicilias)

1813: Caballero de la Orden de San Huberto.​ ( Reino de Baviera)

28 de noviembre de 1817: Caballero gran cruz de la Orden de San José.​ ( Gran Ducado de Toscana)

1814: Caballero gran cruz de la Orden de la Corona de Wurttemberg.​ ( Reino de Wurtemberg)

1816: Caballero de la Orden de la Corona de Ruda. ( Reino de Sajonia)

1817: Caballero gran cruz de la Orden Real Güélfica.​ ( Reino de Hannover)

1818: Caballero gran cruz de la Orden del León Neerlandés.​ ( Reino de los Países Bajos)

1836: Caballero gran cruz de la Orden del Redentor.​ ( Reino de Grecia)

13 de mayo de 1817: Caballero gran cruz de la Orden del León dorado.​ ( Electorado de Hesse)

1820: Caballero gran cruz de la Orden de Luis.​ ( Gran Ducado de Hesse).

1815: Caballero gran cruz de la Orden de la Fidelidad. ( Gran Ducado de Baden)

20 de junio de 1820: Caballero gran cruz de la Orden del Halcón Blanco. (Ducado de Sajonia-Weimar-Eisenach)

Caballero gran cruz de la Orden de la Casa Ernestina de Sajonia.​ (Ducados ernestinos)

Mayo de 1817: Caballero gran cruz de justicia de la Sagrada Orden Militar Constantiniana de San Jorge.​ ( Ducado de Parma)

30 de enero de 1841: Caballero gran cruz de la Orden de San Gregorio Magno.​
( Estados Pontificios)

1842: Caballero gran cruz de la Orden de Alberto el Oso. ( Ducado de Anhalt)

1842: Caballero gran cruz de la Orden de San Jorge de Hannover. ( Reino de Hannover)

1842: Caballero de la Orden "Pour le Mérite" de las artes y las ciencias.​ ( Reino de Prusia)

1843: Caballero gran cruz de la Orden de Enrique el León.​ ( Ducado de Brunswick)

1843: Caballero gran cruz de la Orden de Leopoldo. (Reino de Bélgica)

1844: Caballero gran cruz de la Orden de la Torre y de la Espada. ( Reino de Portugal)

Cargos

23 de mayo de 1821: Canciller de la Casa Imperial, de la Corte y del Estado.

13 de enero de 1814: Señor y miembro de los estados de Carintia.

13 de noviembre de 1813: Señor y miembro hereditario de los estados de la Baja Austria.

19 de diciembre de 1812: Señor y miembro hereditario de los estados de Estiria.

8 de octubre de 1809: Ministro de la Casa Imperial y de Asuntos Extranjeros del Imperio Austriaco.

4 de agosto de 1809: Ministro de conferencia y de Estado del Imperio Austriaco.

17 de junio de 1806: Consejero íntimo de S.M.I. y A.

1792: Chambelán de S.M.I. y A.

3 de mayo de 1813: Canciller de la Orden militar de María Teresa.

24 de octubre de 1813: Ciudadano honorario de Viena

4 de junio de 1814: Ciudadano honorario de Oxford.

Diplomáticos

16 de mayo de 1806: Embajador de S.M.I. y A. cerca del S.M. el Emperador de los Franceses.

3 de enero de 1803: Enviado y ministro plenipotenciario de S.M.I. y A. cerca de S. M. el rey de Prusia.

5 de mayo de 1801: Enviado y ministro plenipotenciario de S.M.I. y A. cerca del S.A.S. el Elector de Sajonia.




  

Reichskanzleitrakt.

La Cancillería Imperial (Reichshofkanzlei) había sido la cancillería permanente del Sacro Imperio Romano Germánico desde 1559. Se remonta a predecesores anteriores. Nominalmente, lo presidía como Archicanciller Imperial el Arzobispo de Maguncia. El líder de facto era el vicecanciller del Reich.( Reichsvizekanzler.)


Reichskanzleitrakt es un ala del Palacio Imperial de Hofburg, situada en In der Burg.

Historia

Fue diseñada por Johann Bernhard Fischer von Erlach y su hijo Joseph Emanuel Fischer von Erlach y construida en 1723-1730 por Johann Lucas von Hildebrandt (al igual que la Geheime Hofkanzlei, actual Cancillería Federal, bajo el vicecanciller imperial Friedrich Karl von Schönborn-Buchheim en 1717-1719). 

Albergaba las oficinas del Vice Canciller Imperial, el verdadero "Primer Ministro" del Sacro Imperio Romano Germánico (el cargo de Vicecanciller Imperial, cuyo representante se consideraba el Vicecanciller Imperial, había sido ocupado por el Arzobispo de Maguncia desde la Edad Media), así como el Consejo de la Corte Imperial. 
Tras el fin del Imperio, esta ala albergó la residencia del duque de Reichstadt y, luego, del emperador Francisco José I y su esposa Isabel de Austria-Hungría.
La Schweizertrakt, la Amalienburg, la Leopoldinischer Trakt y la Reichskanzleitrakt forman un patio que en 1846-1919 se llamaba Franzensplatz y desde 1919 lleva el nombre de In der Burg.
En el centro de la plaza se encuentra una estatua de bronce del emperador Francisco II/I, erigida a instancias del emperador Fernando I e inaugurada el 16 de junio de 1846, de la mano del escultor italiano Pompeo Marchesi, que representa al emperador sobre un pilar octogonal como un César romano. En los frentes laterales del pilar hay relieves de bronce que representan las actividades del pueblo. Flanqueando el pilar hay cuatro estatuas colosales que simbolizan la fe, la fuerza, la paz y la justicia.

  

Archicanciller (Latin: archicancellarius, German: Erzkanzler)


Historia.


El Archicanciller, del Sacro Imperio Romano Germánico, es el sucesor del canciller de las cortes carolingias; con el advenimiento de la dinastía otoniana , en 962, que los reyes de Francia Oriental pretenden unir bajo la misma autoridad a los tres reinos de Alemania, Italia y Borgoña .

El Arzobispo-Elector de Maguncia era archicanciller del Sacro Imperio Romano Germánico y, como tal, se situaba en el primer rango entre todos los príncipes eclesiásticos y seculares del Imperio, y era segundo solo por detrás del emperador. Su papel político, particularmente como intermediario entre los estados del Imperio y el emperador era considerable. Ejerce el control sobre los archivos de esta asamblea y ocupa un puesto especial dentro del Consejo Áulico y la Cámara Imperial de Justicia .


Staatskanzler (Österreich)

El título de Canciller de Estado (Staatskanzler) se utilizó en la Monarquía de los Habsburgo 

De 1742 a 1753 el cargo estuvo a cargo de Anton Corfiz Ulfeldt. Su sucesor Wenzel Anton Graf Kaunitz fue responsable de la política exterior de Austria bajo María Teresa, José II y Leopoldo II como canciller de la casa, la corte y el estado Haus-, Hof- und Staatskanzler ) de 1753 a 1792. 
En aquella época, la parte occidental de la monarquía todavía formaba parte del Sacro Imperio Romano Germánico. El término casa se refiere a la Casa de Habsburgo , y  Casa de Habsburgo -Lorena desde 1765, cuando José II se convirtió en Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y correinante con su madre María Teresa en Austria. La corte (Der Hof ) estaba en Viena .

En el Imperio austríaco, fundado en 1804, el conde Klemens Wenzel Lothar von Metternich , desde 1813 príncipe Metternich, llevó este título bajo los emperadores Francisco I y Fernando I desde 1821 hasta el estallido de la revolución en marzo de 1848. Su tarea principal era también la política exterior para asegurar la posición de poder de la monarquía. 

  

Andreas Joseph Hofmann (14 de julio de 1752 - 6 de septiembre de 1849​) fue un filósofo y revolucionario alemán activo en la República de Maguncia. Como presidente de la Convención Nacional Renano-Alemana, el parlamento más antiguo de Alemania basado en el principio de la soberanía popular, proclamó el primer estado republicano en Alemania, el Estado Libre Renano-Alemán, el 18 de marzo de 1793.​ Fuerte partidario de la Revolución Francesa, abogó por la adhesión de todo el territorio alemán al oeste del Rin a Francia y sirvió en la administración del departamento de Mont-Tonnerre bajo el Directorio Francés y el Consulado Francés.


Educación.   


La educación de Metternich estuvo dirigida sobre todo por su madre y muy influida por la proximidad de su casa natal a la cultura  Francesa (de hecho, él mismo durante años habló mejor el francés que el alemán). Desde muy niño, acompañó a su padre en sus viajes oficiales. Bajo la dirección del tutor protestante John Frederick Simon, aprendió a nadar y a montar a caballo, además de las materias puramente académicas.
En 1788 empezó a asistir a la Universidad de Estrasburgo para estudiar Filosofía, pero en 1790 la abandonó para concurrir a la ceremonia de coronación del emperador Leopoldo II con un cargo honorífico. Allí, bajo la guía de su padre, conocería al futuro emperador austriaco Francisco II y haría muchas amistades entre los numerosos aristócratas asistentes.
A finales de 1790 se trasladó a la Universidad de Maguncia, donde estudiaría derecho y diplomacia hasta 1792, en tanto que durante el verano colaboró con su padre (por entonces plenipotenciario en los Países Bajos Austriacos). En 1792, Francisco II sucedió a Leopoldo en el trono imperial, y Metternich también asistiría a su coronación en el verano de dicho año. Entretanto, había estallado la Guerra de la Primera Coalición, que forzó a Metternich una vez más a abandonar sus estudios.


  

El Castillo de Kynžvart galardonado con el Sello de Patrimonio Europeo.

 


En la lista de los nuevos sitios premiados con el Sello de Patrimonio Europeo aparece también el Castillo de Kynžvart en Bohemia Occidental. El castillo desempeñó un papel importante en la historia europea.
El Castillo de Kynžvart, sitio histórico importante dentro del marco europeo, sirvió, en su tiempo, de punto de encuentro para representantes del mundo de la diplomacia y del arte. Es conocido principalmente como la antigua residencia de verano del ministro de Asuntos Exteriores y canciller austriaco Klemens von Metternich (1773-1859). El castillo fue construido a finales del siglo XVII en donde anteriormente se encontraba una fortaleza renacentista (siglo XIII).
El canciller Metternich encargó que transformaran el palacio originalmente barroco en estilo Imperio (entre 1821 y 1836), invirtiendo una fortuna en su reconstrucción y en sus interiores para crear una sede digna de hospedar a diplomáticos de todo el continente.
Según el administrador del castillo, Ondřej Cink, este patrimonio común contribuyó sin duda a que el castillo recibiera el Sello de Patrimonio Europeo.

“En la primera mitad del siglo XIX, el canciller y ministro de Asuntos Exteriores von Metternich organizaba numerosos eventos diplomáticos en el castillo de Kynžvart. Fue aquí donde fueron firmados muchos documentos importantes que forjaron el futuro de Europa. Queremos aprovechar este patrimonio histórico en programas que fomenten la integración europea, poniendo énfasis en nuestras raíces comunes y los valores europeos que compartimos”.

El parque de Kynžvart,  foto: Martina Schneibergová El parque de Kynžvart, foto: Martina SchneibergováEl Castillo de Kynžvart presume de un parque extenso, casas de campo y una cervecería. Recientemente ha sido completamente restaurado y los visitantes pueden apreciar sus extraordinarios interiores.
El castillo de Kynžvart acoge una colección impresionante de objetos de arte, mérito del canciller y de su padre, Franz Georg Karl von Metternich. Los visitantes pueden maravillarse ante el altar de estilo gótico tardío de cuatro piezas, un tapiz renacentista francés de 1560, además de numerosos retratos del periodo del Renacimiento y del barroco temprano. Muchas de estas obras habían decorado primero la mansión del canciller Metternich en Viena, pero fueron trasladadas al Castillo de Kynžvart en 1908.



La biblioteca del castillo, completada asimismo por el canciller, es una de las bibliotecas aristocráticas más refinadas que se pueden admirar en la República Checa. Contiene más de 12 000 títulos en 24 000 volúmenes. Entre sus 160 manuscritos se encuentra un fragmento único del Pentateuco que data del final del siglo IX. Se pueden apreciar asimismo 230 incunables en 145 volúmenes, la colección más grande de su tipo en Chequia.

“El sello de Patrimonio Europeo es una cuestión de gran prestigio. Esperamos que despierte el interés del público y dirija la atención sobre la historia europea del castillo. Para mi equipo, este premio representa un gran ímpetu para que sigamos trabajando y emprendamos proyectos en los que creemos”.



El castillo de Kynžvart se sitúa en la región de Bohemia Occidental, a unos 50 kilómetros de la ciudad balnearia de Karlovy Vary. Actualmente el castillo se encuentra cerrado a causa de las medidas de protección en contra del coronavirus, el parque circundante permanece abierto para el público.

Biblioteca personal.

Tengo una copia de libro en biblioteca personal.

Itsukushima Shrine.

1 comentario:

  1. Metternich, es uno de los padres de conferencias de diplomáticos, para coordinar la política internacional en viejo continente. Es antecedente de las comunidades Europea, y la Unión europea. Es uno de creadores de Europa contemporánea.

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