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Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

lunes, 5 de marzo de 2012

64.-Heloísa y Abelardo: amor atemporal (1781); Biblia a


Eloísa (1101-1164).

Sabia francesa, nacida hacia 1100, probablemente en París, y muerta en 1164. Perteneciente a un linaje de la alta nobleza, Eloísa fue educada en el monasterio de Argenteuil, a las afueras de París, en el que recibían su primera instrucción las hijas de la aristocracia. De allí salió hacia 1115 y pasó a vivir en casa de su tío, el canónigo Fulberto, hombre de gran influencia en París.

El encuentro con Pedro Abelardo.

Eloísa destacó por un deseo de aprendizaje que se consideraba excepcional en una mujer y pronto se extendió la fama de su sabiduría. Fulberto, deseando que su sobrina recibiera una buena educación, llamó a tal efecto a Pedro Abelardo (1079-1142), el más famoso maestro de la universidad parisina en aquel momento. Abelardo se ocupó de la instrucción de Eloísa en la filosofía y las artes liberales. Durante su estancia en la casa de Fulberto surgió una relación amorosa entre maestro y alumna. Ambos amantes eran conocidos en París por su excepcional sabiduría y, a pesar de su notoriedad, no guardaron la necesaria discreción que una relación como la suya, ilícita según la moral religiosa de la época, requería.
Al conocer la situación, Fulberto expulsó a Abelardo de su casa y mantuvo separados a los amantes. Pero Eloísa estaba ya encinta. Para evitar un escándalo mayor del que había producido la noticia de sus amoríos, Abelardo, que al parecer no deseaba contraer matrimonio, raptó a Eloísa, llevándola a casa de su hermana en Bretaña. Allí dio a luz Eloísa un niño al que llamó Pedro Astrolabio. 
Enterado Fulberto, parece que quiso matar a Abelardo, pero éste consiguió que aceptara el perdón que le rogaba y su oferta de desposar a Eloísa, si bien exigió que la boda se realizara en secreto. Eloísa, sin embargo, rehusó vigorosamente el matrimonio, haciendo gala de una inusitada independencia. Acabó accediendo por no perturbar más a su amado, según sus propias palabras, y la boda tuvo lugar clandestinamente, según el deseo de Abelardo, quien no quería ver truncada su brillante carrera como maestro universitario. La familia de Eloísa, sin embargo, difundió por París la noticia del matrimonio con el fin de reparar el honor de la joven. Abelardo condujo entonces a su esposa al monasterio de Argenteuil. 
La misma Eloísa desmintió su casamiento y quiso que su permanencia en la abadía pasara inadvertida. Esto fue interpretado por la familia de la joven como un repudio deshonroso y Fulberto tramó su venganza: un grupo de sicarios castró a Abelardo brutalmente por orden del canónigo. A pesar de que este castigo estaba legitimado por el derecho consuetudinario, la acción de Fulberto fue reprobada por la sociedad parisiense, tanto por la Iglesia como por los miembros de la Universidad, debido a la posición social y la fama de Abelardo. Éste buscó refugio en la abadía parisina de Saint-Denis, donde tomó los hábitos y obligó a Eloísa a seguir su ejemplo contra su voluntad.

La vida en la abadía de Argenteuil.

Eloísa era priora del monasterio de Argenteuil, cuando éste pasó a la jurisdicción de Suger, abad de Saint-Denis, en 1129. Suger, alegando la relajación de costumbres que reinaba en el monasterio y la conducta pecaminosa de sus monjas, decidió expulsarlas de la institución. Ante la posibilidad inminente de ver dispersada la comunidad femenina, Eloísa recurrió a Abelardo, que entonces se encontraba en la región de Champagne, en un pequeño monasterio fundado por él mismo bajo la advocación del Espíritu Santo conocido como el Paracleto. Eloísa y sus hermanas se instalaron en el monasterio, que adoptó la regla de Roberto de Arbrissel, convirtiéndose así en un monasterio dúplice que acogía a monjes y a monjas bajo la autoridad suprema de una abadesa, dignidad que Eloísa ocupó desde su llegada hasta su muerte. Eloísa consiguió como abadesa gran fama por su piedad y sabiduría. San Bernardo de Claraval, que visitó en aquellos años el monasterio, tuvo palabras de admiración para tan sabia y religiosa mujer, al tiempo que lanzaba una serie de violentas invectivas contra Abelardo, del que se convirtió en el más acérrimo enemigo. Sin embargo, la convivencia de los antiguos amantes en el Paracleto levantó sospechas y maledicencias. Roscelino, rival y antiguo maestro de Abelardo en Touraine, acusó a éste de mantener relaciones vergonzantes con la abadesa. Fue en parte como defensa a estos ataques por lo que Abelardo escribió su obra más famosa, la Historia de mis desgracias (Historia calamitatum), por la que conocemos los sucesos de la vida de Eloísa junto a Abelardo. 
A pesar de las injurias vertidas sobre Abelardo por sus numerosos enemigos, parece que su relación con Eloísa se mantuvo en el terreno puramente intelectual y piadoso durante aquellos años en el Paracleto, si bien, como manifestó Eloísa en sus cartas, el reencuentro con él tras diez años de separación forzosa había supuesto un enorme consuelo para ella.

La obra literaria de Eloísa

Abelardo acabó retirándose a la remota abadía de Saint-Gildas-en-Rhys (Bretaña), lo que supuso su separación definitiva de Eloísa, quien permaneció en el Paracleto. De la época posterior a su despedida, a principios de la década de 1130, datan las tres famosas cartas que Eloísa escribió a Abelardo. Las dos primeras son obras maestras de la literatura epistolar, y en ellas Eloísa demostró sus amplios conocimientos literarios y su maestría en el empleo de los recursos formales que la retórica epistolar ponía a su alcance para expresar su experiencia en forma desgarradora. Eloísa mostraba en ellas su resentimiento hacia los acontecimientos que habían truncado trágicamente su experiencia amorosa, que recordaba como el único espacio de libertad al que había tenido acceso. Su íntima rebelión se expresó asimismo en la obstinación con la que declaró en su correspondencia que su entrega a la vida religiosa no había sido una elección sino una imposición del propio Abelardo. 
A pesar de que los monasterios femeninos eran lugares donde la libertad y la independencia de las mujeres podían expresarse en términos originales, Eloísa se mostró irreverentemente apegada, hasta el final de su vida, al recuerdo de los goces corporales que le habían sido arrancados. Las respuestas de Abelardo a las encendidas cartas de Eloísa fueron evasivas, recomendándola que olvidara el pasado para encomendarse a Dios. La tercera carta de Eloísa fue una última obediencia a los deseos de Abelardo. 
En ella, Eloísa se transfiguró en abadesa para preguntar a Abelardo sobre el origen y la finalidad del monacato femenino y pedirle la redacción de una regla pensada para su comunidad, ya que comprendía la inadaptación de las ya existentes a la vida de las mujeres que entraban en religión.

De Eloísa conservamos también sus Problemata, una serie de preguntas acerca de la Escritura que dirigió a Abelardo encabezada por una carta de introducción. La autoría de Eloísa sobre este texto nunca ha sido cuestionado, pero en cambio a menudo se ha dudado de que llegara a escribir su epistolario. Como mujer del siglo XII, Eloísa estuvo sujeta a las rígidas codificaciones de la femineidad, por lo que a muchos autores ha sorprendido su independencia de juicio y la fuerza con que expresó una experiencia que se rebelaba contra dichas codificaciones. La fuerza expresiva de estas cartas fue apreciada posteriormente por muchos autores como Jean de Meung o Petrarca, y Eloísa se convirtió en los siglos modernos en la heroína romántica de una tragedia amorosa. 
Más allá de esta visión estereotipada, el epistolario de Eloísa puede contemplarse como la expresión vigorosa de la extrañeza de su ser mujer hacia las codificaciones patriarcales del sentir femenino. Eloísa sobrevivió veinte años a Abelardo, y murió como abadesa del Paracleto en 1164.




Abelardo, Pedro (1079-1142).

Filósofo y teólogo francés, que fue discípulo de Roscelino, Guillermo de Champeaux y de Anselmo de Laon. Llegó a ser maestro de lógica y teología en las escuelas catedralicias de París. En 1119 ó 1120 se casó en secreto con su alumna Eloísa, a la que había dado un hijo. Enterado de estos amores el canónigo Fulberto, tío de Eloísa, hizo castrar a Abelardo, a raíz de lo cual ambos entraron en sendos conventos, pero siempre mantuvieron una intensa correspondencia. Abelardo escribió su autobiografía en Historia de mis desventuras, la cual, junto con el epistolario de Eloísa, constituye uno de los documentos más profundamente humanos de la Edad Media. Fue nombrado abad de la abadía de San Gildas, pero la corrupción de los frailes le hizo renunciar al cargo. Mientras tanto, algunas de sus proposiciones habían encontrado la oposición de San Bernardo y fueron condenadas. Los últimos días de su vida los pasó en la abadía de San Marcelo, en Châlon-sur-Saône.

 En el campo de la filosofía destacan sus obras:
Nostrorum petitioni sociorum (glosas a los escritos de Porfirio y Boecio), Dialéctica y Ethica seu liber "Scito te ipsum". 
En teología: Introducción a la teología cristiana, Sic et non y Dialogus inter iudaeum, philosophum et christianum.

Abelardo concibe la lógica como la ciencia que define la verdad o falsedad de un discurso, completamente independiente de la gramática y la retórica. En cuanto a los universales, se separa tanto del nominalismo de Roscelino como del realismo de Guillermo de Champeaux. Para él, los universales son voces significativas, una representación mental cargada de significatividad hacia la realidad externa.

En el campo de la teología, Abelardo, con la aplicación a la teología del análisis lógico, marca el inicio de la teología sistemática. En Sic et non traza las bases del método escolástico tal como prevaleció en los siglos XIII-XVI. En él se plantea una quaestio, se establecen las posiciones favorables (videtur quod sic), y luego las contrarias (sed contra) para llegar a la conclusión de la tesis enunciada. Abelardo siempre pone por encima de la razón las verdades de fe. Si emplea el método dialéctico, es solamente para aquellas cuestiones que no están definidas claramente en la Sagrada Escritura. 
También es importante su posición respecto a la ética: el criterio de la moralidad de los actos no está dado sólo por la norma exterior, sino que también cuenta la intención con la que ejecuta el acto el sujeto. El acto bueno es aquel que es entendido rectamente y querido como tal.



Scherezada Jacqueline Alvear Godoy

Lettres et épitres amoureuses d’Héloïse et d’Abeilard au Paraclet; nouvelle edition, revue, corrigée & augmentée, par Monsieur A.C.C**. 2 v.; dieciseisavo, frontispicios. Paris, chez Cailleu, imprimeur-libraire, rue Saint-Sevenir, 1781.

Encuadernación en piel de época, con filetes dorados. Lomo con decoración vegetal dorada y doble tejuelo. Guardas y cortes marmoleados.
Scherezada Jacqueline Alvear Godoy




Una historia de amor trágica, pasional e imposible durante el siglo XII, en la que aparecen conceptos como virginidad, relaciones fuera del matrimonio, diferencia de edad, la sumisión como elección, feminismo como comportamiento,  el sacrificio sin límites de Eloisa, la transgresión, el papel del hombre y de la mujer,  todo en el contexto religioso-filosófico de la Edad Media.
Una relación epistolar en la que los amantes plasman sus sentimientos más profundos y que les mantendrá unidos en la distancia hasta que vuelvan a encontrarse, una vez fallecidos, en la misma tumba de la ciudad de Paracleto.
 Abelardo Eloísa

Sus restos actualmente se encuentran en el cementerio Père Lachaise de París, donde fueron trasladados en el siglo XIX.

Scherezada Jacqueline Alvear Godoy
Carta I
Eloísa a Abelardo

No dejes por eso de escribirme fielmente cuanto te suceda por tríste y doloroso que sea: que si es verdad que las penas comunicadas se alivian, refiriéndome las tuyas te serán menos pesadas. No te sirva de disculpa querer escusar mi llanto, porque tu silencio me sería mucho mas costoso aún. 
Acuérdate de mi; no olvides mi ternura ni mi fidelidad: piensa que te amo frenéticamente, aunque me esfuerzo algunas veces para no amarte. Mas, ¡qué blasfemia! ¡no amarle! esta idea me estremece; me siento con deseos de borrarla del papel…

Carta II
Abelardo a Eloísa.

No me tengas por hombre de mérito, que no merezco ese elogio: mi flaqueza me anonada. Para aborrecerme piensa que he sido el seductor de tu inocencia y que he manchado, tu reputación; no me perdones por amor, válete del cristianismo para olvidar el mal que te he ocasionado. La prudencia quiere salvarnos: no nos opongamos á sus designios, Eloísa. No me vuelvas á escribir: esta carta será la última que yo te escriba: pero en cualquier parte que la muerte me coja, mandaré que mi cuerpo sea conducido al Paracleto.

Carta III
Eloisa a Abelardo.

Eloísa te amó: siguió en tu busca los pasos de amor no permitidos, sin tener de su Dios en aquel tiempo sino la sombra de un recuerdo frio. Todo lo cedí; mi honor, mi gloria te rendí muy gustosa en sacrificio. Tú fuiste mi querer, tú mi destino, mi anhelo, mi placer, mi Dios, mi todo.
Carta IV
Abelardo a Eloisa.

No, Eloísa, no puedo: adiós, bien mio, no nos queda otro arbitrio, vida mía, que en lágrimas bañado el pecho y suelo, invocar siempre la piedad divina.
Carta V
Última carta de Eloísa.
Ya abrasada en angustias lastimeras, suelto en desorden el cabello al viento, llorosa al Cielo envío mis querellas, lucho, me agito y me fatigo en vano, orando por calmar mi pasión ciega.



Nota histórica



Abelardo y Eloísa protagonizaron en la Edad Media una historia de amor que les costaría muy cara. Su idilio inspiró numerosas obras literarias medievales y románticas.
En el cementerio más visitado de París, el de Père Lachaise, reposan los restos de Eloísa y Abelardo, cuya legendaria historia de amor en el siglo XI inspiró a numerosos autores medievales y románticos. El alto precio que los amantes debieron pagar por su pasión les convirtió durante siglos en modelo y referente del amor prohibido, perseguido y castigado.

Cadena de desgracias

Pierre Abelard era un joven de origen noble que consagró su vida a los estudios de filosofía y teología. Adquirió notable prestigio enseñando en instituciones universitarias. Fue invitado a París por el canónigo Fulbert para dar clases a su sobrina a cambio de alojamiento.


El canónigo Fulbert se vengó de Abelardo haciendo que uno de sus esbirros lo castrara.

En su autobiografía, titulada sugerentemente Historia calamitatum, Abelardo reconocía que “intercambiaban más besos que ideas sabias. Mis manos se dirigían más a sus senos que a los libros”... Y finalmente Eloísa quedó embarazada. Huyendo de la ira del canónigo, Abelardo secuestró a la joven y juntos se escondieron en Bretaña, donde nació el hijo de ambos, que sin embargo falleció poco después.
Sería la primera de las muchas desgracias que se cernieron sobre los amantes. Tras encontrarlos, el canónigo Fulbert se vengó de Abelardo haciendo que uno de sus esbirros lo castrara. Después de aquello, los amantes tuvieron que separarse. Él dedicó el resto de su vida a la enseñanza en distintos centros religiosos. Eloísa se retiró al convento de Paraclet, del que llegaría a convertirse en abadesa.

Anulada toda posibilidad de unión, la pareja inició una prolongada correspondencia, en la que las palabras sustituyeron a los encuentros carnales. A través de sus cartas, los antiguos amantes reanimaron la llama de una pasión que nunca llegó a extinguirse a pesar del tiempo y la distancia.

Pensamiento radical

Al margen de la historia de amor, en su correspondencia Eloísa presenta unas ideas sobre el matrimonio que resultan rompedoras incluso hoy. En una época en la que los enlaces de las parejas estaban a menudo sujetos a los intereses de las familias, la joven distingue entre el amor puro, verdadero, libre, y el matrimonio, que considera una atadura e incluso poco menos que una prostitución por contrato.
El caso es que su escritura epistolar se convirtió en un modelo entre autores posteriores de la talla de madame de Lafayette, Choderlos de Laclos o Rousseau, y la historia de amor fue mitificándose muy pronto. Petrarca había leído la correspondencia entre Eloísa y Abelardo antes de componer en 1470 su Cancionero para Laura, su amor platónico. 
El británico Alexander Pope volvió a poner el mito de moda en 1717 con su poema trágico Eloísa a Abelardo, que se hizo enormemente famoso. Jean-Jacques Rousseau también echó mano de su historia para escribir Julia, o la nueva Eloísa (1761), novela (epistolar, claro) que el filósofo francés emplea para reflexionar sobre la libertad y la autenticidad, valores que sitúa por encima de la moral racional.
El Romanticismo encontró en aquella tragedia medieval un material fantástico para la literatura y la dramaturgia, y Eloísa sirvió incluso para dar nombre a un colibrí y una variedad de rosas. Pero los siglos XX y XXI tampoco se han olvidado de la pareja. Aparece referenciada en cine (Cómo ser John Malkovich, 1999) y televisión (Los Soprano, 5x06, La educación sentimental), y en esta misma década llevan protagonizadas ya dos novelas.



La filosofía y la pasión: Abelardo y Eloísa

 
La historia de amor entre Abelardo y Eloísa, por su belleza, aparece como una suerte de paradigma de la pasión erótica.

Resumo la historia. Abelardo, a los 37 años, en 1114, es profesor de lógica y teología en París. Allí conoce a Eloísa (1116), de 17 años, ya célebre por su cultura y su belleza. Se siente atraído y piensa un plan para seducirla: convence al tío de ella, el comerciante Fulberto, de hospedarlo en su casa a cambio de darle lecciones de lógica a la sobrina Eloísa, que vivía con Fulberto. Eloísa no resiste a la fascinación intelectual de Abelardo, y de su relación nace un niño, Astrolabio, que Abelardo confía a una hermana que vive en Bretaña. Para reparar el daño hecho a Fulberto, Abelardo se casa secretamente con Eloísa, pero después la abandona. Fulberto, para vengarse, manda a dos hombres a castrarlo. Abelardo, entonces, decide ordenarse en un monasterio, obligando así a Eloísa a tomar también los hábitos.
 Después de 11 años sin verse, Eloísa llega a leer la carta de Abelardo conocida con el título de “Historia de mis calamidades”, y le escribe. Los dos retoman las relaciones, primero epistolarmente y luego en persona, cuando Abelardo confía a Eloísa la dirección del convento del Paracleto, que él mismo ha fundado. Abelardo abandona finalmente a Eloísa, y después de varias vicisitudes, entre ellas una condena por herejía, muere en Cluny (1142).
 El cuerpo es enviado a Eloísa, que lo sepulta en el Paracleto. A su muerte (1164), también Eloísa es sepultada allí. Abelardo vio inicialmente a Eloísa como un objeto de satisfacción sexual, respetando así los cánones de una época en que las relaciones entre hombre y mujer estaban basadas en el principio del dominio del hombre sobre la mujer. El carácter real de los dos personajes de la historia y su identidad intelectual y sentimental sólo pueden comprenderse dentro de su recíproca pasión, donde emergen las intimidades más escondidas. En los pliegues de su ánimo se revela la intensidad de sus sentimientos y de sus intenciones hasta el punto de que, fuera de la relación amorosa, sólo de Abelardo podemos tener alguna noticia referente a su personalidad. Eloísa está tan ligada a la relación con Abelardo que su vida no ha sido conocida más allá de la historia con Abelardo. Su identidad es sólo pasional, como un personaje literario.
Eloísa es consciente de que la pasión de Abelardo es únicamente carnal:
 “Los sentidos, y no el afecto, te han ligado a mí. La tuya era una atracción física, no amor, y cuando el deseo se apagó, con él desaparecieron también todas las manifestaciones de afecto con las que tratabas de manifestar tus verdaderas intenciones: aun cuando duermo, sus falaces imágenes me persiguen. Aun durante la santa Misa, cuando la plegaria debería ser más pura, los oscuros fantasmas de aquellas alegrías se apoderan de mi alma, y yo no puedo hacer otra cosa que abandonarme a ellos, y no logro ni siquiera rezar. En vez de llorar, arrepentida por lo que he hecho, suspiro, lamentándome por lo que he perdido. Y delante de los ojos te tengo siempre no sólo a ti y aquello que hemos hecho, sino también los lugares precisos en los que nos hemos amado, los distintos momentos que hemos pasado juntos, y me parece estar allí contigo haciendo las mismas cosas, y ni siquiera cuando duermo logro calmarme. A veces, a partir de un movimiento de mi cuerpo o de una palabra que no llego a apresar, todos entienden en qué cosa estoy pensando” (Carta IV).
Las palabras iniciales de reproche revelan que su enojo se origina por la extinción de los sentimientos y de la atracción física. Eloísa pro-pone, pone adelante, la “sexualización” de la relación, que en cuanto tal es carnal y corpórea, y por esto no es una negación, sino más bien una exaltación del Otro. Eloísa quiere quedarse dentro de la pasión del amor, como si fuera consciente de que fuera de esa pasión ella no tiene ninguna posibilidad de existencia.
En las palabras de Eloísa se puede notar una declaración tanto de culpabilidad por las consecuencias de su pasión como de inocencia por sus intenciones. Eloísa se refiere explícitamente a la ética de la intención que el mismo Abelardo había desarrollado en su Ética, donde había fijado una precisa distinción entre virtud y pecado: 
“La virtud consiste en la voluntad buena, y el pecado consiste en la voluntad mala”. 

Eloísa, entonces, usa los argumentos de Abelardo contra el mismo Abelardo, y así devela la incongruencia de la acción de Abelardo respecto de sus propias teorías.
Eloísa tiene como única arma de argumentación las contradicciones de su dominador, con la esperanza no de hacerle cambiar de posición, sino al menos de obligarlo a retomar el diálogo con ella. Abelardo quiere aparecer como aquel que expía el pecado de lujuria que ellos han cometido para inducir a Eloísa al arrepentimiento y a la aceptación del amor en Cristo, y así salir de la “sexualización” de la relación. Abelardo, después de la castración y del sufrimiento en la carne, quiere presentarse a los ojos de Eloísa como el espíritu en su pureza, mientras ella queda relegada a la esclavitud de la carne.

Un análisis más atento de la Ética de Abelardo revela algunos aspectos fundamentales del diálogo entre Eloísa y Abelardo, comprensibles solamente si la Ética es leída como si formara parte de la relación con Eloísa. Ante todo, hay que tener en cuenta que se redacta alrededor de ocho años después de la separación entre Abelardo y Eloísa, lo que puede inducir a pensar que Abelardo le habría expuesto oralmente las tesis fundamentales durante el tiempo en que estuvieron juntos. En efecto, es interesante notar que a las apelaciones que hace Eloísa a la intención, Abelardo responde sólo con una simple indicación: 
“Mi amor, el amor que nos llevaba al pecado, era atracción física, no amor. Contigo yo satisfacía mis ganas, y esto era lo que yo amaba de ti. He sufrido por ti, tú dirás, puede ser también cierto, pero sería correcto decir que he sufrido por causa tuya, y, entre otras cosas, contra mi voluntad” (Carta V). 
Son palabras duras si son dichas a una mujer todavía enamorada y que está sufriendo una privación de la libertad, pedida por el autor de estas palabras. En realidad, Abelardo responde en la Ética:
 “No puede haber en efecto pasión si no en el caso en que suceda alguna cosa contra la voluntad, ni alguien puede padecer si su voluntad tiene plena adecuación o con una cosa o con un hecho que lo deleite”. 
La pasión de amor es un acto contra la voluntad, porque es un pathos que bloquea la actividad del querer, que es un comportamiento fuerte y activo.
La pasión es el abandonarse total ante la fuerza del objeto, un declinar de la recta dirección, un alejamiento del ser. La voluntad es la negación de la pasión. La intención emerge como propuesta, acto racional y no sentimental. Abelardo parece confirmar que actuó con la intención racional de seducir a Eloísa, si bien en el origen de su intención haya estado la pasión erótica.
Es así que la intención racional es un instrumento movido por la pasión sentimental. Con esta argumentación, la voluntad es libre (“contra mi voluntad”) porque no obedece a la intención, y allí donde hay pasión no puede haber voluntad y viceversa.
La intención es un momento que precede a la voluntad, un presupuesto de la acción que es a su vez consecuencia de la voluntad. En la voluntad actúa el consenso consciente respecto del contenido de la acción, de sus consecuencias previsibles y del fin a realizar. Intención, voluntad, acción, son los tres momentos constitutivos del comportamiento moral; la pasión puede distraernos de este proceso lineal, y toda acción dictada por la pasión no es una acción puramente moral, en cuanto la voluntad no ha sido libre y el consenso ha sido forzado. Entonces, la pasión equivale al momento de la esclavitud del espíritu en relación con el cuerpo, mientras la voluntad es el momento de la libertad espiritual respecto del cuerpo. La intención, por el contrario, actúa formalmente en la acción pasional sin diferencia alguna con la acción moral. Abelardo está justificando su intención, dejando la voluntad afuera de cualquier objeción posible.
Recuérdese que la intentio de Abelardo es esfuerzo, tensión, atención, mientras la voluntas, más que intención, es solicitud, preocupación, inclinación, y requiere así de otro al cual dedicarle preocupación, solicitud o hacia el cual inclinarse. En esta ocasión, la voluntas es análoga a la voluptas (placer, voluptuosidad) donde la preocupación y la solicitud hacia el otro regresa al sujeto bajo forma de gratificación y satisfacción. Pero Abelardo, en su carta, ha negado una acción por voluntas, antes bien por intentio, aun si de aquí ha extraído placer.
A Eloísa, por el contrario, podemos atribuirle la voluntas porque ella ha consentido desde el comienzo a la pasión de Abelardo, se ha enamorado del hombre después de haber admirado al intelectual, sin haberse primero propuesto una pasión desenfrenada, pero sabiendo después reunir en un único sentimiento la admiración intelectual y el amor humano (consensio = acuerdo, armonía, orden, ligazón). Eloísa es siempre solícita en sus cartas, en las que confiesa la integridad de su voluptas con las palabras de la cita precedente, que parecen salir de la pluma de una poetisa moderna, justamente porque en su belleza poética son sinceras confesiones de la naturaleza femenina.
A partir de la aceptación de la propia sexualidad, Eloísa puede asumir la responsabilidad del consenso a la intención voluptuosa de Abelardo. Por este motivo, ella puede afirmar: 
“En mi conciencia, me doy cuenta de que soy inocente, y estoy segura de haber sido el instrumento inconsciente de esta venganza cruel, pero los pecados que he cometido son tales y tantos que no puedo sentirme del todo libre de culpa” (Carta IV). 
En Eloísa se expresa la tragedia de los sentimientos que no encuentran consolación alguna, sino solamente un comportamiento resolutivo, que disuelva la situación. Eloísa asume para sí, entonces, la responsabilidad de las consecuencias de la intención de Abelardo, porque ella tuvo la voluntad de pecar.
Si Abelardo, sobre el final de su Ética, observa que “decimos que una acción es buena no porque implique alguna cosa buena en sí misma sino porque procede de la buena intención”, debe agregar la premisa de que “llamamos buena, es decir recta, a la intención por sí misma”
. El pecado proviene, por el contrario, de un acto de consenso y no sólo de asentimiento, es decir, proviene de una acción común: 
“No es pecado, por esto, desear a una mujer, pero es pecado dar consenso a la concupiscencia y no es condenable la voluntad de la unión carnal, sino el consenso a la voluntad”. 
Si el deseo es tensión hacia el objeto, el sujeto deseante tiene sólo intención, mientras el objeto deseado que consiente a ella aleja de la voluntad y permite la actuación del pecado. El hombre Abelardo descarga sobre la mujer Eloísa la culpa del pecado. Ella ha consentido a su deseo, a su voluntad carnal, y ha actuado pecaminosamente. La debilidad del hombre está en su naturaleza, que es proclive al pecado:
 “El vicio es, por lo tanto, aquello por lo cual somos proclives a pecar, es decir, somos proclives a dar nuestro consentimiento a cosas ilícitas, ya sean acciones u omisiones. Ahora, a este consenso lo llamamos propiamente pecado”. 
Contra esta inclinación, voluntad mala, se debe sostener una batalla para el triunfo de la fe. Es importante no eliminar del todo esta voluntad mala o mala intentio para tener siempre un enemigo con el cual enfrentarse, que legitime y justifique la tensión hacia la gracia. Pero en la obra escrita algunos meses antes de morir, las “Enseñanzas al hijo”, el juicio de Abelardo sobre el pecado se invierte completamente: “Es más culpable aquel que induce a ello (acciones infames) suplicando, que aquel que consiente a ello, convencido por los ruegos” (pp. 115-172).
Abelardo quiere despegarse de su pasión: 
“Tú sabes en qué infame esclavitud había sumido nuestros cuerpos mi pasión desenfrenada: no había forma alguna, ni respeto alguno de Dios ... Cuando no querías o te oponías y tratabas de disuadirme como podías, considerando que eras la más débil yo recurría incluso a las amenazas y a los golpes para forzar tu voluntad” (Carta V).
Desde el punto de vista de la pasión, Abelardo trata de enmascarar su amor; lo ve como un motivo de obstáculo y de escándalo a su carrera intelectual, a la que no renunciará jamás. Eloísa, durante todo el carteo, apela a su propia individualidad negada. No vemos jamás a Eloísa negar su propia identidad ni cambiar su actitud, sino que acepta en todo, y coherentemente con su interpretación del pensamiento de Abelardo, los reproches y las amonestaciones de él. Eloísa es siempre ella misma: sierva fiel de Abelardo, mujer enamorada de su hombre, elegida por él como su amante, lista para sucumbir ante su pasión lujuriosa. Eloísa vivió la relación con Abelardo como una fabulosa historia de amor, el nacer y el desencadenarse de su propia pasión fue para ella el revelarse de la esencia misma de la vida. 
El nacimiento del hijo Astrolabio debería haber sido otro regalo para Abelardo, quien por el contrario no hizo más que esconder el embarazo y al propio hijo. Los sentimientos de Eloísa son los de una mujer extraordinariamente moderna, que es consciente de ser la víctima sacrificial de Abelardo. Su modernidad consiste en su tragicidad. Eloísa nos recuerda a Antígona, que, adolescente como Eloísa, es llamada a una gran prueba de Humanidad. Ambas viven la angustia (en latín sollicitudo).
Tenemos la prueba de la angustia de Eloísa y de su solicitud hacia Abelardo en dos pasajes de las cartas; el primer pasaje es la descripción que Abelardo nos da del momento en que Eloísa decide tomar los hábitos:
 “Recuerdo que muchos se compadecieron de ella y trataron de sustraer su adolescencia del yugo de la ruina monástica, como si se tratara de un suplicio insoportable, pero todo fue en vano, porque ella, repitiendo con apasionada seriedad el célebre lamento de Cornelia, entre lágrimas y suspiros, como pudo, dijo: '¡Oh gran esposo, / digno de otras nupcias! / De tanto hombre, ¿ésta era la suerte? / ¿Por qué fui tan impía como para casarme contigo, / si he sido para ti ruina? En expiación / acepta los males que yo sufro por ti'” (Carta I).
 El segundo pasaje es aquel en el cual Eloísa reafirma que se ha ofrecido a Dios para expiar el dolor físico de Abelardo:
 “Por demasiado tiempo, en efecto, me he abandonado a los placeres de la carne y a las vanas promesas de los sentidos, y por esto era justo que yo sufriese aquello que sufro: éste es el castigo de los pecados que he cometido... Yo quiero sentir por toda la vida a través del arrepentimiento del alma este mismo dolor que tú has sufrido por un instante en la carne y ofrecer así a ti, sino a Dios, una especie de satisfacción” (Carta IV).
 El dolor, la pena de Eloísa, son la denuncia de la propia e irreductible individualidad o indivisibilidad (in-dividuum, no-dividido), porque no elige a Dios por vocación sino para compartir por el resto de la vida lo que en un instante había sufrido Abelardo. Eloísa es un in-dividuum, su ser es un complejo constituido por la propia singularidad y por el amor hacia el Otro, su hombre, su marido, el padre de su hijo. Emblemáticas son, por lo tanto, las palabras con las que inicia la carta:
 “Suo specialiter, sua singulariter” (Carta VI).
Abelardo había invitado primero a Eloísa a alcanzar esta dimensión ideal “en Cristo”. Sustancialmente, el Abelardo monje se concibe del todo extraño respecto de cualquier dimensión mundana y corpórea y le reprocha a Eloísa justamente la subsistencia en ella de la dimensión mundana, carnal, corpórea y sensual, la “sexualización” de la relación, que así es entendida en términos de antítesis con la fe cristiana. El monje Abelardo, siendo monje, conjura al Abelardo filósofo y seductor, y a partir de esta conjura no tiene dificultades para confesar sus intenciones respecto de Eloísa y para asumir la responsabilidad de lo que ha sucedido, e invita a Eloísa a reconciliarse con lo divino y a aceptar serenamente la condición monacal. El monje Abelardo ha superado ya su etapa mundana precedente, ha subsumido su concepción de la ética de la intención en un nivel superior, que es el de la redención, en latín liberatio, liberación. La dimensión divina de la reconciliación (compositio) permite rechazar la dimensión humana y mundana del reconocimiento (agnitio), realizando un acto de no gratitud (gratus animus). 
Fundamentalmente, el pasaje de la condición de pecador a la de redimido o liberado es el arrepentimiento, y arrepentirse en latín es dolorem alicui afferre = llevar dolor a alguien. Abelardo ha llevado dolor a sí mismo y también a Eloísa, la ha sacrificado por su redención. Y es con dolor sincero que se da cuenta de que Eloísa no ha aceptado su condición monacal, no se ha arrepentido en su alma, no ha abjurado del propio pecado, es más, desea aún más ardientemente los deleites y los placeres del sexo, está todavía ligada a su naturaleza femenina, y está todavía libre y no redimida, sino oprimida por la condición monacal y por el recuerdo del pasado, con el cuerpo que le recuerda todavía, prepotentemente, su naturaleza humana.
Eloísa, entendiendo la no gratitud de Abelardo, acepta que el diálogo entre ellos continúe al nivel del género (“nosotras mujeres”) y no ya al nivel de su singularidad, y así invita al teólogo Abelardo a dar a las mujeres del monasterio una regla que tuviera en cuenta la diferencia sexual, poniendo fin a la absurda situación de los monasterios femeninos, gobernados por reglas válidas para las comunidades masculinas. Eloísa subsume su humanidad en el nivel divino-teológico y logra que Abelardo escriba la primera regla monástica para una comunidad femenina. El género femenino es así finalmente reconocido, hasta el punto en que el teólogo puede ordenarlo en una norma que es también una nueva forma de identidad (onoma, en griego “nombre”, contiene en sí la ley, nomos). 
Eloísa obtiene un reconocimiento reconciliador, por lo que si Abelardo ha fijado el ámbito en el cual el diálogo entre ellos puede continuar (“hermanos en Cristo”), Eloísa ha ofrecido el argumento del que discutir (“nosotras mujeres”). El diálogo ha llegado a su conclusión, entre Abelardo y Eloísa se ha formado una auténtica comunidad de comunicación, como diría Apel. El excluido ha sido reconocido, al menos en su generalidad, en su estado de exclusión, y se ha tratado por primera vez en la historia de la humanidad de fijar reglas, obligaciones, normas y también límites, y por lo tanto formas de tal exclusión, si bien a partir de la óptica del exclusor, aún siempre en el interior de un diálogo con la excluida. 
La modernidad de Eloísa consiste también en la lucha que ella sostiene para ver reconocida su individualidad, y si no llega a lograrlo como singularidad, tiene éxito como miembro de una comunidad. La regla abelardiana de la comunidad de monjas es un documento histórico del reconocimiento del Otro.

Antonino Infranca
Filósofo




Abelardo y Eloisa.

Moneda de los enamorados Pedro Abelardo y Eloisa y su trágico final.



“Y una noche, mientras dormía en la secreta alcoba de mi albergue, habiendo antes sobornado a uno de mis sirvientes con dinero me castigaron con cruelísima y vergonzosísima venganza que recibió el mundo con estupor:me amputaron aquellas partes de mi cuerpo con las que yo había cometido lo que ellos lloraban.”
Abelardo Pedro. Historia de mis desventuras. Biblioteca básica Universal, Argentina. 1983. Pag. 24


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Abelardo nació en 1079 en Palais, Alta Bretaña, una aldea próxima a Nantes. Berengario, su padre, era una persona culta e ilustre que supo hacerse cargo de la educación de su hijo y sus hermanos.
Siendo muy joven, Abelardo fue destinado a la carrera militar, que luego abandono por su pasión por el estudio. Cultivó todos los saberes de su tiempo, incluyendo la música y el canto. Y fue por el estudio que renunció tanto a su herencia como a su primogenitura. Abelardo, inteligente y tolerante, fue paradójicamente asceta o sensual, según los vaivenes de su corazón.
A los 20 años, Abelardo se marchó a París, dedicándose a la filosofía. Estableció una escuela en la colina de Santa Genoveva y a la misma atrajo a una gran multitud de alumnos de los que mereció profundo respeto. Años mas tarde, sus obras De trinitate y su Introducción a la teología, despertarían grandes polémicas y serían condenadas por la Iglesia Romana.
Tuvo su primera escuela en Melun y en Corbeil para regresar a los 25 años a París en donde se entregó plenamente al debate filosófico. Abelardo se hizo discípulo de Anselmo para aprender teología. Luego comenzó a debatir con su maestro, al que venció en una discusión pública, quedándose así con todos sus discípulos. La soberbia de Abelardo ase despertó como consecuencia de su constancia en el estudio y su habilidad retórica.

Eloísa, era una bella joven de talento excepcional, sobrina de Fulberto, canónigo de París. Había nacido en 1101 y tenía entonces 17 años. Abelardo, que vivía en casa de Fulberto, sedujo a Elosía bajo el pretexto de cultivar su formación filósofica: “inflamado de amor, busque ocasión de acercarme a Eloísa y en consecuencia, trace mi plan.”, decía Abelardo en una epístola dirigida a uno de sus amigos.
Cuando Eloísa quedó embarazada, Aberlardo decidió raptarla para conducirla a Bretaña. Allí, dio a luz un niño en la casa de la hermana de su amante. Pero cuando Abelardo regresó a París, Fulberto lo esperaba para ejecutar su venganza: sus emisarios multilarían sin mas al seductor de su sobrina.
Eloísa, sin otra alternativa, tomaría los hábitos en el convento de Argenteuil y Abelardo, ingresaría en el convento de Saint-Denis. Aunque éste, más adelante, abandonaría el claustro para dedicarse nuevamente a la enseñanza y al debate filosófico, aumentando su fama y con ella, la cantidad de seguidores y adversarios.

Abelardo, como consecuencia de sus ideas y discusiones teológicas, fue rechazado por los monjes de Saint-Denis, por lo que se retiró a la diósesis de Troyes donde se comprometió con una vida austera y rigurosa. Allí fundó el oratorio al Paracleto o Espíritu Santo Consolador, del que mas tarde Eloísa fuera abadesa.
Durante el Concilio de Sens, en 1140, San Bernando venció a Abelardo en una discusión pública. En consecuencia, fue condenado a cárcel perpetua (sentencia que luego fue conmutada por la clausura en un monasterio). Sin embargo, años después, el abad de Cluny, Pedro el Venerable, logró reconciliar a Bernardo y Abelardo.
Abelardo murió en la abadía de San Marcelo, en Chalons-sur-Saone, el 21 de abril de 1142. Tenía por entonces 63 años. En sus últimos años, había abandonado sus ideas heréticas, rechazando el arrianismo y el sabelianismo. Eloísa, reclamó su cuerpo.

Elosía murió en 1163, pero recién en 1808 los restos de ambos amantes fueron depositados juntos en el Museo de monumentos franceses de París. Finalmente en 1817, ambos fueron depositados en una misma tumba, en el cementerio del Pere Lachaise, de la misma capital. En rigor, los arqueólogos cuestionan la autenticidad de los restos. Pero en el terreno de lo legendario, la ficción y la realidad se tejen en una verdad de fe, que vale simplemente por el romanticismo del relato que los que escuchas desean creer.. Abelardo y Eloisa, aunque abocados al debate filosófico el uno, o la vida monástica la otra, nunca dejaron de amarse apasionadamente, pensando sin más, el uno en el otro. No pudieron morir juntos, pero protagonizaron la terrible desdicha de un amor imposible que si bien no les dio la felicidad de vivir uno cerca del otro, si les dio la de haberse sabido amados.

tumba de Abelardo y Eloísa

El cementerio del Père Lachaise​ es el cementerio intramuros más grande de París, la capital de Francia, y uno de los más célebres del mundo. Está situado en el número 16 de la Rue du Repos, en el xx distrito, y tiene la peculiaridad de que muchos parisinos lo utilizan como si fuese un parque.

Bernard de Fontaine (castillo de Fontaine-lès-Dijon, 1090-Abadía de Claraval, 20 de agosto de 1153), conocido como Bernardo de Claraval (en francés, Bernard de Clairvaux), fue un monje cisterciense francés y titular de la abadía de Claraval.

Abad y reformador monástico francés, canonizado en 1174 (Castillo de Fontaines, Dijon, 1091 - Claraval, 1153). Procedente de una familia noble, siguió desde muy joven su vocación religiosa. Ingresó en 1112 en la abadía cisterciense de Cîteaux y muy pronto, en 1115, pasó a dirigir el nuevo monasterio de Clairvaux (Claraval).
En ambos monasterios impuso el estilo que pronto se extendería a toda la Orden del Císter: disciplina, austeridad, oración y simplicidad. Tales ideales le enfrentaron con Pedro el Venerable, abad de Cluny, pues suponían un ataque directo contra la riqueza de los monasterios, la pompa de la liturgia y el lujo de las iglesias cluniacienses.
San Bernardo de Claraval fue un defensor de los derechos políticos y económicos del papa: su mediación en favor de Inocencio II en el conflicto que le enfrentaba con el antipapa Anacleto II (1130-37) se vio recompensada con importantes privilegios pontificios para la orden cisterciense. Su influencia creció aún más al llegar al papado su discípulo Eugenio III (1145-53), antiguo fraile cisterciense.
Bernardo luchó contra las incipientes tendencias laicistas de su tiempo, haciendo condenar el racionalismo de Pedro Abelardo y las propuestas de Arnaldo de Brescia de que la Iglesia volviera a la pobreza primitiva. No dudó de la legitimidad de usar la fuerza en apoyo de la Iglesia, incitando a franceses y alemanes a la segunda Cruzada (1146), o haciendo reconocer a la Orden del Temple como realización del ideal del fraile-soldado (1128). Su teología, en cambio, insistía sobre la Virgen María y sobre la humanidad de Jesucristo con una ternura que le valió el sobrenombre de doctor melifluus.

Controversia con Abelardo

Abelardo, uno de los primeros escolásticos, se había iniciado en la dialéctica y mantenía que se debían buscar «los fundamentos de la fe con similitudes basadas en la razón humana». Así argumentaba:

Me dispuse a explicar los fundamentos de nuestra fe mediante similitudes basadas en la razón humana. Mis alumnos me pedían razones humanas y filosóficas y me reclamaban aquello que pudiesen entender y no aquello sobre lo que no pudiesen discernir. Decían que no servía de nada pronunciar muchas palabras, si no se hacía con inteligencia; que no se podía creer nada que previamente no se hubiese entendido; y que es ridículo que alguien predique nada que ni él ni sus alumnos no puedan abarcar con el intelecto.
Pedro Abelardo, Historia calamitatum

Estas nuevas ideas de Abelardo fueron rechazadas por los que pensaban de forma tradicional, entre ellos el abad. Así en 1139, Guillermo de Saint-Thierry encontró 19 proposiciones supuestamente heréticas de Abelardo y Bernardo de Claraval las remitió a Roma para que fuesen condenadas. En el sínodo de Sens le exigieron a Abelardo retractarse y al no hacerlo, el papa confirmó al sínodo de Sens y lo condenó por hereje a perpetuo silencio como docente.

Bernardo en carta a Inocencio II (Contra errores Petri Abaelardi), refutó los supuestos errores de Abelardo, pues consideraba que la fe solo debe ser aceptada:

Puesto que estaba dispuesto a emplear la razón para explicarlo todo, incluso aquellas cosas que están por encima de la razón, su presunción estaba contra la razón y contra la fe. Porque, ¿hay algo más hostil a la razón que tratar de trascender la razón por medio de la razón? y ¿qué hay más hostil a la fe que negarse a creer lo que no puede alcanzarse con la razón?
Contra quaedam capitula errorum Abaelardi

Para Bernardo, la verdad que hay tras la creencia en Dios es un hecho directamente infundido por la divinidad y por lo tanto incuestionable. Contra la pretensión de los racionalistas de que la teología debía apoyarse en pruebas, afirmó en un argumento muy conocido:

La conocemos [la Verdad]. Pero ¿cómo pensamos que la comprendemos? La disquisición no la comprende, pero sí la santidad, si de algún modo es posible comprender lo incomprensible. Pero si no pudiese ser comprendida, el apóstol no habría dicho... «y fundados en la caridad, podáis comprender en unión de todos los santos». Los santos, por tanto, comprenden. ¿Queréis saber cómo? Si sois santos, comprenderéis y sabréis. Si no, sed santos y sabréis por experiencia.
Tractatus de laudibis Parisius

La opinión de Bernardo, acerca del mal empleo que hacía Abelardo de la razón, se ganó el apoyo de místicos e irracionalistas, que estuvieron de acuerdo con él.

Divina Comedia.

En la Divina Comedia, Bernardo de Claraval aparece situado en el Paraíso desde el Canto XXXI, sustituyendo a Beatriz.​ En virtud de su espíritu contemplativo y de su devoción a María, es Bernardo quien guía a Dante durante la última parte de su viaje: muestra al poeta la cándida rosa dei beati —la rosa paradisíaca sede de todos los bienaventurados, Canto XXXII— y lo invita a volver a María su mirada como el rostro que más se asemeja a Cristo.





Itsukushima Shrine.


LAS FUENTES ESCRITAS DEL JUDAÍSMO: LA TRADICIÓN ORAL

 La Tradición Oral. Por Adi Cangado

En el artículo anterior hablábamos sobre la Biblia Hebrea (Tanaj) y adelantábamos que paralelamente desde el siglo VI a.e.c. se desarrolló toda una tradición oral de explicación e interpretación de la Torá y también del resto del Tanaj. Tras las múltiples persecuciones a las que nos sometían los romanos, nuestros sabios empezaron a compilar aquellas enseñanzas por miedo a su pérdida.

Recuperaremos el esquema utilizado en el artículo anterior para entender cómo la tradición oral (Mishná, Talmud, etc.) gira alrededor de la Torá y del Tanaj:

 
Scherezada Jacqueline Alvear Godoy


Fue Yehudá Ha-Nasí quien concluyó la edición de la Mishná en el año 220, para ordenar las enseñanzas de maestros y rabinos durante siglos. La dividió en 6 órdenes o sedarim (de ahí la expresión Shas ש»ס, shishá sedarim ששה סדרים): Zeraim, Moed, Nashim, Nezikín, Kodashim y Toharot. Cada orden se compone de tratados, sumando un total de 63. Cada tratado o maséjet tiene a su vez capítulos (perakim) y cada capítulo citas llamadas mishnayot. A los sabios citados en la Mishná los llamamos tanaím. Pero con frecuencia el editor dejó enseñanzas y citas rabínicas sin mencionar, quedando éstas al margen de la Mishná. Las llamamos Baraitá. Tampoco se incluyeron ciertos tratados menores, como el Maséjet Sofrim o “Tratado de los Escribas” que sin embargo contiene información muy importante sobre las costumbres y tradiciones de los judíos de la tierra de Israel durante los primeros siglos de la era común.

¿Cómo han llegado a nosotros las baraitot? En el Talmud son citadas con frecuencia estas citas de los tanaím no recogidas en la Mishná, sobre todo aquellas que con fecha posterior se incluyeron en obras como la Toseftá, y algunos midrashim como “Mejiltá” (para el libro de Éxodo), “Sifrá” (para el libro de Levítico) y “Sifré” (para los libros de Números y Deuteronomio).

La Toseftá es un compendio tanaítico posterior a la Mishná. Sigue la misma estructura que ésta y utiliza la misma lengua (hebreo mishnaico). Fue redactada por Jiya bar Abba y su alumno Hoshaia en el siglo III. Incluye todos los tratados de Zeraim, Moed y Nashim, del orden de Nezikín falta únicamente “Pirké Avot” (pues esta colección de máximas éticas no precisa demasiada explicación),  del orden Kodashim faltan los tratados “Tamid”, “Midot” y “Kinim”, e incluye Toharot completo.

Como podréis imaginar, los rabinos y maestros no dejaron de releer y reinterpretar. La Mishná también necesitaba explicación y desarrollo. Esta labor de estudio (guemará, del verbo arameo lemagmar “estudiar”) la llevaron a cabo los amoraim, tanto en la tierra de Israel como en Babilonia, dando lugar a dos obras monumentales, casi enciclopédicas: el Talmud Bavlí y el Talmud Yerushalmí (Mishná + Guemará = Talmud). Estos maestros no solamente trabajan con la Mishná, sino también con Baraitá y con Toseftá.

Debemos contextualizar históricamente la obra del Talmud. En el año 259 un incendio destruye la academia de Nehardea en Babilonia, pasando Pumbedita a ser preeminente. En el año 293 se produce la división del Imperio Romano. Desde el año 315 los judíos no pueden entrar en Jerusalén más que una vez al año para llorar la destrucción del Templo. Las ciudades de Diocesárea y Séforis lideran un levantamiento judío contra Constantius Gallus en los años 351 y 352. La figura del nasí, dirigente de la comunidad judía en la tierra de Israel, es abolida en el año 429, cuatro años después de prohibir Teodosio II la práctica de semijá (la ordenación rabínica).

El Talmud Bavlí se concluyó aproximadamente en el año 500. Comenzó su redacción Abba Arika (175-247), un discípulo de Yehudá Ha-Nasí, y la concluyeron Rav Ashi y Ravina II (la fecha de fallecimiento de este último es el año 475). Esta obra es el fruto del estudio en las academias de Babilonia, las cuales estaban en las ciudades de Nehardea, Nisibis, Mahoza, Pumbedita y Sura. Está escrito mayormente en arameo. Contenidos y carencias a partir de la Mishná:

del orden Zeraim incluye solamente el tratado “Berajot” (el de las bendiciones)
del orden Moed falta el tratado “Shekalim”
el orden Nashim está completo
del orden Nezikín faltan los tratados “Eduyot” y “Avot”
del orden Kodashim faltan los tratados “Midot” y “Kinim”
del orden Toharot solamente incluye el tratado “Nidá”
 

A pesar de que al Talmud de la tierra de Israel se le llama Talmud Yerushalmí, nunca se compuso en la ciudad de Jerusalén. Fue concluido alrededor del año 350 por Rav Muna y Rav Yossi, fruto del estudio en las academias de Tiberíades, Séforis, Beit She’án, Beit Alpha, Lod y Cesarea. También está escrito principalmente en arameo, si bien con un estilo y léxico más finos y un lenguaje más complejo que el de Babilonia. Tiene otra diferencia fundamental con éste: mientras en Babilonia las discusiones rabínicas concluyen con una decisión, en el Talmud Yerushalmí raramente se dictamina entre opiniones divergentes. Contenidos y carencias a partir de la Mishná:

el orden Zeraim está completo
el orden Moed está completo
el orden Nashim está completo
del orden Nezikín faltan los tratados “Eduyot” y “Avot”
falta todo el orden Kodashim
del orden Toharot solamente incluye el tratado “Nidá”
 

Debemos entender, no obstante, que el Talmud de Jerusalén está incompleto. Las circunstancias sociales e históricas hacían muy difícil la labor de estudio y de redacción. Las persecuciones y prohibiciones no cesaban en la tierra de Israel, frente a la considerable tranquilidad que se disfrutaba en Babilonia. Aunque, al menos en mi humilde opinión, el Yerushalmí es más hermoso y más enriquecedor, finalmente fue el Bavlí la obra que se convirtió en fuente principal de autoridad, debido a la debilidad y a la pobreza de las comunidades judías en Israel, y a veces a su exterminio (bizantinos, árabes, cruzados, …).

En toda esta época posterior a la destrucción del Templo de Jerusalén se desarrolla también la explicación de las escrituras con una finalidad didáctica: el Midrash. Existen múltiples midrashim y aquí citaremos solamente los más importantes: el Midrash Rabá (Bereshit Rabá, Shemot Rabá, Vayikrá Rabá, Bamidbar Rabá, Devarim Rabá), el Midrash Tanjumá, y los ya citados Mejiltá, Sifrá y Sifré.

Tampoco la labor de estudio fue interrumpida. Una vez concluido el Talmud Bavlí, las academias de Babilonia continuaron escribiendo y expandiendo. Los gueonim, líderes de las academias, nos han dejado como herencia obras importantes como el libro de oraciones y múltiples responsa. Sin embargo, a partir del siglo X el centro de la vida judía se trasladó de Babilonia a la cuenca del Mediterráneo y finalmente a Europa. A los autores más importantes hasta el siglo XVI los llamamos rishonim, “primeros”. A los que son posteriores a la publicación del “Shulján Aruj” (código de leyes compilado por Rav Yosef Karo) los llamamos ajaronim, “últimos”. Así hasta la actualidad.

En el judaísmo el estudio es un pilar fundamental. Talmud Torá, “el estudio de la Torá” (la escrita, la oral, el Tanaj, el Talmud, etc.), es un precepto que debe cumplirse diariamente.


Pensad en la cantidad de obras y comentarios que se han escrito a lo largo de los últimos mil años por autores de lugares y épocas tan distantes, con opiniones tantas veces diferentes. La tradición textual del judaísmo es colosal, y al final resulta inevitable, en tan amplia e insondable laguna, picotear aquí y allá. Cada judío tiene al final a sus autores de referencia: sus libros del Tanaj favoritos, sus profetas favoritos, sus salmos favoritos, sus tratados del Talmud favoritos, sus rabinos favoritos, ¡es inevitable!

Una de las grandezas del judaísmo reside en que en el instante en el que coges un libro judío (¡el que sea!), debes dejar que tu olfato te guíe. Aquello que se cite y te llame a profundizar, ¡anímate! Al seguir el rastro, sin darte cuenta, y después de otras lecturas, una tarde te descubrirás leyendo una página del Talmud y cuestionando tú mismo a los rabinos que discuten en ella. En ese instante comprenderás, con todo tu corazón y con toda tu alma, qué significan la palabra escrita y el estudio en el judaísmo.

Shavúa tov

 


¿Quién fue Esdras? – Escriba y sacerdote judío en Babilonia.

Esdras (hebreo: עזרא, Ezra;1​ fl. 480–440 a. C.), también llamado Esdras el escriba (hebreo: עזרא הסופר, Ezra ha-Sofer) y Esdras el sacerdote en el Libro de Esdras. Según la Biblia hebrea, volvió del cautiverio de Babilonia y reintrodujo la Torá en Jerusalén (Esdras 7–10 y Neh 8). Según I Esdras, una traducción griega del Libro de Esdras, todavía en uso en la Iglesia ortodoxa, era también sumo sacerdote.
Esdras fue el segundo de los tres líderes principales que salió de Babilonia para la reconstrucción de Jerusalén. Zorobabel reconstruyó el templo (Esdras 3:8), Nehemías reconstruyó las murallas (Nehemías capítulos 1 y 2) y Esdras restableció la adoración.
Esdras era un escriba y sacerdote con poderes religiosos y políticos enviado por el rey persa Artajerjes, para liderar un grupo de judíos exiliados de Babilonia a Jerusalén (Esdras 7:8, 12). Esdras condenó los matrimonios mixtos y alentó a los judíos a que se divorciaran y desterraran sus esposas extranjeras.
Esdras renovó la celebración de las festividades y apoyó la re-dedicación del templo y la reconstrucción de la muralla de Jerusalén. Esdras 7:10 describe una configuración de la comunidad de conformidad con la Torá. El objetivo de Esdras era aplicar la Torá, y sus intachables credenciales como escriba y sacerdote, le permitieron permanecer como el líder modelo.
El Libro de Esdras describe cómo condujo a un grupo de judíos exiliados desde Babilonia hasta su hogar en Jerusalén (Esdras 8.2-14), donde se dice que les obligó a la observancia de la Torá, y a limpiar la comunidad de matrimonios mixtos. Esdras es una figura altamente respetada en el judaísmo.

Los textos del Antiguo Testamento lo mencionan y un libro bíblico lleva su nombre, pero Erza sigue siendo una figura misteriosa para la mayoría.
Si bien el período posterior al exilio (finales del siglo VI y V a. C.) es un momento que a menudo se pasa por alto en la historia del antiguo Israel, está lleno de muchas personas y eventos intrigantes, incluida la figura de Esdras .
Según el relato bíblico, en el séptimo año del reinado de Artajerjes , rey de Persia (c. 457 a. C.), unos 60 años después de que se completara el Segundo Templo , un hombre de origen sacerdotal llamado Esdras vivía en Babilonia. Era un escriba y estudioso de la ley de Moisés que aparentemente se había ganado la atención del rey.
El rey le dio permiso a Esdras para llevar tributos sagrados, junto con miembros notables del sacerdocio levítico que aún vivían en Babilonia, a Jerusalén para establecer aún más los ritos sagrados que habían comenzado décadas antes.

Una vez que Esdras llegó a Jerusalén, se preocupó al descubrir que muchos de los exiliados que habían regresado, incluidos los miembros del sacerdocio, habían tomado esposas extranjeras, por lo que promulgó una serie de decretos destinados a purificar al pueblo de los matrimonios ilegales.
Después de este episodio inicial, escuchamos poco más sobre Esdras hasta los días de su contemporáneo, Nehemías , cuando Esdras leyó pasajes de los libros de la ley en la dedicación de los nuevos muros de la ciudad.
Como escriba sacerdotal conocido por ser un erudito de la ley, Ezra sería visto más tarde como uno de los padres del judaísmo rabínico. También fue alabado en los círculos apocalípticos como profeta y visionario, atribuyéndosele la obra conocida como Ezra.
Escrito en algún momento poco después de la destrucción de Jerusalén por los romanos en el año 70 EC, este libro ve a Esdras guiado por el arcángel Uriel y finalmente llevado al cielo como sus predecesores Enoc y Elías .
Si bien Ezra parece haber sido una persona importante en el período posterior al exilio, gran parte de él sigue siendo un misterio.

La comunidad de Qumran tenía poca conciencia de Ezra, ya que solo se han descubierto pequeños fragmentos del libro bíblico que lleva su nombre entre los rollos.
El misterio de la identidad de Ezra se magnifica aún más por otros relatos escritos durante el período del Segundo Templo, como los escritos del sabio Ben Sira, quien celebró la vida de muchos israelitas fieles, incluidos Zorobabel y Nehemías, pero no menciona a Ezra. 
Por otro lado, obras contemporáneas, como el libro bíblico conocido como 1 Esdras (la forma griega de Ezra), eleva a Esdras a un lugar de prominencia, donde en realidad eclipsa (e incluso obtiene crédito por) los hechos atribuidos a Nehemías. .

 


Manuscritos del Mar Muerto.


Los Manuscritos del Mar Muerto o Rollos de Qumrán, llamados así por haberse encontrado en cuevas situadas en Qumrán, Israel, a orillas del mar Muerto, son una colección de 972 manuscritos. La mayoría datan del año 250 a. C. al año 66 d. C., años antes de la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén.



Visión general

Los manuscritos están redactados en hebreo y arameo casi en su totalidad, solo con algunos ejemplares en griego. Los primeros siete manuscritos fueron descubiertos accidentalmente por pastores beduinos a finales de 1946, en una cueva en las cercanías de las ruinas de Qumrán, en la orilla noroccidental del mar Muerto. Posteriormente, hasta el año 1956, se encontraron manuscritos en un total de once cuevas de la misma región.
Algunos de estos manuscritos constituyen el testimonio más antiguo del texto bíblico encontrado hasta la fecha. En Qumrán se han descubierto aproximadamente doscientas copias, la mayoría muy fragmentadas, de todos los libros de la Biblia hebrea, con excepción del Libro de Ester (aunque tampoco se han hallado fragmentos de Nehemías, que en la Biblia hebrea forma parte del Libro de Esdras). Del Libro de Isaías se ha encontrado un ejemplar completo.
Otra parte de los manuscritos son libros no incluidos en el canon del Tanaj, comentarios, calendarios, oraciones y normas de una comunidad religiosa judía que la mayoría de expertos identifica con los esenios. La mayoría de los manuscritos están hoy en el Museo de Israel y en el Museo Rockefeller (ambos en Jerusalén), así como en el Museo Arqueológico de Jordania (en Amán). Otros pocos se encuentran en la Biblioteca Nacional de Francia (en París), o en manos privadas, como la Colección Schøyen (en Noruega).
En 2020 el Museo de la Biblia de Washington D. C. anuncia que los 16 fragmentos que se hallan en dicho museo son falsificaciones realizadas en el siglo xx.2​3​ Los nuevos hallazgos no ponen en duda los miles de fragmentos reales, la mayoría de los cuales yacen en el Santuario del Libro, parte del Museo de Israel.

Descubrimiento

A lo largo de los años, en la región se han descubierto en distintas circunstancias vasijas de barro con manuscritos bíblicos y otros escritos en hebreo y en griego. Uno de estos hallazgos fue realizado por Orígenes en el año 217 cerca de Jericó, cuando encontró unos manuscritos dentro de una vasija y utilizó algunos de los salmos contenidos allí. Posteriormente, en el siglo ix, se supo de otro hallazgo realizado por judíos que informaron de ello a una iglesia cristiana.
Los primeros siete rollos de pergamino, que con certeza proceden de Qumrán, los encontraron por casualidad dos pastores beduinos de la tribu Ta'amireh en 1947 en una de las cuevas mientras perseguían a una de sus cabras. Estos rollos se vendieron (troceados, para aumentar su precio) a dos anticuarios de Belén. Cuatro de ellos se revendieron por una pequeña cantidad al archimandrita del monasterio sirio-ortodoxo de San Marcos en Jerusalén, Atanasio Josué Samuel (más conocido como Mar Samuel). Los tres siguientes terminaron en manos del profesor judío Eleazar Sukenik, arqueólogo de la Universidad Hebrea de Jerusalén, quien, dándose cuenta de su valor, los compró en 1954. Posteriormente, se publicaron copias de los rollos, despertando un interés masivo por parte de arqueólogos bíblicos. La publicación de las copias daría como resultado el hallazgo de otros seiscientos pergaminos y cientos de fragmentos más.
Lo más importante del hallazgo es la antigüedad de los manuscritos, que en su mayoría datan de entre los años 250 a. C. y 66 d. C. Esto los sitúa entre los textos más antiguos del Tanaj o Antiguo Testamento bíblico disponibles en lengua hebrea; y también permite estudiar importantes fuentes teológicas y organizativas del judaísmo y del cristianismo. Se cree que los ocultaron los esenios para preservarlos de la guerra de los romanos contra los rebeldes judíos en aquellos años.
Debido a las once cuevas en las que fueron hallados, la denominación de cada fragmento se hizo indicando primero el número de la cueva en la que fue hallado, seguido por la letra Q (o sea 1Q, 2Q, 3Q, etcétera).
En febrero de 2017, arqueólogos de la Universidad Hebrea de Jerusalén anunciaron el descubrimiento de la cueva número doce en unas colinas al oeste de Qumrán, cerca de la orilla noroeste del Mar Muerto.​ Si bien no se encontraron manuscritos en la cueva, se hallaron frascos de almacenamiento vacíos. Estos estaban rotos y se presume que el contenido se retiró con anterioridad. Además, se encontraron hachas de hierro que serían de alrededor del año 1950, lo que da a entender que la cueva fue saqueada.​

Biblioteca.

Entre los manuscritos hallados en las cuevas se encuentran:

  • Libros del Tanaj o Antiguo Testamento, incluida una versión más extensa del Libro I de Samuel.
  • Libros apócrifos del Antiguo Testamento, como el Libro de los Jubileos, el Libro de Enoc o los Testamentos de los Patriarcas, entre otros.
  • Textos exegéticos, como los comentarios (pehsarim) a varios libros de la Escritura.

  • Libros propios de la comunidad que produjo estos documentos, como reglamentos y oraciones propias, entre los cuales destacan el Documento de Damasco (4QD, 5QD, 6QD) -documento que ya se conocía desde 1896, cuando fue descubierto en el depósito (Guenizá) de una sinagoga, en una versión manuscrita por los karaitas del siglo ix-, la Regla de la Comunidad (1QS, 4Q257) y el Rollo de los Himnos (Hodayot).
  • Un rollo de cobre con cuestiones contables y relativas a la localización de determinados tesoros.



Esdras (450-390 a.C.).

(Ezra) Funcionario-consejero para asuntos judíos en la cancillería del rey persa Artajerjes II. Esdras, sacerdote y escriba de la Ley, fue enviado ya anciano desde Persia a Judá con poderes para la organización religiosa y para imponer al pueblo judío la Ley de Moisés, reformada y promulgada en Babilonia bajo la dirección del propio Esdras y que llegaría a ser la carta magna del judaísmo, cosa que efectuó en Jerusalén en el año 398 a.C., en el transcurso de una asamblea ante las autoridades persas de dicha ciudad.

Tras ello, fue llamado otra vez a Persia, pero se ignora cuáles fueron sus últimos hechos. En qué consistía la Ley de Esdras es un asunto muy debatido entre los especialistas. De hecho, redactó una Memoria justificativa para las autoridades persas, que luego fue incluida en el Libro canónico de Esdras.

Su nombre ha generado literatura apócrifa, entre la cual destaca el llamado Libro apócrifo de Esdras (1 (A) Esd. y 2 (B) Esd.) y el Apocalipsis de Esdras (4 Esd.). Algunos biblistas e historiadores sitúan a Esdras en el reinado de Artajerjes I, por lo que su llegada a Jerusalén, si se acepta esta coetaneidad, hubo de tener lugar hacia el año 450 a.C.



 

Diccionario Enciclopédico de Biblia y Teología.


ESDRAS Ezr 7:1-10:16 Esdras (heb. y aram. ‘E5râ*; se cree que son formas tardí­as de ‘e5râh [“ayuda”, “asistencia”] o de una abreviatura de A5aryâhû [Azarí­as]). 1. Descendiente de Judá, del que no se dan otros datos fuera de los que están en 1Ch 4:17 2. Descendiente sacerdotal de Sadoc, de la casa de Finees (Ezr 7:1-6), probablemente el autor del libro canónico de Esdras. Fue designado por un decreto del rey persa Artajerjes, emitido en su 7º año, para viajar a Jerusalén con el fin de establecer la administración civil y religiosa, y para tomar las medidas necesarias para el bienestar de Jerusalén y sus habitantes (vs. 6-26). Era un “escriba diligente en la ley de Moisés” (v 6), y por tanto, un judí­o bien educado de la clase sacerdotal. La tradición judí­a lo identifica como el 1º de la orden de los “escribas” que, en los dí­as de Cristo, eran los intérpretes oficiales de la ley judí­a. Con el decreto real en la mano y acompañado por un 2º grupo de exiliados de más de 1.700 hombres, Esdras llegó a Jerusalén en el mes 5º), aproximadamente en agosto del 457 a.C. (v 8; si el 7º año del reinado se contara de acuerdo con el año civil judí­o de otoño a otoño, que comienza medio año más tarde que el año persa, que iba de primavera a primavera). Al llegar encontraron a los judí­os muy negligentes en la observancia de los requisitos de la ley, por lo que instituyó una serie de reformas profundas. Muchos de los sacerdotes y otras personas que se habí­an casado con mujeres paganas fueron convencidos de la necesidad de divorciarse de ellas (cps 9 y 10). Bajo el gobierno de Nehemí­as, unos 13 años más tarde, Esdras dirigió una lectura y exposición pública de la ley (Neh_8), y tuvo un papel especial en la dedicación del nuevo muro de la ciudad (Neh 12:36) después de su reconstrucción bajo la dirección de Nehemí­as. 3. Sacerdote dirigente que acompañó a Zorobabel al regresar de la cautividad babilónica (Neh 12:1, 7), probablemente el fundador de la casa postexí­lica de Esdras (vs 12, 13). Esdras, Libro de. Obra que registra el regreso de los exiliados judí­os de la cautividad en Babilonia y su restablecimiento en Jerusalén, junto con las listas genealógicas correspondientes y las copias de documentos reales que autorizaban la restauración en sus sucesivas etapas. Antes del 1448 d.C., Esdras y Nehemí­as se contaban como uno solo libro en todas las biblias hebreas. En la LXX, este Esdras original está dividido en 2 partes llamadas 2 y 3 Esdras, y el libro apócrifo aparece como 1 Esdras. Por el 400 d.C., Jerónimo, el traductor de la Vulgata Latina, separó Esdras-Nehemí­as en 2 libros, como aparecen en nuestras Biblias españolas, pero los llamó 1º y 2º Esdras. También traspuso la obra apócrifa incluida en la LXX y la tituló 3º Esdras, y a estos añadió el Apocalipsis espurio que lleva el nombre de 398 Esdras y lo llamó 4º Esdras. En las Biblias hebreas, Esdras-Nehemí­as aparece cerca del fin de la 3ª y última sección del AT (Hagiógrafos o Escritos); les sigue Crónicas. Esta posición en el canon del AT sugiere que Esdras-Nehemí­as y Crónicas fueron los últimos libros en ser escritos, o los últimos en ser aceptados en el canon, o ambas cosas a la vez. Los traductores de la LXX traspusieron este grupo de obras a la posición que ocupan en las traducciones españolas -después de Reyes-, cerca del fin de la sección histórica del AT. La LXX también traspuso Crónicas, que dividió en 2 libros, antes de Esdras y Nehemí­as, probablemente sobre la base de que, cuando se leí­an en ese orden los 4 libros, proporcionaban una narración histórico-cronológica desde David hasta cerca del fin de los tiempos del AT, con registros genealógicos desde la creación hasta David. En vista de que el texto hebreo de Esdras comienza con la palabra “y”, junto al hecho adicional de que los 2 últimos versí­culos de 2Ch_36 están transcriptos literalmente en Ezr 1:1-3, se piensa que tal vez Esdras siguiera a Crónicas en el canon hebreo, o por lo menos en algunos manuscritos hebreos. I. Autor. La tradición judí­a (Talmud, Baba Bathra 15a) identifica a Esdras con el principal escritor de Esdras-Nehemí­as. Ciertos pasajes están escritos en 1a persona (Ezr 7:28-9:1-15), pero sin identificar al escritor por nombre; otras 7 secciones narrativas están en 3a persona (1-26; 8:35, 36; 10:1-44). Esdras se menciona por nombre sólo 7 veces en el cp 7 (vs 1, 6, 10-12, 21, 25) y 6 veces en el cp 10 (vs 1, 2, 5, 6, 10, 16), por lo que el libro deja sin resolver el tema de la autorí­a. Sin embargo, ciertas consideraciones claramente señalan a un judí­o del tiempo de Esdras, o poco después, como el responsable de la composición del libro. En vista de que Esdras-Nehemí­as constituí­an una obra, y que las listas genealógicas de Neh_12 terminan hacia el 400 d.C., es razonable suponer que la obra combinada fuera completada en ese tiempo. Los detalles precisos enumerados en relación con el regreso desde Babilonia, junto con los decretos reales persas citados in extenso, señalan al autor como alguien familiarizado con estos acontecimientos y como una persona que tuvo acceso a diversos documentos. Dos secciones (Ezr 4:8-6:18; 7:12-26) están en arameo,* y el resto en hebreo, una caracterí­stica bilingüe que también encontramos en el libro de Daniel. Como el arameo era la lengua oficial del Imperio Persa, y una especie de lingua franca comprendida ampliamente aun donde no era nativa, la naturaleza bilingüe del libro apunta a un escriba judí­o educado, quizás al servicio del gobierno (7:6). Las grandes semejanzas lingüí­sticas entre las porciones arameas de Esdras, por una parte, y diversos documentos judí­os arameos recientemente descubiertos (que datan del mismo perí­odo), por la otra, aportan testimonios adicionales con respecto a una fecha en el s V a.C. para el libro. En forma similar, en idioma y estilo literario las porciones hebreas de Esdras son notablemente semejantes no sólo con las de Nehemí­as, como se podrí­a esperar, sino también con las de Crónicas, y hasta en cierta medida con las de Daniel y Hageo. Algunos han sugerido que un solo autor fue responsable tanto de Crónicas como de Esdras-Nehemí­as. Esdras, “un escriba diligente”, cumple con todas las condiciones como autor, y no hay razones válidas para negarle la autorí­a de tales libros. 203. Esdras leyendo la ley, según un mural del s III encontrado en la sinagoga de Dura Europos (Mapa XIII, C-5). Il. Ambientación. Esdras, Nehemí­as y Ester son los únicos libros históricos que tratan 399 del perí­odo postexí­lico, y la fuente más importante para los acontecimientos de esa época (respecto a los cuales los libros canónicos guardan silencio), con excepción de breves informaciones incluidas en Hageo, Zacarí­as y Malaquí­as. Aunque dependemos casi exclusivamente de Esdras y Nehemí­as para conocer la idea postexí­lica, estos libros sólo registran los eventos más importantes de ese perí­odo y hay muchos vací­os en la información. Esdras consigna los sucesivos decretos de Ciro, Darí­o y Artajerjes. Informa de la construcción del templo y su dedicación bajo Darí­o I, pero pasa por alto casi 60 años hasta el decreto del 457 a.C., cuando fue enviado a Judea por Artajerjes con autoridad para reorganizar la administración nacional en armoní­a con la ley de Moisés. Relata incidentes ocurridos poco después de su regreso a Jerusalén, pero el siguiente acontecimiento es la llegada de Nehemí­as varios años más tarde. El fin de los 70 años de cautividad, predichos por Jeremí­as (Jer 25:11 ; cÆ’ 29:10), culminó con el decreto de Ciro para el regreso de los judí­os y la reconstrucción de Jerusalén con su templo. Pero aparentemente, sólo una pequeña fracción de los exiliados judí­os regresó a su patria, dejando un gran número de ellos detrás. Atacados por sus enemigos desde afuera (Ezr_4) y por el letargo desde adentro (Hag. 1:1-5), el trabajo en el templo se detuvo. Unos 15 años después del regreso bajo Zorobabel, Dios llamó a los profetas Hageo y Zacarí­as para animar al pueblo a un esfuerzo renovado que, fortalecido por un nuevo decreto de Darí­o, condujo a la terminación del templo en el 515 a.C. (Ezr 5:1-6:15; Hag. 1:12, 13; 2:10-19). Sin embargo, medio siglo después el nivel moral y religioso de Jerusalén habí­a bajado, y en estas circunstancias Dios inspiró a Esdras, un sacerdote-escriba, para regresar de Babilonia a Jerusalén, donde instruyó a los lí­deres y al pueblo en la ley, y los condujo a una profunda reforma (Ezr_9; 10). Algunos años más tarde, los asuntos temporales todaví­a estaban en situación lamentable (Neh 1:3), y Nehemí­as procuró y obtuvo una orden real para administrar los asuntos de Jerusalén y de Judá (2:1-8). Con los esfuerzos unidos de Esdras y Nehemí­as, la ayuda del gobierno persa y la bendición de Dios, se completó la obra de restauración material, civil, económica, moral y religiosa. III. Contenido. Los libros de Esdras y Nehemí­as constituyen nuestra principal fuente histórica de información con respecto al perí­odo de la restauración del judaí­smo. También proporcionan un registro del cumplimiento parcial de las profecí­as de Isaí­as, de Jeremí­as y de Ezequiel con respecto al retorno de la cautividad. Proveen el marco histórico para comprender los mensajes de Hageo, Zacarí­as y Malaquí­as. Esdras comienza con un informe del decreto de Ciro para el retorno de los judí­os, y de su respuesta a la invitación (Ezr 1:1-11). El cp 2 enumera los exiliados que, por familias, retornaron (entre los cuales el linaje de los levitas y sacerdotes resultó de suma importancia). La restauración del altar y la reiniciación de los sacrificios diarios y las primeras etapas de la reconstrucción ocupan el cp 3. El cp 4 nos cuenta del éxito de los samaritanos en detener la reconstrucción, y los cps 5 y 6 nos hablan del medio por el cual Dios abrió el camino para continuar el trabajo, junto con la terminación del nuevo templo y su dedicación, y la celebración de la Pascua. En el cp 7 Esdras cuenta las circunstancias de su viaje a Jerusalén y cita el decreto de Artajerjes que lo autorizaba a completar la obra de restauración, mientras que el cp 8 relata los preparativos para esa jornada, qué judí­os lo acompañaron y su llegada a Jerusalén. En el cp 9 se relata la condición moral relajada, particularmente entre los sacerdotes y los levitas, y las medidas que se tomaron para realizar para reforma (el cp 10 registra la lista de los causantes, véase CBA 3:321-326). Véase Nehemí­as, Libro de. Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico


 

sacerdote y escriba conocedor de la Ley de Moisés, hijo de Seraí­as, descendiente de Aarón, Esd 7, 6. E. tení­a a su cargo las cuestiones relativas a los judí­os en la corte persa. Es la figura fundamental del renacimiento del judaí­smo en Palestina tras la vuelta del destierro en Babilonia, algunos lo tienen como el segundo fundador de la nación judí­a, después de Moisés. Los datos históricos acerca de la llegada de E. A Jerusalén y su actividad son un poco confusos, de suerte que hay dos formas de mirarlos. En primer lugar, siguiendo la cronologí­a de los textos de E. y Nehemí­as: E. fue el primero en llegar a Jerusalén, en el año séptimo del reinado de Artajerjes I, rey persa, 458 a. C., Esd 7, 8. En el año veinte del mismo monarca, llegó Nehemí­as, 445 a. C., Ne 2, 1, quien estuvo en Jerusalén durante doce años, hasta el 433 a. C., Ne 13, 6. Este regresó a Persia y, tras una estancia indeterminada, volvió a Jerusalén, bajo el mismo Artajerjes I, y murió en el año 424 a. C. En segundo lugar, otros estudiosos establecen esta posible cronologí­a, según la cual el primero en llegar a Jerusalén fue Nehemí­as, tal como se dice en el texto apócrifo 3 Esdras e, indirectamente, en los papiros de Elefantina. Esto se basa en la convicción de que quien redactó finalmente E. y Nehemí­as confundió a los dos soberanos persas. Entonces, en el reinado del primer Artajerjes, 465-423 a. C., se habrí­a llevado a cabo la acción de Nehemí­as, y en el del segundo, 404-358 a. C., la de E., cuando realizó la reforma, basada en el ideal teocrático, la ruptura de las uniones matrimoniales con mujeres extranjeras, la pureza de la religión y la promulgación de la Ley. En cuanto al libro de E. redactado posiblemente hacia el año 300 a. C., pertenece al segundo grupo de los libros históricos que continúan la historia deuteronomista, es decir, los dos de las Crónicas, E. y Nehemí­as, su continuación, que primitivamente eran tenidos por una misma obra, fruto de una misma pluma, el llamado †œCronista†, por el estilo literario, el pensamiento y porque los versos finales de 2 Cro 36 son los mismos con que se inicia Esd 1. En la Biblia hebrea, E. y Nehemí­as eran un solo libro; en la versión de los Setenta, 1 Esd, el apócrifo, y 2 Esd, E. y Nehemí­as como un solo texto; en la versión latina de la Vulgata, se dividen, 1 Esd y 2 Esd, este último es el Nehemí­as. Posteriormente, los libros recibieron cada uno el nombre de su personaje más importante. En el libro de E. se pueden ver la siguientes partes: los capí­tulos 1 a 6 contienen lo relativo a la vuelta escalonada del cautiverio en Babilonia, el decreto de Ciro, 538 a. C., autorizando la reconstrucción del Templo y la ciudad de Jerusalén, así­ como la erección del altar y las bases del nuevo santuario; la suspensión de las obras por la oposición samaritana, trabajos que se reiniciarán bajo Darí­o I y se concluirán en el año 515 a. C. Del capí­tulo 7 al 10, se narra la llegada de E. a Jerusalén con la donación real persa y un nuevo grupo de judí­os, y con el decreto que lo autoriza para imponer a los judí­os la Ley de Moisés, reconocida como ley del reino. La acción realizada por E. para unir la nación judí­a, para lo cual compromete a los casados con mujeres extranjeras a abandonarlas, matrimonios que se rompen después de una ceremonia penitencial solemne. Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003 Fuente: Diccionario Bíblico Digital

 


2 comentarios:

  1. Este es ultimo articulo que hago en estos blogger, estoy cansado, para seguir haciendo, fueron mas 10 años de alegría, pero ahora estoy agotado para seguir. Quise terminarlo en articulo sobre el amor y la filosofía, es una gran importancia para mi. FAG

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  2. Dedico este trabajo a mi madre querida, que esta en los cielos.

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