Bibliotecas y mi colección de libros

Lema

Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

sábado, 10 de noviembre de 2012

124.-Arte de amar: Ovidio; Juvenal, sátiras.-a

El Arte de amar.

 


  


Portada de una edición de 1644


El Arte de amar (en latín, Ars amatoria) es un poema didáctico escrito por el poeta romano Ovidio. Escrito en latín y publicados entre los años 2 a. C. y 2 d. C. consta de tres libros o cantos en los que facilita una serie de consejos sobre las relaciones amorosas: dónde encontrar mujeres, cómo cortejarlas, cómo conquistarlas, cómo mantener el amor, cómo recuperarlo, cómo evitar que nos lo roben, etc.

Forma y contenido.

A pesar de tratarse de una obra de contenido didáctico el espíritu y la forma son las de la elegía. El metro elegido no es el hexámetro, habitual en los poemas didácticos, sino el dístico elegiaco, más propio de la elegía.
Los dos primeros libros o cantos se dirigen a los hombres y sus temas son, respectivamente «Sobre cómo y dónde conseguir el amor de una mujer» y «Sobre cómo mantener el amor ya conseguido». Se publicaron conjuntamente no antes del año 2 a. C. ni después del 1 d. C.
El éxito de los dos primeros libros le mueven a escribir el Libro III, dedicado esta vez a las mujeres bajo el epígrafe «Consejos para que las mujeres puedan seducir a un varón». Fue publicado probablemente el año 2 d. C.

Repercusiones

El éxito de la obra fue inmenso. Sin embargo, sus enseñanzas eran contrarias a la moral oficial y levantó suspicacias entre el sector más conservador de la sociedad romana, entre ellos al emperador Augusto, protector de Ovidio.
Ya sea por las presiones recibidas o por una mera cuestión literaria, a finales del mismo 2 a. C. o poco después publicó Remedia amoris (Remedios de amor), obra en la que nos enseña a protegernos de los amores desgraciados o perniciosos.

Ediciones en español

En el siglo XVI Cristóbal de Castillejo tradujo al español fragmentos del Ars amatoria y del Amores, aunque la primera traducción completa de Ars amatoria al español es probablemente la que realizó fray Melchor de la Serna en octavas reales hacia 1580. Desde entonces se han realizado numerosas traducciones y ediciones de esta.


  

Estatua de Ovidio en Constanza, realizada por Ettore Ferrari



(Publio Ovidio Nasón, en latín Publius Ovidius Naso; Sulmona, actual Italia, 43 a.C. - Tomis, hoy Constanza, actual Rumania, 17 d.C.) 

Poeta latino. Educado en las artes de la política, Ovidio estudió en Roma y completó su formación en diversas ciudades del mundo griego, pero pronto abandonó la política para dedicarse por entero a la poesía, convertido en un hombre adinerado tras heredar la hacienda de su padre.


Tuvo numerosas amantes, y se casó tres veces (con dos divorcios), y algunas de sus peripecias amorosas aportaron el material poético para sus Amores, una serie de poemas que narran los incidentes de sus relaciones con Corina, personaje en el que seguramente condensó diversas figuras femeninas.
Ovidio perteneció a una serie de poetas que no conocieron las guerras civiles que asolaron Roma durante el siglo I a. C. Los antiguos poetas augusteos, como Virgilio y Horacio, con sus valores patrióticos y su estética clasicista, estaban ya muy lejos de la generación de Ovidio, heredero de la estética helenística que representa el gusto por la erudición y por la despreocupación política y social.
En Roma, donde residió hasta los cincuenta años de edad, se relacionó con la más alta sociedad, incluido el emperador Octavio Augusto. Sin embargo, en el año 8 d. C. cayó en desgracia y fue desterrado hasta su muerte en Tomis, en el Ponto Euxino, cerca del Mar Negro, sin que se sepa cuál fue exactamente el motivo; el propio Ovidio supone que se debió al tono libertino de algunas de sus obras, que se habría interpretado como un ataque a la política de reforma moral y a la estética del emperador Augusto, quien llegó a castigar el adulterio como si fuese una ofensa contra el Estado o la religión, incluso más allá de la propia tradición romana. Sin embargo, estas obras circulaban desde hacía tiempo, por lo que se ha especulado también con la posibilidad de que el poeta conociera un escándalo en el que estaba implicada la hija del emperador.

La obra de Ovidio

En su primera etapa, la poesía de Ovidio tiene un tono desenfadado y gira alrededor del tema del amor y el erotismo. Amores, Arte de amar (considerada por algunos su obra maestra) y Remedios de amor destacan por la maestría técnica en el manejo del dístico elegíaco y la facilidad brillante y a veces pintoresca del verso.
El propósito didáctico, los consejos y ejemplos sobre cómo seducir a las mujeres y relacionarse con ellas, se mezcla en estas obras con la anécdota burlesca y un costumbrismo teñido de sátira; a los ojos modernos, más que de amor se trata de erotismo, o incluso de un simple repertorio de anécdotas picantes, aunque debe tenerse en cuenta que lo que en la Antigüedad se entendía por amor se acerca más a lo que hoy llamaríamos erotismo. Por ello, cuando estos libros influyan en el amor cortés trovadoresco (siglo XII), las diferencias serán también notorias.
A la obra de madurez del poeta corresponden Las metamorfosis, extenso poema en hexámetros que recoge diversas historias y leyendas mitológicas sobre el tema de las metamorfosis o transformaciones. Se trata de un poema escrito con la voluntad de competir con Virgilio, aunque a la solemnidad de la Eneida opone Ovidio el guiño, la broma y el refinamiento, y a la épica armónica y ática del excelso Virgilio, la variedad pasional y helenística.
Durante la Edad Media y el Renacimiento, Las metamorfosis circuló casi como una enciclopedia sobre mitología clásica. Las obras compuestas durante el tiempo de exilio se caracterizan por la melancolía; destacan los Tristes, cinco libros de elegías que relatan su infeliz existencia en Tomis y apelan a la clemencia del emperador Augusto.



  

El arte de amar, análisis y opinión de la obra de Ovidio.




 El arte de amar es, nada más y nada menos, que un manual de cortejo para los jóvenes solteros de la época. Escrito entre el 2 a. C. y 2 d.C., la obra nos permite sumergirnos y comprender las dinámicas sociales del imperio romano y comprender los juegos y la tensión del cortejo del momento. Para Ovidio, el amor es un juego peligroso que cuenta con sus propias reglas y trucos, los cuales relata en esta obra valiéndose, según él, de su propia experiencia.

Contexto histórico de El arte de amar de Ovidio 

El largo poema está dividido en tres libros. El primero de ellos recoge varios trucos sobre dónde encontrar a la mujer perfecta con la que tener una aventura y cómo propiciar encuentros fortuitos con ella. En ese sentido, Ovidio propone algunas festividades o lugares populares (como el circo), donde sentarte cerca de ella y enredarla con tus engaños. El segundo libro explica cómo mantener tu amor; y el tercero lo dedica enteramente a las mujeres. 
Se cree que los dos primeros libros se publicaron alrededor del I a.C. Estos fueron tal éxito que propiciaron también la tercera parte e incluso la secuela conocida como Remedia Amoris o Remedios para el amor. A pesar de su notoriedad, el libro no fue enormemente aclamado, especialmente porque, a pesar de que el autor previene a las mujeres casadas que deberían alejarse de la obra, está claro que gran parte del texto alecciona y fomenta el adulterio y lo justifica en varias ocasiones, llegando a eximir a Helena (mujer de Menelao en la famosa historia de la guerra de Troya) de ninguna responsabilidad por sus aventuras con Paris. 

¿Por qué te extrañas de ello, Menelao? ¡Tú te marchabas solo, y bajo el mismo techo se quedaban tu huésped y tu esposa! Confías, loco de ti, las tímidas palomas al gavilán, confías el redil lleno al lobo de las montañas. Ninguna culpa tiene Helena, ninguna falta comete este adúltero: él hace lo que tú y cualquier haría. Favoreces el adulterio si das ocasión y lugar a ello. 

No debemos olvidar que en aquella época en el imperio romano el adulterio estaba penado por la Lex Iulia de adulteriis coercendis (18 a.C.), por lo que a pesar de sus breves y modestas advertencias de la introducción, el contenido del mismo era considerado como algo escandaloso para la curia romana. De hecho, se especula que fue debido a este poema por lo que desterraron a Ovidio a una zona de la actual Rumanía, ya que el emperador Augusto buscaba controlar y limpiar la moral de la época. Sin embargo, muchos autores consideran esta hipótesis como poco realmente débil, ya que la obra llevaba en circulación al menos ocho antes del destierro de Ovidio. Más bien es muy posible que Ovidio se viese envuelto en los de problemas de sucesión de Agripa Póstumo, el hijo adoptivo de Augusto, y la nieta de Augusto, Vipsania Julilla, los cuales fueron relegados más o menos al mismo tiempo. 
El exilio de Ovidio no fue completo, ya que no se incautaron sus pertenencias y bienes, pero su familia se quedó en Roma mientras él era relegado a la frontera. Este intentó volver a Roma en más de una ocasión y le suplicó varias veces por el perdón al emperador, pero este nunca le indultó. Es posible que El arte de amar se empleara como excusa para su exilio y no sería la primera ni la última vez en la historia de Roma que la represión de la inmoralidad escondiera un incómodo secreto político.
El poema ha influido poderosamente en al literatura moderna e incluso formaba parte de las lecturas obligatorias en los estudios medievales de las escuelas a partir de la segunda mitad del S.XI. Su influencia en la literatura europea de los siglos XII y XIII fue tan grande que el medievalista y paleógrafo Kudwig Traube denominó a todo aquel período “época Ovidiana”. Asimismo, el libro fue censurado en varias ocasiones (todas las obras de Ovidio fueron quemadas en Savoranola, Florencia (1497) e incautadas en aduana de los EE.UU. (1930).

Sobre El arte de amar de Ovidio

El arte de amar es, como hemos dicho anteriormente, una guía para encontrar, conquistar y mantener el amor. A pesar de que lo que pueda parecer al comienzo de la obra, el libro claramente está enfocado a mantener aventuras amorosas con diversas mujeres (y hombres) al mismo tiempo, ya que llama continuamente a la diversión, a tolerar las infidelidades del prójimo y, cómo no, a explotar el concepto latino del carpe diem. 

De esta forma, Ovidio provee a los lectores de trucos y guías para conquistar el corazón de una mujer, lograr encuentros fortuitos, empezar conversaciones y hacerse el encontradizo. Su nivel de implicación por los detalles llega incluso a relatar cómo conseguir ver las piernas desnudas de las mujeres, cómo debe ir peinado y vestido un hombre, cómo debe comportarse en la alcoba o cómo debe tratar a la criada y esclavos de su enamorada. 


[...]cualquier cosa te puede servir para mostrar tu amabilidad; si el manto le cuelga demasiado y le arrastra por tierra, recógeselo y álzalo deprisa del inmundo suelo; después de lo cual y en premio por tu amable gesto, tendrás la suerte de contemplar, sin que se oponga a ello la joven, sus piernas con tus propios ojos. 

Para Ovidio, cualquier truco es válido para conquistar a una mujer. Así, en repetidos momentos del poema, aconseja a los hombres a mentir, engañar o hacerse los ricos e interesantes frente a ellas, afirmando no solo que cualquiera es conquistable, sino que con sus consejos estas acabarán suplicando a los pies del hombre.
[...]y ya se te ocurrirán nombre que decir: si puedes, los verdaderos, y si no, por lo menos, unos que resulten apropiados. 

El poeta alecciona varias veces al enamorado a realizar promesas y súplicas falsas, y hasta juramentos que luego se rompan, asegurando que Júpiter les perdonará ya que él mismo realizaba continuamente promesas vacías a Juno. Así, por ejemplo, enseña al enamorado a hacerse el bebido en una cena para realizar acercamientos impropios, a fingir las lágrimas en algún momento de desengaño, a mentir sobre las cualidades y talentos de su enamorada o incluso a fingir indiferencia frente a la presencia de un rival. 
El largo poema está cargado de nombres propios y referencias típicas a la cultura de la época, lo cual dificulta y empobrece enormemente su lectura si no cuentas con una edición debidamente ampliada con comentarios y pies de página. De esta forma, podremos comprender muchas de las alusiones del autor y hasta sus temores hacia las represalias de los versos, ya que hay varios momentos del texto en los que realiza apuntes y aclaraciones con el fin de protegerse ante posibles acusaciones. 
Por ejemplo, en este fragmento hace una alusión a las delgadas cintas y largas bandas que solían llevar las mujeres casadas, previniéndolas de seguir leyendo la obra ya que el adulterio en la época estaba penado y severamente castigado por la Lex Iulia de adulteriis coercendis (18 a.C.)

Lejos de aquí, delgadas cintas, emblema del pudor, y tú, larga banda que cubres las piernas hasta la mitad. Yo cantaré un amor que no tiene nada que temer unos escarceos permitidos. No habrá ningún delito que reprochar a mis versos. 

Así mismo, El arte de amar no está exento de otros muchos tópicos de la época, como la continua comparación del poeta como auriga (ya empleada por Virgilio anteriormente), la comparación del poema y sus enseñanzas como un barco a la mar, etc. Asimismo, aprovecha la introducción para enaltecer la figura del César, alabar sus obras y augurar la victoria en cualquier combate o hazaña que se le presente. El poema, que se presenta como un manual cargado de consejos para los amantes, al igual que los libros de autoayuda contemporáneos se reviste de ejemplos y testimonios para reforzar la validez de sus premisas. En ese sentido, Ovidio apela continuamente a la sensatez del lector, dirigiéndose directamente a él y reforzando así la tradición oral. 

Asimismo, ejemplifica continuamente sus comandas y directrices con ejemplos extraídos de otras obras, relatos sobre los personajes involucrados en la guerra de Troya y mitos religiosos. Cuando habla acerca de la necesidad de mantenerse tranquilo aunque tu mujer te sea infiel para no darle alas a su aventura, ilustra su consejo con el famoso mito de Venus y Vulcano / Marte; y cuando habla sobre la importancia de la elocuencia por encima del aspecto físico, cita también a Ulises, del que se cuenta que no era muy agraciado. 

Al mismo tiempo, como es natural, la obra está cargada también de referencias a su otra obra, publicada varios años antes: Amores y una más . Estas citas y los sobrenombres que le da continuamente a los dioses y los héroes clásicos son una importante parte por la que recomiendo leer la obra con una edición debidamente comentada, ya que por el resto el estilo de Ovidio es ligero, dinámico y no se para demasiado a repetir conceptos. De hecho, en varias ocasiones, llega a contradecirse, explicando primero que un hombre para ser atractivo ante a una mujer y lograr su amor, debe estar moreno y en buena forma física; para luego explicar que la palidez y delgadez del amor son argumentos que podrán predisponer a la dama en su favor. 

El papel de la mujer en El arte de amar, de Ovidio

Es evidente que el poema está plagado de valoraciones y opiniones personales de Ovidio que no tienen por qué reflejar la opinión general general del momento. Por ejemplo, en varias partes del libro I y II se postula en contra de los remedios y pócimas de los templos que sirven para atraer el amor o incitar la líbido (quizás precisamente por sus próximas experiencias personales negativas con una bruja llamada Dipsas que narra en su otra obra Amores). 

Hay mujeres que aconsejan tomar una hierba dañina. la ajedrea, pero a mi parecer eso es un veneno. O mezclan pimienta y amarillo pelitre triturado en vino añoejo con simiente de la áspera ortiga. 

Sin embargo, está claro que El arte de amar nos ofrece una vista privilegiada de la sociedad romana de la época y sus costumbres y usos, y en esta, la posición de la mujer era realmente precaria. No es por tanto de sorprender que el libro I del poema de Ovidio esté lleno de calificativos que compara a las mujeres a los animales, las tacha de taimadas e interesadas e incluso fomenta y enaltece las violaciones. 
Aunque le des el nombre de violencia: a las mujeres les gusta esta clase de violencia; lo que les produce placer, desean darlo muchas veces obligadas por la fuerza. Todas se alegran de haber sido violadas en un arrebato imprevisto de pasión y consideran como un regalo esa desvergüenza. 

Así, el libro incita desde el primer momento a engañar, mentir, decir falsedades, manipular a las criadas y amigos y hacerle continuamente cumplidos a la mujer con el único objeto de poder meterse en su alcoba y en su lecho. Evidentemente, es de entender por tanto que la obra fuera realmente escandalosa para la curia romana y que incluso pudiera provocar más de una pelea si la encontrabas en el poder de un familiar o amante. 
Y sin embargo, es increíblemente tolerante con las infidelidades, tanto las de las mujeres como las de los hombres. Como para Ovidio la mujer es similar a un animal (comparada múltiples veces con este), la responsabilidad total de la infidelidad de una mujer es siempre del marido. Además, según el poeta, a la mujer casada se le debe dar toda libertad para que haga lo que ella quiera. 

En el libro tercero, escrito tras el éxito de los dos anteriores, Ovidio ensalza a la mujer y le otorga de armas con las que defenderse de los hombres, repitiendo de cualquier forma muchos de los argumentos dados en los primeros dos libros, de manera que se retroalimenten sus consejos (les recomienda que se paseen por los sitios en los que les dijo a los hombres que encontrarían mujeres, etc.). 

Alguien de la multitud podría decirme: «por qué añades veneno a las serpientes entregas la majada a una loba rabiosa?» Dejad ya de hacer extensivo a todas el delito de unas pocas; que cada mujer sea valorada según sus méritos individuales. 

Asimismo, es especialmente ilustrativo cómo Ovidio incita a las mujeres a tener todas las aventuras amorosas que puedan (lo cual de nuevo choca directamente con su declaración inicial de no fomentar el adulterio), afirmando que estas son libres de hacer con su cuerpo lo que deseen. 
[...]aunque mil hombres os tomen, nada se pierde por ello. El hierro se desgasta y las piedras se gastan con el uso, pero esa parte de vuestro cuerpo se mantiene incólume y no hay miedo de que sufra deterioro ninguno. [...] Y no es que mis palabras os menosprecien, sino que os prohíben tener miedo de los daños imaginarios: vuestro atributos no pueden sufrir ningún menoscabo. 

Opinión personal de El arte de ama

El arte de amar es una obra más que interesante precisamente por su capacidad para transmitirnos la forma de ver la sociedad y los encuentros amorosos de la Roma del S.II a.C. / d.C., pero honestamente, no es el manual en actual vigencia del que habla mucha gente. Y es que a lo largo de la lectura de esta obra, me he ido encontrando con numerosos comentarios de gente que afirma que 2000 años después de la publicación de esta obra, los consejos de Ovidio siguen siendo vigentes. Y dejadme que os aclare que no es así. 
Además de justificar la violación, fomentar las mentiras y las relaciones basadas en engaños, reducir a la mujer a algo bonito que debe cuidar antes su físico que ninguna otra y dar continuos consejos basados en malas prácticas, no podemos olvidar que Ovidio basa su obra en experiencias personales. Si leéis Amores, su otra obra de gran popularidad, veréis que muchos de los consejos que da, están basados en una conversación que escuchó entre su amante Corina y una bruja llamada Dipsa. El hecho de hacerse la difícil y cerrar la puerta de vez en cuando al amante sin darle explicaciones, era una práctica frecuente que él mismo sufría en sus carnes y así con otras recomendaciones que él mismo hace en la obra. 
De cualquier forma, sorprende lo fácil y aproximable que es esta lectura a cualquiera con suficiente paciencia como para leer los piés de página. Es la primera obra que analizamos en Momoko del mundo clásico, pero está claro que, por lo ameno e interesante del tema y de la prosa, no será la última. 



Biblioteca Personal.

Tengo un libro en mi colección privada .- 


Itsukushima Shrine.


  

Décimo Junio Juvenal.
Frontispicio de John Dryden: Las sátiras de Decimus Junius Juvenalis y de Aulus Persius Flaccus.


(Aquino, actual Italia, h. 60 - Roma, h. 128) Poeta latino. Resentido con el emperador Domiciano porque no le había concedido un puesto administrativo a su servicio, escribió una sátira que le valió el destierro a la ciudad egipcia de Syene, la posterior Asuán. No pudo regresar a Roma hasta la defunción de Domiciano, en el año 97; al parecer, en sus últimos años contó con la protección del emperador Adriano. Por su amargura y pesimismo, sus composiciones, todas ellas de carácter satírico, están más próximas a la gravedad de Persio que a la ironía de Horacio, pese a que Juvenal se declaró influido por este último.
Su obra, de tono patriótico y retrospectivo, se reduce a dieciséis Sátiras en verso hexamétrico repartidas en cinco libros. Inspiradas en los clásicos latinos y valoradas por sus sentencias y versos lapidarios, Juvenal denunció en ellas la decadencia y la corrupción que imperaban en la sociedad romana del siglo I. 
Relegadas al olvido tras la muerte del poeta, fueron revalorizadas a partir del siglo IV y admiradas de forma especial por los escritores cristianos.



  

Sátiras.

Las Sátiras son una recopilación de poemas satíricos escritos por el autor romano Juvenal entre finales del siglo i y comienzos del siglo ii. Algunos estudios recientes apuntan a que probablemente el primero de sus libros pudo ser publicado en el año 100 o 101.

Estructura

Se compone de una recopilación de dieciséis poemas, escritos en hexámetro dactílico que está organizada en cinco libros :

Libro I: Sátiras 1-5
Libro II: Sátira 6
Libro III: Sátiras 7-09
Libro IV: Sátiras 10-12
Libro V: Sátiras 13-16 (de la 16 sólo se conservan trozos)

Legado

Pero si por algo es conocido Juvenal es por algunas de sus expresiones: «panem et circenses» («Pan y circo»), refiriéndose a las costumbres de los romanos en tiempos del Imperio, «Sed quis custodiet ipsos custodes?» («¿Quién vigilará a los propios vigilantes?») (VI 347–348), «rara avis» (lit., «ave muy poco común»), refiriéndose a las esposas perfectas y comparándolas con la rareza de un cisne negro, «Mens sana in corpore sano» («Una mente sana en un cuerpo sano») (X 356)...

Fue un autor muy popular ya en tiempos del Bajo Imperio y durante la Edad Media. Se han hallado unos 500 manuscritos medievales de las Sátiras.


  

Significado de las Sátiras.

Aunque Juvenal ha sido ampliamente estudiado a lo largo de los siglos, el contenido y el tono de sus Sátiras se han hecho progresivamente problemáticos y difíciles de digerir por parte del movimiento feminista. Mientras el tono de la sátira de Juvenal ha sido considerada desde la Antigüedad como un airado desprecio hacia todos los representantes de un desvío social, estudiosos como W.S. Anderson y más tarde S.M. Braund han sugerido que este aparente enfado es una mera persona (máscara) retórica asumida por el autor para criticar el desequilibrado enfado suscitado por el tipo de elitismo, sexismo y xenofobia con los que las Sátiras parecen repletas a primera vista.
​ El carácter aforístico, absolutista, del texto lleva demasiado fácilmente a la aplicación indiscriminada de críticas originariamente dirigidas a ejemplos literarios de vicios en particular. En el interés de mantener el texto libre de tales preocupaciones, es vital que el texto y su autor se distingan de la manera o estilo en el que normalmente han sido leídos. Como ha señalado el teórico literario Stanley Fish, la lectura de un texto es tanto el producto de las creencias y prejuicios del lector como el de aquellos contenidos dentro del texto. La misoginia y otras formas de odio percibidas en el texto son tan atribuibles a lo que los lectores a lo largo de los siglos han llevado a la lectura como a lo que pretendía Juvenal.

Saturae, 1535


Sería un error igualmente grave leer las Sátiras como un relato literal de la vida cotidiana y el pensamiento romanos a finales del siglo i y principios del II, lo mismo que sería un error dar crédito a cada calumnia recogida por Tácito o Suetonio contra los miembros de la anterior dinastía imperial.
Temas parecidos a los de las Sátiras se encuentran presentes en autores que abarcan el periodo de la República Romana y principios del Imperio que van desde Cicerón y Catulo hasta Marcial y Tácito; de manera similar, los recursos estilísticos del texto de Juvenal entran dentro de la categoría de la literatura post-augusta representada por Persio, Estacio y Petronio.
​ Finalmente, es preciso darse cuenta de que el sistema conceptual presente dentro del texto es muy representativo de solo una porción de la población romana; las Sátiras no hablan claramente de las preocupaciones de las mujeres, los inmigrantes, los esclavos, los niños o incluso hombres que se aparten de la educada audiencia de élite hacia la que se dirigía el autor. Con estas advertencias presentes en la mente, es posible acercarse a las Sátiras como una fuente que ayuda mucho para el estudio de la cultura de principios de la Roma Imperial. Además de una gran riqueza de información incidental sobre todo tipo de asuntos, desde la dieta hasta la decoración, las Sátiras de Juvenal revelan lo que es esencial en una civilización: los temas en el corazón de la identidad romana. Más que revelar una miríada de potenciales respuestas que abarcan toda la diversa población romana, Juvenal revela las cuestiones esenciales de la sociedad romana.


  


SÁTIRA V
Las mujeres romanas. 

Preámbulo que describe la situación del pudor femenino en los tiempos antiguos y la huida del mismo de las tierras (1-20). 
De ahí, el estupor del poeta al saber que su amigo Postumo va a contraer matrimonio: en parte alguna queda una mujer casta (21-59). Epia deja a su marido para irse con un gladiador horrible (60-113). ¿Y Mesalina, esposa del emperador Claudio? (114-132). 
El sexo es después de todo pasajero en ellas comparado con otras cosas (133-135). Algunos hombres buscan la dote que ellas utilizan para sus amoríos (I36-I6O). Aquella que sea virtuosa es insoportable por sus títulos nobiliarios (lói-183).
 Las que tienen la manía de usar el griego (184- 199). ¿Para qué casarse si no se está seguro de querer a su mujer? (200-205). Vejaciones del esposo ante la esposa a la que ama, vejaciones con la suegra (206-241).
 Tres rasgos odiosos: amante de litigios, del deporte, de fingir celos (242-285). Lujuria y dinero (286- 299), excesos con la fiesta de la Buena Diosa (300-345). 
Encerrar a la mujer corre el riesgo de que sus guardianes sean corrompidos (346-351); las mujeres no saben controlarse (352-365). Homosexuales y eunucos gobiernan la casa y a ellos se entregan ciertas mujeres complacientemente (O 1-34; 366-378); enamoradas de cantantes (379-397); chismosas (398-412), autoritarias (413-433), pedantes (434- 455), la coqueta peinándose (456-473); crueldad con los esclavos en lo que atañe al cuidado y aseo personales para complacer, no a los maridos, sino a sus amantes (474-511); supersticiosas (511-591); negativa frente a la procreación (592-601); hijos supuestos (602-609); recurso a filtros mágicos (610-625). 
Atroces crímenes de envenenamientos realizados por las mujeres (626-661).

Poemas

Creo que cuando reinaba Saturno  la Castidad se quedó en la tierra y fue vista en ella mucho tiempo, cuando una caverna fría servía de pequeña morada, y hogar, lares, ganado y amos encerraba dentro de su penumbra común; cuando la esposa montaraz extendía un lecho silvestre con hojas y rastrojos y las pieles de alimañas que vivían alrededor, bien distinta de ti, Cintia, y de ti, a quien la muerte de un gorrión enturbió sus luminosos ojitos; pues, al contrario, daba a sus hijos creciditos el pecho para que bebieran,  y con frecuencia era más peluda que el marido, que rustía bellotas. Y es que entonces, en un mundo nuevo y bajo un cielo reciente, los hombres vivían de otra manera, pues, nacidos de robles hendidos o formados con el carro no tuvieron padres ningunos. Posiblemente, muchas o algunas huellas de la vieja Castidad  debieron quedar también en época de Júpiter, pero un Júpiter todavía sin barbas, cuando aún los griegos no estaban dispuestos a jurar por la vida de otro, cuando nadie temía a los ladrones de sus coles o de sus frutas, y vivía con el jardín sin vallar.

Después, poco a poco, la justa Astrea se retiró a los cielos  en compañía de esta Castidad, y las dos hermanas se marcharon a la vez. Cosa antigua y perdurable es, Postumo, hacer crujir el lecho de otro y tomar a mofa el Genio del sagrado lecho conyugal. Todos los demás crímenes los produjo después la edad de hierro: los primeros adúlteros los vio el siglo de la plata.  Con todo, preparas en nuestro tiempo un acuerdo, contrato y esponsales y ya te dejas arreglar por el maestro barbero y posiblemente has entregado un anillo para el dedo de la novia. Desde luego, estabas en tus cabales. 
¿Y tomas esposa, Postumo? 
Dime qué clase de Tisífone, qué culebras te andan persiguiendo.  
¿Eres capaz de aguantar dueña alguna, cuando tienes a ai alcance tantas cuerdas, cuando se abren ventanas altas y llenas de vértigo, cuando se te ofrece ahí al lado el puente Emilio? 
O si de tantas salidas no te agrada ninguna, ¿no consideras mejor que duerma contigo un chavalote? 
Un chavalote  que no te da la tabarra de noche, y aunque duerma a tu lado no te exige ningún regalito ni se queja de que ahorres esfuerzos y no te pongas a jadear como él ha querido Pero a Ursidio le va la ley Julia: anda rumiando alzar en sus brazos a un dulce heredero, aun a condición de privarse de una buena tórtola o y de los rojos salmonetes barbudos y de las delicias del mercado. 
¿Qué crees tú que no puede pasar si alguna se une a Ursidio? 
¿Si el otrora más célebre de los adúlteros acerca ya su boca de bobo al cabestro conyugal, él, a quien tantas veces protegió el arcón de Latino" en peligro de muerte?  
¿Y qué decir de que anda buscando una esposa de costumbres antiguas? 
Oh médicos, abridle la vena, que lleva demasiada sangre. ¡Vaya tío delicado! Besa el umbral de la roca Tarpeya, arrodillado ante ella, y sacrifica a Juno una novilla de áureos cuernos si te cae en suerte una señora de boca pudibunda.  (De hecho, pocas son dignas de tocar las cintas de Ceres, y de las que no tema el padre los besos), Cuelga una corona en tu puerta y extiende en el umbral densas hiedras. 
¿Un solo hombre es suficiente para Hiberina? 
Antes la inducirás por ejemplo a que se conforme esta mujer con un solo ojo. 
¿Es buena la fama con todo de una tal que vive en el campo de su padre?
Que viva en Gabios como ha vivido en el campo, que viva en Fidenas, y yo me largo al campillo de mi padre. 
¿Quién afirma pese a todo que no ha pasado nada en los montes ni en las cuevas? 
¿A tal extremo han envejecido Júpiter y Marte?  
¿En los pórticos te pueden señalar una mujer digna de tu anhelo? 
¿Tienen los asientos y los graderíos todos alguna que puedas arrancar de allí para enamorarte de ella tranquilo? 
Cuando el blandengue de Batillo baila la pantomima de Leda,

Tucia no controla su chocho, Ápula suspira, como en repentino  abrazo, con quejidos largos y dignos de compasión. Tímele mira atentamente; como una paleta, Tímele aprende entonces. Otras, a su vez, cuando se han retirado los telones y dejan de funcionar, y, vacío y cerrado el teatro, sólo resuenan los Foros, y dista mucho de los Juegos Plebeyos a los Juegos de Cíbele, entristecidas,  sostienen una máscara y un tirso y el taparrabos de Accio. Úrbico promueve las risas en una farsa atelana imitando a Autónoei. Elia está enamorada de él, pero es pobre. Caro les cuesta a ellas soltar la hebilla de un comediante; las hay que impiden a Crisógono cantar; Hispula se lo pasa bomba  con un actor trágico. 
¿Acaso esperas que se enamoren de Quintiliano? 
Recibes por esposa a una mujer que hace padre al citaredo Equíon o bien a Gláfiro o bien al flautista Ambrosio. Instalemos largos estrados en las calles estrechas, adornemos las puertas y las jambas con enormes laureles, so para que en su cuna con incrustaciones de carey, Léntulo, tu noble hijo te saque los rasgos de un Euríalo el mirmidón. Casada con un senador, ha acompañado Epia la escuela de gladiadores a Faros y al Nilo, y a las murallas de la mala fama de Lago, e incluso Canopo condena las monstruosas costumbres de Roma.  Esta mujer, olvidándose de su casa, de su esposo y de su hermana, no tuvo miramientos con su patria y la muy canalla abandonó a sus hijos que lloraban, y, para que te quedes aún más turulato, a Paris y a los Juegos. 
Pero por más que había dormido desde chiquita en medio de grandes riquezas y del lujo paterno y en una cuna con franjas de oro,  desdeñó el mar. Antes ya había desdeñado su reputación, pues tirarla es poca cosa entre quienes se sientan en suntuosos sillones. De modo que soportó las olas del Tirreno y del mar Jónico de extensos bramidos, con pecho imperturbable, por más que tenía que cambiar de mar tantas veces. Si el motivo para arrostrar  un peligro es justo y honorable sienten miedo y se les hiela el corazón de pánico y no pueden sostenerse sobre las temblorosas plantas de sus pies: entregan su ánimo esforzado a empresas a las que es una vergüenza arriesgarse, Si se lo ordena su esposo, le resulta duro subir a un barco, la sentina además es nauseabunda, el cielo además le da vueltas allá arriba.  La que acompaña a su amante está estupenda del estómago. La primera vomita sobre el marido, la segunda almuerza entre los marineros y pasea por el buque y disfruta manejando las duras maromas.

Mas con todo, ¿Qué belleza inflamó a Epia, qué juventud la cautivó? 
¿Qué vio para aceptar que le dijeran 105 gladiadora? 
Pues su Sergiíto había comenzado ya a rasurarse el mentón y a esperar la jubilación de su brazo mutilado. Otrosí, tenía muchas deformidades en la cara, como un lobanillo enorme en mitad de las narices, machacado por el casco, y la peiversa secreción acre de su ojito siempre goteando, no Pero era gladiador. Esto los convierte a ellos en Jacintos, esto prefirió ella a sus hijos y a su patria, esto, a su hermana y a su marido. Es el hierro de lo que se enamoran. Este mismo Sergio después de recibir la espada de madera empezaría a parecerle Veyentón. 
¿Por qué te preocupas de lo que pasó en una casa particular, de lo que hizo Epia? 
Fíjate en los rivales de los dioses, escucha lo que aguantó Claudio, Cuando la esposa se daba cuenta de que su marido dormía tenía el valor de preferir una estera al dormitorio del Palatino, de tomar, augusta cortesana, una capucha de noche, y abandonar al esposo, no haciéndose acompañar por nadie más que por una esclava.  Pero es que con una peluca rubia que escondía su cabello negro fue a meterse en un burdel asfixiante con sus cortinas harapientas, y un cuartito vacío que era para ella. A continuación, desnuda y con los pezones ribeteados de oro, estuvo allí tomando el falso nombre de «Lobita», y dejó al descubierto el vientre que te parió, generoso Británico.

Recibió zalamera a los que entraban y les pidió el dinero. [Y tumbada boca arriba se tragó los pollazos de muchos.] Luego, cuando el chulo despedía ya a sus chicas, partió triste, y, con todo, hizo lo que pudo, cerrar la última su cuartito, ardiendo aún con la calentura de su clitoris rígido,  y se retiró agotada de tíos pero aún no saciada. Afeada por sus mejillas oscuras y sucia con el humo del candil llevó la almohada imperial el olor de la casa de putas. 
¿Hablaré de hipómanes y de las encantaciones y cocciones venenosas administradas a hijastros? 
Las mujeres hacen cosas más graves  llevadas del imperio de su sexo, y el cachondeo es su falta menor. Pero, ¿por qué es Cesenia tan excelente, según testimonia su propio marido?
Le ha dado un millón de sestercios: por esa cantidad la llama él decente. No ha adelgazado por el carcaj de Venus ni arde por su antorcha: por aquella razón arden las teas, de la dote vienen las flechas o La libertad se compra; puede hacer señas en su presencia y remitir una nota: la rica que se casa con un avaro es una viuda. 
¿Por qué se abrasa Sertorio en la pasión de Bíbula? 
Si desentrañas la verdad, es la cara, no la esposa lo que ama. Espera que le salgan tres arrugas y se le reseque  y abotague la piel; que se le pongan los dientes negros y se le enburmñen los ojos: 
 «Coge tus bártulos y lárgate» -dirá un liberto. «Ya nos resultas gravosa, y te suenas mucho los mocos. Lárgate cuanto antes, date prisa, ha llegado otra con la nariz seca.» 
Entretanto, está eufórica, reina y exige al marido 150 pastores y ovejas de Canusio y viñas de Falerno.

(¿Qué supone esto?). Todos sus esclavos, el pabellón de siervos entero. En cuanto a lo que no hay en casa, pero lo tiene el vecino, a comprarlo. En el mes de diciembre por cierto, cuando el mercader Jasón ya queda encerrado y tiendas blancas cortan el paso a los armados marinos,  acarrean grandes vasos de cristal o en su caso enormes vasos múrrinos, asimismo un zafiro blanco conocidísimo que ha cobrado más valor por haber estado en el dedo de Berenice: en su día le dio este anillo, se lo dio, a su incestuosa hermana el bárbaro Agripa, allí donde los reyes guardan la fiesta del sábado con los pies desnudos lóo y una antigua clemencia es indulgente con los cerdos hasta la vejez. 
¿Ninguna de tan gran rebaño se te antoja a ti digna? 
Pon que sea guapa, graciosa, rica, fecunda, que alinee en el peristilo a sus viejos antepasados, más virgen que cualquier sabina de las que terminaron la guerra dejando flotar su cabellera,  rara ave en la tierra, y muy parecida a un cisne negro: ¿Quién va a aguantarla de esposa si lo tiene todo? 
Prefiero, prefiero, sí señor, a una venusina antes que a ti, Cornelia, madre de los Gracos, si junto a tus grandes virtudes aportas un gran desdén y cuentas entre tu dote los triunfos de tu gente.

Llévate, por favor, a tu Aníbal, y a ai Siface vencido en su campamento y ahueca el ala con toda tu Cartago. «Piedad, por favor, Peán, y tú, diosa, depon tus flechas. Los niños no han hecho nada, acribillad más bien a la madre.»  
Esto grita Anfión, pero Peán está tensando su arco.»  De manera que Níobe enterró a la piara de hijos y al propio padre, por verse ella más noble que la familia de Latona. 
Y de idéntica manera también más fecunda que una marrana blanca. ¿Qué integridad, qué belleza, vale tanto que te estén siempre pasando la cuenta? 
Pues de este raro y sumo bien ninguno es el placer  siempre que una mujer, estropeada por un espíritu soberbio, tiene más de amargura que de miel. 
Por otra parte, ¿Quién está hasta tal extremo entregado que no se horripile de la mujer a la que ensalza con alabanzas y la odie siete horas diarias? 
Claro, algunas cosas son menudencias, pero que no deben tolerar los maridos.  
Pues, ¿Qué cosa de peor gusto que el que una mujer no se considere guapa sino aquélla que de etrusca se ha convertido en griega, y, de natural de Sulmo, ateniense pura? 
Todo en griego, siendo así que es vergonzoso para las nuestras no saber latín; en aquella lengua expresan sus miedos, en ella, la ira, los gozos, las cuitas, 190 en ella desembuchan todos los secretos del alma.
¿Qué más?
Se acuestan en griego. En fin, eso se le podía conceder a las mocitas: ¿también tú, a cuya puerta llaman los ochenta y seis años, en griego todavía? 
Este idioma no resulta decente en una vieja. Cuantas veces se deja caer ese grito lascivo de vita mia, animo mió, largas entre la gente lo que debió quedar ya debajo de la colcha. Pues, ¿qué carajo no pone a caldo una voz suave y viciosa? Dedos tiene. Pero que todas las plumas vuelvan a su sitio, que aunque digas estas palabras más tiernamente que Hemo y que Carpóforo, tu rostro delata el número de años.  Si no estás en disposición de amar a aquélla con la que estabas prometido y que se te ha unido en legítimo matrimonio, no se ve motivo alguno para que te cases, ni tampoco lo hay para que pierdas la comida y los pasteles que debes regalar a quienes están ahitos cuando decae la fiesta, ni el don que se hace en la noche de bodas, cuando las monedas de oro  con la efigie del conquistador de Dacia y Germania irradian en la espléndida bandeja. Pero si amas ingenuamente a tu esposa, si ai corazón está entregado a ella sólo, agacha la cabeza y prepara ai cuello para llevar el yugo. 
No encontrarás ni una que respete a quien la ama: bien que ella misma arda de pasión, disfruta torturando al amado, esquilmándolo. De modo que tanta menos utilidad sacará de su mujer el marido cuanto más bueno y deseable sea. Jamás darás nada si tu esposa no quiere, si ella se opone no venderás nada, si ella no lo desea, tampoco se comprará nada. Ella prescribirá tus afectos. Se le cenará la puerta en las narices  a aquel amigo, ya viejo, cuya barba ha visto crecer ai puerta. Siendo así que los lenones y maestros de esgrima tienen libertad para hacer testamento, y el mismo derecho compete a la gente del Coso, a ti te impondrá como heredero a más de un rival.

«Crucifica este esclavo.» «¿Qué crimen ha cometido para merecer  el tormento? ¿Quién es su acusador? ¿Qué testigos hay? Tienes que oírle. Ninguna vacilación sobre la muerte de un hombre es jamás larga.» «Oh insensato, ¿así que un esclavo es un hombre? Vaya que no haya hecho nada: esto es lo que quiero, así lo ordeno, valga mi voluntad como razonamiento.»  
De modo que es una sargenta para su marido. Mas de pronto  abandona este reino, cambia de casa y desgarra el velo nupcial; vuela de allí y busca de nuevo las huellas del lecho que ha despreciado; abandona la puerta poco antes adornada, los gallardetes y cortinas de la casa que cuelgan, y las ramas todavía verdes en el umbral. Así va creciendo él número, así los maridos llegan a ocho  en el espacio de cinco otoños, hecho digno de grabarse en el epitafio. Tienes que desesperar de la concordia mientras esté viva la suegra. 
Ella le enseña a gozar con los despojos del marido empobrecido, ella le enseña a contestar a la nota enviada por el corruptor con palabras nada elementales ni simples, ella engaña  a tus guardianes o los doblega con cobre. Luego, aunque su cuerpo goza de salud, manda llamar a Arquígenes y agita las pesadas mantas. Entretanto, el adúltero permanece escondido en lugar secreto, y sin poder aguantar la tardanza, guarda silencio y se la menea,

¿Acaso es que esperas que la madre le transmita costumbres honestas y diferentes a las que tiene? 
Además, para una vieja desvergonzada es útil echar al mundo a una hijita desvergonzada. Apenas hay una causa en la que una mujer no haya provocado el litigio. Si no es la rea, Manilia es la acusadora. Hasta redactan y dan forma por su cuenta a los borradores del juicio,  dispuestas a dictarle el exordio y los tópicos habituales a Celso. [¿Quién no ha oído hablar de las endrómidas de púrpura tiria y del ungüento para mujeres? 
¿Y quién no ha visto también las cicatrices en la estaca, a la que agujerea con continuos golpes de estoque y le amarga con el escudo, completando toda clase de fintas, esta señora, bien digna,  por lo demás, de tocar la trompeta en los Juegos Florales, si es que no promueve en ese intrépido pecho algo más y se prepara para la Arena real? 
¿Qué decencia puede demostrar una mujer con casco, que abdica de su sexo y se enamora de la fuerza? 
¡Sin embargo, ésta misma no querría ser hombre, pues nuestro placer de serlo es nada y menos!  
¡Bonita exhibición si se hiciera una subasta con las cosas de tu esposa consistentes en un tahalí, mangas aceradas, penachos y una protección hasta media caña para la pierna izquierda! 
Y si maquina otro tipo de combate, tú tan dichoso porque tu chica se pone a vender grebas.

Éstas son las que sudan en el interior de una gasa ligera, cuya delicada piel escuece incluso un pañillo de seda. Observa con qué giros asesta los golpes que le enseñan, cómo se dobla con el peso enorme del casco, qué imponente al encogerse sobre las corvas, qué grueso corcho llevan las espinilleras, y ponte a reír cuando abandona sus útiles y coge el orinal.  Decidme vosotras, nietas de Lépido o de Metelo el Ciego o de Fabio Gurgite, ¿qué mujer de gladiador se ha puesto jamás esta indumentaria? ¿Cuándo jadea la esposa de Asilo junto a la estaca? 
El lecho en que se acuesta una recién casada siempre tiene sus lides e invectivas recíprocas. Es muy poco lo que se duerme en él.  Entonces resulta embarazosa para el marido, entonces es peor que una tigra sin hijos, cuando finge llorar por remordimientos de sus actos secretos. Odia a los esclavos o Hora por una rival imaginaria con lágrimas siempre abundantes y siempre preparadas en su puesto de guardia, esperándola a ella,  a que les indique la manera de manar. Tú crees que es amor, tú te relames entonces, capullo, y enjugas su llanto con tus labios, cuando ¡qué escritos y cuántas notas ibas a leer en el neceser de esta adúltera celosa si lo abrieras! Está acostada y en brazos de un esclavo o de un caballero. 
 «Dime,  dime, Quintiliano, por favor, alguna treta para defenderme ahora.» «Estoy pegado. Dila tú misma,» «En su momento habíamos acordado» -dice ella— «que tú hicieses lo que te diese la gana, y que yo a mi vez pudiese darme algún gusto. Por más que grites y revuelvas el mar con el cielo, soy un ser humano.»  
Nada hay más osado que estas tías  cogidas in fraganti: de su culpabilidad sacan la rabia y los ánimos. 
¿De dónde empero provienen estos monstmos, o cuál es su fílente, preguntas? 
En otro tiempo, la fortuna humilde propiciaba a las mujeres castas en el Lacio, y no permitían que se contagiaran del vicio ni los modestos hogares ni el trabajo y los sueños coitos y sus manos maltratadas  y endurecidas por la lana etrusca y la proximidad de Aníbal a la Ciudad y sus maridos apostados en la torre de la Puerta Colina. Ahora padecemos los males de una larga paz. Se nos ha venido encima el lujo, más corrosivo que las armas, y se venga porque hemos conquistado el mundo. 
Ningún crimen ni acción lujuriosa nos falta desde que  la austeridad romana desapareció. De ahí, la afluencia a estas colinas de Síbaris, de ahí, la afluencia de Rodas y Mileto, y de Tarento con sus coronas, licencioso y empapado de vino. El asqueroso dinero fue el primero en importar modas extranjeras, las riquezas enervantes han quebrantado la tradición 300 con su lujo indecente. 
Pues, ¿de qué tiene cuidado la elegancia ebria? 
Entre el coño y la cabeza cuál es la diferencia no lo sabe la mujer que, ya promediada la noche, muerde grandes ostras, cuando los perfumes espumean diluidos en puro vino de Falerno, cuando se bebe en vasos de concha, cuando el techo ya le da vueltas  del mareo y la mesa se levanta hasta ella con velas dobles.

Ve ahora y duda de la mueca de desdén con que inhala aire Tulia, de lo que dice Maura, hermana de leche de la célebre Maura, cuando pasan a la vera del viejo altar de la Castidad135. De noche detienen aquí sus literas, hacen pipí aquí,  y cubren la estatua de la diosa con largos chorros, y se montan la una a la otra, y ejecutan los movimientos con la Luna por testigo. 
A continuación se van a casa. Cuando vuelve la luz del día tú pisoteas el meado de tu esposa, en tu marcha a visitar a amigos importantes. Conocidos son los secretos de la Buena Diosa, cuando la flauta estimula  las caderas y las ménades de Priapo se dejan llevar a un tiempo, como drogadas, por el cornetín y el vino, y hacen girar su melena, y aúllan. 
¡Oh qué gran ardor de jodienda entonces en aquellas mentes, qué gritos cuando palpita el deseo, qué enorme torrente aquel de vino añejo a lo largo de sus piernas borrachas!  
Saufeya reta a las chicas de los chulos apostándose una corona y se alza con el premio, debido a su cadera ondulante, y a su vez se rinde ante el oleaje de la cimbreante Medulina. La victoria es para las dos señoras, la virtud corre pareja con el nacimiento. 
Allí no se fingirá nada por juego, todo se hará de verdad, con lo que podría ponerse caliente hasta el hijo de Laomedonte, ya helado por los años, y el quebrado Néstor. Entonces, el picor no aguanta la tardanza, entonces, se es hembra al desnudo, y desde todo el antro se oye el grito repetido a un tiempo:

«Ya está permitido, deja entrar a los hombres.»  
El querido duerme:  ella ordena a un jovenzuelo que coja una capucha y se dé prisa; si no hay tal, corren a los esclavos. Si les quitas la esperanza de los esclavos, vendrá el aguador alquilado. Si se le busca y sigue habiendo falta de hombres, por ella no hay inconveniente en ponerle el culo a un borrico para que le atice.  
¡Y ojalá que los ritos antiguos y las ceremonias públicas al menos fuesen celebradas sin contagio de estas perversiones! 
Pero todos los moros y los indios saben de aquella citarista que introdujo un pene mayor que los dos Anticatones de César allí de donde sale a escape un ratón consciente de sus cojones o y donde hay que tapar por mandato cualquier clase de pintura que venga a simular escenas del sexo opuesto. 
¿Y qué persona había entonces que despreciara a la divinidad? 
¿Quién se había atrevido a burlarse de la copa y la negra escudilla de Numa y de las páteras frágiles fabricadas en el monte Vaticano? 
  Mas ahora, ¿junto a qué altar no hay merodeando un Clodio? Oigo lo que me aconsejáis desde hace tiempo mis viejos amigos: «Ponía bajo llave. Enciérrala.» 
 Pero, ¿Quién guardará a los propios guardas? 
Una esposa es precavida y es por ellos por donde comienza

Hoy día el desmadre es el mismo y por igual para las encopetadas y para las más humildes,  y no es mejor la que holla con sus pies el negro pavimento que la que circula a hombros de esbeltos esclavos sirios. Para asistir al Circo, Ogulnia alquila una indumentaria, alquila acompañantes, una silla, un cojín, amigas, una nodriza y una chica esclava de cabello rubio para encargarle recados.  Esta mujer, empero, regala a los atletas barbilampiños cuanto le queda de la vajilla de plata paterna y hasta el último vaso. Muchas sufren una situación achuchada en casa, pero ninguna tiene vergüenza de su pobreza ni se mide por el rasero que ésta le confiere e impone. 
Los hombres, no obstante,  en algún momento atalayan lo que es útil, y al cabo al cabo algunos temen el frío y el hambre, como enseña la hormiga. La mujer derrochona no advierte que se le va entre las manos el capital, Y como si el dinero brotase por generación espontánea del cajón vacío y lo fuera cogiendo de un montón siempre intacto,  nunca echan la cuenta de lo que les cuestan sus gustos.  
En toda casa en la que vive y desarrolla su actividad quien se declara libertino y promete todo con su mano temblorosa hallarás que todas son unas desvergonzadas y parecidas a los mamapollas. A éstos íes permiten profanar los alimentos y sentarse a la mesa  sagrada, y mandar a lavar los vasos que deberían romperse cuando en ellos bebe Colocinta o cuando lo hace la barbuda Quelidón. De modo que más pura y mejor que tu hogar es la casa de un entrenador de gladiadores;

entre el número de éstos se ordena que se ponga a cien leguas el ceceante de fEupholiof. Y todavía más: no se juntan las redes  con una túnica de sarasa, ni deja en la misma caseta las hombreras de protección ni el tridente y empujada! el que acostumbra a pelear desnudo. El último rincón de la escuela recoge a estos almas de cántaro, y en la cárcel, un cepo especial. Pero a ti tu esposa te hace usar la misma copa que aquéllos ! con los que se negaría a degustar una copa de Albano o de vino de Sorrento una zorra rubia que deambula entre sepulcros en mina. Siguiendo sus consejos toman marido o lo abandonan de repente; a ellos les reservan las confidencias tristes y los asuntos graves de la vida; bajo el magisterio de ellos aprenden a menear el culo y las caderas  (todo lo demás lo sabe el que lo enseña). 
Pese a todo, no siempre hay que fiarse de tal: agranda los ojos con hollín, se engalana con colores amarillos y lleva redecilla en el pelo el adúltero. Cuanto más gachona sea su voz, tanto más debes sospechar de él, y lo mismo cuanto más veces pose su mano derecha en su cadera redondeada. Este individuo será un superhéroe en la cama: allí se quita la máscara de Taide, que ha inteipretado en danza el virtuoso de ... Trifalo. 
 
«¿De quién te ríes tú? ¡A otros con ese cuento! Hagamos una apuesta: apuesto a que eres un tío de pelo en pecho, sí, señor, ¿de acuerdo? ¿O hay que enviar a las criadas a la logia del torturador? 
Me sé 30 los consejos y todas las recomendaciones que me hacéis mis viejos amigos:«Ponía bajo llave. Enciérrala.» 
 Pero ¿Quién va a guardar a los propios guardas, que ahora silencian los engaños de mi cachonda chavala a este precio? 
Callan una fechoría compartida.  Mi perspicaz mujer se huele esto y empieza por ellos.  
Las hay a las que encantan los pocos aguerridos eunucos y sus besos siempre suavitos, y el no esperar barba alguna ni que haya necesidad de recurrir al aborto. Sin embargo, dicho placer es sumo cuando un joven de sangre caliente y negra pelambrera  pone a disposición de los médicos sus huevos maduros. De modo que esos testículos esperados, a los que se ha dejado crecer entretanto, cuando han llegado a pesar un par de libras  va Heliodoro y los corta para perjuicio únicamente del barbero.:’ 
A los chicos de los traficantes de esclavos les quema una mutilación verdadera’ y digna de compasión y se avergüenzan del acordeón y de la bellota coscoja que les dejan.  Llamando la atención desde lejos y notable entre todos entra  en los Baños y, a no dudarlo, desafía al guardián de la vid y del jardín el castrado que ha fabricado el ama. Que duerma él con la señora, pero a ti, Postumo, no se te ocurra confiar a este eunuco a tu Bromio, que ya está hecho y en edad de pelarse. Si le gusta el canto, no hay hebilla que dure de nadie  que venda su voz a los pretores. Siempre tiene los instrumentos musicales


en las manos, por toda el arpa relumbran apretados anillos con sardónices, hace sonar las cuerdas un plectro vibrátil con el que el tierno Hedímeles ha dado su función. Retiene el plectro, se consuela con él, le endilga besos al plectro agradecido.  Cierta señora de la familia de los Lamias y de la prosapia de Apio rezaba, con ofrendas de harina y vino, a Jano y a Vesta, inquiriendo si su Pollón podía esperar la corona de encina de los Juegos Capitolinos y ofrecer eso a su lira. 
¿Qué más haría si estuviese enfermo su marido o si los médicos se mostrasen pesimistas  con su hijito? 
Se puso de pie delante del altar y no consideró vergonzoso cubrir con un velo su cabeza por una cítara y recitó de cabo a rabo las palabras formularias y se puso pálida cuando abrieron en canal la cordera. Dime ahora, por favor, dime tú, el más antiguo de los dioses, ¿respondes a gente así, padre Jano? 
Menuda vagancia la del cielo;  no hay, por lo que veo, no hay nada que hacer entre vosotros. Una te consulta sobre cantores cómicos, otra querrá recomendarte a un tragediógrafo: al arúspice le van a salir varices. Pero más vale que cante y que no recorra con audacia toda la ciudad y sea capaz de soportar las reuniones de los hombres  y de hablar en presencia de su marido con generales vestidos de campaña, con la cara bien alta y sin gota de leche en los pechos.

Una mujer así es la que sabe lo que pasa en todo el mundo, qué es de los seres, qué es de los tracios, los secretos de la madrastra y del hijo, quién está enamorado, a qué adúltero andan disputándose.  Ella te dirá quién ha dejado preñada a la viuda y de cuántos meses está, las palabras que cada una emplea en la cama y los numeritos que hace. Es la primera en ver el cometa que presagia mal al Rey de Armenia y al de los partos; y es ella la que recoge las noticias y los rumores fresquitos en las puertas de la ciudad y algunos se los inventa. 
Que el Nifates o ha inundado pueblos enteros y los campos se hallan allí bajo un diluvio, que se desmoronan las ciudades, que la tierra se hunde, a cualquiera que se encuentra en cualquier rincón se lo espeta. Y, con todo, ese defecto no es más insoportable que el de la que con maldiciones acostumbra a echar mano a sus humildes vecinos  y machacarlos a latigazos. Pues como los ladridos le interrumpan su sueño profundo, grita: 
 «Ea, rápido, traed acá el vergajo», y con él ordena que den de latigazos al amo y a continuación al perro, mostrándose peligrosa si se sale a su encuentro con aquella cara tan sombría. 
De noche se encamina a los Baños, de noche ordena movilizar  los frascos de ungüento y su logística; disfruta sudando en medio de un cisco de ordago. Cuando se le caen los brazos agotados por las macizas pesas, el hábil masajista presiona con sus dedos en el pubis y obliga a la parte alta del muslo de la señora a dar un quejido.

Entretanto, los pobres invitados son víctimas del sueño  y del hambre. Por fin, llega la señora coloradita, con sed para beberse una damajuana, que revienta con el contenido de una urna, arrimado a sus pies, del cual se traga un segundo sextario antes de la comida, que le despertará un apetito rabioso al vomitarlo y estrellarse en la tierra, tras lavarle el estómago.  
Por los mármoles se apresuran los hilillos, el velicomen de oro apesta a Falerno, porque igual que una serpiente larga que cae en un tonel profundo, bebe y vomita. Así que su marido siente náuseas y se aguanta la bilis tapándose los ojos. Sin embargo, más insoportable es la que al tomar asiento  para comer, alaba a Virgilio, perdona a Didó destinada a morir, pone en parangón a los poetas y los compara, coloca a un lado a Virgilio y en el otro platillo de la balanza a Homero. Se apartan los gramáticos, se dan por vencidos los rétores, todo el mundo se calla, y ni el leguleyo ni pregonero dirá una palabra,  ni una segunda mujer: tan gran chaparrón de palabras cae, tantas cazuelas y campanillas dirías que están entrechocando a su tiempo. 
Que nadie dé la lata a las trompetas ni a los címbalos: sólo ella por sí misma podrá remediar los eclipses de la luna. Los filósofos ponen un límite incluso a las cosas honrosas: pues la que desea parecer demasiado culta y bienhablada debe arremangarse la túnica hasta las pantorrillas, sacrificar un cerdo a Silvano ir a bañarse por un cuadrante. 
Que la señora que se sienta a tu lado para comer no tenga un estilo retórico ni haga enrevesados silogismos  con un lenguaje rotundo ni se sepa todas las historias sino que algunas cosas de las que lee no las entienda tampoco. Odio a esa que consulta una y otra vez el manual de Palemón y le da vueltas y guarda siempre las leyes y reglas de la gramática y recuerda, amante de la antigüedad, versos que yo desconozco, y corrige a una amiga ignorantona palabras que ni a los hombres preocupan. A un marido debería permitírsele cometer un solecismo. 
No hay nada que no se permita una mujer, nada considera indecente, cuando rodea su cuello de verdes esmeraldas y cuando prende de los lóbulos de sus orejas unos enormes pendientes. o No hay nada más insoportable que una mujer rica. Entretanto, horrible de aspecto y digna de burla, su cara se hincha con muchas capas de masa de pan o huele a la espesa crema Popea , y de ésta se quedan pegajosos los labios del pobre marido: al encuentro del querido van con la piel superlavada. ¿Cuándo aspira  a parecer guapa en casa? 
Por los queridos se compra esencia de nardo, por ellos se adquiere todo lo que enviáis acá los esmirriados indios.

Por fin, descubre su faz y se quita la primera capa de polvos, se la empieza a reconocer, y se da con aquella leche por la que llevaría consigo unas asnillas de compañía si la enviaran desterrada al polo de los hiperbóreos. Pero una cara a la que se le aplica y se le da tantas manos de crema variada y recibe los pegotes de harina cocida y humedecida, ¿diremos que es una cara o una llaga? 
Merece la pena conocer a fondo qué hacen y maquinan a lo largo de un día entero. Si de noche el marido les ha vuelto la espalda, pierde el pellejo la encargada, han de quitarse la túnica los ayudas de cámara, se dice al esclavo liburno que ha llegado tarde y se le obliga a recibir un castigo por el sueño de otro, éste parte unas palmetas, aquél se pone rojo con el látigo, este otro, con la correa. 
Las hay que pagan una comisión al año a los torturadores. Reparte leña y durante ese tiempo embadurna su cara, escucha a las amigas o examina la ancha franja dorada de su vestido de colores y sigue la leña, repasa de cabo a rabo el libro de cuentas y sigue la leña, hasta que exhaustos los castigadores da un horrible berrido: «Largo de aquí», y se da por concluida la vista. 
El gobierno de la casa no es menos cruel que la corte de Sicilia. Pues si tiene una cita y desea arreglarse más lindamente que de costumbre y tiene prisa y ya le esperan en el Parque o mejor junto al santuario de Isis, la diosa alcahueta, Psécade peina su cabello, y a ella misma, la desgraciada, le ha arrancado el pelo y desnudos tiene los hombros y desnudos los pechos. ¿Por qué esta onda más alta? 
Sin dilación, la correa de toro castiga el crimen y el delito del cabello anillado. 
¿Qué es lo que ha hecho Psécade
¿Qué culpa tiene la chiquilla  de que no te guste su nariz? 
Otra le estira y peina el cabello por el lado izquierdo y se lo desenreda formando un rosquete. Toma parte de las deliberaciones una vieja esclava promovida al cargo de la lana y ya jubilada de la aguja. Ella será la primera en dar su opinión, tras ella emitirán su juicio las menores en edad  y experiencia, igual que si se tratase de un juicio de honor o de vida y muerte: tan grande es su interés por buscar la belleza. Con tantas capas aplasta su cabeza, con tantos andamios la levanta aún más: de frente es como si vieras a Andrómaca. 
Por detrás es más baja, creerías que es otra. Ya me dirás tú si le han caído  en suerte pocos centímetros de estatura y parece más chica que una muchacha pigmea, a no ser que se ayude de zapatos de tacones, y se levanta ligera sobre la punta de los píes para que la besen. 
Entretanto, nulo interés por el marido y ni una palabra sobre los gastos. Vive como una vecina de su marido, más cerca sólo porque odia a los amigos del esposo y a los esclavos, y es una carga para las cuentas. He aquí que entra el coro de la enfurecida Belona y de la madre de los dioses y un travestido enorme (faz respetable para el marica de su subalterno), que se cortó sus blandos genitales con un tiesto afilado hace tiempo. Ante él desmerece la ronca chusma y sus tambores, y su barbilla plebeya va revestida con la tiara frigia

Arma gran barullo y le recomienda temer la llegada de septiembre y del viento del Sur, excepto si se purifica con cien huevos y le regala a él ropa usada color de vid otoñal a fin de que  toda amenaza de peligro imprevisto y grande pase a las túnicas y ella quede purificada para todo el año de una vez. En invierno, romperá el hielo del Río y bajará hasta él, se zambullirá en el Tiber tres veces por la mañana y en mitad de los remolinos mismos bañará su cabeza pese al susto. 
A continuación,  desnuda y temblorosa, reptará con las rodillas ensangrentadas por todo el Campo del Rey Soberbio, si se lo manda la blanca o irá a los confines de Egipto y transpotará aguas traídas de la ardiente Méroe para salpicar con ellas el templo de Isis, el que se levanta muy cerca del antiguo «Redil». Pues cree que es la voz de su propia Señora la que le aconseja: 
¡Vaya almas y mentes con las que ponerse a hablar de noche los dioses! 
Así es como éste se gana el principal y sumo honor, el que, rodeado por un rebaño vestido de lino y con las cabezas rapadas, corre como Anubis y se burla del pueblo doliente.  Él implora el perdón cada vez que la esposa no se abstiene del débito conyugal en los días sagrados de observancia y se exige un gran castigo por haber violado el colchón y parece que la serpiente de plata ha meneado la cabeza.

Sus lágrimas y susurros bien ejercitados posibilitan que Osiris no niegue el perdón de la culpa, sobornado naturalmente con un gran ganso y un pequeñito bizcocho. Cuando éste ha dejado su sitio, una judía temblorosa, abandonando su cesto y su heno, va mendigando secretamente al oído: es la intérprete de las leyes de Jerusalén y gran sacerdotisa  del árbol, la fiel mensajera de lo más alto del cielo. Ella también llena su mano, pero más modestamente. 
Los judíos te venden cualquier visión onírica que desees por mera calderilla. Promete un amante tiernecito o el testamento fabuloso de un viejo rico y sin hijos después de haber examinado los pulmones de una  paloma palpitante el arúspice armenio o de Comagene; hurgará en el pecho de los pollos, en las visceras de un cachorro, y a veces también en las de un niño. Hará lo que él mismo comunique a su cliente. Pero en los caldeos será mayor la confianza: todo cuanto diga un astrólogo creerán que ha sido traído de la fuente  de Ammón, puesto que en Delfos los oráculos no funcionan, y el género humano está condenado a la oscuridad del futuro. 
El más importante de éstos, con todo, es quien fue varias veces desterrado y que con su amistad y horóscopo venal provocó la muerte a un ciudadano de alcurnia temido por Otón.

El crédito de su arte dimana de que en sus dos manos hayan resonado las cadenas, de que haya permanecido largo tiempo en una cárcel militar. Ningún adivino poseerá talento si no se le condena, sólo el que casi ha perdido el pellejo, aquel al que por poco le cayó ser enviado a las Cicladas y a última hora se libró de estar en la pequeña Serifo.  
Pregunta tu Tánaquil acerca de la muerte lenta de su madre que tiene ictericia, pero antes sobre ti y cuándo enterrará a su hermana y a sus tíos, y también si su querido le va a sobrevivir a ella misma: pues, ¿Qué cosa más grande pueden garantizar los dioses? 
Sin embargo, ignoran cosas como las amenazas del astro sombrío  de Saturno, o bajo qué signo se manifiesta Venus favorable, qué mes resulta ruinoso, qué momento es bueno para sacar beneficios. Acuérdate de evitar incluso el encuentro con aquélla en cuyas manos ves un almanaque astrológico, sobado como bolas de ámbar resinosas, la cual no consulta a nadie y ya es consultada,  la que, cuando el marido se encamina al campamento o a la patria, no irá en su compañía si la retienen los cálculos de Trasilo. 
Cuando decide desplazarse hasta el primer miliario, elige la hora en su manual. Si le pica la esquina del ojo por habérselo frotado, pide un colirio después de examinar el horóscopo.

Suponiendo que esté enferma en la cama, ninguna hora le parece más apropiada para tomar alimentos que la que señale Petosiris. Si se trata de una pobretona, irá a recorrerse el espacio que media entre las dos metas del Circo y sacará su suerte y confiará su frente y su mano al adivino que le pide un continuo chasquido de labios.  A las ricas dará las respuestas un augur frigio, o importado de allí, se la dará un entendido en las estrellas y en el cielo, y algún anciano que entierra los rayos a expensas del Estado. 
El destino de las plebeyas se halla en el Circo y en el Muro. La que ostenta una larga cadena de oro en su cuello desnudo  consulta delante de las torres y las columnas de los delfines si ha de abandonar al tabernero para casarse con el vendedor de capotes. 
Éstas, con todo, afrontan el peligro del parto y soportan todos los inconvenientes de la crianza, porque la suerte las obliga. Pero en lecho de oro es raro que se postre una parturienta.  Tan grande es el poder de las mañas y drogas de la mujer que crea esterilidad y se alquila para ahogar a seres humanos dentro del vientre. Alégrate, desgraciado, y arrímale tú mismo lo que vaya a beberse, sea lo que sea. Pues como ella quiera estirar el vientre y fastidiárselo con brincos de niños, tal vez  fueses padre de un etíope, el heredero mulato más adelante de tu testamento, al que jamás querrías echarte a la cara por la mañana. Dejo de lado los hijos ficticios, los gozos y anhelos tantas veces defraudados al pie de las Letrinas Públicas, y los pontífices

que van a buscarse allí, los Salios que llevarán en su cuerpo ajeno a él el nombre de los Escauros.. La Fortuna juguetona está allí de noche sonriendo a los niños desnudos, los acaricia y los envuelve por completo en su regazo, y luego los entrega a las casas encumbradas y se monta una farsa secreta. Son éstos a los que quiere, con éstos se entremete y como a hijos suyos los hace prosperar sin tregua.  
Un tipo suministra salmodias mágicas, otro, vende filtros tesalios con los que la mujer pueda desquiciarle la mente al marido y sacurdirle en el culo con una alpargata. La razón de que no estés en ti, las tinieblas de tu espíritu, de ahí provienen, como el morrocotudo olvido de lo que acabas de hacer. Mas con todo, esto es pasable  si no comienzas a desvariar como aquel tío materno de Nerón, a quien Cesonia le hizo ingerir la excrescencia entera de la frente de un potro aún tembloroso. 
¿Cuál no hará lo que la esposa del emperador? 
Todo ardía y, descompuesto el tinglado, se venía abajo, exactamente igual que si Juno hubiese vuelto loco  a su marido. Así que menos dañino habrá que considerar el champiñón de Agripina, dado que éste sofocó el corazón de un solo anciano y obligó a descender ... al cielo una cabeza temblorosa y aquellos labios suyos que manaban largos hilillos de saliva.

La pócima de Cesonia exige hierro y Riegos, esta pócima distorsiona,  ésta, desgarra a los patricios mezclados con la sangre de los caballeros, Tan alto es el precio del parto de una yegua, tan alto, el de una envenenadora. Odian a los hijos de la rival; que nadie se oponga, que nadie lo prohíba. Desde ahora es lícito cargarse al hijastro. A vosotros os aviso, huérfanos que gozáis de buena situación económica,  cuidad de vuestra existencia y no fiaros de mesa alguna, que los pasteles amoratados fermentan con el veneno de la madre, Que alguien dé antes un mordisco a cuantos te alargue aquélla que te ha parido, que pruebe antes precavidamente la copa tu preceptor. 
¿Por ventura me invento yo esto y mi sátira toma el alto  coturno y sobrepasando los límites y leyes de mis predecesores creo un gran poema báquico a la medida de Sófocles, desconocido en los montes rótulos y bajo el cielo latino? 
¡Ojalá fuese yo un embaucador! Pero es el caso que Poncia grita:  
«Lo he hecho, lo confieso, he administrado el acónito a mis hijos; o el crimen ha sido descubierto, pero yo y sólo yo lo he cometido.»  
¿A dos en una misma comida, víbora más que cmel? ¿A dos? 
«Y a siete, en caso de que hubiesen sido siete.» Creamos a los trágicos todo lo que cuentan acerca de la siniestra cólquide y acerca de Progne, que no levanto un dedo en contra. También ellas se atrevieron a crímenes monstruosos para sus tiempos, pero no por las monedas. Las atrocidades extremas no han de causar tanta sorpresa, pues se producen cada vez que la cólera hace dañino al sexo femenino y la rabia inflama su hígado y ellas se dejan ir de cabeza, como rocas arrancadas de la cima, a la que sustrae el monte y la ladera se retira por la falla pendiente abajo. 
A la que yo no puedo tolerar es aquélla que hace cálculos y comete en su sano juicio un crimen enorme. Contemplan como Alcestis acepta morir por su marido y si se les ofreciese un trueque similar desearían preservar la vida de una perrita a cambio de la muerte de su hombre.  
De buena mañanita te saldrán ai paso muchas Bélidas y Erifilas, no hay ni una sola calle que no tenga su Clitemestra. 
La única diferencia que hay es que la hija de Tindáreo sostenía con ambas manos a la vez un hacha sin chiste y grosera, y ahora en cambio el asunto se ventila con el sutil pulmón de un sapo,  pero también, pese a la dicho, a cuchillo, en caso de que ai Atrida, precavido, se haya tomado las drogas del Ponto que tomó el rey tres veces vencido.

1 comentario: