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Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

sábado, 12 de octubre de 2013

173.-Canto General de Pablo Neruda; La literatura de Chile.-a

Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma; 

  



Canto General es el décimo poemario de Pablo Neruda, publicado por primera vez en México, en los Talleres Gráficos de la Nación, en 1950, y que empezó a componer en 1938. La edición original incluyó ilustraciones de los muralistas mexicanos Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros.

El Canto General consta de quince secciones, 231 poemas y más de quince mil versos. Obra tremendamente ambiciosa, pretende ser una crónica o enciclopedia de toda Hispanoamérica. Muchos críticos lo han calificado como un texto de poesía épica, ya que su canto está dirigido a la naturaleza e historia entera del continente americano. Se trata de una obra "densa y monumental, la de mayor amplitud temática y síntesis americanista que se haya realizado en el continente", al decir de Mario Ferrero.

Secciones:

Las quince secciones o "cantos" que conforman la construcción del Canto General, siguiendo esencialmente al crítico Mario Ferrero, corresponden a:

"La Lámpara en la Tierra": conjunto que contiene una visión panorámica naturalista del contorno social de las comunidades precolombinas;

"Alturas de Machu Picchu": dedicada a las ruinas incaicas y al drama humano de los siervos que construyeron aquella fortaleza. Algunos críticos consideran este canto como la más importante contribución de Pablo Neruda a la poesía; el conjunto chileno Los Jaivas lo adaptó para su obra del mismo nombre.

"Los Conquistadores": refleja las alternativas históricas y las contradicciones propias de las guerras expansionistas de España en América, si bien condena el pillaje y el robo valora también la gesta de los españoles;

"Los Libertadores": epopeya de los defensores de la tierra americana desde Cuauhtémoc y la defensa indígena y popular de los nativos pasando por los próceres independentistas hasta los nuevos líderes obreros ej. Luis Emilio Recabarren y los traidores del nuevo imperialismo;

"La Arena Traicionada": retrata el submundo de los traidores, dictadores y lacayos, se inicia con el significativo "Los Muertos de la Plaza (28 de enero de 1946. Santiago de Chile)";

"América, No Invoco Tu Nombre en Vano": especie de poema ritual a las reservas nativas y libertarias del continente;

"Canto General de Chile": contiene la descripción lírica de la flora, fauna, pajarearía y naturaleza americanas, a la vez que exalta las formas primitivas del trabajo y la vida en la comunidad indígena;

"La Tierra se Llama Juan": voz anónima de la insurgencia popular ante los abusos de los invasores, una serie de poemas a obreros reales de distintas latitudes reflejando los abusos y el sufrimiento;

"Que Despierte el Leñador": llamado de alerta a la conciencia social de los Estados Unidos, destinado a Walt Whitman; quizás un preámbulo de las futuras luchas por los Derechos Civiles en EEUU.

"El Fugitivo": biografía de la persecución de Neruda en la clandestinidad y canto de exaltación a la solidaridad del pueblo chileno;

"Las Flores de Punitaqui": reconstrucción de las vivencias personales del poeta en el norte de Chile y su toma de contacto con las organizaciones obreras;

"Los Ríos del Canto": homenaje a los luchadores caídos y a los amigos que acompañaron su aventura social en aquellos días;

"Coral de Año Nuevo para la Patria en Tinieblas": saludo del fugitivo a quienes lo continúan en la lucha interna contra el gobierno de González Videla;

"El Gran Océano": canto a las cosmogonías y al extenso litoral de América Latina; y

"Yo Soy": vigorosa reafirmación de su personalidad como símbolo heroico de la resistencia popular del continente.

Estilo

Esta obra se circunscribe dentro del realismo socialista soviético impulsado por Andréi Zhdánov, estilo que Neruda llevará a su culminación más tarde, en Las uvas y el viento (1954).

Crítica

El antipoeta Nicanor Parra, en una crítica realizada en 1962, opinó que esta era una obra dispareja, que como la Cordillera de los Andes, tenía «sus altos y bajos».

Interpretaciones

El Canto General ha sido interpretado por muchos músicos, siendo la más importante, por su alto nivel artístico y de conexión entre las letras y el músico, además de ser la más conocida a nivel latinoamericano la representación de Los Jaivas, grupo de rock chileno, quienes grabaron en 1981 el álbum Alturas de Machu Picchu, que es considerado por muchos su mejor obra en términos musicales, además de haber contado su presentación con una puesta en escena nada menos espectacular que las propias ruinas de Machu Picchu. Durante la misma, los músicos se explayan y dan a conocer algunos pasajes del lugar y costumbres de bailes, todo esto adornado con los sones característicos de la banda, con instrumentos típicos de las tierras de América del Sur. Las grabaciones de poemas como "Sube a nacer conmigo hermano" (el Canto XII prácticamente completo), "La poderosa muerte" y "Amor americano" son especialmente apreciadas por los chilenos.
Otra de las interpretaciones más conocidas pertenece a Mikis Theodorakis, músico y político griego, con voces de Maria Farantouri y Petros Pandis, que cantaron en español en la grabación original. Dicha interpretación se materializó en el álbum Canto General de 1980.
Diversos compositores latinoamericanos de música clásica han compuesto obras utilizando textos del Canto General, entre ellos Gustavo Becerra-Schmidt, Fernando García, Celso Garrido Lecca, Leon Schidlowsky.

  

Canto General

I. La lámpara en la tierra
I. Amor América (1400)
Vegetaciones
VI. Los hombres
II. Alturas de Macchu Picchu
I. Del aire al aire, como una red vacía
VI. Entonces en la escala de la tierra he subido
VIII. Sube conmigo, amor americano
IX. Águila sideral, viña de bruma
X. Piedra en la piedra, el hombre, dónde estuvo?
XII. Sube a nacer conmigo, hermano
III. Los Conquistadores
I. Vienen por las islas (1493)
X. Homenaje a Balboa
XIV. Las agonías
XV. La línea colorada
XVIII. Descubridores de Chile
XIX. La tierra combatiente
XX. Se unen la tierra y el hombre
XXI. Valdivia (1544)
IV. Los Libertadores (introducción)
IV. Surgen los hombres
IX. Educación del cacique
XIX. América insurrecta (1800)
XX. Bernardo O'Higgins Riquelme (1810)
XXI. San Martín (1810)
XXIV. José Miguel Carrera (1810)
XXVII. Guayaquil
XXXIX. Recabarren (1921)
Envío (1949)
Padre de Chile
V. La arena traicionada
III. Los muertos de la plaza (28 de enero de 1946, Santiago de Chile)
Las masacres
Los hombres del nitrato
La muerte
Cómo nacen las banderas
Los llamo
Los enemigos
Están aquí
Siempre
VI. América, no invoco tu nombre en vano
XVIII. América, no invoco tu nombre en vano
VII. Canto general de Chile
I. Hinmo y regreso (1939)
XIII. Araucaria
VIII. La tierra se llama Juan
XVII. La tierra se llama Juan
IX. Que despierte el leñador
VI. Paz para los crepúsculos que vienen
X. El fugitivo
VI. Ventana de los cerros! Valparaíso, estaño
VIII. Amo, Valparaíso, cuanto encierras,
XII. A todos, a vosotros,

XIII. Arena americana, solemne
XI. Las flores de Punitaqui
VI. Las flores de Punitaqui
XII. Los ríos del canto
II. A Rafael Alberti (Puerto de Santa María, España)
V. A Miguel Hernández, asesinado en los presidios de España
XIII. Coral de año nuevo para la patria en tinieblas
XVII. Feliz año para mi patria en tinieblas
XIV. El gran océano
I. El gran oceano
IV. Los hombres y las islas
V. Rapa Nui
VI. Los constructores de estatuas (Rapa Nui)
VII. La lluvia (Rapa Nui)
XV. A una estatua de proa (elegía)
XIX. Mollusca gongorina
XV. Yo soy
XII. México (1940)
XX. La gran alegría
XXI. La muerte
XXIII. Testamento (1)
XXIV. Testamento (2)
XXV. Disposiciones


Canto General

A partir de la publicación de Canto General, Neruda consagra su obra y reconocimiento internacional. Para gran parte de la crítica literaria, es esta una de las obras cumbre en la producción nerudiana e incluso, latinoamericana. Alejado totalmente de la introspección que caracterizaba a sus primeros poemas autorreferenciales, Canto General asoma como una crónica de cuño enciclopédico que, combinando creativamente literatura e historia, procura reconstruir y evocar las vicisitudes del hombre americano por lograr su destino colectivo de liberación y plenitud.
Originalmente el Canto General había sido concebido como un canto nacional, dedicado a explorar poéticamente los episodios históricos chilenos. Sin embargo, como el mismo Neruda reconoció más tarde, sus viajes por América modificaron radicalmente su visión.
"Comprendí que si pisábamos la misma tierra hereditaria, teníamos algo que ver con aquellos altos esfuerzos de la comunidad americana, que no podíamos ignorarlo, que nuestro desconocimiento o silencio era no solo un crimen, sino la continuación de una derrota".
 Especialmente su visita a Macchu Picchu fue una inspiración extraordinaria: "Allí comenzó a germinar mi idea de un Canto General americano. Antes había persistido en mí la idea de un Canto General de Chile, a manera de crónica. Aquella visita cambió la perspectiva. Ahora veía a América entera desde las Alturas de Macchu Picchu" (Neruda, Pablo. Algo sobre mi poesía y mi vida, p. 12). El 15 de Septiembre de 1945, dos años después de su visita a la ciudadela incaica, Neruda terminó de escribir "Alturas de Macchu Picchu", uno de los poemas más reconocidos del Canto General.
Canto General fue publicado en México por la editorial Océano y el Comité Auspiciador en 1950. Ambas entidades integraron en esta primera edición ilustraciones de David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera. Casi simultáneamente, en Chile, "una edición clandestina, con pie de imprenta ficticio (Canto general, Imprenta Juárez, Reforma 75, Ciudad de México) burlaba las censuras y desventuras contingentes de la época" (Quezada, Jaime. "Neruda y su Canto general. Algunas referencias elementales", Alforja. Revista de Poesía (23), 2004. Reproducido en Letras.s5). Su publicación -encargada por la dirección del Partido Comunista- estuvo a cargo de un equipo integrado, entre otros, por el técnico gráfico Américo Zorrilla y el artista José Venturelli, quien no solo ilustró la edición con sus dibujos, sino que también entregó directrices para su diagramación.
La impresión supuso una labor complicada y trabajosa, que además debió contemplar un sinnúmero de precauciones con el fin de evitar ser detectados por la policía del gobierno de González Videla. Cada etapa del proceso fue encargada a un operario distinto y realizada en un lugar diferente. Se prefirió el uso de papel corriente, disponible en cualquier establecimiento comercial, para no dejar huella haciendo un pedido especial a alguna empresa papelera. Asimismo, se utilizaron matrices de linotipia en desuso, que los aparatos de inteligencia del estado no pudiesen rastrear. 
El resultado fueron 5 mil ejemplares de 468 páginas, cuyo formato resultó sumamente audaz para una publicación ilegal: 27 x 19 cm.



El poeta chileno Pablo Neruda publica ‘Canto general’

  Canto general es el décimo poemario de Pablo Neruda, premio Nobel de literatura chileno, publicado por primera vez en México, en los Talleres Gráficos de la Nación, en 1950, y que empezó a componer en 1938. Con pocas semanas de diferencia, se imprimió y circuló en Chile una versión clandestina, con pie de imprenta ficticio (Imprenta Juárez, Reforma 75, Ciudad de México), a cargo de Américo Zorrilla y del ilustrador José Venturelli.

La edición original que salió en México incluyó ilustraciones de los muralistas mexicanos Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros.

La impresión supuso una labor complicada y trabajosa, que además debió contemplar un sinnúmero de precauciones con el fin de evitar ser detectados por la policía del gobierno de González Videla. Cada etapa del proceso fue encargada a un operario distinto y realizada en un lugar diferente. Se prefirió el uso de papel corriente para no dejar huella haciendo un pedido especial a alguna empresa papelera. Asimismo, se utilizaron matrices de linotipia en desuso, que los aparatos de inteligencia del estado no pudiesen rastrear. El resultado fueron 5 mil ejemplares de 468 páginas, cuyo formato resultó sumamente audaz para una publicación ilegal: 27 x 19 cm.

Neruda explicó en sus memorias que consideraba Canto general como su libro más importante. Lo concibió como un «proyecto poético monumental» que aborda la historia de Latinoamérica siguiendo los antiguos cantos épicos. Consta de quince secciones, 231 poemas y más de quince mil versos.
A partir de la publicación de Canto General, Neruda consagra su obra y reconocimiento internacional. Para gran parte de la crítica literaria, es esta una de las obras cumbre en la producción nerudiana e incluso, latinoamericana. Alejado totalmente de la introspección que caracterizaba a sus primeros poemas, Canto General asoma como una crónica de cuño enciclopédico que, combinando literatura e historia, procura reconstruir y evocar las vicisitudes del hombre americano por lograr su destino colectivo de liberación y plenitud.


Biblioteca Personal.

Tengo un libro en mi colección privada .- 


Itsukushima Shrine.

  

La literatura de Chile.

La literatura de Chile hace mención al conjunto de producciones literarias creadas por escritores originarios de ese país; ha sido producida habitualmente en español, aunque existen también autores, principalmente poetas, que utilizan otros idiomas, en particular el mapudungun. 
Especialmente en el ámbito de la poesía, cuenta con varios escritores de renombre, como Vicente Huidobro, Enrique Lihn, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Nicanor Parra, Pablo de Rokha, Gonzalo Rojas, Jorge Teillier y Raúl Zurita, entre otros. En el campo de la narrativa, destacan también Isabel Allende, Roberto Bolaño, María Luisa Bombal, José Donoso, Jorge Edwards, Pedro Lemebel, Antonio Skármeta, entre otros.

Antecedentes

Pedro de Oña (Angol, Reino de Chile; 1570-Lima, Virreinato del Perú; 1643) fue un poeta y escritor criollo, considerado como el primer poeta chileno. Su principal obra es Arauco domado, largo poema épico inspirado por La Araucana de Alonso de Ercilla y escrito a petición del virrey del Perú García Hurtado de Mendoza.



La literatura en Chile se gestó primeramente a través de la conquista y colonización que llevó a cabo el Imperio español durante el siglo XVI en los territorios pertenecientes en la actualidad a Chile. Los conquistadores trajeron consigo a cronistas europeos que tuvieron la función de describir los acontecimientos importantes acaecidos en estos procesos, para posteriormente dar cuenta ante la corona española. En este contexto se destacó Alonso de Ercilla con su poema épico La Araucana, publicado en España en 1569, 1578 y 1589, y que describe la lucha entre los españoles y mapuches en la Guerra de Arauco.
​ Otra obra que también describió este conflicto fue Arauco domado, escrita por Pedro de Oña, el primer poeta nacido en Chile,​ y publicada en 1596, y que más tarde, en 1625, sería llevada al teatro por Lope de Vega. A ellas se suma el Purén indómito escrita por Diego Arias de Saavedra en el primer cuarto del siglo XVII. Estas obras fueron creadas para el público lector español.

Destacan también escritores de crónicas, relaciones históricas, tratados científicos, filosóficos y teológicos, entre los que se pueden mencionar a: Jerónimo de Vivar (Crónica y relación copiosa y verdadera de los reinos de Chile, 1558), Alonso de Góngora Marmolejo (Historia del Reino de Chile, 1575), Diego de Rosales (Historia general del Reyno de Chile), Alonso de Ovalle (Histórica relación del Reyno de Chile, 1646), José Perfecto de Salas (Historia Geográfica e Hidrográfica del Reino de Chile, 1760), Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán (Cautiverio feliz, 1673), Miguel de Olivares (Historia de la Compañía de Jesús en Chile, 1738, Vicente Carvallo y Goyeneche (Descripción histórico-geográfica del Reino de Chile, 1796); escritores de temas científicos Juan Ignacio Molina (Ensayo sobre la Historia Natural de Chile, 1782) y teológicos-filosóficos; Alonso Briceño (Celebriores controversias in primum Sentenciarum Scoti, 1638) y Manuel Lacunza (La Venida del Mesías en gloria y majestad).
Más tarde, durante el período colonial y hasta el siglo XIX, sobresalió la labor literaria realizada por las monjas de los conventos chilenos, quienes se caracterizaron por escribir cartas espirituales, diarios, autobiografías y epistolarios.​ Descollaron Tadea de San Joaquín, Úrsula Suárez y Josefa de los Dolores.
La lectura fue, durante la época colonial, una práctica realizada por una minoría de la sociedad chilena, situación que comenzó a cambiar a partir de la década de 1840, cuando un grupo de intelectuales impulsaron la formación de una sociedad lectora.​ Este grupo consideraba que la lectura era una herramienta eficaz para civilizar a una nación.


Historia

El romanticismo en Chile, conforme al análisis del crítico literario Cedomil Goic, puede clasificarse en tres generaciones literarias: la de 1837, 1852 y 1867.
La de 1837, denominada también generación costumbrista, se caracterizó por el desarrollo de un costumbrismo con especial énfasis en lo pintoresco y lo realista, abordándolos desde un punto de vista crítico y satírico.​ En esta generación destacaron Mercedes Marín del Solar, Rosario Orrego, Vicente Pérez Rosales y José Joaquín Vallejo.
La de 1852 o generación romántico-social tuvo una postura más radical a la visión liberal que la generación anterior, presentando el pasado como ejemplo de rectificación del presente.8​ En esta generación sobresalieron José Victorino Lastarria, Salvador Sanfuentes, Martín Palma, Eusebio Lillo, Guillermo Matta y Guillermo Blest Gana.
La de 1867 o generación realista se caracterizó por poseer un enfoque más cercano al realismo que las generaciones anteriores.​ Descollaron en ella Alberto Blest Gana con su novela Martín Rivas, en la que retrató a la sociedad chilena de finales del siglo XIX, incorporando a la vez el romanticismo característico de sus primeras obras;​ Daniel Barros Grez, Eduardo de la Barra, Zorobabel Rodríguez, José Antonio Soffia, y Liborio Brieba.
El romanticismo en Chile evolucionó desde los ideales neoclásicos del arte, hasta alcanzar una concepción ligada a la expresión de la sociedad, siéndole añadida la función de orientar el desarrollo ético y moral de la vida pública y privada.

Sociedad Literaria de 1842

La creación de la Sociedad Literaria de 1842, cuyo discurso inaugural fue leído por José Victorino Lastarria el 3 de mayo de 1842,​ tenía el objetivo de impulsar la formación de la juventud y promover una literatura con identidad nacional, funcional al proyecto político liberal de nación, que proponía la clase ilustrada chilena.​ También hizo hincapié en la ilustración como factor fundamental del progreso, fomentó la originalidad e impulsó al rechazo de los modelos extranjeros.
Dos polémicas intelectuales que se dieron en la prensa de 1842 influyó en las concepciones que abordó la citada sociedad: la primera, denominada controversia filológica, tuvo relación con una serie de términos y palabras utilizadas en Chile que fueron consideradas repugnables por escritores extranjeros como Pedro Fernández Garfias o Domingo Faustino Sarmiento; la segunda, se dio en torno a diversas posturas adoptadas por escritores como Vicente Fidel López, Salvador Sanfuentes, Jotabeche (José Joaquín Vallejo), Sarmiento y Antonio García Reyes acerca del romanticismo.
La Sociedad Literaria de 1842 duró poco más de un año, hasta el 1 de agosto de 1843, periodo en el cual realizó un total de ochenta y seis sesiones (registradas desde el 5 de marzo de 1842). Su principal logro fue la publicación del Semanario de Santiago, que sería clave en la masificación de las revistas literarias en Chile.
Entre los escritores y políticos que participaron de esta sociedad destacaron Sanfuentes, Jotabeche, Francisco Bilbao, Manuel Antonio Tocornal, Antonio Varas, Aníbal Pinto y Domingo Santa María.

Realismo

El realismo se inició en Chile con la publicación, en 1862, de la novela Martín Rivas de Alberto Blest Gana, y se extendió hasta 1947.Según el escritor y crítico literario Fernando Alegría, tuvo dos corrientes: el realismo romántico y el realismo naturalista, representados respectivamente por Alberto Blest Gana y Luis Orrego Luco.
Estos dos escritores retrataron su época como un período de transición entre el inicio de la emancipación de la herencia colonial y el fin de este proceso con el comienzo de la sociedad capitalista.​ Sin embargo, respondieron antagónicamente respecto a este cambio: Orrego Luco enfatizó en las consecuencias valóricas que traería consigo la sociedad capitalista, que consideró mayoritariamente negativas,​ mientras que Blest Gana acogió positivamente esta evolución, llegando a considerar inevitable este desplazamiento de costumbres.

Además de Martín Rivas, Blest Gana destacó por Los trasplantados, publicado 1904, obra en la que analizó el comportamiento de los chilenos radicados en París. Por su parte, Orrego Luco sobresalió por sus ciclos narrativos que describieron la sociedad chilena de aquella época. El primero (1876 - 1929) se denominó Escenas de la vida en Chile e incluyó las obras Playa negra, Un idilio nuevo, Casa grande, y El tronco herido;​ el segundo, Recuerdos del tiempo viejo, está formado por En familia y A través de la tempestad, publicadas en 1912 y 1914 respectivamente, en las que aborda la segunda mitad de la década de 1880 y principios de la década de 1890.
Otro relevante escritor del realismo fue Baldomero Lillo, que publicó en 1904 la recopilación de cuentos Subterra, en la que describió las precarias condiciones de trabajo en las minas del carbón en Lota durante el fin del siglo XIX y principios del XX.​ Subterra tuvo un gran éxito, su primera edición se agotó en tres meses y fue también favorablemente acogida por la crítica de la época. En 1907 publicó Subsole, con cuentos basados en la vida campesina y de los pescadores.

Criollismo

El criollismo fue un movimiento literario nacido a fines del siglo XIX y que perduró durante la primera mitad del siglo XX. Extensión del realismo, su objetivo era describir de manera objetiva la vida rural para contribuir así a su conocimiento.​

El criollismo se desarrolló en medio de una tendencia generalizada a privilegiar la ciudad como centro de desarrollo en vez de la vida campesina​ e interpretó, en palabras de Mariano Latorre, «la lucha del hombre de la tierra, del mar y de la selva por crear civilización en territorios salvajes, lejos de las ciudades»
.
 Dotó a personajes de un carácter heroico, aunque su lucha siempre terminaba en derrota.​ Entre los primeros escritores del criollismo descollaron Alberto Blest Gana, Baldomero Lillo con Subterra y Subsole, y Latorre con Zurzulita, publicada en 1920.

Modernismo

El modernismo es un movimiento literario que se desarrolló entre los años 1880-1920, fundamentalmente en el ámbito de la poesía, que se caracterizó por una ambigua rebeldía creativa, un refinamiento narcisista y aristocrático, el culturalismo cosmopolita y una profunda renovación estética del lenguaje y la métrica. Tradicionalmente, se ha asociado su comienzo a la publicación, por primera vez en Valparaíso el 30 de julio de 1888, de Azul..., de Rubén Darío, a causa de la innegable repercusión del libro en la literatura de Hispanoamérica.
Entre los exponentes nacionales del modernismo, podemos nombrar a: Ambrosio Montt y Montt, Alberto del Solar, Luis Barros Méndez, Leonardo Eliz, Narciso Tondreau, Pedro Antonio González, Clemente Barahona Vega, Julio Vicuña Cifuentes, Ricardo Fernández Montalva, Alfredo Irarrázaval Zañartu, Augusto Winter, Gustavo Valledor Sánchez, Egidio Poblete, Samuel A. Lillo, Abelardo Varela, Marcial Cabrera Guerra, Horacio Olivos y Carrasco, Antonio Bórquez Solar, Zoilo Escobar, Manuel Poblete Garín y Miguel Luis Rocuant, entre otros. Cabe destacar que muchos de los poetas mencionados, fueron incluidos en la antología Selva Lírica.

Grupo literario Los Diez

Los Diez o «Los X» fue un grupo —conformado por arquitectos, escritores, escultores, músicos y pintores chilenos— que protagonizó la escena cultural de Chile entre 1914 y 1924. Fue uno de los grupos más destacados del arte nacional​ y uno de los principales movimientos intelectuales chilenos del siglo XX.
El nombre «Los Diez» o «Los X» se originó en una conversación entre el escritor Pedro Prado y el arquitecto Julio Bertrand. En 1914, pese a que Prado pasaba por una situación económica difícil, era un hombre muy alegre y entusiasta. Su socio Bertrand le preguntó si habría otras personas en Santiago que tuvieran esa misma actitud alegre y creativa. «Tal vez buscando, deben haber unas diez», dijo Prado. Bertrand replicó que «[le] gustaría conocerlas».
 Esto marcó el nacimiento del grupo, comenzando una serie de reuniones en casa de Prado, donde se practicaban irónicamente una serie de rituales, con la simple intención de reírse de ellos mismos y de cultivar la amistad.
Su primera aparición pública fue el 19 de junio de 1916, cuando se celebró la Primera Exposición de Los Diez, con obras de Manuel Magallanes Moure, Alberto Ried y Pedro Prado en el Salón de El Mercurio.

  • Pedro Prado (escritor, pintor y arquitecto) Premio Nacional de Literatura 1949
  • Manuel Magallanes Moure (escritor y pintor)
  • Juan Francisco González (pintor)
  • Julio Bertrand Vidal (arquitecto, pintor y fotógrafo)
  • Acario Cotapos (músico) Premio Nacional de Artes Musicales 1960
  • Alfonso Leng (músico, compositor) Premio Nacional de Artes Musicales 1957
  • Armando Donoso (crítico literario, periodista)
  • Julio Ortiz de Zárate (pintor)
  • Alberto Ried Silva (escritor y escultor)
  • Ernesto Guzmán (poeta)
  • Alberto García Guerrero (músico)
  • Augusto D'Halmar (escritor) Premio Nacional de Literatura 1942
  • Eduardo Barrios (escritor) Premio Nacional de Literatura 1946

La casa de Los Diez es una casona ubicada en el centro de Santiago de Chile, construida a finales de la época de la colonia y elegida en 1923 como sede del llamado Grupo de los Diez. Ubicada en Santa Rosa esquina Tarapacá, fue declarada monumento nacional en septiembre de 1997.


  

Poesía chilena (1900-1925)

Durante el primer cuarto del siglo XX un conjunto de poetas lograron renovar la escena literaria chilena, trayendo consigo el inicio del vanguardismo.
La primera manifestación de este movimiento comenzó con la publicación de Flores de cardo de Pedro Prado en 1908, poemario que introdujo en Chile el culto al verso libre y la ruptura de las sujeciones métricas.​ Más tarde, Prado publicaría El llamado del mundo y Los pájaros errantes, en 1913 y 1915 respectivamente;​ este último año fundaría asimismo el grupo artístico Los Diez.
En este período sobresalió también Gabriela Mistral con su poema Sonetos de la muerte, que ganó el concurso literario de los Juegos Florales de Santiago, realizados el 22 de diciembre de 1914.​ En 1922 aparece Desolación, poemario que —publicado a iniciativa del directo del Instituto de las Españas, Federico de Onís, en Nueva York—, es considerado su primera obra maestra. Gabriela Mistral obtendría el Premio Nobel de Literatura en 1945, transformándose en la primera latinoamericana en recibir dicha distinción.
Destacó asimismo Vicente Huidobro, quien publicó en 1914 Arte del sugerimiento y Non serviam, obras que fueron la antesala del creacionismo, vanguardia literaria fundada por él y cuyo manifiesto fue publicado en su libro El espejo de agua en 1916:
El poema creacionista se compone de imágenes creadas, de situaciones creadas, de conceptos creados; no escatima ningún elemento de la poesía tradicional, salvo que en él dichos elementos son íntegramente inventados, sin preocuparse, en absoluto de la realidad ni de la veracidad anteriores al acto de realización.
Luego de residir primero en Santiago de Chile y posteriormente en Buenos Aires, Huidobro partió a París, donde en 1918 publicó una segunda edición de El espejo de agua, además de Ecuatorial y Poemas árticos, que establecieron el creacionismo en la vanguardia europea.
Otro poeta de esa generación fue Ángel Cruchaga, quien se caracterizó por un énfasis permanente en el mundo del amor y su predisposición a la tristeza.​ En este período descolló su poemario Las manos juntas, publicado en 1915.
Pablo de Rokha resaltó por su visión anárquica y contestataria, rupturista y polémica del mundo. Entre sus obras sobresalieron: El folletín del Diablo y Los gemidos, publicados en 1920 y 1922 respectivamente.34​35​ En 1938 fundó y dirigió la editorial Multitud, cuyos libros circularon en Estados Unidos, Rusia y Latinoamérica.
Juan Guzmán Cruchaga publicó Junto al brasero, La mirada inmóvil, Lejana, La fiesta del corazón y la antología Agua de cielo; en 1914, 1919, 1921, 1922 y 1925 respectivamente.​

Por último, y como antesala de su éxito en el siguiente cuarto del siglo XX, Pablo Neruda —que comenzó su carrera literaria a finales de la década de 1910— publicó Crepusculario en 1923 y, al año siguiente, Veinte poemas de amor y una canción desesperada.

Imaginismo

El imaginismo chileno, nacido en 1925, se caracterizó por el hecho de que sus autores no tomaron elementos directamente de la realidad nacional, ni descripciones de la naturaleza, ni transcribieron el lenguaje de los campesinos propiamente tal;​ más bien rechazaron el apego a los elementos naturales, cotidianos y convencionales, siendo opuesto al criollismo.​ De acuerdo a los historiadores Luis Muñoz González y Dieter Oelker Link, las principales diferencias entre el criollismo y el imaginismo se resumen en el siguiente esquema:
CriterioCriollismoImaginismo
OrigenLa realidad: observación, documentación y temperamento.La imaginación: observación, fantasía y sensibilidad.
NaturalezaDescriptiva, heterotélica y arraigada en lo nacional.Narrativa, autotélica y de proyección universal.
FunciónCognoscitiva y didáctica: comprometer al lector.Hedonística y recreativa: liberar al lector.

  

Uno de los mayores aportes de la generación imaginista fue la creación en 1928 de la revista Letras, cuyo objetivo era fomentar un diálogo internacional acerca de las artes y la literatura.​ Entre los escritores que formaron parte de este movimiento destacaron Ángel Cruchaga, Salvador Reyes Figueroa, Hernán del Solar, Luis Enrique Délano y Manuel Eduardo Hübner.


La Mandrágora

La Mandrágora fue un grupo de poetas surrealistas chilenos fundado en 1938 por Teófilo Cid, Enrique Gómez Correa y Braulio Arenas; aunque desde el inicio participó también Jorge Cáceres. Este colectivo poético surgió y se desarrolló en medio del triunfo del Frente Popular y la llegada de Pedro Aguirre Cerda a la presidencia, lo que explica que la propuesta poética de este grupo estuvo vinculada en un principio con esos fenómenos sociales, desarrollando un proyecto radical de socialización con especial énfasis en lo político.​ Sin embargo, pronto abandonaron su discurso inicial para dar paso a una interlocución con el surrealismo a través de textos personales y manifiestos conjuntos, vínculo que ya había establecido Vicente Huidobro.

Entre los principales logros de la Mandrágora para promover el surrealismo en Chile sobresalieron la publicación de la revista del mismo nombre (siete números, desde diciembre de 1938 hasta octubre de 1943); la conferencia dictada en la Universidad de Chile en 1939; una exposición surrealista en la Biblioteca Nacional en 1941; y una exposición surrealista internacional en la Galería Dédalo de Santiago en 1948.​ Por su parte, Arenas publicó la revista Leit-motiv (1942 - 1943), que contó con las colaboraciones especiales de André Bretón, Benjamin Péret y Aimé Césaire, estableciéndose una estrecha relación entre la Mandrágora y los surrealistas franceses.

La Mandrágora se caracterizó también por sus discusiones reprobatorias en contra de los criterios establecidos en la poesía moderna, criticando además a varios escritores chilenos, tales como Neruda y Huidobro.

En total, salieron siete números de la revista, el último en octubre de 1943. Entre los colaboradores, además de los fundadores, figuraron, entre otros, los poetas Gonzalo Rojas, Fernando Onfray, Gustavo Osorio, Jorge Cáceres, Vicente Huidobro, Pablo de Rokha, Ludwig Zeller (también artista visual), los pintor Eugenio Vidaurrázaga y Mario Urzúa, los músicos Renato Jara, Alejandro Gaete y Mario Medina.

El grupo comenzó a dispersarse en 1949. En 1957 Arenas, Gómez Correa y Cáceres publicaron la antología El AGC de la Mandrágora, que incluía un diccionario surrealista y una bibliografía del surrealismo chileno.


Neocriollismo


A finales del lustro de 1935 y la primera mitad de la década de 1940 se desarrolló la generación neocriollista,​ cuyo objetivo fue representar el mundo popular en su dimensión social y humana, caracterizándose por plasmar en sus obras un marcado acento regionalista.

 Un factor fundamental en el carácter ideológico de esta generación fue el turbulento panorama político chileno en el cual se desarrolló y que la llevó a un importante compromiso con el marxismo y con la militancia política de izquierda.

Uno de los escritores más relevantes de esta generación fue Nicomedes Guzmán, quien se distinguió por tratar aspectos tales como "la injusticia social, la explotación, la vida miserable de los suburbios, la degradación moral en la pobreza y la corrupción en el poder"

Entre sus obras más importantes figuran Los hombres oscuros, La sangre y la esperanza, La luz viene del mar, y Una moneda al río y otros cuentos, publicados en 1939, 1943, 1951, y 1954 respectivamente.

Otro escritor importante fue Gonzalo Drago, con Cobre (1941), obra que retrata la lucha de los mineros frente a la injusticia y la naturaleza; Surcos (1948), colección de cuentos campesinos;​ y El purgatorio (1951), novela en la que describió sus experiencias durante el servicio militar.

Se destacaron Andrés Sabella y Volodia Teitelboim por Norte Grande e Hijo del salitre respectivamente, obras que describieron la vida de los trabajadores salitreros en el norte de Chile.​ Asimismo resaltaron Nicasio Tangol y Francisco Coloane por sus obras inspiradas en el extremo sur del país: el primero retrató las costumbres, creencias e historias de Chiloé y la Patagonia chilena, destacándose su labor de describir la cultura de los pueblos aborígenes extremo-australes,​ mientras que Coloane describió la lucha constante del hombre en los mares del sur. Destacan sus obras Cabo de Hornos y El último grumete de La Baquedano, ambas publicadas en 1941.

Sobresalieron también Marta Brunet y Maité Allamand con sus textos inspirados en la vida en el campo. En Montaña adentro, Brunet refleja el lenguaje rural de la época.​ Allamand tuvo especial interés en la literatura infantil​.


Literatura infantil


Desde la década de 1930, la literatura infantil adquirió considerable importancia en la escena chilena.​ Sus inicios datan de los primeros años del siglo XX, cuando se fundan diversas revistas para menores, tales como Revista de los Niños, Chicos y Grandes y El Peneca, de las que solo este última perduró varias décadas.​ Blanca Santa Cruz Ossa recopiló desde 1929 varios mitos y leyendas de diversos lugares del mundo y de Chile;​ Ernesto Montenegro se distinguió con Cuentos de mi tío Ventura (1930); Damita Duende, con Doce cuentos de príncipes y reyes y Doce cuentos de hadas, ambos de 1938;​ Marta Brunet, con Cuentos para Marisol (1938).

 En la transición a la década de 1940, destacó Ester Cosani, con Leyendas de la vieja casa, Para saber y contar, Las desventuras de Andrajo y Cuentos a Pelusa (1938 - 1943).

Nueva narrativa chilena de los noventa

El movimiento llamado Nueva narrativa chilena de los noventa corresponde a un grupo de escritores que alcanzan notoriedad en Chile al comenzar la década de 1990. Las figuras que habitualmente se asocian al grupo son Gonzalo Contreras, Alberto Fuguet, Arturo Fontaine Talavera, Carlos Franz, Ana María del Río,​ Carlos Cerda, Darío Oses, Marco Antonio de la Parra, José Leandro Urbina, Sergio Gómez, Pablo Azócar, entre otros. Obras emblemáticas del grupo son las novelas Santiago cero de Franz; La ciudad anterior, Gonzalo Contreras; Sobredosis (cuentos) y Mala onda, de Fuguet; Oír su voz, de Fontaine; Siete días de la señora K, de Ana María del Río; Morir en Berlín, de Cerda y Gente al acecho (cuentos) de Jaime Collyer.


Literatura de los hijos

Se denomina literatura de hijos a aquellas novelas «que han incursionado en una mirada infantil o adolescente sobre la historia reciente, rica en dictaduras, con sus respectivas represiones, desapariciones y terror».​ 

La crítica Lorena Amaro explica que los autores de este tipo de textos vivieron «la época infantil –idealizada como la edad de la inocencia– bajo la violencia y crueldad de la dictadura pinochetista y haberse mantenido, como niños que eran, ajenos a los giros políticos».​ La expresión «literatura de los hijos» proviene del título del tercer capítulo de Formas de volver a casa, de Alejandro Zambra. Zambra explica: 

«los de mi generación vivimos la democracia y la adolescencia al mismo tiempo. Nos dimos cuenta de que solo la segunda era totalmente cierta [...]; en los 90 tuvimos una sensación de orfandad muy grande. Se daban los problemas por archivados, pero advertimos que no lo estaban. Para explicar cualquier cosa en Chile tienes que ir a la dictadura. Es muy difícil no hablar de ella».


Lina Meruane considera un «espanto, un castigo» que se dé el nombre de hijos de la dictadura «a esa generación, como si hubiéramos sido parte». 

Ella identifica la literatura de «posmemoria» como «relatos de segunda mano donde los narradores se hacen cargo como pueden de lo que vieron a medias o intuyeron». 

«Mi generación abordó este tema muy pronto», señala esta autora que en 2000 publicó Cercada, sobre la relación entre hijos de un torturador y de sus víctimas. Meruane subraya que ahora están surgiendo distintos puntos de vista, entre los que destaca el de Alia Trabucco, porque en su libro La resta «la memoria es una cosa cenicienta: irrespirable y difícil de sacudirse».

Para Amaro, la de los hijos es «una literatura cargada de culpas: la dictadura fue tan larga que dio tiempo a que los niños crecieran y entendieran lo que estaba ocurriendo, pero no duró tanto como para que pudieran combatirla realmente». Así que, lejos de la épica, estos escritores denuncian «el mutismo de la clase media, su servilismo ante las élites y su complicidad con los atavismos del poder en Chile».

Los autores de esta generación nacieron en los años 1970-1980, pero más que de generación quizá sea más apropiado hablar de un «corpus de obras». Los escritores que han sido catalogagos en la «literatura de los hijos», son, además de los citados, Álvaro Bisama (con Ruido), Alejandra Costamagna (En voz baja), Nona Fernández (Chilean Electric, Fuenzalida), Rafael Gumucio, Patricio Jara, Marcelo Leonart, Leonardo Sanhueza, Diego Zúñiga.

Se trata de libros con «un arquetipo narrativo: infancias narradas a partir de la dictadura. O hasta de la pos-dictadura, ya que el efecto de la "literatura de los hijos" también se aprecia en libros de la generación posterior, como Niños héroes de Diego Zúñiga o La resta de Alia Trabucco, los cuales se pueden leer como intentos de epígonos de lo iniciado por Alejandro Zambra».


  

Poesía mapuche contemporánea.

Elicura Chihuailaf.


El pueblo mapuche cuenta con una dilatada literatura oral, alentada por el tradicional aprecio de este pueblo por el uso estético del idioma y la capacidad oratoria como suprema destreza social. Las principales formas de relato son el epew y el nütram.

Durante la segunda mitad del siglo XX numerosos poetas mapuches decidieron cruzar la frontera entre oralidad y escritura. Muchos de ellos publican sus poemarios en ediciones bilingües, en castellano y mapudungun, pero el uso de la lengua vernácula y los tópicos literarios propios de la etnia, como las referencias al entorno natural, la simbología y la cosmovisión mapuche, son características centrales de la mayoría de estos autores.

Entre los poetas mapuches contemporáneos se encuentran:

Lorenzo Aillapán (1940 - ): Poeta y músico que se declara üñümche, hombre pájaro, por su entendimiento del lenguaje de las aves. Ha trabajado circunstancialmente como actor.

Emilio Antilef: periodista y poeta.

Elicura Chihuailaf (1952 - ): Uno de los más reconocidos poetas mapuches. En su obra destaca el uso de elementos de la simbología tradicional de la etnia, como el culto a los antepasados y el color azul. Ha traducido obras de Pablo Neruda y Víctor Jara al mapudungun.

Rosendo Huenumán García (1935 - ): Poeta y recopilador de poesía tradicional. Fue diputado por el Partido Comunista de Chile hasta 1973.68​

Jaime Luis Huenún (1967 - ): Poeta huilliche, que también ha editado antologías de otros autores mapuches.

Leonel Lienlaf (1969 - ): Se declara abiertamente un poeta bilingüe. También es músico.

Graciela Huinao (1956 - ): Poeta y narradora huilliche. Se convirtió en la primera mujer indígena en integrar la Academia Chilena de la Lengua.


Escritores celebres de colonia.

  

Manuel de Lacunza y Díaz, también conocido por su pseudónimo Juan Josafat Ben-Ezra (Santiago, 19 de julio de 1731-Imola, República Cisalpina, c. 18 de junio de 1801) fue un sacerdote y teólogo jesuita hispano que trabajó en una exégesis milenarista de las profecías de la Sagradas Escrituras. Fue el filósofo más conocido e influyente del Reino de Chile.

Biografía

Hijo de Carlos de Lacunza Ziaurris y de Josefa Díaz Durán,​ hija de Manuel Díaz Montero y Herrera y de Rafaela Durán de Salcedo y Rabaneda. Su padre fue un acaudalado comerciante ocupado en el tráfico entre Chile y el Perú. Lacunza ingresó al Convictorio de San Francisco Javier (Convictorio Carolino luego de la expulsión de los jesuitas) y egresó con el título de Maestro de Filosofía. Interrumpió sus estudios universitarios en el Colegio Máximo en teología cuando ingresó a la Compañía de Jesús en 1747.​ A partir de entonces inició la primera etapa de su vida sacerdotal, marcada por la normalidad: ejerció como profesor de gramática (1755) en la Universidad Pontificia Colegio Máximo de San Miguel de Santiago -en la que residía- y ganó cierta discreta fama como orador de púlpito. Retomaría sus estudios de Teología en 1750.
Debido a la expulsión de los jesuitas por orden del rey Carlos III de España, salió exiliado de Chile en 1767 y se estableció en la ciudad italiana de Imola, al igual que numerosos otros sacerdotes chilenos de la misma orden, como Miguel de Olivares y Juan Ignacio Molina. Su vida en el exilio se complicó debido a las prohibiciones de celebrar misa y administrar sacramentos que el papa Clemente XIV impuso a los jesuitas y a su situación económica: su familia chilena comenzó a empobrecerse, por lo que las remesas de dinero que le enviaban eran cada vez más escasas.
Tras cinco años de vivir en comunidad con los jesuitas, Lacunza se retiró a habitar a una casa ubicada en las afueras de la ciudad. Ahí se instaló en soledad, aparentemente con la única compañía de un misterioso personaje, al que llama en sus cartas «mi buen mulato».

 Algunos jesuitas chilenos, colegas suyos, lo describían como «un hombre cuyo retiro del mundo, parsimonia en su trato, abandono de su propia persona en las comodidades aun necesarias a la vida humana, y aplicación infatigable a los estudios, le conciliaban el respeto y admiración de todos».

En 1773, por medio de la breve apostólico Dominus ac Redemptor, el papa disolvió la Compañía. La medida convirtió a Lacunza en clérigo seglar por decreto. En este ostracismo total, el jesuita realizó el trabajo teológico de su vida, enmarcado en la corriente del milenarismo. Lo esbozó primero en un folleto, conocido como Anónimo Milenario, que llegó a circular en América del Sur. Este texto, de 22 páginas apenas, dio pie a acalorados debates teológicos públicos, sobre todo en Buenos Aires, tras los cuales sus opositores lo denunciaron, obteniendo una prohibición del texto por parte de la Inquisición. En 1790 culminó los tres tomos de su obra Venida del Mesías en gloria y magestad [sic]. A partir de entonces, y hasta su muerte, realizó infructuosos esfuerzos, como remitir oficios a la corona española, para conseguir autorización y apoyo para llevar su obra a la imprenta.

No se tiene certeza exacta acerca de la fecha de su muerte pues su cadáver fue encontrado en un foso, en una calle apartada de Imola. Entonces se supuso que había muerto por causas naturales, mientras realizaba uno de sus habituales paseos solitarios.

Destino de su obra

Página titular de Venida del Mesías en gloria y magestad, Cádiz, 1812



En 1812, a despecho de las prohibiciones anteriores, Venida del Mesías en gloria y magestad fue publicada póstumamente en Cádiz bajo el pseudónimo judío de Juan Josafat Ben-Ezra. En Londres se realizó otra edición en castellano en 1816, la cual fue financiada por el general argentino Manuel Belgrano. El libro fue denunciado aquel mismo año ante tribunales españoles y la Sagrada Congregación del Índice, siendo incluido en Index Librorum Prohibitorum de la Inquisición el 15 de enero de 1819.
Es interesante consignar que los enemigos de la obra expresaron su especial preocupación por el encanto que las ideas de Lacunza ejercían entre el clero.​ Esta atracción fue denunciada, por ejemplo, en una obra publicada en Madrid en 1824, subtitulada Observaciones para precaverlo (al público) de la seducción que pudiera ocasionarle la obra.
Una traducción al inglés fue publicada en 1827 por Edward Irving, el precursor de la británica Iglesia Católica Apostólica, bajo el título de The Coming of the Messiah. Para Irving la lectura de la obra había alcanzado la categoría de revelación. De hecho, aquel sacerdote estudió profundamente el castellano con el único fin de traducir a Lacunza.
Por lo mismo, no es extraño que el libro fuera transformándose en una de las mayores influencias del gran desarrollo del milenarismo ocurrido en el siglo xix. El milenarismo espera una edad de oro que empezaría con la venida de Cristo, esta idea a su vez emana de las ideas judaicas de la era mesiánica, que es el concepto hebreo del reino de Dios. Tal vez, al igual que su seudónimo, refleje en mayor o menor grado ideas propias del criptojudaísmo.
Aunque la noción escatológica de un paraíso en la tierra ya estaba presente en movimientos como los anabaptistas, menonitas, cuáqueros y amish, las tesis de Lacunza —y sus seguidores en el mundo anglosajón— fueron también fuente de inspiración para el movimiento estadounidense del "segundoadventismo o millerismo", a través de su líder el predicador William Miller, quien se interesó en la interpretación bíblica y se inspiró al realizar su propia traducción de la obra de Lacunza.​ Un dirigente milerista, Josiah Litch, comenta que:
 "Ese libro (de Lacunza) cayó en las manos de Irving. Los ojos de ese célebre y elocuente predicador se abrieron ante la gloriosa verdad del advenimiento premilenial de Cristo de la cual se volvió ardoroso partidario. Comenzó traduciendo a Ben Ezra y luego escribió numerosas obras en Inglaterra acerca del mismo asunto".
 A su vez, indirectamente a través del milerismo, Lacunza influyó en los actuales herederos espirituales del movimiento: los Adventistas del Séptimo Día,​ ciertos sectores de la Iglesia bautista, y los Testigos de Jehová, siendo un eslabón de una misma cadena de interpretación bíblica. De hecho un extracto manuscrito de La venida del Mesías en gloria y majestad, firmado por Juan Josafat Ben-Ezra y datado en 1820, es guardado como uno de los principales tesoros bibliográficos de la biblioteca de la Universidad Adventista de Chile.
En este sentido, es una paradoja que la obra de un hombre, que se consideraba a sí mismo un católico ortodoxo, terminara por ser un texto clásico del cristianismo "protestante".
El pleno siglo xx, en abril de 1940 el arzobispo de Santiago, cardenal José María Caro, realizó consultas a la Santa Sede, a la Congregación del Santo Oficio, sobre la enseñanza "mitigada" del milenarismo de Lacunza en algunos círculos católicos chilenos, a las que esta respondió el 11 de junio de 1941: remitiéndose a la prohibición de 1824, señaló que el milenarismo, incluso mitigado, no podía ser enseñado sin peligro.12​ Por lo que se le ordenó a Caro "vigilar que tal doctrina no sea enseñada con cualquier pretexto, ni propagada, defendida, recomendada, de viva voz o por escrito".

La teología de la Liberación también ha retomado algunas ideas de un reino terrestre de Dios como consumación de la justicia social en el mundo.



Ideas de Lacunza

El jesuita creía haber encontrado durante su exilio algunos «descubrimientos nuevos, verdaderos, sólidos, innegables, y de grandísima importancia» para la Teología.

Hay dos concepciones que son el fundamento del resto de las elucubraciones teológicas —o «descubrimientos»— de Lacunza. En primer lugar, Lacunza desechaba la idea del «fin del mundo» como un momento de aniquilación o destrucción de lo creado: Niega «que el mundo, esto es, los cuerpos materiales, o globos celestes que Dios ha creado (entre los cuales uno es el nuestro en que habitamos) haya de tener fin, o volver al caos, o nada, de donde salió [...] esta idea no la hallo en la Escritura, antes hallo repetidas veces la idea contraria, y en esto convienen los mejores intérpretes». 
En segundo lugar, establece que las expresiones bíblicas «fin del siglo presente» y «fin del mundo» se refieren a dos momentos diferentes.

Entiende el «fin del siglo presente» o «Día del Señor» como el mero término de una etapa de la historia humana, clausurada por la venida de Cristo y el inicio de su reino en la Tierra, acompañada por el consiguiente juicio divino a los vivos. Este momento estaría también marcado por la conversión del pueblo judío. A partir de entonces habría de instaurarse una nueva sociedad, marcada por un reino de mil años de justicia y paz. Lacunza entendía que, a partir de las profecías bíblicas, se podía esperar, para el periodo previo al «Día del Señor», una apostasía generalizada de la Iglesia católica. 
Por lo mismo la Iglesia pasaría a formar parte del Anticristo, comprendido este no como un individuo, sino como «cuerpo moral» integrado por todos los apóstatas y ateos de la Tierra. Este punto de su teología era especialmente polémico al prever que la Iglesia oficial se pondría del lado equivocado en el último combate entre el bien y el mal. Este punto fue, en definitiva, el que le valió la condena vaticana de su obra.
Por «fin del mundo» entendía la resurrección de los muertos y el Juicio Final, comprendido como una transmutación del mundo físico al plano de lo eterno. Este suceso debía ocurrir, según él, tras los mil años de reino terrenal de Cristo.

Cronista del exilio y la persecución

Otra de las dimensiones que se rescatan de Lacunza es su calidad como cronista de la experiencia del destierro y la persecución intelectual. Siendo él mismo un exiliado y un individuo permanentemente bloqueado por la autoridad, sus cartas personales al respecto han terminado por ser valoradas en Chile, país que ha sufrido ciclos de exilio masivo en varios tiempos posteriores:
Escribió de la condición desmedrada del desterrado: 
«Todos nos miran como un árbol perfectamente seco e incapaz de revivir o como un cuerpo muerto y sepultado en el olvido... Entretanto nos vamos acabando. De 352 [jesuitas] que salimos de Chile, apenas queda la mitad, y de éstos los más están enfermos, o mancones que apenas pueden servir para caballos yerbateros».

De la valoración de la tierra natal: 
«Solamente saben lo que es Chile los que lo han perdido: no hay acá el menor compensativo; y esta es la pura y santa verdad: nadie puede saber lo que es Chile si no lo ha perdido».
De los laberintos en los que puede perderse la razón del exiliado: 
«Acaba de morir Ignacio Ossa, hermano de doña María; el otro hermano, Martín, ya murió cerca de tres años. Antomas, aunque siempre fue loco tolerado, ahora está del todo rematado; ha estado en la loquería pública; mas como no es loco furioso lo tenemos ahora entre nosotros, aunque encerrado con llave, porque ya se ha huido».
El historiador Francisco Antonio Encina, transcibe el melacólico pasaje de una carta suya, de 1788 (luego de 11 de sus 34 años de exilio), en que hace un imaginario regreso al terruño:

Actualmente me siento tan robusto que me hallo capaz de hacer un viaje a Chile por el Cabo de Hornos. Y, pues, nadie me lo impide ni me cuesta nada, quiero hacerlo con toda mi comodidad. En 5 meses de un viaje felicísimo llego a Valparaíso, y habiéndome hartado de pejerreyes y jaibas, de erizos y de locos, doy un galope a Santiago: Hallo viva a mi venerable abuela, le beso la mano, la abrazo, lloro con ella, abrazo a todos los míos entre los cuales veo muchos y muchas que no conocía, busco entre tanta muchedumbre a mi madre y no la hallo, busco a Solascasas, a Varela, a mi compadre don Nicolás, a Azúa, a Pedrito y a mi ahijada Pilar, y no los hallo. Entro en la cocina y registro toda la casa, buscando a los criados y criadas antiguos y no hallo sino a la Paula y a la Mercedes. Pregúntole a ésta dónde está su señora y a la Paula dónde está su amo Manuel Díaz (su abuelo materno), y dónde está mi mulato Pancho; y no me responden sino con sus lágrimas, y yo los acompaño llorando a gritos sin poder ya contenerme más.
No obstante, por no perderlo todo, me vuelvo a la cuadra (el salón de la casa), que hallo llena de gente, procuro divertirme y alegrarme con todos: Les cuento mil cosas de por acá, téngolos embobados con mis cuentos; cuando no hallo más que contar, miento a mi gusto; entretanto les como sus pollos, su charquicán y sus cajitas de dulce y también los bizcochuelos y ollitas de Clara y de Rosita. Y habiendo llenado bien mi barriga para otros 20 años, me vuelvo a mi destierro por el mismo camino, y con la misma facilidad.

  

Pedro de Oña.



(Los Infantes de Angol, Chile, 1570 - Calca, Perú, 1643) 

Poeta chileno, considerado primer poeta nacional, célebre por su poema épico Arauco domado. Hijo del valeroso capitán Gregorio de Oña, que murió en la conquista de Chile, vivió los primeros años de su juventud en un ambiente de lucha y de guerra. El mismo lugar en que nació no era más que un fortín adelantado de los españoles, en los confines del territorio dominado por los indígenas.
El segundo matrimonio de su madre con una persona influyente benefició la carrera del poeta, quien pasó a Lima para estudiar en el Real Colegio de San Martín y, más tarde, en la Universidad de San Marcos. Fue apoyado y becado por García Hurtado de Mendoza, de modo que en el año 1596 se graduaba de bachiller en Lima; ese mismo año se publicaba Arauco Domado, su obra clave.
En ella, lejos del planteamiento de La Araucana de Alonso de Ercilla, se alababa desmedidamente el valor español y, especialmente, el de García Hurtado de Mendoza. Se dice que fue este último quien encargó el poema para contrarrestar el "olvido" que de él se hacía en La Araucana; si no fue el mismo Hurtado quien realizó tal encargo a Pedro de Oña, lo hizo alguien próximo a él.
Cuando el virrey Hurtado abandonó Perú, sus enemigos cargaron contra Pedro de Oña; el poema fue prohibido y el poeta fue denunciado por algunos escritos, que el deán del arzobispado de Lima, Pedro Muñiz, consideró difamatorios. Por si fuera poco, enviudó y quedó con cinco hijos a su cargo. El nombramiento político de corregidor de Jaén de Bracamoros, con que le había recompensado Hurtado de Mendoza, le fue suspendido, y Oña tuvo que volver a Lima, donde procuró su sustento como lancero y abogado, pasando graves apuros económicos.
En el año 1605 se reimprimió en Madrid Arauco Domado. Cuatro años más tarde, aparecía en Lima el poema El temblor de Lima, al tiempo que mejoraba su situación personal, pues fue nombrado corregidor de Calca, lo que le animó a contraer nuevo matrimonio con Beatriz de Rojas; en 1630 publicó Canción Real, y en 1639 daba a la imprenta una nueva obra dedicada a la Compañía de Jesús, titulada Ignacio de Cantabria. Otro poema extenso escrito por él de aquellas fechas fue El Vasauro.
Pedro de Oña fue el más conspicuo representante, en Chile, del espíritu renacentista y barroco, fundidos y sobrepuestos en su obra. Hombre de finísima sensibilidad y artista de notable valor, fue, sin embargo, de carácter demasiado oportunista, dado a la adulación interesada. Sus poemas de madurez evidencian la influencia de Góngora.

Pedro de Oña: Arauco Domado.

Pedro de Oña, primer poeta nacido en suelo chileno, en Confines de Angol, publicó en 1596 un retórico poema con pretensiones épicas, Arauco Domado. El texto es, en primer lugar, un poema por encargo, como en el caso de su modelo, La Eneida, encargada por Augusto Octaviano a Publio Virgilio Marón. Hay certeza de que el gobernador García Hurtado de Mendoza, no estando satisfecho con la caracterización que de él hizo Ercilla en La Araucana, encargó a Oña la composición de Arauco Domado. Retórico también, debido a la descripción que en él se hace del pueblo mapuche, en la que el título Arauco Domado, se transforma en una construcción forzada que se articula como objetivo para la grandiosa victoria sobre un pueblo, que en el curso del poema es caracterizado como temible y salvaje en contraposición con las huestes españolas sufrientes y abnegadas con tal de lograr su dominación.

El exordio y los diecinueve cantos compuestos en octavas endecasílabas (versos de once sílabas métricas en los que riman los versos primero, cuarto y quinto; tercero y sexto; y séptimo y octavo) que dan forma a Arauco Domado se articulan sobre la base de, las ya mencionadas, caracterizaciones indígenas idealizadas, los discursos araucanos estructurados de acuerdo a la retórica latina, las descripciones de paisajes marcadamente renacentistas y las alusiones a la mitología clásica.

Desde este particular punto de vista, Pedro de Oña narrará entonces, una serie de episodios dignos de destacar. Por ejemplo, en el canto primero, el autor nos hace saber como don Andrés de Mendoza Virrey del Perú y Marqués de Cañete, nombra a su hijo don García Hurtado de Mendoza en el cargo de Gobernador, para que vaya en auxilio del Reino de Chile, debido a las noticias que recibe de la crítica situación de los españoles en aquel territorio hostil. Asimismo, en el canto duodécimo será expuesto con inusitado detalle la medida ejemplarizadora tomada con Galvarino, quien a pesar de clamar por su muerte, es enviado de vuelta a su tierra luego de habérsele cortado las manos. O el canto decimoséptimo, en el que Pilcotour es enviado por Caupolicán en busca de Tucapel y Talgueno, para contarles lo sucedido en la batalla de Bío-Bío.
También cabe destacar el canto quinto debido a que sería posible detectar en él uno de los primeros indicios de la poesía erótica nacional. En él, se narra el baño de Caupolicán y Fresia en una fuente de la floresta. De relevancia, en cuanto a su alusión a Garcilaso de la Vega, resulta el canto decimotercero. En el que se expone la llegada de Gualeva, Rengo y Talgueno a la cabaña de unos pastores, donde pasan la noche mientras conversan sobre detalles de la vida pastoril.
Volviendo a la caracterización del pueblo mapuche como temible y salvaje, se hace importante la descripción de los ritos y costumbres de los indígenas. Así por ejemplo, en el canto segundo Pedro de Oña, se detendrá largamente en un rito celebrado, debido a la preocupación de los mapuches por su situación tras la muerte de Lautaro. Este rito descrito como "borrachera general", culminará con la invocación al demonio, tras la cual los agoreros vaticinarán la llegada de un nuevo gobernador, con el que Arauco será domado.

Pedro de Oña. (Real Academia de Historia de España.)

Biografía.

Oña, Pedro de. Angol (Chile), 1570 – Lima (Perú), c. 1650. Poeta, corregidor.
Nació en Angol, también llamada Ciudad de los Confines, y fue hijo del capitán Gregorio de Oña, natural de Burgos, quien fue muerto con otros siete soldados el año 1570 entre Angol y La Imperial, en el valle de Termallén, en una sorpresa que le dieron los indios. Fue su madre Isabel de Acurcio y tuvo dos hermanos mayores, Gregorio, que murió muy joven, y Baltasara, que fue monja.
De los primeros años de Pedro de Oña no hay noticias. Sólo en 1590, cuando ya cumplió los veinte años, es posible encontrar algún dato suyo. La única referencia a estos años oscuros está en un verso de su pluma, en que dice que vivió en la frontera, muy inmediato a los indígenas, donde pudo aprender su lengua y costumbres.
En 1590 era colegial del Real Colegio Mayor de San Felipe y San Marcos de Lima. Dice Medina que al ingresar a las aulas de la Universidad limeña “era ya bastante adelantado en otros conocimientos y aún no de mayor edad”. En una nota asentada en el primer libro de matrícula de la Universidad de San Marcos (fs. 11) se lee: “En los Reyes, en ocho días del mes de agosto de mil quinientos noventa años, se matricularon para el primer curso de Artes, Pedro de Oña e Francisco Rodríguez, etc., los cuales juraron la obediencia al rector, e trajeron cédulas de examen”. De esta frase parece desprenderse que Oña había rendido en esa fecha todas las pruebas que se exigían para poder inscribirse en los cursos superiores.
En el Catálogo de los Colegiales que hubo en el Real de San Martín desde el día 1 de agosto de 1582 en que se fundó, hasta el 12 de enero de 1771, volumen en folio que existe en el Archivo Histórico Nacional (Madrid), se lee que (n.º 28) Pedro de Oña, de Angol, en Chile, entró en 1 de junio de 1590, de veinte años. Fue muy erudito y escribió los poemas intitulados El Ignacio de Cantabria, El Arauco Domado y El Vasauro.
Desde aquí puede seguirse, casi paso a paso, la carrera literaria de Pedro de Oña. En 1591 se matriculó para el segundo curso de Artes, y al año siguiente para el tercer curso de Artes. Dice Medina que, con certeza, el joven estudiante debió de pasearse por las calles de la Ciudad de los Reyes luciendo el manteo y bonete que los bachilleres de la Facultad de Artes debían cargar, según disposiciones vigentes.
Pero, no eran sólo las letras las que atraían su atención. También inició los estudios de Teología, que eran complemento indispensable del buen saber y de la ilustración de aquella época. No se sabe si continuó estos estudios. Sí se sabe que debió de graduarse de licenciado en Artes antes de 1596. Su aspecto físico era el de un joven de veinticinco años, de facciones correctas, con un mostacho que le cubría la boca demasiado pequeña y con una prematura calvicie que le daba cierta gravedad.
En 1596 salió a la luz en Lima su Arauco Domado, escrito a razón de veinte octavas al día, conforme a un nuevo estilo, y dedicado al hijo primogénito del virrey marqués de Cañete, García Hurtado de Mendoza. Parece que Oña tuvo la intención de publicar una segunda parte de su Arauco Domado, pero jamás ella salió de las prensas.

Oña era un hombre religioso y no comprendía que en la vida humana hubiese más anhelo que el de servir al Rey y sacrificarse por sus intereses. Cuando aún trabajaba en su poema citado, tuvo una violenta controversia literaria con un tal Sampayo que pretendía ser de los pocos poetas destinados al Parnaso. El licenciado Oña se irritó ante semejante atentado y dirigió al audaz Sampayo un soneto satírico, ocultando su nombre. Respondió el aludido y se armó la disputa, pero Oña llevó la peor parte, pues su contradictor lo obligó a aceptar que ambos merecían igual honor. Esta contienda vino a demostrar que la musa del poeta de Arauco estaba muy distante del género satírico, al que no volvería.
En marzo de 1596 se hallaba ya casado y se embarcaba con su mujer para ir a servir como corregidor de Jaén, cargo que le había conseguido la munificencia del marqués de Cañete, seguramente agradecido por sus alabanzas. No se sabe cuánto tiempo permaneció Oña en España, pero en 1606 estaba de regreso, viajando entre Santiago del Estero y Córdoba del Tucumán.

En un libro aparecido en Lima el año de 1602, titulado Constituciones y Ordenanzas de la Real Universidad de San Marcos, se registra una composición del poeta chileno, que es un Soneto en honor de la florentísima Universidad de los Reyes, dedicada al glorioso evangelista San Marcos. También fue autor Oña de un poema laudatorio, de pobre calidad, publicado en los preliminares de la obra de Diego Mejía titulada Primera Parte del Parnaso Antártico de Obras Amatorias, publicada en Sevilla en 1609. Ese mismo año hubo un terremoto que sacudió a la ciudad de los Reyes, y Pedro de Oña compuso un poema titulado El temblor de tierra de Lima que aunque no ha llegado hasta nosotros, se sabe que se componía de un solo canto y estaba dividido en octavas, según dice Cayetano Rosell.
Oña se ocupó, después, en la redacción de su poema religioso El Ignacio de Cantabria, composición poética de alto estilo.
Circulaba un libro impreso en Lima en 1629 titulado Vida, virtudes y milagros del santo padre Fr. Francisco Solano. Era su autor el padre fray Alonso Mendieta, quien deseaba sacar una segunda muestra de la obra, con nuevas adiciones, y quien pidió a Pedro de Oña una pieza poética para la introducción. Pronto se vieron adornadas las primeras páginas de la edición proyectada, con una Canción Real del Licenciado Pedro de Oña, en que se recogen las excelencias del santo. El autor hace hablar al río Rimac con el Tíber de Roma. Tenía Oña en ese instante setenta y tres años.

Fue Oña, sin duda, el poeta más grande que tuvo Chile durante la época de su dependencia de España, Fue, además, un hombre de carácter bondadoso, honrado, sencillo, amante de su patria y de su familia.
Varios son los autores que han escrito sobre la vida de Oña, todos ellos mencionados por Medina en su Historia de la Literatura Colonial de Chile. El mismo autor dice que, con posterioridad a la publicación de esa obra, se ha descubierto otro poema manuscrito de Pedro de Oña, titulado El Vasauro, cuyo manuscrito pertenece al Museo Bibliográfico de la Biblioteca Nacional de Chile, y que fue publicado en 1941.
Es autor de la Primera Parte de El Arauco Domado [...], impreso en la Ciudad de los Reyes (Lima) en 1596; Arauco Domado (1605); El Temblor de Lima, poema en octavas (1609); El Ignacio de Cantabria, cuya primera parte fue publicada en Sevilla en 1639, y en fecha más reciente en Chile en 1992. Otra obra de Pedro de Oña fue El Vasauro, cuyo manuscrito se conservaba en el Museo Bibliográfico de la Biblioteca Nacional de Chile y que fue publicado por primera vez, con introducción y notas del doctor Rodolfo Oroz, en Chile en 1941.

Obras de ~: Primera Parte de El Arauco Domado [...], Lima, A. Ricardo, 1596; Arauco Domado, Madrid, Imprenta Juan de la Cuesta, 1605; El Temblor de Lima, Lima, Imprenta Francisco del Canto, 1609; El Ignacio de Cantabria, ed. crítica de M. Ferreccio, G. Muñoz y M. Rodríguez, Santiago, Chile, Biblioteca Antigua Chilena n.° 3, por la Biblioteca Nacional, Universidad de Concepción, Fundación Andes y Seminario de Filología Hispánica, Editorial Universitaria, 1992; El Vasauro, Santiago de Chile, Prensas de la Universidad de Chile, 1941.

Bibl.: J. T. Medina, Diccionario Biográfico Colonial de Chile, Santiago, Imprenta Elzeviriana, 1905, pág. 605; Biblioteca Hispano-Chilena, 1523-1817, Santiago de Chile, Fondo Histórico y Bibliográfico J. T. Medina, 1963 (ed. facs.); R. Gullón (dir.), Diccionario de Literatura Española e Hispanoamericana, Madrid, Alianza Editorial, 1993


  

Poema 15 de "20 poemas de amor y una canción desesperada."

  Poema  15.-

ME gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.

Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.

Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.

Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.



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